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Número MATIAS ROMERO 2017 34

MATIAS ROMERO - OaxacaA Matías Romero México no acaba de pagarle con toda la gratitud, su obra inmaculada de una gente bien nacida. Guillermo García Manzano. 4 Carta de vida Don

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Número

MATIAS ROMERO

201734

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Mtro. Alejandro Murat HinojosaGobernador Constitucional del Estado de Oaxaca

Mtra. Ana Isabel Vásquez Colmenares GuzmánSecretaria de las Culturas y Artes de Oaxaca

Lic. Guillermo García ManzanoDirector General de la Casa de la Cultura Oaxaqueña

Lic. María Concepción Villalobos LópezJefa del Departamento de Promoción y Difusión

Lic. Rodrigo Bazán AcevedoJefe del Departamento de Fomento Artístico

Ing. Cindy Korina Arnaud JiménezJefa del Departamento Administrativo

C.P. Rogelio Aguilar AguilarInvestigación y Recopilación

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Un personaje indeleble

Uno de los personajes más importantes para México en el siglo XIX, es Matías Romero. No podríamos explicarnos

la política exterior mexicana en las gravísimas circunstancias que nuestro país vivió en esa centuria provocadas por la am-bición expansiva de los Estados Unidos de América, por la in-tervención francesa de Napoleón III empujando al hermano menor del emperador Francisco José el Príncipe Maximiliano de Habsburgo a quien un grupo de traidores ofreciera la co-rona para constituir el Segundo Imperio Mexicano y comba-tir los ideales liberales y libertarios del poder legítimamente constituido por la presidencia de Benito Juárez García; por las presiones contradictorias y muy ampliamente explica-das por las cínicas controversias en las actitudes asumidas por diversos actores externos e internos de la intervención y también por las argucias y la tenebrosa actividad desplazada

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por William H. Seward que fuera sin duda el más idóneo re-presentante de los intereses estadounidenses para poner en práctica la política exterior de ese país y por la vía “diplomá-tica” asegurar la desestabilización del México Independien-te; por las presiones internacionales para salvar la vida del frustrado emperador Maximiliano I, debilitando así la energía, la serenidad y el derecho que asistía a los mexicanos para demostrarle al mundo la no intervención que resultara en el ajusticiamiento en el Cerro de las Campanas y en el resta-blecimiento de la República donde históricamente quedaría escrito el apotegma “Entre los individuos, como entre las na-ciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

Nadie como Matías Romero para sortear todas las vicisitudes que su ejercicio diplomático requirió para no agravar, para dignificar y para hacer de México un país respetado.

Pero Matías Romero no sólo fue el gran diplomático, el hom-bre sabio que cargó con el fuego de todos los francotirado-res del país del norte, de los europeos intervencionistas y de los mexicanos conservadores y siempre cuestionados, tam-bién fue el inteligente hombre de las finanzas públicas, aquel que le diera una estabilidad a la hacienda mexicana.

A Matías Romero México no acaba de pagarle con toda la gratitud, su obra inmaculada de una gente bien nacida.

Guillermo García Manzano.

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Carta de vidaDon Matías Romero nació en la ciudad de Oaxaca en 1837, en el

tiempo en que a pesar de las constantes guerras partidarias, asonadas, cuartelazos y cambios de régimen que se dieron después de que nuestro país alcanzó su independencia de la metrópoli española, la vieja Antequera era remanso de paz y de vida tranquila que transcurría por sus días luminosos, su ambiente provinciano y sus bellos parajes que don Juan B. Carriedo describió así: “ Oaxaca presenta por el sur una hermosa vista; vese trepar arrogante al majestuoso cerro de San Felipe del Agua hasta las nubes, cubierto siempre de verde vegetación; se ve a sus plantas un grupo verdinegro: son los pueblos de San Felipe y Huayapan: las haciendas de San Luis y Aguilera, por cuyas tierras serpentea la atarjea que se pierde dentro de los edificios de la ciudad; de ésta se levantan las torres de Santo Domingo y las chatas de la catedral, el cimborrio colorado de la Concepción y, rodeados de cipreses y de fresnos, los últimos campanarios y cimborrios de San Francisco y Consolación”.

“Al lado izquierdo poniente de la ciudad, se ven tres picos de una colina, cubiertos de menuda yerba, abrazar osada la gran montaña de San Felipe: el suburbio de la ciudad llamado El Peñasco, está colocado sobre su falda; sobre estas casas desiguales, sobresalen las torres del monasterio de la Soledad, tras del que, hileras de árboles, marcan o señalan las calles de la villa del Marquesado, rematando el pueblo en campiñas risueñas, llenas de sembrados, regados por el claro Atoyac; éste tiene por términos en sus riberas a los graciosos pueblos de San Juan Chapultepec y San Martín Mexicapan, colocados al pie del magnífico Monte Albán”.

En esta tranquila ciudad de poco más de veinte mil habitantes, transcurre la niñez de Matías Romero, quien al uso de la época, toma clases de nivel primario con un profesor particular de nombre Clemente Ramírez, para continuar sus estudios en el Seminario de la Santa Cruz ubicado en el edificio situado en la esquina de las calles ahora llamadas de Macedonio Alcalá y Avenida Independencia, de donde salió a la edad de once años para inscribirse en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado. El ambiente y la importancia del colegio lo describe uno de sus directores, el Lic. Félix Romero: “Este establecimiento estuvo expuesto a todas las fluctuaciones de la política de la República, desde el día de su fundación hasta el año de 1857, en que el Plan de Ayutla

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y la Constitución nacional devolvieron al pueblo mexicano todos sus derechos y libertades, siendo notable su actitud contra el gobierno conservador de 1830 a 1832, en que el General Bustamante ocupó el poder; en 1836, al proclamarse bajo la presidencia del licenciado José Justo Corro, con la expedición de las Siete Leyes, llamadas constitucionales, el sistema central, y sobre todo, en 1853, cuando al volver el General Santa Anna al ejercicio del mando supremo por los convenios de Arroyo Zarco, parecía haber decretado el exterminio del partido liberal. Puede asegurarse que ya en ese año quedaba establecida y predominando esa escuela en el Estado, teniendo al Instituto, de donde era jefe el licenciado Benito Juárez, como el Prometeo que esparcía su fuego tanto hacia los clubes secretos como a las columnas de algún valiente periódico, o sobre los desfiladeros y encrucijadas donde la mano del despotismo no podía alcanzar a los guerrilleros. Podía decirse que se batía en todos los terrenos en que silbaba el látigo del tirano.

“Tiempo es ya, dados los anteriores antecedentes y las circunstancias por que atravesamos, de poder apreciar la influencia que el Instituto de Oaxaca, formando una escuela liberal, ha tenido en la marcha del país. De esta escuela salieron luego, para sostener las libertades públicas contra la dictadura de Santa Anna, y después la Reforma y la autonomía nacional contra el oscurantismo, el retroceso y la traición, armando y conduciendo al pueblo a la defensa de sus derechos y dictando providencias de salvación de todo género, dos presidentes: Benito Juárez y Porfirio Díaz; siete ministros de Estado: Ignacio Mariscal, Manuel Ruiz, Ignacio Mejía, Manuel Dublán, Matías Romero, Justo Benítez y Manuel José Toro; ocho diputados al Congreso Constituyente de 57, los cuales sostuvieron, ya en la tribuna o en los campamentos militares, la obra que salió de sus manos; debiendo llamar la atención que desde la primera restauración constitucional verificada bajo el gobierno de Juárez contra Miramón y Zuloaga y continuada por el General Díaz desde la caída de Lerdo hasta la fecha, han corrido ya muchos años, en cuyo periodo nadie puede poner en duda la influencia ejercida por el elemento oaxaqueño en la cosa pública. A propósito: sus afiliados o representantes han ocupado y ocupan actualmente lugar distinguido en las Cámaras de la Unión, en las esferas judiciales, en las gubernaturas de los Estados, o desempeñan otros puestos y comisiones tanto civiles como militares en que se advierte o se siente desde luego su acción”.

Por negocios familiares, acompañó a su padre en un viaje a la ciudad de México en 1854 y ya no pudo continuar sus estudios en el Instituto oaxaqueño, pues al siguiente año, la familia tomó los caminos montañosos hacia la ciudad de México, cruzando la sierra sur de Oaxaca hacia Puebla. Una vez establecido en México, se dedicó a atender asuntos familiares, cobrando algunos créditos otorgados por su padre. Siempre conservó los hábitos católicos tradicionales en su familia y asistía regularmente a misa. Además de dedicar su tiempo a los asuntos

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comerciales relacionados con problemas monetarios, letras de cambio y cuentas con el Banco Suizo – Mexicano de Jecker. De día caminaba por la capital, paseando de la gran catedral a la verde alameda. Disfrutó de panoramas, oficinas, tiendas, iglesias y de la gente de la entonces pequeña ciudad de México. Las noches las repartía entre sus amigos y sus entretenimientos favoritos: la ópera y el teatro.

Santa Anna ejercía el poder ejecutivo y Romero, a sus diez y seis años, trató de incorporarse a la burocracia central, de preferencia en el Departamento de Relaciones Internacionales. Su juventud y poca preparación se lo impidieron, por lo que decidió capacitarse más para lograr culminar su proyecto, tal vez muy atrevido, de ser designado para la legación mexicana en Londres. Abandonó su interés juvenil por la poesía y las bellas letras así como en los argumentos idealistas de las inacabables discusiones a que tan afectos son nuestros paisanos.

En el mismo año de 1855, se inscribió en la Facultad de Leyes de la Universidad Nacional, donde concluyó la carrera de abogado, comenzando a ejercer la profesión en 1857 con extraordinaria aplicación, juicio y capacidad extraordinarias, al decir de varios integrantes de la Barra de Abogados, a la cual ingresó en septiembre de 1857 después de aprobar el examen profesional en el cual tuvo como jurado principal al también oaxaqueño Ignacio Mariscal. Al siguiente mes, recibió una felicitación del Lic. Benito Juárez por “la culminación de su carrera y el gran honor que significa para nuestro Estado”.

Con el cambio de régimen, Benito Juárez pudo apoyar a Matías para que ingresara como empleado al Ministerio de Justicia y Negocios Eclesiásticos, del cual era titular Juárez. A partir de este hecho, la correspondencia entre Juárez y Romero es abundante, casi siempre abordando asuntos políticos y económicos o con promesas de Juárez de ayudarlo a que llegara a la legación de México en Londres. Comenzó a estudiar inglés y francés y a escribir un libro al que llamó “Tabla sinóptica de los tratados firmados por la república mexicana” mismo que terminó en 1859. Era un documento muy útil para la diplomacia mexicana, porque consignaba los tratados, las fechas, los títulos, los nombres de los negociadores nacionales y extranjeros y un breve sumario de las relaciones exteriores.

Cuando buscó la publicación de su obra, se vio obstruido por los jefes de relaciones Exteriores Sebastián Lerdo de Tejada y Lucas de Palacio. Ambos encontraron argumentos burocráticos, administrativos o financieros para postergar la publicación, hasta que Lerdo fue sustituido por Juan Antonio de la Fuente. Benito Juárez había salido hacia Oaxaca para hacerse cargo de la gubernatura y no aceptó que lo acompañara Matías Romero. En noviembre de 1857, Juárez regresó a la ciudad de México y Romero lo entrevistó en el hotel Iturbide y le contó su situación. Don Benito tomó protesta como presidente de

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la Suprema Corte de Justicia, pero no pudo apoyar a Matías por la rebelión del General Zuloaga, conservador que se proclamó Presidente de la República, ante lo cual don Benito asumió la presidencia, pues así lo establecía la Constitución, que daba la presidencia de la Suprema Corte como relevo de la presidencia de la República en caso de que, por cualquier circunstancia, faltara el titular.

El gobierno encabezado por Benito Juárez tuvo que salir hacia el centro de la república y allí lo siguió Matías Romero y los alcanzó en Guanajuato. A pesar de la situación apremiante, Juárez lo presentó con Melchor Ocampo, ministro de Relaciones Exteriores con quien también conoció y trató a Guillermo Prieto, de la Fuente y otros liberales. En febrero de 1858 recibió su primer sueldo de 30 pesos como secretario ayudante de Relaciones Exteriores. En julio de ese año ya había subido un escalafón y duplicado su sueldo. El gobierno errante llegó a Guadalajara.

Un vez establecidos en esta ciudad, el gobierno juarista se sintió más seguro pues estaban protegidos por la cortina formada por los ejércitos liberales coaligados. Pero a los pocos días una parte de esos soldados fueron derrotados en Salamanca donde el General conservador Osollo derrotó al liberal Parrodi que se retiró a Guadalajara. Antonio Landa, jefe del quinto batallón de línea se “pronunció” contra el gobierno juarista y como eran los militares que resguardaban el palacio de gobierno, el presidente Juárez y sus acompañantes, entre los cuales se encontraba Matías Romero, sufrieron la agresión de los alzados que llegó hasta la amenaza de muerte al Presidente, salvado por la convincente oratoria de Guillermo Prieto de la que permanece una frase: “sois unos valientes y los valientes no asesinan”. Después de este macabro incidente, el presidente y su comitiva se dirigieron a Colima defendidos por la escolta que organizó Leandro Valle, en la cual se integraron jóvenes burócratas como Matías, a los que los militares llamaban “ratas de oficina” pero que en esta ocasión supieron batirse como si toda la vida hubieran sido soldados.

El grupo liberal continuó a Colima y luego a Manzanillo donde se embarcaron rumbo a Acapulco y luego a Panamá para atravesar por el canal y embarcarse nuevamente con rumbo a La Habana y Nueva Orleans a donde Matías Romero llegó medio muerto, pues el mareo lo atacó durante todo el viaje. Para el mes de mayo tuvo que embarcarse nuevamente con rumbo a Veracruz en donde ayudó a Ocampo en los detalles del tratado McLane – Ocampo, pues estaba adscrito en la sección americana de Relaciones Exteriores. Al finalizar el año 1859 fue nombrado encargado de negocios con los Estado Unidos, por lo que sostuvo pláticas, todavía en Veracruz, con Mr. Churchwell, enviado especial del Presidente Buchanan quien había reconocido al gobierno de Benito Juárez.

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En el mismo año aún tuvo tiempo de ayudar a Ocampo a traducir al anarquista francés Prudhon y lo acompañó como ayudante en la cartera de Gobernación mientras continuaba perfeccionando su inglés hasta que en noviembre de ese año, De la Fuente, ahora ministro de Relaciones Exteriores, le notifica su nombramiento como secretario de la delegación en Washington por lo que don Matías salió de México por Veracruz el 1 de diciembre a bordo del Tennessee y después de un pesado y mareado viaje llegó a Nueva Orleans continuando en ferrocarril, en el llamado “ferrocarril de todos” pues lo podían abordar fumadores, sucios viajantes y algunos esclavos. Pasando por Chatanooga, Knoxville, Lynchburg, Richmond, llegó a Washington la víspera de navidad de 1859.

Su situación en Estados Unidos era precaria y difícil pues no conocía a nadie y tampoco los conflictos que llevarían a Estados Unidos a la guerra civil. Todo lo superó con arduo trabajo aunque tenía un sueldo lamentable por escaso y a veces ausente. La siguiente década lo obligó a quedarse en Washington para trabajar por México y por Benito Juárez con intensidad, inteligencia y lealtad. Sus visitas, discursos y escritos lo hicieron muy conocido de los ciudadanos y dirigentes de Estados Unidos y ocupan numerosos volúmenes y archivos. Todas sus gestiones quedaron registradas en los comunicados que enviaba a la Secretaría de Relaciones Exteriores y al presidente de la República Mexicana. Es difícil determinar cuáles son las más importantes, por lo que señalaremos algunas, tal vez poco recordadas en los libros de Historia de México.

A la llegada de Romero a Washington, el embajador y ministro plenipotenciario de México en Estados Unidos era don José María Mata, quien desempeñaba una difícil encomienda en las relaciones México norteamericanas, pues el presidente Buchanan no veía con buenos ojos a los gobiernos de México por su inestabilidad y constantes enfrentamientos entre liberales y conservadores, por lo que Buchanan había propuesto y logrado, con la guerra de Texas, arrebatar este territorio a México, anexándolo a los Estados Unidos.

En agosto de 1861 don José María Mata fue llamado a desempeñar otro cargo en la ciudad de México y quedó como representante interino de la delegación diplomática en Washington, don Matías Romero. En mayo del siguiente año, Benito Juárez autoriza a Manuel Doblado, Ministro de Relaciones Exteriores, nombrar embajador y ministro plenipotenciario a Matías Romero. Con la llegada de Lincoln a la presidencia de los Estados Unidos, su Senado ya no ratificó el tratado McLane Ocampo que tantas críticas trajeron al gobierno de Benito Juárez. Sin embargo, la suspensión del pago de la deuda exterior, decretada por Juárez en julio de 1861 y los amagos norteamericanos por hacerse de otra porción de nuestro territorio, o integrarse en un convenio que garantizara más dominio sobre nuestro país, desencadenaron la invasión francesa que se originó con la firma de la Alianza tripartita entre Inglaterra, Francia y

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España, formada con el pretexto de cobrar la deuda que Juárez había dejado de pagarles.

Por los mismos años, la guerra civil o de secesión entre el norte y el sur de los Estados Unidos, ofrece a Napoleón III la oportunidad de invadir México. Desde Washington, Matías Romero seguía con atención los pormenores del enfrentamiento entre federados y confederados, pues el norte y su presidente Lincoln apoyaban a los liberales. Con la victoria de las fuerzas sureñas en la batalla de Bull’s Run, de la cual Romero envía parte detallado a su cancillería, se abre la puerta a los invasores franceses, ya que al llegar a las costas mexicanas, se rompe la Alianza tripartita con el retiro de la misma, de Inglaterra y España que no estuvieron dispuestas a colaborar en la invasión del territorio mexicano.

Para fines de 1864 la guerra de secesión se inclinaba a favor del norte y se anunciaba una política de Estados Unidos impregnada de la doctrina Monroe que proclamaba que en América no se aceptaría la colonización europea. El ejército norteamericano pedía apoyar a México contra los franceses, como pudieron constatarlo don Manuel Doblado y don Matías Romero en una visita que realizaron al cuartel general de Grant, donde el General mexicano fue recibido como un triunfador y aclamado con entusiasmo por el ejército del Potomac, recibiendo de los Generales Grant, Meade y Butler, el ofrecimiento de llevar sus tropas a México para expulsar a los franceses. Sin embargo, en diciembre de ese año, don Matías pasó por una crisis nerviosa que alteró sus ideas, de ordinario firmes aunque poco sintéticas, porque oyó decir que al reelegirse Lincoln, su gobierno reconocería el imperio de Maximiliano que ya se había establecido en México, a cambio de un servicio igual por parte del gobierno francés.

De pronto creyó que la noticia era absurda por opuesta a la voluntad del pueblo de los Estados Unidos y en contradicción a los intereses nacionales. Mas, en un viaje a la ciudad de Nueva York, una persona digna de todo crédito le confirmó la desagradable noticia. De inmediato, don Matías se empleó en proponer estrategias para lograr que ese reconocimiento no se diera y se le ocurrieron tres. La primera era provocar manifestaciones populares. La segunda: hacer explicaciones confidenciales que patentizaran los malos resultados del reconocimiento de Maximiliano y la tercera: hacer promesas que neutralizasen las ventajas esperadas del gobierno francés. Para los dos primeros puntos no tenía que hacer más que dirigirse a los muchos amigos de México y partidarios de la doctrina Monroe, para que, por la vía de una declaración pública y de las explicaciones privadas, impedir una política contraria al americanismo tradicional.

En cuanto a la tercera, el mismo Romero se expresaba así: “Un amigo de nuestra causa y que es persona que tiene intereses en México, nos había propuesto, al señor Doblado y a mí, como el mejor y

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único modo de conseguir fondos con que comprar armas y activar la guerra para arrojar al invasor de nuestro territorio y de empeñar a este gobierno en nuestra causa, la venta a los Estados Unidos de la Baja California y una parte de Sonora, que diera a éste país un puerto en el golfo de Cortés. Yo deseché desde luego esa indicación”. Sin embargo, la vuelve a reconsiderar para negociar el no reconocimiento del imperio de Maximiliano por los Estados Unidos. El 22 de octubre acude en compañía del General Doblado, a una comida organizada por Seward, Secretario de Gobierno de Lincoln y de ese evento envía a su cancillería el siguiente reporte: “Mr. Seward hizo en el curso de la comida frecuentes alusiones a los asuntos de México y en todas ellas daba a entender que estaba muy lejos de reconocer el gobierno de Maximiliano. En una ocasión llegó hasta decir que no consideraría terminada la cuestión actual en los Estados Unidos, sino hasta que no hubiera dependencia ninguna europea en el continente americano y hasta que todo él estuviera regido por instituciones republicanas. La impresión que me quedó después de haberlo oído, fue la de que, o es el hombre más falso que existe sobre la tierra, que sin necesidad hace alarde precisamente de lo contrario de lo que siente, o que no había pensado en comprometerse en reconocer a Maximiliano. Después de haber visto otros muchos incidentes que sería largo enumerar aquí, he llegado a creer que el segundo extremo es el fundado.”

En realidad, antes de sus elecciones, ni Seward ni Lincoln aceptarían algún tratado, por más favorable que fuera para sus intereses. Más adelante, habría que determinar el costo que significaría su intervención con apoyos militares porque el pago de esta ayuda sería la cesión de una parte de Baja California, Sonora o Tehuantepec, como ya se había indicado en el nefasto tratado McLane - Ocampo. Romero escribía al respecto: “Si nosotros hemos de tener que recurrir alguna vez a este país para que nos ayude a arrojar a los franceses del nuestro; o si, a nuestro pesar, este país ha de tener que intervenir en nuestros asuntos, y si en ambos casos hay peligro grave de que perdamos una porción de nuestro territorio, parece que la política más sabia y patriótica sería la que tratara de reducir la pérdida a la menor porción posible”.

Por otra parte, lo más probable que sucediera, lo expone Romero así: “Una vez terminada la guerra civil en los Estados Unidos, la necesidad que este Gobierno tendrá de intervenir en la cuestión de México, ha de ser de tal manera imperiosa, que entonces será él quien nos solicite para tener la ventaja de nuestra ayuda, y dar a su intervención, aunque esta no sea armada, como debemos procurarlo, el colorido de justicia, legalidad y fuerza moral que tendrá, procediendo de acuerdo con nosotros. Entonces nosotros estaremos en posición de poner condiciones, mientras que, si ahora promoviéramos alguna negociación en este sentido, acaso tendríamos que aceptar las que se nos impusieran”.

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Y continua así: “Discutiendo con el General Doblado lo que sería conveniente hacer en vista de las presentes circunstancias, llegamos a convenir que él, como particular y expresando simplemente su opinión, dijera que creía conveniente que el Supremo Gobierno vendiera a los Estados Unidos la Baja California y una parte de Sonora; que estaba dispuesto a recomendar esa medida al Presidente y que la creía de fácil realización. Pareció que, procediendo así, podríamos dar a este gobierno más interés en no reconocer a Maximiliano, y aun llegar a saber qué haría si se le llegaba a proponer dicho arreglo, sin que por eso nos comprometiéramos a nada, supuesto que ya no había de aparecer oficial ni extraoficialmente en el asunto.”

La venta de territorio nunca estuvo en la mente de Juárez; aun a falta de la ley que se lo vedara, era bastante para impedírselo su patriotismo, por lo que el ministro Lerdo de Tejada envió la siguiente nota a Romero: “Respetando los principios que nuestras leyes fijan, podría usted, cuando llegase la oportunidad, que los Estados Unidos auxiliaran eficazmente la causa de la República, no sólo con un auxilio moral que, como indica usted, pudiera consistir en protestas o tal vez en amenazas, sino también con un auxilio físico, que consistiera en dinero, en elementos de guerra, o aun en fuerzas que tuvieran el carácter de auxiliares de la República. En el caso de celebrarse algún tratado o arreglo para que los Estados Unidos prestasen físicamente su auxilio, podría tener el carácter de un tratado de alianza para repeler la actual invasión de México, o aún podría tener el carácter de un tratado en que se elevase la doctrina Monroe a la clase de un principio permanente que impusiera la obligación de ayudarse en todo tiempo para rechazar cualquier intervención europea en los asuntos exclusivamente americanos. El Gobierno creería aceptable uno u otro carácter, así como algún otro semejante, aunque siempre sería preferible lo que diera el resultado de auxilios eficaces en la lucha actual con menos compromisos para el futuro. Respecto de garantías para el pago, pudiera considerarse lo que fuera posible respecto de la consignación de alguna parte de las rentas de la República o de los productos de la enajenación de bienes nacionales y terrenos baldíos, debiendo siempre evitarse cualquier hipoteca o compromiso sobre una parte del territorio, que pudiera acarrear alguna cesión futura del mismo”.

Otro problema que tuvo que enfrentar don Matías fue la presencia del General González Ortega en Estados Unidos. Destacado militar improvisado, Ortega había ocupado la Secretaría de Guerra y la Presidencia de la Suprema Corte que le daba acceso a la presidencia de la república en caso de ausencia de Juárez. Diversas diferencias con don Benito, llevaron a González Ortega a viajar a Estados Unidos donde tuvo una entrevista con el Presidente Johnson quien lo recibió cordialmente. En México contaba con muchos partidarios, civiles y militares, quienes lo apoyaban para que fuera candidato a la presidencia al terminar el periodo de Juárez. Pero éste prolongó su

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mandato debido a las circunstancias de la invasión francesa, por lo que González Ortega hizo caso a un cierto coronel Allen, quien le facilitó una cantidad de dinero para que comprara armas y regresara a México a tomar la presidencia. El Gobierno mexicano acordó negarle su carácter de presidente de la Suprema Corte, alegando que por haber ocupado el cargo de gobernador de Zacatecas en julio de 1863, había perdido su investidura y también por permanecer en territorio extranjero cuando sólo tenía licencia para hacerlo en tránsito.

A principios de 1865, el coronel Allen lo acusó de estafa y fraude, cuando González se negó a invadir México, y obtuvo una orden de retención en el territorio americano, hasta que solucionara este problema legal. Don Matías Romero acudió en auxilio del General González, facilitándole un buen abogado que lo libró de la detención y la acusación de estafa. En agradecimiento, González Ortega habló con Romero sobre sus propósitos respecto a la sucesión presidencial y éste registró la plática para su Cancillería en nota fechada el 7 de noviembre en Nueva York y que en algunas de sus partes reporta: “El General Ortega me dijo que se había ocupado muy detenidamente en meditar lo que debería hacer en este caso; tiene la creencia de que el Presidente no prolongará su periodo sin romper la Constitución y la casi seguridad de que cuando se presente en Paso del Norte, se le entregará la presidencia. Pero ha previsto ya el caso de que esto no sea así, y entonces se propone publicar un manifiesto a la nación en que exprese que la resolución del Gobierno ha sido adoptada a pesar de sus observaciones, que él la considera como una violación de la Constitución y que, solamente por no aumentar los males públicos y encender la guerra civil, no opone resistencia a esta medida y se ve obligado a salir del territorio nacional.

“Me dijo que sabía, de una manera del todo fidedigna, que varios de los jefes que pelean contra los franceses, estaban dispuestos a levantar un acta el 30 del actual, desconociendo al Presidente; que algunos de ellos le habían enviado comisionados solicitando su aprobación y ofreciéndole fuerza armada que lo apoye al llegar a la República; pero que él había desaprobado decididamente la idea de que se pronunciaran antes de saber la resolución del Presidente, que había dicho que no necesitaba de un solo soldado y que no había querido escribir una sola letra, para que no sirvieran sus cartas de pretexto para provocar algunos movimientos. Todavía no ha salido de esta ciudad y probablemente tardará unos días más, por no haber conseguido los fondos que necesita para moverse”.

El día 18 de noviembre el ministro Romero comunicaba a su cancillería que el General González Ortega había salido sin decir para dónde y manifestándose muy reservado. Cinco días después, sabía que el General no se había despedido de sus amigos y, lo que era peor, que había dejado insoluta la cuenta de honorarios de su abogado y comprometido al cónsul Navarro quien verbalmente garantizó el pago. Por honor del Gobierno, don Matías creía conveniente cubrir esa deuda.

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William Henry Seward, Secretario de Estado del Presidente Lincoln, y manejador de la política de Estados Unidos con México, desde que iniciaron los preparativos para la invasión extranjera a nuestra patria, propuso abrir un debate diplomático para solucionar el caso. Don Matías, en su carácter de Embajador, tomó abundantes notas sobre este personaje, la mayoría diplomáticas pero también otras privadas, en las cuales podemos ver a un Seward natural y doméstico. En el aspecto político, Seward tuvo que negociar para impedir el reconocimiento de la Confederación Sureña que activaba la guerra de secesión, por parte de los países europeos que habían firmado la Alianza Tripartita para cobrar las deudas que México tenía con ellos.

Para procurar lo anterior, Seward envió a México a Thomas Corwin con instrucciones de negociar un tratado por el que Estados Unidos respondería por el pago de la deuda mexicana durante cinco años, bajo la condición de que se abonara el 6% de las sumas que ellos cubrieran, con la garantía de los terrenos baldíos y las minas de Baja California, Sonora, Chihuahua y Sinaloa que pasarían a poder de los Estados Unidos si no se hacía el reembolso de lo aportado por ellos en un plazo de seis años.

Don Matías calificó esta propuesta de injusta y odiosa, pues trataba de explotar las dificultades de México, y presentó una contrapropuesta que consistía en que los Estados Unidos viniesen a México, aceptando la invitación de las potencias signatarias de la Convención de Londres, lo que permitiría un refuerzo a las disposiciones liberales de Inglaterra y tratar de probar que la expedición contra México era también contra los Estados Unidos. Pero el Senado de ese país rechazó todas las propuestas arguyendo que ni el préstamo ni la presencia en las negociaciones desbarataría la Coalición Tripartita y que daría como resultado la mala voluntad de Inglaterra y España, lo que no ayudaría al reconocimiento del gobierno de los federados del Norte.

Ante la inminencia de la invasión, México envió a Washington a don Juan Bustamante con el encargo de comprar armas para algunos Estados de la república que deseaban resistir a los franceses. El señor Bustamante logró adquirir 36 mil fusiles, cuatro mil sables, mil pistolas, quinientas arrobas de pólvora y diez millones de cápsulas. Cuando quiso transportarlas a México, la aduana de Nueva York lo impidió a pesar de que ya el Lic. Romero lo había tratado con Seward, por lo que acudió con el Secretario del Tesoro quien le dijo que no podía autorizar la exportación de las armas porque su número era excesivo y lo remitió con el Secretario de Marina quien le explicó que no podía autorizar la salida de las armas pues Francia podría considerar este hecho como una agresión bélica. De todo esto don Matías envió la siguiente nota a su cancillería:

“De todo esto resulta que este Gobierno nos priva arbitrariamente del

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derecho que tenemos para comprar armas en este país y mandarlas al nuestro, cuando todavía no reconoce el estado de guerra entre México y Francia y considera a ambas naciones no como beligerantes, sino como amigas. No me sorprende este resultado pues tengo la seguridad de que estos hombres nos sacrificarían mil veces, si creyeran que de esta manera evitaban la intervención francesa en sus asuntos. Lo que me ha disgustado en extremo, es la manera poco franca y leal con que se ha procedido en este caso. La orden previa del ministro de Guerra prohibiendo la exportación de las armas, me parece una grosera suposición, pues es en efecto muy extraño que ayer a las once no tuviera noticia de ella Mr. Chase (Secretario del Tesoro) y que estuviera dispuesto a conceder el permiso, si el número de armas no fuera tan excesivo a sus ojos.”

La situación aún se complicó más, pues oficiales franceses del ejército de Forey llegaron a Estados Unidos a comprar carros, mulas y otros elementos de guerra y se les dio todo lo que pedían en nombre de la neutralidad. En una reunión abrupta, Seward declaró a Romero que la compra de armas no estaba prohibida en Estados Unidos, que lo no permitido era que ciudadanos americanos condujeran tales efectos a uno de los países beligerantes.

Y es que el gobierno de la Unión trataba de no contrariar al que podía convertirse en poderoso rival. Para lograrlo, llegó incluso a violar sus propias leyes y la postura neutral que había proclamado, con objeto de ayudar al cuerpo expedicionario francés. A pesar de esta actitud de los unionistas, Romero trató de negociar empréstitos con el propósito de obtener recursos necesarios para hacer la guerra a Francia. Tampoco esta medida dio resultado, a pesar de que corrían rumores en el sentido de que si los confederados perdían la guerra, podrían pasar a México en calidad de colonizadores reconocidos por Maximiliano, rehacer fuerzas y pretender la reconquista de los estados sureños.

Ante lo poco que podía lograr con sus gestiones diplomáticas, Don Matías pidió sus pasaportes y se retiró de Washington a fines de abril de 1863, con el propósito de prestar sus servicios al país en operaciones militares contra Francia, pero don Benito Juárez dispuso que Romero volviera a Washington. A pesar de que la Guerra de Secesión estaba por terminar, Seward continuó con su actitud inflexible en cuanto a brindar apoyos económicos o militares a México, por lo que don Matías emprendió una negociación secreta con el presidente Johnson y con apoyo del General Grant, con el propósito de conseguir que, sesenta mil hombres de los que iban a ser licenciados por el fin de la guerra civil, acudieran a reforzar los ejércitos liberales.

Extralimitando sus facultades, el Lic. Romero hizo un pacto con el General Shcofield para que se encargara del mando de la soñada expedición bélica. Cuando Seward se enteró de estos manejos, le

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encomendó una misión confidencial a Shcofield en Francia y bloqueó el flujo de fondos de parte de Wall Street hacia el utópico proyecto de don Matías.

A fines de 1865, el imperio de Maximiliano no tenía ni hacienda ni ejército y sus adictos se retiraban a toda prisa. Las bandas juaristas eran ya ejércitos y Napoleón había retirado las tropas francesas y todo terminó en Querétaro con el fusilamiento de Maximiliano, Miramón y Mejía quienes no alcanzaron el indulto solicitado por Seward, otros políticos y nobles de diversos países, ante la convicción republicana de Juárez y su estricta aplicación de la ley y la justicia.

Podemos agregar que desde los inicios de la expedición tripartita y durante la intervención, Matías Romero desarrolló una notable labor con los representantes de los países latinoamericanos residentes en los Estados Unidos. Y como respuesta a su labor de divulgación de la verdadera situación política y militar en México, nuestro país recibió numerosos apoyos no sólo de los diplomáticos, también de los gobiernos que representaban, especialmente de Perú y Chile.

Después de doce años de guerra continua, el país encabezado por Benito Juárez, busca regresar a la normalidad para lo cual es necesario contar con un programa financiero que diera inicio a la transformación social y económica de la nación mexicana. Considerando la increíble laboriosidad y la honradez intachable de don Matías, Juárez lo nombra ministro de Hacienda en enero de 1868, aunque al siguiente mes tuvo que volver a Washington para negociar las reclamaciones de Estado Unidos por 470 millones de pesos que don Matías logró reducir a casi tres millones considerando el 1% de intereses. Una vez aprobada esta convención por los Congresos de ambos países, Romero vuelve a México y establece diversas medidas administrativas y recaudatorias que permanecieron durante muchos años, como la creación de la Ley del Timbre y otras que permitían aumentar los ingresos de la federación mediante la correcta recaudación de impuestos. Al respecto comenta Jorge Fernando Iturribarría : “ … su gestión fue fecunda. Estableció las bases para la reconstrucción económica del país, haciendo que los ingresos y egresos se ajustaran por primera ocasión, a la rigidez de un presupuesto; pero esto lo consiguió Romero a condición de imponerse una labor personal de catorce horas diarias de trabajo durante más de cinco años, con profundo quebranto de su salud”.

Su propuesta teórica económica era dar prioridad a la producción de materias primas y promover la calidad de la industria nacional para hacerla competitiva. Para Romero, la reducción de impuestos a las mercancías extranjeras obligaría a la industria a mejorar sus productos. Asimismo pretendió que desaparecieran los impuestos locales que obstaculizaban el comercio y que se estimulara la importación y exportación de mercancías. Promovió la producción de caucho, café,

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tabaco y azúcar en el sur del país. Buscó el desarrollo de esta zona, pues estaba muy descuidada y con escasa población.

Poco antes de que Juárez muriera, Matías renunció al gabinete por encontrarse enfermo y deseaba atender una finca cafetalera que había comprado en el Soconusco, Chiapas. La muerte de Juárez lo afligió mucho pues lo consideraba como un verdadero padre. Durante tres años intentó el cultivo del café y el caucho en su finca. También importó maderas finas como caoba y cedro.

En 1875 regresó a la ciudad de México como senador suplente por Chiapas y luego como diputado por Oaxaca. En estos cargos se preocupó por destacar la importancia que tenía el Sur para el desarrollo del país y la gran riqueza que esta región podía redituar con inversiones y trabajo. Logró incorporar el Soconusco en las rutas comerciales marítimas, con objeto de comercializar sus productos.

El triunfo de Porfirio Díaz sobre Sebastián Lerdo de Tejada, militarizó la administración pública del país que volvió a tropezar con dificultades económicas, por lo que Don Porfirio nombró al Lic. Matías Romero Secretario de Hacienda, quien anteriormente no había apoyado al General en sus pronunciamientos y levantamientos por lealtad a don Benito. Una vez muerto éste, don Matías ya no se sentía tan unido al grupo juarista con quienes había tenido diversas diferencias. Como hacendista de Porfirio Díaz, Romero se preocupó por recuperar el crédito de México en el extranjero, pagando la deuda externa o firmando convenios que permitieran negociar largos plazos y bajos intereses. Fomentó la construcción de ferrocarriles por empresas extranjeras, sin que estas recibieran subvenciones por parte del gobierno de México, aunque al término de la gestión de don Matías estas políticas cambiaron favoreciendo a las compañías norteamericanas constructoras de los ramales ferroviarios que terminaron todos siendo de su propiedad .

Romero insistió en que la economía mexicana debía basarse en la riqueza de sus productos agrícolas, mineros y en su comercio y no se preocupó por el desarrollo de la industria. A pesar de su obsesión por el progreso, Romero no fue partidario ni del positivismo ni del evolucionismo. En cuanto al problema indígena, estaba convencido de que los “indios” podían satisfacer con su trabajo las necesidades productivas de México, siempre y cuando se les proporcionaran mejores formas de vida. En 1880 participó en la reorganización del Partido Liberal Mexicano, empresa que fue considerada “antigonzalista” y aun “antiporfirista” por lo que perdió la confianza de Porfirio Díaz y lo llevó a renunciar a su cargo en Hacienda en abril de 1879.

Ese mismo año, no aceptó la cartera de Relaciones Exteriores por sus desacuerdos con el gabinete porfirista y ocupó, poco más de un año, la Administración General de Correos. Luego se dedicó a representar

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a varias compañías ferrocarrileras y a promover intensamente la construcción del ferrocarril del istmo de Tehuantepec para comunicar al Golfo de México desde puerto Juárez con el océano Atlántico en el puerto de Salina Cruz. En 1882, Porfirio Díaz lo nombró embajador extraordinario y ministro plenipotenciario de México en Estados Unidos, para solventar diversos problemas de límites y financieros que había dejado pendientes la administración del presidente González.

Al retomar la presidencia el General Díaz, lo confirmó en el nombramiento, hasta que en 1891 regresó a México para hacerse cargo nuevamente de la Secretaría de Hacienda, teniendo como sub secretario a José Ives Limantour. En mayo de 1893, regresó a Estados Unidos para solventar problemas fronterizos entre Sonora y Arizona, reclamos de mexicanos por abusos cometidos en su contra como trabajadores en Estados Unidos, establecer tratados comerciales entre ambos países, de extracción de bandoleros a su país de origen para que fueran juzgados en ellos, contratos ferrocarrileros y muchos otros temas políticos y económicos.

Don Matías Romero se casó con una joven norteamericana de nombre Lucrecia Allen en 1868. No tuvieron descendencia y sus herederos fueron sus hermanos Luz, José y Cayetano. En compañía de su esposa realizó numerosos viajes que no sólo le servían de distracción y descanso, también le proporcionaban la oportunidad de ampliar sus conocimientos y comparar la situación con México. Recorrió así, todo Estados Unidos, Canadá, Guatemala, Francia, Inglaterra, España, Portugal, Alemania, Italia, Escandinavia, Rusia, Turquía, Palestina y África del Norte.

Falleció el 30 de diciembre de 1898 a los pocos meses de la muerte de su esposa, en la ciudad de Washington, lejos de la patria a la que dedicó sus mejores esfuerzos. El Presidente William McKinley acompañado de los más destacados personajes de la política norteamericana, asistió a sus servicios fúnebres en Washington. Su cuerpo fue trasladado a México a donde llegó el 16 de enero de 1899 y en la capital de la república se le rindieron los más altos honores militares. En el Congreso se veló su cuerpo, don Ignacio Mariscal pronunció sentida oración fúnebre y Juan de Dios Peza declamó una poesía escrita para la ocasión, de la cual tomamos algunos pocos renglones para cerrar este mínimo homenaje al ilustre oaxaqueño:

¿Lo recordáis? Sin duda; ágil, pequeño,

mirada al par que triste, indagadora;

abeja en la vigilia y en el sueño:

abeja en el crepúsculo, en la aurora.

RA 17.

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Sobre nuestro personaje, el historiador Jorge Fernando Iturribarría escribió:

Originario de la ciudad de Oaxaca, donde nació el 24 de febrero de 1837; su vida fue activa y polifacética, en la diplomacia, la hacienda pública y también en negocios y empresas financieras ¿para el bien de México?, y vio llegar su final en la ciudad de Nueva York el 30 de diciembre de 1898.

Sus estudios primarios transcurrieron en la escuela del preceptor don Clemente Ramírez; de allí pasó al Seminario Conciliar de la Santa Cruz a estudiar “Mínimos y menores”, con gran aprovechamiento. Luego pasa al Instituto de Ciencias y Artes como alumno de estudios preparatorios, continúa estudiando la carrera de Leyes que interrumpe cuando su familia se traslada a la ciudad de México.

Con apoyo de Don Benito Juárez logra empleo en el Ministerio de Justicia y Negocios Eclesiásticos y en el Tribunal Superior de Justicia del Distrito y Territorios Federales. Cuando Juárez asumió la Presidencia de la República, don Matías lo acompañó en sus diversos peregrinajes mientras atendía la secretaría particular de don Melchor Ocampo, titular del Ministerio de Relaciones en el gabinete liberal. Como resultado de sus observaciones en el trabajo, formó una “Tabla Sinóptica” de los tratados que México había celebrado con otros países, que sirvió de guía, durante mucho tiempo, a los gobiernos.

Fue enviado por Benito Juárez a Washington como secretario de la legación mexicana en esa ciudad y como asesor jurídico, en la práctica ya que no tenía título de abogado, del embajador don José María Mata. Cuando éste regresó a México, Matías Romero queda como embajador interino, hasta que en mayo de 1862, el Ministro de Relaciones, Manuel Doblado, le confiere el cargo de Embajador y Ministro plenipotenciario de México en Estados Unidos. Su principal misión diplomática fue promover ante el Departamento de Estado de ese país, una corriente favorable y de apoyo a la autodeterminación de México como país soberano, ante la invasión armada de Napoleón III.

Tres volúmenes que imprimió más tarde el Congreso, dan fe de la copiosa correspondencia diplomática cruzada entre México y los Estados Unidos por conducto de Romero, y son testimonio vivo de la inteligencia y sagacidad de nuestro embajador, quien supo defender el punto de vista de México, en esa época particularmente grave para la integridad del territorio nacional y de su lucha contra los proyectos de Napoleón III.

El 29 de abril de 1863, retorna Romero al país para incorporarse en San Luis Potosí al gobierno republicano de Juárez, que ha tenido que evacuar la capital, después del honroso sitio de Puebla. Se le confiere el

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grado militar de coronel y con ese carácter jefatura el Estado Mayor del General Porfirio Díaz, que acaba de ser nombrado Jefe de la División de Oriente.

Requiere nuevamente Juárez sus servicios diplomáticos como Ministro de México en Washington, a donde llega, vía La Habana, el 3 de septiembre de 1863 para seguir luchando por los intereses nacionales. Al quedar restaurada la república en 1867, Juárez le confía la cartera de Hacienda, pero siendo necesarios sus servicios en Washington, marcha hacia esta ciudad nuevamente, para cerrar algunos tratados internacionales y firmar la convención que solventaba las reclamaciones de ambos países, logrando reducir en un noventa por ciento el monto de las indemnizaciones reclamadas a México por los Estados Unidos.

Aprobada la convención de reclamaciones, vuelve a México a desempeñar la Secretaría de Hacienda hasta mayo de 1872. Su gestión fue fecunda a pesar de las medidas restrictivas que tuvo que adoptar, como la rebaja de sueldos a funcionarios federales y estatales, para lograr la estabilidad, recuperación y crecimiento del país, haciendo que los ingresos y los egresos se ajustaran, por primera vez, a la rigidez de un presupuesto. Esto lo consiguió Romero imponiéndose una labor personal de catorce horas diarias de trabajo, lo que provocó un serio quebranto a su salud.

Busca reponerse de sus males en la vida del campo y radica en Chiapas. Emprende negocios en la producción del café en la región de Soconusco, deseoso de convertir esa entidad en un emporio de riqueza, con la implantación de sistemas modernos de producción y beneficio, ventajas que trata de llevar más tarde a Oaxaca, en la zona de los distritos de Pochutla, Miahuatlán, y Juquila, en donde se le considera como uno de los introductores de este cultivo, de gran porvenir para el Estado. Al mismo tiempo que se dedica en Chiapas a estas actividades, el gobierno nacional le confirió la presidencia de la delegación para el arreglo de los límites con Guatemala, comisión que concluyó con un convenio preliminar, firmado en Nueva York en 1882.

Alternando estas actividades con las políticas, don Matías Romero fue senador suplente, en funciones por Chiapas y diputado al congreso federal por el quinto distrito de Oaxaca, hasta el triunfo de la revuelta de Tuxtepec, en que la legislatura queda disuelta por el triunfo del General Porfirio Díaz en la batalla de Tecoac y la caída del presidente don Sebastián Lerdo de Tejada. Afecto el General Díaz a formar buen gabinete, buscando que en su integración estuviera presente el grupo juarista, y siendo buen amigo de Romero, lo invitó a colaborar con él, lo que no fue aceptado por don Matías alegando que no podía servir en una administración cuyos títulos legales eran, por entonces, discutibles.

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Considerando necesaria la presencia de Romero en Washington para emprender con el gobierno de los Estados Unidos el tratado de reciprocidad comercial con ese país, el presidente don Manuel González lo designa Embajador Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, el 15 de mayo de 1882; cargo que renuncia al concluir, en 1884, el régimen de González. Parte de ese periodo Romero lo ocupa en interesar al capital inglés y francés, para fincar inversiones en México, marchando a Europa para el logro de esos propósitos.

En 1884, al retornar el general Díaz a la presidencia de la república, le ratifica la designación diplomática en Washington. En 1892 es llamado a México para sortear la crisis económica de ese año, conocida su experiencia como hacendista, y ocupa otra vez la importante cartera de las finanzas nacionales, hasta el 23 de febrero de 1893, en que la crisis es vencida. Salvado el compromiso, Romero vuelve como embajador de México en Washington y allí le sorprende la muerte el 30 de diciembre de 1898.

Su cadáver llegó a México el 16 de enero de 1899. Fue conducido directamente de la Estación Buenavista, al salón de sesiones del Congreso de la Unión, convertido en capilla ardiente, donde recibe el respetuoso homenaje del pueblo y del gobierno, y al día siguiente va a reposar al Panteón Municipal. Su deceso y honras fúnebres constituyeron una expresión espontánea de duelo. Su cadáver bajó a la tumba con los honores prescritos por la ordenanza militar a los Generales de División muertos en ejercicio activo, por disposición expresa del Congreso Nacional, que en esta forma quiso rendir el póstumo homenaje al ilustre oaxaqueño, cuya fecunda vida estuvo siempre al servicio de la patria.

Jorge Fernando Iturribarría.- LA GENERACIÓN OAXAQUEÑA DEL 57.- Págs. 221 – 225. (Sinópsis)

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El Lic. Romero tuvo pluma prolífica, tanto en su desempeño diplomático como en otros terrenos relacionados con sus actividades personales. Su obra inicial fue “Tabla sinóptica de los tratados y convenciones que han negociado los Estados Unidos Mexicanos con las naciones extranjeras” (1859) y continuó escribiendo abundante y detallada correspondencia con su Ministro de Relaciones Exteriores, que ha quedado agrupada en diversos tomos: “Circulares y otras publicaciones hechas por la lega-ción mexicana en Washington durante la guerra de intervención 1862 – 1867”; “Historia de las intrigas europeas que ocasionaron la interven-ción francesa en México”; “Correspondencia de la legación mexicana en Washington con el ministro de Relaciones Exteriores de la república y el Departamento de Estado de los Estados Unidos sobre la captura, juicio y ejecución de don Fernando Maximiliano de Habsburgo” (Todas publicadas en 1868); “Refutación a las inculpaciones hechas al C. Matías Romero por el gobierno de Guatemala” (1876) “Bosquejo de la agrega-ción a México de Chiapas y Soconusco y de las mediaciones sobre lími-tes, establecidos por México con Centro América y Guatemala” (1877) “El Estado de Oaxaca. Artículos sobre el café” (1866); “Estudio sobre la anexión de México a los Estados Unidos” (1890); “Correspondencia de la legación mexicana en Washington durante la intervención extranjera 1860 – 1868” (1890 – 1892); Artículos sobre México publicados en los Estados Unidos de América” (1892); “Cultivo del café en la costa meri-dional de Chiapas” (1893); “The Philosophy of the mexican revolutions” (1896); “Mr. Blaine and the boun dary question between Mexico and Guatemala”(1897); “Coffe and indian rubber culture in Mexico” ; “Mexico and the United States”; “Geographical and statiscal notes on Mexico” (1898); “Diario personal 1855 – 1865” (1906),

Ante tan abundante producción bibliográfica, sólo podemos apreciar el talento de don Matías Romero, por lo reducido de este folleto, en un par de comunicados a su cancillería:

C. Ministro de Relaciones Exteriores. Washington, 2 de julio de 1867.- Esta mañana a las nueve, recibí la nota de ese Ministerio número 8, de 7 de junio próximo pasado con la que me incluyó usted copia de los documentos que le fueron enviados por el Ministerio de Guerra sobre las resoluciones que se han dictado por dicha Secretaría acerca de las personas aprehendidas al ser ocupada la ciudad de Querétaro, y ade-más otras copias relativas a un incidente del mismo asunto ocurrido en ese Ministerio.

Una muestrade su talento

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Desde luego me impuse de los documentos anexos a la citada nota de usted y de las instrucciones que en ella se sirve comunicarme. El domingo 30 de junio citado apareció en los diarios de este país la no-ticia de que el día anterior había llegado a Nueva Orleans una fragata austriaca, con su bandera de duelo riguroso, trayendo la noticia de que Maximiliano había sido ejecutado el día 19. Ayer se publicaron los partes telegráficos que el comandante de dicha fragata dirigió al Ministro de Austria en esta ciudad, y el que el Comandante Roe del vapor de los Estados Unidos “Tacony” dirige al Ministerio de Marina comunicando el mismo suceso y además que la ciudad de México fue ocupada el 20. La impresión que esta noticia ha producido aquí ha sido tanto más fuerte cuanto que era del todo inesperada. De esto mismo y de la manera con que ha sido y sea comentada por los diarios y fuese recibida por nues-tros amigos hablaré a usted después, cuando el transcurso de algunos días me permita formar un juicio más exacto sobre todo esto.

Contrayéndome ahora a las instrucciones contenidas en la citada nota de usted debo decirle que habiendo tomado en consideración cuanto me dice usted en ella, creí conveniente, en vista de la solicitud que ha mostrado Mr. Seward por la vida de Maximiliano, y del efecto que debe haberle producido su ejecución, ir a verlo hoy mismo antes de la junta de ministros que se reúne a las doce, para avisarle informalmente que había recibido dichos documentos y decirle que se los transmitiría si de-seaba tenerlos. Lo hice así, y después de explicarle la determinación que había tomado el Presidente respecto a los referidos prisioneros le dije que como dentro de poco esperaba yo los demás documentos respec-to del juicio de Maximiliano, que comprendieran hasta el fin de este, no le trasmitiría los que ahora había recibido, a no ser que él deseara verlos.

Me contestó que como los sucesos se habían precipitado tanto, podría verse en el caso de pedirme dentro de poco esos documentos y otros que pueda recibir sobre la ejecución de Maximiliano y respecto a Santa Anna. Me manifestó también deseo de que se escribiera un memorán-dum consignando los puntos principales de nuestra conversación de hoy. Con objeto de que no se altere lo que yo dije, le indiqué que lo escribiría y se lo mandaría sin demora. Así lo hice en el momento en que llegué a mi casa. Envío a usted copia y traducción de él.

Creo conveniente manifestar aquí que hace tiempo he notado que Mr. Seward tiene cuidado especial de escribir memorándums de sus con-versaciones conmigo, y que cuando me encarga a mí que los escriba yo, lo hace él, según he visto algunas veces en la mesa del jefe de la Sección de América del Departamento de Estado. Por la manera con que me habló Mr. Seward, creo que le ha sorprendido y desagradado la noticia de la ejecución de Maximiliano, y que tal vez piense hacernos reclama-ciones serias respecto de este punto y del arresto de Santa Anna. Si es cierto que se desea provocar un conflicto a todo trance, ambas cosas pueden hacerse servir de pretextos muy plausibles. Reproduzco a usted

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las seguridades de mi muy distinguida consideración. Atentamente. M. Romero.

C. ministro de Relaciones Exteriores. México.- Washington, 8 de julio de 1867.- Esta mañana recibí una esquela de Mr. Seward en que me suplicaba fuera yo a verlo al Departamento de Estado. Ocurrí al medio día a su despacho y me dijo que lo estaban mortificando mucho y exci-tándole para que exigiera de nosotros la devolución de Santa Anna; que esta mañana había recibido una protesta de Naphegyi, quien se llama apoderado de Santa Anna, en que decía que la vida de este estaba ame-nazada, y que había sido sacado por fuerza del “Virginia” estando este buque fuera de las aguas territoriales de México, y me preguntó que sabía yo de esto. Le dije en respuesta que no daba yo crédito al rumor del fusilamiento de Santa Anna, porque el 21 de junio me había escri-to el Gral. Peraza, Gobernador de Yucatán, que Santa Anna había sido enviado a Campeche a fin de que se esperara allí la determinación que respecto a él acordara el Presidente de la República; y por lo que toca a la distancia a que el “Virginia” estuviera de la costa, en nada hacía esto al caso, supuesto que Santa Anna había salido espontáneamente del “Vir-ginia” y había sido arrestado en Sisal. Mr. Seward pareció sorprenderse agradablemente al oír estos informes, como si ellos vinieran a sacarlo de una mala posición, y me dijo que ante todo convendría que hiciera yo publicar, por medio de la prensa asociada, el hecho de que no daba crédito a la noticia del fusilamiento de Santa Anna por los motivos que le había mencionado, y que enseguida le escribiera un memorándum refiriendo esto mismo y además el hecho de que había sido arrestado en Sisal y no sacado por la fuerza del “Virginia”. Le manifesté que haría esto de muy buena voluntad; pero que debía advertirle que desde el día 4 le había mandado copia de estos documentos con una nota en que llamaba su atención hacia todos estos hechos. Me contestó que aún no la había visto, y le dije que la recogería del traductor para escribir el memorándum que deseaba.

Al entrar al despacho de Mr. Seward vi que estaba leyendo el número 48 de “La Sombra de Saragoza” (sic) que contiene los documentos sobre el juicio de Maximiliano y que le mandé ayer con mi nota verbal de la misma fecha. Me dijo que había entendido la mayor parte de dichos documentos, pero que aún no había visto mi nota, que se estaba tradu-ciendo. Me suplicó le tradujera yo uno que le había llamado la atención, y que no podía entender. Lo verifiqué así, y enseguida le dije que de los documentos contenidos en dicho periódico aparecía que el Gobierno había querido que Maximiliano fuese juzgado con arreglo a las leyes vigentes; que el juicio había durado treinta y cinco días, lo cual es por si solo un indicio de que no se había procedido con precipitación en él; que el Gobierno se había esforzado cuanto le había sido posible por dar a los presos todas las facilidades necesarias para que vinieran sus defensores de México y tuvieran el tiempo necesario para preparar las

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defensas; que me escribían de San Luis diciéndome que estaba en pren-sa un volumen que contendría la causa completa con las defensas, los documentos presentados por los defensores y todo lo demás, que allí se encontrarían más datos que en el periódico que tenía delante y que luego que me llegara un ejemplar de dicho volumen se los transmitiría sin dilación.

La manera con que Mr. Seward oyó todo esto fue todavía más franca y cordial que la que tuvo el día 4, y por lo poco que me dijo infiero que si alguna vez tuvo la idea de manifestarnos descontento por la ejecución de Maximiliano, la ha abandonado ya. Me preguntó además Mr. Seward si tenía yo alguna noticia de la solicitud hecha por el capitán Roe del “Tacony”, pidiendo los restos de Maximiliano a nombre del Gobierno austriaco, a que se refieren los documentos inclusos publicados por los diarios de hoy y le dije que ninguna.

Algunos periódicos han estado comentando de mala manera, la aten-ción de Mr. Seward de poner el “Wilderness” a disposición de la señora Juárez (Margarita Maza de Juárez) para que se vaya de Nueva Orleans a Veracruz, y creyendo que en el estado actual de cosas podría esto embarazar a Mr. Seward, y podría parecer poco delicado de nuestra par-te no manifestar disposición de dejarlo en libertad para que retirara su oferta, me había determinado anoche a verlo hoy con objeto de decirle que si creía que la aceptación de su favor le pudiera causar embarazos, con gusto se los evitaría yo, manifestándole que la Señora Juárez no saldría ya, como lo tenía pensado. En la mañana vi en el Herald de Nue-va York de ayer un parte fechado en Nueva Orleans, el día 6 a las nueve y media de la noche, en que se asegura que no habiendo llegado hasta entonces la Señora Juárez a aquel puerto, el vapor había partido sin ella. En cuanto me fue posible y antes de ir al Departamento de Estado, fui al de Hacienda y aunque no pude ver al jefe de la sección respectiva, por estar ausente, uno de los empleados subalternos, a quien pregunté si la noticia era cierta me dijo que no podía serlo, porque el administrador de la aduana de Nueva Orleans tenía órdenes de esperar a la Señora Juárez y a su comitiva.

Con estas seguridades me fui a ver a Mr. Seward decidido siempre a hacerle la indicación expresada. Me contestó que como la oferta del buque se había hecho antes de saberse la ejecución de Maximiliano, era preferible que se llevara a cabo; pero que me agradecía la atención que me había movido a hacerle tal indicación. Con esto terminó la entrevista que tuve hoy con el Secretario de Estado.

Reproduzco a usted las seguridades de mi muy distinguida considera-ción.

M. Romero.

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