Matuccelli - La Economia y Limites Imaginarios de La Realidad

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    LA ECONOMIA Y LOS LIMITES IMAGINARIOS DE LA REALIDAD

    Danilo MartuccelliUniversité Paris Descartes, USPC, miembro del IUF, CERLIS-CNRS

    En este texto abordaremos la problemática de la agencia examinando el rol que la economía

    detiene en las sociedades contemporáneas en la instauración del imaginario de lo posible y de

    lo imposible1. Tras una presentación general del lazo entre la acción y la realidad, y sobre

    todo, de las funciones sociales que se otorga a la realidad a la hora de regular la agencia, el

    texto aborda en una segunda sección, muy brevemente, los diferentes regímenes de realidad y

    los ámbitos sociales que han sido sucesivamente privilegiados para ejercer hegemónicamente

    esta función. En el tercer parágrafo, presentaremos el gran eje de lo que denominaremos la

    economía-como-realidad: a saber el imaginario de la mecánica y el carácter implacable de sus

    retornos de realidad. Una vez explicitados estos elementos, se esbozarán las bases de un

    trabajo crítico que, frente a estos postulados, señala el carácter siempre contingente y elástico

    de los choques con la realidad, lo que invita a adoptar una filosofía distinta a propósito de la

    dinámica entre lo posible y lo imposible  – una que reafirma el rol de las coerciones en la

    acción y cuestiona el imaginario de una vida social marcada por límites infranqueables. Una

    interpretación general de la agencia y de su relación con la realidad que tiene, y será el último

    aspecto que evocaremos, en el Quijote de Cervantes su primera gran expresión analítica.

    I. La acción y las funciones sociales de la realidad

    ¿Qué es lo más sorprendente en la vida social? ¿Cuál es la sorpresa fundamental de la

    sociología? Por lo general, el interrogante primero se organiza en torno a la pregunta “¿cómoes posible el orden social?” (Parsons, 1949). En lo que sigue, haremos la hipótesis que lo más

    asombroso es el hecho que cualquiera que sea el sistema de condicionamientos, prácticos y

    simbólicos, al cual esté sometido un actor (individual o colectivo), éste siempre puede actuar,

    y sobre todo, actuar de otra manera. Esta característica explicita, mejor que el interrogante

    1 Las nociones de agencia y acción poseen varias y distintas acepciones en las ciencias sociales. En lo que sigue,entenderemos por agencia  la propiedad intrínseca del “actuar” (el movimiento recursivo por el cual

    recíprocamente las estructuras y la acción se co-transforman), y caracterizaremos la acción  a través de lacomprensión de su sentido subjetivo y social. Para un desarrollo consecuente de los temas abordados en esteartículo, cf. Martuccelli, 2014.

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    del orden social, lo propio de la vida social (Martuccelli, 2005): un nivel de realidad con

    características específicas en lo que concierne la acción propiamente dicha  – diferentes a lo

    que se observa en otros niveles de realidad, como el nivel físico-químico, el biológico o el

     psicológico.

    Supongamos que se acepta en un primer momento este punto de partida  – algo que, al menos

     parcialmente, lo ha sido muchas veces a través de la temática de la “libertad” del actor. En

    este caso, el origen de esta capacidad irreductible de agencia se deposita en las capacidades

    del actor: su creatividad, su reflexividad, su voluntad, sus competencias estratégicas o

    cognitivas (Sartre, 1943; Touraine, 1973; Castoriadis, 1974; Joas, 1999). Puesto que se

    supone que el orden social se mantiene por el concurso de estructuras fuertemente coercitivas,

    la novedad se deposita en la libertad del actor. En el fondo, y muchas veces sin saberlo, la

    sociología reencuentra una de las antinomias kantianas  – la oposición entre la necesidad del

    mundo y la libertad del sujeto.

     No es empero la única respuesta posible. Si el problema fundamental –  primero –  es el hecho

    que los actores siempre pueden actuar de otra manera, esto también puede ser explorado a

    través de las características ontológicas que posee la vida social y que hace que los actores

    siempre puedan actuar y actuar de otra manera. Más simple: la respuesta a esta realidad de

    base no debe buscarse tanto a nivel del actor sino en la consistencia específica de la vida

     social . Y es esta consistencia lo que debe ser el objeto fundamental de la teoría sociológica.

    ¿Cuáles son las características sui generis que posee la vida social que hacen que siempre sea

     posible actuar – y actuar de otra manera? Este desplazamiento de interrogante teórico implica

    inmediatamente un cambio metafórico en la manera de concebir la relación entre la acción y

    el entorno. Dos metáforas restituyen bien esta experiencia del entorno: la maleabilidad

    resistente y la elasticidad. La vida social puede ser descrita metafóricamente como un ámbito

    dotado de una maleabilidad resistente en medio de elasticidades variables2.

    Entonces ¿por qué a pesar de lo anterior la mayor parte de las acciones se adaptan al entorno?En verdad es innecesario suponer que se adaptan: en verdad, basta con reconocer que, a causa

    de la elasticidad de la vida social, los momentos, no de resistencia pero de “bloqueo” efectivo 

    del entorno a nuestra conducta, son mucho menos frecuentes de lo que supone implícitamente

    el modelo del orden social. En una representación de este tipo, es pues necesario

    desembarazarse de la idea que es la adaptación al entorno el parámetro desde el cual es

    2 Esta elasticidad de base y propia a la vida social, posee dos grandes elementos: un conjunto de texturas y un

    conjunto de coerciones. Es el encuentro constante entre ellas lo que define la realidad social. Estos dos elementosson inseparables entre sí, están siempre imbricados el uno en el otro: hay texturas en toda coerción social y haycoerciones en todas las texturas (Martuccelli, 2005).

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     posible explicar el éxito o el fracaso de la agencia. La insuficiencia radical del pragmatismo

    consiste en suponer que cuando el actor comete un error, la corrección del entorno será más o

    menos inmediata y sin apelación posible. Por el contrario, y como tantos estudios empíricos lo

    han mostrado hasta la saciedad, el actor puede cometer errores cognitivos o prácticos sin que

    durante un lapso de tiempo más o menos largo ello engendre una corrección desde el

    entorno. Piénsese, para dar una ilustración banal, en las empresas líderes de un sector. No son

    necesariamente aquellas que son las más “reactivas” a las fluctuaciones del mercado (lo que

    es más bien la experiencia de pequeñas empresas obligadas en efecto a adaptarse

    continuamente al entorno), sino aquellas cuya talla las pone relativamente al abrigo de los

    cambios, permitiéndoles muchas veces gozar en medio de fuertes inercias de una débil

    reactividad  – lo que no impide que sean percibidas como siendo las mejor adaptadas. En

     breve, la idea de la existencia de inevitables límites en la realidad, a pesar de su evidencia

    imaginaria, es siempre una cuestión problemática.

    Vale decir que en esta caracterización de la vida social, la noción que mejor designa la

    relación entre la acción y el entorno es la idea del choque con la realidad. Los actores viven

    no solamente postulando que los límites existen, sino apoyados en la creencia que éstos

    actúan de manera constante e inmediata sobre sus conductas. Es este presupuesto de base de

    la agencia que debe ser sometido a un trabajo reflexivo y crítico. Si el choque con la realidad

    merece la más grande atención es porque, continuamente supuesto a nivel del imaginario, solo

    se experimenta factualmente de manera altamente compleja. O sea, es más una creencia

    colectiva, que una experiencia efectiva. En otros términos, el choque con la realidad es pues

    una noción límite, una idea reguladora, cuya importancia procede menos de su carácter

    efectivo, que de los efectos supuestos que le otorgan los actores. Y sin embargo, y a pesar de

    su carácter imaginario, el choque con la realidad es una noción cardinal de la acción: en su

    ausencia, es simplemente el sentido ordinario de la realidad lo que se disipa. En efecto, la idea

    que el entorno opone resistencias a la acción es un presupuesto inalterable de la acción y delsentido fundamental de lo que se denomina la realidad. Una dimensión que, por lo demás,

     permite justamente diferenciar la acción y su realidad, del mundo del sueño, de la ficción o

    del imaginario.

    Aquí reside el problema principal. Imposible cuestionar las coerciones  de la realidad  – de

    hacerlo, simplemente ingresamos en un mundo que, desprovisto de toda forma de resistencia,

    es socialmente inverosímil. Sin embargo, como lo hemos adelantamos, a pesar de su

    omnipresencia imaginaria, los choques con la realidad, a la diferencia de las coerciones, sonuna experiencia altamente compleja. En verdad, los actores viven en medio de la certidumbre

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    de la existencia de límites infranqueables y la sorpresa de la rareza de los choques efectivos

    con la realidad. Es pues la dialéctica entre las coerciones prácticas y los límites imaginarios

    lo que es necesario analizar . Vivimos en paréntesis de elasticidad, y los momentos en los

    cuales  prácticamente  los choques con la realidad se producen son relativamente escasos en

    nuestras vidas, lo cual no impide que sea cognitivamente  la existencia supuesta de estos

    choques lo que nos dicta nuestro sentido liminar de la realidad. Lo anterior obliga pues a

    reconocer que los actores se desarrollan en un mundo social en donde si los límites son

    elásticos, no por ello las coerciones dejan de existir.

    En este sentido, digámoslo de paso, las recientes metáforas alrededor de la modernidad

    líquida, los simulacros, los fluidos o la hiperrealidad, son muchas veces imágenes

    incontroladas y excesivas. No hemos pasado de un mundo sólido a un mundo líquido. En

    estas interpretaciones, la asociación exclusiva de la “liquidez” con la modernidad tardía 

    escamotea por un lado la realidad ontológica permanente de la vida social presente en todos

    los periodos históricos  – su elasticidad –  y por el otro tiende a descuidarse el estudio efectivo

    de las maneras como la realidad resiste. Lo que existe – y desde siempre –  es un universo social

    elástico. Por supuesto, el diferencial de consistencias, y las tomas de conciencia críticas de

    estado de cosas, puede ser mayor o menor según los períodos, pero estas variaciones deben

    comprenderse en el seno de una visión ontológica común. La vida social no son islotes de

    orden, en medio de un mundo caótico; es un continuum de diferenciales de consistencia en un

    mundo globalmente elástico.

    II. Para una historia de los regímenes de realidad

    La realidad es lo que resiste. El mundo existe independientemente de nuestras

    representaciones, construcciones o percepciones, y es en este sentido que la realidad es una

    coordenada inevitable de la acción. Imposible actuar en efecto sin integrar las posibles

    resistencias del entorno – es, como lo hemos adelantado, la gran diferencia entre la acción y elsueño o la ilusión.

    Ahora bien, desde la experiencia de la acción, las resistencias de la realidad son interpretadas

    de dos grandes maneras. Por un lado, desde una experiencia antropológica de la acción que

    dicta de manera más o menos inmediata el sentido de la realidad dada las facultades

    corporales y mentales de los humanos (a pesar de posibles “adiciones” técnicas). Por el otro, y

    en parte a distancia de esta dimensión, las resistencias de la realidad son representadas a nivel

    de la sociedad (y ya no antropológico) en donde, en función de los períodos históricos, es

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     posible constatar una variación en el ámbito societal que es reputado resistir con más fuerza y

    con mayor celeridad a las acciones.

    Para comprender las relaciones entre la acción y la realidad es pues importante estudiar, tanto

    a nivel de la experiencia humana como a nivel de los ámbitos sociales, las maneras por las

    cuales la realidad contraría o habilita las metas de los actores y a través de ello, las funciones

    de regulación que la realidad ejerce en la vida social. Sin embargo, a pesar de la articulación

    existente entre ambos niveles (el “antropológico” y el “societal”), e incluso del hecho que en

    último análisis es siempre su combinación lo que estructura el sentido de la realidad (“lo que

    resiste”), cada uno de ellos posee empero una autonomía innegable. Y desde el punto de vista

    de la teoría de la sociedad, lo esencial es comprender las maneras como los límites de la

    agencia se instituyen históricamente desde los ámbitos sociales. Tanto más que, si a nivel del

    actor humano las limitaciones son evidentes y corporales, a nivel de las sociedades, lo

    imposible suscita interrogantes mucho más acuciantes y un problema teórico mucho más

    importante para la sociología.

    Estudiada desde la agencia de las sociedades, el problema principal consiste en interesarse en

    las maneras históricas por las cuales se instituyen los límites imaginarios de la realidad  – en

    medio de un universo práctico irreductiblemente elástico. Límites que instituyen la función

    social regulatoria de la realidad desde lo que puede denominarse, afín de subrayar su doble

    dimensión institucional y política, regímenes de realidad . Cada uno de ellos estructura un

    conjunto de significaciones imaginarias sociales que hacen mundo (Castoriadis, 1975; Taylor,

    2004), y, y aquí reside lo esencial, la posibilidad de instituir un “mundo” es, a juzgar por la

    diversidad histórica, prácticamente ilimitada.

    Muy esquemáticamente y dada la extensión de este texto, limitémonos a enunciar que la

    función social de la realidad ha sido sucesivamente asegurada de manera hegemónica por

    cuatro grandes factores: Dios, el Rey, el Dinero, probablemente la Naturaleza  – o sea la

    religión, la política, la economía, la ecología. Cada uno de estos ámbitos, bajo modalidadesdiferentes, ha en efecto estructurado en diversos períodos hegemónicamente lo que era

    reputado ser “la” realidad. En todos los casos, y sin menoscabo de lo que le corresponde a la

    dimensión antropológica, se sobreentiende que es en estos dominios sociales, y causa de ellos,

    que la acción encontrará, rápidamente, un límite3.

    La constitución de cada uno de estos regímenes de realidad articula tres grandes elementos.

    En primer lugar, cada uno de ellos invoca una experiencia inmediata, directa e irrevocable, del

    3 Para un desarrollo exhaustivo de esta hipótesis y sus necesarios matices e interpenetraciones históricas, cfr.Martuccelli (2014).

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     bajo la forma de las catástrofes irreversibles una vez superados ciertos umbrales ya sean

    recursos energéticos, biodiversidad o clima (Jonas, 2009; Dupuy, 2002; Diamond, 2005). 

    Por supuesto, tratándose de ideales-tipos, cada régimen de realidad convivió y se compenetró

    con los otros, algo particularmente visible a nivel de la religión y la política, o la política y la

    economía, u hoy entre la economía y la ecología, pero ello no impide observar que en cada

    momento histórico, y desde un punto de vista societal, un tipo de régimen tiende a ejercer una

    función hegemónica a la hora de definir los límites de la realidad.

    Esta sucesión histórica muy rápida y esquemáticamente evocada, es claro que, en las

    sociedades contemporáneas, un trabajo crítico de una índole particular debe efectuarse a

     propósito de la economía  – el ámbito que mejor encarna a nivel societal, hoy por hoy, la

    función social de la realidad. La economía es la columna vertebral del régimen de realidad

    actualmente hegemónico: condensa a la vez representaciones de sentido común (el miedo a la

    escasez), una representación muy abstracta e implacable de su funcionamiento (las “leyes” de

    la mecánica económica) y un conjunto de choques  –“retornos de realidad”– , que son

    vivenciados como teniendo consecuencias inevitables e inmediatas en caso de no respeto de

    sus límites. En este sentido, la economía realiza una tarea similar a la que ejerció antaño la

    teología (Flahault 2003: 106), a saber, enunciar lo real. Dicta en última instancia, el horizonte

    societal de lo posible y lo imposible; pliega las voluntades, cierra los debates. En las

    sociedades modernas, en continuidad con lo que hicieron en el pasado la religión o la política,

    y con una innegable especificidad con respecto a ellos, la función social de regulación de la

    acción por la realidad se ejerce por razones sistémicas (en verdad funcionales), desde el

    ámbito económico.

    III. La economía-como-realidad

    La economía dicta el horizonte de lo posible y lo imposible a través de la combinación de tres

    grandes factores: el miedo a la escasez – no hay suficientes bienes para todos; el imaginario dela mecánica económica; en fin, la existencia de sanciones evidentes, inmediatas y continuas

    desde la economía. De estos tres factores, es el imaginario de la mecánica el que establece el

    vínculo entre los dos otros. El trabajo de la crítica sociológica sobre esta modalidad de límite

    de la agencia debe ejercerse pues prioritariamente sobre este imaginario y ello tanto más que,

    en este punto, las limitaciones de los propios economistas, incluso los más “críticos”,  es

     patente en una filiación que va de Marx hasta la escuela de la regulación, pasando por Keynes

    y Polanyi. Esta dificultad crítica es en el fondo una consecuencia de la común adhesión detodos estos autores al principio de la mecánica económica. Si muchos economistas critican el

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    reduccionismo del  Homo economicus, sin embargo, por lo general, e incluso a través de

     posturas críticas, tarde o temprano casi todos ellos concuerdan en torno a la fuerza coercitiva

    de la mecánica económica. Sobre este punto  – la mecánica económica –   el consenso es

     profundo entre el Tableau de Quesnay, la mano invisible del mercado, la determinación en

    última instancia del marxismo, el ineluctable re-encastramiento de la economía de Polanyi, el

    circuito keynesiano o de la necesaria articulación de instituciones en la escuela de la

    regulación. Todos comparten  – construyen y sedimentan –   la idea de la existencia de una

    mecánica económica que impone sanciones y límites inequívocos. Es sobre este acuerdo

    fundamental que se erigió la especificidad del imaginario económico propio de la modernidad

    y de su peculiar régimen de realidad.

    Como antaño lo hizo la religión en torno a lo puro y lo impuro, lo sagrado y lo profano; luego

    la política alrededor de las jerarquías naturales y los status, la economía establece hoy la

    creencia colectiva, a nivel de la sociedad , de lo que son los límites insuperables de la realidad.

    El éxito es notable. Pocas cosas en efecto se han vuelto tan “evidentes” hoy en día como los

    efectos “inevitables”  de ciertas políticas económicas. En las últimas décadas una sigla,

    movilizada masivamente por políticos de todas las tendencias, resume a cabalidad esta

    ecuación: TINA (There is no alternative). En su circulación y evidencia, la sigla expresa con

    fuerza la dimensión liminar de la economía-como-realidad.

    Ahora bien, frente a estos postulados, y desde la experiencia primera de la agencia, la

    capacidad irreductible de actuar de otra manera, es imperioso problematizar la función de

    realidad que ejerce hoy la economía. El corazón de este esfuerzo debe desplegarse en

    dirección de la idea de la existencia de un ámbito  – económico –  sujeto a límites inequívocos e

    inevitables. Por supuesto, es absurdo negar una cierta sistematicidad a los hechos económicos.

    Sin embargo, la supuesta naturalidad e inmediatez de las sanciones económicas debe ser

    cuestionada constantemente y por doquier. La confusión entre estos dos aspectos es tal que

     para muchos economistas cuestionar el imaginario de la mecánica económica reviene acuestionar la economía tout court . Asociación excesiva: no sólo es posible construir (ya lo

    fue) la economía desde otros supuestos epistemológicos (Berthoud, 2005), sino que, incluso si

    se adopta la opción epistemológica de la economía standard (y su preferencia por la

    formalización y la modelización matemática), esto no debe por qué derivar, necesariamente,

    en una postura ontológica. Por el contrario: es necesario una y otra vez revisar y examinar en

    detalle los modos efectivos de acción de las coerciones, lo que requiere el estudio

     pormenorizado de los momentos y de las modalidades efectivas por los que se producen lossupuestos retornos de realidad de índole económica.

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    A partir de esta perspectiva se hace rápidamente evidente que los supuestos límites

    insuperables no son sino coerciones prácticas que no funcionan siempre de la misma manera

    (pueden, incluso, en ciertos contextos, no actuar); operan de manera intermitente y temporal

    en otros (las coerciones, cuando actúan, requieren de temporalidades de ejecución más o

    menos largos – lo que, obviamente, complejiza la idea de la reactividad del entorno), en fin, se

    revelan a veces transitorios (las sanciones evolucionan, se desgastan, se transforman, se

    endurecen o desaparecen). Evaluada desde el tamiz de la agencia, la cuestión no es pues de

    terciar en el debate por saber si existen o no leyes económicas, sino en comprender las

    maneras cómo, en medio de la consistencia de la vida social, las regularidades históricas

    funcionan efectivamente en contextos diferentes. Más simple: no son las coerciones lo que

    está en entredicho (la realidad es lo que resiste); sino la función social que los límites

    imaginarios de la realidad ejercen en la vida social.

    Ahora bien, las representaciones económicas que venimos muy rápidamente de evocar, ¿no

    están acaso muy alejadas de los que efectivamente piensan o saben los ciudadanos? ¿No es

    cierto que a pesar de variaciones significativas entre países y grupos sociales, por lo general

    los individuos tienen un conocimiento muy escaso o parcelario de los hechos económicos?

    (Algo que también es válido para muchos responsables políticos). Sí, sin duda. Como muchos

    estudios empíricos lo han demostrado, el conocimiento económico suele ser bajo o

    insuficiente entre los ciudadanos, pero esto no pone en entredicho la fuerza de la economía-

    como-realidad en tanto que creencia hegemónica difusa en ellos y sobre todo como creencia

    compartida entre los actores dirigentes (Lebaron, 2000). En este punto, las sociedades

    contemporáneas no difieren de las del pasado. Los miembros del “pueblo” también tuvieron

    antaño un conocimiento muy parcelario de las doctrinas político-teológicas, pero ello nunca

    impidió a estas doctrinas definir, a través de su adopción por las élites, lo que eran los límites

    de la realidad (Abercrombie, Hill y Turner, 1980). Incluso es posible afirmar que este

    desconocimiento más o menos generalizado fue un recurso suplementario para suestablecimiento e imposición. Hoy esta función recae, a nivel societal, sobre la economía, que

    se expande como discurso social dominante a la hora de definir lo real; una expansión

    facilitada en las últimas décadas por la aparición de canales de información continua y la

    circulación familiarizada de indicadores económicos. Cierto, esta información tiene efectos

    distintos según los públicos, pero no por ello termina por imponer la evidencia de una vida

    social sujeta al poder dirimente de límites económicos inevitables e insuperables. 

    IV. Por un nuevo trabajo crítico

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    La línea a seguir es sinuosa. Si es absurdo negar toda sistematicidad a la economía, en

    revancha, es indispensable cuestionar la supuesta naturalidad e inmediatez de las coerciones

    económicas. En otras palabras, la legítima búsqueda de mecanismos causales (o

    correlaciones) entre fenómenos económicos, no debe nunca sustituirse a la contingencia (la

    no-necesidad) irreductible de la agencia humana y de los hechos sociales. Es este

    cortocircuito lo que funda justamente la economía-como-realidad.

    Las coerciones existen en la vida social, pero operan a través de su difusión espacial y por

    medio de secuencias temporales. Para aprehender el rol del espacio y del tiempo, es necesario

    estudiar en detalle los momentos efectivos en que  – empíricamente –   los choques con la

    realidad restringen  – efectivamente –   a las acciones humanas. Es decir, la crítica de la

    economía-como-realidad debe basarse en el análisis de estos momentos con el fin de

    establecer la articulación sui generis, en este ámbito, entre límites imaginarios y coerciones

    efectivas.

    Esta dinámica es particularmente ya sea a propósito de las crisis bursátiles, en los episodios de

    inflación, de endeudamiento, de fijación de precios, y por supuesto, y a medida que la

    interdependencia de la globalización se extiende, a través de la diversidad y la complejidad de

    los procesos de difusión de fenómenos financieros tanto a nivel de las empresas como de los

     países (Plihon, 2004; Altman, 2007). En todos estos ejemplos, lo que es preciso tener en

    cuenta, contrariamente a lo que afirma el imaginario de la mecánica económica, es la

    sorprendente elasticidad y complejidad de los retornos de realidad: tanto a nivel fáctico  – el

    “choque” jamás opera con la velocidad e instantaneidad supuesta –  como a nivel cognitivo  – a

     pesar de sus constantes anomalías, los actores siguen adhiriendo al postulado de la

    implacabilidad de las sanciones de la realidad.

    Afirmar lo anterior, suscita inmediatamente la incredulidad. ¿No es acaso verdad que la esfera

    económica está repleta de ejemplos efectivos de coerción? El hecho que, por ejemplo,

    determinado por una lógica capitalista de acumulación, el empresario está obligado,independientemente de su voluntad, de someterse a las coerciones “objetivas” de la

    competencia sino a riesgo de su propio bancarrota, ¿no es acaso una prueba evidente y

    contundente de ello? A propósito del desarrollo de los países del Tercer Mundo o emergentes,

    ¿es razonable ignorar los efectos que en ellos han tenido los déficits crónicos en sus balanzas

    de pagos, el peso de la deuda externa o la dificultad para obtener créditos? ¿Es posible ignorar

    las limitaciones experimentadas por tantas políticas públicas, a causa, por ejemplo, de la

    escasez de divisas? Por supuesto que no. Sin embargo, las coerciones “objetivas” son siempre mucho lábiles que lo que lo sugieren estas afirmaciones. Si la idea de la existencia de un

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    ámbito económico sujeto a una coerción sistémica es plausible a un alto nivel de generalidad,

    un estudio detallado de estos procesos revela, incluso a propósito de las “leyes de hierro” de la

    economía, una pluralidad de posibilidades y de variantes (Bairoch, 1999). Limitémonos a

    evocar dos ejemplos4.

    En primer lugar, y sin entrar en discusiones técnicas, se puede pensar en la complejidad del

    choque con la realidad activo en las crisis financieras. Para algunos, los ajustes cíclicos en los

    intercambios bursátiles no serían sino el resultado de la creación especulativa de “burbujas”

     producidas por una desconexión entre la especulación financiera y la “realidad” de la 

    economía productiva. La idea, incluso si no se expresa nunca en términos tan ingenuos,

    supone la existencia de un punto de equilibrio (basado en los fundamentales económicos de

    un grupo) más allá del cual, inevitablemente, y por razones “objetivas”, se produciría una

    corrección en el precio de las acciones. Sin embargo, esta relación es problemática, y muchas

    veces, altamente problemática; lo que no impide que para los partidarios de esta interpretación

    (y tras ella de la tesis de la “eficiencia de los mercados”) la sanción contra los excesos de la

    especulación sea siempre en último análisis de índole “objetiva”. Para otros, por el contrario,

    los mercados de valores operarían dentro de limitaciones más bien intersubjetivas que

    objetivas: en las bolsas de valores los comportamientos de “manada” serían frecuentes, dada

    la sinergia cruzada que se produce a nivel de las expectativas entre diferentes actores. En

    estos mercados, serían las expectativas y las “creencias” de los actores, y sus apuestas ante el

    futuro, lo que daría cuenta de su verdadero funcionamiento. Las decisiones de los actores se

    explicarían así más en referencia a las estimaciones sobre las decisiones que piensan tomarán

    otros actores, que en referencia al estado “real” de  las empresas o de las economías

    nacionales. El sistema bursátil, como ya lo comprendió Keynes (1977: 168) al compararlo a

    un concurso de belleza, funciona esencialmente a través de reflejos miméticos – todo el mundo

    trata de hacer, no lo que él juzga que debe hacer, sino lo que cree que su vecino piensa y hará

    (Godechot 2001; Orlean, 2011). En este proceso, y según esta interpretación, en las bolsas los precios de las acciones están muy lejos de “reflejar” el “verdadero” valor de las empresas: los 

    mercados de valores reflejan más la psicología de sus agentes que los “fundamentales” de un

    grupo o de una economía. Si en la literatura especializada estas dos perspectivas siguen

    oponiéndose entre ellas, en las últimas décadas la brecha entre los procesos ha sido tal que,

    4 Para ejemplificaciones diversas y pormenorizadas sobre la escases y la riqueza, la moneda y la inflación, el rolde los indicadores económicos, el desenlace inevitable de la mecánica, las crisis bursátiles o el endeudamiento,me permito renviar a Martuccelli (2014, sobre todo la cuarta parte).

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    incluso partidarios de la primera tesis, han debido reconocer la exuberancia “irracional” de los

    mercados y de los agentes de la “nueva economía”.

    Para nuestro propósito lo que nos interesa subrayar, es que ambas tesis suponen, al menos de

    manera implícita, el reconocimiento de una contingencia fundamental en el corazón del

    funcionamiento de la bolsa. Cierto, para todos, las famosas “correcciones” del mercado – tarde

    o temprano –  no pueden no “estallar”, pero lo hacen a través de procesos que por lo general no

    se está en situación de poder describir en detalle, puesto que es muy difícil saber exactamente

    cuándo ni en qué condiciones. El retorno de realidad en lo que concierne los crack bursátiles

    (es decir, uno de los cimientos de la economía-como-realidad) descansa así sobre un

    claroscuro de arenas movedizas. Es más una creencia que un conocimiento.

    Insistamos. En la prensa económica, como en la opinión pública, la existencia de “burbujas”

    financieras es inseparable de la convicción que la burbuja va, tarde o temprano, explotar  – 

    “inevitablemente” se añade por lo general, sin que sea empero posible determinar ni cuándo ni

    cómo. En verdad, la elasticidad de estos fenómenos, tanto más que tienden a convertirse en

    crónicos o por lo menos cíclicos, es increíble. Por supuesto, esto no invalida ni que ciertas

     burbujas especulativas estallen (como ocurrió a comienzos del año 2000 con los valores

    informáticos o con la crisis de los subprimes en el 2007-2008), ni que sea posible explicar por

    qué otras burbujas, por el contrario, no estallan nunca o se “desinflan” progresivamente y sin

    “estallido”  (Krugman, 2009). El límite imaginario no es así sino una coerción práctica a

    formas y temporalidades múltiples. Y que la explicación de estos retornos de realidad se haga

    en términos de los fundamentales objetivos de un grupo o de representaciones imitativas de

    los diferentes actores del mercado, no cambia nada al diagnóstico de la elasticidad de la vida

    social.

    Para el segundo ejemplo, cambiemos de escala, y evoquemos el supuesto rol limitativo que el

    ámbito económico puede tener a nivel del endeudamiento individual. También en este caso, y

    en contra de una creencia fuertemente expandida, muchos estudios ponen de relieve laasombrosa elasticidad de los ingresos. Por supuesto, existe un punto de retorno de realidad (la

    realidad es lo que resiste), pero este punto se revela infinitamente más complejo que lo

    esperado: muchos actores descubren, durante lapsos de tiempo más o menos largos, que

     pueden gastar más de lo que ganan. La razón es simple: “El ingreso no es un factor de rigidez

    absoluta, gracias a las virtudes del crédito” (Duhaime, 2003: 47). Incluso se pue de observar

    que, entre muchos pobladores populares de países del Sur, la existencia de un período inicial

    de estabilidad económica seguido por un período de endeudamiento (o de sobre-endeudamiento) es cuestionable: muchos de ellos bañan en medio de un sentimiento de

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    inconsistencia posicional permanente y muy a menudo de endeudamiento crónico (Araujo y

    Martuccelli, 2011). La reflexión crítica sobre la economía-como-realidad debe así centrarse

    menos en las causas o razones del endeudamiento (en el fondo, bien conocidas), que en los

     procesos efectivos, y plurales, por medio de los cuales se produce  – si se produce –  el famoso

    choque con la realidad. Al igual que cualquier otro retorno de realidad, la deuda depende de

    los contextos, de la diversidad de los actores, y a pesar de la fuerza de su imaginario de

    disciplinamiento, individual y colectivo, está muy lejos de tener el carácter implacable que

    generalmente se le atribuye sobre todo desde una tradición crítica (Lazzarato, 2011). ¿Quiere

    esto decir que la “realidad”  no existe? Por supuesto que no. Pero su modo de sanción es

    siempre complejo, casi podrá decirse especialmente en el campo económico, y esto es lo que

    debe convertirse en el blanco de la crítica social.

    La sinergia entre los dos ejemplos anteriores  – la bolsa de valores y el endeudamiento

    excesivo –   es particularmente fuerte en la reciente experiencia de los Estados Unidos. La

    narrativa hegemónica que los economistas han determinado por dar de la crisis del 2007-2008

     puede resumirse fácilmente. La crisis actual se originó por una confluencia de factores, entre

    ellos: un estancamiento (o al menos una moderación severa) del poder adquisitivo desde la

    década de 1970; por la invención de nuevos mecanismos financieros que hicieron posible,

    más allá de toda prudencia, el endeudamiento masivo de las familias; por un aumento

    constante, estimulado por la publicidad, y por las crecientes expectativas de consumo

    asociadas con la tercera revolución industrial de nuevos productos; por la elección de una

     política que tendió a generalizar el acceso a la propiedad mediante mecanismos de crédito por

    momentos “extravagantes” ( préstamos de alto riesgo, oportunidad de comprar casas casi sin

    capital inicial, tasas de interés casi inexistentes a corto plazo...). Retrospectivamente, todo el

    mundo está de acuerdo. Este “sistema”, particularmente en su componente inmobiliario, era

    una “locura” colectiva. La palabra no es correcta. Mientras que muchos actores creyeron en

    la durabilidad del modelo  – incluyendo las personas más poderosas que creyeron en él,ganancias y pérdidas como prueba – ; otros, por el contrario, no dudaron en denunciar los

    riesgos que se derivaban de una situación de este tipo y el destino inevitable de la crisis

    (Krugman 2009; Jorion, 2009; Aglietta, 2008; Stiglitz, 2010).

    Inevitable. Esta es la palabra clave. Es esta confianza en la existencia de un choque inevitable

    con la realidad, el más seguro  – y complejo –  principio de regulación de la agencia humana,

    desde el ámbito económico, en las sociedades contemporáneas. Ahora bien, ¿qué vale una

    “predicción” que, en medio de voces de alarma, requiere  varias décadas antes de producirse yque se produce bajo modalidades significativamente impredecibles? Desde la burbuja de los

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    tulipanes en Holanda en 1637, hasta la última crisis de los  subprimes, cuando se produce la

    “explosión”, pero sólo entonces, todo el mundo afirma, retrospectivamente, que “todo el

    mundo lo sabía”. Qué era “obvio” que “eso” no podía durar . Salvo que duró mucho tiempo,

    que habría podido durar un tiempo más, y que los resultados de la “explosión” no sólo no son

    uniformes en la historia, sino que incluso muchas “burbujas” no  “explotan” pero se

    “desinflan” – así como no todas las deudas son “corregidas” de la misma forma y por

    supuesto con las mismas consecuencias (Reinhart y Rogoff, 2009). El choque con la realidad

    es más una creencia construida en torno a un supuesto límite imaginario del mundo que el

    resultado de experiencias efectivas de coerciones.

    V. La agencia, las coerciones y los límites

     No son pues las coerciones  de la realidad lo que debe cuestionarse, sino los límites 

    imaginarios de la realidad. Por supuesto, la dialéctica entre unas y otros está lejos de ser

    evidente, a tal punto, a través de ella se revela la apuesta fundamental constitutiva de la

    agencia  – el hecho que toda acción establezca una distancia entre ella (y por ella) y el estado

    inicial del mundo. Ninguna otra metáfora describe mejor esta dimensión que la “elasticidad”:

    la experiencia de una resistencia que se estira hasta un punto de bloqueo efectivo (el choque

    con la realidad  stricto sensu), una experiencia que, bajo esta modalidad, es altamente

    compleja e incluso relativamente infrecuente, lo que no le impide empero ser una convicción

     permanente en las acciones humanas. La vida social está sujeta pues a muchas coerciones y a

    algunos choques con la realidad, unos y otros en medio de una elasticidad social irreductible.

    Si el problema de la relación entre la acción y la realidad es, como lo hemos indicado, una

    constante trans-histórica, esta venerable cuestión conoce empero una acuidad particular en los

    tiempos modernos. En la modernidad, en efecto, la función regulatoria de la realidad se

    impone con una fuerza nueva, porque tras la ruptura del orden simbólico tradicional y el

    reconocimiento consecutivo de la contingencia, la evocación de la realidad como límiteaparece, dada la fuerza del conocimiento que se le otorga a la ciencia moderna a la hora de

    decretar la realidad objetiva, como la última de nuestras certidumbres. Éste es el verdadero

    origen de la fascinación de las sociedades contemporáneas por la realidad. Mientras más se

    toma conciencia de vivir en medio de una pluralidad de universos y texturas culturales, más se

    intensifica la convocatoria de la realidad como el tribunal de última instancia desde el cual se

     puede juzgar la verdad y la falsedad. Sin embargo, y a diferencia de lo que cierta

    epistemología moderna afirmó al erigir a la Razón como el tribunal inapelable de la realidad(Rorty, 1990), en la vida social, la “realidad” (o sea la dinámica entre las coerciones y los

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    límites) y la función regulatoria de la agencia que se le otorga posee un modo operatorio

     particular: ni inmediato, ni constante, ni unívoco.

    Lo que plantea un desafío particular. A diferencia de lo que han dicho al unísono los tres

    grandes maestros de la sospecha – Marx, Freud y Nietzsche –  las acciones, en la vida social, no

    se enfrentan a un principio de realidad intangible, que reacciona y regula de inmediato y sin

    desmayo nuestros desvaríos e ilusiones. Las acciones se despliegan por el contrario dentro de

    una vida social marcada por las maleabilidades resistentes del entorno, y en medio de una

    experiencia en claroscuro en donde se articulan constantemente coerciones “reales” y límites 

    “imaginarios”. Para abrir las opciones de la agencia, es preciso liberarse, no desde luego de la

    realidad (¿qué es lo que esto podría significar?), sino de su traducción sub-problematizada

    como principio de realidad. Lo que no debe descuidarse en el estudio de la agencia es el

    carácter irreductible de la elasticidad de la vida social.

    La crítica de la economía-como-realidad exige pues un trabajo crítico particular. No se trata

    sólo de denunciar los excesos de los altos salarios, el aumento significativo de la desigualdad,

    la evolución de la distribución de la riqueza entre el capital y el trabajo o el poder exorbitante

    de la finanza en el capitalismo contemporáneo. La especificidad de esta mirada crítica es que

     busca cuestionar las funciones de control y de regulación de la agencia que se le otorga a la

    “realidad” en la vida social. Esta  función tiene una innegable dimensión ideológica (Todd,

    1999)  –  bien resumida como lo hemos señalado por el acrónimo TINA. Pero sería un error

    reducirla a esta única dimensión – lo que ella apuntala es nada menos que el vínculo entre la

    acción y la realidad. Lo importante no es pues – como antaño –  mostrar detrás de los dioses, la

    acción de los hombres; sino desvelar las funciones sociales específicas que cada periodo y

    sociedad conceden a la realidad a la hora de regular las acciones. En breve, lo que debe

    colocarse en el horizonte de la crítica no es “la” realidad, sino las funciones históricas que la

    evocación de la realidad como regulación de la agencia desempeña en diferentes sociedades.

    VI. Cervantes, sociólogo de la agencia

    El posible reconocimiento del carácter imaginario de muchos “límites” económicos a la hora

    de trazar la frontera entre lo posible y lo imposible, no constituirá por supuesto una prueba

    suficiente para socavar la creencia de la existencia de límites inevitables e infranqueables en

    el mundo  – como lo demuestra, a su modesto nivel, la permanencia de las creencias

    económicas después de la crisis del 2007-2008 (Lebaron, 2010; Orléan, 2011). Para ello, pero

    se trata de un trabajo de un nuevo cuño, es preciso ir más allá de la sola creencia de la funciónde la economía-como-realidad, e interesarse en la posibilidad de la construcción, desde la

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    agencia, de una filosofía alternativa de la vida social. Lo que supone nada menos que

    reconocer que entre la acción y la realidad existe una relación que es distinta a aquella

    habitualmente postulada por la tesis de la necesaria adaptación de la acción a su entorno.

    Esta otra concepción de la relación entre la agencia y la realidad tiene su primer y más

    importante intérprete en Miguel de Cervantes. El Quijote diseña mejor que cualquier otro

    ensayo intelectual posterior el ámbito siempre problemático de la relación entre la acción y la

    realidad. En efecto, la novela no explora ni la adecuación entre las representaciones y las

    cosas, ni la producción de la realidad por el trabajo, sino que escruta desde la acción y a través

    del conocimiento literario la ruptura fundadora de la modernidad entre lo objetivo y lo

    subjetivo.

    Para comprender la originalidad sociológica del Quijote es preciso meditar sobre la primera

    expedición, a condición de aceptar, sin traducir, lo que estas primeras aventuras, en sólo 5

    capítulos, atestiguan. Algo que generalmente no se hace, dada la tendencia a leer el Quijote

    como una oposición entre lo real y la ficción, entre el ideal imaginario y los diktats  de la

    realidad  – en verdad, interpretando las aventuras del Quijote a la sombra del fin de sus

    aventuras y de su muerte en su tercera expedición. Ahora bien, desde un punto de vista

    sociológico este no es, en absoluto, el mensaje de la novela. En su base, y es su enigma

     principal, se encuentra la experiencia de un caballero andante cuya acción no es siempre

    desmentida por el mundo. Vladimir Nabokov (1997) ha comprendido con profundidad esta

    verdad de la novela: don Quijote no siempre sale mal parado en sus aventuras – después de un

    análisis secuencial de la novela, llega incluso a establecer una lista equilibrada de veinte

    victorias y veinte derrotas. En este sentido, las aventuras del Quijote y la plausibilidad factual

    de “su” mundo habrían terminado siendo muy otras, si, de regreso de su primera expedición,

    satisfecho de él y de sus proezas, habría decidido decirle adiós a las armas.

    Aquí reside la verdad sociológica del Quijote. Los desmentidos que el mundo opone a la

    acción no pueden jamás reducirse a una simple cuestión de adaptación entre lasrepresentaciones y la realidad. Cierto, frente a sus errores, este aspecto ha sido tan subrayado

    y por tantos analistas, don Quijote recurre a racionalizaciones diversas, desarrolla diferentes

    mecanismos de defensa, re-enmarca cognitivamente los eventos, hace intervenir encantadores

    y magos… en fin, reduce sin desmayo la distancia entre su concepción y los hechos. Un

    trabajo que le permite sin duda poder continuar actuando en el mundo, no solamente a pesar

    de su impases y fracasos prácticos, sino incluso gracias a ellos – a tal punto éstos terminan por

     probar a sus ojos lo bien fundado de su mirada. En realidad Cervantes distingue claramenteentre diversas situaciones: entre aquellas en las que, frente al fracaso de sus acciones, don

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    Quijote, solitario, o con la sola compañía de Sancho, es capaz de reforzar por racionalización

    sus propias creencias; de aquellas en las que, en medio de creencias aparentemente

    compartidas con otros, frente al fracaso de sus acciones, y el ridículo, no tiene otro recurso

    que la fuga imaginaria; o de aquellas en las que es víctima de maquinaciones de terceros que

    con el fin de burlarse de él, aparentan acordarle, durante un tiempo, plausibilidad a “su”

    mundo... A la idea de un combate claro entre el ideal y la realidad – las palabras y las cosas – ,

    la novela opone una miríada de situaciones diversas, coronadas por sanciones y evaluaciones

    ambiguas, en donde el veredicto del fracaso o del éxito es  – él mismo –   objeto de matices y

    variaciones. A través de las conversaciones ininterrumpidas entre el Quijote y Sancho, y sus

    movimientos respectivos de opinión en donde cada cual se “empapa”  progresivamente de la

    visión del otro, dentro de coordenadas que restan empero disímiles hasta el final de la novela,

    Cervantes inventa una filosofía de la agencia: la realidad es lo posible. Lo posible  – lo nuevo,

    el cambio, lo intempestivo, lo imprevisto, lo sorprendente –   forman siempre parte de la

    realidad.

    Cervantes sabe que el mundo no opone jamás desmentidos contundentes y definitivos a la

    acción. Y para dar cuenta de ellos, ha tenido el genio literario de convocar, en contrapunto, las

    creencias de Sancho Panza – creencias que el lector, en función del régimen de realidad al cual

    adhiere y que empezó a imponerse desde comienzos del siglo XVII, juzga como más justo y

    realista. El Quijote desvela así el combate tectónico no entre las representaciones y la

    realidad, sino entre dos visiones del mundo. Si por un lado, las intervenciones de las entidades

    invisibles están ya en retroceso en 1605-1615, si los personajes no viven más en el mundo

    caballeresco y encantado de las epopeyas medievales, por el otro lado, solo se encuentran en

    transición hacia un mundo en donde la objetividad de la realidad  – a causa del primado del

    saber de la ciencia moderna –  será juzgada como indiscutible. Momento cómplice: los lectores

    contemporáneos de Cervantes  – y Cervantes mismo – , tienen todavía el recuerdo del antiguo

    régimen de realidad pero viven ya en medio de uno nuevo. El análisis de la agencia delQuijote, no puede por ende limitarse a una fenomenología que estudia el trabajo cognitivo del

     personaje con el fin de adaptar y corregir sus representaciones (Schutz, 2007), sino que debe

    leer esta actividad desde el telón de fondo del tránsito entre dos regímenes de realidad y desde

    la ambivalencia práctica irreductible de la acción.

    En breve, el momento de transición entre regímenes de realidad es el gran telón de fondo del

    Quijote: el ingreso en un mundo en donde la subjetividad se vuelve cada más problemática a

    medida que se erosiona el peso de la religión en tanto que economía general del mundo. Entreel alma y el mundo, para retomar las palabras de Georg Lukács (2001: 99), se interpone la

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    apuesta de la acción. El Quijote vive en medio de esta tensión histórica. Milan Kundera

    (1986: 19), desde una problemática distinta, pero armonizable con lo que aquí desarrollamos,

    lo afirmó con todo el énfasis necesario: “El fundador de los Tiempos modernos no es

    solamente Descartes sino también Cervantes”. El primero piensa la relación al mundo desde

    la búsqueda de una certidumbre y de un fundamento cognitivo gracias a las representaciones

    verdaderas; el segundo explora la relación al mundo desde la apuesta contingente de las

    acciones.

    El Quijote, es su verdadero genio sociológico, es una novela de la agencia. Y de la relación

     plural de la acción con el mundo. Lo esencial es la complejidad de los desmentidos que el

    mundo opone a la acción. Contra todo reduccionismo realista, estos desmentidos no son nunca

    ni inmediatos, ni directos, ni constantes, ni unívocos. Es la sabiduría, llena de matices, del

    novelista: una misma acción puede, en función de los contextos, de los personajes y de las

    intrigas conocer resultados diversos (lo que implica tomar distancias con concepciones de la

    verdad-correspondencia, de la verdad-coherencia e incluso de la verdad-pragmatista). La

    realidad es un universo elástico de posibles y de lo imposible. La elasticidad de las creencias

    del Quijote no se explican solamente por las estrategias cognitivas ad hoc que formula frente a

    sus fracasos (o éxitos), sino también, y en verdad sobre todo, por la ambivalencia práctica de

    sus acciones que encuentran su más sólido principio de comprensión  – de éxito o de fracaso –  

    en la elasticidad fundamental de la relación entre la acción y la realidad.

    El pensamiento crítico ha hecho de la emancipación y de la necesaria apertura de lo posible,

    su gran y principal horizonte de trabajo. Los regímenes de realidad nos invitan a una lectura

    complementaria. El origen de la tragedia en la historia no reside en la oclusión de los posibles,

    sino en la inexistencia societal de lo imposible. En el fondo, en sus diversos avatares

    históricos, de los cuales la economía no es sino la expresión hegemónica actual, las

    sociedades no cesan de inventarse límites imaginarios (Dios, el Rey, el Dinero, la

     Naturaleza…) con el fin de regular, gracias a la realidad y su supuesta fuerza dirimente, elabismo que en ellas suscita la ilimitación humana. Vana consolación. La tragedia, la

    verdadera tragedia de las sociedades, es que en ellas, todo es posible.

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