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Las investigaciones que se convierten en libros

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Panel a cargo de Raphael Gomide, de Internet Group, y Jacinto Rodríguez Munguía, de la revista emeequis. Moderado por Ginna Morelo y realizado durante el VI Encuentro de Periodismo de Investigación, de Consejo de Redacción.

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VI Encuentro de Periodismo de Investigación Consejo de Redacción

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RAPHAEL GOMIDE

Voy a hablarles un poco sobre mi experiencia en la Policía Militar del Estado de Rio

de Janeiro, a través de un trabajo que realicé para el diario Folha de S.Paulo1 con

técnicas y metodologías de periodismo tradicional. La idea del reportaje partió de

datos estadísticos y, especialmente, de que la policía de Rio de Janeiro era la que más

mataba y moría en Brasil, y quizás en el mundo, debido a que se encontraba en un

lugar muy violento, en el que habían muchos enfrentamientos con los criminales,

entre otras cosas. A esto se sumaba el hecho de que esta fuerza tenía reputación de

ser violenta, corrupta y de irrespetar los Derechos Humanos.

El trabajo fue hecho en el 20082 y si bien es cierto que el escenario ha

cambiado un poco en el 2007 era completamente diferente; la policía había matado a

1.330 personas, lo que daba como resultado la muerte de tres personas y media por

día solo en el Estado de Río, que tiene una población aproximada de 15.000 personas.

Todas estas muertes se daban en supuestos tiroteos, que dejaban un policía muerto

por cada 41 personas asesinadas por la misma policía. Evidentemente, había una gran

disparidad, una gran incoherencia en las cifras.

Para que se hagan una idea, la policía de Sao Pablo había matado a 401

personas, que es mucho, pero es tan solo un tercio de lo que había matado la policía

de Rio. Y, por ejemplo, en Estados Unidos, en el año 2006, fueron asesinadas 375

personas por la policía en todos los Estados Unidos. Ahora bien, lo que sucedía en

Rio era que los policías ya no detenían a nadie en las favelas, sino que mataban, lo

que generaba un ciclo de violencia estimulado por dicha institución, porque cuando

los criminales encontraban a un policía en la calle lo mataban, lo que ocasionó en su

momento la muerte de 151 uniformados en un año. Entonces, los policías eran, al

mismo tiempo, verdugos y víctimas de esta violencia.

A manera de contexto puedo contarles que Rio tiene alrededor de mil favelas,

muchas de ellas en cerros que son lugares muy difíciles de penetrar. Para la época

casi todas se encontraban dominadas por los narcos, que son pequeños ejércitos de

jóvenes que reaccionan muy violentamente a la presencia policial y que se

encuentran fuertemente armados con fusiles de guerra y granadas de asalto. Por su

parte, la policía estaba presente con la represión violenta que atentaba también

contra la población de la favela, lo que generaba que esta percibiera a la institución

como un ente enemigo.

Para ese momento las favelas eran lugares de exclusión constitucional en los

que no entraba el Estado de manera completa y en donde los narcos tenían el

dominio territorial, lo que les permitía explotar servicios y utilizar la barbarie como

método, a través de toda clase de torturas y ejecuciones3. Ellos tenían el poder de

vida o muerte sobre todo y eran, al mismo tiempo, jueces y asistentes sociales, pues

pagaban pequeñas cosas y daban ayudas mínimas, para después salir a hacer robos en

las calles.

1 PM por dentro 2 En ese mismo año fue estrenada la película Tropa de élite. 3 En el llamado “horno microondas” los narcos quemaban a sus enemigos.

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Como pueden ver era un contexto bastante complejo, cuyos resultados eran la

estigmatización de la población de las favelas, el impacto psicológico en toda la

población, especialmente en los niños, por los tiroteos cuando la policía hacía

operativos, y un sentimiento de pánico generalizado que acogía a las favelas —que

están mezcladas con la ciudad de Rio por la geografía— y a toda la sociedad. Eso

tuvo impactos enormes a nivel económico y social para Rio de Janeiro, que perdió

una cantidad considerable de empresas y que fue desastre financiero en los últimos

25 o 30 años. Para los periodistas también fue un gran problema, pues teníamos

restricciones de movilidad —no entrábamos en las favelas porque era muy

peligroso—, quedando dependientes de la información oficial, con pocas fuentes

locales de las favelas y con historias que se reducían a la violencia, lo que generaba

una naturalización de esta en los reporteros. Es decir, sucedía algo similar a lo

ocurrido en Bagdad con el terrorismo, pues si estallaba una bomba y mataba a 30

personas ya no era noticia, entonces si en Rio mataban a dos o a tres personas no era

noticia.

Al mismo tiempo había una incorporación del discurso de la ideología policial

que afectaba también a muchos diarios. Hubo además casos muy graves de violencia

contra los periodistas en las favelas, uno de ellos fue el de Tim Lopes4, quien fue

ejecutado cuando estaba realizando un reportaje investigativo en una favela. A partir

de ahí los reporteros nos dimos cuenta de que ya no estábamos en el mismo escenario

del pasado, cuando podíamos entrar y salir de esos lugares, así que empezamos a

poner en marcha algunas reglas de seguridad, como el uso de chalecos a prueba de

balas, carros blindados, entrenamientos de seguridad, etc. Sin embargo, en el 2008

ocurrieron otros hechos graves, aquella vez fue contra periodistas del diario O Dia de

Rio de Janeiro, quienes fueron torturados en una favela que era dominada por grupos

parapoliciales, el grupo que domina la otra banda de favelas5.

En ese contexto las políticas de Estado eran poco claras, la violencia era casi

estimulada por el Gobierno, que admitía una política de enfrentamiento, lo que

sonaba muchas veces para un policial mal preparado como una autorización para

matar. Entonces, la policía era violenta, ineficiente y mal preparada, y sus acciones

violentas tenían, muchas veces, el aplauso de la sociedad por todo ese contexto que

también la estaba afectando.

Al querer conocer esto más a fondo —qué era lo que motivaba la violencia—,

se me ocurrió que si entraba a la academia de policía y conocía la preparación de

estos oficiales, tal vez, podría comprender lo que sucedía en Rio de Janeiro y el papel

de la formación policial en el resultado de la violencia. Entonces, inicié un concurso

público para entrar a la institución. El proceso me tomó siete meses

aproximadamente, en los que realicé exámenes médicos, psicológicos y exámenes de

pesquisas sociales, en los que revisaron todo mi pasado, fueron a mi casa, entre otras

cosas. Solo así podría estar entre los policías sin que supieran que yo era periodista y

comprender de primera mano cuál era la realidad de los ellos y de su entrenamiento,

por qué esta era la policía que más mataba y moría, por qué era corrupta, quiénes

4 Periodista y productor de TV Globo, la cadena de televisión más grande de Brasil. 5 Secuestrados y torturados dos periodistas de un diario brasileño

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eran, qué pensaban los postulantes, por qué querían ser parte de una entidad en la

que iban a ganar alrededor de 450USD, que para la época era muy poco, por poner

en riesgo sus vidas y cuál era el papel del curso de formación.

Mis objetivos eran mostrar la policía por dentro y hacer una observación

directa y sin filtros. Claro, hubiera podido hacer un reportaje convencional, pero yo

creo que nunca hubiera tenido acceso a la información directa de otro modo, porque

si iba a entrevistar a un policía me iba a decir lo que quisiera, lo que fuese

conveniente para él y nunca hubiese sido una información real. Por el contrario,

entre ellos yo podría conocer mejor la ideología, la formación, escuchar sus historias,

sus vivencias y, además, tendría acceso a la experiencia del recluta. Por eso en este

caso la infiltración era el único medio, el método que yo pensé era viable.

Ahora bien, en general yo pienso que esa debe ser la última opción, no soy un

defensor de la infiltración en cualquier proceso de investigación, pero en algunos

casos es necesaria. Por supuesto, soy consciente de que tiene muchos riesgos, es una

inversión personal muy grande y conlleva un desgaste psicológico enorme; yo estuve

interno por un mes y antes de eso pasé por un proceso de siete meses sin poder

revelar quién era. Tenía una preocupación constante, pues era, al mismo tiempo,

policía y reportero, y tenía que hacer todo lo que los reclutas hacían y, a su vez,

enfrentarme a los aspectos éticos de la profesión, pues escuchaba todas las

conversaciones, hablaba con las personas y les hacía preguntas sin que estas supieran

que yo era periodista, entonces iba a denunciar a gente que desconocía mi verdadera

identidad y eso es un dilema. Ante esto me propuse algunas soluciones que no sé si

fueron ideales, pero fueron satisfactorias.

No utilicé grabadoras tanto para preservarme como para no causarles

problemas a quienes estaban en las conversaciones. Ahora, yo no sabía cómo actuar

encubierto, no soy un agente de la policía, sino un periodista. Entonces, tenía que

saber cómo comportarme, no hacer demasiadas preguntas y no hablar demasiado

para no atraer la atención, aunque tomaba nota de todo y si alguien decía algo yo

tomaba nota de inmediato. Siempre me preguntaban: “¿qué estás haciendo, quieres

ser el primero de la clase?”, “no entiendo por qué tomas nota de todo”. La gente no

entendía, pero lo hacía porque quería tener todo lo que escuchaba muy fresco.

Cuando había actividades fuera de la sala de clase volvía y escribía todo, lo que se

convertía en una doble jornada y en un desgaste enorme, porque yo era periodista y

policía, porque no podía dejar de hacer las cosas del entrenamiento y no podía

abandonar la investigación. Tuve muchas pesadillas con las canciones policiales que

tenía que memorizar y con las marchas, y a veces pensaba si valía la pena o no

exponerme y exponer mi familia.

En los discursos vi un grado de tolerancia muy alto y hasta de estimulo a la

violencia. Dentro de la academia decían, por ejemplo: “si te tiroteas con alguien de las

favelas y el tipo se rinde, ¿lo vas a detener?” y respondían “no, yo lo mato” y el otro,

a su vez, le decía “yo también lo mato”. Esto no dicho solo por los alumnos, sino

también por los instructores. Un instructor decía: “se aprende en la calle, eso se

aprende en la calle. Si disparaste por la espalda, tomas el arma, la colocas en la mano

del tipo, presionas el gatillo e invocas legítima defensa, pero eso en la calle, aquí no

aprendes eso”. Entonces, los discursos eran muy contradictorios y era probable que

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el recluta que estaba allí entendiera que podía hacer eso, que estaba liberado, porque

se manejaba un discurso semioficial o paraoficial. Recuerdo también a un recluta que

había sido baleado por criminales y en cuyo enfrentamiento habían ejecutado a un

amigo suyo por la espalda, él decía: “yo guardo el odio y los voy a matar si tengo la

oportunidad”. Todo esto estaba siempre muy presente, todo este discurso de

tolerancia y fomento de la violencia policial era muy frecuente y esa diferencia entre

el discurso oficial y el discurso informal (la academia y la calle) dejaba a los policías

confusos entre lo que podían y lo que no podían hacer.

Al mismo tiempo, lo que fue muy importante para mí como periodista fue ver

el otro lado, me di cuenta de que los policías vivían con constante miedo y,

evidentemente, ese miedo iba a estimular la agresividad cuando estuvieran en la calle

en operativos de verdad. Los instructores decían cosas como: “no salgan, no tomen

colectivo y si lo toman tienen que rezar para que no pase nada”, “pongan el uniforme

al revés dentro de la mochila y recen para que no les pase nada”. Otro superior, al

encontrarnos del otro lado de la academia, nos dijo: “no salgan así —con jeans,

camisetas blancas y la cabeza rapada— porque se van a dar cuenta de que son

policías. Hagan otra cosa, por favor, pueden ponerse en riesgo.” De manera que había

un miedo y un estrés constante, casi que paranoia de los policías y de ahí se puede

comprender mejor el estado de ánimo de ellos.

Conjuntamente, había una relación muy tensa y de resentimiento con la

sociedad, pues los policías no se consideran reconocidos por sus esfuerzos y los

riesgos que tomaban. Por ejemplo, un día estaban varios compañeros afuera de la

academia, pasó un auto y una chica gritó: “son unas lacras, ¡hijos de puta!”. De

manera que había rabia de lado a lado, un resentimiento que se puede ver reflejado en

hechos del día a día y que te hacen pensar que la sociedad tiene la policía que se

merece. Digamos que un policía detiene a un sujeto y la primera cosa que este hace es

ofrecerle una coima, pero después se va pensando que el oficial es un corrupto. Esto

deja al descubierto un resentimiento mutuo y explica, de alguna manera, el

resentimiento de los policías hacia la sociedad. Recuerdo una frase muy interesante

que le dijo un sargento a un soldado: “nadie te quiere, salvo tu perro”. Nadie te

quiere, entonces, la sociedad es casi como una enemiga.

También identifiqué claras deficiencias estructurales; no había computadoras

y las que había no tenían Internet, tampoco había papel higiénico, cada recluta debía

tener su papel higiénico y comprar el material de limpieza. Era una estructura

completamente equivocada en la que encontrabas baños con mal olor y proyectos que

nunca se llevaban a cabo. Por otro lado, difundían un discurso fuerte en contra la

corrupción, lo que me sorprendió positivamente.

Quiero dejar claro que lo que intenté fue hacer un retrato de la institución,

más que de los reclutas o de los instructores. Lo que hice fue enfocarme en el

elemento humano a través de las frases que decían y, justamente, la construcción del

texto fue hecha, principalmente, por las palabras de ellos mismos. Eso sí sin

juzgamientos, ellos hablaban por ellos y cada lector lo interpretaba a su manera. Para

eso tomé algunos cuidados, tanto por mi seguridad como por la seguridad de mis

compañeros en la policía. Lo que hice fue ocultar nombres y rostros, no revelar quién

era quién, porque para mí lo más importante era hacer un retrato de la corporación y

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no denunciar a una persona en específico. Además, tampoco sabía cómo iba a

reaccionar la policía y cómo iban a reaccionar mis colegas.

Un día antes de la publicación del reportaje los llamé por teléfono y les dije la

verdad; que yo en realidad era periodista y que estaba allí para relatar los problemas

que viven, las dificultades y todo el proceso de la academia. Les dije, a su vez, que era

un reportaje hecho no con la visión de un policía, sino con la de un periodista, que en

él encontrarían criticas, pero que también iban a estar representados e iban a

reconocer frases y hechos que habían vivido. Pues bien, la persona con la que hablé

estaba con un grupo de compañeros y, como imaginarán, la reacción fue: “¡Qué loco!

¡Gomide es periodista y va a publicar un reportaje mañana!”. “¿Hablaste de los

sueldos, hablaste de esto, de aquello?”.

Intenté tener mucho equilibrio y precisión para que no pudieran decir que

algo de lo que había escrito era mentira, yo no tenía nada grabado, todo estaba en

notas, entonces tenía una preocupación extra con la precisión. Fue un trabajo

periodístico normal en el que el lector podía saca sus conclusiones y lo que pasó

después fue muy interesante para mí, pues algunos policías me dijeron que por

primera vez se habían visto representados. Claro, no había solamente crítica, había

una humanización del poder policial, esto es, que los policías son humanos y que

tienen miedo. Otra cosa que me sorprendió fue que ellos no se vieran criticados por

la violencia, porque para ellos ese discurso ha sido naturalizado, quizás la

corporación sí se incomodó por un tiempo, pero los reclutas no, porque es algo

natural para ellos.

Ahora bien, decidí escribir un libro porque para mí fue una experiencia vital

muy importante desde el punto de vista personal y también profesional. Por

supuesto, después fui a la Franja de Gaza y a Egipto, pero si algo me ha marcado

como periodista hasta el día de hoy ha sido este reportaje, en el que hubo una

comprensión desde el punto de vista del policía para relativizar todo sin omitir nada,

pues es un trabajo muy crítico a la violencia policial, que también mostró el otro lado

de la historia.

Fue publicado en Folha de S.Paulo, en un especial de siete páginas, pero salió

solo un día, mientras que con el libro tenía la posibilidad de eternizar de alguna

manera un documento histórico y periodístico de un momento crítico de Rio de

Janeiro y de la policía. Asimismo, provocaba un debate sobre la policía, sus métodos

y sus entrenamientos, y también estimulaba a los periodistas y estudiantes a hacer

reportajes investigativos. Fue un trabajo inédito, que nunca se había hecho en Brasil

y por ello, quizás, recibí alrededor de tres invitaciones para hacer el libro.

Desde entonces ha habido un cambio significativo en Rio de Janeiro con las

unidades de policías de pacificación. La policía, por primera vez en 25 o 30 años, ha

entrado a las favelas, ha asumido el control real de los territorios y los narcos han

salido, han sido detenidos y se han incautado centenares de armas. Ahora hay un

departamento de policía especializado en este tipo de aseguramiento que estuvo

inspirado en el caso de la policía comunitaria de Medellín. Ha habido un cambio real

en la política de seguridad de confrontamiento y ha tenido resultados realmente

sorprendentes y efectivos, pues se pasó 1.330 civiles muertos por la policía en 2007 a

415 en la actualidad, esto es, casi un tercio de lo que era cinco años atrás. El número

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de policías muertos también ha disminuido porque hay menos enfrentamientos y los

índices de criminalidad en general se han reducido notoriamente. Sin embargo, no ha

habido cambios significativos en la formación policial, los mismos problemas

continúan, dicho esto por uno de mis excompañeros que ahora está en la escuela de

oficiales.

JACINTO RODRÍGUEZ MUNGUÍA

Del mismo modo en que Mariana Santos decía que no podríamos saber si en algún

momento la tecnología iba a poder captar las ironías, los actos humanos, yo tampoco

sé si algún día llegue la tecnología a transmitirnos estas sensaciones que nos da el

papel, este olor que nos dan los libros, la tinta, y que creo todavía tenemos la

oportunidad de percibir.

Les voy a hablar de una investigación que tiene como origen factores que,

aún cuando dentro de la rigurosidad de la metodología científica no se valoren, para

mí tienen un sentido, que va desde las casualidades y las necesidades, hasta la

conexión con un presidente medio loquito que tuvimos en México6 y mi pasión por la

historia. Las casualidades de querer abrir los archivos del pasado, de querer abrir los

archivos de la policía política y de la inteligencia de los años 60 y 70 en México. La

necesidad de trabajar —yo estaba desempleado cuando inicié la investigación—, lo

que me llevó a buscar recursos para mi familia, y mi pasión por la historia, que me

llevó a acercarme a esos archivos de los que se hablaba, esos que se iban a abrir, que

se iban a exponer y ¡oh sorpresa! La que me llevé.

Mi acercamiento con esos archivos me llevaría a encontrarme con miles de

cajas de papeles y al descubrimiento de cómo se conectan el pasado, el presente y el

futuro. Para fines periodísticos no hay manera de hacerse a un lado, claro, yo admiro

y reconozco que soy un seguidor de la tecnología y sé que ese es el futuro y que ahí

está el trabajo periodístico que vamos a seguir haciendo muchos, pero quizás se nos

olvida el pasado, se nos olvidan los papales, se nos olvidan los archivos.

Para mí fue una cosa maravillosa encontrarme con miles de cajas que

contaban por lo menos dos décadas de historia de México, dos décadas de lo más

conflictivas. Los años 60 y 70 con movimientos sociales en toda América Latina, pero

en el caso de México con la llamada “Guerra Sucia”, que pocos en América del Sur

dan como tal. Me refiero al hecho de que México era el país al que llegaban todos los

exiliados, era el paraíso para los chilenos, para los uruguayos, para los argentinos,

para los brasileños, etc., cuando allí mismo y por esos mismos años estaban, de igual

modo, desapareciendo a subversivos, a guerrilleros, a personas. Para el entonces

presidente Luis Echeverría Álvarez los de afuera eran héroes y los locales eran sus

enemigos.

Con lo que me voy a encontrar son cientos de documentos no clasificados en

donde estaba todo; estaban las relaciones de la iglesia, las relaciones de la iglesia con

el poder, las relaciones de empresarios, de artistas, de intelectuales y de periodistas.

6 Rodríguez Munguía hace referencia al expresidente mexicano Vicente Fox.

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Sin saberlo, sin imaginarlo fueron apareciendo y se fue documentando una parte de la

historia de México en cuanto a la relación de la prensa y del poder más allá de las

historias, más allá de las anécdotas que muchísimos periodistas en México han

contado. Lo que encuentro son documentos, pruebas, de cómo se acordaban

coberturas, cómo se acordaban concesiones, qué tipo de comunicación se daba entre

el Ministerio del Interior, los directivos de los medios de comunicación y los

periodistas, y cómo se llegaban a acuerdos sobre el tipo de información que debía

publicarse o no. Son dos décadas y son los dos presidentes de la época, Gustavo Díaz

Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, quienes van a cumular esa información.

¿Cómo sobrevivieron? Es el mismo caso de la mayoría de los archivos en

América Latina, y creo que es la lógica de todos los archivos en el mundo; algo

ocurre que no se desaparecen del todo. La mayoría de esos documentos tenían un

sello de “destrúyase” o “desaparezca este documento”. La anécdota que tengo es que

un personaje, en aquél entonces secretario de gobernación, molesto porque no fue el

sucesor de Luis Echeverría Álvarez decidió que sobrevivieran los documentos,

ordenó que no se destruyeran.

Lo que narro en este libro es cómo se fue tejiendo, por lo menos durante dos

décadas, una relación que va mas allá de la sola relación entre dos poderes —el poder

político y el de los medios de comunicación—, sino cómo, también, este tipo de

relación terminaría bloqueando toda una forma de ver la historia de México. Si en

México se conoce poco, para afuera de México se conoce nada lo que fue la Guerra

Sucia Mexicana y en eso los medios tuvieron una gran responsabilidad. Hay una

actitud, por lo menos en México, no sé qué tanto en América Latina, de

resguardarnos con la desmemoria. En el caso mexicano, a partir de que comienza una

transición en el año 2000, todos los poderes pasan por filtros de cuestionamiento: el

ejército, los empresarios, la iglesia, hasta la Virgen de Guadalupe. Todo mundo deja

de ser intocable, la Virgen de Guadalupe no se tocaba, no se hablaba de ella, no se

cuestionaba lo que pasaba en la Iglesia, pero todos dejan de ser intocables, salvo los

medios de comunicación. Los medios de comunicación en México van a pasar de

lado.

Muchas de las historias que me encuentro son los subsidios, los recursos que

les daban a los periodistas y a las revistas de manera directa, cartas personales a

periodistas famosos de aquella época como Jacobo Zabludovsky, quien todavía es un

gran personaje, toda una clase de colaboracionismo, de agradecimiento y de relación

directa con el poder. La mayoría de estos documentos son originales, no pasaron por

los filtros de los aparatos de inteligencia, no hay un trabajo previo de ordenación o

de organización de su información lo cual fue una gran suerte, que, además, implicó

dedicarle un poco más de tiempo de lo común a la investigación.

Dada la tarea, tuve que dedicarme solo a ella. El libro me llevo entre cuatro y

cinco años, y estar de manera permanente en el Archivo General de la Nación, es

decir, llegar a las 8:00 a. m. y salir al final del día, como si fuera un trabajador formal.

Debía revisar 3.052 cajas llenas de documentos en desorden, pero cuando te aparece

una cosa como esta, cuando te aparecen cartas, cuando comienzas a mirar a los

personajes de la prensa —que por mucho tiempo fueron mis referencias para hacer

periodismo, que eran como mis dioses, que eran como mis mitos— sabes que tienes

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un gran tesoro. Yo sabía que en ese archivo estaban las otras historias, las otras

partes de la historia de un México que no nos atrevemos a mirar, particularmente,

los medios. Podemos hablar de todos, pero hablar de los medios es algo que nos

cuesta mucho trabajo, no aceptamos mirarnos al espejo de lo que hicimos o no

hicimos. Encontrarme con ello fue para mí una verdadera locura y una gran pasión.

Durante esos cinco años estuve trabajando, fui acumulando mucha

información, porque en esas cajas, como les decía, no solo estaba la relación de los

medios y el poder, sino que estaba también, por ejemplo, las relaciones de los

intelectuales. En algún momento tuve que valorar eso, hablé con mucha gente que

me acompañó en todo este proceso, entre ellas Kate Doyle de la National Security

Archive con quien he trabajado mucho y quien, con una visión amplia, me dijo:

“primero publica los medios. Intelectuales es un mundo mucho más difícil y mucho

más complicado. Si no, no te lo van a perdonar, tienes que abrir primero con medios”.

Actualmente, me encuentro en la preparación de publicar lo que fue la relación de los

intelectuales con el poder, de esos intelectuales, escritores y pintores que me

derrumbaron, tal como me pasó con los medios y, quizás, peor.

Esa investigación terminó en un libro que tuvo un ruta muy difícil. Lo

publicó Random House Mondadori, pero se tocaron las puertas de todas las

editoriales sin tener éxito. Por casualidad mandé un adelanto del libro a una editorial

en España y resultó que era un sello del cual formaba parte también Random House

Mondadori7. Regresan el adelanto a México y me llaman y me dicen: “oye, nos

interesa tu libro, está buenísimo”, y les digo: “pero ustedes tienen la copia, ya tiene

un borrador y ¡lo tienen hace dos meses!”. Sin lugar a dudas, han sido una suerte de

casualidades las que han llevado a la publicación de este libro. Lleva entre tres y

cuatro años en el mercado, ya está en su edición de bolsillo y le ha ido bastante bien,

se han vendido alrededor de 20.000 ejemplares. Cabe señalar que no se vive de los

libros, se los puedo asegurar. Este tipo de investigaciones tiene un público, un

espacio; por ejemplo, en la academia le ha ido muy bien e, igualmente, fuera de

México.

Yo creo que entre las aportaciones particulares del documento está la que

tiene que ver con una estrategia de cómo controlar a los medios, cómo construir una

tiranía invisible a partir de la relación del poder con los medios. En el documento se

detalla cuál es la función de cada uno de los medios —la radio, la televisión, los

impresos, los semanarios—, cómo impactan y cómo controlan. En una de las

definiciones dice: “tomemos lo mejor de las dictaduras, pero apliquémoslo a una

democracia como la mexicana, hagamos pues una tiranía invisible”. Hoy, más o

menos, tengo entendido quién es el personaje que construyó esto, que es uno de los

intelectuales más importantes que tuvimos en esa época.

De las cosas que también se aprenden durante el proceso es que los

documentos son algo más que papel y letras. Esos materiales, esos documentos que

se encuentran en los archivos o que se registran en las entidades públicas son

historia. Yo tuve la oportunidad de aprender a dialogar con los documentos y a ver

7 El adelanto abordaba cómo Grijalbo, de aquellos años, se prestó para censurar el libro de Philip

Agee, el exagente de la CIA que reveló muchos secretos de ese entonces.

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que todo en ellos era historia: el tipo de letra, el tipo de papel, las marcas, quienes lo

firman y cómo lo firman.

Fue un reto cómo contar esto, no hay mucho trabajo hecho a partir de

archivos y eso implica, de pronto, crear un poco tu metodología y tus estructuras.

Cuando empezó la parte de escritura busqué quién había escrito en América Latina

investigaciones a partir de archivos históricos: casi nada. En ese caso, es necesario, a

partir de lo que tienes, crear modelos de explicación de la información.

Para mí ha sido una locura maravillosa todo este trabajo, pues conecta con el

presente; hay muchas cosas no se pueden explicar en México hoy, con relación a la

violencia contra los medios, contra los periodistas, si no se explican desde nuestro

pasado. No es casual que en la actualidad los medios y los periodistas en México sean

odiados por todo el mundo, pues la versión que tiene la sociedad de la prensa es que

es una vendida y, por lo tanto, ¿por qué vamos a defender una prensa que no está con

nosotros? Justamente, es eso lo que documenta el libro, es que eso sí ocurrió, es que

la prensa se vendió. Muchos de los periodistas que ahí aparecen son gente que en su

momento se incomodó por el libro, pero la versión que tengo de la mayoría de ellos

es: “pero así fue”.

Aquí la tecnología fue clave, muchas de las historias se reconstruyeron a

partir de todo lo que ya está en las redes. Claro, tuvimos que hacer otra clase de

cosas, como entrar a Cuba de turistas para realizar una entrevista que, a última hora,

se le ocurrió a Philip Agee darnos. Luego de tres años de búsqueda, un día me envía

un correo y me dice: “sí, acepto la entrevista, pero te espero el domingo”. Ese

mensaje lo recibí un jueves, yo no tenía visa para entrar a Cuba y si me presentaba

como periodista no me iban a dejar pasar, así que fue toda una aventura que narro en

el libro.

Para cerrar, hace unos días WikiLeaks desató su segunda temporada de

cables, en una de sus partes habla de cables de 1973 a 1976 que traen algunos datos

sobre la relación de los periodistas con la embajada de Estados Unidos en México.

Para mi suerte y para la del libro me dio mucho gusto ver lo que venía, para la

desgracia del periodismo, particularmente en México, confirma que seguimos

mirando hacia fuera o buscando hacia afuera respuestas. Fue un gran atractivo lo que

publicó WikiLeaks para los medios en México, cuando lo que tenemos en nuestros

archivos supera por mucho lo que lleva publicado WikiLeaks. Creo que ese es un reto

no solo de México, creo que en todos los países tenemos archivos, todos tenemos un

pasado como personas, pero también como país y la memoria es muy incómoda, y a

veces preferimos seguirla escondiendo, y a los medios nos encanta esconderla.

Podemos ver a todos y cuestionar a todos, pero a nosotros mismos simplemente no.

Hay una cantidad de investigaciones pequeñas que se han ido publicando a

partir de los archivos, yo ya vivo para siempre en ellos. En los archivos mexicanos

hay de todo y estoy seguro de que en los archivos de Colombia también hay de todo.

Los invito a que sigan usando las redes, a que sigan consultando WikiLeaks y a que

se metan a vivir el periodismo que están haciendo The Guardian y La Nación, pero

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también los invito a que no pierdan la oportunidad de ir a los archivos, esa es otra

manera maravillosa de hacer periodismo.8

PREGUNTAS DEL PÚBLICO

MARIO DE JESÚS IBARRA

Jacinto, ¿qué complicaciones le trajo esta investigación, qué problemas le causó con

los periodistas? Nosotros nos molestamos mucho cuando nos cuestionan, así que me

gustaría saber si los periodistas se molestaron con usted, si lo recriminaron.

JACINTO RODRÍGUEZ MUNGUÍA

Sí, fue un poco difícil, sobre todo, cuando se publicó el libro. La mayoría de los

medios lo evadió, particularmente, la revista Proceso. A ellos les dieron un adelanto

para que lo publicaran y como uno de los personajes que se ven ahí es Julio Scherer

García decidieron no publicar el material.

La investigación se ha abierto paso sola. Hubo gran respuesta desde el

exterior, lo que hizo que se abriera buen paso hacia el interior. El libro se ha ganado

su lugar, la investigación se ha ganado su lugar y no ha habido un solo

cuestionamiento, una sola cosa en la que se diga que se miente. Crucé mucha

información, me llevó tres o cuatro años la investigación y por lo menos un año y

medio de escritura, pero creo que hoy es reconocida como una investigación que no

trató de molestar a nadie ni de molestar por molestar, ahí estaban los materiales y yo

no los guarde, esas son las pruebas de algo que yo no hice, de algo que hicieron ellos.

Por supuesto, perdí a algunos colegas, amigos con los cuales no volví a tener

relación.

PARTICIPANTE

Jacinto, ¿cómo hizo para que los comentarios en contra, las criticas que tuvo la

investigación, no fueran encaminadas a decir que el trabajo se hizo por enemigos de

esa prensa o de esa parte política? De otro lado, quisiera saber de qué vivió usted

durante los años que trabajó en la investigación.

JACINTO RODRÍGUEZ MUNGUÍA

Yo creo que al final los editores y directivos de medios, lo he sabido por amigos

comunes o de manera directa, han reconocido muy bien el trabajo. Claro, los

directivos de medios no lo van a decir públicamente, pero se ha vuelto un libro de

consulta y hasta les sirve para estarse golpeando entre ellos.

8 Viste el blog: “La tiranía invisible”.

Page 12: Las investigaciones que se convierten en libros

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Yo creo que hay que dedicarle tiempo a las investigaciones, a veces la vida

entera y eso fue lo que ocurrió. Hoy puedo decirles que cuando vi aquellas cajas vi un

tesoro, no solo de información, sino un tesoro para vivir y, de hecho, eso se volvió mi

vida. Los últimos ocho años de mi vida han sido los archivos, claro, he hecho otras

cosas —estoy en la universidad, dicto clases, estoy en radio y estoy preocupadísimo

por el asunto de la violencia contra los medios—, pero los archivos me siguen

llamando.

Cuando comenzaron a aparecer la piezas la mayoría de los medios comenzó a

comprarme información y pude haberme quedado en eso, en publicar piezas, pero me

aguanté y esperé al momento adecuado para publicar, y creo que valió la pena.

GINNA MORELO

Rafael, ¿cómo solucionaste los dilemas que implicó el hecho de hacer un trabajo

periodístico de infiltrado?

RAPHAEL GOMIDE

Creo que uno de los deberes del periodista es revelar la verdad de los hechos que son

importantes para la sociedad, y ese tema de la formación policial era importante para

la sociedad y valía la pena hacerlo, creo que el beneficio era más grande que el

dilema. Yo no tengo problema con haber estado infiltrado, creo fue legítimo y creo

que protegí a las personas, así que estoy tranquilo con eso, pues no revelé las caras

de las personas ni sus nombres.

GINNA MORELO

Raphael, ¿cómo lograste que los posibles sentimientos o afectos que se generaron

con los policías no afectaran el proceso de redacción del libro o que en determinado

momento no te afectaran a ti?

RAPHAEL GOMIDE

Yo tenía un objetivo muy claro, yo sabía que ellos no eran mis amigos, eran fuentes.

Claro, eran también mis colegas y teníamos una relación muy buena, pero eso no me

impidió escribir. Como mencioné anteriormente a los colegas les gustó el reportaje y

seguimos en contacto hasta hoy, de hecho, muchas informaciones nuevas han venido

de colegas que estaban conmigo y que han comprendido completamente mi función.

Pienso que ellos comprendieron el reportaje como algo que fue hecho de manera

ética, sin mentiras, que retrató la realidad y por eso fue importante tener visión con

precisión, pues nadie me refutó, nadie dijo que había algún dato equivocado.

GINNA MORELO

¿Qué tipo de repercusiones tuvieron luego de la publicación de los reportajes en

materia de seguridad?

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VI Encuentro de Periodismo de Investigación Consejo de Redacción

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RAPHAEL GOMIDE

Al día siguiente de la publicación tres grupos de policías fueron a la casa de mi madre

para intimidarme, yo no estaba, me encontraba trabajando, pero ellos se quedaron

allí por un buen tiempo. Después, un grupo de la inteligencia, del centro de

entrenamiento, empezó a hablar con todos los vecinos y a preguntarles cosas sobre

mí, decían que yo estaba en un proceso de selección, preguntaban si yo usaba drogas,

si tenía problemas con otras personas, supongo que para poder intimidarme. Al final

tuve que hablar con el vicegobernador y la persecución cesó.

JACINTO RODRÍGUEZ MUNGUÍA

Uno de los resultado de este trabajo es que algunos medios no me van a volver a

publicar. Ahora bien, la historia de Cuba para mí es de lo más fuerte que viví en

términos de riesgo, pues entré como turista y no como periodista, y si hay en el

mundo un aparto de inteligencia fuerte es el G2 cubano, con él no se juega y lo viví

de manera directa. De otro lado, en algún momento la fiscalía especial que se nombró

para manejar el tema de la Guerra Sucia Mexicana pretendía hacer un informe

maquillado de lo había sido esta. Un contacto interno supo de eso y me pasó el

informe no oficial y el informe oficial dos semanas antes de que este se publicara. Eso

generó un poquito de ruido, porque muchos de los entonces directores de los

aparatos de inteligencia aún estaban vivos, así que hubo algunas cosillas que no

pasaron de llamadas y seguimientos. Cuando ocurrió eso yo decidí dejar un rato los

archivos, para mí no hay nada más importante que la vida, así que cuando empezaron

este tipo de cosas dejé el tema por un rato y se calmaron las cosas.

GINNA MORELO

Jacinto, esos miles de documentos son como un universo en el que fácilmente pudo

haberse perdido. ¿Cómo fue el proceso de organización de todos esos archivos y qué

hilo conductor encontró para ponerle un orden a tanta información?

JACINTO RODRÍGUEZ MUNGUÍA

La verdad es que me perdí. Fue difícil, eran miles de documentos, pero la clave del

libro, lo que le dio estructura, fue el documento del que les hablé anteriormente y

que se escribió en 1964. Es un trabajo de un hombre muy avanzado que era filosofo,

por lo que tengo identificado, creo que el único mexicano que fue alumno de

Heidegger. Ahora bien, los archivos te demandan toda la paciencia del mundo y ahí

vas aprendiendo de ellos, se te van dando las pautas y bueno por eso se necesitó

mucho tiempo para rehacer y reescribir. No sé si esa fue al final la mejor estructura,

pero ya no podía más, eso fue lo que quedó y creo que no quedó tan mal.

GINNA MORELO

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Raphael, ¿cómo fue el manejo de la libreta de apuntes? ¿Cómo pudiste tomar tantas

notas y no llamar la atención de los compañeros de la escuela? Finalmente, ¿cómo

lograste, posteriormente, armar esa información?

RAPHAEL GOMIDE

Al principio, en el proceso de selección, tomaba notas en papelitos chicos, así escribía

pocas cosas. Después, cuando ya estaba en la academia tomaba notas en mi cuaderno

de estudiante y cuando las clases eran fuera de las aulas escribía todo lo que

recordaba tan pronto regresaba. Al principio llamé un poco la atención, pero después

todo se normalizó. En cuanto a la información, me tomó bastante tiempo organizarla,

pero lo logré y en el diario la investigación se publicó por tópicos, lo que facilitó la

lectura del trabajo.