JACQUES-ALAIN MILLER
que el círculo introduce respecto del cuadrado. Es, finalmente, la
ambi ción de reducir el Otro al Uno sin tener que incorporar a las
matemáti cas elementos ajenos a ella. En sus estructuras
cuaternarias Lacan usó mucho el cuadrado, ese que pudo parecer el
paradigma mismo del significante matemático.
Ahora tenemos la oportunidad de acercarnos a lojjue dificulta la y
justifica, entonces, el término Otro que usa
mos habitualmente en psicoanálisis -ese Otro que no es un nombre
del Uno. La cuadratura del círculo sería concebible en el
psicoanálisis o, mejor, en la estructura de la comunicación, si uno
se atuviera a que el Otro es un todo. Si el Otro fuera un todo, si
no fuera más que eso, no habría objeción en reducirlo al Uno. Y es
que, en cierto sentido, el Otro es Uno. Es Uno en tanto suponemos,
cuando lo escribimos A, con la pri mera letra del alfabeto, que
titula a todos los significantes. Desde esta perspectiva/ el
Otro^s^coiiipleto. Si uno se limitara a esto, no habría nin guna
necesidad de introducir, luego, al Otrp> Además, en el estruc-
turalismo lingüístico se prescinde muy bien de él y se trabaja -s i
puedo expresarme de este mod o- a fuerza de todos, en plural.
Considerar todo lo que está es lo más valioso que introdujo el
estructuralismo en sus co mienzos para poder hacer la ciencia en el
sentido estructuralista. Una ciencia que de todo hizo todos y que
sólo vio todos por todas partes. (La crítica literaria, por
ejemplo, para definir el corpus reunía todos los ele mentos y
estudiaba sus relaciones.)
Ahora bien, lo que obstaculiza que el Otro sea llamado Uno es, pre
cisamente, que, por totalesquesean los significantes del Otro, el
sujeto se aparta de allí y lo toma incompleto. El sujeto es quien
veda en primer lugar la reducción del Otro al Uno. En esto consiste
la objeción subjeti va: el sujeto no se construye, no nace, sino
susirayéndosj^al Otro. Y es lo que se prueba, por otra parte, con
la posición del neurótico.
La frase «Tengo tres hermanos: Pablo, Ernesto y yo» muestra de ma
nera precisa esta cuadratura imposible del círculo porque, por un
lado, en efecto, yo tengo mi lugar en el Otro, y lo tengo en tanto
un herma no entre otros. Yo también soy un patito. Yo también estoy
en la fila. Libertad... no sé. Igualdad... sin duda. Fraternidad...
ciertamente. Yo también soy un hermano. Desde esta perspectiva, me
cuento en el Otro. Pero lo propio del sujeto es que cuando formula
«Tengo tres her manos: Pablo, Ernesto y yo», al mismo tiempo,
descompleta ese con junt del Ot deci lv io Y c le ie
junto del Otro; es decir, se vuelve supernumerario. Y
cualesquiera que sean sus esfuerzos para contarse; en el Otro,
estará siempre en posición de excedente.
32
III
0
( 111 ro, él podría decir: Tengo cuatro hermanos: Pablo,
Ernesto, yo y yo, Sin embargo, se reproducirá el mismo fenómeno. Es
lo que se inten ta hacer cuando se dice: Tengo cuatro hermanos:
Pablo, Ernesto, mejor V mejor. Se puede contar a porfía, pero
siempre será de lo parecido a lo HUNDIO.
( reo ¡lustrarles con esto en_gué sentido el Otro es „completo e
incluso tumplaciente. Aunque ei sujeto sea inepto, deficiente o
discapacitado Hei it' derecho'a ser un hermano -de hecho, lo es. El
Otro es complacien- fp acogiendo al sujeto; hace todo lo que puede.
No obstante, por Com | tóy comp^^ no puede satisfacer lo que es una
sus-
vión subjetiva profunda, de la que la lengua testimonia con el
lapsus y i*l chiste.
Dicho primero
I )e aquí que el círculo siga siendo un círculo, que no se cuadre,
que ion ese círculo el sujeto no pueda de ningún modo cuadrarse en
su iden- tiilail. El Otro es pródigo en significaciones del sujeto.
Es el valor que |m»demos darle a s (A).'Es el soy un hermano entre
los otros, el soy uno entre t>l/<>:;. Pero
esta aserción -dice Lacan, en la página 786 de los
Escritos- «no remite sino a su propia anticipación en la
composición del significante, pii sí misma insignificante».
¿Y qué quiere decir «anticipación en la composición del signi
ficante»? Quiere decir muchas cosas sobre las que volveremos. Más
ade lante retomaremos la anticipación como fundamento de la
identificación
he aquí una pareja de términos. Pero, por ahora, en el punto en que
nos encontramos podemos entenderlo así: esas significacio n es en
el Otro. No es para mí que se inventa la expresión ser un
hermano. Es lo más común que hay. Por eso, en cierta forma, no
quiere decir nada. No si' le dice nada a mi diferencia al
afirmarlo, sólo se le dice a mi iden- lidiUL Y es cierto que yo
tengo una identidad gracias a la cual me parez co a los otros, pero
también es verdad que junto a mi identidad tengo mi
co a los otros, pero también es verdad que junto a mi identidad
tengo mi di lerenda.
Será necesario ubicar en esés (A^Jlo más imperdonable, al menos en
el psicoanálisis; esto es, el efecto de ya dicho, que hace escuchar
en lo que uno dice una-simple anticipación de lo que ya está en_la
composición
I 33
JACQUES-ALAIN MILLER
insignificante del significante. El efecto de ya dicho indica
justamente que no es para mí, que le yerra al sujeto como distinto
de. todos. Ese efec to es la significación de todas las
significaciones del Otro, que no está animada por el fantasma y que
es: eres uno entre otros, lo que no hace más que connotar la
entrada de un sujeto entre los otros.
Las entrevistas preliminares) tienen por función evaluar y eliminar
ese efecto de ya dicho. Es entonces cuando pueden surgir en el
análisis las palabras que han contado para el sujeto. Del mismo
modo, del lado del analista, nada anula, nada estropea tanto las
cosas como las interpre taciones estándar que comunican al sujeto
que es tan sólo uno entre otros. Se necesitan interpretaciones a
medida. Por otra parte, es lo que Lacan alaba en Freud, porque de
él -que estaba trabajando, creando, in ventando el psicoanálisis, y
que con un mismo movimiento hacía avan zar su teoría y su práctica-
el sujeto escuchaba una interpretación dirigida sólo a él, hecha a
su medida. Una interpretación acertada es una interpretación que
descompleta al Otro. Aunque todos los significantes ya estén en el
lugar del jOtro, falta, sin embargo, el que es propio del
En ese lugar se aloja la interpretación, lo que supone la necesidad
de un significante en más que podría nombrar lo propio de ese
sujeto en tanto que descompleta al Otro. Tenemos aquí otro Uno, el
Uno en más en relación con el Otro. Puede decirse incluso que ese
Otro merece 11a- majge Otro por dejar, justamente, su lugar al Uno
en más. Esto se escri- be£¿y es lo que Lacan agrega al círculo para
designar al sujeto tachado. El sujeto está^tachado pom o tener su
lugar en la serie del Otro.
s (A)
IX )S SIGNOS DEL GOCE
b m n iiñiii li* el símbolo I (A))La I mayúscula está tomada de la
pala- tifi hiñiL I 'ero hay que dar también su verdadero valor
al paréntesis del Ptm I .ti I mayúscula designa la necesidad que.el
Uno en más tiene del Otf'U: Si quieren orientarse con una escritura
más reciente de Lacan, I (A) — . ^1 ' “n.
puniría Ir.mscribirse S1(S2J)d on d e S, asume la función del Uno
en más qilt*. ním (*mbargo, pigrtgn&ce,,.a.l O tra Y es que,
para obtener ese sig- rfifit niilc en más que permitiría que el
sujeto en tanto tal sea contado gomo l luo, la única posibilidad es
ir a buscarlo en el Otro. En este sentí an, i’w l J no en más que
sería un significante distinguido sólo lo es a tí- lulo «le ideal y
de semblante. En su emer^acia-^te.significanteno.tu3ffl pilla
<‘l sujeto un efecto de ya^dich.Q,.sino -como expresa Lacan en
la página 787 de los Escritos- de .«dicho primero». No tuvo
entonces un ufet lo de dicho segundo, un efecto que deba ser
colocado en S2.
Se Irala de un dicho primero que hay que entender como lo contra
río de lo ya dicho. Hay que entenderlo como el dicho propio del
sujeto, mv que,1aun dicho por el O tro,fu ed jcho j^ ^ pudo
íím esi'iichadopor el sujeto como la anticipación de su
destino.
Unario-binario
I Ixisten palabras así, palabras que el sujeto distingue, que
pueden ser en apariencia las más banales del mundo, y que incluso
tal vez hayan sido dichas a cualquier otro. Pero el sujeto las tomó
para sí. Estas pala bras merecen ser
llamadas primeras, es decir, distintas, separadas de lo
eM‘gundo. Lacan lo ejemplifica en el texto de Freud con el rasgo
que tra duce como unario.
I ,a vez pasada les señalé que unario es un neologismo. En
efecto, no M’ encuentra en el diccionario. Este neologismo
perfectamente formado ne utiliza con bastante frecuencia tanto en
el lenguaje lógico como en el matemático, donde también se emplea
binario, término construido de la misma manera. En inglés se
lexicalizó: unary ya forma parte de la len- K.ua.
¿Cuál es la diferencia entre lo unario y lo binario? Lo binario es,
por ejemplo, S,-Sr Esqforma un binario, forma una
díadavLo_unario)por su parte, adjetiva al sjzuando está separado
del S2, en el tiempo en que algo <.. fue dicho y todavía no
repetido. Se trata, por supuesto, de una ilusión;
o que se llega d iado tarde y todo ya ha sido dicho. Sj
puesto que se llega demasiado tarde y todo ya ha sido dicho. Sj no
toma entonces su valor de unario más que de su lugar de semblante,
que im- I >lica el corte con el dos. Si leen el texto de Lacan
... ou pire, verán la in sistencia puesta sobre lo que separa
el S, del S2. Encontramos allí la
/ 35
JACQUES-ALAIN MILLER
noción de un significante que representa al sujeto pero no para
otro significante, de un significante que sería la excepción a esa
ley. Con I (A) se apunta al significante que representaría al
sujeto en la medida en que es fuera de serie. Evidentemente, si uno
no tiene hermanos, los proble mas de identificación toman un giro
distinto. Aunque, en realidad, bas ta mirarse en el espejo para
poder decir: Tengo dos hermanos. De aquí, por otra parte, lo que
tienen de especial la identificación del hijo único y la invención
que debe ser desplegada en ese registro.
Noten que estamos -Lacan se precipita aquí a partir de su seminario
sobre la identificación- en el fundamento mismo del Volveremos este
año sobre ese soy gloriosamente ilustrado en nuestra tradición
filo sófica y, además, truncado, porque el soy cartesiano
subsiste, al parecer, sin predicado. Es decir, queda un puro yo
soy, sin que se^epaio que izo (je) es. Un puro soy que
apunta con sus medios a ese $ ubicado bajo la barra, que carece de
todo predicado. Ahora bien, si siendo Descartes yo me contentara
enunciando que soy un filósofo, sería puesto en serie. La
particularidad de la operación cartesiana es su intento de apuntar,
sin I mayúscula, al sujeto en tanto tal, a ese del que en el fondo
no podrá de cirse otra cosa más que soy. Aparentemente, y es
lo que da su aire de li bertad acia meditación cartesiariá, se
presenta allí lo que parecía un milagro: un sujeto sin el apoyo de
S} -puesto que nada le viene de] Otr<>-, un sujeto que pone
en duda toda la serie de significantes del Otro, in cluso los
mafemáticos. Y_es en ese vacío donde surge esa posición, subjetiva
que parece pura por estar separada del significante Uno. Re
cordemos, sin embargo, que todo el esfuerzo de Lacan consistió en
de mostrar, mediante la lectura de Descartes, que en realidad el
significante Uno estaba allí.
Y es que en todo soy hay alienación, en esos términos Lacan ev
I. Lo menciona por la alienación del sujeto en Ja identificací^i
-primera forma del ideal_del yo. Ahora bien, la Ijmayúscula de
Ideal puede ser considerada, además, como la I mayúscula de la
palabra Insignia, Insig nia del Otro, Insignia de la
omnipotencia del Otro para fijar a_l_sujeto. Hay aquí una
alienación del sujeto, que se capta menos en lo unario que en lo
binario. Al parecer, en el tiempo unario de la constitución del
suje to sólo se trata de él. Y recién en el segundo tiempo, en el
tiempo binario, cuando se agrega S2, comprendemos que el
significante que representa
al sujeto no lo representa sino para los otros significantes. Por
eso en lo unario propiamente dicho no hay alienación
significante;para hablar de ella no basta con que el significante
venga del Otro. Sólo hay alienación, hablando con propiedad, en el
tiempo II, cuando hay Sj-S2. Ésa es la es tructura del quisiera ser
un puerro,para estar en la ristra de cebollar Quisiera
36
LOS SIGNOS DEL GOCE , , ' ^ b \1
m'i mi ¡mena es el anhelo_de~S^ para estar en la ristra
de cebollas es la fulguración donde se ve que ese Sxsólo
sirve para representar al sujeto pura oí ros significantes.
I )esde este punto de vista,Len todo soy hay una remisión al
Otro] La iíi|»tura del sujeto por lo unario, por lo Uno, siempre
deja un resto, ese resto que es a, ese resto inefable... Ya
verán la importancia que tiene no reabsorberlo en lo unario, en la
insignia, y mantener esta insignia dis- tíni.1 del plus de
goce. De aquí que resulte muy valiosa la insistencia de ! fit
.111 sobre los neoplatónicos.
Pensadores de lo Uno
Plotino -lo he dicho- es el pensador de lo Uno, y hubo en Atenas
durante algunos siglos una escuela de pensadores que quisieron ser
los pensadores de lo Uno. Se los llama neoplatónicos porque
encontraron el punto de partida de su inspiración en algunas de las
páginas de Platón y, más precisamente, en la primera hipótesis del
Parménides sobre lo Uno; sil i tuvieron su revelación.
I ',1 Uno de Plotino y de los otros es sin duda un Uno que se
rehúsa al binario. Es el pensamiento sobre lo Uno cuando se niega
radicalmente a representar no importa qué para los otros
significantes. Un pensamien to que sólo se interesa en los otros
significantes en la medida en que ellos mismos serían Unos de menor
categoría. Este pensamiento muestra el esfuerzo por centrar la
identificación sobre lo unario. Y cuando nos ate nemos a eso, ya no
podemos identificar nada. Con los neoplatónicos te nemos la idea de
un Uno que no sería de serialidad. Por eso hay que ponerle el
artículo definido: el Uno.
I,o divertido es que ellos, como filósofos, hicieron serie. Está
Plotino, después viene Proclo y luego otros. El último es Damascio
el Diádoque. I )e hecho, son todos Diádoques. Todos ellos se
consideraban los suceso res ile Platón. Y encuentro maravilloso que
quienes se consagraron al
res ile Platón. Y encuentro maravilloso que quienes se consagraron
al Uno solo, al Uno que rehúsa ponerse en serie, hayan sido puestos
todos en fila. En cada época sabían cuál era el buen sucesor.
Tenemos acá una serie, una jerarquía, una sucesión de Diádoques,
hasta Damascio. Más tarde surgen algunos inconvenientes y
esta-escuela se disuelve.
37
JACQUES-ALAIN MILLER
L na de las grandes actividades de estos pensadores del Uno, por
razones de estructura, consistía en comentar a Platón. Y radicaba
verda dera mente en escrutarlo palabra por palabra, porque creían
que, debi do a los problemas que su auditorio podía traerle, Platón
decía entre líneas otra cosa para la elite. Pensaban, de este modo,
que existía una doctrina secreta de Platón que había que ser capaz
de detectar en lo qife decía para todos.
No sé si esto les hace pensar en algo... El cariño que siento por
los neoplatónicos se debe al hecho de que gracias a su Uno tuvieron
cierto número de problemas que se relacionan con aquellos que Freud
y Lacan -nuestro Platón y nuestro Plotino- nos dejaron. Hay mucho
que apren der de esta sucesión de neoplatónicos, cada uno más
potente que los otros y perfectamente acomodados en fila. Nosotros
tenemos algo que aprender de ellos para poder circunscribir los
efectos patentes en sus obras. Así pues, deberemos evaluar lo que
Lacan llama, en pocas pala bras, la confusión plotiniann, con
lo que gratifica a los psicoanalistas. Y no deja de ser efecto de
su generosidad, ya que en el momento en que lo formulaba Plotino no
era lo más corriente entre su auditorio. La confu sión plotiniana
es la del ser y el Uno. Evaluaremos en qué la procesión
-el término es de Plotino- objeta radicalmente el orden
significante como creacionista, y esto a pesar de que los
neoplatónicos encontraron en el esquema matemático la manera de
hacer productivo su Uno.
Hay que reconocer que la confusión plotiniana implica en primer
lugar que el Uno no piensa. Nosotros desarrollaremos de otro modo
la teoría lacaniana de las hénadas, es decir, de las potencias del
Uno.
Bien. Me detengo aquí. Seguiremos la semana que viene.
12 de noviembre de 1986
38
III Prefacio al Parménides
Kstoy sumergido desde la semana pasada en las obras que nos que dan
de los llamados neoplatónicos. Puedo asegurarles que se trata de
una lectura ardua, interminable, tediosa. Recuerden,por otra parte,
que I acan ya nos lo había advertido en «Televisión», donde con un
peque ño logogrifo subrayó el hecho de que en las letras que forman
la pala bra uirien (uniano) se halla ennui
(aburrimiento). Debo agregar, sin embargo, que esto no quita para
nada el interés de tal lectura.
1.es anticipé que hablaría de los neoplatónicos y hasta les sugerí
que <i mipraran el último de los volúmenes de esta escuela
traducido al fran- i’ivs, el Traite des premiers principes de
Damascio, y, más exactamente, el libro I, que se ocupa «De
I/ineffable et de l'Un». Ahora mi problema es *>aber cómo
interesarlos en su lectura, cómo interesarlos más allá del
aburrimiento que, después de todo, es sólo un afecto. Pensé
entonces i|iic' podría ayudar que yo mismo hubiera pasado por esto.
Y es que ilurante la época de mis estudios de filosofía decidí
dejar de lado a los neoplatónicos. En aquel momento me dije que
eso, al menos, no iba a saberlo. (Por supuesto que hay muchas otras
cosas que no sé. Pero a ellos li >s había dejado fuera del
conocimiento que debía alcanzarse.) Más allá de la profunda
desaprobación que me inspiraban, hice con los neo- platónicos una
verdadera excepción. Igualmente objetable me parecía Hcrgson, si
bien lo había estudiado más de cerca. Lo que de manera re- I
rospectiva me prueba cuanto menos la coherencia de mis gustos, ya
que
I rospectiva me prueba cuanto menos la coherencia de mis gustos, ya
que BiTgson se sentía profundamente atraído por ellos. Su interés
lo llevó a ilar en el Colegio de Francia cursos que hicieron mucho
por los estudios i ii'oplatónicos, sobre todo en Francia y en
Bélgica. A ese interés debemos hoy la eclosión de traducciones. Y
la verdad es que para se produzca
/ 39
J ACQU ES-ALAIN MILLER
semejante eclosión no es necesario el gusto de la gente, basta con
algu nos subsidios del CNRS y con encontrar en un seminario de los
que se dan por Lovaina a alguien que se ocupe de difundir esos
escritos entre el público actual. Es evidente que por fuera de
nuestro ámbito el trata do de Damascio va a parar derechito a las
bibliotecas, y, colocado junto a los otros, no hace más que
representar al sujeto de la erudición para los demás libros de la
serie. Como a los clásicos ya se los tradujo, para seguir
traduciendo ahora se busca en estantes un poco olvidados. Se tra ta
de seguir trabajando. Nosotros intentaremos sacar provecho de esta
historia compleja de la renovación de los estudios
neoplatónicos.
Después que mis gustos en filosofía me desviaron de su estudio fue
Lacan quien hizo que me interesara en ellos. Y dado que es por la
ense ñanza de Lacan que ustedes están aquí, es posible que
finalmente llegue a despertarles el interés. Pero ¿cómo? Pues bien,
simplemente reflexio nando sobre lo Uno. Los neoplatónicos fueron,
en efecto, pensadores y adoradores de lo Uno. En todo caso, lo
tomaron como pivote y -lo ha brán visto si comenzaron a leer a
Damascio- como trampolín de su pen samiento. Esto los condujo -en
especial a Proclo- a la articulación de lo Uno con las
matemáticas.
Plotino, Proclo, Damascio... He aquí la breve sucesión de nombres
de los neoplatónicos. Un curioso fenómeno hizo que para producir lo
neo transcurrieran de Platón a Plotino siete siglos. A
Plotino lo sigue Proclo. Entre ambos hay algunos intermediarios, en
particular un tal Siriano, del que no nos queda nada. Sabemos, sin
embargo, que fue maestro de Proclo, y también de quien éste habría
tomado su teoría de las hénadas. Damascio es el último; y entre los
eruditos es motivo de discusión poder ubicar el momento en que el
emperador hizo desapa recer la escuela.
Se trata pues de reflexionar sobre lo Uno.
Hacer Uno
Ahora bien, ¿por qué habría de interesamos esta consideración si,
justamente, siempre hemos privilegiado la reflexión sobre el
Otro? Una buena razón surgiría, por ejemplo, de examinar si nuestro
Otro es el Otro de ese Uno. Y es que a nivel de una dialéctica
elemental siempre podría mos ser renviados del Otro al Uno. No
obstante, y para ser más claros,
mos ser renviados del Otro al Uno. No obstante, y para ser más
claros, debemos decir que, en realidad, sin lo Uno no se puede
pensar ni plan tear ni operar con el sujeto en el
psicoanálisis.
Después de todo, los neoplatónicos, a su manera, intentaron situar
el
40
LOS SIGNOS DEL GOCE
rtlm.i en la procesión de lo Uno. Para eso, hacían del alma una
forma de Uno que, según los autores, llamaban hénada o mónada.
Suponiendo que estos términos no les interesen como tales,
consulten el escrito bre ve ilo ¿,acan llamado «... ou pire» -al
que ya los remití-, y notarán allí que Lacan distingue
cuidadosamente la hénada de la mónada y que agrega, incluso, de su
propia cosecha, la nade, que resuena en la palabra iiiidii de
la lengua castellana.
I,os neoplatónicos, entonces, situaban el alma, ya sea como hénada
0 eomo mónada, en la procesión de lo Uno. En el psicoanálisis encon
tramos un eco de esto cuando se confunde el yo con el Uno que opera
en la experiencia. Y no es eso lo que dice Lacan, quien también
ubica el l Ino, hasta puede decirse que lo encuentra, pero a partir
de la pro blemática freudiana de la identificación. Desde esta
perspectiva, el Niijeto tiene déficit de Uno. En el inconsciente,
tal como Lacan lo esl ructuró, el sujeto no procede del Uno sino
que funciona por la iden- III¡ración; y es porque el analista
tiende a tomarse por el Uno que la 11 mc