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OBRAS DE PIO BAR0 1A

Vidas sombrias . LA'

LUCHA POR LA vm

Id i l io s vascos .

La BuscaEl tablado de Arl equ ín .

Mala hierº

baNuevo tab1ado de ArleAurora ro

_¡a .

qum .

Juventud , egolatria . EL PASADOIdil ios y fantasías .

Las horas sol i tarias .

M o m e n t u m Catastrophi

La feria d e lo s discreto s .Los últimos románti co s .

Las tragedias grotescas .

cum .

L a_

Caverna del HumoLAS CIUDADES

r1 5mo .

Cesar 0 nada .

LAS TRILOGÍAS El mundo es ansí .

TIERRA VASCA EL MAR

Las inqui etudes de ShanLa casa de Aizgorri . Andía .

El Mayorazgo de Labraz.

Zalacaín , el aventurero . MEMORIAS DE UN HOMER

DE ACCI! NLA VIDA FANT! STICA

Camino de perfeccwn .

Aventuras , inventos ymixtiñcacione5 de S i lvestreParadox .

Paradox , rey .

LA RAZA

La dama errante .

La ciudad de la ni ebla .

El árbol de la ciencia .

El aprendiz de conspir

dor .

El escuadrón del BrigantLos camino s del mundo .

Con la p luma y consable .

Los recursos de la astuciLa ruta del aventurero .

La veleta de Gastizar .

Los caudillo s de 1 8 30 .

La Isab elina .

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Rafae l C a ro Ragg io : Ed ito r.-Ve ntura Rod ríguez , 18 .

OBRAS DE PIO BARO JA

PUBLICADAS POR ESTA CASA

P aradox , R ey.

La feria de los d i seretos.

Nuevo t ab lad o deAr l equín .

La busca.

Mala h ierba.

Aurora roja.

J uventud, egolatria.

Las horas solitarias.

El ár bol d e laciencia.

La veleta d e Gas

Lo s caud i l l o s d e1 850.

BI BLIO TECA <<ERASMO »

CUENTOS DE P ÍO BAROJA

C O LE C C I ! N ILU STRADA

TOMO I .

TOMO II .

TOMO I II .

TOMO IV

La I sabelina.

I dilios y fantas ías .

Mom en tum ca t as

trophi cum .

El cur a San ta Cruz

!fo lleto ! .Las . trag edias gro

tescas .

Los úl tim os románticos.

El M ayo razg o deLabraz .

La casa de Aizgorr i .Z alacaín el Aven tarero .

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ES PROPIEDAD

D E R E C H O S R E S E R V A D O SPARA TODOS LOS PAÍSES

COPYRIGHT BY

R A F A E L C A R O R A G G I O

1 9 2 0

Es tab lec imie nto t ipo g ráfico de Rafae l C a ro Ragg io .

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P I O B A R O J A

E L P A S A D O

tragedias

Gro escasN O V E L A

R AFAE L C A R O R A G G I O : ED I T O R

Ventura Rod ríguez , 1 8 , y P laza d e C ana le jas , 6

MADRID . 1 92o

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P aisajes de otoñ o

EL otoño fué dulce , templado , de una temp eratura suave . Era una verdadera del icia sentars e

en los bancos del Luxemburgo , durante aquello sdías tib io s . El sol pálido i luminaba los macizos degeran ios , dal ias , cri santemos y margaritas .

A lgunos d ías , l luvias l igeras refrescaban el follaj e

y avivaban el color de las fl ores . Lo s árbole s amarilleaban lentamente; el aire fresco murmuraba entrelas ramas y robaba al pasar alguna hoj a grande ycobriza , hoj a alegre y juguetona al correr por la aven ida enarenada ; tri ste y musti a luego , ap lastada sobre el tronco de un árbol o caída en el agua inmóvilde un e stanque .Don Fausto Bengoa ll evaba en su nueva casa una

vida cómoda y tranquila , prop ia de un fi lósofo . El

paseo , la conversación amena , e l recogimiento delhogar . Nada le faltaba .

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1 0 p io BAROJA

Hab ía envi ado defi nitivamente a Madrid Mudarra ; sab ía que la calle Plumet , tan bu scada por él ,tan importante en Los Miserables y en Los Mahz

'

ca

nos de P a r ís , era l a calle Oud inot , próxima al hospital Laennec . Estaba contento .

Con frecuencia , don Fausto hacía un descubrímiento agradable : ya era el gab inete l iterario de lacalle de Saints—Peres , cas i desi erto , donde se podíanleer los periódico s s in s er mo lestadc s por nadie ; yala b ibl ioteca de Santa Genoveva u otro centro apacible por el e sti lo .

Don Fausto s e hab ía acostumbrado a tomar notas,

notas que luego entregaba Yarze para que sobreellas e scrib i era sus artículos . Uno de éstos , acercadel trozo de la antigua muralla que quedaba en lacalle Clovis , hab ía merecido ser citado con elogio enuna revi sta francesa .

Con tan señalado éx i to , don Fausto se sentía s etisfecho , grande y feliz . La vida se l e presentabacomo un camino seguro , en cuyo f1 na1 resplandecíala fama de su nombre .

El ti empo mismo se mostraba durante aquel o toñoamable . Has ta entonces , desde su llegada, don Fausto no había salido de París , pero la dulzura de lae stación convidaba pasear por el campo , y donFausto

,con su h ija Asunción y en compañía de

Yarza , marchaba muchas veces a lo s alrededores .

Asunción y Yarze preferían al viaj e en tren a Versalle s o a otro punto cualquiera , embarcarse en unvap orcillo e i r Saint—Cloud .

A ll í , los tre s paseaban por las avenidas del parquecharlando al egremente . Desde la gran terraza sol íancontemplar París , al anochecer , envuelto en la n iebla .

Don Fausto , desde su punto de vista de hombre

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS I I

comprens ivo , profería exclamaciones de admiraciónpor todo ; Yarze no le o ía , mirando a Asunción , hablando con ella por 10 baj o . A lgunas veces , cuand olos enamorados reñían y Yarza estaba de mal humor

,manifestaba en sus frase s un odio p rofundo

por París .Estas grandes ciudades—decía—no enseñan

más que una cosa , que hay que tener sobre tododinero .

—S í , e s verdad—repl icaba don Fausto peroeso ¡qué importa! Mire usted ahora el f ondo de laaven ida . ¡Qué hermosura ! ¿Eh?Esta disparidad de criterio se manifestaba con fre

cuencia en sus conversaciones .

Um día estaban en la terraza del parque de SaintCloud apoyados en la balaustrada , mirando Parísi nundado por e l sol .—¡Qué admirabl e ciudad !—dij o don Fau sto con

vencido .

—S í. ¡Qué admirable s ería saquearla !—repuso

Varza .

Don Fausto s e echó a reír, tomándolo broma , y ,

s in embargo,comprendía que Zarza hablaba s ince

ramente .

La vuelta de Saint—Cloud era una de las partesmás bonitas de la expedición . Volvían de pri sa almuelle embarcars e . Cuando tomaban de nuevo e lvapor, ya al caer de la tarde , el cielo—parecía unlago de ópalo , el río s e e

'

nsanchaba , mostrando sutransparencia misterio sa , y surgía del S ena una i slaverde , l lena de árboles , con todo el encanto de lascosas i nci ertas vi stas en sueños .

A1 avanzar la tarde , sobre lo s tej ados azules deSevres , el ci elo tomaba tintes rosados , que palide

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1 2 PÍO BAROJA

cian y se iban apagando , y en el río palpitaba untembloroso refl ej o sangri ento .

El vaporcito iba deten iéndose en los pontones deambas ori llas , pasaba por delante de un grupo decasas , en cuyas vidri eras comenzaban a bri llar lasluces , y ya próxima la noche entraba en París .

A medida que se avanzaba en el i nterior de laciudad , todo iba entenebreciéndose; la niebla gri s s etendía sobre el S ena ; primero , tenue ; luego , más espesa; las ori llas se borraban , y el agua se obscurecíahas ta ennegrecer por completo .

Las luce s bri llaban y parpadeaban en las o ri llasy en los puentes , blancas y roj as , entrecuzándose ,confundiéndose , temblando en las olas y remolinosd el río .

Llegaba el vaporcito frente a las Tullerías y bajaba aquí todo el mundo . Yarze acompañaba a donFausto y a Asunc ión por la call e de Saints-Pereshasta l a calle de Grenel le , y all í s e desped ía .

Clementina y P i lar, poco sens ibles a las bellezascamp estre s , rehusaban , s i empre que se le s invitaba ,el formar parte de estas excurs ione s , y en ausenciade don Fausto y Asunción , tomaban un coche eiban a la orilla derecha a ver lo s almacenes y lasti endas de modas .Clementina y Pilar eran las encargadas de las

compras ; vi s itaban las tiendas elegante s y las prenderías miserables ; algunas veces iban a las subas ta sdel Hotel de Ventas .

Gracias a sus adquis iciones , l a casa s e modern izaba y se alhaj aba con el gusto de la época .

Clementina in tentaba crearse amis tades ; tenía contodos sus conocido s grandes atenciones , especialmente con R i ta Aguado y los americanos .

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LAS TRAGED1 AS GROTESCAS 1 3

Don Fausto , al ver que su famil ia se encontrab ab ien en París , s e s entía contento . Su vida , un tantomonótona para. hombre más inquieto y ambicioso ,l lenaba todos su s deseos .

Vivía tranquila , cómodamente ; gozaba de la su

ge stión de París y se supon ía a s í m ismo conocido ,discuti do , cas i cél ebre en Madrid . ¿Para qué quería más?En la casa o cupaba un cuarto pequeno , con una

ventana al patio . Era un cuarto alegre , claro , con unpape l antiguo , i lu strado con dibuj o s de Pablo y Virgin ia y una chimenea de mármol blanco . Como el

p i so era alto y las casas vecinas baj as , se d ivisabadesde allá un panorama magníñco de tej ados .

Cuando llovía , le gustaba a don Fausto encenderla chimenea , sentars e cerca del cristal y ver llover yver cómo corría el agua por el c i ne de los tej adosvec inos .Esto s tej ados antiguos de casas vetustas eran em

p inados , de dos cuerpos y dos canale s ; en la partealta e staban cub ierto s de p izarras negras , entre lascuales relucían los cri stale s humedecidos de los tra

galuces como esas pup i las gris es y brillantes de algunos vi ej os ; en la parte baj a s e hallaban revestido sde cine y se abrían en ellos las ventanas de lasguardillas .D e noche , don Fausto se encerraba en su gabine

te y se dedicaba a su lectura favorita , la del cuaderno de sus artículo s , ya muy engrosado .

Pared por medio de su habitac i ón , en otra casa ,tocaba algui en el p iano , un p iano antiguo a juzgarpor sus son idos déb iles y amortiguados .La mús ica favorita del pian ista era de óperas an

tiguas muy conocidas , y a don Fausto le parecía

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1 4 PÍO BAROJA

que e l Miserere del v ador o el aria de Lucíaven ían saludarle su cuarto con sus notas románticas y tri stes .

S iempre que'

Yarza e staba l ibre , don Fausto lecogía por su cuenta y le pedía que le acompañasever s itio s raro s y extraviados . Le encantaba a don

Fausto perderse en lejanos suburb ios , contemplarlas casas viej as antes que fuesen derribadas paraabri r nuevas calle s .

No podía impedir la destrucción de estas casuchas p intorescas

,entre las cuales hab ía algunas que

manifestaban su vetustez por el alabeo especial delas fachadas

,p ero quería contemplad as , conservar

d e ellas un p iadoso recuerdo .

Había entre las miserables casuchas del barrio deSaint-Jacques y de Montrouge , que iban derribando ,hotele s antiguos

,de aire señorial

,con tej ados en

p iñón , balconaj es del s iglo XVIII y grande s y soberb io s j ardines lleno s de si l encio y de reposo .

Al comenzar la demol ici ón de esto s viej os hotele s , lo s j ardines quedaban mal tratados , profanados .

Daba lástima verlos . Los grandes árboles centenario s estaban caídos

,un trozo de escalera de hierro o

la balaustrada de un balcón desgaj aba cruelmente larama de algún tilo o el tallo de u na adelfa . Las estatuas , manchadas de 1 iquen ,

desaparecían entre lashierbas , y en el antiguo hote l a medio derribar, leventado en el fondo

,se veían las guardillas , deshe

chas , descarnadas , con su esquele to de madera destacándose en el cielo gri s .

Era una pena para don Fausto ver un destripamiento tan cruel de la ciudad .

Comprendía el atractivo de una callej uela estrechay negra , y hub i era deseado , en su fervor por 10 p in

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS

toresco ,que todas las calles de París fuesen igual

mente e strechas , negras y románticas .Hasta entonces no s e hab ía fij ado en la belleza de

los días de n iebla . Yarza l e dij o un díaMire u sted qué bonito hace este rincón entre la

niebla .

Y era verdad ; lo s mismos bulevares nuevos , monótonos , rectos , tenían los días brumosos un colorgris p erla de una suavidad infin i ta; las personas , lo scoches , lo s ómnibus , s e esfumaban en el ambiente ;todo presentaba el a5pecto de esas imágenes apenascoloreadas que s e p intan en el cri stal deslustrado deuna cámara obscura . La niebla añnaba y borrabalo s contornos de los obj etos , l as casas lej anas s eentreveían vagas , perdidas en la atmósfera ºpaca .

Don Fausto suponía,al adquiri r este concepto de

la b elleza d e la ni eb la,que tal adquis ición consti tuía

una superioridad sobre mucha gente,capaz de supo

ner de manera p rosaica y vulgar que un tiempo húmedo y nublado es sólo bueno para coger catarros .

Um día gri s de otoño , Yarze llevó a don Faustover el barrio de Croulebarbe; un barrio de curtidoresy de tintoreros , cruzado por el B i evre , arroyueloafl uente del S ena , l imp io y cri stal ino antes de entraren Par ís , después suc io , infecto y apestoso .

Corría este arroyo canalizado entre dos ori llas , dep i edra en unas partes , de escorias y de barro enotras ; pasaba por en medio de calles formadas porcasuchas de curtidores , desde cuyas galerías , al rasdel agua , obrero s medio desnudo s hundían y empapaban piel es en la sucia corri ente .

Algunas callejuelas , como las de los Gobel inos ,parecían de un rincón d e Venecia ; las casas estabanedifi cadas ambos lados sobre una muralla; tenían

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1 6 9 10 BARO] A

las ventanas tap i adas o medio cerradas , lo que dabaa la callejuela un aire de s itio bloqueado . Por enmedio pasaba el canal como una acequia de lentacorri ente ; en su sup erñcie lo s detri tus de las fábricasde curtido s y de las tintorerías notaban cn las aguas ,dándoles un aspecto trágico .

No parecía s ino que aquel arroyo ven ía d e uncampo de batalla en donde la carn icería hub iera sidotal , que la sangre y el pus y las carnes en putrefacción corri eran por su superfici e sobrenadando enella . La pestil enci a del aire corroboraba esta imp res ión penosa .

Don Fausto y Yarza recorri eron el barrio , cruzaron varias veces lo s puentecillos de madera que pasaban por encima del B i evre , uno de ello s teníanombre , s e llamaba el puente de las Tripas , contem

plaron el viej o y leproso hosp ital de Lourcine , antiguo convento de Cordeleros , y el palacio de la reinaBlanca .

—Aqu í en este antiguo palacio—du o Yarze—hab ía en tiempo de la Revolución francesa un cafetín

en donde s e reunían los hebertistas , la más radicalde las fracciones jacob inas .

—Sí; y en esta misma casa que en el s iglo XVIIIvis itaron Hebert y Legendre , hace todavía pocosaño s , Ors in i s e citaba con Pieri , Rudio y Gómez yles explicaba cientíñcamente lo s efectos y la manerade componer las bombas de fulminato de mercurio .

Don Fausto contemp ló la cas a con gran curios ided .

Pasaron por detrás de la fábrica de lo s Gobelinos .

Estaban entre lo s dos brazo s del B ievre , en 10 quese llama la Isla de los Monos . Había por all í un j ar

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 7

d in abandonado que a don Fausto le llamó la atención . Era todo un parque atravesado por el B i evre ,que pasaba a fl or de tierra , medio ocu lto entre hi erbajos , cruzando por entre alto s álamos cuyos troncos se hallaban recub ierto s por hiedras .

—Este es el j ard ín del Clos Payen—indícó Yaruna de las antíguasfolz

'

es de París .Y como don Fausto no sab ía e l sentido que em

p leada de esta suerte tenía la palabra folz'

ex , Yarzele d ij o que eran lugares de orgía del ti empo de la Re

gencia y de Lu is XIV.

Se alej aron más hacia l a Butte aux—Caill es . Porall í l a edifi cación terminaba Se veían terrenos bald ios lleno s de escorias y de escombros , tapias baj as ,dentelladas , largas , por encima de las cuales re5p landecía el horizonte gris muy luminoso .

En alguno de estos solare s , al lado de una cas i tablanca con un gran tubo de chimenea humeante , seamontonaban materiales de derribo , pers ianas verdesde steñidas , j arrones de p iedra , barandillas , puertasviej as , regaderas p intadas y pilas de tablas que s eiban descomponiendo por la acci ón de la lluvia .

A un lado , rompiendo la línea gri s de las fortificaciones ,

'

sobre terrap1enes de color violáceo , corría ensuave curva la línea de un tren .

Volvieron antes que obscureciera . AI anochecer,en

el barrio de Croulebarbe , entre la bruma , algunas fábrice s aisladas , cuadradas , se levantaban como inmensos dados negros , aguj ereado s por lo s rectángu lo s delas ventanas re5p1ande0ientes . Las altas chimeneasesp iraban grande s bocanadas de humo blanco ; delas rej as s e columbraban galerías en donde los obreros curtideres trabaj aban en artesas llenas de aguaroj iza .

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1 8 PÍO BAROJA

En alguna ri nconada , un árbol desnudo y negrose destacaba en el fondo del crepúsculo ; tipos de andrajosos pasaban por las calles encogidos , y en el interior de las tabernas hablaban grupos de vagabundos .

Cruzaron un bulevar exterio r . Había anochecido,

entre lo s e spacios obscuro s correspondi entes a loss itio s s in edifi car brillaba de trecho en trecho la luzde lo s escaparates de las tiendas .

Pasaron el bulevar y se acercaron al centro cruzando ese barrio de colegio s y de convento s que s eextiende entre e l B i evre y el Panteón . En las calle

juelas , abandonadas y des iertas , algún farol de p etró leo colgado de una cuerda s e balanceaba y bri llaba a lo lej o s . El aire le hacía osci lar violentamente ;su claridad danzaba del empedrado la tap ia negra ;e l vi ento s e derramaba por callej ones y encrucij adasy s ílbaba y gemía con una nota larga y soIlozante

Yarze era el cron ista'

de esto s viaj es ; don Faustode vez en cuando s e permitía una ob servación res

p etuosa , pero no in s is tía .

Algunas veces don Fausto iba a buscar a P ipot;al entrar en la casa de la calle Galande charlaba unrato con la portera y le pedía noticias de sus conoc idos . El marqués vi ej o s eguía cada vez peor con unaú lcera en un oj o que le hab ía dej ado medio ciego ;Nanette crecía y se iba haciendo una mujer.Don Fausto sub ía a vis i tar Pipot y juntos daban

un paseo 0 entraban un momento en la cervecería dela call e Saint—Severin . Raul R igault segu ía , comos i empre , perorando y di scuti endo con su petulanciaacostumbrada . Le había sal i do un contradictor elocuente en un p eriodi sta del Mediod ía llamado Carlo sLonguet

,que defendía la Repúbl ica federal y la poli

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U n b a i l e

doncella entró despacio , s in hacer ru ido ,en la alcoba

,descorrió las co rtinas y la luz

del sol i luminó por completo la estancia . Clementinaabrió lo s ojos , y cegada por la luz , poni endo lamano como pantalla , dij o :

Pero ¿qué hora es , Nin i?Son cerca de las doce .

¿Se han levantado las señori tas ?

Sí; la s eñorita Pilar está leyendo en el gab inete ;la señorita Asunción ha sal ido con el s eñor.Clementina sentía la cabeza algo pesada . Se hab ía

acostado tarde .

—¡Vaya ! ¡Vaya' ¡Fuera pereza! Hay que levantar

s e . Debe hacer mucho fr ío , ¿verdad?—No . Está el ti empo muy hermoso .

Clementina saltó de la cama , y ayudada de la doncella , se vistió ráp idamente . Luego se lavó y sepeinó .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 2 1

Clementina , p esar de encontrarse en la p rox imidad de los cuarenta , estaba esb elta , ágil , joven ; teníael talle de muchacha; sólo algunos mechones de p eloblanco en las s ienes , ocultados con arte , pod ían denunciar su edad .

Después de arreglada , Clementina saho al gabinete , entró despacio , y acercándose a su h ij a , l e pusouna mano en el hombro y la besó en el cuello .

—Ya te has levantado—dij o Pílar ¡Gracias aDi os ! ¡Pues no eres poco dorm i lona , mamá!—Es que hoy tenía la cabeza p esada y he tardado

mucho en dormirme . Lueg0'

he estado toda. la nochebaraj ando proyecto s .

¿Proyectos? ¿Y qué proyecto s son eso s?¡Ah ! Todavía están en el aire . Ya sabes que

cuando a mí se me pone una cosa entre cej a y cej a ,la hago .

—Ercs muy ambiciosa , mamá.

—¿Y tú no ?

—Yo… también .

—S i no no serías hya mía . Todo el mundo quierepro sperar. ¿No es natural ?—¡Claro !Si no hub iera amb ic io sos , no se haría nada no

table en el mundo .

De eso no me tienes que convencer, porque estoy convencida .

—Muy b ien… ¿Y cómo marchas con An íbal?—Ya habrás vis to .

—Ayer hablaste i s mucho en la mesa .

Sí .—¿Estuvo amable ?

¡Ya lo creo ! ¡No faltaba más !Pero todavía no se ha decid ido .

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22 PÍO BAROJA

No , pero se decid irá .

—As í me gu sta , que seas an imosa . R ita Aguadome dij o la otra noche que Aníbal e s de muy buenafamilia; que tiene m inas , e stancias , ¡qué sé unagran Vas a vivi r hecha una reina .

Pues por mí no quedará .

—Asunción e s la que me preocupa . Está cuamorada de Carlo s Yarze .

Eso parece .

Yo no sé qué l e encuentra .

—No , no . Carlos es un buen tipo .

—¿Cree s

— Sí; sobre todo los ojo s , t i ene unos ojos muy expres ivos , muy bonito s .

Será así . A mí me resulta muy antipático . ¿Y túcrees que son novios formale s ?

Sí . El otro día estuvo e scrib iéndole Asunc ¡ onhasta las dos de la noche . No te digo nada las faltasde ortografía que irían Y la carta se la deb ió dar aCarlos l a criada Nin i .—A mí el que más me indigna de todo e sto e s tu

padre , porque es tan imbécil , que s in darse cuentafavorece esos amores . Todo porque Carlo s Yarza lee scrib e lo s artículos . Los hombres no comprendennada . No tienen más que vanidad y amor prop io . Yo

por encima de mis cosas pongo el que la famil iaY él

,ya ves

,con sus art ículos y sus me

cedades .

—¡Y qué piensas hacer, mamá?

—¿Qué p i enso hacer? Desbaratar ese noviazgo .

—¿Y cómo ? Porque Asunción parece una mosqui

ta , pero e s terca como una mula .

La frase no demo straba un gran cariño fraternal ,y Clemen ti na no qui so darle importancia .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 23'

—Ya veré… ya veré 10 que se puede hacer indirectamente , claro , porque a las muchachas no conviene llevarle s la contraria .

—¿Ti ene s experi encia , mamáP—p regu ntó burlo

namente P i lar .—Sí , en mí misma… porque s í a mí me hub ieran

prohib ido algo,e sto hub i e s e bastado para que lo

hici e ra .

—¿Sí?—¡Ya lo creo !

—¡Ti ene gracia ! ¿Y entonces , cómo te las vas a

arreglar con Asunción ?—Veremos . Una de las cosas qu e voy a hacer , en

cuanto pueda , e s mudarme d e casa .

¿Al otro barrio?Sí .

¿A la ori lla derecha?Sí .—Es mucho mejor, más alegre Cuando yo me

case con Aníbal os mudáis, ¿ eh ?

Eso es ; cuando tú te cases con Aníbal , y en

tonces se acabarán paseos y conversaciones y cart itas . Pero dej emos eso . ¿Sabes que el domingo vamo sa tener bai l e ?—¿Aquí? ¿Em casa?Sí ; 10 decidimos ayer R ita y yo .

¿Y habrá s itio ?—Sí, ¡ya lo creo ! Entre e l saló n y el gab inete hay

sitio de sobra , porque'

no prete ndemos que sea ungran baile .

—¿Y qu 1 ene s vendrán ?—Pues vendrán Aníbal , Gálvez , el s ecretario de

Gálvez, que se llama Mellado , y uno s amigos deAníbal . Invitaremos madame Savigny .

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24 Pío BARO IA

¿Vendrá?Yo creo que s í; ¡qué s impática es ! ¿eh?Muy s impática .

Madame Savigny había tenido una casa de co

mercio en Par ís , que prove ía de ñores art ifi ciale s e ltaller de sombrero s de Clementina . Durante muchosaño s , las dos inuj eres tuvi eron correspondencia comercial , y al conocerse hab ían s impatizado al momento .

Estaban enfrascadas madre e charlando delo s preparativos del baile , cuando entraron Asuncioncita y don Fau sto , que venían de dar su paseomatinal .Nin i anunció poco después que la mesa estaba

puesta , y las cinco personas de la famili a pasaronal comedor.—Adviértele Yarze—duo Clementina su ma

rido—que hoy vamos a la calle de la Pa ix , a casade la modista . Ti ene que probarse e l traj e P i lar .Asunc ión miró a su madre con un intento de in

terrogación .

—¡Qué lástima ! —murmuró don Fausto Carlo s

había dicho que traería hoy un l ibro muy interesente .

—Pue s será otro día .

Asunción intentó decir algo , pero no se decid 10 ,

y don Fausto movió la cabeza e hizo un gesto dandoa entender que se res ignaba aunque no encontraradel todo opo rtuna la deci s ión

,pues pod ían ir a casa

de la modista a cualqu iera otra hora .

Yarze acud ía todas las tarde s a casa de don Fausto y daba a Asunción y a P i lar una lección de pronunciac ión francesa ; la idea hab ía partido de donFau sto , que as ist ía con mucho gusto a las le cc iones .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 25

Clementina,inv itada varias vece s a tomar parte

en la lección , se negó s iemp re . Yarza , desde el p rimer día , l e fue muy antipático , aunque no dejaba dereconocerle buenas cualidade s . Era una antipatíai nstintiva

,inmotivada , l a que experimentaba por é l .

Entre Yarza y ella se desarrolló una avers ión inmediata , en un momento ambos s e s intieron hostile sy comprendieron la d ivergencia de su s gusto s y desus inclinacione s .

Yarze tampoco puso mayor empeño en hacers eagradable a la madre de Asunción ; le contradecíacas i s iemp re clara o encubiertamente; hablaba conde5precio de los advenedizo s y manifestaba un de svio desdeñoso por todo lo que fuera asp i raci one s derango y de preeminencia soci al .

Ahí e stá el j esu ita—solía decir Clementina alo írle , y este calificativo le parecía e l más exactopara Yarza , pe sar de conocer las ideas antirrel i

giosas de Carlo s .—¡Qué muchacho más e sp eci al !—p ensaba don

Fausto ¡Qué afán de des ilus ionar ! ¡Qué ganas dedeci r las cosas con acritud y con dureza ! Se puedes er un hombre fuerte , un hombre íntegro , de ideas .

como yo , por e jemp lo , y dej ar pasar las cosas .

Por d ías aumentaba lá hostil idad entre Clementinay Yarze . Don Fausto suponía que era una equivo

cación de su muj er la de mostrarse tan desdeñosacon Yarze , y pensaba _que cuando llegara cono

cerle s entiría por el j oven amistad y cariño . No adivinaba lo inevi table de e sta enemi stad

,que provenía

del choque de do s caracteres fuerte s , ambos absor

bentes , ambos domi nadore s , que se rechazaban sindarse cuenta , como las electricidades del mismos igno .

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26 PÍO BAROJA

Asuncionc ita , en medio de aquella hosti l idad ínmotivada , obscura , tortuosa , sufría y lloraba .

Es ta tarde , despué s de almorzar, Asunción semetió en su cuarto , escrib ió algunas l íneas Yarze ,

y dis imuladamente se las d ió Nin i .Luego Clementina y sus dos hij as sal ieron a la

calle y tomaron en la puerta el ómnibus , que lasdej ó en la calle de Rivoli .Recorri e ron la calle de Castigl ione , cruzaron la

plaza de Vendome y entraron en la calle de la Paix .

Esta parte de París entus iasmaba Clemen tina .

Como antigua modista,entendía de modas y sab ía

apreciar su méri to y dar a las cosas su verdaderovalor . Madre e hij as s e paraban en algunos escaparate s y quedaban extas iadas

,mudas de entus iasmo .

P i lar, ans io sa por ver su traj e , decía :—Vamos , vamos ; no os quedé is tanto tiempo

paradas .

—¡Es que hay cosas tan preciosas l

—repl icabaClementina .

Llegaron a casa de la mod 1 sta . El taller en dondeClementina hab ía encargado el traj e de Pilar, no erade n inguno de lo s grande s modisto s de la calle dela Pa ix ,

que ti enen fama europea,pero era de una

oñc iala de ! orth , e stablecida en un tercer p i so dela misma calle . Madame Sav igny había recomendadoClementina esta casa . Los grandes astros de la

moda : lo s sastre s , lo s modi sto s , lo s cocinero s , no s ólotienen luz propia

,s ino que la pre stan a lo s planetas

que giran a su alrededor. Esta ex oñciala de ! orthiba adquiriendo gran parroquia gracias a su título ,gracias a la luz prestada por el genial modisto conquien había compartido sus transcendentale s tareas .

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PÍO BAROJA

Al día siguiente , Clementina , ocupada en los preparativos del bai le , p ensó que Yarze podía ser úti l paraalgunas cosas , entre ellas para buscar un p iani sta .

—Preguntad a Yarze s i sab e de algún p i an i stad ij o a sus hij as .—S i le decimos que va a haber baile , le tendre

mos que invitar—advirt ió P i lar .

—Bueno ; invitadle . Le advertís que todos vendránde frac, y probablemente é l no querrá ven ir .—Sí viene será. un bailarín más—dij o P i lar .—¿Tú crees que es e sab e bailarP—preguntó Cle

mentina burlonamente ¡Ca! Eso no se estudia enlo s l ibros .

Asunción se hizo la desentendida , aguantando conab soluta impas ibilidad los chi stes que hacían costa de su novia .

P i lar y Asun01on dieron a Carlos el encargo de sumadre , y Yarza d ijo que conocía a un pianista quevendría a tocar por la noche . Cuando le invita ron aconcurri r al baile d ió las gracias y pareció aceptar lainvitac ión .

El domingo señalado para la ñesta hubo grandestrabajo s en la casa . Se quitaron algunos muebles delsalón para dejar más s itio a lo s bailarines , y Clement ina , ayudada de sus hij as y de Nin i , p reparó unbuffet esp léndido con ñambres , paste les , emparedados , vinos de J erez y de Champagne .

Don Fausto advirti ó que en el salón y en el gabinete hacía una temperatura muy baj a , y se le encargó que cuidara de la chimenea y de la estufa y lastuvi ese constantemente encendidas .

Al anochecer, R ita envió a un criado de casaca

para que hiciera las veces de ma z'

tre a”

¡zotel, con 10cual la ñesta tomó ya un carácter algo ari stocrático .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 29

A primera hora de la tarde llegó Yarze acompañado del p ianista; luego fueron viniendo lo s invitadoshasta l lenarse el salón y el gab inete . Todos decíanal entrar que hacía mucho frío , y venían con la cararoj a y frotándose las manos .

—¿Por qué no toca u sted algo , RitaP—dgo Clemen

tina la ameri cana .

—No , no ; vamos a bailar primero—conte stó R i ta .

El p i an is ta preludió el rigodón de O ífeo en los

l nj íem os y se formaron las parej as . Había hastanueve o diez . Después de acaba r el primer rigodón ,

Clementina , que había bai lado con Gálvez, s e s entóal lado de madame Sav igny , su nueva amiga y an

tigua corresponsal, que acababa de llegar.Era madame Savigny una viej a muy arrugada y

elegante . Vestía aquella noche un traj e de terciop eloazul con bordado s blanco s y gran cola .

Tenía e sta antigua modi sta una cara extraña , surcada , con los lab ios p i ntados , y unos oj os pequeños ,azules , hundidos , que bri llaban con mal ici a en surostro lleno de arrugas .

Hablaba madame Savigny con un acento paris i ense cerrado , que le costaba gran trabaj o entender aC lementína . Se consideraba esta v 1 e

_¡ a s í mi sma comoárb itro de elegancias . 8 entía por las mujeres hermosas

un entusiasmo parecido al de un solterón ri co por lasbailarinas , o al de un chalán por los buenos caballos .

Hablaba de ellas con ternura y apas ionamiento .

Era madame Savigny muj er letrada y culta , deuna cultura superñcial , pero que deslumbraba en lasprimeras conversaciones . Le gustaba ñlosofar , sacarconsecuencias paradój icas , mezclar las vulgaridadesde Juan Jacobo Rousseau con las sublimes concepciones de la moda .

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30 PÍO BAROJA

La ñlosofía que 1u01o esta noche madame Savigny,

al mismo tiempo que su vestido de terciopelo, fue la

del buen gusto . Según ella , todo s e legítimaba s í sehacía con buenas formas y con gracia .

Contó una frase de una amiguita suya , que erauna de las más di stinguidas cocodetíes que formabanel cortej o de la emperatriz Eugenia .

— Estaban hablando— dij o madame Sav igny— el

pasado lunes en las Tullerías de los vicios de unaduquesa i tal iana que ha ven ido hace poco de Na

'

»

p ole s , y se contaban de ella horrores . Ninguna denosotras podemos juzgaxla—dij o mi amiga a las demás porque nosotras no hemos pasado del adulterio .

Gálvez y Aníbal encontraron la frase esp i ri tual ,encantadora; Clementina , R ita y la alemana madameMíi ller sonri eron di scretamente .

—Es muy s impática— dij o Clementina de madameSavigny Es una gran dama .

Habían comenzado los val ses . Yarze , p esar desu deseo de hablar con Asunción , no se decid i ó porque de cuando en cuando veía a Clement i na que l emiraba como intimándole a no acercarse a su h ija .

—S iéntes e aqu í , señor Yarze— le dij o R ita viendo1e vagar por el salón

,y le ofre01o una s illa .

Carlos se sentó al lado de la americana , que estabaelegante , hermos ís ima .

A su lado , haciéndole la corte más asidua , mari

poseaba Angel Mellado , el secretario d e Gálvez , unhombre de unos cuarenta años

,de mediana estatu

ra ,fuerte , con la nariz corva , lo s oj os negros , algo

tri ste s , la pi el cetrina y el bigote negro y levantado .

El señor Mellado tenía las manos llenas de sortij as ,y en el ojal del frac una condecoración .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 3 1

La acogida extremosa que R i ta d isp ensó a Yarzase traduj o en el rostro ol iváceo de Mellado en unaexpres ión de ho stil idad muy mal dis imulada . A pe

sar de la cariñosa acogida , Yarze no quiso darse porenterado de las coqueterías de la americana . 8 in saberpor qué le parecieron insultantes , y en vez de contestar con galantería lo hizo con sequedad y sin agrado .

R ita , un poco sorp rendida , volvi ó a dirigirse a Mellado

,que sonrió iróni camente . Al lado de Yarze ,

muy aburrida , estaba la h ij a de Ri ta mirando a lo sbailarine s dar vueltas en el salón .

¿Quiere u sted bailar conmigoP— le preguntó

Yarze .

—No , no sé . Muchas grac ias—y l a n iña se ruborizó hasta el blanco de lo s ojo s . Luego , adquiri endoconfi anza con las preguntas de Yarze , comenzó acontar tímidamente su vida , y concluyó hablandopor lo s codo s y riéndose . A la chiquilla no l e gustaba la vida de París , en donde no ten ía am igas , n i seb ía qué hacer , y echaba de menos el campo y la vidalibre de su tierra .

R ita , viendo a su hua que hablaba y re ía , preguntó Yarza :—¿Qué le ha dicho usted a mi h l_¡a que e stá tan

animada? Estoy viendo que hablan ustedes con mucho entus iasmo . Va a haber que vigilarles .

La niña se ruborizó , y turbada miró a su madrecon amargura . R ita s e echó a reír irónicamente .

Era una ri sa extraña , una ri sa de la muj er que veen su hij a una rival que le roba los adoradores .

Yarze 10 notó , y sus lab ios adquiri eron una sonri sa marcada de de 8precio .

—¿Qué me mira usted así, YarzaP—le duo Rita

a]go confusa .

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3 2 PÍO BAROJA

¿Yo ?

S í; me mire usted de una manera rara , comos i en mí le chocara algo .

—Es verdad—contestó Yarze palideciendo lige ramente me choca que sea usted tan cruel para suh ija .

Pasó como una ráfaga de rubor o de cólera por lafrente d e R ita , y volviéndose de espaldas ráp idamente , no qui so conte star.Llegó un momento de descanso y pasaron todos al

comedor; e l único que quedó en el salón fue e l p i an ista . Este le llamó Yarza .

—Oye , que no he cenado— le d 1Jo ver s i medan algo .

—E5p era un momento .

Entró Yarze en el comedqr y s e acercó a Asunción ,

que e staba un tanto s ería con él , por no habérseleacercado en toda la noche . Yarze s e d isculpó y lue

go dij o :—Invi ten ustede s a l p i ani sta pasar al comedor ,

porque e l pobre hombre por veni r temprano no hacenado .

EntróAsun01 on en la sala , llamó al pianista y le entregó lo s cuidados casi partenales de don Fausto .

En el comedor , Gálvez tomó dos copas de Champagne de más y comenzó a perorar , primero famil iarmente , luego en tono s tribun icios .

Las señoras,por indicación de R i ta , que se re ía un

tanto de la oratoria de su padre , dejaron el comedorpara volver a la sala .

Aníbal salió detrás de Asun01on , y Mellado s igu ióa R i ta . Gálvez vió su auditorio reducido a Yarza ,

don Fausto y un j oven francés llamado Darcey , ami

go de Aníbal , y baj ó e l tono de su peroración .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 3 3

Con su cara carnosa , roj a , su melena , su b igote yperilla negros , su frac y sus gestos violento s , e l americano parecía un vendedor de esp ecífi cos de plazuela .

El j oven francés , a quien si n duda chocaba y divertía la verbosidad de Gálvez , al ver que baj aba eltono de la voz y abandonaba sus ademanes vertigi

nosos , se escabulló con di s imulo , y Gálvez , viéndoses in públ ico , comenzó a hablar familiarmente .

—Nosotro s los americanos n o comprendemos ,¿ sabe ?, que se pueda tener un rey—le decía Yarza Para nosotro s e s una prueba de inferioridad yde atraso .

—Um atraso del que participan los ingle se s , lo salemanes

,lo s b elgas—rep l icó Yarze con indiferencia ,

beb iendo una cºpa de Jerez .

—Es verdad .

—Pues yo no creo que el Paraguay valga más queInglaterra , ui que lo s bol ivianos sean sup eriore s alo s franceses o a lo s alemanes .

—Pues en e se sentido lo son , s í , señor—contestóGálvez exaltado .

—Es pos ible ; yo no 10 creo .

En la sala hab ía comenzado el p ianista e l p reludiodel val s de Strauss E l H ermoso Danubz

'

o Azul.Don Fausto , para terminar la discus ión , dij o :—Bueno , señore s , que emp ieza el baile . Vamos .

Entraron en el salón Gálvez y Yarza .

—¡Qué muchacho más esp ecial ?—pensaba don

Fausto ¡Qué afán de chocar con todo el mundo !Siempre encuentra alguna notaEl baile s iguió an imad ís imo . Se sucedieron los

valses y los rigodones , y ya eran cerca de las tre sde la mañana cuando terminó la fi e sta y cada cualse fue a su casa .

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Am e r i c a n o s

UR ANTE el invierno , la vida en casa de donFausto s e deslizó agradablemen te entre bai

l e s y fi estas . No tenía tal manera de vivir nada debarato , pero Clementina prefería una vida modestae l gasto exagerado

,con la esperanza de relacionars e

b ien y de no perder las ocas iones de casar a su shij as . Deseaba colocar cuanto ante s a P i lar.Clementina

,instintivamente háb il

,desarrolló una

sab ia pol ít ica para cazar a Aníbal ; no escatimó n i

dinero n i t iempo,y su campaña terminó con tanto

éx i to , que al comenzar la primavera , An íba1 , viendoen perspectiva las deli cias de Capua , pidió la manode P i lar .

Aníbal Orantes era americano,de una de esas re

públ icas de la América del Sur,acerca de las cua le s

lo s españoles pose en una idea tan vaga como de lo spaíses del i nterior del Africa . Tenía Aníbal algo de

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36 PÍO BAROJA

res . Muchas veces e sta criolla s e pasaba cuatro ycinco días s eguidos en la cama descansando

,des

cansando de no haber hecho nada .

Los dos pretendi entes de R i ta intentaban casarsecon e lla , y a pesar de que las probab il idades del francés eran mayores , Angel Mellado no cej aba .

Este s entía una verdadera p asión . Quizá al princ ip io hab ía p ensado más que en otra cosa en lasrentas de la viuda , pero luego había olvidado el d inero para pensar ardi entemente en el cuerpo b lancode aquella muj er soberb ia .

Era Mellado un hombre s in tendencia anal íticaalguna , vanido so y s ensual . La sangre ard iente hervía en sus venas

,su amor prop io le hacía suspicaz

y envid io so , y el ímpetu de sus deseo s tenaz y atrevido . Amaba desesp eradamente el éx i to , lo s traj e s ,l o s d iamantes , las muj eres . Era sencillo como unamáquina ; una idea constituía en él un deseo , y undeseo una orden . Tenía e l alma de un torero quehub ie s e s ido capataz de negro s ; vivía en un cuartode un hote l s i n confor t, durmiendo sobre el durosuelo y vi sti éndose como un príncipe .

Además de su entus iasmo por R i ta como muj erescultural

,b lanca y rub ia

,l e encantaba en ella su

elegancia . Ese era su sueño , una muj er c/zz'

c paralucirla en los bulevare s y en los Campos El iseoscomo una fl or en el oj al .Darcey, frío , indiferente , s i empre amable y co

rrecto , pas eaba su mirada de oj os azules por todasparte s con ci erto asombro

,como s i las cosas le sor

prendi es en y no le interesaran nada . Se decía queDarcey vivía b ien

,que su famili a era de la aris to

cracia ; pero nadie la conoc ía .

Las repetidas fi estas celebradas por Clementina

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 37

l e d ieron pronto relaciones entre gente de la orilladere cha .

Parí s c omenzaba a ser en estos últimos años delsegundo Imperio la ciudad cosmopoli ta por ex celencia . Ya no era el París de Lui s Felip e , tranqu ilo yburgués

,en e] que se conservaba el gran prestigio

del faubourg Saint—Germam ; ya no era el m i smo Paris de Haussmann , con sus damas con m iriñaque ,fa lda s de volantes y sus grandes capotas d e óaw leí .El Pa rís de lo s primero s años del Imperio , con su s

calle s e strechas,sus s imon es , sus ómnibus , sus cró

nicas de Scholl y sus caricaturas de Cham ,comen

zaba ser substitu ido por el París d e las grandesaven idas , el París de lo s extranj ero s y de los mi llomario s .

Las ráp idas fortunas hechas con las demol iciones ,la. afluencia conti nua de gente de todos lo s p aís es

,

había p roducido un fermento de cambio en la vidade l a cap ital .Era el momento fel iz para lo s advened izos y vivi

dores ; no se preguntaba a nad ie por su famil i a n i seaveriguaba el origen de las fortunas ; bastaba conser rico y con ser chic. El ej emplo ven ía de 10 alto

,

del trono de Francia , ocupado por Napo león III y laemperatriz Eugen ia , este par de extraños aventureros que hab ían comprend ido admirablemente las meces idades y las ans i as de la burgues ía francesa .

La sociedad del Imperio había hecho de París e lpueblo ideal para todos a los ambicio sos ; una ti errade promis ión para lo s aventureros de la ari stocraciay de la Bolsa , de las arte s y delw .

Como en toda sociedad decaden te,la s muj ere s

triunfaban : hab ía marquese s p eri od istas,prince sas

italianas que cantaban en lo s e scenarios , grandes

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3 8 PÍO BAROJA

damas de todos lo s paíse s , la mayoría d ivorciadas ,que intrigaban o daban escándalos .

Madame Savigny fue desde el princip io la cousej era d e Clementina , la i ni ciadora en los secretos dela vida pari s iense . La intimidad entre las dos mu jere s se estableció al momento . Se entendían mediaspalab ras .

Madame Savígny llegó a ser la confi dente de Clemen tin a y tamb ién de R ita : e11a l e s d ió consej o spara todo , lo mismo para el tocador y la coc ina , ycon ella quedó acordado que Clemen ti na , despuésdel matrimonio de Pi lar , s e trasladara la orilladerecha .

—La calle del Bac ya no e s París— decía madameSavigny El París de lo s pari s iens es de raza e s e lque se exti ende desde la Magdalena al G imnasi o .

Madame Savigny suponía,aunque quizá no se

atrevía a asegurar con comple ta franqueza , que enese trozo de lo s grandes bulevares la Humanidadera distinta a la de los demás punto s de la ti erra , y

que en e se privilegiado espacio de un par de k ilómetros de longitud se entendía la vida , la eleganciay hasta la moral de una manera completamente diferen te a como se enti ende en el res to de es te des

graciado planeta .

Madame Savigny se cons ideraba como una piton isa de la eleganci a de París , como la s íntes is , e lcompendio de todas las gracias y del icadezas paris ienses , que son , como es sab ido , las más graciosasy más del icadas de Francia , las cuales son , a suvez , las más del icadas y gracio sas del mundo .

Sobre todo, 10 que caracterizaba la antigua mo

dista era la ex quis itez de sus sentimi entos . Estavi ej a Petronio contó una vez que hab ía tenido en su

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 39

Juventud un am igo , un gran músico . A su muerte ,el músico la dej ó en herencia toda su b ibl ioteca ,constitu ída por sonatas y composiciones de lo s mej ores maestros . Madame Savigny era p i ado sa , ycuando iba a vis itar la tumba de su amigo , en vezde rezar cantaba . Ella comprendía as í la del icadezay la manera de agradar a un difunto .

A Clementina y a sus hij as le s p areció la i de ap reciosa

,y cuando relataron este hecho exqui s ito

don Fausto y a Yarza , el ú ltimo , con tono indiferente , dij o :—Pues es una lástima que es e mús ico no fuera

un bailarín .

—¿Por queP—preguntó severamente Clemen tin a .

— Porque hubiera s ido , muy gracio s o ver madame Savigny sus años , en un cementerio , bai lando delante de una tumba .

Clementina acusó Yarza de no tener sens ib i lid adpara comprender la delicadeza , l a ex quis itez d e lasacciones , y Yarze contestó que la de algunas comprendía , pero que hab ía otras que eran un poco hermé ticas para él .Con tal motivo se cambiaron entre Clementina y

Yarze algunas fras es agrias , más que por el sentido ,por el tono y por la intención .

La verdad era que Yarze no pon ía emp eño e n hacerse s impático Clementina; al revés , l a aco sabacomo a un enemigo . Idéntica enemistad manife stabapor madame Sav igny y por lo s americano s .

Cuando les o ía hablar de teatros , de b aile s , de lasúltimas aventuras de Cora Pearl

,de Ade la Courtoi s

o de Ana Desl ions , no podía dis imular un movim i ento de desp recio .

La misma s equedad suya le hab ía granj eado la es

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40 PÍO BAROJA

tima01on de Gálvez y de R i ta , qu izá por contraste ,acostumbrados como ésto s s e hallaban que todo elmundo s e incl inase ante su infl uenci a y su dinero .

Gálvez cas i s iempre que ve ía a Carlo s le i nvi tabaa comer a su casa . La contradicción de Yarze ex ci

taba y agradaba al americano .

Gálvez , con sus dos hij o s y la ni eta , vivía en laca lle de Courcelle s , cerca del parque Monceau. Ten ía un hotel alhaj ado con un luj o insolente , lleno dee spej os y d e dorados .

Una noche en qu e don Fausto con su familia yYarze comieron en casa de Gálvez, s e entabló unad i scus ión acerca de París .

—Yo , que he vivi do en los Estados Unidos , em

cuentro , la verdad , poca civi lización en París—dij oGálvez .

Para mí hay demasiada—contestó Yarze .

— Pues a mí me parece un pueblo tranqui lo e inocen te .

—No , no— repl icó Yarze París es un pueblopodrido

,París e s un pedestal para el

francés que vale y un disolvente enorme para losdemás paíse s . Aquí se desgasta uno , p ierd e su ca

A nosotro s mismos nos tragará París .—¿Cree ustedP—preguntó R i ta entre burlona y

desdeñosa ¿Y eso qué importa ? La vi da no eseterna .

—Yarza preferiría vivi r en algún poblachón e 5pafie l y aburrirse allá—repuso Clementina burlonamente .— Sí , s eñora , es ci erto .

—Y casarse con una muj er de mentón y comergazpacho y sopa de acei te—añadió R i ta .

—También es verdad .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 4 1

¿Y por qué esoP—preguntó Gálvez .

Es que quiere hacer p enitenci a—duo Pi lar.No—rep l icó Yarza Es que hay que vivi r apo

yado en algo , en verdades o en mentiras , en princip io s aceptados porque s í , por la fuerza de la raza , oen convicciones

,porque s i uno se desprende de to

das las preocupaciones heredadas , llega un momento en que se queda uno s in amparo , azotado por todos los viento s .Gálvez no era de l a misma op in i ón ; él cre ía que la

democraci a y la repúbl ica e ran ideales b astante grandes para llenar la vida de un hombre . Con este tema ,e l buen señor comenzó a p ronunciar un largo di scurso que Yarze e scuchó entre atento e irón ico , yque fue i nterrumpido por Clementina y R i ta , que protestaban de la idea de sacrificarse por la democraci ay la república . Las do s mujere s estimaban irritante ybárbaro el deber de sacrifi carse por el Estado o la Repúbli ca , y cons ideraban que cada persona deb ía buscar su fel icidad como pudiese .

Al salir de casa de los americanos , don Fausto ysu fami l ia , acompañados de Aníbal y de Yarza , tomaron el ómnibus para el panteón

,en la calle de

Courcel le s .

Glementina , Pilar y Aníbal pasaron al i nterior ,porque hab ía as ien tos , y Asunción

,don Fau sto y

Yarza quedaron en la plataforma de atrás de l coche .

Usted no ti ene s impatía por los americanos ,¿verdadP

—dij o Asunci ón Yarza .

Ninguna .

Ya s e le ne ta .

— Pero , ¿por queP—preguntó don Fausto .

—Es una gente superñcial—s iguió dicie ndo Yara qui enes no se l e ve el fondo nunca

,qu izá

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42 PÍO BAROJA

por e so , porque no 10 ti enen . A mí esto s hombre ss in cas ta me repugnan , me dan la impres ión de e so sanimales fríos y viscosos que se deslizan entre lasmanos . Porque un francés , un inglés , un alemán , sonuna cosa radicalmente di stinta a nosotros ; pero ésto s ¿qué son?… Um producto híbrido

, Es

penoles ¿mejorados ? ¿ empeorados ? Cuando hablocon ellos me hace el efecto de verme en un espej odefectuoso . Me parece que en ellos han adulteradomi raza .

—¡Qué cosas d iceI— exclamó Asunc ion , sonríen

do al ver la fogos idad de Yarza .

—Pues ello s no ti enen mala intenci ón para us

ted— dij o don Fausto , que no comprend ía el puntode vi sta de Yarze , su antipatía étnica S i Gálvezpudiera hacer algo por usted , l o haría con muchogusto .

—Es que yo no aceptaría nada de él .

¿Y por qué ?Porque Este editor francés para quien tra

baj o tiene i nterés en explo tarme , como todo comerciente , pero no ti ene n ingún placer en hum illarme .

En cambio , e ste s eñor americano , rico , no me ayudaría para hacerme trabajar y util izar mi s s ervic iossino por el gusto de humillar en mí al e sp añol , aqu ien instintivamente odia .

—Es usted demasiado orgullo so— dgo Asunción ,y don Fausto pensó una vez más que era para él unen igma el carácter de aquel muchacho .

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44 PÍO BARO ]A

s í mismo e fecto s sorprendentes ; sus músculo s y susnervio s l e ob edec ian de tal manera

,que sus mayo

re s ind ignaciones , y las sentía grandes , no se manifestaban en su ros tro más que por una ligera rub icundez que coloreaba su fren te .

Estos es fuerzos por reprimirs e l e hab ían hecho íntimamente más violento ; sus od ios eran fero ces y susdecis i ones inquebrantables .

La razón o la s inrazón no le preocupaba ; odiaba oquería ; era consecuen te o no ; nada le importaba .

Tampoco quería discutir ; pen saba que sus convieciones eran como la forma de su nariz , cosas que nopodían variars e por l a persuas ión .

Carlo s Yarze vivía con su padre en un cuarto pi sode la call e de Garanciere .

El padre de Carlos , don Ignacio , era un aldeanode pelo blanco , con la nariz larga y lo s oj os chiquito s y gri ses . Le faltaban do s dedos de la mano derecha . Era naturalmente despótico , pero con su hij ono s e p ermitía s erlo .

El vi ej o Yarze hab ía s ido hombre de a lguna fortuna , arru inado en la guerra carl i sta . Don Ignaciofue de lo s primero s partidarios de Carlo s V que s eecharon al mon te . Abandonó su casa , vend ió sust ierras y sus heredades , mató a d isgustos su mu

j er , y a l a vej ez s e encon tró en París s in saber hacernada y s in un cuarto

,esperando qu e el nuevo pre

tendiente,nieto del anterio r , se echara con sus tro

pas al campo .

Gracias a su hij o pudo vivi r .Carlos Yarze comenzó a ganar para él y para su

padre a lo s d iez y sei s años . Un emigrado , amigo dePrim , de ideas republicanas , l e ayudó al p rincip iº ypartió con él el trabaj o que ten ía

,qu e e stribaba en

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 45

traducir oraciones para una casa de es tampas rel i

giosas de la calle de San Sulp icio .

Luego Carlos entró de escrib iente con un señorSalcedo , que confeccionaba un diccionario enciclo

pédico en español .Este s eñor l e dió cinco francos por trabaj ar con él

durante toda la mañana .

Salcedo era un cura renegado que hab ía ven ido aEuropa desde una ciudad de la América del Su r , conel obj eto de relacionarse en Roma con gente infl uyen te de la curia y conseguir una mitra .

En Roma , Salcedo abandonó su p lan d e amb iciones ecles iásticas y s e dedicó con entus iasmo a lose studio s de fi lo logía y lingíí ística . La fi lología le h izocolgar lo s hábito s , unirse a una muj er, y despué s delargas aventuras , l e ll evó a e stablecerse en París ,donde vivía del d i ccionario y de vender y comprarl ibros en lo s muelle s .

Yarze e stuvo trabaj ando con el ex clérigo , peros i emp re en expectativa de otra cosa . Salcedo le eraantipático ; primero por americano , luego por cura .

Esto s curas renegados o s in renegar l e repugnaban ,le parec ían una cosa suci a y abyecta

,cuyo con tacto

mancha un hombre l imp io .

Además , Salcedo era soez; Yarza l e soportabapensando en la alegría que tendría al dej arl e de ver .Cuando encontró otro trabajo , Yarza se desp idió

de Salcedo , y comenzó a traducir para una l ibreríade la calle d e Jacob .

Era ya Carlos hombre de extensa cultura ; hab ía l legado a casa del ex clérigo teniendo por todolastre ci entífico un poco de latín aprendido en Onate y algunas nociones p rimeras de matemáti cas, ysal ió hecho cas i un sab io . Lo s tre s años que l levó

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46 PÍO BAROJA

tr abajando con Salcedo para el diccionario enciclo

p édico l e proporcionaron una seri e de conocimientoss obre d iversas y varias materias .

En la l ibrería d e la call e de J acob , donde entró , sepublicaba una b ibl ioteca clás ica

,y Yarze se encargó

de ella . Trabaj ó e l latín sin descanso ha sta llegartraducirlo la perfección . Con este motivo l eyó unagran cantidad de obras de autores latinos y se h izoun entusi asta de el los .

Como su manera de ser no se avenía b ien con lasmedias tintas , creyó rej e table , como una verdadinconcusa , que desde el comienzo del cri sti an i smo laHumanidad no había hecho más que degenerar .La vida de su época le parecía Yarza ins ign ifi

cante y desp reciable ; su ti empo se le ñguraba comoun alto en medio de la obscuridad , como uno de lo súltimos túneles de la Edad Media .

Del mismo modo que el río Guadiana desapareceen la ti erra para sal i r luego , as í p ensaba Carlo s quela verdadera vida pagana volvería a brotar clara yluminosa después de s iglo s de tin ieblas .

Todos lo s ideales , todas las tendencias de su tiem

po , lo s vicio s y las virtudes , las utop ías y los sueños lo s encontraba en Roma .

Estas lecturas fuerte s de lo s autores latinos hicieron Yarza desdeñoso con 10 que veía a su al

rededor, y le dieron una idea mecánica y pocosentimental de la vida . Para él todos lo s confl i ctosesp iri tuales o morales eran problemas d inámicos ,choques de fuerzas en los cuales vencían siemprelas mayores o las de más intens idad .

Esta concepci ón quizá hub iera bastado para el entreten im i ento y solaz de un estoico que contemplarael mundo como un circo de gimnastas , pero Yarze no

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 7

hab ía llegado al esto icismo p ráctico . Era en el fondoun carácter orgulloso y agriado

,en donde conver

gían una porción de inñuencias desemejantes : la tendencia autoritaria del padre , e l sentimental ismo innato

,s i empre en guardia de miedo de ser herido , sus

lecturas y el amb iente revolucionario del tiempo .

La vida trabaj o sa de los primero s años hab ía anegado su alma de rab ia y de instinto s anti sociales . Ensus conversaciones

,Yarze s e mostraba negador s i s

temático de lo s benefi cios de la civil ización ; s egún él ,no se había adelantado nada en nada.Añrmaba que todo lo absurdo y antinatural era

una consecuencia de l progreso y del cri stian i smo , ydefendía su s paradoj as con una cólera agres iva y fría .

Latía en él e l odio por el burgués tranqu ilo , egoísta , apacible , que no tiene más que neces idades fi s iológicas y una tendencia sentimental baja y vulgar , oun esnobismo de buen tono . Decía que muchas ve

ces en algún café o re staurant tenía que contenersepara no tirar un p lato a la cabeza de algún buen senor que le ex asperaba por la avidez con que comíao por el aire reposado y satisfecho que tomaba mientras fumaba y se preparaba a hacer la d ige stión .

Yarze padre e hij o no congen iaban ,y tenían vio

lentas di sputas , que acababan marchándose Carlo sde casa y dejando a su padre vociferando solo . Todas las veces que s e discutía el carl ismo hab ía es

cándalo . Para Carlos,el nuevo pretendiente era un

imbécil ; el llamado Ganlos V ,un miserable y un

canalla , y el partido carl i sta una manada de idiotas ,dirigida por curas asesinos y estúpido s fra ile s , dignos de ser uncido s una carreta . El viej o Yarze mezclaba insulto s e imprecaciones y amenazaba y p rometía fusilar su hij o s i 10 cogía por su cuenta.

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48 PÍO BAROJA

La simpatía en política de Ya t zu e staba por esoshombre s como Mazzin i , Blanqui , Rochefort , que

'

enpequeño le recordaban a Cati l ina , e l tipo admirabl ep intado por Salustio , en el cual se unían lo s odio sde la plebe con la arrogancia de los nobl e s .

El tipo del populacho lleno de pasione s v io lentas ,de odio s , de rab ias , encantaba a Yarza ; en cambio ,no ten ía ninguna s impatía por el hombre del pueblohonrado , trabaj ador , moral , buen padre , buen ciudadano . Algo de vicio , algo de orgullo , algo de immora l idad , creía él que servía para realzar la figura humana .

Su tipo era el hombxe aislado , e l hombre fuerteque entra en la vida como un toro furioso emb is

ti endo contra lo que le estorba y lo que s e le ponepor delante ; pero ex igía además de este hombre elge sto bello , el gesto gallardo del glad iador triunfante.Blanqui , sali endo del pres idio destrozado , famél i

co , pero con guantes en las manos , merecía todassus s impatías .

A pesar de que Yarze s e cre ía un e sto ico , despreciador del dele i te , acorazado contra las debil idadessentimentales

,no sólo era capaz de afecto , s ino que

su afecto se arraigaba interiormente y echaba raíceshondas y profundas .Por su amigo y primer p rotector Acuña tuvo Car

los una amistad estrech ísima , y cuando éste murió ,Yarze se consideró en la obligación de trabaj ar porsus hijo s hasta encontrarle s manera de vivir .Eran lo s hij os de Acuña una muchacha llamada

Paul ina y un jorobad ito , de constitución déb il , Joa

quín de nombre .

Yarze ayudó a lo s huérfanos cuando se vierondesamparados en medio de París , l es animó para ln

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LAS TRACEDIAS GROTESCAS 49

char contra la desgraci a y luego pudo hacer que Joaqu in entrara de dibuj ante en una casa de e stampasreligio sas de la calle Madame y que Paul ina encontrara trabaj o seguro bordando para una casullería del a calle de San Sulp icio .

Paulina y su hermano tenían un gran entus iasmopor Yarze ; él le s hab ía salvado de la miseri a , l es hab ía i nfundido ánimo en los momento s de más apuro ;así que lo consideraban como un héro e .

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V i d a h um i l d e

AULINA y su hermano vivían en la Cour de Rohan , una plazoleta extraviada en medio de un

laberinto de call ejuelas estrechas .

Esta Cour de Rohan , desconocida no sólo por lo shab itante s de otros barrios lej anos de París , s ino ignorada hasta por los del mi smo barrio , era difíci l d eencontrar, sobre todo en la época en que no estab ap rolongado aún el bulevar Saint-Germain desde lacalle Hautefeuill e la calle Taranne .

Estaba constituída la Cour de Rohan por dos pat io s comunicados entre s í que ten ían una salida porun callej ón e strecho llamado del J ardincillo , que pasaba entre las tap ias de dos jardines y desembocabaen la calle de la Espuela; y la otra salida por el sucio pasaj e del Comercio . Paulina y su hermano vivían en el primer patio de la Cour de Rohan . Era ésteuna plazoletilla con todo el aire de un rincón de al

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52 mo BAROJA

ba un patio con otro , y un faro l de gas i luminabacada una de estas p lazuelas sombr ias .

Las calles próximas a la Cour eran todas e strechas , callejuelas muy an imadas , de pequeño comercio , con casuchas baj as en donde abundaban las tabernas y las cervecerías , los rincones obscuros y lospasadizos s in ie stro s .

Don Fausto hubiese encontrado grandes atractivo sen e ste barrio ; hab ía por all í cerca , en la calle Hautefeuille, casas del s iglo XV, con el tej ado a dosaguas , que a p esar d e haber s ido rejuvenecidas s econocía su vej ez por su poca altura y su panza .

Existía tamb ién en la vecindad un parador clás icode París , el del Caballo B lanco de la calle Mazet, antiguamente l lamado <A las Carrozas de Orleáns » .

Durante unos cuanto s s iglos hab ía s ervido estav iej a posada de cochera a las di ligenc ias de Orleáns .

Su ancho patio , ocupado por carros ; sus cuadras ,cobertizos y guardillas , le daban un carácter arcaicoy p i ntoresco .

La tradición popu lar quería que fuese all í dondeManon Lescaut hub ies e conocido al caballero deGrieux , tomando como héroes d e la real idad lo s p ersonaj es de la novela del abate Prevost .Había en el barrio café s tan antiguo s como el

Café Procopio de la calle la Antigua Comedia , caféfrecuentado por fi ló sofos y poetas del s iglo XVIII ,citado por Voltaire , y en donde modernamente hab íahecho Gambetta sus ensayo s oratorio s mientras lo sestudiantes compañero s suyos jugaban al dominó .

También por all í cerca s e indicaban algunos cafési nmundos , de mala gente , como el Café Fau con y elBeuglant , que figuraban con frecuencia en procesosde robos y ases inatos .

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LAS TRAGED1AS GROTESCAS 53

La Cour de Rohan y el pasaj e del Cemercío notenían antros de esta clase ; constitu ían una rinconada tranquila y l iteraria , con bastantes tiendas d el ibros viej o s , de grabados y de estampas .

Hab ía también en el pasaj e del Comercio dos establecimientos que gozaban de alguna fama en elbarrio

, el gab inete de lectura de Rou il l é y la casa debaños del Pavo Real , una de las curio s idades delParís antiguo .

El verano , en la Cour de Rohan los plátanos delo s do s j ardines que daban

_

a la calle“

del J ardincillose llenaban de follaj e . Durante el otoño , las grandeshojas verdes de los árboles se amontonaban en laestrecha calle e iban pudriéndose con la lluvi a .

Solían i r a la Cour de Roban los días de veranosaltimbanquis que convert ían en circo la p lazoleta ,fl autistas y viol in istas saboyanos , arp i stas p iamonteses , y no faltaban tampoco eso s virtuoso s que conun acordeón , plati llo s , bombo y un sombrero decampan illas se las arreglan para tocar todas estascosas a l mismo tiempo , moviendo las manos , l a cabeza y lo s p i e s .Pau l ina Acuña y su hermano vivían en un cuarto

p i so que ten ía una pequeña terraza encima del tej ado . La vida de lo s dos hermano s era monótona eigual .Por la mañana , Joaquín marchaba a su taller y

Paulina quedaba en casa bordando .

Una mujer iba todas las mañanas un momento al impiar el cuarto . Paulina

,por su oficio , tenía que

cu idar sus ,manos .

Durante e l otoño y el invi erno la mujer encendíala estufa y Paulina comenzaba bordar delante delbalcón , y as í pasaban sus horas y pasaba su vida ,

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54 p io BAROJA

un día y otro d ía , como las princesas de los cuentos ,bordando con hebras de seda y oro .

Um s in fin de chimeneas s e d ivi saba desde la ventana . Paul ina las contemplaba di straídamente , y sufantasía encontraba formas extrañas en aquella inmens idad de tubos negros que se destacaban en elhorizonte gri s .

Había unas con una caperuza como el sombrerocónico de un chino ; otras terminaban en forma decasco adornado por una fl echa de hierro que f1ngíauna cimera; algunas , torc idas en dos ángulo s rectos ,parecían j orobadas ; otras concluían en una especiede linterna ; l a mayor p arte , embutidas en grandesparedones esp eso s , en fi la , de distinta altura , recordaban los tubos de un órgano .

El confuso amontonamiento de tej ados que se d ivi saba desde allí tomaba el aspecto de una ciudadcon sus calle s y sus p lazas , sus igle s ias y sus monumentos .

En las horas de sol se distinguían azoteas llenasde musgo

,paredes negras con escalas de hierro ,

veletas enmohecidas sobre sus vástagos , alambres delo s pararrayos que corrían entre a isladores , torrecillasmusgosas y fl echas indicadoras de una dirección .

Algunas veces,Paulina , en momentos de descan

so , cogía unos gemelo s de teatro y s e entreten ía enmirar a lo l ej o s . Aquí s e ve ía una muchacha con losbrazos desnudos y las mangas remangadas que ibatendiendo ropa en una cuerda ; allá aparecía en unaguardilla un vi ej o envuelto en un gabán con ungorro en la cabeza . Paul ina ve ía al viej o mirar a lacal le y luego con una botella regar una caj a de reseda o una mata de pensamientos plantada en unti esto p intado de verde . Después , un temblor del

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 55

brazo hacía que la s ilueta del viej o desaparecie se yse presentara en el campo vi sual una torreci ll a l ej ana 0 la figura de un gato escuálido sobre el caball ete de una guardi lla .

AI anochecer, cuando la ob scuridad comenzaba aborrar lo s contornos de las cosas y el humo blancode las chimeneas salía lentamente a p erders e en elamb iente gri s , e sto s paredones negros , esto s tej adil los puntiagudos , e stas fi las de chimeneas tomabanun asp ecto fantástico : eran murallas de un castillodefendidas por caballeros , eran centinelas sol i tariosque avanzaban valienteme

'

nte hasta los bordes deun tejado , eran ñguras monstruosas y absurdascomo las quimeras de una catedral .De noche , Paulina encendía el quinqué y seguía

trabaj ando . Um gato grande , blanco como la ni eve ,cuyo nombre , Monseñor , 10 deb ía a la. fama 'demonseñor el cardenal Antonel l i , era el único amigode la muchacha . En una s illa , o en la falda de labordadora , el gato blanco se pasaba lo s días .

En el verano , Paul ina s alía a trabaj ar a la azotea .

Esta azotea p equeña,de unos tre s metro s e n cua

dro , constitu ía una de sus grandes distracciones .

Era una terraza embaldosada , con un preti l de p i edra lleno de l íquenes . Desde un extremo se ve íanlas copas de lo s árboles d e un j ard ín lej ano

,que

daba la impres ión de ser grande y frondoso .

Paul ina muchas vece s gustaba suponer que all íl ej o s hab ía una arboleda tup ida como un bosque ,fuentes claras y estanques misterio sos cruzado s porci sne s blancos .

AI avanzar la primavera,cuando la azotea se l le

naba de fl ore s y en el fondo se ve ían los árbole scub ierto s de hoj as del j ardín remoto

,Pau l ina cre ía

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56 PÍO BAROJA

encontrarse en medio del campo,y el fo llaj e l ejano

y la flor próxima y el canto de lo s páj aro s eran parae lla como un saludo afectuoso de la Naturaleza

,que

le hacía olvidar las callejuelas lóbregas entre lascuales vivía .

La parra nacida en el ángulo d e la azotea se torcía formando toldo d e verdor; dos tórtolas s e arrullaban en el palomar de madera de techo de cinc , ysobre el preti l d e la terraza , en tiestos p intados deroj o y de verde

,nac ían geranio s y crisantemo s de

colores esp léndidos . Los gallo s cacareaban lo lej o scon su canto estridente , y Monseñor , blanco y t e

dondo, dormía hecho una bola .

Los domingo s por la mañana Paul ina iba con suhermano al Mercado de Flores a comprar plantas ;las tardes solía pasarlas en casa , l eyendo .

Con una vida así tan sedentaria , Paul ina. e stabas iempre pálida , con lo s lab io s descolorido s .

Casi todos los domingo s por la tarde , Yarze padre e hij o vi s itaban lo s hermanos Acuña . Joaquíny Carlo s sol ían marcharse a jugar al b i llar al caféde la Rotonda de la esquina de la calle Hautefeuill e .

Hab ía en este café un gran número de periódicosextranj ero s . Yarza y Acuña le ían las no tic ias d eEspaña

,discutían acerca de 10 que hab ían le ído y

luego echaban una partida de b illar.Mientras tanto

,el padre de Yarze charlaba con

Paulina o jugaba con ella a las cartas hasta queJoaquín y Carlo s volvían del café .

El viej o Yarze hab ía tomado cariño a Paul ina ypensaba que su hij o no sería bastante imbéci l paradesdeñarla ; pero no se atrevía a darl e consej o s n i adecirle nada .

¿Qué pensaba Carlo s de Pau l ina? Al parecer, la

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 57

cons ideraba como una amiga o como una hermana .

Paulina sentía una gran admirac1on por Carlo s .

Quizá esperaba que algún día le dij era algo , quizáno quería turbar la quietud de su e5p íritu. Y pasabael ti empo y Carlo s no decía nada , y Paulina e5p eraba con una res ignación humilde

,de mujer cuya

alma tiene energías reconcentradas para no des

mayar .

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Día de nieve

domingo de Enero , por la mañana , donFausto , Asunción y Yarze fueron a vi s itar el

Louvre . Hacía mucho frío . Al l legar al puente de lCarrousel , Asuncioncita s e l e ocurrió que seríamás agradable da r una vuelta por el río hastaAuteuil , y se embarcaron lo s tre s en un vaporcito .

El cielo e staba gri s , l echoso , con una tonal idadro sada ; las casas obscuras , con lo s tej ados azule s ,s e destacaban en el horizonte plomizo ; una ligeran i ebla fl otaba sobre el río .

Asunción y Yarze i ban charlando en voz baja;don Fausto contemplaba lo s edifi cios de las ori llas ,que tenían entre la n i ebla un vago a 5pecto .

Al llegar al puente de Grenelle d ij o don FaustoMe parece que va a llover .Va le más que baj emos .S í, andaremos un poco—repuso Asunci ón

porque yo estoy helada .

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60 PÍO BAROJA

el café de la Rotonda , y s in subir después a. ver a

Paulina se fue a su casa , s e vistió y tomó el ómn i

bus del Panteón Courcelles .Por la noche cesó la n ieve , y el vi ento sopló con

furia por las calle s ; a través del cri stal del ómnibusse veían vagamente pasar los coches , las luce s d e lo sfaroles o scilaban violentamente a impu l so s de las ráfagas de aire .

Gálvez , en su casa , e staba amilanado por el frío ,cas i metido en la ch imenea .

Cuando Yarze entró en ca sa del americano , creyóque se ahogaba .

—Demonio , ¡qué temperatura !—¡Pero s i no hay más que ve inte grados I—le re

plicó Gálvez, con voz quejumbrosa No comprendocómo hay gente que pueda sal i r a la cal le con un díacomo el de hoy .

—S i no hace mucho frío .

—¿No s i ente usted frío ?—No .

¡Y eso que es usted de país cál ido ! Porque enE5paña hace calor .

Sí , en verano—contestó riendo Yarze .

¿Qué , también hace frío?

¡Claro que s í !

¿Tanto como en París ?En algunos s i tio s mucho más .

—Entonces,decididamente no voy a España en

invierno—dij o Gálvez De sde que llegu é aquí ten

go encendida la chimenea en mi cuarto , porque s iento frío en la cama . Y eso que el docto r asegura quelos hombres de cl ima cálido res isten muy bien el fr íoel primer año . ¿Vamos donde están las señoras ?—Vamos .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 6 1

Pasaron al salón , en donde R ita hablaba con unseñor americano , a quien presentaron Yarze . Esteseñor americano , don Perfecto Martínez, hab ia sidop res idente de la Repúbl ica de su país y era el j efe delpartido de los blancos , hasta que una revolución lehabía arrojado de su butaca pres idenc ial , l levando alGobi erno el partido de los roj os .

Llegaron lo s invitados con puntualidad , y a l darlas ocho , Gálvez , d irigiéndose a su hij a , l e p reguntó :

¿Qué , no comemos ?Es que no ha venido Hector—conte stó R ita ,

dando muestras de inquietud .

¡Bah ! Ya vendrá—rep l icó Gálvez .Es que somos trece .

¡Demonio i—exclamó Gálvez ¡Ese imbécil de

Héctor! ¿Y qué vamos a hacer?—E8peraremos un momento .

—¿Qué pasaP—dij o Clementina Ri ta .

—Que somos trece y a algunos no les gusta…Madame Savígny aseguró que a ella no le impor

taba hacer el número trece en la mesa , a pe sar deque recordaba una porción de caso s en que s e hab íadado la coincidencia de morirs e alguno de los quehab ían comido formando trece .

Pasaba el tiempo y no llegaba Hector.—Dígale u sted a su hij a—advi rti ó Yarza Gál

vez—que yo me marcharé.

—No , no ; de n inguna manera—contestó Gálvez .

—Lo que haremos— d ij o al fin Ri ta—s erá poneruna mes ita p equeña al lado , en donde pueden co

mer Asunción y María Victoria .

Se aceptó la i dea , y pasaron todos al comedor,

que brillaba de luz . En medio de la mesa,cubi erta

por un mantel de una blancura de n ieve,había un

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62 P ÍO BAROJA

gran centro de cri stal ll eno de cri santemos de todoscolores . La vaj ill a de plata centell eaba .

Estaban lo s criados poni endo una mesa pequeñaal lado de la grande cuando se presentó Hector .—Vaya , ya no hay nada que arreglar— dij o Gál

vez A l a mesa,señores .

A la derecha de R i ta se colocó don Perfecto y a l aizqu ierda don Fausto ; enfrente de su hij a s e s entóGálvez , en medio de madame Savigny y de Clementina .

La comida al princip io fue un poco ceremoniosa ;los criados servían s in hacer el menor ruido . Se habló francés , porque madame Savigny no entendíael castellano .

Madame Savigny llevó el peso de la conversación ;el la

,como a buena pari s i ense , l e gustaba el ti empo

frío y la ni eve . Decía que era capaz , pesar de suedad

,de i r a patinar al lago del Bosque de Bolonia .

Cuando ya la comida perd ió la solemnidad de lo sprimeros momentos , todo el mundo comenzó a hab lar castellano . Don Perfecto tenía para R i ta grandesatencione s y le hacía la corte con cierta torp eza; Gálvez , por su parte , se dedicaba a mirar con oj os encand ilados Clementina y hablarle en voz baja .

Asunción estaba incomodada con Yarza porque nose hab ía ap resurado a ofrecerle el brazo para pasaral comedor y le hab ía dejado entre Mellado

,que no

pensaba más que en m irar ardi entemente a R ita , yHector Gálvez , que era un imbécil enamorado de símismo , que no hablaba más que de sus conquistas .

Asunción , por despecho , ñngía i nteresarse en laconversación de Hector . Este j oven era un Narcisoque se había lanzado de lleno a la vida vertiginosade París con la indiferencia de un criollo .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 0 3

A pesar de su estup idez nativa , y quizá p rinci

palmente por ella , Hector tenía un yo de poeta , un

yo ab sorbente , y todo cuanto se dij era lo refería asu p ersona . Mientras hablada de s í mismo sonre íacon amable complacencia , levantaba la voz, accionaba ; luego , cuando se variaba de conversación y setrataba de otro , ponía una cara tri ste y miraba al techo como diciendo : No sé para qué se ocupan de cosas s i n importancia .

Hector d ij o a Asun01 0n en s ecreto que cas i s entíaser rico , porque s i no , hub iera llegado a ser un granarti sta; tamb ién le apesadumbraba ei poseer tantosatractivo s fís ico s , porque las muj eres más c/zz

'

cs deParís le asediaban y llegaban importunarle .

Asuncionci ta o ía s in prestar atención las neceda

des de Hector; al mismo tiempo notaba que Carlos yla hij a de R ita , Mar ia Victori a , so sten ían una larga yal parecer interesante conversación , 10 que la teníavolada .

Yarza hablaba a María Victori a de Paulina Acuñay la ponía como un tipo ideal ; la p intó trabaj andodía y noche en sus bordados , buena , cariñosa , amable , como una Cenici enta quien espera un príncip eenamorado de su belleza y de sus virtudes .

María V i ctoria manifestó deseos de conocer a Paulina ; R ita , que oyó la caluro sa descripción de Yarze ,

le dij o :—Le encuentro a usted muy entusiasta de la bor

dad0ra . Me parece que hay a lgo entre usted y ella .

No , no ; e s sólo una amiga .

¿Qué edad tiene su amigaP—p reguntó Gálvez .

Diez y ocho .

¿Y usted ?—Yo , ve intitrés .

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64 PÍO BAROJA

—Entonces permíteme usted , mi querido Yarze ,

que dude un poco de que no haya más que amis tadentre l a bella bordadora y usted .

Asunción a1 0 i r e sto enroj eció y estuvo a puntocon un movimiento ráp ido de tirar la copa .

— Pues no , no hay más que amistad entre nosotros—añadió Yarze .

—No sea que s e está usted engañando— repusoG álvez .

— O engañándole ella—rep licó R ita .

—¡Ay ! ¡Pobre bordadora i— exclamó Clementina .

Yarze miró a Asunción , que desvió la vi sta , yClementina y R ita , que sonre ían irónicamente .

—Déj elos usted—dij o Mar ia Victoria que crean10 que quieran .

Esta defensa de la n iña enterneció un pocoYarza y s iguieron hablando de Paulina .

Quedaron en que un domingo por la tarde , acompuñada de su i nstitutriz , i ría María Victoria a ver aPaulina , para 10 cual tomó sus s eñas en un papelque guardó en el pecho .

A lo s postres se habló de pol ítica ; don PerfectoMartínez comenzaba a dec ir tonterías en un tonocampanudo acerca de lo s vicio s de Francia y delImperio , cuando R ita l e indicó que madame Savignyera francesa y entus iasta, además , del Imperio .

La antigua modista comprendió rápidamente lod icho por don Perfecto , y repuso con desenvoltura :—El señor estaba hablando de nuestros vicio s ,

de las inmoralidades del Imperio . Son verdad , nadielo s niega . Cuando s e tiene l a supremacía en lasciencias , en las artes , en la industria , en la moda . set i ene tamb ién en los vicios . Además , nosotros losfranceses sabemos una cosa , y e s que , por muy vi

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 65

ciosos que seamos , el d ía que tengamos una guerraharemos correr como s iempre al enemigo .

—Muy bien , madame Savigny—dij eron R ita yClementina .

—¡Qué vulgaridades i—murmuró Yarze ¡Parece

mentira que estos lugare s comunes basten paratener sati sfecha a una gran parte de un pueblo intel igente !

Don Perfecto no insi st1o en sus censuras . Se 00menzó hablar de la corte de las Tullerías . S e discutió s i l a emperatriz Eugeni a s e conse rvaba j oven ;la mayoría de las muj eres decían que s í , p ero 105hombres aseguraban que se le n otaba mucho la edad .

Madame Savigny describ ió en dinástica entusiastael gran baile de traj es del invierno anterio r , celebrado en la sala de los Mariscales . Clementina , R ita yPi lar le p idieron detalle s de los traj es , y madameSavigny los d ió comple tos .La Emperatriz

,del brazo de Canrobe rt , l levaba su

traj e favorito a 10 María Antonieta , en terciop elo yseda blanco s , tal como la muj er de Lui s XVI aparece en un retrato de Lebrun ; e l Emp erador, de fracnegro y calzón corto

,vestía e l manto venec iano , y

en el cuello el gran cordón de la Legión de Honor.Después de explicar minucio samente el traj e d e

los monarcas , madame Savigny describ ió los de sucomitiva y de su corte . La princesa de Mettem ich , lare ina de la moda , con un traj e de tafetán amarillopál ido , e sti lo s iglo XVI I I ; la duquesa Colonna , todade blanco , con el pelo empo lvado ; la marquesa deGall ifet, en Angel Exterminador, el casco y la corazabrillantes , la lanza en la mano y los cabellos suelto s; la prince sa Troubetzko i , en d iablillo roj o y megro ; madame Dourassoff, en Gabrie la d

'

Estrees ; l a

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66 9 10 BAROJA

condesa de Castigl ione , que era la muj er más hermosa y más intrigante de la corte

,en traj e de ter

ciopelo negro , s in fl ores n i joyas .

Hubiese seguido describi endo traj es s i al hablarde la princasa Ratazzi , Hector no hub iera interrumpido dic i endo :

¡Hombre ! ¡La p rincesa Ratazzi !

¡Qué ! ¿ la conocesP—p reguntó su padre .

Sí , he estado en su casa con un e5pañol , ques e llama Mar0des . Por cierto que estando allá mecontaron una historia muy chusca ocurrida laprincesa con una señorita amiga suya… El caso e s

no se puede contar; p ero es una hi stori a muydivertida .

— Si no s e puede contar, no nos hables de elladij o Gálvez .

—¿Y de hombre s ? El baile estaría e splénd ido

preguntó Clementina a madame Savigny , volviendoa la misma conversación .

—Estaba todo lo mejor de Europa; del cuerpo di

plomático , el barón de Budberg , el p ríncipe de Metternich , el conde de Moltke , el embajador turco , yluego príncip es

,duques

,escritore s

,art i stas ; fué una

fiesta única .

—¿Y el Emperador? ¿Qué tipo es? ¿Qué 0pin 10n

tienen ustedes de elP—preguntó el ex p res idente donPerfecto .

—Yo creo que es un gran hombre—dg0 madameSavigny .

—Y0 , perdone usted que le contradiga , mi queridas eñora—ins inuó Gálvez no creo lo mismo queusted . El Emperador es un hombre de talento natural , p ero no es un pol ítico . Lo de Méj ico va a s er unfracaso terrib le . Lo verá u sted .

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68 PÍO BARO IA

Madame Savigny buscó un nombre de bastantere s onancia para aplastar a su contrad ictor , pero sindu da no lo encontró , y 10 que hizo fue negar condiciones a lo s p ersonaje s citados por Yarza .

Se comenzó con e ste motivo a di scutir acerca deB i smarck , sobre cuya pe rsonal idad corrían los másextraños y d isparatados rumores . Unos 10 p intabancomo un salvaj e , como un Atila , comedor de carnecruda , otro s decían que no era más que un hombrede suerte , y , según madame Savigny , era únicamente uri conversador amable y simpático , un hombrede salón .

—Bueno ; vamos—dgo de pronto don Fau stoporque e s ya tarde y está muy lej os nuestra casa .

Gálvez ofreció su coche , pero como no podía servi r para todos a l a vez , se d ispuso que fueran en élmadame Savigny y don Perfecto .

—Mandaremos buscar coches—duo Gálvez .

—NO—conte stó don Fausto aquí cerca encontraremos el ómnibu s .Salieron a la calle; no hacía frío ; hab ía cesado e l

viento ; la calle estaba blanca , s i lenciosa , i luminadapor la luna llena .

En el suelo la n i eve comenzaba fundirse y aformar barro .

Fueron todos de dos en dos por l a acera con cu idado , por miedo de re sbalarse . Yarze iba al lado deAsunción , tend iéndol e la mano cuando llegaban aalgún s itio de d ifí ci l paso . Ella hacía como que no10 notaba .

Qué niña más insoportabl e e s esa María Vietoria , ¿verdadP—dijo de pronto Asunción .

No .

¿Le ha entretenido a usted ?

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 69

He hablado con ella ; como estaba a su lado…—Es estúp ida .

¿Es más inteligente el j oven Hecto r , con quiencharlaba usted con tanto gusto ?— Sí . ¿0 que usted cree que es la única p ersona

de tal ento del mundo ?—Yo no creo que he dicho eso nunca , n i nada

parecido .

¡Como está usted aco stumbrado a que papá leponga en los cuernos de la luna ! ¡Claro , como le esoribe usted sus artículo s !

¿Yo? No es ci erto .

¡Bah !—No , no .

Si se lo hemos dicho y cas i 10 ha confesado .

Yarze permaneció un momento s ilencioso ; lue

go dij o :—No sé qué interés tien e uste d en poner a su pa

dre así en ridículo .

Yo digo la verdad nada. más—contestó Asun010n .

—Si a usted o a mí nos dij eran la verdad , probablemente nos molestaría .

—A mí no .

—A usted tamb 1 en . Usted , como todo el mundo ,hace una porción de ri di culeces , y le molestaría quese las dij eran .

—¡YO ! ¡Qué gracia me hace ustedi—dij o Asunc ion

con voz agria .

—Sí , usted—repl icó Yarze excitado Días e nque va u sted mal vestida , preguntas que hace ustedimpertinentes , fras es que usted cree que s on ingeniosas y que sólo son tontas .

—¿Y usted no hace frases qu e cree qu e son inge

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70 PÍO BAROJA

n iosas y que sólo son tontas ? Pues ahora mismo lasestá usted haciendo , y bien impertinentes y bien es

tupidas .

—Yo , al menos , p ido perdón por las mías cambio de perdonar las de los demás .

—¡Usted perdonar! S i es usted soberb io , s i es us

ted malo , canalla , ru in…Yarze , ante estos insultos , s e calló , regocgad0 in

teriormente; Asuncioncita , de pronto , volviéndos esu madre , la dij o :—Oye , mamá. ¿Sabes que Yarze s e ha incomoda

do conmigo y me ha dicho que soy tonta y que voymal vestida?—¿De veras ?—preguntó Clementina gozosa .

—Una parte de la verdad no es toda la verdadrepli có fríamente Yarze .

— Niegue usted ahora que 10 ha dicho .

—No , no lo n iego .

—¿Qué vas a hacer , míaP— repuso Clementina

con sorna Será verdad cuando 10 dice Yarze .

Este s e calló . Se detuvi eron todos esperando elómnibus . Se vió entre l a bruma aparecer un a luzroja y verde , luego se fue aeercando el coche , que ,amplificado entre la ni ebla , parecía una cosa gigantesca .

No hab ia sitio más que para cinco personas , yentraron don Fausto , Clementina y sus dos hij as .

Al subi r , Asunción se resbaló en la n ieve y estuvoa punto de caerse . Yarza l e tendió la mano y ella ledij o i racunda :—Preñer0 torcerme un pi e a darle a usted la mano .

—¿Y usted no sube , YarzaP—preguntó don Fausto .

—NO ; voy más a gusto a p ie .

El ómnibus siguió su marcha . Aníbal y Yarza s e

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 7 1

dirigieron a los grandes bulevares . Al llegar a l acalle de Montmartre s e desp idieron , y Yarza s e em

caminó haci a la orilla izquierda .

Mientras Carlos marchaba por la calle , blanca denieve , pensaba en lo ocurri do durante la cena y enel tono agrio de las palabras de Asunción .

Cada día iba notando con más claridad que Asunci0ncita no era , por su carácter, n i con much0 , 10

que él había creído . Poco a poco iba notando lasaristas del carácter, el egoísmo , la vanidad , la coqueteria . Ante su imaginación , Yarze tenía dos figurascompletamente distintas : l a concepción , primera , deuna niña angelical sólo bondad y encanto , y la concepción , s egunda , de la mujer con todas las desigualdades de carácter prop ias del s exo , con la anti

patía i nstintiva por las demás muj eres .

Estas dos figuras , la una negra , la otra blanca , leintrigaban , y quizá le producía más sugestión la ne

gra que la blanca . Ese terreno vago y movedizo delalma de una muj er le producía alguna inquietud .

Podía hacerle perder su tranquil idad , es a hermosatranquil idad de án imo cantada por lo s esto icos

,des

de Epicuro hasta Séneca . ¿Iba a entrar en su barcaen este lago , a primera vi sta tranquilo , pero en donde comenzaban a no tars e las corri entes subterráneasimpos ibles de p rever, los cambios bruscos de d irección de las olas , las ráfagas inesperadas de vi ento ?No . Era una locura . El debía exponerse a todas

las miserias , l a enfermedad , a l a muerte , pero nodeb ía dejarse árrastrar una vida s in rumbo

,en

donde podía perder la tranqu il idad interior .—¿Qué plan debo seguirP

— s e dij o Yarze .

Separars e , no volver más a casa de don Fausto ,era duro para él . Además , probablemente cerraba

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p io BAROJA

el paso quizá a la ún ica aventura que tendría ensu vida .

—¡Si yo pudiese hacer el experimento con seren i

dad !— pensó después .

Esto era 10 mejor; meters e en medio del torbell ino ,l legar soportar los gri tos , los lloros , la vida histerica

,e l furor s exual , y en medio de las mayore s tor

mentas encontrars e s i empre a s í mismo , y esta r s i empre punto de tomar una determinación enérgica .

Sí,esto era lo mejor; llegar al matrimonio , a l a

patern idad , suj etars e con todos Los lazos famil iaresy sociales , y un día , cuando fuese necesario , coníntima alegría , tranquilo , como quien cumple unamis ión augusta , abandonar el hogar, la muj er, loshij o s

,y camb iar la vida regalada por um

'

rincón cualquiera en donde se pudi era vivir como un salvaj e .Haría el experimento ; en cada minuto ; en cada

i nstante i ría sondeándose s í mismo , viendo hasta.dónde ll egaba su preocupación , y s i sentía por unmomento que su conci enci a s e turbaba , s in cons i

deración alguna abandonaría la partida .

Esta i dea le hizo reir; s e encontró fuerte y s eguro ,examinó hasta qué punto llegaba su pas ión por lahij a d e don Fausto , y vió que era relativamente su

perficial . La deseaba porque era bonita , coqueta ,quizá porque notaba en ella imperfecciones ; pero ca

ri ño , afección honda , no los ten ía .

S i por alguien sentía un afecto puro y des interesado , era por

_Paul ina .

Quizá hubies e s ido mejor dedicarse a la hermanadel j orobado . Sería fel iz , pero la fel icidad era paraYarze una concepción mezquina y estrecha . Además , é l pensaba que no tenía temperamento prop iopara ser fel iz.

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 7 3

Esta idea desv1 0 la corriente de sus p ensamientosde Asunción a Paulina .

Sería muy probable que ésta , como Asunc ion , escondiese algo en el fondo de su alma . ¿No pres entaría , como todas las mujeres , su faceta más luminosay clara

,es condiendo lo malo y 10 tenebroso de su

temperamento ? ¿Era realmente tan serena como parecía ? ¿Se res ignaba con su suerte? ¡Quién pod ía seber10 !

Se di straj o un momento Yarza presenciando lariña de dos vendedores de p eriódicos que e sperabanl a salida de lo s pap eles en la esquina de la calleCroi ssan t

,y siguió adelante por la de Montmartre .

Al acercarse a lo s Mercados s e sentía un olor deverdura y de ti erra . En la p laza y en las calles próx imas , hombres con gorros de lana de scargaban loscarros y formaban grande s montone s s imétrico s decoles , zanahorias y nabos . Por las call ejuelas próx imas llegaban andrajoso s y bohemios con las manosen los bols i llo s del pantalón , y chulo s y muj erzuelass alían de las tabernas agarrados del brazo y cantando .

Cruzó Carlos lo s Mercado s y tomó por una ca

llejue1a .

Al pasar la calle de Rivoli s e veía la ñla inacabable de carro s d e lo s verdulero s que esp erabandescargar.Por otra callejuela salió Yarza al Puente Nuevo .

El cielo s e aclaraba ; la helada endurecía el p iso yconservaba s in fundirs e la n ieve de lo s tej ados ; laluna iba baj ando en el horizonte , brillaba en el ríoy plateaba la n iebla .

Desde el otro extremo del Puente Nuevo,la vi sta

parecía una decoración de teatro ; las casas del mue

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PÍO BAR OJA

l le de los Orfebres de stacaban sus tej ados cubi erto sde n ieve y sus altas chimeneas en e l ci elo azul argentado por la luna; a lo lej o s se entreveía NuestraSeñora de París .

A Yarza se le ocurri o en aquel momento acercarsea casa de Paul ina . Sub ió hasta la calle d e SaintAndré-des—Arts , y entró luego en la Cour de R0han .

La plaza , cubierta de n ieve , tenía un aspecto ro

mán tico . La luna asomaba su cara blanca por enci

ma de un tejado y bri llaba en los adornos bordadospor la ni eve en las barandillas y chimeneas , en lasventanas y en las ramas desnudas de 105 árbole s .

—Aquí e stá,seguramente

,mi fe l icidad— se d ij o

Yarze esa fel icidad tranqui la y burguesa tan apetecida por todos los hombres y muj eres de raza vacuna . Aquí deb ía vivi r yo , s iendo un buen empleado , económico , puntual , buen padre de unbuen cordero que dies e su lana sin protesta . NO— exclamó con deci s ión hay que ser lobo… con losdientes l imados , con las uñas co rtadas , p ero s iempre lobo .

Luego Yarza s e echó a reír s ilencio samente y duo—Voy a dej ar de ven i r para s iempre .Y se dirigió haci a su casa .

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76 p io BAROJA

na a Paulina ; no había sentido las mordeduras delamor propio n i hab ía entrado en su alma esa ideaestúp ida y mal sana de la j erarquía que marcha durante toda la vida al lado de lo s hombres y le s insp ira p ensami ento s que envenenan su ex i stencia .

Paulina no tenía idea de las j erarqu ías sociale s , nos e había parado nunca a comparar s i era más 0 eramenos que su vecina , y hubiera deseado que todoel mundo fuera fel iz y ella lo fuera con todo elmundo .

Entre la gente , la bondad de Paulina hubiera ten ido que tomar un carácter activo 0 se hub iera empanado ; en la soledad , no ; su bondad dorm ía sinlucha como esas nieblas que reposan al amanecersob re lo sUn día Paul ina vió en la Cour de R0han , delante

de su casa , un carro cargado con obj etos de h ierro ,al pare cer de una máquina . A1 mism0 tiempo traían

un pobrísim0 ajuar formado por tres 0 cuatro si llasvi ej as , una mesa , dos camas de hierro y algunosutensi l ios de cocina . Un vie j o y un j oven anduvi eronsub iendo estos trasto s la guard illa .

Había un cuarto desalqu i lado próx imo al de lo shermanos Acuñas , y Paul in a supuso que el viej o yel j oven deb ían de ser lo s nuevo s inquilinos . A juzgar por su menaj e eran b ien pobres ; pero para Paulina el s er pobre era una cosa circunstancial , un es

tado por el cual podía pasar todo e l mundo .

La curio s idad natural de la muj er, y el no tene ren qué ocupar activamente su imaginación , induj eron a l a bordadora a curiosear para enterarse dequiénes eran los nuevos vecinos .

Desde la azotea se ve ía la ven tana del cuarto queocupaban , y Paul ina cas i todos lo s d ías , con algún

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 7 7

pretexto , sal ía al terrado y miraba di s imuladamentehaci a la guardilla .

Sol ían verse detrás del cristal a lo s dos hombres ,el vi ej o y el j oven , que , a juzgar por su aspecto , deb ien de ser padre e hij o . El padre tenía todo el t ipode un apóstol ; el hij o era un muchacho alto , de barba rub ia , que trabajaba encorvad0 sobre una mesadurante todo el d ía .

¿Qué hacía? No era fácil di stinguirlo . Paulina su

puso que deb ía ser dibujante . Alguna vez la miradadel muchacho y la de Paulina se encontraron , y labordadora creyó ver en lo s oj os tranquilo s de aquelj oven barbudo algo como admiración 0 asombro .

Um poco halagada de la admiración que producía ,Paulina sal ía con frecuencia a la. azotea y tarareabacancione s e5pañolas . El j oven barbudo entoncesabría la ventana y *contemplaba su sabor a la bordad0ra .

Una mañana , ya al comienzo de la primavera , el

viej o patriarca llamó suavemente en el cuarto dePau l ina .

—¡Entrad !—d1_¡0 ésta , y al ver al v i ej o s e quedó

un poco asombrada .

—Perdone usted , señorita—duo el viejo yo soyel vecino de al lado . Soy grabador . Estamos tirandounas e stampas mi h ij o y yo , y neces itamos fuego ys e nos ha acabado el carbón . ¡S i pudiera usted p restam os un poco !—Sí , s eñor; con mucho* gusto . Ahora voy .

—No , no se mole ste usted; yo 10 cogeré . Se en

suciaría usted las manos . ¿Qué está usted haciendo ,bordando ?—Sí , señor .—¡Muy bonito , muy bon ito i—murmuró el viej o

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78 PÍO BAROJA

contemplando el bastidor de Paul ina ; luego llenó uncubo de carbón y d ijoz— después l e devolverá us

ted 10 que llevo .

—No hay prisa .

—Y si u sted quiere l e regalará una estampa de lasque graba mi hij o .

—¡Oh , muchas gracias !

El vi ej o se marchó y por la tarde acababa de ve

n ir J0aquín de su tal le r cuando llamaron a la puerta .

—¿Quién seráP—preguntó asombrado .

—Será el vecino—dij o Paul ina que ha estadoantes p ed irme carbón .

Efectivamente , era el viejo que ven ía con el cuboen una mano y un rollo de papel en la otra . Paulina ,al recib ir el pap el , 10 desenrol ló . Era una hermosaagua fuerte que causó un gran asombro en Joaquín .

—¿Quién ha hecho esto ?—d ij o .

—Mi hij o . ¿Qué , le gusta a ustedP—p reguntó elviejo riendo .

¡S i e s soberb io ! ¿Y cuándo lo ha hecho ?Hoy mismo . Ahora e stamos tirando las últimas

pruebas .

—Hombre , voy a verle y a darl e las gracias .

¿Usted quiere veni r, s eñorita? preguntó el

—Vamos .Entraron en el cuarto de los grabadores , ilunt ina

do por un quinqué . Era una habitación aguard illa

da , que tenía una estufa en el centro . En la mesa , allado de un bastidor de te la blanca que serv ía depantalla , el j oven grabador trabaj aba con el buri l enuna plancha de cobre.

Al ver a sus vecinos se levantó , pero Joaquínle d ij o

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 79

—No,no ; s iga usted ; venimos a darle las gracias

por su estampa y nos vamos en segu ida .

—S i quieren u stede s esp erar un rato , ahora acabamos .

El viej o le s 0frec ¡ 0 una s i lla a lo s Acuñas .

El grabador s e s entó , pasó varias veces un p ince lmojado en un ácido sobre la plancha de cobre , 10que producía un hervor de burbuj illas verdes , despué s l imp ió l a p lancha con un trapo y se levantó .

Paul ina le observaba : tenía el grabador una hermosa frente blanca y prominente , lo s oj os hundidosen las órb itas , la nariz larga b ien hecha , y la partei nferior del ro stro oculta por la barba , fuerte y enma

rañada . Era alto , cuadrado de hombros y un pocoencorvado haci a adelante , s in duda por la co stumbrede trabaj ar incl inado sobre el cobre .

Cuando el grabador acabó su trabaj o en la mesa ,cogió la plancha entre las manos negras y la calentóen la estufa , luego tomó un poco de tinta e 5pesa conlos dedo s y embadurnó y frotó la p lancha varias veces con la palma de la mano .

Es un ofi cio que no es muy bueno para senoritas—dij o el viej o ri endo .

Luego que el j oven intintó la plancha , c0g10 e lquinqué y 10 colgó en la pared en cima de una prense de hierro .

Después dejo la p lancha en el tórculo , cog 1 0 ,ayu

dándose con dos trozo s de cartuli na , una hoj a de papel blanco , inmaculado , y la colocó sobre la plancha . Tras de e s to puso encima del pape l variasbayetas .

—Para que no tenga fr io—d 1_¡0 e l viej o ri endo , y

ai mismo tiempo comenzó a dar vueltas a las aspasdel tórculo .

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80 PÍO BAROJA

Pasó la plancha entre los dos ci lindros , quita ronlas bayetas y salió la prueba . El viej o la tomó concuidado y la llevó a la luz .

Joaquín y Paulina se acercaron .

—Bueno , ya hemos concluído—du o el vi ej o .

Quitó el j oven grabador los frascos de barnice s yde ácidos de la mesa, y se sentó con aire fatigado .

Mientras tanto , el viej o s e di sponía a cocinar en laestufa .

Hablaron de arte Joaquín y el j oven grabador,y

éste dij o que lo suyo no valía nada , y tomando unagran carpeta en sus manos negras , fue mostrandoestampas . Enseñó esas tri stes y graves compos icio

nes del gran Durero , en donde dominan la Melanco

l ía y la Muerte ; exp l icó la antigua viñeta que repre

s enta la mis ión poética de Hans Sachs , comentadapor Goethe , y mostró algunas hoj as de lo s Simulacros de la Muerte, de Holbein y del H ortulus ¿m í

mae, de Lucas Cranach .

En otra carp eta , e l grabador ten ía reproduccionesde cuadros de Petru s Cristus , Brueghel y JerónimoBosco , e stampas del Ma tñmom

'

o a la moda , deHogarth , e scenas fantásticas de Goya y caricaturasde vagabundos , de soldados y de cómicos , ej ecutadas por Callot.En medio de estas láminas , de una fantas ía loca

y de una intención severa , Pau l ina adv irt ió unas i lueta de mujer hecha al Láp iz .

—¿Qué es esoP—preguntó Joaquín .

—Es un apunte que no vale nada—murmuró e l

grabador confuso .

—Se parece ti—d ij o el j orobado su hermana .

—Si , e s verdad—repuso el grabador tiene al

gún parecido .

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LAS TRAGED 1 AS GROTESCAS 8 1

Paulina comp rend 10 que aquel d ibuj o estaba hecho pensando en ella .

Luego de charlar un momento , Joaquín y Paul inamarcharon a su casa .

En los días s iguientes , Paulina pensó muchas veces en el grabador . Le parecía un hombre extraño

,

como un gigante bondadoso dedicado a artes mégicas

,con aquellos oj os claros , la barba larga y pobla

da,las manos negras por la tinta y la mirada tímida

yComenzaba la. primavera , lo s días buenos Paul ina

sal ía a la azotea , y al ver al vecino le saludaba , y élconte staba con ci erta solemnidad .

El grabador s e llamaba Alberto Stahl ; su padreera un alemán del Sur. Alb erto hab ía nacido tamb ién en Al emania , pero vivía desde la niñez enParísHab ía pasado su vida s iempre trabaj ando , metido

en rincones obscuros , entre montones de grabados yde l itografias ; hab ía aprendido a escrib ir con el burilsobre las p lanchas de cobre .

Su vida era trabaj ar constantemente ; su padre seentend ía con las casas que vendían estampas , y Alberto no hacía más que grabar a todas horas .

Joaquín intimó ráp idamente con Alb e rto y le llevóvari as vece s a su casa .

Paul in a comparó Alberto con Carlos . A lb ertoparecía sereno , tranqu ilo , equil ibrado ; Carlo s era másinquieto y más vivo . A lberto pose ía más conocim iento s en cue stiones artísticas y manuales ; Yarze teníauna cultura l iterari a y científica mayor . Además , conocía la vida .Los dos hombres eran tipos agradable s ;pero Paul ina , ten iendo que elegir entre los dos , hub iera elegido s iempre a Carlos , pensando que quizá

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8 2 PÍO BAROJA

con Alberto una mujer podría vivi r más tranquilay feliz .

El grabador y Joaquín se hicieron amigos íntimos .

Joaquín le l levó a Alb erto un domingo al café donde se reunía con Yarze , y le mostró a é ste las obrasdel grabador .

Esto le dará a usted much0— le duo Yarza .

No , muy poco— contestó el alemán sonriendo .

No puede ser .—Es 10 que digo yo , l e explotan—repuso Joaqu ín

dirigiéndose Yarze Figúrate que trabaj ando todos lo s días y haciendo cosas as í , gana tre s 0 cuatrofrancos .

— Entonces le engañan . ¿Dónde vende usted lasaguas fuertes ?—Mi padre e s el que se encarga de la venta . Las

lleva ahí al muelle Malaquais y a la calle Bonaparte .

—Mande usted alguno que vaya como compradory pregunte a cuánto las venden .

— Sí , eso vamos hacer—dij o el j orobado .

Efectivamente ; unos días después , J 0aquín , por intermed io del amo del taller en donde trabajaba , seenteró de que las aguas fuertes de Stahl se vendíana cuarenta y a c incuenta francos prueba , y se le pagaban él a ve inte y a tre inta , 10 que representabapara el grabador una ganancia considerable .

Cuando Joaquín contó a su hermana el resultadode sus investigacione s , quedó ésta un poco asombrada .

¿De manera que gana mucho ?—Figurate , una barbaridad . ¡S i ti ene un gran

nombre !—¿Y cómo pueden vivir así?

—No sé .

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encontrado un cli ente que pagaba mucho mej or . Elviej o su5p iró y no hizo obj eción alguna .

Este hallazgo del oro d ió a Al berto , lo s ojos dePaulina , más aspecto de hombre

Um domingo de primera por la tarde se presentóen casa de Paulina María Victori a , la ni eta de Gálvez, acompañada por su institutriz y por Carlo sYarze .

Estaban en casa de la bordadora Alb erto y supadre y el vi ej o Yarza . Paulina , al recib ir las vis itas ,quedó un tanto turbada , y su turbación aumentócuando Carlos le dij o que habían hablado mucho deella y que María V i ctoria tenía un gran des eo deconocerla .

Paulina balbuceó algunas palabras confusas ;María Victoria s e l e comunicó también la timidez , y ,

s in decir nada , alargó la bordadora un ramo defl ores que traía en la mano . Paulina lo tomó , y comola niña quería salir a la azotea , Paul ina abrió el balcéu, y a solas las dos comenzaron a charlar conentera confi anza.

Los tie stos , el palomar, el gato blanco , lo s árbolesl ej anos

,todo era una sorpresa agradable para la

n iña .

En el interior , Carlo s comenzó a hablar con Albert0 Stahl y su padre y con la institutriz de Mar iaVicto ria .

El viej o grabador, de larga barba patriarcal , eraun escéptico que se reía de todo . Para él , el e rror yla mentira dominaban en la existencia de tal manera

,que desde el nacimiento hasta la muerte , la vida

del hombre no era más que una se ri e de errores yequivocaciones .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 85

Esto s errores y equ ivocacione s proveían , según elviej o Stahl , de la locura » humana . En el acto mássencillo y natural encontraba el viej o un síntomaclaro y manifi e sto de la locura humana . La locur ahumana era para él un Prote0 que adqu iría las másd iversas y aun las más razonables formas , y cuandola llegaba a señalar y d es cubrir, sentía una gransatisfacción en especificarla hasta agotar el tema ,descendiendo de la gran locura humana a las pequenas locuras humanas , y ascendi endo de spués delas pequeñas locuras humanas a la gran locura humana , gigantesco bloque

ºen donde se esculp ia la

humanidad .

A la insti tutriz de María Vi ctoria , una inglesaseca y escuálida , no le preocupaba gran cosa lalocura humana ; pero en cambio deseaba saber cuándo se iba a celebrar otra Expo s ición como la delaño anterior.—¿Le gustó ustedP—le preguntó el vi ej o Stahl

sonriendo .

¡Oh ! Magnífi ca . ¿Usted no la V10?Sí , yo también la vi— rep l icó Stahl y se acem

tuó su sonri sa Ummarchante de Alberto , que esun francés entus iasta , me llevó un d ia a ver lo s trabaj os y me explicó 10 que estaban haciendo . Dondehab ía árboles lo s habían quitado , donde no los nab ía lo s pusieron… ¡ J a… ¡qué ocurrencias !—¿Le parecen a usted muy cómicas e sas ocurren

ciasP—preguntó Yarza"

sonriendo .

—¡Oh ! ¡Ya lo creo ! Es la locura humana .

—Y ¿por queP—preguntó el padre de Yarza muyfoscamente , que sin duda no comprendía la relaciónque podía exi stir entre los preparativo s de una Expos icion y la locura humana .

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86 PÍO BAROJA

Por la tendencia de mentira y de error que s edesarolla en es tas Expos iciones— contestó el vi ej o

¡Qué cosa más humana ! Al lá donde hay un yermolo convi e rten en un j ardín y de un jardín hacen unsolar lleno de cascotes . Luego todo está elevado de

¡J a… ¡Qué humano es esto ! Elyeso pasa por mármol , la purpuri na por oro , e l p inopor nogal , el latón por bronce , la hoj a de lata poracero… ¡J a… ¡Es ¡Es muy gracio so ?La institutriz encontraba muy poco correctas

aquellas ri sas extemporáneas y miró al viej o s everamente .

—¿No le parece usted—preguntó Yarze ri endo

al viej o Stahl—que fuerza de mix tiñcar va a l legard ía que hagan pi edra imitando yeso y oro imitandopurpurina?—No me chocará nada—contestó el viej o .

—Además—añadió Yarze no tienen neces idadde proponérselo , porque cuando hacen un palacio dep iedra , s in querer ello s parece de yeso 0 de cartón .

—Verdad , verdad—repuso el vi ej o grabador

¿Y sabe usted por qué lo hacen as í?

—Pues porque quieren llevar a la práctica el vers iculo de la B ibl ia que dice : <Ensalzarás al humildey abati rás al ¡J a… j a…Esta cita deb ía parecer a l a inglesa de un mal

gusto extraordinario,porque se levantó y sal ió a la

azotea .

A lberto , que ve ía a su padre enfrascado en sutema inagotable de la locura humana , hizo lo mismo .

Yarze notó que el .j0ven grabador miraba mucho aPaul ina .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 87

—Está enamorado de ella— s e d 130 , y en aquelmomento s intió el deseo de interponerse . Luegop ensó que una cosa as í, hecha sólo por mala in tención , sería una acci ón miserable y digna de desprecio .

Después de un largo rato de estar en la azoteaPaulina y María Victoria , pasaron adentro . La niñase empeñó en llevar e l gato en brazos y la institutrizl e mandó dej arlo , con 10 cual Monseñor , asustado ,echó a correr, 10 que hizo reír al viej o Stahl a grandes carcaj adas .

Paulina reprochó Carlos el que les hubiera olvidado ; no iba a visitarles , no se acordaba de ello s .

Yarze se excusó con sus trabaj o s . Alberto miraba aPaulina un tanto melancól ico ; temía quizá que labordadora tuvi e se por su antiguo amigo una granafección .

Yarze ,“con motivo de sus trabajos , habló de lo s

primeros años que vivi ó en París , y estuvo muyameno contando historias y anécdotas de tipos raro sconocidos por él .Paulina comparaba la actitud resuelta y gallarda

de Yarze con el aire res ignado y entri stecido del grabad0r; y aunque su admiración era para Carlo s , sentía un movimiento de ternura porSe hizo tarde , y la institutriz de María Victori a

duo que tenían que marcharse . Yarze se levantópara acompañad as .

—Aquí vivirí_

a con Usted mejor que en mi casad ij o María Victoria a Paulina . Esta be só a l a n iñacon efus ión .

AI despedirse el v i ej o Stahl d l_]0 en un aparte ¿1

Yarza :—Usted que un hombre de talento , debía escribi r

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algo para convencer a las gente s que e stán d ispuestas aguantar gastos extraordinario s de que nohagan eso s edifi cio s de cartón y de yeso .

—¿Y qué van a hacerP—preguntó Yarze con

sorna .

Yo tengo un proyecto que me parece muchomás útil , más pedagógico .

¿YEs un gran monumento de p iedra , una cosa

a s i como la p irámide d e Cheop s , s in es tatuas n i

adornos ; todo el mérito estará en la in scripción . ¿Ysabe us ted lo que dirá la in scripción colocada en e lfrente?—NO .

Pues dirá así : <Monumento ded icado a la Locura Humana .

» Está b ien , ¿eh ?… ¡J a… j a !…

¿Qué le quería a usted ese s eñ0rP—preguntóMaría Vi ctoria a Yarza al comenzar a bajar las esca leras .

—Nada—contestó Carlos que es un vi ej o 1000

al que todo le parece mal en la vida .

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La o tra orilla

N la primavera se celebró el matrimon io de Pilar con Aníbal . Clementina tuvo que vender

más de diez mil duros de papel en renta francesapara amueblar la casa que Aníbal alquiló en unode los s it io s más chic de París , en la Chausséed

'

Antin .

Celebrado el matrimonio , los re01 en casados fueron a pasar la luna de miel a Suiza , y al llegar losprimeros meses de verano , Clementina alqu i ló unsegundo piso en la calle de San Lázaro .

'

Clementina dij o a don Fausto que la casa val íamenos que la de la calle del Bac , y por ser más barata y hallarse próx ima al s itio donde viviría P i lard e vuelta de su viaj e de novios , reunía mej ores cond iciones .

Don Fausto no se explicaba como e ste segundop iso de la calle de San Lázaro pudie se costar meno s

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90 PÍO BAROJA

que el cuarto de la calle del Bac; expuso algunaobj eción ; p ero viendo que su muj er ins istía , no seatrevi ó contrariaria y se calló susp irando . Sentíacomo una desgrac ia e l dejar aquella casa tan sim

pática , lo s paseo s en el Luxemburgo , las tarde s d ela B ibl ioteca de Santa G enoveva y las excurs ione scon Yarza .

S e hizo la mudanza a fines de Junio . Durante e lverano , don Fausto todos lo s d ías cruzaba los puentes e iba a l a otra orilla .

Las calle s próx imas a su nueva casa , del barri o dela Trin idad y de la Europa , l e desagradaban . Aque lcontinuo i r y veni r de gente de aire atareado le aturdía y le molestaba . Hab ía en alguna de estas calle sun movimiento de hormiguero : coches que entrabany sal ían de la e stación de San Lázaro , ómnibus co

gidos al asalto , y al mediodía y al anochecer unaavalancha de dependientes de comercio y de modistas que pasaban al trote por las aceras .

Don Fausto cada d ia se encontraba más violentoy di sgu stado en su nueva casa .

Luego el otoño comenzó en seguida con sus lluviasy sus n ieblas . Los días e staban sucios , las calle sl lenas de un barro pegaj oso y negruzco .

La misma animación de los grande s bulevarescansaba a don Fausto ; no encontraba rincón dondemeterse y la casa para él e ra fría y desagradablecomo el cuarto de un hosp ic io .

No comp rendía b ien por qué , pero aquella casalujo sa le molestaba; la hub i era mirado con gusto , aldej arla , como se contempla desde el tren una salade estación en donde se ha aburrido uno unas cuantas horas .

Lo s dos criado s nuevos que tomó Clementina ,

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P 1'

0 BAROJA

ti empo lo s p eriód icos . Nin i , mientras le s ervía , contemplaba don Fausto con cie rta lástima .

—¿Por qué no les dice u sted algoP

— le i ndicóuna vez .

—Sería inúti l—contestó don Fausto .

Al acabar de comer salía a dar un paseo . Cuandollovía , 10 que era muy frecuente , su único entreten i

miento era i r y veni r por el pasaj e J ouñroy 0 por e lde lo s Panoramas .

Se sab ía de memoria todas las tiendas de l ibros ,p ipas y fotografias de lo s pasaj e s , conocía de vi staa las muchachas que hacían de es tos corredore spuesto s de espera para la caza del hombre .

Había en el pasaj e Verdeau un fabricante de pipas

,que delante del cristal del e scaparate , vi sta

del públ ico , torneaba el barro , el ámbar 0 la e5puma

de mar. Don Fausto miraba cómo iba haciendo e lhornillo

,luego el tubo de la pipa y después las

roscas .

Una hab il idad y paciencia tan grandes maravi llaban a don Fausto .

—Um trabajo así , hecho con gust0—se dec iadebe bastar un hombre para vivi r tranqui lo y cas ifel iz—y pensaba que él se hubiese encontrado muybien detrás de aquel escaparate , torneando pip as .

Cuando no llovía de un modo exagerado , donFausto llegaba hasta el Palacio Real y paseaba porsus arcadas . En lo s días ya deshechos s e refugiabaen el Salón Literario , un gabinete de lectura del pasaj e de la Opera

,galería del Barómetro , y leía des

pacio todos lo s periódicos de París ; pero pronto seaburría d e e star dentro de aquella urna ahogada consu s cortinas verde s y sus mecheros de gas s iempreencend ido s .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 93

Buscando un refugio para mitigar su aburrim ien

to,don Fausto encontró el café de Mulhouse , un

café muy grande y un poco destartalado , con eu

tradas por el bulevar y por e l pasaj e J 0uffr0y . .

Ten ía este café en el fondo un j ardín y una terraza cubi erta y aquí s e congregaban algunas tertul iasde jugadores de dominó y

-de aj edrez . El atractivoque encontró don Fausto en el fondo del café deMolhouse fue una peña de eSpañoles que lucían suscapas y su s chapeos . Formaban esta peña resto s delas emigraciones de la primera guerra carl i sta y delas in ten tonas de Prim .

En la tertul ia l levaba la voz cantante y era comosu núcleo un tal Forinaya , h ombre joven , con lo soj os bri llantes , el pelo ensortij ado y negro , que hablaba con un brío extraordinario y contaba una porc ión de his torias probablemente falsas

,gesticulando

como un 1000 .

Don Fausto , que desconñaba un poco de tipos deesta calaña , le sol ía e scuchar desde una mesa próxima , pero s in buscar el modo de relaci onarsecon él .Muy a menudo , en compan 1 a de Forinaya , se pre

sentaba un muchacho j oven y grueso , de cara carnosa y cabeza perif0rm

'

e , qui en F0rinaya' gastaba

grándes y pesadas bromas .

No le parecía b ien a don Fausto acercarse a lamesa de lo s españole s no conoc iendo a n inguno deellos , de miedo de que le tomasen por un esp ía .

A e ste café sol ia'

ven ir constantemente un vecinode don Fausto , que vivía en el tercero 0 cuarto pisode la casa y a quien encontraba con frecuencia e nla escalera .

Era un señor menudit0 ,

—b ien e onservado ,vestido

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94 PÍO BARO ]A

de negro , que ten ía e l tipo de burócrata . De verse enla calle y después en la e scalera don Faus to y é l sesaludaban , y un día comenzaron a charlar. Este s eñor, de aire burocrático , que hablaba dando unosgallo s muy raro s , s e manifestó como un viudo inconsolable .

Don Fausto se enteró por Nin i de la clas e de hombre que e ra su vec ino .

Según dij o la criada , y la historia la sab ia por laportera de la casa , l a muj er del inconsolabl e viudohabía p ertenecido en vida al gremio de cocottes , y elhombre de aspecto burocrático s e hab ía casado conella con el laudable fin de apoderars e de sus cuartos . Este buen señor hab ía estado emp leado en unaofi cina del Gas , pasándose la vida haciendo as iento se n los libros , l lenando hoj as blancas , roj as , amar il las , azules y verdes , y ex igi endo al público lo s m ilrequ is ito s que reclama para todo la Admini straciónfrancesa , 10 que la convie rte en una e spec ie de ne

gociado chino .

Mientras e l manej aba sus l ibros y sus hoj as , lamuj er manej aba sus amante s . Gracias a una tan armónica divis i ón del trabaj o , el matrimon io guardabagrandes economías , y al morir la muj er dej ó al marido una fo rtun ite .

—La verdad es que es e tamb 1 en—boncluyó dic iendo Nin i al acabar la histori a del vecino— no fuemuy fel iz en su matrimonio .

Es te también , dicho por la criada , no s e sabe conqué alcance

,anduvo revoloteando , como un mos

cardón en el aguj ero de una caña , en e l o ído de donFausto y le preocupó ; pensó s i daría importancia auna insinuación tan impertinente , pero al último donFausto , 5 1 empre magnánimo , la relegó al olvido .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 95

El viudo inconsolable de la vecindad era un tipocompleto ; vivía ai slado , s i n tratarse con nad i e , ignorando todo cuanto pasaba a su lado .

No sal ía apenas de su barrio y nunca de París ;s ólo en su juventud hab ía estado en los alrededore s .La gran divers ión de este vecino fi ló sofo era i r al

anochecer a pa sear a la estación de San Lázaro ; all ídaba los días lluviosos un paseo de dos ki lómetros ,s e enteraba de s i salían muchos viaj eros , de s i tomaban el tren emigrante s alemanes 0 i tal ianos , y , yatranquilizad0 so bre e stos . puntos , se marchabacasa . Nunca se hab ía aco stado este buen señor de spués de las diez de la noche .

Don Faust0 acompañó algunas vece s a su vecinoa la e stación de San Lázaro . Ciertamente era un t e

curso ; se podía pasear por allá s in temor moj ars e ,y no dejaba de ser entre ten ido e l ver entrar y salir al o s viaj ero s .

Don Fausto qui so comprender a su vecino y no loconsiguió tan pronto como pensaba . Primero dudó ,l legando 505pechar s i s er ia un hombre ingenuo ,cuya mujer le hab ía engañado miserablemente ; lue

go s e fue convenci endo de que era un c ín ico qu e sepreocupaba tanto de las cuestiones morale s comopuede preocuparse una ostra , y a l último p ensó queera cín ico e ingenuo al m ismo tiempo .

Un día , yendo con don Fausto , el vecino se encontró con un señor condecorado que fué saludarle

con aire i rónico . El señor, cas i haciendo alarde desu ironía , p reguntó al vecino s i s e acostumbraba avivir so lo .

—S í , s í.—La verdad es—anad io el 0tr0—que la pobre

Adela l e ayudaba a l levar la de la vida .

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96 PÍO BAROJA

Y el vecino d l_]0

Si , fue una pérdida pero , en fi n ,

me dej ó b ien… me dej ó b ien la pobre . Verdad esque yo he s ido una hormiguita y no me he desen idado… no , la verdad ; no me he descuidado .

Y en el ro stro del viudo inconsolable s e p intabauna sati sfacción tan grande a l pensar en su vidaasegurada y cómoda , que e l s eñor de la condecoración en el oj al , que s in duda cre ía reírs e un poco delmarido de la cocotte, al ve rle tan ín timamente regocijad0 y sati sfecho , se puso serio y se desp idi ó demal talante .

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P rim eras s osp echas

ESDE que se trasladaron Clementina y donFausto la calle de San Lázaro , madame

Savigny no dej aba un momento la nueva casa . Ellay madame Mii ller acompañaban a todas horasClementina .

Se había desarrollado entre las tre s muj ere s estrechís ima amistad .

Madame Mií ller era una alemana 0pu1enta , de bell eza 10 Rubens , con el p elo rub io , las mej illas rosadas y los ojo s azule s , una muj er de tan buen co

razón , que no podía permitir que nadie sufriera porella s in ofrecerle sus consuelo s .

El marido , un señor delgado e ins ign ifi cante , parec ia encon trarse muy poca cosa ante una naturaleza como la de su muj er, de tan grande vital i dad yex uberancia .

Clementina , madame Savigny y madame Mulle r

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PÍO BAROJA

pactar0n tácitamente una al ianza . Madame Savignyfué el p i loto ; conocía lo s e scollos y lo s baj os de lavida pari s iens e mejor que la s o tras , y sabía aconse

jar 10 oportuno y 10 inoportuno , tomando como norma las i deas y lo s prejuicios de una soci edad endonde las mayores i nfamie s , inmora l idades y viciosbai laban la más p intoresca de las zarabandas . Clementina y madame Mulle r , por intu ición , tenían latáctica mundana y comprendieron p ronto el terrenoque p isaban .

La amistad de las tres muj eres no era precisamente um afecto basado en idénticos gustos espirituales ;era una amistad de aventureras que les permitía confesarse unas a otras su impudor, sus ansias de luj oy de dinero , y al mismo tiempo su sentimental i smosensual de muj eres de burdel .R ita, de instintos más independi entes , no escucha

ba n i atendía lo s consej os de madame Savigny, aqui en comenzaba de5preciar .R ita se hab ía entendido con el francés Darcey , y ,

s in cu idars e de conveniencias sociales,paseaba su

amor por todos lo s teatrill os y cafés—conciertos deParís .

—Es una loca—decía madame Savigny eseDarcey no tiene un céntimo y e s un golfo . El mej ordía la robará 0 la ases inará .

Clementina , s igui endo los consej os de madameSavigny , llevaba un camino más práctico . MadameSavigny maternalmente quería colocar en buena pos ición sus dos íntimas amigas . A Clementina pensaba lanzar en brazos

ºde Gálvez y madame Mii ller

en los de don Perfecto , el ex pres idente .

Claro que ella no le s acons ej aba permanecer fi elesa este par de m s ías

,no ; p ero con el d inero que em

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PÍO BAROJA

Ya sab ido esto , madame Savigny le d ij o Clementina :—Ahora es cuestión de usted e l saberlo suj etar.Clementina sonrió como dando a entender que no

hab ía cu idado .

Ciertamente no neces itaba consej os . Clementina see ncontraba a sus anchas en e ste papel de cortesana .

Sabía halagar unas veces , desdeñar otras , mostrars esoñadora 0 provocativa , aguij onear los des eos deGálvez hasta tenerle rendido y enamorado .

El americano había entrevi sto e l tocador de Clementina y soñaba con entrar en él . El tocador estabatap izado de azul , rep leto de encaj e s y musel inas ; hab ía espejos donde el que se miraba podía verse deespaldas y de perñl . En la alfombra e5pesa se hund ian los p ies ; al lí todo era blando , suave ; ardía s i empre una chimenea de leña y s e respiraba un airet ib io perfumado por el 0póp0nax y lo s polvos dearroz .

Gálvez entró furtivamente en aquel óoudoz'

r locode deseo s , y sali ó más enloquecido aún . Clemen t inal e hab ía dom inado por comp le to .

Pronto comp rendió ell a que e l americano era cosasuya , que podía ll evarle y traerle donde quis iera ycomo qui s i e ra , y entonces aumentó su s ex igencia specuniari as y comenzó a manifestar desvío por él ,ñngiend0 s impatías rep entinas por cualqu ier hombreen presencia de Gálvez , 10 que a éste l e eneolerizabay sacaba de qu icio .

Clementina comprendía que en el fondo sus aptitude s eran de cortesana ; ten ía el entusiasmo por laaventura , el an sia de d inero y cierto sentimental i smoburdo , muy frecuent e entre muj ere s de vida airada .

Su imprevi s ión y sus derroches eran más calcu la

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LAS TRACEDIAS GROTESCAS I O I

d05 que rea les , y en el fondo la antigua comercianteno se olvidaba n i un día de echar sus cuentas .Clementina se cuidaba como una antigua hetaira .

No era j oven ya ; cierto que en París una muj er decuarenta años , b ien adobada , no pasa por vi ej a , yClementina sab ía cuidarse y arreglars e ; pero aun as ítenía que recurrir a lo s láp ice s y a las pastas de las

perfumerías .

Una muj e r recomendada por madame Savigny ledaba después de lo s baños fricciones , y otra le pul íalas uñas y le cuidaba los dedos .

Las vi s itas de estas mujeres de asp ecto equ ivoco,

lo s continuos recados y cartas , comenzaron a alarmar a don Fausto .

Clementina había encontrado un expedi ente paraquedar l ibre a todas horas . Dejaba Asunción conPi lar y ella se largaba .

La desorganización de la cas a iba en aumento ; elhogar estaba deshecho ; la mayoría de las veces s etraía la comida de fuera 0 s e iba a comer a la fonda .

Don Fausto no veía apenas a su muj er y a su hij a ,y las veces que las encontraba era rodeadas de ca

ras desconocidas .

Don Fausto intentó hacer un reproche tím ido , p eroClementina y Asunción hic i eron como que no s e enteraban .

Generalmente , en toda idea desagradabl e que sepre senta a la imaginación con vi so s de verdad

,hay

una porción de defensas ,. de obj eciones que p re s entael instinto para no aceptar una cosa tri ste y si n re

medio ; don Fausto saltó todos esto s ob stáculo s , conrabia , con tri steza , a latigazos de la lógica y del buensen tido , para veni r a parar en que su muj e r le en

gañaba .

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1 0 2 PÍO BAROJA

Todos l os indicio s l e demostraban el hecho . Afortunadamente , no ten ía la certeza . S i la ll egaba a tener , ¿qué haría? ¿Quizá una barbaridad? ¡Quizá uncrimen ! Don Fausto no se conocía lo bastante paracomp render qué resolución tomaría¿en un caso ,a s i .Comenzaba a arrepentirs e de haber ven ido a Par is .

Esto hab ía conseguido con su estúp ido romanticis

mo , vivir solo , aislado, en una tr i steza y en un aburrimiento constantes .

Yarze no aparecía por allá , n i l e enviaba artícu

los . Nadie se ocupaba dePara colmo de desd ichas , el invi erno fue largo y

pesado como pocos . Los días de labor, fuera delti empo que pasaba en el café de Mulhouse escuchando a Forinaya y a lo s de su tertul ia , se aburría deuna manera terrible ; y lo s domingos s e aburría aunmucho más .

Pasaba a vece s tardes enteras en las galerías de lPalacio Real marchando de arriba a abaj o sobre e lsuelo lleno de barro .

Cuando calmaba un tanto la lluvia , ll egaba a l o smuelles y s eguía caminando mirando el río . Muchasveces cruzaba la ori lla izquierda , su oril la favorita ,y en e se brazo del S ena , entre la i sla y el muelle deSaint-Michel , s e detenía contemplar las gabarrasn egras sobre las aguas i nmóviles . Parecían grande smonstruo s flotantes ; don Fausto las miraba con s impat ia y soñaba sali r en una de ellas fuera de París yde Francia en busca de fantásticas aventuras .Al caer de la tarde , cuando las luces de los faro

les y de lo s ómnibus brillaban entre la ni ebla , volvíaa casa .

No , seguramente , no era nada agradable esta vida .

El continuo llover, la idea de la vej ez, de la falta de

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L a c e r t e z a

NA noche don Fausto , al volver a su casa , seen contró con Clementina , Rita y madame Sa

vigny que se preparaban sali r en aquel momento .

— Vamos al teatro . Come solo— ie dij o Clemen tina .

Don Fausto no repl icó , y cuando las tres muj eresbajaron las e scaleras y sal i eron de casa , él hizo lomismo y comenzó seguirlas , di spuesto averiguara dónde iban .

Llegaron a lo s grande s boulevares y penetraronentre la multi tud . Era la hora de más animación ; adon Fausto le fue difíci l no p erder de vi sta a las tresmuj eres , sobre todo al cruzar las bocacalles , pues s ino pasaba al mismo tiempo que ei le s , se ve ía luegodetenido por los coche s y los ómnibus . Lloviznaba ;las terrazas de lo s cafés

,muy iluminadas , rebosaban

gente ; bri llaban los kio scos de los p eriódico s y losvendedore s ambulantes voceaban en las aceras .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 05

Al pasar por delante del café R i che , don Fau stovió que dos hombre s se l evantaban de una mesa yse acercaban Clementina y Rita . Eran Gálvez yDarcey . Los cinco , reun idos , s iguieron andando ; s edetenían mirar un escaparate , leer un anuncio deun teatro ; al llegar a la esqu ina del bulevar Estrasburgo entraron en un restaurante .

S eguía la llovizna ; don Fausto , encontrando susi tuación desairada y rid ícula , no supo qué hacer; l epasó por la imaginación la idea de entrar en la fonda y armar un escándalo ; p ero rechazó e sta idea ys e marchó a casa con la i ntención de esperar a sumuj er y de p edirleM ientras don Fau sto volvía a su casa , Clementi

na , Rita y madame Sav igny y los do s galanes seacomodaban en una mesa del res taurante Maire .

—Aquí s e come bi en—había dicho Darcey—y es

tamos un paso de la Porte de Saint-Martín .

Tenían la idea de i r a ver La_7a ven tad de los

Mosqueteros .

Clementina estaba esta noche realmente hermosa ,con la mirada bri l lante y las mej i llas sonrosadas .

R ita misma no podía comp eti r con el la . Gálvez ses entía orgullo so de una muj er tan hermosa y tanchz

'

c. Darcey , s i empre frío y ceremonioso , ponía su scinco senti do s en la li sta; había hecho el mem ? ytoda su atención estaba reconcentrada en los platos .

Ni Gálvez n i su hij a se encontraban turbados a l

vers e uno frente a otro con sus respectivo s amante s .

A lo s postres,Rita dij o que le parecía más agrada

ble que ver la representación de Los Mosq ueteros ,i r a algún café—concierto ; no quería l a criolla tomarse el trabaj o de Seguir la acción de un drama

,por

muy senci llo que fuese , y prefería un espectáculo

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1 06 PÍO BARO IA

puramente vi sual , s in argumento , que no cansase suimaginación .

—Aquí en el bu levar de Estrasburgo tenemosun café-concierto— dij o Darcey .

Se discutió s i i rían a El Dorado 0 al Al cázar ,pero se decid ieron por este último

,por o ír cantar a

Theresa .

Pagó Gálvez y sal i eron todos del restaurante . Al a puerta del A lcázar, madame Savigny se excusó ;tenía , s egún dij o , dolor d e cabeza; pero todos comprendieron que no le gustaba que la vieran en aquellugar .Entraron las dos parej as en aquel café-conci erto ;

un señor de frac con una cara de bul l-dog les pre

guntó qué s itio querían y le s conduj o hasta unamesa desocupada . Había comenzado la primera parte del programa , que era como todas

' las primerasparte s de todos lo s programas de todo s los cafésconcie rtos conocido s : un soldado imbéci l ; una italiana con una pandere ta ; un aldeano zañ0 con un ra

m illete para su novia , en medio del cual sobresal íauna remolacha , y un señor d e frac y de fl or en eloj al , muy soso , muy n ecio , que cantaba unas canc iones de un s entim entali smo ridículo .

Luego se presentó una revi sta con el t ítu lo de l afrase del d ía que era : 01% Lambert ! ¿Has visto aLambert?Ya estaban en la última parte de la función cuan

do aparecieron , cerca de la mesa en la que estabanCl ementina y Rita , do s españolas acompañadas deun chu1 ito de sombrero ancho y capa bordada .

Llevaban las do s muchachas mantilla negra ceñ i

da a la cabeza y tenían un tipo exótico y p intoresco .

Se le s acercó el mozo y lo s tre s p id ieron café ,

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1 08 9 10 BAROJA

010n , pon ía a 105 cancan istas y al públi co en un verdadero frene5 1Se acabó el e spectáculo ; Rita y Clementina s e

d esp idieron de las españolas , y entre el público quetarareaba el ga10p fi nal , sal ieron a la calle .Ri ta entró en un coche con Darcey y Clementina

con Gálvez en otro , y cruzaron las calles d e p ri sa ,tomando parte en esta desbandada general d e París

,

por la noche , al acabar los teatros , en los que no seve por las calles más que transeuntes apresurados ycoches que pasan volando por las calle s 0b scura s

como s i huyeran de un incend io 0 de una catás

D0n Fausto acechaba la vuelta de Clemen ti na ,s in saber qué re solución tomar. Cerca de las dosoyó ruido en la escalera . Apagó la luz de su cuartoy dej ó la puerta ab ierta . S intió

claramente paso s dedos p ersonas . Eran su muj er y Gálvez . Entraron si nque apenas s e les notara , cerraron la puerta y pasaron al cuarto de Clementina .

—¡Aqu í mismo ! ¡En mi casa !— p ensó don Faus

to Son de un cini smo terrible .

Don Fausto quiso cerciorarse más , y andando depuntillas s e acercó a l a puerta del cuarto de sumuj er . Se oía la voz de Gálvez , que hablaba envoz baj a .

En esto , s in saber cómo , don Fausto se enredóun p ie en el portier

,y al querer desenredars e , el

palo de la cort ina vino abaj o , produciéndo se ungran es trép it0 .

Nadie sal ió del cuarto . Don Fausto se retiró a sualcoba y se acos tó y se durmióA1 levantarse de l a cama y darse cuenta de su

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 09

nu eva s itua01on de marido engañado , quedó sorprendido de sí mi smo .

Su mujer le faltaba , allí , en su misma casa , y élno tenía n ingún gran movimiento de co lora ; n i se l eocu rría vengarse ni matarla . ¿Qué extraño fenómenoera é ste ? Quizá la reacción vendríaSalió de casa , a pasear , con el obj eto de i r po

n iendo en claro sus ideas . D i scurrió sobre el adulterio , sobre la venganza , s ob re la justicia , y vió quetodo esto era en él superfi c ial . Lo único que le preocupaba hondamente era el s entido que deb ía dar asu vida desde aquel mismo ins tante .

¿Qué deb ía hacer? Separarse de ella . ¿Y cómo selas arreglaba para vivir? Aun ten iendo dinero , ¿ seríacapaz de vivi r solo ? Quizá fuera mej or hu i r de Parísy marcharse a una aldea de España . ¿Pero qué ibaa hacer en una aldea? Se aburriría , s e dese sp eraría .

Además , ten ía i lus iones aún , quizá encontraríaalguna muj er que le quis iera , una obrera paris i ense ,una de aquellas muchachas frescas , encantadorasA la hora del almuerzo volvi ó don Fausto a casa ,

temblando , con el corazón palp i tante . ¿Se atrevería apresentarse su mujer? Clementina no aparec ió en lamesa ni tampoco a l a hora de la comida .

Se había dado cuenta del e sp ionaj e de la nocheanteri o r.Al día siguiente , la rea001on temida por don Faus

to que pensaba iba convertirle en un tigre no severificó tampoco . Clementina no s e prese ntó en todoel d ía .

Don Fausto , como qu ien cumple una decis iónenérgica , orden ó Nin i que no hic iera ya comida encasa , e iba todos los días al re staurante .

Tenía la preocupac ión de encontrar un s itio soi i

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1 1 0 PÍO BAROJA

tario y tranquilo , porque la gen te le molestaba ; sefiguraba que todo el mundo iba a conocer su de sgrac ia . Se asomaba a cualqu ie r res taurante , veíatoda la sala l lena , una multitud engullendo , envueltaen un vaho cal iente y pesado , y es to le desagradaba .

Por todas parte s sentía el olor de la grasa y de laspatatas fritas . Luego toda aquella gente , entre lacual habría s in duda un gran número de mari dosengañado s como él , tenía un aire de satisfacciónverdaderamente ofens ivo y brutal .Don Fausto se encontraba i rritado de continuo .

Estas marchas veloces por las calles , s in obj etoalguno , rendido de andar y andar sobre el barrop egaj oso de las aceras y el lodazal del arroyo , conlo s p i es mojados , cansado de llevar e l paraguas , l ed ejaban sombrío y de mal humor. Contribuían mu

cho a su malestar sus preocupaciones . La idea de lahonra , que antes había aceptado como un conceptonecesar i o e hidalguesco , l e parecía ahora una sandezi rritante y odio sa .

Aquella comunidad de e stimación entre dos personas era compl etamente absurda .

—De5preciar una p ersona porque otra ha obrado mal—s e decía e s demasiada bestial idad .

Estos contagios del mal , como lo s contagios delb i en , la salvación del malo por la aplicación de lasoraciones del bueno , sólo podían haber nacido enuna sociedad catól ica y vil , dirigida por estúp ido sfrailes .

Claro e s que don Fausto , que analizaba hastadónde ll egaba en él la i dea de la honra , veía quedaba mucha más importancia al rid ículo que podíacaer sobre é l que no a la idea en s í; pero e so bastaba para molestarle .

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T ipos gro tescos

NA tarde don Fausto s e encontró con Bulero .

Tenía tanta nece s idad de hablar con alguien ,

qu e le encontró s impático .

Bulero l e trató con mucha deferencia ; había leídosu s artículo s .

No le cre ía a usted capaz de escrib i r as í—loduo ; y al o írle don Fausto no comprendió hastadónde llegaba la alabanza y hasta dónde el menosprecio , pues s i b ien Bu lero le reconocía talento enaqu el in stante , s in duda le hab ía ten ido antes deleerle por un imbécil .Fueron los dos al café de Madrid . En este punto

s e reunían en aquella época todos los que formabanla cohorte republicana de Gambetta y de Reno, máslo s amigo s de Delescluze y de Jul io Va llés . Quedaban todavía por allá tipos de indumentaria románti

ca , de sombrero de ala ancha y grandes melenas , y

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS

algunos consp i radores españoles que hablabangritos y llamaban la atención de todo el mundo .

—¿Le ve usted PipotP

— preguntó don Fausto aBu1ero .

—No . ¿Para qué ? Ese es un loco que no sé quéi nterés pueden ustedes tener en tratar. A no ser quele tomen por un bufón .

—Hombre, yo creo que P ipot e s buena p ersona .

—A mí me parece un mentecato .

Don Fausto no se decidió a defender a su amigo .

—¿E5pera usted a alguien aquíP

— preguntóBulero .

— S í , estoy esperando Forinaya . Estamos oi

tados .

¡Ah ! ¿A Forinaya ?

¿Le conoce usted ?S i , de vi sta .

Es un pillo,pero lo neces itamos .

¿De veras ?Sí .

¿Y de qué viveP— preguntó don Fausto .

¿No lo sab e usted?No .

Pues vive en el pasaj e J ouffroy , donde su muj er, una argeli na , ti ene una casa de trato . Es un s invergii enza completo , tahur , gancho de casa. de jue

en ñu , 10 último . ¿Le ha conocido ustedP inazo ?—No .

— Sí , es verdad . Ese vino antes que usted . PuesForinaya 10 arru inó ; l e convenció de que tenía unprocedimiento seguro para ganar a la ruleta

,y fueron

lo s dos a Montecarlo, en donde Pinazo dej ó hasta elúltimo céntimo . Entonces Forinaya consiguió que

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PÍO BARO ]A

por la d ire001on del Cas ino le d ieran Pinazo cincomi l francos , de lo s cuales él s e embolsó la mitad .

—Entonces es un punto .

—Completo… pero se le neces ita . H izo otra jugadamá s gorda con lo s Echeniques , los do s hermanos .

Usted lo s conocerá .

—Pues eso fue te rrible—y Bu lero comenzó a contar una historia compl icad ís ima , en la que interven ían un general d e una república sudameri cana ,una mulata , un cónsul francés , un comerciante cataléu, un cap itán de barco , una señora de la ari stocracia y otra porción de p ersonaj es , tan s in caráctery tan cursi s todos , que parecían sacados de una novela de Pérez Escrich ; y estaba Bulero hablando yhablando , y no había llegado todavía a lo s Echen iques , cuando s e presentó Forinaya en el café .

—Ahí e stá—dij o don Fausto .

Bulero se calló . Venía Forinaya acompañado deun j oven imberbe , grueso , panzudo y redondo comouna bo la . Forinaya s e acercó sonriendo con su airede charlátán o de prestidigitador que va a hacer unexp erimento ; dió la mano Bulero

,y éste le pre

sentó a don Fausto .

—Muchísimo gusto en saludarle , s eñor BengoaCi l Forinaya l e conocía a usted de vista .

—Yo temb ien a usted ; del café de Mulhouse .

—Precisamente . Ahora , que no sab ía que fuerau sted escritor—luego

,s eñalando a su acompañante ,

dijoz—Les presento a ustedes a mi amigo Mingote ,redactor del Dz

'

a rz'

o de Europ a y Amér ica .

E1 joven gordo saludó de una manera p re suntuosa ,l evantando el sombrero muy en alto y echando lap ierna hac ia atrás .

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9 10 BAROJA

Mingote miró a su p rotector de través , y enroj ec ió .

—Le advierto a usted que Mingote tiene la costumbre de ruborizarse , y eso que e s un cín ico com

ple to .

Hombre , ¿1 c ínico no le gana a usted nadie—t e

p l ico el aludido .

¿Sabe usted , don Fausto , cómo entró Mingoteen la redacción del D ia r io deEuropa y Amér ica ?Pue s s e presentó allá el d ía mismo que supo que sud irector había muerto ; preguntó por el d irector, ycuando le dij eron que acababa de morir… patap lum ,

Mingote le dioun desmayo , y cuando volvió en s ícomenzó lamentarse de que su protector , cas i supadre , hub iese

Todo e so e s mentira—duo Mingote furio so .

Hombre , p erdone , Mingote— rep l icó Foriname lo ha dicho Bulero .

—Bu lero e s un miserable , tan miserable comou s ted .

—Parece mentira que digas e so de mí , Mingote ;yo que te apreci o tanto , yo que s iempre he recono

oido que tú eres uno de lo s pocos cráneos privile

giados de España .

Mingote,que hab ía conclu ido de devorar la carne

que tenía en e l plato , s e levantó de su s il la y se fues in desp edirse de nad ie .

—Es un sucio—dij o Forinaya ri endo ahora seirá a que l e conviden café en otra parte .

Forinaya tomó a don Fausto por un hombre reservado y de talento , que no hablaba por prudencia;y como creyó que a un escritor no sería fáci l sacarledinero , se dedicó a contarle hi storias y l ío s , yasombrarle con su cin ismo y su desp reocupación .

La tertul i a de e spañoles en el café de Mulhouse

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 1 7

era de 10 más abigarrada y extraña que puede ima

ginarse ; la formaban dos o tres mil i tare s emigrados ,que no sab ían nada de nada , vali entes , atrevido s ,fanfarrones , que cre ían poder vivi r en París escrihi endo y no sab ían n i ortogra fía; asistían tamb iénalgunos carl i stas , unos cuantos comerciantes de vino s y naranj as , otro de espárragos de Aranjuez yalgunas bailarinas con sus padre s y hermanos .

Entre e sta gente , de_

oñcio más o meno s honrado ,p ero conocido , hab ía alguno s tip o s de aventurero s ,de nacional idad dudosa , que , aunque s e decían es

pañoles , hablaban el castellano con un acento quedenunciaba su procedencia extranj era .

Uno de éstos era el conde de Marodes , quienMingote servía de secretario con frecuencia . Esteconde se las echaba de gran señor, y hablaba conun tono desdeñoso y altivo .

—¿Quién es e se MarodesP—p reguntó una vez don

Fausto a Forinaya .

—Es un farsante ; n i es conde n i nada , n i creoque se l lame Marodes . Ha s ido el encargado de unacervecería de muy mala fama del bulevar de laBonne Nouvelle , y luego tuvo un café en el pasaj eVerdeau que s e llamaba La Cascada .

—No tiene acento español—advirt lo don Fausto .

—Ni creo creo que 10 sea —dij o Forinaya ¿Sabeusted de qué vive este hombre ?—¿De qué ?

—De robar gemelo s en lo s teatros .—¿De veras ?

—Sí , s í; me lo han dicho ya varios , y tengo indicios para creerlo . Ya verá usted cosas curio sas .

Forinaya trataba con gran cons ideración a donFausto ; no quería , s in duda , engañarle propon iendo

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le negocios , y tomándole por hombre de poco dinero y de mucho talento , s e entretenía en servi rl e d ementor.Un día le presentó a un viejo sansimoniano , an

tigno amigo del padre Enfant in . Ai parecer , todos lo sde la secta hab ían tenido la habil idad de entrar aocupar muy bueno s puestos en las oficinas del Imperio ; p ero e l amigo de Forinaya , qu ien llamabane l p adre Cas imiro , no era de lo s afortunados y e staba en la mi seria .

El padre Cas imiro se las echaba de inventor; hab ía ideado un p iano de cuerda con arcos de viol ín yun diamante para cortar metale s . Ninguno de lo s dosi nvento s deb ía darle gran cosa , a juzgar por su traj edestrozado .

Una noche , poco tiempo después de conocerle ,don Fausto vió al padre Casimiro al anochecer en elPuente de las Arte s . El viej o sans imoniano no le reconoció y se le acercó a p ed irle l imosna .

—Aquí viene por la noche—le dij o otra vez Forinaya—um tipo que le va a i nteresar a usted mucho .

Es un bolero andaluz que llegó a París cuando la Expos ición con sus dos hij as , que son bailarinas , ycon su mujer . Una de las chicas le gustó a un rajái nd io que v ive en París , y éste le propuso al padreque se la di ese por veinte mil duros . El padre se lacedió y la muchacha vive como una re ina en el notel del rajá .

¿Entonces e l padre estará contento ?

¡Ca i ¡Pues esa e s la cuesti ón ! El bolero y sumuj er están aho ra muy in tranqui lo s porque el raj áno ha tocado a la n iña

,y ello s dicen que s i no es

para eso para 10 que qu iere a la muchacha , debe serpara cortarle la cabeza . Todos los días l e pregun ta

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1 20 PÍO BAROJA

El más punzante en sus comentario s contra el pobre hombre era Mingote , capaz de vender cien hij ass i las tuviera , pero que se las echaba de moral .Forinaya , que hacía de sup rema justicia ,

in terrum

piendo lo s comentario s agres ivo s de Mingote , l e d i jode rep ente

Mi ngo te , pe te 0 no pe t e ,perm i te esta chanzo neta :ve te a tocar la t rompe taal fondo de ese re tre te .

Todo el mundo s e echó a reir y Mingote s e pusoroj o como un pavo .

—¡Pero qué imbéci l e s usted! —gritó furioso .

—No , hombre . Ya sab es . querido Mingote , quequiero ded icarme a l a poes ía y estoy haciendo em

sayos .

—Pues haga usted los ensayos con suy Mingote s e calló , i ntimidado con la sonri sa y laeterna pal idez de Forinaya .

—Eres un cín ico , Mingote—s igu1o di ciendo el otrocon un tono melancól ico ¡Parece mentira que hayas s ido educado en el santo temor de D ios !—Bueno , bueno—rep l icó Mingote volviendo la

cabeza .

—¡Parece mentira que seas as í , Mingote , después

de que yo tengo tanto afecto !—Yo me ensucio en el afecto de usted .

—¡Qué mal hablado eres y qué desagradecido !

¡Después de que a mí me falta e l l éx i co , s eñore s ,para elogiar como qu i s iera a Mingote ! Ahora mismole e staba dici endo a don Fausto Bengoa que deb íaescrib ir un libro con este título : Mzkzg ote y el mz

'

7z

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 2 1

gotz'

smo en España ,o s i no con e ste o tro : Bonzfa

cz'

0 Mingotey su tiempo . Porque esta época , seño

re s,no se llamará en la Historia de España la época

de Prim,ni 1a de Castelar, n i l a de Orense , no ; se

11amará la época de Mingote . Mingote es un s ímbolo ;Mingote es e l único cráneo verdaderamente privilegiado que hay en E8paña ; Mingote e s un tiburónque se traga su época , y , s eñores , creo que ya eshora de decirlo , el mingotismo es la ún ica esp eranzade nuestro país .

Mingote , que sab ía que en esta lucha de palabrasy de bromas mal intencionadas y agres ivas l levabas iempre la p eor parte , s e hizo e l indiferente y se ded icó hablar con la madrileña .

Forinaya contempló sonri endo su amigo , e stuvopensando un momento , y dij o :

Mi ngo te , aunque te alboro te ,t ú mereces un gri l l e te0 que te den el cache teo te l leven al garro te .

Mingote d io un resp ingo , p ero no resolló . Forinaya , que andaba buscando sacarle de quic io , s iguió ,d irigiéndose a don Fausto—Usted creerá que yo le odio Mingote ; no , al

revés , l e qu iero , pero me apena verle tan cín ico . ¡Un

hombre educado en e l s anto temor de Dios ! Es unalástima.

—Bueno , pues apúntese u s t e d quince duoMingote .

—Es en balde que te muestres tan agres ivo conmigo , Mingote ; yo sé que tú me qu ieres , que tú , enel fondo de tu corazón

,me estimas .

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PÍO BAROJA

Si , l e estimo u sted digno de l pres id io .

No es verdad .

Lo es .

—Entonces lo s iento por ti , porque yo me alegrode verte .

—Gracias .

—Lo que me recocua en ti , querido Mingote—eñe

d lo Forinaya es tu nariz… me da la impre5 1on deuna amapola o de una fresa , de algo poético e ideal .—M…—dij o Mingote .—Mingote e s un cín ico como D iogenes . No se di

ferencia de D iógenes más que en vez de llevar la l interna en la mano la lleva en la nariz… Tu nariz e ssab ia y perversa , Mingote . Tu nariz e s la e strella

Dej ame conclui r la compara01on poé tica , Mingote . Tu nariz e s la estrella matutina , s í , la e strellamatutina , y no me retracto , que resp landece en elori ente de tu cara , que parece un—M volvi ó a decir Mingote , y se levantó y se

l ió del café furioso , mientras Forinaya reía a carcajadas " .

Una de las madri leñas contó su historia a donFausto . Eran dos hermanas , una morena , bonita , conlo s ojo s p equeños , negro s como el azabache ; la otrafea , chata , morenuzca ,

de un tipo muy expres ivo . Labon i ta era bailarina y su hermana hacía las vece sde admini s tradora .

Ultimamente hab ían estado en el Bras il , dondevivían bien y ganaban bastante ; pero la mala suerteles puso en el camino un brasi leño que s e enamoróde la bailarina de una manera tan feroz, que no lapermitía sal ir de la fonda para i r al circo donde tra

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1 24 PÍO BAROJA

Entonces comenzamos las dos a correr la caravanade lo l indo ; vendimos todos lo s trastos de la casa ehicimos la primera sal ida . Nos pasaron cosas terri

¡Bah ! Ahora ya e stamos acostumbradas a todoy puede ro dar la bolaY la madri leña de los oj o s negro s sonreía alegre

mente , mojando los lab ios en una copa de coñac .

Don Fausto se añcionó a la tertuli a del café deMulhous e . A lguna noche vio allí a Bardón e l mil itar , amigo de Prim , y le saludó .

¿Le conoce usted eseP—le preguntó Forinaya .

Sí .—Es un hombre que vale mucho—dgo Forinaya ,

y contó algunos hechos del mi litar que demostraban un gran valor y una gran generos idad .

La justicia de Forinaya al elogiar Bardón le fuemuy s impática a don Fausto , que comenzó a pensarque aquel p ícaro , tahur y gancho de casa de juego ,era más honrado que muchas p ersonas decentes .

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Un ta l ler de Montmartre

í:CTOR , el h 1J0 de Gálvez , se pasaba los díasen continua juerga . No quería e stud iar n i

ocuparse de nada . Ni su padre n i R i ta ten ían granascendiente para hablarle de moral , pero ya que 11 0

e sto , le reprochaban su holgazanería .

Su padre , a l menos , había s ido un polít ico y unrevolucionario

,y aunque de viej o s e divirti era , de

j oven había trabaj ado ; p ero Hecto r no quería s ernada , absolutamente nada , y sólo apretado que sedecidie se por alguna cosa , manife stó que seríap intor .Gálvez , que desde algún ¡

ti empo era la amabil idaden persona con don Fausto , le d ij o una vez :—Usted que conoce a vario s arti stas , ¿no podría

l levar a Hector a aigun estud io de p intor?—Bueno , ya veré .

Don Fausto fue a buscar a Carlo s Yarza , y éste

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p io BAROJA

le duo que conocía a un p i ntor e5paño l que vivía enMontmartre .

—Le advierto a usted que es un tipej o de malgenio .

—¡Qué l e vamos a hacer!

Se citaron para ir a ver al p intor en casa de donFausto , y reunido s al día s igu iente , Hector , Yarza ydon Fausto montaron en un ómnibus

,bajaron en la

plaza de Cl ichy , y luego , dirigido s p or Yarze , tomaron por una call e torcida hasta sal i r detrás del antiguo cementerio d e Montmartre .

Era una call e s in edifi car apenas ; a la derecha hab ía un grupo de barracas y de solares que e scalabael h i stóri co ce rro , en cuya parte alta s e destacabanlas aspas de lo s mol ino s de viento ; a la izquierda selevantaban tre chos alguno s ediñcios de se i s p i sosde reci ente construcci ón .

Yarza s e detuvo delante de una casa que hacíae squina a una calle transversal . Era una casa vieja ,con tej ado alto de p izarra y balcones grandes conlos cri stales rotos . Se hallaba retirada de la l ínea dela calle y se continuaba por una tap ia de p i edra , porencima de la cual salían las ramas de los árboles .

Esta tap ia , que escalaba la calle transversal enp endiente , ten ía u na puertecilla , y llamaron en e lla .

Después de mucho esperar ab ri ó una n iña . Pasaron por un callej ón estrecho y húmedo entre dos tapias , y la niña les conduj o de lante de una puerta ,en donde dieron do s o tre s golpes .

—Entrad—dij eron de adentro .

Pasaron a un e studio . Era un local grande , conuna cla raboya en el techo y una ventana larga y depoca altura en la pared . En el centro del cuarto , acurrucado , en cluquillas , un j oven s e e sforzaba en en

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1 28 vio BAROJA

taconeando con fuerza en el suelo de as falto . Luegocomenzó a hablar mal de España

,con una voz agria

,

en donde latían la cólera y el despecho .

All í no hab ía arti stas , mi buen gusto , n i sentidocomún , n i dign idad , n i verguenza . ¡Valiente país Es

paña ! Y s e expresaba con toda la acritud furiosa deun hombre humillado que se cree un genio .

Al lí todos eran canallas , imbéci les , miserables ; lasmuj eres , estúp idas , suoias ; l a gente , grosera e incivi l .

¿Qué decían en E8pañaP ¿Todavía seguían hablandode los De Velázquez .

—Velázquez no es más que un virtuoso , nadamás— dij o .

Y el hombrecillo i racundo paseaba de un lado aotro haci endo sonar sus tacones . En el curso de susol iloqu io le tocó hablar del Salón de París .

—¡R l Salón de París ! ¡Valiente porquería ! Digno

de Madrid .

Al cabo de poco tiempo , contradi01endose , exclamó—Yo soy un hombre que ti ene una medalla en

e l Salón de París,que no e s una Expos ición como

las de allá.

Luego preguntó a don Fausto cómo iban los asuntos pol ítico s de España

,escuchó un momento , de

mal humor, y ex asp erándose é l mismo con sus p alabras , añadió—No se deb ía enseñar a leer a nadie . La gente e s

muy bestia p ara gobernarse por s í misma . Les dicena lo s patanes que no hay Dios . ¿Para qué?… Y quieren mandar y rebelarse

,y son muy brutos p ara re

helarse .—Es usted un hombre poco animador—dgo iro

n icamente Yarze .

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LAS TRAGED IAS GROTESCAS 1 29

—No , no hay qu e animar a nadie . Yo no an imoa nadie . Cada cual que haga lo que quiera . ¿Ustedquiere ser p intorP— exclamó d irigiéndose a Hectorpues séalo usted .

—Em eso soy de su parecer—rep l i có Yarza lo smaestros me parecen inútile s , sobre todo en lasarte s .

—Es que hay muchos—repuso el p intor, a quiensu misma op in ión en boca de otro ya no le agradaba—que quieren ser art is tas y luego no saben sacrificarse por el arte .—¿Y por qué se va a sacrificar nad i e por el arte ?

preguntó Yarze .

—¿Por qué?…S i.

¿Usted no 10 comprende ?Yo , no .

Peor para u sted .

—No ; p eor para usted en todo caso , que , al parece r, es de lo s que s e—¡Ah ! ¿usted cre e—dij o el p intor—que el arte no

merece que s e sacriñquen por él?

¡Claro que creo que no merece !Para mí es un sacerdocio .

Yarze se echó a reir.

—No s é de qué s e ríe u sted—exclamó el p intor ,quemado .

—Me río porque eso del sacerdocio e s una ideavi ej a , atrasada , una cosa de otra época .

—Será para usted .

—¡Claro !

—Entonces es que u sted no s i ente nada cuandove un cuadro de Rafael o f

una estatua de Praxitele s .

—S í . Esas obras son para los hombre s lo que lo s

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1 30 PÍO BAROJA

trapos para las muj eres y lo s caballos de cartón paralo s chicos .

¡Pobre idea tiene u sted del arte !—Es pos ible ; yo 10 que creo e s que actualmente

las obras de arte producen una emoción sup erñcial ,

l igera , epidérmica . Antes , en Greci a , en el Renacimiento mismo , el arte era la ciencia , la religión , laguerra , la política , todo mezclado ; entonces ten íauna mis ión humana y social que cumplir .—¿Y hoy no ?

—Hoy no . Hoy es para el e spectador o el lectorun pequeño alargamiento de las perspectivas de Iav ida , y para ei autor un medio de caracterizar de unamanera suya , egoísta , su tipo ps icológico .

Pero hay el arte por el arte—dij o el p intor unpoco confuso—el arte s in fin social y religioso .

¿La forma ?S í .

—La forma e s una cosa tonta y reaccionariadu o Yarza .

—¿Pero usted conoce lo que se produce ahora ?

preguntó el p i ntor.—S í .—¿Y qué ? ¿Qué le parece a usted Delacro ix?

—Me parece un mediano fol letin ista . UmEugen ioSué de la p intura .

¿Y Delaroche?

¡Oh ! Eso e s melaza .

¿Y Fortuny? ¿Y Meissoni e r?Son dos malo s fabri cantes de baratuas . Meis so

nier e s todavía peor; p ero para esta época está b ien .

—¿Y Courbet?—Courbet me parece una cosa p esada y s in gra

cia , como un caballo p ercheron .

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PÍO BAROJA

quina , miserable'Todos estos tipejos no s ienten queEspaña vaya mal , s ino que no vaya peor, en cuyocaso ello s ser ian allí glorias s in e sfuerzo alguno . Laverdad es que e s una porquería : el hombre , de cerca ,huele mal .—No creo yo e so .

—Pues s í , créalo usted .

Baj aron hasta la p laza de C l ichy s in hablar;de

pronto Yarze , que venía s in duda embebido en susp ensamientos , dij o—Mire usted que España es un país raro y de

contraste s .—¿Por qué 10 dice usted?

—Aquí en Francia—sigu ió d iciendo Yarza—el

t ip o humano e s más uniforme y el n ivel mucho másalto , hay que reconocerlo ; allá no : en medio de unacolección de miserables , de gente mezquina , pequeñahasta en su s vicios , brotan de cuando en cuandounos tipos tan humanos , tan sup eriormente humanos que asombran .

Y Yarze expuso algunos casos de p ersonas conooídas por él , y entre ellas , como contraste del p intor,l leno de odio s y de envidias , recordó Acuña , e lpadre de Pau l i na , y 10 p intó p ersegu ido , viviendo enun rincón , arru inado por España , y s in embargotan tranqui lo

,tan caballeresco , tan hidalgo , hablan

do de España con entus iasmo ante s de morir y sonriendo al recordar sus vic io s tradicionale s .

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Nuevos tipos gro tes cos

d ía Forinaya duo a don Fausto—La verdad es que ese Mingote es un águi

la . Se le ocurre lo que no se le ocurre a nadie .

—Pues ¿qué ha hecho ?—Cada día hace una cosa nueva . Yo l e adviertousted que le admiro , porque es el farsante ideal ,

el hombre que cree s inceramente en el papel qu erepre senta . Estos mese s pasados vivía ah í en unaguard illa del faubourg Montmartre y estaba entu

siasmado con el conserj e porque no le pagaba , cuando hace unos días me dij o i ndignado : < ¿Sabe ustedque el conserj e aquél era un canalla ? ¡Hombre ! ¿qué te ha hechoP»—¿ Que me he enterado queestá dando el cuarto a cinco duro s y a mí me llevaba s iete . » tú le has pagado ? »—<No ; perole debo ese dinero , y es igual . » ¡Es igual !—me dij o .

¡Y desde que está en París no ha pagado a nad ie !Es sublime . Cree usted que al o írle l e admiré .

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1 34 n o BAROJA

Y ahora , ¿dónde vive Mingote ?—Vive con un cura que se llama Quintana , hacia

Montrouge .

—Lo conozco a ese Quintana .

— Pues el otro d ía e staban los dos s in un cuartoy reñían , y Mingote le d ij o al cura :—< S i yo tuvieraháb ito s como tú no me moriría d e hambre » .

— ! Puestómalos—le conte stó Quintana ¿ lo s vas vender? » hombre ! Por esto no dan dos cuartos ;ya verás lo que hago » . Mingote se afeitó , Quintanale hizo una tonsura y luego el hombre se colocó susotana y su sombrero de tej a y s e echó a la calle .

—¡Qué bárbaro !

—¡Ca , hombre s i es un gen io ! Qué no haría es e

tipo que por la noche volvió con dinero y dij o quehab ía comido con una famil ia legitimista presentándose como partidario de don Carlo s y le s hab ía se

cado dos lu is es . ¿Y sabe usted lo que ha hecho conese dinero ?

No .

—Pues se ha comprado un sombrero d e tej a nuevo y un ani llo con una esmeralda fals a para pasarpor ob i spo . Yo l e vi e l otro día de cura y le i nvitéalmorzar en el café , pero no qui so . Esta noche va ai r a una casa. en donde s e reunen unos cuanto sreyes .

—¡Demonio !

—¿Quiere usted venir?

—¿Qué casa es esa?

—Es la casa de una señora frecuentada por unoscuantos aventurero s , en donde se ju ega ; pero n i

usted n i yo jugaremos , no tenga usted cu idado .

—¿Y van reyes de veras?

— Sí , reyes fantástico s que no tienen reino y an

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1 36 PÍO BAROJA

A la hora indi cada se pres entó don Fausto en elcafé de Mulhouse ; e staba ya Forinaya . Esperaron

que viniera Miguel ito con su hij a, y las do s madril eñas ; y reunidos , j untos sal i eron del café. Atravesa

ron el pasaj e J ouffroy y en la calle de la GrangeBatel iere entraron en un portal estrecho .

Al entrar, riñendo con la portera , había una senora quien Forinaya saludó y p re sentó a su s amigoscomo madame Mathi s .

Se acabó la di 5puta , y madame Mathis , Forinaya,don Fausto , Miguel i to con su guitarra y las tresmuj eres subieron has ta el cuarto piso . Llamó la s eñora Mathis y abrió la puerta un criado de l ibrearoj a con una servi lleta en el cuello que s e di spon íaa decir algo i nsultante la dueña de la casa , cuando madame Math i s extendió la mano con ai re so

l emne y le ind icó con un gesto que no estaba sola .

El cri ado entonces se acercó a una mesa en donde había vario s platos y quedó vacilante .

— S iéntate y cena—le dij o madame Mathi s esgente de confi anza .

El criado s e s entó a la mesa , tomó el cucharón ycomenzó a llenar su plato de sop a . Forinaya guiñó eloj o a don Fausto como para indicarle que se fij ara enla clas e de relacione s que había entre ama y criado .

La señora hizo pasar a sus invitados a un salónbaj o de techo , en donde s e s entaron todos .—¿Va a veni r el s eñor obi5poP—p reguntó madame

Mathi s Forinaya .

— S í; e so ha d i cho .

—¡Oh , tengo mucho interés en conocerle !

Al saber por Forinaya que don Fausto era escri

tor , madame Mathi s le dedicó una porción de galan terías .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 3 7

—¡O iga u sted , caballero i—le preguntó después

con una ansiedad que quería indicar la estimaciónque sentía por el supuesto talento de su nuevoamigo ¿Encuentra u sted interesante Flaubert?

¿A FlaubertP—repuso don Fausto ¡Oh , s í ,¡Ya lo creo !

¿Y Dumas h1J0P ¿Le encuentra usted interesante?

¿A Dumas hno? S í… e s un hombre de grantalen to .

¿Y Teófi lo Gauti er?

¡Teófi lo Gautier ! ¡Ya l o creo ! ¡Teóñlo

Gauti er!Madame Mathi s s igu1 o preguntando s i l e gu staba

este o el otro escri tor o p intor , empleando la palabra intere sante a cada paso . Luego le dij o—¿Y a qué hora es cuando se s iente usted más

in5p iradoP—¿Más inSpiradoP ¡Pse l… Según .

—Yo por la noche cuando voy dormir—agregómadame Math is—es cuando s iento la insp i ración yque las ideas bullen en mi cerebro .

—Yo , la verdad , no me he ñjado—repuso donFausto .

—Hay enfermedades—añad 10 Forinaya ins inuan

te— que producen un gran fluj o de pensamiento s ;por ej emp lo , los catarros . ¿No s e han fij ado ustede scuántas ideas s e ti enen cuando se es tá acatarrado ?—Yo no—dij o madame Mathi s .

—Yo tampoco—añadió*

don Fausto Es más , ami me produce el catarro un gran atontamiento .

—Sí , e s verdad ; pero en medio de es e atontamiento es cuando brotan las grande s ideas—rep l icó Forinaya sobre todo al princip io de la afección

,cuan

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1 3 8 PÍO BARO IA

do uno está en el comienzo , en ese estado e5peciai enque no s e sabe s i viene la inspiración o un estornu

do ; entonces , entonce s es el momento de las ideas .

—Sí , a mí no me chocaría nada—aseguró madame Mathis—que algunas enfermedades excitaran laimaginación .

—¡Ya lo creo que la ex oitan ; y la b il i s también !

du o Forinaya .

—Un momento señores—y la s eñora Mathis s elevantó al oír un campan illazo . Al poco rato e l hombre de la librea roj a, ya sin s ervilleta al cuello ; levantó la cortina del salón y anunció :—Su Maj estad Orel i o I , rey de la Araucan ia .

Entraron el monarca y su corte , constitu ida porun acompañante . Don Fausto saludó con muchapompa al rey ex notario , qu ien le conte stó inclinando levemente la cabeza .

Con Ore l io I venía su chambelán , un hombre ba

] 1 to , sucio y derrotado , con anteojo s , melena queparecía de crin , un chaqué raído y una cartera baj oel brazo .

—¿Cómo van los negocio s de su Es tadoP—pre

gunto Fo rinaya a Orel io I .—B i en , muy b ien—contestó el rey con voz cam

p enude Ahora estoy dividi endo en lotes mi territorio . Es una op eración ventajos ís ima para mis súb

di tos . Al que compra terreno por mil pe setas le doyla cruz de la Corona de Acero , y al que comp ra pordos mil le concedo la Estrella del Sur

,que es la más

alta recompensa de mi país .

—¿Y cae a lgunoP— dij o Forinaya .

El verbo empleado no satisfizo indudablementeSu Majestad , quien di rigiéndose a don Fausto

añad ió

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1 40 p io BAROJA

Luego entraron una porcxon de ameri canos que ,por 10 que dij o el cicerone de don Fausto , andabanbuscando la manera de timar unos cuantos mil lonesa Nicaragua 0 a Guatemala 0 a cualqui er otro de e sospaíses lej anos donde hay loros y guayaba .

Por 10 que dij o Forinaya , e sta banda de guachindangos hab ía hecho negocio s colosales en Honduras .

Uno de lo s americanos contó que venía de casade la p rincesa Ratazzi , donde hab ían pasado aquellamisma tarde una porción de cosas chuscas .

—A un j oven , al sacar e l pañuelo—dij o s e l ehan caído dos cub iertos que llevaba robados , y uncaballero ha sorp rendido a su señora . ¿Con qu ién d iréu ustedes ?—Con la Ratazzi , seguramente— contestó Fo

rinaya .

—Lo ha acertado usted . Aquello es una sucursald e Lesbos .

Estaban charlando , cuando el criado anunció unotras otro :— Su excelencia el gran duque Os tan ik d er Mar

kariantz . Su alteza e l p ríncip e Abdallah-ol-Guenaori .—Esto s , lo s paíse s más l ej anos que han visto son

los cerros de Bellevil le—dij o Forinaya don Fausto .

—La verdad es que no habrá tanto rey y tantoprínc ip e en las Tullerías—le contestó don Fausto .

—Esto es en pequeño la sal a de los Mariscales ,con la d iferencia de que los aventurero s del s alónde e sta señora no han tenido tanta suerte como losaventurero s amigo s de madame Bad inguet.—¿Pero no vi ene el ob ispo e spañol ?—dij o mada

me Mathi s Forinaya .

—No tardará .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 4 1

Efectivamente , poco después el criado de la librearoj a con voz tonante exclamó :—Su excelencia don Bon ifacio Alonso Pérez de

las Castradas , obi spo de Cogolludo y de Torquemada .

Forinaya s e levantó inmediatamente , y apare01o

Mingote vestido de ecl e s iást ico,con una faj a mora

da en la cintura; avanzó en el cuarto , y cuando se leacercó madame Mathis , l e alargó la mano , adornadacon el an illo pastoral y su magnífica esmeralda falsa , para que 10 besara .

D espués , madame Math is p resentó a todos los cuº

cunstantes al señor ob ispo . Los americanos estabancohib idos y sin comp render para qué habían llevadoall í a este obi spo , que con voz tri ste s e lamentaba deque no había bastante rel igión en Franc ia .

—¿Sabe usted lo que usted deb ía hacerP—dgo

Orel io I Mingote .—¿Qué?Venir mi reino y fundar el p rimado de la

Araucan ia . Allí tendría u sted más entrada que enEspaña .

¡Habría que ver !—repu so Mingote Yo nopuedo hacer nada s in consultar con el arzob i spo deToledo .

Madame Mathis se acercó Forinaya y le d ij o—Yo no me atrevo a decir a su excelencia que

hemos preparado una fi esta e n su obsequio .

—Yo se lo diré ; e n E5paña e sto no ti en e nada deraro—y Forinaya se acercó a Mingote y le dijoPerdone su excelencia; la s eñora de la casa y yo hemos p reparado una pequeña fi e sta en su obsequiocon canto y baile ; ¿qu i ere su señoría que comiencela fi esta?

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1 42 PÍO BAROJA

Sí . s í; yo voy a rezar una ora01on y a haceru na reserva mental por s i acaso .

—¿Qué e s eso de una reserva mentaIP—preguntó

madame Math is .

—Es esp iritua1mente como ponerse un tubo dealcanfor en la boca—conte stó Forinaya .

Miguel ito cogió la guitarra y comenzó un punteado , que era la fi nura mi sma; luego , al llegar al punto matemático donde deb ía comenzar una 00pla ,miró a las dos madrileñas y a Forinaya , y d ij o :

¿Nadi e canta ?La madrileña bonita induj o a su hermana a que

cantara .

¡Pero s i no séi—contestó la fea con de sgarro .

S i sabe s .Bueno , allá va:

Com pañer ito del alma ,ya no m e conocerás ;que mata más una penaqu e una mala en fe rm edad .

D espué s de unas cuantas 00p las comenzó e l ras

guear atrop ellado de la gu itarra ; las do s madri leñas ,Forinaya y al último don Fausto , comenzaron a palmotear r itmicamente .

—As í , as í—murmuraba Miguel i to Basta . Ahora tú—dij o su hij a .

La muchacha s e levantó , se colocó las castañuelasadornadas con cintas

,arqueó lo s brazos y comenzó

a bailar. A l as primeras figuras el públ ico s e entu

s iasmó . Aquello era como un huracán de bravo s ,grito s , patadas , y los movimientos lasc ivo s de la bailadora arrancaban un rugido la concurrencia .

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PÍO BAROJA

¡Pero s i es el aire árabe !Ya le he dicho a usted que no me importa nada .

—¡Si usted pudiera comprender la poes ía que tie

n e e l aire árab e… en al cuando se resp ira el aroma de la fl or del naranj o !—S í; p ero aquí no estamos en España—chilló el

portero s ino en París ; aqu í no hay naranjos , n i

tampoco Inqui s ic ión .

—Mire usted , señor conserj e—d 1jo Forinayae so que ha dicho usted me ha convencido ; porque yoaquí , en el seno de la amis tad , le diré a uste d quetampoco soy partidario de la Inqu is ic ión . Vamos abeber unas copas . Deje usted que terminen de tocarel aire árabe , y luego callarán .

Se av ino el porte ro refunfuñando , y Forinaya l lamó al criado de la l ibrea roj a y l e mandó que l e traj es e una botella , lu ego entró en el salón y acercán

dose a don Fausto le dij o—Es hora de huir; s iento en el amb iente que al

guien va a proponer una partidita al bacarrat, y es

tamos entre tahures . ¡Marchen !S e levantaron los dos , y a pesar de las p rote stas

de madame Mathis sal ieron del salón .

En el vestíbu lo , e l criado de la l ibrea roj a y elportero trincaban mano a mano .

—¡Sólo el a ire árabei—le dij o el portero ya aman

sando Forinaya levantando la copa .

—Nada más .

Comenzaron a baj ar las escaleras .

—¿Ha vi sto usted MingoteP—dij o Forinaya.

—Está magnífi co .

—Ese hombre va a i r lej os . Me arrep i ento de haberle tratado tan mal . No le digo a usted nada ahora l o qu e va a pasar . Arrarnbla con los cuartos de

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 45

todos . Le p ropondrán jugar , dirá que all í no ti enedinero

,l e ofrecerán p restarle , y va de sbancar a

todo el mundo . Y s i p i erde d irá que vayan reclamarle al señor ob ispo de Cogolludo .

—La verdad que toda e sta gente e s extraña .

—La mayoría son caballeros de industria ; otro sproporcionan y venden cruces .—¿Como las de Oreli o IP—preguntó don Fausto .

—No , no ; a1gunas auténticas ; latón legítimo garantizado por e l Estado : la Legión de Honor, la deIsabel la Católica , la de Carlo s III , la del Cristo de

la B ib l ia se vende aquí.—¿Y cómo las consiguen ?

—Unas las consiguen , otras las falsiñcan . CoraPearl , esa cocotte inglesa , ha proporcionado muchascruces auténticas para venderlas .

Llegaron al portal , e staba ab ierta la puerta ys al ieron a la calle .

—¡Cuánta gente imbéc il hay en e l mundo i—dijo

Forinaya Las cosas más absurdas , las más dis

paratadas , que parece menti ra que haya nadi e quelas crea , ti enen aceptación . Una de las invencionesde Mingote que más éxito han ten ido , ¿sabe usted en

qué cons i stía?—No .

—Pues consistía en la formación de una partidainternacional de bandidos en S ierra Morena , con susoñcinas en Londres .

—¡Qué disp arate !

—El negocio tenía dos cap ítulos de ingresos ; e l delas accione s , que daban el ciento por ciento de interés , y el de la venta de los cargos de la partida .

—¿Pero hab ía alguno que quería p ertenecer a la

partida?

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1 46 PÍO BAROJA

Sí , hombre . ¡Ya lo creo ! Un zapatero de la callede Montmartre le ha pagado Mingote ve inte durospor el título de cap i tán . Y el hombre quedó tan contento . ¡Si l e d igo a u sted que esto e s un man i comio !

¿Qué , s e ve. usted hacia casa?—S í .—Pues adió s , don Fausto .

¡Adió s !

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1 48 PÍO BAR O IA

A don Fausto le encantaban estas cosas,sobre

todo cuando se desarrollaban en paz y s in n ingúnp eligro .

—Yo creo que alguien me escrib irá para quevaya— pensaba .

Como era natural , no le escrib ió nadie para quecolaborase en la Rev01ución . Don Fausto primeramente se apeó al ver que no se ocupaban de él ; 1ue

go l legó a alegrarse .

Se contaban cosas terribles ; desde París , Españaparecía una casa de loco s ; no se podía vivir seguro ;en Málaga se sub levaban , y se sublevaban en Cubay mataban a lo s gobernadore s de Burgos y de Tarragona . Era horrible .

Los p eriódico s francese s pintaban a España comos i estuvie s e ard iendo por los cuatro costados ; luegoen La I lustra ción venían dibuj o s de Urrab ieta , donde aparecían calles ocupadas por sublevados conzorongo o barretina , caminos en donde hab ía hechoalto una partida carl ista , en la cual figuraba un curaa caballo con el sombrero de tej a atado a la barb acon un pañuelo .

Estos j al eos ya no eran tan del gu sto de donFausto .

En París la Revolu01on e spañola hab ía tenido granresonancia; lo s republicanos aplaudían los español es y se d isponían imitarlo s , buscando la ocas iónde destronar al Emperador.Los revolucionario s e speraban que el Gobierno de

Bonaparte,sostenido , como todo bajo imperio , por la

violencia , la corrupción y el lujo desenfrenado , acabaría por la revuelta popular o por la subleva01 on dealgún mil itar ambicioso y descontento .

Todos los gérmene s de desoomposiomn s e aviva

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 49

van y tomaban más virulencia en la soc iedad francesa . El Imp erio ten ía el aire de una institución v i ej ay muerta . La antigua canción Pan º

an í pour la Syrz

'

e, testigo de lo s entusi asmos por el terce r Napoleón , parec ía una co sa arqueológica ; en cambio lascanciones republ icanas

,un momento olvidadas , vol

v ian tener boga . En la repre sentaci ón del drama deDumas , B lancas ¿y Azules , cuando se cantaba LaClz¿ mson da Depa rt, el públ ico la coreaba con unentusiasmo 1000 .

Por toda Europa ia Revoluc ion avanzaba . Mazzin is eguía consp i rando en Itali a; Garibaldi invadía lo sEstados Pontiñcios ; las doctinas de KarlMarx s e extendían por Alemania ; Bakunin agitaba Rus ia consus doctrinas ; y la Internacional , desde Londres , se a

,

guía haciendo prosél ito s .

En Francia , Blanqui , Delescluze , Valle s y sus amigos organ izaban una nueva J acqueria ; Rochefortatacaba la so ciedad del Imperio con sus sátiras yGambetta con sus d iscursos , y en el s ilencio la Internacional , desde un tercer p i so de la plaza de laCorderi e , un rincón que hab ía entre el Temp le y elChateaux …d

'

Eau, iba laborando obscuramente y or

ganizando las huestes del social i smo .

En las reun ione s populares se pronunciaban d iscurso s terrible s ; hab ía oradores grotescos , como elc iudadano Gagne , partidarios de la antropofagia universal y del human itarismo transcendente ; otro s secontentaban con predicar la República democráticay social i sta .

Se decía que el Emp erador as istía de incógnito aalguna de estas reun iones públicas .Al mismo tiempo que la Revoluc1 on tomaba incre

mento , e l Poder se deb il itaba . La ex re ina de España

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1 50 PÍO BAROJA

se pon ía en ridículo ple iteando los alquileres de suhotel de lo s Campos El iseo s , y se pre sentaba ante e lpúblico con una avaricia que seguramente no tenía ,10 que daba lugar a que lo s pe riódico s radicale s lallamasen Isabel la Llorona , y dij e sen de ella que erala más d ivertida de las re inas destronadas .Pío IX, todavía rey , mandaba fus ilar a dos gari

baldinos con motivo de la consp i ración de lo s cuartel es . El futuro infal ible fus ilaba con una infal ib il idad verdaderamente sorprendente .Napoleon , viej o y ali caído , estaba enfermo de la

vej iga . Su polít ica fracasaba en todos los terrenos ;Cavour le hab ía engañado . Prim hab ía iugado coné l durante la campaña de Méj ico ; J uárez fusilaba asu amigo Max imil iano , y B i smarck se preparaba adar el golpe de gracia al Emperador de lo s franceses .Se hablaba de la guerra con Prus ia como de una

eventualidad muy pos ible . Unos decían que la deseaba e l Emperador, otros que la Emperatriz. Rochefort hab ía dado su vers ión en La Lan íem e.

Según él , e l rey Guillermo había enviado a lasTullería s como dama de honor a la condesa de Seydw itz , muj er de hermosura tan sob erana , que habíaexasperado todas las viej as damas de las Tullerías ,comenzando por la Emp eratriz . Esta , en sus reunio

ne s de lo s lunes , aparecía adornada con el Regente ,el d iamante célebre de la Corona ; pero al presentars e em los salones la bell ís ima conde sa de Seydw itz,e l Regente quedaba tan ecl ip sado como la Regente .

La Emperatriz,s egún Rochefort , quería la guerra

solamente por celos . Claro que nadie podía tornare sto en s erio , pero se re ía de la corte y de la Emperatriz , que era lo que el l ibel i s ta deseaba .

Los p eriód ico s hacían una guerra furiosa al Impe

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1 52 PÍO BAROJA

A1 mismo tiempo que el vicio y la desmoral ización , l a prosperidad aumentaba , el dinero afl uíaParís atraído por empresas y sociedade s nuevas , e lImperio sabía sacar provecho del creciente desarrolloindustrial y presentarlo como resultado de su pol íti ca .

A p esar de estos resplandores de crepúscu lo , ladeclinación se in iciaba , y los que discurrían con s eren idad ve ían próximo el catacl ismo .

La descomposición de la sociedad daba mayoresatractivo s la vida de la gente ans iosa de p laceres .

Hab ía p ri sa por diverti rs e,por quemar la vida pron

to y b ien . Las grandes damas hacían la competenci aa las bailarinas y las bailarinas las grandes damas ;las cocottes decían : <Nosotras somos las p rince sasactuale s . »

Los e scándalos s e sucedían y no se contabanunas veces era el descendiente de alguna familiareal que bailaba en la Bola Negra 0 en Mab ille , ha

ciendo la competenci a R igolboche o Chicard ;otra s una duquesa que despertaba en un cuartel . Decuando en cuando aparecía el re trato d e algún céle

bre escritor en mangas de camisa teni endo sobre lasrodillas alguna muchacha de taller.Mayor aún que la alta corrupción era la corrup

ción baja : las cervecerías y los cafe s iban sub stitu

yendo a las tabernas ; ya no ex istían la Corte de lo sMilagros , n i la Pequeña Polon ia , n i la taberna delConej o B lanco ; los quinqués humeantes s e reemplazaban por mecheros de gas

,y lo s bancos y el pap e l

gras iento por divanes y molduras ; pero todo lo queganaban esto s cham izos en elegancia y en confor t,10 perdían en p intoresco .

El vicio era en esto s lugares un vi ci o feo , i ndus

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 53

trializado , un vicio burgués . Las mujere s aparecíandesnudas en los entresuelos de los cafés y los esp ectadores las echaban monedas .

Hab ía una cervecería e n e l bulevar que llegó atener gran fama; todas las noches , dos muj eres , unade ellas b elga

,rubia hermos ísima , que se llamaba

Tata , y la otra una Venus negra de Haití , s e ex hi

b ían desnudas sobre l a mesa de un b illar .Lo s gomosos iban a ver este contraste de mármol

y de bronce y llenaban de monedas el p edestal delas do s Venus . Una noche se armó una una entrelos parti dario s d e la blanca y lo s de la negra , ycuando todo el mundo hu ía de all á quedó en la salaun hombreA e sta vida exclu sivamente sen sual correspondía

un arte de la misma clase que se armonizara con laelegancia de las damas ataviadas por ! orth , el reyde lo s modistos

,que se ac0plara con la men tal idad

de los clubmm y de los aventurero s de la Bolsa ydel ¡mí , y para eso estaban lo s vals es l ángu idos ,nostálgi cos , de Strauss y la mús ica furio sa de Offenbach . Se neces itaba una l iteratura que no hicies esentir, y Ponson du Terrail ten ía sus in numerablestomos de Rocambole .

Rocambole era como una parodia del hero ísmo ,un personaj e de novela de caballería sal ido del pres id io , que entretenía como un juego de desp ropósito sy del que s e hablaba como de un amigo ridículo ydivertido .

Un aura de corrup01on aalegre ci rculaba por Francia ; el matrimonio s e cons ideraba cas i como unacosa ridícula , y el Calchas y el Menelao , de LaBella Elena , eran s ímbolo s de la época .

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Cómo s e p ierde la fe po lí tica

AY algunos teólogos que han d ivid ido la fe e ninterna y externa . La fe i nterna es la que está

en armonía con la razón y que p roduce la creencialógica; la fe externa es la que p roduce la sumis ióna los dogmas incomprens ible s .

S i la Igles ia asegurase como dogma el que do scosas iguales a una tercera son iguale s entre s í , oque las partes son menore s que el todo , nosotros , alcreer e sto

,tendríamos la fe i nterna; pero s i la Igles ia

añrmase, por ej emp lo , que San Anto nio e s infaliblepara encontrar lo s dedales y las aguj as que s e p ie rden y San Expedito el único para concertar ráp idamente los matr imonios , entonce s nosotros aunquequ i siéramos creer no podríamos tener más que la feexterna .

¿Cómo era la fe política de don Fausto ?Al parecer, i nterna , porque estaba basada en con

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1 56 9 10 BAROJA

Clementina tomó una actitud compungid a y donFausto s e ablandó hasta prometer que le acompañaría al palacio ! as i lew ski .Efectivamente , una tarde , después de almorzar ,

fueron en coche a l a aven ida del Rey de Roma , endonde tenía su hotel Isabel II . No era un palacio es

pléndido , como don Fausto se hab ía figurado ; ten íados cuerpos de edifi cio y delante una verj a l imitandoun j ardín con árboles . En las puertas del palaciohab ía flores de l i s doradas y en la del medio la co

rona de España .

Llamó Clementina ; un criado les abr10 la puerta yles hizo pasar por en medio de1 j ardín una escaleraregia e imponente . Entraron en la ante sala y e5peraron un momento . No había all í tap ices n i cuadros .

Era todo muy rico , lleno de dorados br1 11antes ; dabala imp res ión de la casa de un banquero rico…El marqués de Vilches vino ap resurado saludarClementina y a don Fausto .

—Soy con ustedes— l e s dij o Esp eren ustedesun momento , porque todav ía no ha sal ido la Rei na .

—¿Cómo ? ¿Está aquí la ReinaP—preguntó don

Fausto .

—Se conoce—contestó cándidamente Clementina .

Pues yo me marcho , no qu iero verla .

—No hagas ridiculeces . No la vamos a hablar; yaunque la habláramos , ¿quién lo va a sab er?Don Fausto s e opuso . No , no quer ia ver a esta

muj er capri chosa , supersticio sa , cruel , de una famil iade imbéciles y de canallas , envenenada con todoslo s detritu s y putrefacciones de una raza podrida ; ae sta muj er que había mandado fusilar c ientos deespañole s y hab ía embrutecido la gente con laspatrañas de Sor Patroci n io .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 57

En esto , mientras don Fausto protestaba , s e abr10una puerta , formaron en dos fi las lo s criados y aparecio l a Reina en la antesala . Don Fausto intentóretirars e hacia atrás

,pero Clementina le contuvo .

La Reina iba vestida con traj e de paseo ; hablabacon su secretario y con el marqués de Vilches .De pronto s e acercó a don Fausto y le tend ió la

mano ; él , dom inado por el ademán y por cierta maj e sted que creyó ver en aquella mujer gruesa y or

d imaria , s e inclinó y besó la mano . Clementina hizolo mi smo .

—Tú ere s Bengoa , ¿verdad? preguntó a donFausto .

—S í , s eñora .

¿Tu padre era mil itar?—S í, señora .

Lo recuerdo . Era un hombre muy guapo , muysimpático . Murió j oven , ¿verdad ?

Si , señora; cuando yo era n iño .

—Y tu muj er, ¿de qué famil ia es?—Mi padre , s eñora—dij o Clementina ruborizán

dose un poco era ital iano y tenía una fábrica desombreros .

¿En Madrid?— Sí , señora .

—¿Em qué calle ?En la calle del Carmen .

¡Ah ! s í, la recuerdo . ¿Y hace mucho ti empo queeste ls en París ?—Hace ya bastante tienipo . Una h 1j a s e nos ha

casado aquí .—¿Pero pensa1 s volver a Madrid ?

—Ne sabemos aún .

—Yo volveria . Nadie sabe el cariño que le tengo

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1 58 PÍO BAROJA

a aque l pueblo .—De spués , de pronto , d irig1endose a

don Fausto ex clamóz—¡Pero cómo me recuerdas atu padre ! Me parece que 10 estoy viendo . Bueno .

Adiós . Adiós , Bengoa—y alargó la mano , que besódon Fausto y luego Clementina Venid por aquí .Tendré mucho gusto en veros .

Luego sal ió de la ante sala la e scalera , baj o hastael j ardín y tomó el coche .

Al salir de all í , don Fausto no d 1j 0 nada , aunquecomprendió que aquella entrevi sta hab ía s ido preparada por Clementina .

A los pocos d ías en La Epoca venía un sue ltod ici endo que el i lustre cronista don Fausto Bengoahab ía s ido recib ido por S . M. l a Re ina .

El periódico republi cano en donde escrib ía donFausto 00piaba la noticia y esp eraba la rectifi cación .

A lo s pocos días , como la rectifi cación no vin iese ,en un artículo violento

,l l eno de lugares comunes , s e

hablaba de lo s tránsfugas como Bengoa que s e pasaban al enemigo .

A don Fausto le agradaba que con cualquier motivo , aunqu e fuera denigrándole , s e ocuparan de él ,p ero ante su muj er s e manifestó digustado .

Ahí ti enes 10 que he conseguido con esa v is ita— le d ij o a Clementina , mostrándole el periód ico .

—¡Bah ! ¡Esos periód icos asqu erosos i ¿De eso te

ocupasP… El otro día me dij o el marqués s i queríasuna cruz .

—¡Una cruz! ¿Para qué ? ¡Ahora , s i fuera la de la

Legión de Honor!—¿Esa la tomarías ?

—¡Ya lo creo !

—Pue s s i la quieres la tendrás .

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1 60 PÍO BAROJA

do para las cuatro en punto Darcey,el amante

ofi cial de R ita .

Darcey opare01 o en el bar un poco antes de lahora citada , y a las cuatro en punto el coche de donPerfecto s e detuvo a l a puerta del establecimiento .

Descendió el americano , saludó Darcey y ses entó .

—Ha venido usted con una exactitud matemáti

ca—dij o Darcey.

—Yo s iempre soy exacto en mis citas—conte stódon Perfecto En América no se acepta que unopueda hacer perder el ti empo a otro .

—Es natural . Es muy molesto esperar a una persona horas y horas .Don Perfecto contemp ló Darcey un momento

con atención .

—¿Que

'

me mire usted,don PerfectoP— p reguntó el

francés sonriendo .

—Tengo que decirl e a usted algo grave , y no sé

por dónde empezar.Darcey pal ideció un tanto , sonrió violentamente ,

Emp i e ce usted por el princip io ; me parece lomej or.

¿Me p romete usted no indignars e con 10 que led igaP

—preguntó don Perfecto .

¡Hombre ! Según…—dij o Darcey en guardia , conun tono agres ivo .

— Se trata de una propos ición que le tengo quehacer . Usted la acep ta o no .

—Bueno . Veamos la proposi01on . Creo que debíamos sali r d e aquí , porque hay mucha gente .

—Me parece lo mismo . ¿Quiere usted acompañarme um rato en coche ?

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 6 1

—Sí , señor.Pagó don Perfecto , sal i eron el francés y el ameri

cana del bar, y entraron en el coche .Se d irigieron hacia la Magdalena .

—Usted conoce e sta carta , ¿verdadP—duo de pronto don Perfecto mostrando un bi llete perfumado quehab ía sacado de la cartera y entregándoselo aDarcey .

—¡Una carta de Bita i—duo éste ¿Cómo se em

cuentra en su poder e sa carta?—Ya se lo exp l icaré luego . Usted conoce la carta ,

¿no es verdad?—S í. Pero , ¿a qué vi ene este interrogatorio ?—Me ha prometido usted no indignarse . E5p ere

usted que llegue a la. propos ición . No hay en mii dea agres iva re specto a usted . Quiere que nos eXpl i

q uemos amisto samente . Usted e s el amante de R ita ,¿no es eso ?—S í .—Usted e s j oven , de buena presencia , el egante ,

¿Quiere usted cederme e sa muj er?—Usted se burla , don Perfecto ?—No , ya 1e he dicho que quiero que nos enten

damos . Hablemos claro . A la americana . Yo estoyloco por esa muj er . Usted puede encontrar otrasmujeres , yo no . Primeramente porque estoy enamo

rado de ella . Además , porque e stoy vi ej o , gastado .

¿Para qué más explicaciones ? ¿Cuánto quiere u stedpor cederme esa muj er?

¡Yo !

S í .

¿Pero usted por qu ién me toma ? Usted me in

—Le daré uste d ve 1nte mil francos .

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1 62 PÍO BAROJA

—No .

—Hay otra cosa—d 1j o don Perfecto fr iamenteque quizá camb ie su res olución .

—¿Y es ?

—Es que yo conozco su pasado .

¿Mi pasado ?Si .

¡Bah !

Sí; créalo u sted . As í que yo l e p resento este d ilema : o mi enemistad , y en e se caso l a rup tura conR i ta al saber el pasado de u sted , o mi buena amistad cedi éndome esa muj er y entregándole yo veinte mil francos . Piénselo u sted . Veinte mil francos enel acto .

—¿En el actoP—murmuró Darcey con la voz algo

ronca .

—Eu e l acto—d 1j o don Perfecto .

Darcey bajó la cabeza,golpeó con el junquillo sus

botas de charol , estuvo contemp lando don Perfecto de través , luego de pronto , decidiéndose , dij o :—¿Qué hay que hacer?Usted tiene citas con ella .

—S í .—Cas i todos lo s d ías .—Sí .¿En dónde ?

—En una casa de la. calle de R i chel ieu .

—¿En un hotel ?

—S í , e s en un hotel donde van mujeres casadas .

—¿Cuándo ve. usted a verla?Mañana . Ante s de veni r aqu í he recib ido una

carta suya —y Darcey sacó una cartita perfumadaque decía as í . <<Espérame pasado mañana a las sei s .

Ten todo p reparado . Tu querida , Rz'

ta . »

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1 64 P ÍO BAROJA

afi rmó . Darcey examinó el papel ráp idamente y 10

guardó en el bo ls i llo .

—Estamos de acuerdo . Mañana en la calle de Richel i eu las

_

cinco .

—Estamos de acue rdo—contestó Darcey .

Don Perfecto tendió la mano , pero Darcey saludócon el sombrero y seLa substi tución se verifi có s in escándalo ; una no

che Ri ta volvió a su casa pálida y demudada . Darcey desapareció , y desd e entonces se vió a don Perfecto acompañando a todas parte s a R ita .

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Efectos de una roja en el ojal

LEG ! el verano y don Fausto celebró dos grato s suce sos : uno el bautizo de su nieto , hij o

de Aníbal y de Pi lar; e l otro el nombramiento d e caballero de la Legión de Honor.Las cosas marchaban bi en . El marqués de Vilches

hab ía p edido la mano de Asunción y , al parecer, lamuchacha no se acordaba ya de Yarze .

Gálvez , R ita y don Perfecto fueron a veranear aInterlaken , y , s egún s e decía , el ex pres idente intentaba casarse con R ita .

Mellado , que hab ía quedado en Par is encargadode lo s asuntos de Gálvez , vi s itaba todos lo s días aClementina .

Don Fausto , curado de e5panto , s e preguntaba—¿Se habrá entendido ésta con Mellado ?

Ya, lo mi smo le daba . De la preocupación por es

tas cosas hab ía pasado a l a indiferencia más ab so

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1 66 P ÍO BAROJA

luta y completa . No era un cín ico , sino un de spreocupado .

Entre aparentar y ser hay mucha menos d is tanciade 10 que generalmente s e cree . Los valores morale sno ti enen la comprobación de los fí s i cos o los quim icos ; un valor moral o intelectual es s i empre re

cusable dentro de lo pos ible .Las famas de Shakespeare , Migue l Angel 0 Ve

lázquez pueden s er re sultado de una convención ; se

guramente 10 son en parte ; pero , aunque lo fueranen todo , s iempre s erían las más altas del mundo artístico .

S i se pudiera medir exactamente la fuerza d inámica de lo s hombres , con seguridad los más fuerte sno serían los más conocidos n i lo s más i lustres . Lasneces idades del medio soci al son las que crean losgrandes hombre s .

¡Aparentar! ¡Ser! Para don Fausto comenzabanconfundirse esto s concep to s . S i se hub iera visto despreciado como marido engañado y consentido , s ehub iera encontrado a s í mismo miserable ; p ero seveía cons iderado , ri co , con una cinta roj a en el oj al ,y se sentía grande .

Toda la dignidad de lo s hombres está en eso , enun galón más 0 en un galón menos , en una p echera blanca , o en un tricorn io . Sin estos atributos , elhombre alto o baj o es cas i s i empre un ganan , cuando no e s un gori la .

El primer día que don Fausto recib 1o el nombramiento de caballero de la Legión de Honor, se pusosu cinta roj a en el oj al y pensó marcharse al barrioLatino .

—Primero ti enes que ir a dar las gracias a laRe ina—dij o Clementina .

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1 68 PÍO BAROJA

Clementina , madame Savigny y don Fau sto sepus ie ron de p ie en e l coche , y entre las dos fi las dela Guardia Imp erial se vio al Emperador hundidoen el asi ento con un aire fatigado y triste , y a laEmpera triz sonriente que saludaba a un lado ya otro .

—Mala facha tiene este hombre—dijo don Fau sto .

—S í , no parece que está bueno—anadio Clementina .

Madame Savigny , l levada por su fervor dinástico ,no había notado el aspecto decaído del Emperador;pero , en cambio , encontró a la Emperatriz más j oveny más bonita que nunca .

Después de dar otra vuelta por el lago , volvieronhaci a el centro , pasaron por la calle de la Paix ,

em

traron en Torton i , y al anochecer l legaron a casa .

Don Fausto quería luci r su cinta roj a,y al día

s iguiente por la mañana sal i ó con esta i ntención .

Por todas parte en donde se pre sentaba veía que lacintita roj a le daba grandes preeminencias ; el portero al verle le saludó más cariñosamente que de ord inario

,y el mozo del café de Mulhouse le s irvi ó con

mayor premura y le fel ic itó al mismo tiempo y leestrechó la mano .

Después de comer se dirigió al barrio Latino ;quería dar una vueltecita por el Luxemburgo consu cruz .

Tomo por la calle de R ichel ieu , pero al l legar alLouvre comenzó a caer un chaparrón . Se detuvodon Fausto en una arcada del Louvre . La lluviatibi a , de grandes gotas anchas , caía resonando en elsuelo . La gente corría y entraba a guarecers e en lo sarcos con el sombrero moj ado .

Durante un momento las gotas formaron como

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 69

una cortina de agua , tan e5pesa , que no permitíaver a corta d i stancia; luego la l luvi a cesó de prontoy sal ió de nuevo el sol .Don Fausto sali ó del arco y atravesó el puente .

En la otra orilla,lo s l ibreros del p reti l del río volvían

a abrir sus caj as .

Don Fausto tomó por la cal le Mazarina .

—Tengo todo el tipo de un profesor—se decíami rándose coquetamente en los e scaparates .

Sali ó a la Encrucij ada de la Cruz Roja , y por l acalle del Vieux Colomb ier sub i ó a la p laza de laigles ia de San Sulp i ci o .

Se dirigió a la calle de Vaugirard , s e asomó alrestaurante Español y entró a descansar en el caféVoltaire .No había ningún conocido .

Se levantó , y al ir a sal ir al bul evar Saint—Michels e encontró con don Segundo Paz .

—Hombre , ¡cuánto tiempo que no s e le ve a usted !

¿Ha sal ido usted de París ?—No . Es que vivo en el otro barrio .

—¿Em dónde vive usted?

—Allá por el barrio de la Europa .

—¡Hombrei Aquél es un barrio de cocottes .

De pronto , don Segundo , al ver la cinta roj a en eloj al de don Fausto , lanzó una exclamación de asombro , y preguntó

¿Qué , le han dado a usted la Leg10n de Honor?S í .—¿Y por queP—volv1 o preguntar agriamente .

Parece que e stos artículos que yo escribo se lo sl levaron a la Emperatriz y le gustaron

,y se le ocu

rrió darme la cruz .

—As í pasa todo—murmuró don Segundo,furio

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1 70 P ÍO BAROJA

so Y no e s que a mí me importe tener una cruz ,no ; ¿p ero que uno s e esté aquí matando hace ci ncuenta años por cues tiones de Pedagogía y no l eal ienten ! Hace uno s años me propus ieron para lasPalmas Académicas , y e l ministro d ij o que no , quesoy un revolucionario .

Don Fausto s e hizo el sorprendido , y recono ci óque efectivamente era una injusticia muy grande .

Don Segundo se de sp idió de él dándole una enhorabuena de muy mala gana .

'

Don Fausto , triunfante , quería que todo s sus 00

nocidos s e enteraran de su condecoración , y fue a l aCour de Rohan .

Trabajaba Paul ina delante del balcón , pero nobordab a como otras veces . El viej o Stahl la acom

pañaba .

Don Fausto pregunto a Paul ina por Yarza , y ella ,ruborizándose , dij o que ya no le ve ía hacía muchotiempo .

Don Fausto notó que la muchacha estaba confusa .

—¿Qué hace ustedP—1a d ij o Ya no b orda us

ted como antes .

Las mej illas de Paul ina s e incendiaron , y hastala frente s e le coloreó de rubor.—No ; ya no borda— contestó e l viej o , ri endo ma

l iciosamente Ahora trabaja para e lla y para mihij o . Parece que van a formar sociedad lo s dos .

¿Cómo sociedad?

¡S í , van a cometer el error de casarse !

¿De veras ?—S í—contestó Paulin a turbada .

—Pues entonces, feli cidades . Tendré el gusto de

as i stir a sus bodas , y ustedes tendrán la satisfacciónde que vaya un señor condecorado como yo . Porque

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p ío BAROJA

de lo s Montmorency y que sus antepasado s hab ían e stado en las cruzadas . Don Fausto fue al cafédel Museo de Cluny; no estaba allí P ipot , y volvióde nuevo hacia el barrio de Saint-S everin a ver s i loencontrab a en la tab erna Al saciana .

Le sorprend ía que este barrio , al cual en otroti empo se habían acostumbrado , fuese tan s in ie stroy tan pobre .

Era ya al anochecer; de las tabernas sal ían tiposl ívidos de borracho s crónicos , con lo s oj os s in expres ión y lo s lab io s colgantes . Aparecían en laspuertas de las casas muj ere s desarrapadas , en chanclas , con un plato en la mano 0 con una botella .

En alguna rinconada unas cuantas viej as encor

vadas , barbudas , charlaban con la boca si n huesos .

Tocaban las campanas de San Severino , y hab ía entodas aquellas callejuelas un olor de s ebo que escapab a de lo s portales y tiendecillas donde se vendíanpatatas fritas . En a]guna de aquellas cervecerías seveía , por entre lo s in tersticios de las cortinas , en elfondo , algunos tipos de saboyanos que jugaban enuna mesa de b i llar i nfecta .

Al acercars e a la taberna Al saciana , oyó don Fausto grito s y voces .

Se asomó la puerta,y entre el humo vio que al

gu ien l e llamaba . Era P ipot, con Cap zta'

n su s pi es .

Acababa de ven ir de Londres donde hab ia idoa hacer un pequeño negocio con su e5pecíñco .

—Um país ver… verdaderamente extraño .

Y contó tale s co sas que indudablemente no podíanex i stir más que en su imaginaci ón . El mismo Cap íí ¿ í 72, según dij o P ipot , hab ia quedado asombrado delas costumbres de aquel pueblo nebuloso y del in

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 7 3

dividualismo agres ivo de sus congéneres de la razacanina .

Mientras hablaba Pipot, don Fausto pudo saludara Raul R1gaul y Saint-Preux

,que estaban en la

taberna . Don Fausto s e arreglaba la solapa de la levita con el obj eto de que Pipot notara la ci nta em

carnada; p ero el tartamudo no se daba cuenta . Tantas cosas hizo don Fausto , que Pipot se fij ó .

¿Qué lleva u sted ahiP—le dij o .

Nada . Es la cruz de la Legión de Honor que mehan dado esto s días .

¡La cruz de la Leg i on de Honor !S í.

¡Hombre ! No se ponga u sted porquerías de Badinguet . ¿No ve usted que las reparte entre sus p eluqueros y sus lacayos ?Don Fausto se sonro

_¡o , y Pipot , s in dar más im

portancia la cuestión , s iguió hablando con volub i

l idad de otras co sas .

Al desp edirs e de Pipot, don Fausto fué a casapensando que su amigo no tenía s entido de la re al idad , y que sería conveni ente dej ar de frecuentarsu trato .

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XVI I I

S en tim ien to de otoño

otoño había hecho su presenta01on en París ;un otoño amable , suave , de días gri ses y de

n ieblas densas .Don Fausto y su veci no , s iemp re que el tiempo se

lo p erm itía , iban a los pueblo s de los alrededores ,Versalle s , a Saint—Cloud , Fontainebleau .

Les gustaba a lo s do s pasear por aquello s soberb ios parques , marchar por los caminos lleno s dehoj as secas , y al anochece r, ya de vuelta en la ciudad , ver en el aire gris azu lado cómo brillaban a lol ej os , entre la bruma , las luces de lo s coches y delos faroles .El fecundo otoño

,l a época de los frutos sazona

dos , ti ene fama de triste . Es una fama p ropagadapor poetas llorone s que no han paseado por el cam

po cuando lo s árboles emp i ezan amarillear .El otoño da cas i siemp re una impres ión de real i

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i ! to BAROJA

c ielo azul , páli do , dulce como una caric ia , y dejaban pasar lo s rayos de un sol amarillento como en

fermo de anemia . Algunas veces cruzaban el ci elobandadas de páj aros , dibuj ando con sus formas n egras un ángulo agudo ; una urraca lanzaba su gritoburlón entre el follaj e , algún cuervo pasaba muycerca graznando , transparentándose sus alas moradas en la claridad del espacio , y a lo lej o s resonaba

el alarido dol iente de una locomotora .

En aquello s grandes parques , en los j ardines b iencuidados , a pesar de l p erenne verdor de la hierba ,s e sentía como en parte alguna el paso del otoño ;montones de hojas amarillentas s e humedecían con lalluvia ; otras grandes roj izas , llevadas por el vi ento ,corrían y jugueteaban por las aven idas enarenadas .

El agua reposaba en los grandes estanques ; tan sóloalgunas burbujas se desp rendían del l égamo delfondo a romp erse en la s erena superfi cie , y las hoj as s ecas quedaban inmóvi le s en el l íquido cri stal .Las ondinas d e p iedra , lo s p adres río s de grandesbarbas , o stentaban su cuerpo verdeante por los musgos y los l íquenes . En el bosque , algunos árbole sparecían de cobre ; otros , desnudos y negro s , se destacab an en el ambiente gri s como tenu es humaredasfl otando sob re la ti erra , y algún nido ya abandonado ap arec ía entre las ramas descarnadas .El vecino de don Fausto era hombre de una inge

nuidad paradisíaoa . Tenía una ignorancia inaudito.de las

_

cosas del campo . La operación más sencilla ,e l ver podar o inj ertar

,l e producía una admi ración

cándida y s incera .

Don Fausto , a su lado , era más campes ino que unp ersonaj e de Virgil io . Don Fausto filosofaba; l e hacíaver al vecino cómo todos los sere s y las cosas toma

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 7 7

ban una nueva pos ici ón ante la s everidad amenazadora del invierno .

—Ante s de que llegue esa época de recogimien

to—le decía ¿no es verdad que se si ente como unanostalgia de actividad , como un deseo de preparar e lnido ? El campo comienza ahuyentar a sus enamo

rados,y la gente s e refugia con gusto en la ciudad ,

y mira como una cosa nueva la luz de gas de un escaparate .

Es verdad , e s verdad—murmuraba el vecino .

Y volvían los dos a París. El aire estaba húmedo ;al anochecer , la niebla espesa llenaba el S ena , no seve ía más que a corta d i stancia .

Y don Fausto le hacía notar a su amigo cómo elbulevar ten ía más alegría que nunca , cómo en lascalle s donde hormigueaba la multitud s e sentía lañehre del p lacer, y le mostraba los cafés ate stado s ylas mujere s más seductoras e incitante s .Luego llegaban a casa don Fausto y el vecino , y

se despedían en la escalera .

Don Fausto se metía en su cuarto y encendía l alámpara.

Le servía la cena Nin i ; despué s le ía los p er1 odi00sal lado del fuego . Atizaba de cuando en cuando lalumbre , y muchas veces quedaba embebecido contemplando l as llamas . AI i rs e a acostar, al cerrar lasmaderas , echaba una mirada a la calle , y veía entrela niebla un pobre mechero de gas azotado por elviento . .

O ia desde la cama el murmullo de la lluvia y el

gemido del aire en las chimeneas .Es la voz del otoño , pensaba , la voz del buen sen

tido y la sab iduría que hablaba y decía suavemente

¡Desdichados lo s que no tienen hogar ! ¡Fel ice s los

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1 78 PÍO BAROJA

que ahora duermen entre sábanas ! No os preocupe i spor 10 que hagan vue stra muj er o vuestro amigo .

¿Qué importa eso ante lo s s iglo s que pasan? Todasvuestras construcciones grande s o p equeñas seránbarridas po r e l vendava l d e las horas , que correnfrenéticas . ¡ Saboread el m inuto presente ! ¡Aprovechad la vida ! Cada día es una gananc ia sobre e labi smo que nos rodea . ¡Ex primidla ! ¡Abandonad loimpos ible ! Reducid vue stros proyectos a l os estrechosl ímites de la ex i stencia , y puesto que la vida es breve , no intentéi s llevar demasiado lej o s vuestro sp lanes .Y don Fausto escuchaba esta voz del buen s enti

do y de la sab iduría,y quedaba dormido .

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trarse s iempre cortés y tranquilo ; p ero muchas vecesno podía .

Manifestar celos , y sentirlo s aún más , l e parecíaun sentimiento de una vileza improp ia de un esto ico .

Demostrar que los acto s de otro , aunque ese otrofuera una muj er de seada , podían influir en su tren

quil idad de una manera deci s iva , era indudab lemente dar prueba de esp íritu déb il y mezqu ino .

Abandonar la armon ia dinámica de su ser enmanos de una muchacha coqueta y caprichosa ,¿no era una es túp i da locura? Sin embargo , a pe sarde sus p ensamientos , Yarze se sentía deprimido yceloso .

Cuando Supo que el marqués de Vilche s hacía l acorte a Asunci ón con asentimiento de lo s padres , yque ella. coqueteaba con é l , creyó llegado el momento de romper su s amores . Se hablaba de la bodapróxima de Asunción con el marqués .

Yarze se acordó de sus propós ito s de huir en elmomento del p el igro , vió que e s taba exces ivamentepreocupado y no supo qué resolución tomar . Lamisma facil idad que tenía para un romp imiento leind ignaba .

Muchas veces s e está e sperando un motivo , unp retexto para rechazar una amistad o un amor o unsentimiento cualqu iera , y cuando e se sentimientoantes de llegar a nosotros huye y se alej a , los quep ensábamos rechazarlo

,al verlo e scapar corremos

tras él locos , y con él nos parece que se marchanuestra fel ic idad .

Yarza , al ve r que Asunción huía de él , s int10 avivados su s deseos , y en una carta le p id ió un momento de conversación .

Ella le c itó en casa de Pilar. Asunc ion negó todo :

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 8 1

n i ella coqueteaba con el marqués , ni p ensaba casarse con é l .—Pues entonces , ¿por qué va el marqués tan fre

cuentemente a tu casa?—Porque es amigo de mamá .

—Es amigo de mamá , p ero habla contigo s iemp re .—¿Y qué voy a hacer? Estoy en casa , no voy

esconderme .

Yarze , con esta clase de conte stacione s estúp idas ,sentía que le sofocaba la ira . Aquella movil idad desentimiento y de ideas , aquel negar l igero de todo

entre ri sas , le perturbaba .

¿SabesP—dij o de p ron to Aquí la. ún ica solu

01on sería que vin ieras mi casa y te casaras conmigo .

Asun01on no conte stó .

—¿No te parece ?Sí—dij o ella s in entu s iasmo alguno .

Sí , pero no quiere s—rep l icó él .—No , yo no he dicho que no quiera .

No lo has dicho , p ero se te nota . ¿Es que tiene smiedo desobedecer tus padres ?—No .

—Entonce s , ¿por qué no qu iere s vivir co nmigo ?Asunción calló . Luego , en un arrebato de s inceri

dad , exclamó :—¡Pero para qué qu iere s obl igarme vivir mal !

Yarze s intió como un hi erro frío que le p enetraralas entrañas , palideció y no pudo conte star nada .

Asunción miró a Yari a y murmuró a su oído—No te incomodes . Soy como un niño , me asusta

la pobreza , pero no me odies por e so , haré lo quequieras . Ahora me voy. ¡Adiós i

—y l e pre sentó la

mej i lla .

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1 82 PÍO BAROJA

Yarze , desfallec ido , sal ió de casa de Pilar. Su i rase hab ía convertido en un aplanamiento p rofundo .

Pensar_que Asunción coqueteaba con el marqués por

l igereza , por vanidad , y se olvidaba de él , l e l lenabade celos ; p ero ver que se alej aba de él , no por uncapricho de un momento , s ino por el miedo a la es

trechez , la pobreza , a la casa miserable , al trabaj od iario y mal retribu ido , e sto ya no le producía có le

ra , s ino tri steza y lástima de s í mismo y de todo s lo sque vivían como él .Para Asunción , i ndudablemente , el vivir b ien o

mal era una cuestión de convicciones , de ideas , y leparecía que Carlo s tenía l a ocurrencia tonta de querer vivir mal . Si Carlo s hub i ese querido ser comotodo el mundo , ella s ería su muj er y le adoraría .

No comprendía Asunción que la prosperidad queveía en su casa e staba sosten ida en la más ab solutamiseria moral , y aunque lo hub iera comp rendido nose hub iera exp l icado que Yarze preñriese vivir dignemente en un rincón tener que sacrifi car continuamente su orgullo .

Asuncioncita encontraba el mundo tan bi en , ¡ tanarmónico

,tan arreglado ! Tenía el convencimiento ín

t imo de que s i ella vivía b ien y ten ía d inero no erapor una casual idad de la suerte , s ino por un méritoesp ecial suyo . En el caso de una p rincesa más ricay más agasaj ada que ella , ya encontraba que habíaaigo de injusticia o de usurpac ión ; p ero , en cambio ,e staba coovencida de que el que no vivía , b ien erap orque no tenía mérito para ello .

Yarze , después de recib ir la repulsa de su novia ,s e encerró en su casa y se encarn izó en el trabaj o .

—Ya que todo 10 que le rodea a uno es desagradable— s e d ijo trabaj emos hasta echar las tripas .

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1 84 PÍO BAROJA

—¿Pero qué? Hable usted claramente , querida mía .

Yo no soy más que una amiga que quis i era verlaa usted rica y marquesa . ¿ Cuál es ese inconven iente?…

Que no le quiero .

¡Oh ! Le llegará usted a querer.No , no ; e stoy segura de ello .

¿Y por qué tiene usted esa seguridad?—Porque le qu iero a otro hombre .—¿AI amigo de su padre?

— Sí .Madame Savigny ll enó una taza de té , echó en

ella un poco de ron y unos terrones de azúcar , ysonriendo dij o—H ij a mía , el matrimonio no es en París , y entre

la ari stocracia , 10 que e s entre la gente pobre , enuna aldea . Usted tiene ideas españolas acerca de e sacuesti ón . Aquí no se cons idera de buen tono vigilara las muj ere s n i ser celoso . Y aunq ue e l marqués seaespañol , comprenderá , viviendo en París , y s i nonosotras le haremos comp render, que a una paris iense , y usted es una pari s i ens e ya , no s e le ene i erra como a una odali sca n i s e le toma como a lamuj er de un colono para poblar de hijos e l mundo .

Asunción enroj eció un poco al o ír esto .

—Pero madame Savigny—dij o una muj er debeser 5 1 empre fi el a su marido .

—Sí , ¡claro ! ; yo no digo lo contrario . ¡Líbreme

Dios de afirmar una cosa tanNo , no , querida mía . Pero en todo esto hay sus

grados . Esas ideas de Juan J ocobo Rousseau acercade la fi del idad y de que las muj eres deben d e amamantar a sus hij o s han pasado un poco de moda .

—¿Pero u sted cree , madame Savigny, q ue una

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 85

mujer casada que tiene un amante es digna de cons ideración?—Me pone us te d en un compromi so , querida

Asunción . ¿Un amante? ¿D ignidad?… ¡Vaya una conversación más gracio sa que tenemos !—¿Pero cuál es la Op in ión de u sted , madame

Savigny?—Es que responder e sa cuestion no es tan sen

c i llo como usted se figura . S i le p regunta usted a unpastor prote stante , le d irá usted que e s un pecadohorrible ; s i s e lo dice u sted a un dip lomático ; sesonreirá , y s i e so mismo se 10 cuenta usted a un cortesano , y añade usted que es el rey o el emperado re l enamorado de la dama casada , encontrará que ladama ha tenido suerte y su marido también .

—¿Y en sociedadP—preguntó Asunción .

—Em sociedad s e cons idera el matrimon io comoun contrato de benefi cio s mutuos . Claro que haymatrimonios de enamorados . Pero , vamos , en Parísy en la buena sociedad nad ie se indigna porque unamuj er casada tenga su amor.Asunción no volvi ó a i n s i stir sobre e ste punto ,

pero no lo olvidó , y ya sobre l a p i sta , creyó haberenóontrado el medio de acomodar su s amb icione s ysu amor .

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Un p oco tris te

pr incip io de invierno , una tarde de Dici embre ,don Faus to recib i ó una carta de Yarza .

Al j orobad ito hermano de Paulina Acuña le hab íaatrop ellado un coche , dej ándole muerto en la calle .

Yarze l e sup licaba que fues e por la Cour de Rohan ,por s i acaso lo neces itaban .

La no tici a conmovió a don Fausto . Sal io de casaal anochecer. Fue a meters e en un ómnibus ; peroestaba lleno , y tomó un coche . Llovía mares .La tarde , tri ste y desapacible , parecía empapada

en lágrimas ; en el cristal del coche salpicaban lasgotas de agua .

Don Fausto miraba la calle distraído . Pasaron un

puente . El río , de color de plomo , refl ejaba el cielogris , y entre la bruma aparecían vagamente los edificios negruzcos .Llegó a la Cour de Rohan . En la casa reinaba la

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de lo s faroles . Las luce s de las orillas se fundían enla ni ebla , y lo s monumentos e staban borrados porcompleto .

La verdad que no eran sólo alegrías las que se cosechaban en París .Esta idea vulgar le daba en aquel instante a don

Fausto la impres ión de un hallazgo , de un verdadero descubrimiento . Comprendía que no hab ía tierrasn i pueblos p rivilegiados

,que en todas parte s la com

pañera próx ima de la vida era la desgracia , y sucompañera lej ana la muerte .El se hab ía figurado durante mucho tiempo una

cosa comp l etamente d istinta,algo as í como zonas

de cultivo en la vida; y así como Rusia p roducelo s cereales y E5paña e Italia las naranjas , y el Africa las palmeras

,cre ía que el chalet de Su iza pro

ducía el idi l io campestre , l a vi lla i taliana la intrigade amor, y el bulevar de París la alegría loca y bul liciosa .

Esta idea le hab ía inducido dar cierta categoríaj e rárqu ica las regiones y a lo s pueblos .

Ahora iba vi endo la mentira de sus apreciaciones ;comprendía que no hay ti erras , ni c ielo s , n i paisaj e ssuperiore s o inferiore s , y que en todas partes la vidatien e los mismos elementos primarios y se desarrollad e idénti ca manera .

Al día sigu iente , de spués de almorzar, don Faustofue a la Cour de Rohan para as istir al enti erro deJoaquín Acuña . El tiempo estaba mej or que el díaanterior; el cie lo , baj o y plomizo ; hab ia ni ebla; y lagente pasaba envuelta en esta bruma invernal comofiguras s in color.Llegó a la Cour de Roban . Hab ían ve stido la em

trada de la casa de Paul ina con unos paño s negros ,

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 89

y dos enterradore s , de frac y sombrero de copa ,aguardaban la puerta .

Llegó el co che fúnebre con algún retraso . Era unacarroza negra

,con una gran cruz amarilla encima;

llevaba los faroles encendidos y estaba ti rada pordos caballo s héticos , cub iertos con gualdrapas amarillas usadas y mugrientas .Don Fausto no qu iso presenciar la despedida de

Paulina su hermano , y se quedó en la calle .

A eso de las tre s se puso el cortej o en marcha . Lacomit iva la formaban los dos grabadores , alguno sempleados de la casa en donde trabaj aba Joaqu ín ,don Fausto , lo s dos Yarzas y 1as _

vecinas de Paulina .

El día estaba frío , gri s y tris te , cubi erto por uncielo baj o y blanquecino , como el techo de un hospita] ; las calles l lenas de barro . Yarze , que iba allado de don Fausto y que al prin01p 10 no decía nada ,comenzó a hablar irón icamente—¡Qué tiempo ! ¿ehP—le dij o a don Fausto ; y lue

go , por contraste s in duda ; recordó ESpañaz Porallí abajo e stará haciendo un sol esp léndido—y habló de aquel sol dorado de Castilla y de aquello sci elo s azules ¡Quién estuviera por allál—terminódici endo ¡Ser labrador en aquellas tierras pardas !

¡Andar caballo ! ¡Qué vida más hermosa !Don Fausto no qui so escucharle porque aquel t e

cuerdo le molestaba .

Se acercó a lo s alemanes ; un j oven , amigo y paisano de Alb erto Stahl , hablaba de la pos ib i l idad dela guerra con Prus ia . Prus ia haría p edazo s a Francia ,que era un pueblo estúp ido que no se enteraba denada , decía el alemán .

Llegaron a la puerta del cementerio Montparnass e ;so nó una campana , y precedidos de los cuatro ente

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0 BAROJA

rradore5 , con su frac cómico y su placa blanca en e lpecho , y de uno de lo s empleados del cemente rio ,atrave saron la aven ida central y tomaron por una delas laterales , cuyo s lados se levan taban grandesárboles .

Luego de terminado el entierro , don Fausto sedesentendió de lo s demás , y partió solo del cemen

terio ; tomó por el bulevar Dº

Enfer, y sali ó por la cal le del faubourg Saint-Jacques al antiguo campo delos Capuchinos ; pasó cerca de la tap ia negra del Valde-Grace y entró en la calle de 1 'Arbalete .

Contempló la casa en donde por primera vez hab ía vivido en París ; vio l a calle d e Mouffetard , y porla calle del Pozo de la Hermita apareció enfrente delpre s id io de Santa Pelagia . Este , cuadrilátero , rodeado de altas y negras murallas , con su s plataformasverdes y sus garitas , en medio de aquel laberintode callej uelas infectas , ten ía un aire verdaderamentesombrío .

Comenzaba anochecer , y don Fausto volvió , deshaciendo lo andado , por el mismo camino .

Entró por la calle de Postas . Le parecía andar porSegovia 0 por Toledo al recorrer e sta cal lejuela des ierta , formada por l ienzos de pared de antiguos convento s , en cuyos j ard ines los árboles seco s salíanpor encima de las tap ias .

Queri endo acortar un poco , tomó por un callejonque corría al lado del Seminario de Saint-Esp rit .La calle no ten ia salida , y tuvo que volver.Un farol bri l laba en una esqu ina i luminando e l

nombre de la calle , que s e llamaba de las Viñas .

Siguió adelante don Fausto por l a calle de Postas ;vió la calle del Pozo que Habla , y como conocía lo sclás ico s , recordó que all í pasaba la acción de la no

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1 92 PÍO BAROJA

Pid ieron un book las dos muchachas , la amiga deNanette s e puso a hablar con Mingote .

¿De _dónde es u sted ?¿ De qué país ?— le pregun

to la chica .

¿Yo? E5pañol—contestó gravemente Mingote .

¡Ah , e s usted e5pañol ! ¿ Caba lz'

cm , eh ? ¿De donde es usted , de S evi lla?—Del mismo Sevilla—y Mingote empezó a con tar

una de mentiras que metía miedo .

En esto entró Carlo s Yarze , paseó una mirada porel café y se sentó al lado de don Fausto .

—¿Qué , pasa algo ?—le preguntó és te .

—Nada . Que me he acordado que me ha dichou sted que viene aqu í , y he salido de casa porquehoy no hub iera podido dormir. Y usted , don Fausto

¿qué hace usted? ¿De conqui sta , eh ?—No , no io crea usted . Esta es una muchacha , la

h ij a de la portera de la casa en donde yo viví , en lacalle Galande , con P ipot , y ahora la veo ya en estemal camino .

—Hablen ustedes en francés—d 1j o la amiga deNanette de mal humor.Esta , que escuchaba s in entender palabra , miraba

atentamente a Carlo s . Parecía que le hab ía hechouna gran impre s ión .

—¿Usted también es e5pañolP—le p reguntó .

— Sí .Nanette se quedó pensativa . Estudiaba la cara de

Yarze como buscando algún parecido lej ano .

Don Fausto y Carlo s hablaron de Asunción y dePaulina largo tiempo . Nanette l es o ía melancól icamente .

Al abandonar el café , Nanette sal l o con ellos .

—¿Qué qu i ere e sta muchachaP—p reguntó Carlos .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 9 3

—No sé , no la he prometido nada .

Se despid ieron don Fausto y Carlo s . Yarze tomópor la calle de Montmartre . A los poco s paso s vioque se le acercaba de nuevo Nanette .

—¿Qué quieres?— l a dij o .

Nanette no contestó , volv1 o la espalda y se fué .

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La vida en P arís , en diversas formas

desagradab les

ARCEY estaba por comp leto o lvidado ; hacíati empo que no s e o ía hablar de él , cuando

una noche Clementina dij o a don Fausto—¿Sabes lo que le ha pasado R ita?—¿Qué l e ha pasado ?

— Que Darcey le ha escrito exig iéndole d inero a

cambio de las cartas que guarda de ella .

—Y R ita , ¿qué ha hecho?—Estaba dispuesta enviarl e d inero , pero s e ha

enterado don Perfecto , ha avi sado a la Pol icía y le

han metido a Darcey en Mazas .

Al día s iguiente , Clementina p reguntó a donFausto :—¿Quiere s hacer un

º favor?

No hay inconveniente—contestó él con frialdad .

Quis i era que fueras a e ste agencia—y mostró

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1 96 PÍO BAROJA

—Bueno ; Gadob ert s e encarga de esto .

¡Gadobert! Lo conozco —d ij o don Fausto .

Pues s i qu iere usted esperarlo , viene dentro deun momento .

Efectivamente , poco después s e pre sentó Gadobertcon l a misma indumentaria , cas i harap ienta , con quel e hab ía conocido don Fausto .

—Hoy tengo el día ocupado— dij o Mañanapor la mañana , s i u sted quie re , venga usted a buscarme la Prefectura . Cuanto antes mej or. Si qu iereusted venir al amanecer , mejor todavía .

Don Fausto se decidió a i r al amanecer . La Prefectura de Poli cía ocupaba entonces el fondo de laplaza Dauphine y algunos cuerpos del Palacio deJusticia de la calle Harlay .

Don Fausto s e levantó muy temprano , tomó uncoche y fue a la p laza Dauphine . Esta plaza , a aquella hora , con sus casas altas y viej as y su s ventanasestrechas , medio envuelta en la ni ebla , con su ab ertu

ra entre do s casas hacia el río , tenía un aire extraño .

Don Fausto baj ó del coche , entró en la Pre fecturay preguntó a un portero :—¿El s eñor Gadobert?S iéntes e usted ; ahora saldrá .

Salió Gadobert envuelto en un gabán re ído y se

ludo a don Fausto .

¿Qué , vamosP—preguntó .

Bueno . Cuando usted qu iera .

¿Trae usted coche ?Sí .

Gadobert y don Fausto sal i eron de la Pre fecturay entraro n en el vehículo .

—A la call e de Santa Margari ta— duo Gadobertal cochero .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 1 97

El coche pasó un puente , luego cruzó por delantedel Hotel-de—Ville y tomó la calle del faubourg SaintAntoine

,hasta cerca del ho sp ital d e S an Eugen io .

Entraron en una callejuel a es trecha , l a call e d e Santa Margari ta .

Eran cerca de las ocho de la mañana . Por la call ede Santa Margarita se veía una verdadera proces iónde trapero s que volvían con su cuévano cargado yel farol i llo de hacer la rebusca . El aire empañadopor la llovizna no dejaba ver nada a través d e suvelo cenici ento . Al mismo tiempo que volvían lo strapero s

,sal ían de las casas seboyanos

'

con su viol ínla espalda

,organillero s y músicos ambulante s .

—¡Qué cal lejuela l— d ij o don Fau sto .

—¡Pse l ¡S i hub i era usted conocido esto hace

quince o veinte años , hubiera u sted vi sto 10 que era.

bueno !— con testó Gadobert Hasta hace pocosaños , hab ía donde ahora está la plaza del Chatelet yel teatro Lírico una rinconada terrible . Era un antiguo barrio de carn icero s y de triperos , con unas ca

llejuelas negras , med ioevales . No le digo a ustedmás s ino que , al lado de q quéi las , ésta es un bulevar . ¡Qué callej uelas ! En una de ellas , en la del Farol Vie jo , s e le encontró ahorcado Gerardo de Nerva1 hace unos vein titan to s años , una mañana deEnero . ¡Qué rincones aquéllo s ! Eran verdaderamen

te s in iestros . Las cal les de la Trip er ie ,del Matad ero

,

del Pie de Buey… , tenían escaleras , puertas d e a lcantarillas , bocas de vertederos ; e1 a h0 1 rib1e… Por a l l ícomencé yo mi ofi cio ; pero creo que hemos llegado .

Entró Gadobert por un pas illo estrecho , y unaviej a haraposa sal ió a su encuentro con una escoba .

¿Hay aquí algún inquil ino que lleve más de cuatro años en la casaP— le preguntó Gadobert .

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1 98 PÍO BAROJA

El padre Manue l .

¿Está?S í; ahora ha ven ido . Vive en esa ti enda . Lla

maron .

¿Qu ién es?—Abra usted .

Se abrió una puerta y entraron en un cuchitri l ,i luminado por una linterna .

El padre Manuel tenía la barba larga , blanca , lo sp elos gri se s enmarañados , y en la cabeza el sombrero s in forma; l l evaba un saco atado suj eto por correas que le pasaban por lo s hombros y se cruzabanen el pecho , gabán roj izo , pantalones viej os , botasrotas y bufanda . Se ap oyaba en una paleta que l eservía de bastón , la que bland ía al accionar. Ai o ír

que Gadobert preguntaba por un tal Lindor , murmuro.

dice usted que se llamaba . ¡Hum…No ; no recuerdo ese nombre , que pa

rece de perro . Aquí había un hombre que hacía bailar a un cerdo vestido de trovador , de general y de

Yo l e pre staba los traj es para su cerdo

¡humi… ,pero s e murió el animal , y él murió despué s ,

no sé s i de pena o de ¡hum… hum !…—¿Y cómo se llamaba ese hombre?

—¿C ómo se ¿qué sé Aquí tam

b ién había un hombre que violó a su h l_]3 . y luego le

cortó el cuello

¿Pero no sabe u sted cómo se llamaba ?No .

—¿Y de L i ndor, no s e acuerda usted ?¿Quién era es e L i ndor ? ¿ Qué l indoreaba ese

ciudadano en el mundo ?—Era cantante .

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200 PÍO BAROJA

te , con la nariz 1 0j iza . Dió en seguida todos lo s datos que le p idi eron .

La Kaduchj a mulata que hab ía estado en su casavivía en un burdel de la call e de Sainte-Foy.

Esta calle daba a la de Saint—Deni s . Pronto dieroncon el s itio . Era un burdel clás ico , una casa de tre sp i so s p intada de roj o , probablemente del s iglo XV 0

XVI , a juzgar por el movimiento de la l ínea de la fachada . Como viej a perdida

,la casa hab ía echado

tripa ; s e partía por el p i so principal y para impedirel derrengamiento de las paredes ten ía a modo d ecincha una seri e de grapas de h ierro . Era una casaviej a , cín ica y procaz; una casa en donde se sup onías in e sfuerzo que en los ciento s de años que ll evabade comercio de carne humana s e habrían cometidobastantes crímenes para p intar de roj o la fachadacon la sangre de las víctimas .

Esta casa sórdida , esta casa tenebro sa , s e destacabe entre las demás altas , negras y miserables dela calle , con la i nsol enci a del vicio , adornada , comodemostrando un comerci o más prósp ero . En todos losp isos , las p ersianas s e ve ían reci én p intadas ; en lo scri stale s había cortin i llas blancas con lazo s azules .

La puerta del burdel era una poterne baj a , ab iertaen la gruesa pared ; daba a un portal illo i luminadocon luz de rosa , y encima del portal se o stentaba unfaro con un número grande .

Entraron y sub i eron por la escalera , de escalone sde madera desgastados .

—Que venga el amo—d 1jo Gadobert .Pasaron a un cuarto que quería tener cie rto aire

fantástico y tropical , lleno de ti estos , donde hacía unatemperatura p esada y un olor de perfume barato insorportable.

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 20 1

Vino el amo . Este era un hombre de cráneo deprimido

, d e lab io s untuosos ; tenía una mezcla de humildad y de ferocidad en la cara ; l l evaba levita larganegra

,y era un tipo entre sacristán y notario .

Se enteró de 10 que querían , y vino Kaduchj a , unamulata alta y grande .

Ella hab ía vivido con Lindor hac ía mucho tiempo,

y él fué quien le enseñó algunas cancione s y le llevóa la cervecería de la Nubia . Después le hab ía dej adode ver .

¿Dónde vivi eron ustedes ?En la cal le de Montorgueil .

¿No tenía amigos ?

¿Señ as ?Ninguna .

¿Y en dónde vivían en la calle de Montorgueil?

Al princip io , en una casa en donde había unacomadrona .

Salieron don Fausto y Gadobert de la casa , bajaron por la calle d e Abouki r la de Petits Carreaux

,

y all í de spid ieron el coche . Tomaron por la calle deMontorgue il . Había en las aceras fi las de verdulerosy de verduleras y por en medio lo s vendedores am

bulantes pasaban llevando carrito s de mano .

Siguieron lo largo de la call e , llena de tiendas ,talleres negros , almacenes de o stras y de p escados .

Había comedores obscuros , en los cuales , a la luz deun mechero de gas , s e adivinaban gente s sentadas .

En los patios se ve ían reses desolladas de las carn ícerias escondidas en el fondo de una casa

,y en lo s

portale s alguna muj er en chanclas e chaba a la aceracon una escoba un charco de agua sangri enta .

Había algunas posadas , como el Compás de O ro ,

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202 PÍO BAROJA

con su gran patio y sus cobertizos y sus carros , de l o sque de scargaban cestos de pescados y caj as de ostras .

Preguntó e l pol icía , al princip io de la calle , s i hab ía una comadrona por all í, y fueron andando hastalo s Mercado s .

—Esa es l a casa—d 1j o de pronto Gadobert .—¿Em qué lo ha conoc ido usted .

— 'NO ve usted la muestra?Efectivamente , s e ve ía en el p i so principal una

muestra obscura , en donde había p intada una nodriza con un niño en brazos . Los balcones de e s tacasa estaban roto s . Se pensaba involuntariamenteen 10 desagradab le que debía ser venir al mundo e nun a casa as í .Entraron y preguntaron al conserj e por el suj e to

que buscaban .

—Es un senor que vivió aqu í con una mulata .

¿Lindor?Sí .

¿Es amigo de ustede s ?No .

—Pues es un canalla . Me ha dej ado a deber todoel tiempo que ha e stado aquí .

¿Usted sab e dónde para?—Yo , no , señor; n i quiero .

¿Iba mucho a la taberna de al lado ?Todo el día estaba en ella .

Sali eron ; en la calle d ij o don Fausto—¿Por qué ha dicho usted si iba a la taberna de

al lado ? ¿Ha vi sto usted s i hay alguna?—No ; pero habrá seguramente . En estos barrio s

no se equivoca uno nunca d iciendo : la taberna deal lado .

Efectivamente , hab ía una . Entraron en la taberna .

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204 Pío BARO ]A

viejos con la p ipa en la boca,miraban la gente que

pasaba por el a rroyo aguantando la lluvi a .

— Bueno , vámono s nuestra tab erna— dij o Gadobert no s ea que este hombre se no s vaya .

No había venido Li ndor .La taberna estaba llena . El público era curio so

organ ille ro s , ciego s , vendedores ambulantes , músico ssaboyanos y un saltimbanqui con un mono atadocon una cadena y sentado en la s rodillas d e su amo ,

qui en l e daba de comer o freci éndole los pedazos enla punta de un cuchi llo .

Entre todos aquellos tipos raro s hab ía una vi ej acon una cara de borracha que tenía en e l hombroun páj aro negro como un cuervo pequeño que gritaba y alborotaba .

De pronto se acercó a don Fausto y Gadobert

un hombre .

¿Ustedes preguntaban por m íP—dij o .

Si es u sted el señor Lindor, s í— conte stó Gadobert .

-R l mi smo soy .

Era el tal Lindor un tipo jovial y sonri ente , conbol sas violáceas debaj o de lo s oj o s , la nariz roj iza yfl orida , e l pelo m io y el bigote de cantan te , negro ,a trevido y levantado por el cosmético . Tenía estetip o una gran afectación de elegancia , y por su

acento e ra merid ional .—¿De manera que e s us ted el señor Lindor?El mismo .

¿Maestro de canto ?Ecco .

<<l o son Lindoroche ti d o v

'

ado ro .»

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LAS TRAGED1AS GROTESCAS 205

—¡Bravo , bravo i— exclamó alguno de alrededor .Gracias—dij o Lindor saludando con la mano

al público , y se s entó a la mesa Ustedes d irán 10que desean .

—Pue s mire usted— d 1j o Gadobert se trata deuna s eñora que ten ía re lacione s con un j oven amigode usted , Darcey o Darcet , y al romp er sus relaciones , Darcey le entregó a usted las cartas .

—¿Y cómo sabe usted eso ?

—Pues porque él mismo 10 ha dicho .

Lindor se bebió un vaso de v ino , y murmuro—La verdad es que hay gente de una . estupidez y

de una imprudencia enormes .

-Pues s í , he conocidoDarcet y he s ido amigo suyo . Tenía una buena

voz de tenor y quería ded icarse al canto ; pero noten ía paciencia , y llevaba una vida desdichada . Medej ó unos pap eles hace uno s días , p ero no creo quetengan importancia .

—No ; importancia preci samente no tie nen—repl icó Gadobert porque se trata de una viuda. a l aque no le importa gran cosa que se d ivulguen suscartas de amor , de una tal Rita .

—¿Alguna pécoraP—preguntó Li ndor .

—Sí .—Pero hay cartas de otra muj er—duo el cantante .

—¿Sí? ¡Ah ! ¿Usted sab ía esoP—preguntó Gadobert

don Fausto .

—No . ¿Y de qu i én son ?—De una tal Clementina .

Don Fausto pal ideció , y !calló .

—¿Quién esP—le dij o el polic ía Alguna otra

por el estilo .

—Sí , por el e stilo , una amiga—conte stó donFausto turbado .

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206 PÍO BAROJA

Bueno ; pues nosotros quis iéramos que nos diese u sted esas cartas—dij o Gadobert al cantante .

—¿Y qué gano yo con eso ?

—La viuda nos ha ofrecido dosciento s francos s ile entregamos las cartas . Le daremos a usted c incuenta .

—¡Ah ! no , no ; yo necesito 10 meno s cien .

Gadobert y el cantante discutieron largo ti empo ,hasta que el pol icía cedió , y el señor Lindor p id ióun paquete a l tabernero , y de manos de é ste lo dej óen las de Gadobert .—Vengan lo s cuartos—du o el cantan te .

Don Fausto le entregó el d inero y Lindor p id ióu na botella de Borgoña .

—Yo convido , y en obsequio de ustedes voy acantar .Y L indor cogi o una s i lla , s e apoyó en el respaldo ,

y tomando una postura académica comenzó , haciendo vibrar la voz

<<La donna e mob i l equal p iuma a l ven to .»

De cuando en cuando al cantante le faltaba la vozo daba un gallo en las notas agudas ; pero segu íaimpertérrito , haci endo largo s calderones .Todo e l i lustre concurso de la taberna le aplaud 10la terminación , y L indor, saludando a derecha e

izqui erda , cogió la s i lla , la acercó a la mesa , s e sentóen ésta de medio lado

,como e s de caj ón en todos

lo s tenore s que hacen el papel de duque de Mantuaen R

'

zgroletto , y atacó la s egunda estrofa de lacan010n .

Ya no ten ía obj eto su es tanci a al lí , y Gadobert ydon Fau sto sal ieron de la taberna .

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208 PÍO BAROJA

Don Fausto , desaso segado , no sa l ió de casa . Porla tarde , desde su cuarto oyó en el gab inete de Clementina que hablaban .

Las voces eran agrias e irritadas .

Don Fausto sal ió de su cuarto y se puso a es

cuchan—Yo neces i to expl icaciones— decía Gálvez .

¿Con qué derecho ?—preguntó Clementina con una voz burlona einsultante .

—No me p rovoque usted,señora— rep l icó e l ame

ricano Usted no sabe 10 que soy yo enfurecido .

Conte ste usted , ¿ s í o no ?—Le digo a usted que no quiero .

Se oyeron los paso s de Gálvez en la hab itación .

—¿Ha venido aqu í , s i o no , Mellado ?

—Pues ya que lo quiere usted , s i; ha ven ido .

En el mismo momento se oyeron dos chill ido sagudos de muj er y el ru ido de un mueble que caía .

Don Fausto no hizo caso ; las criadas acudieron algab inete .

—¡Esto e s horriblei—se dij o don Fausto .

Al poco rato s e oyó sal ir Gálvez y cerrar lapuerta de un portazo ; pero el d ía s in duda estaba detormenta

,porque al poco rato llegaron R ita y mada

me Savigny y comenzó una agria d i sputa entre Clemen ti na y Rita .

—¡Pero qué hablas tú—1e decía Clementina

ere s peor que las perdidas de las calles !—¡Y tú , sucia , que ere s la querida de mi padre

por dinero ! ¡Nada mási—gritaba Rita .

—¡Calla , calla , camello !

—¡Más camello que tú ! ¡S i eres ya vi ej a ! ¡S i tienes

que pagar a tus amantes !

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 209

—Mira que te voy estrangular.

¡Es terribleI—murmuró don Fausto , y espan

tado,a pesar de no encontrars e b ien , sal ió a la calle .

'

¡Su muj er era un monstruo ! Ya no la consideraba.como una adúltera , s ino que le parecía capaz deenvenenarle , de echarle arsénico en el chocolate oen la sopa .

Desde aquel día comenzó tenerle mi edo , no laquería ver

,y se decid ió a comer fuera de casa y

encerrarse en su cuarto .

Le producía verdadero pánico el verla.

Por Nin i s e enteraba de las cosas que pasaban enla casa . Por ell a supo que segu ían los amore s delmarqués y de Asunción y que se e staban haciendolos preparativo s de la boda .

—¡PobrecillaI

—murmuró don Fausto la van a

echar a perder .Al ñnal de otoño se celebró la boda en una igles ia

ari stocrática , en San Felipe .

Don Fausto estuvo lo ind i spensable solamenteen la ceremonia , y cuando encontró ocas ión se escabulló .

Asuncion , desde que se casó con el marqués , fueaceptada en la alta sociedad ; la re ina Isabel la llevaba a sus funciones religio sas , la convidaba comery hab ía hecho que fuera p re sentada en las Tullerias .

La emp eratriz Eugenia , al verla tan bonita y tanmodosa , hab ía manifestado por ella una gran s impat ia .

Al princip i o , Asunción s e encontró un tanto cohi

b ida al vers e en Palacio . Aquella corte de grandesdamas , delante de la Emperatriz moderaba un pocosu lenguaj e ; p ero cuando Madame Eugem

'

a ,como

se la llamaba en broma , desaparec ía , comenzaban

I 4

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2 1 0 PÍO BAROJA

las murmuraciones y las ri sas,y las anécdotas to

maban un carácter corro sivo . Asunción tenía el oídofino , la inteligencia viva , algunas veces no cayó enla cuenta de 10 que decían , luego comprendió y tuvo

q ue ocultar su rubor al o ír aquellas confi dencias delo s co rredore s de las Tullerías , dignas de un caféconcierto o de un burdel . Asunción comenzó rubori

Zándose y al poco ti empo tomó el terreno y fue unade las cocodetíes más graciosas e infl uyentes de lasTullerías .

El Emperador, al verla por primera vez una tardede recepción en la sala de lo s Mariscales , se fi j ó va

rias veces en ella , y preguntó a su chambelán :—¿Quién e s e sta dama , La Chesnaye?

—Es la muj er de un marqués e5panol—contestó

el chambelán .

—He aquí un marqués feliz . ¿No le parece a usted ,RicordP—dij o el Emperador a su médico .

—Eso dependerá—contestó R i cord sonriendo conironía—del primer amante que tenga su muj er.El Emp erador se acarició el bigote y sonri ó con

tri steza .

La profecía de R icord no tardó en real izarse . Alo s tre s meses de matrimonio , todo el mundo sabíaque Carlos Yarza era el amante de Asunción . S ine scrúpulo alguno , ambos paseaban sus amores porlos s itio s más frecuentados , s in preocupación y sinmi edo .

Junto s iban a los teatros y a lo s cafés-concierto s ,Mab ille y a l a Bola Negra .

Una noche fueron a cenar a una taberna de losMercados que ten ía fama de s er una reunión de bandoleros y s e encontraron all í con R ita y con donPerfecto .

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XXIII

G en te que r í e , g en te que llora

L día primero de año , don Fansto supo que ensu casa es taban preparando un gran baile .

La e stación de invi erno es taba en auge , hab íancomenzado los baile s y las recep cione s en los mimi s terio s y en las embaj adas . Asunción s e hab íaencargado de consegu i r que el gran mundo as i sti eraal baile que iba a darse en casa de su madre . Clementina estaba en sus glorias .

Don Fausto al ir al anochecer a su casa vió unaporción de mueble s metidos y amontonado s en sucuarto , de tal modo que no se podía entrar .Todas las hab itacione s importante s se hab ían

adornado para el baile .

Madame Savigny daba en aquel momento la ultima oj eada , en compañía de Gálvez , que , vestido deun iforme de diplomático de su país , con el p echol leno de condecoraciones , pensaba s in duda hacer elpap el de amo de casa .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 2 1 3

Los salone s reSplandecían de luz.

¿Le parece a usted todo b ien , m i querida señoraP—oyó don Fausto que preguntaba Gálvez.—Muy b ien—contestó madame Sav igny De

este saloncito deb ían qu i tar algunas luces .—¿Y por quéP—preguntó el ameri cano .

—Porque es el lugar más a propósito para lasoonñdencias . Este debe s er un salón de intimidad .

—Está usted en todo , mi querida señora . Ahoramismo 10 voy a mandar poner como usted dice .

Don Fausto contemp ló el efecto que hacían lo ssalones . En el buffet preparaban manjares y bote llas ,y un maz

'

íre d'

/zoíel , de ¡”

m o con la servi ll eta albrazo , iba de una parte a otra arreglándolo y di spon iéndolo todo .

Marchó don Faus to comer al re staurante ; llov ía ;el ci elo , turb io , amarillento , se deshac ía en agua; lasaceras de asfalto , humedecidas , bri llaban refl ej andolas luces del bulevar; fi las de coches pasaban conun rodar monótono

,de lo s cafés , con los cri stale s

empeñados , sal ía rumor de mús icas . Entró donFausto comer y despué s sal ió a dar un paseo .

Luego , cansado , volvi ó a casa a meters e en la cama .

Los coches de lo s invi tados a l baile esperaban enla. calle . Iba llenándose el salón . Um criado, de granl ibrea , la puerta , rígido , anunciaba al que llegaba ,con una voz de trueno . Los sati sfechos de s í mismossonre ían al e scuchar su nombre lanzado al airecomo por una bocina ; lo s tímidos decían su títul o osu apell i do en voz baj a , ¿como indicando que noquerían ser anunciados de aquella manera estrep i

to sa; pero el criado,impas ible

,lanzaba el nombre

como una declaración de guerra .

El salón grande y los otro s salones estaban llenos ;

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2 1 4 PÍO BAROJA

s e o ían voces , ri sas ; cada momento entraba algúnseñor de uniforme o de frac del brazo de una damad escotada en cuyo seno bri llaban perias y diamantes . Madame Bengoa sab ía decir a sus invitados doso tre s frase s vulgare s , pero en un tono p erfectamen

te pari s i ense .

Todo el mundo co incidía en que madame Bengoaera una muj er completamente c/22

'

c.

Don Fausto , después de curiosear un poco , 00

menzó quitar de su cuarto 10 que le es torbaba,y

cuando terminó su trabaj o se acostó , pero no pudodormir.—Me voy a l evantar y a i r a un café o a un hotel

a pasar la noche .

Comenzó a vesti rs e , pero vió que la criada habíare cogido las botas . Fue la cocina a ver s i las encontraba , pero después de andar revolviéndolo todono d ió con ellas .

—¿Dónde andará esa muchacha ?

Se le ocurri ó entrar en el gab inet e de su muj e r,que tenía comunicación con la sala , y se topo c o nNin i y otras criadas que estaban desde allí ñsgandoy comentándolo todo .

¿Quería algo el señorP—p reguntó Nin i .Quis i era las botas .

¿Va usted a sal ir?S í ; no puedo dormir .

Ahora se las llevaré a su cuarto . Vea usted , s eñor , su hij a ; qué bonita está .

—¿Pór dónde ?

—Por entre las cort inas .

Don Fausto se asomó . Pasaban las parej as al compás de la mús ica como un torbell ino .

Brillaba todo como un ascua de oro ; resplandecían

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2 1 6 PÍO BAROJA

Tomó don Fausto por la call e de Ri chel ieu y en

tro en el Carrous el . El s ilencio de la inmensa plaza ,las luces abri llantadas en la atmósfera húmeda , daban una gran tri steza a este s itio . Atravesó un puente , s iguió el muelle Malaquais y pasó por delantedel Instituto , en donde bril laba una ventana iluminada .

Algún vagabundo pasaba , las manos metidas enel bols illo del pantalón , con el cuello de la. chaqueta levantado , que no p ermitía ver más que los ojo stri ste s y el b igote lacio y humedecido ; una mujercorría , dej ando al pasar un ruido de enaguas almidonadas , y dos guardias iban y venían , haciendosonar r itmicamente las pesadas suelas de su s zapatos .

Una fi la de luces formando un ángulo bri l l aba enla Punta del Vert Galant . El río , pasado el PuenteNuevo

,s e encajonaba . El agua negra , p esada , gol

p eaba con suavidad en la orilla , y en sus s inies tro sremol inos s e romp ía en mil rayos el refl ej o blanco oroj o de lo s faroles de un puente .

Don Fausto s iguió camino de la p laza de SaintMichel . D e cuando en cuando se paraba mirar e lrío y contemplaba con espanto el agua , al parecerp esada e inmóvil . En algún lavadero , un ventanillocuadrado bri l lab a misteriosamente en la obscur idad .

Al l legar al Petit Pont , don Fau sto tuvo que apartars e de l preti l del muelle . Un hombre estaba all íapoyado , i nterceptando el paso .

¿Qué hacía? Don Fausto le contempló . Era un vie

j o con aire de mendigo .

—¿Qué l e pasará a e ste hombreP—se preguntó d o n

Fausto Quizá e sté enfermo .

Volvió atrás . E l vi ej o con a5pecto de mendigo ,

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 2 1 7

al comprender que le observaban , comenzó s in dudarecelar algo . En el momento en que don Fausto yél se cruzaban por s egunda vez , el farol de un 00

che lanzó la luz del reñector la cara del viej o y donFausto lo reconoció . Era el marqués , que hab ía vivido en la calle Galande , en la mi sma casa de Pipot .

¿Adónde iráP—se preguntó don Fausto Qui…zá e sté borracho . ¡Pobre hombre ! Voy a ver s i neces ita alguna cosa .

Se acercó al vi ej o y le d ij o—¿Qué le pasa a usted , s eñor marqué s ?

—¡Eh

i—exclamó el viej o con voz ronca ¿Qu 1 enes ? ¿Qu é me qu i eren? ¿Creo que no escandalizo ?—Soy yo , un español , un amigo .

—¡Eh i ¡Un español ! ¡Un amigo ! No tengo amigos ;

no sé quién eres—dij o el marqués,y s iguio andando .

¿Adónde va usted?—¿A ti qué te importa? Déjame .

—¿No quiere u sted que le acompañe a casa?No .

Don Fau sto quedó contemp lando al marqués .

Temblaba el vi ej o al andar; sus mej illas , húmedaspor la bruma , tenían surcos profundos ; ll evaba unpañuelo atado a la cabeza por debaj o del sombreroroto y s in forma

,y marchaba despacio apoyándose

en el preti 1 del muelle .

Pasó e l vi ej o por delante de Nuestra Señora deParís , entrevi sta vagamente en la n ieb la . Al l legar al .

Puente del Arzobispado , el marqués s e detuvo unmomento y comenzó a bajar las escaleras de p iedrahasta el muelle de la Tournelle .

Don Fausto comprendió que el marqués intentabasuicidarse , bajó ráp idamente al muelle , y acercándo

se ai desdichado,le d ij o :

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2 1 8 PÍO BAROJA

—¿Qué ve. usted a hacer?

¡Eh ! ¿Quién eres tú para hacerme esta pregunta?

¿Eh? ¿Quién ere s ; dime , que parece que surge s deuno de estos montone s de leña? ¡Ah i Tú eres el queme has parado ante s ; ¿qué quieres , di ?— Impedirle que haga usted una barbaridad .

¿Qué barbaridad ?Suicidars e .

¡J a… ¿Y crees que p or tus necias palabras voy a abandonar mi proyecto ? ¿Lo sabes quevivo mal , que en el barrio lo s chico s me tiran p iedras? ¿No sabes eso ? ¿Y crees que voy a vivir as í?

¡J a… ¡No ; el vi ej o marqués se ha cortadolas in iciale s de su ropa ; nadie l e conocerá ; nadiepodrá identiñcarle en la ¡J a… ja . .

¡Qué broma les preparo ! ¡Qué broma !Umacceso de to s le imp idió seguir hablando y le

hizo encorvarse hasta el suelo . Cuando descansó unmomento , j adeando , avanzó por el callej ón que dej aban dos montones de sacos , y se acercó a la ori l la .

Iba tropezar en una maroma , cuando l e cogió dela mano don Fausto—Va usted tropezar— le d ij o .

—Ll évame la ori lla—murmuró el marqués .

—¿Pero por qué no abandona usted esa idea ho

rrib1e?—Me vas a dar tú la juventud , el d inero que yo

neces ito para vivir, ¿no? Pues entonces vete y déj ameque me mate .El marqués , rend ido , se sentó en el suelo . Don

Fausto le contempló con pena . El cielo s e l impi abade brumas , las estrellas comenzaban a bri lla r en elazul profundo de la noche . Se veía en alto NuestraSeñora de París en el cie lo que iba desp ejándose ; al

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XXIV

El fin al de l bail e

ON Fausto comenzó a caminar hacia su casarendido por el can sancio y la emoción . La

lluvia hab ía cesado por comp leto , e l viento fuerteiba barriendo las nubes y alguna que otra estrellaresplandecía intervalo s en el c ielo .

Cuando llegó a su casa eran más de las tre s . Unañ1a larga de coches e speraba en la call e; todos losbalcones del primer p iso echaban luz torrentes .Don Fausto sub ió ; un olor de gas , de polvos de

arroz y de p erfumes enervantes ll enaba toda lacasa . Se resp i raba un aire de cuarto de actriz .

En el salón s e seguía bai lando s in descanso losvalse s y rigodones O íf€0 en los l nf am as , de LaBella E lena y de La Gran Duquesa de Gerolstez

'

n .

Don Fausto s e asomó al salón . Envuel tos en aqueltorb elli no de luz , de música , de perfumes , tenían todos un aire de excitación y de causacio ; la fatiga lesdaba más ansia de agitación y de placer.

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 22 1

En el buffet, algunos señoritos borrachos hablaban a gritos .

El ma z'

íre d%0tel , grave , con sus pati llas b lancas ,l es s ervía de beber con una indiferencia tranquila ydesdeñosa .

Don Fausto fué al gab inete de su muj er; Nin i dorm ía en un sofá envuelta en un mantén . AI s e nti rpaso s se despertó .

—¿Quer ia algo el señor?

—Sí , qu i s i era que me arreglase s la cama y t ambién tomaria un poco de vino , porque tengo mucho frío .

La criada arregló la cama'

de don Fausto , y vién

do] e temblar delante del fuego le preguntó

¿Qué le pasa al s eñor? ¿Dónde ha e stado ?He i do a ver a un amigo enfe rmo .

Pues acuéste se usted ; yo l e traeré un vasode vino .

La muchacha le ayudó a quitars e el gabán y la

chaqueta , y volvió luego con una botella de Jerez .

Don Fausto temblaba y le castañeteaban lo sd ientes .

La música segu ia tocando rigodones y val ses . Lamuchacha e stuvo un rato en el cuarto , y luego dij o :—Ahora va a ser el último baile . Lo dirige es e

conde quien llaman Cotillón , porque es su especia lidad . Dicen que no hay otro como él para d irigi rlas figuras e inventar otras nuevas . En lo s baile s delas Tulllerías suele s er el d irector, y la emperatrizEugenia le admira . Voy *a sal ir un momento .

—S í , vete— dij o don Fausto .

Se fué Nin i y don Fausto s igu1 o pensando en lass ini e stras , en las terrible s aventuras que tendría e lcadáver del marqués en el fondo del S ena . ¡Qué

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222 PIO BAROJA

co sas más espan tosas no le pasarían entre aquellasaguas negras y turb ias !Volvi ó la cri ada cuando concluyó una de las

figuras del cotillón .

Ha estado muy bi en . ¡Ti ene una Nohay otro como él para presentar el espej o o elaban ico .

—No , ¿eh?—No . El que ha bailado también e s el alemán .

Franci sco , el cochero de lo s señores de Gálvez , dec ia qu e este señor e s un espía de B i smarck , que vieme París fast idiarnos . Pero yo no 10 creo . ¡Es unhombre tan chic ! ¿Qué , está usted algo mejor?

S i , ya estoy un poco mejor .La muchacha se fue y don Fausto durmió con un

sueño inqui eto , i nterrumpido por p esadillas .

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224 p io BARO IA

b isoito eran verdadero s club s revoluc ionarios ; portodas parte s brotaban oradores anarquistas y social i stas . En las calle s se cantaba La Ma rsellesa ,

sevitoreaba Rochefort y Raspail y cuando atacabael Gobi erno se levantaban barricadas . El p roceso de1a 1nternacional marcó hasta qué punto estaba minado e l imp erio de Napoleon III .

Una noche don Fausto s e acercó a primera horaa ver el asp ecto de una reunión que s e celebraba enuna sala de la calle Cl ignancourt y se encontró al l ícon P ipot .

¡Ha visto ustedI— le d ij o don Fausto ¿Qué s ed ice por ahí de la mu erte de Prim ?

Debe ser cosa de Paúl y Angulo .

—¿Cree usted?

—Hombre , s i; e l mismo Paúl y Angulo 10 anunció ; dij o que ya le estaba reventando demas iadoPrim , con su campaña contra la República , y que loiba a matar.—¿Y qué hay de estas cosas de aquí?

—Esto marcha . El i nqu i l i no de las Tul lerías estáfurio so . Vamos a tener jaleo pronto .

Entraron don Fausto y Pipot en la sala , que aúnno es taba llena .

De pronto Pipot se separó de don Fausto y se acercó a un viej o que , solo y de p i e , esperaba el comienzo de la reun ión . Le saludó y se puso a hablarle .

Tardaba en comenzar la ses ión ; el públ ico s e im

pacientaba , cuando un hombre subió a la tribuna ydij o que lo s oradores que e staban anunciados parahablar aquella noche no hab ían podido acudir porhaber s ido presos .Se aplaudió al orador y el poco público que hab ia

en la sala comenzó a desfi lar.

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 225

Seguía Pipot habland o con el viejecillo , y donFausto , que le ve ía muy acalorado , acercándose ,le dij o :—Ad105 , Pipot. Buenas noches .

—¿Qué, se va usted ?

—¡S i no he cenado todavía !

—Esp ere usted un momento .

Pipot habló unas palabras con el viejo y luego lep re sentó a don Fausto .

—El s eñor Baduel ; el señor Bengoa .

Se saludaron afectuosamente .—Vamos a cenar juntos los tres . ¿Quieren u ste

des ?—preguntó Pipot.—Vamos—dij o el señor Ba duel .—Me parece muy b ien—repuso don Fau sto .

Salieron de la sala , tomaron por un bu levar exterior , pasaron por cerca del h03 p ita l Lariboissiére ydesembocaron en la calle del Faubourg Saint—Den i s ,cruzando por de lante de la es tación del Norte .

Entraron en una taberna que era al mismo t iempoñgón . El mozo se les acercó y les puso la mesa cantando entre dientes una canción cuyo estrib illo era :

<Le pere , la mere Bad ingue ,

et le pet it Bad inguet .

El viej ecillo se re ía al oir la canmon .

¿Va usted a comer carneP—le preguntó Pipot.—Sí , un poco—contes tó el señor Baduel toma

ré tamb ién algo de vino . He andad o mucho , me hecansado“ .

—¿No come usted carne de ordinario?—ie d ijo

don Fausto .

—No ; sólo como legumbres y leche .

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2e6 PÍO BAROJA

¿Y tiene usted energía con esa al imentamon ?

¡S í , sí !

¡Ya lo creo que tiene energía !— replicó Pipot .Ciertamente la cara del v iej eci llo era de una gran

energía . Tenía la frente alta,descubi erta , lo s ojos

gris es , la nariz aguileña y al mismo ti empo ancha ,los pómulos sal i ente s y fuerte s . Parecía un ave derap iña .

Don Fausto le contempló con curios idad . Era unacabeza de un tipo del Renacimiento ; ten ía del bustode Miguel Angel la expres ión de terquedad y dete són ; recordaba tamb ién algo l a cab eza de Garibald i , pero en la fi gura del i lu stre genera l i tali anohabía más tranquil idad y más arrogancia , y en elrostro del señor Baduel se l e ía la astucia , la susp icaci a y el recelo .

S irvieron la cena ; el viej o ap enas p robó los guisos; no hacía más que cortar e l pan en pedazos pe

queños e irlos comiendo poco a poco .

—¿Y usted e s escritorP—preguntó el viej ecillo

don Fausto .

— Sí .Hablaron de l iteratura y don Fausto manifestó su

entus iasmo por los escritores de hac ia cuarenta años :Dumas , Sué , etc .

—¡Ah ! ¿Le gustan a usted lo s e scritores románti

cosP—preguntó el viej o .

¿A usted no ?—A mí no . Yo cas i los od io .

Y V ictor Hugo , ¿no le gusta a usted ?—Ese menos que n inguno— contestó e l Viejo

l e encuentro declamador,enfático , exagerado , s iem

pre frío y falso . Para mí el romanticismo es lo malsano , 10

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228 PÍO BAROJA

chada por el hombre cauto y atrevido . Además , yotengo la evidencia de que aun con e sto s Gobiernosque s e llaman de fuerza , muchas veces está el poderen la call e . En esos momentos , uno s cuantos hombre s audaces pu eden derrocar un régimen .

El señor Baduel hablaba con verdadero conocímiento , Pipot le e scuchaba como a un oráculo .

—Ya ve usted—s igu ió d ici endo el viej o parareal izar la un idad itali ana , Cavour no ha hecho másque seguir Maquiavelo .

—Ha ten ido también bueno s auxil iare s—repusodon Fausto—z Garibald i , Mazzin 1—¡Psei No creo gran co sa en n inguno d e los dos .

Garibald i e s un héroe , p ero no un pol ít ico .

—¿Y Mazzin i?

—Mazzin i e s un hombre ego ísta , falso , l leno dedoblez, de i deas reaccionarias , de una religios idad

estrecha y mezqu ina . No , no admiro gran cosa. a e secuco , a es e gran cocodrilo catól i co .

—¿Entonces quién le parece a usted el tipo del

revolucionario ?—¡Pse l Tipo comp l eto no 10 hay.

—¿Y Prim?

—Era un gran pol ítico , un pol íti co de instinto ,pero hombre s in ideales , un condottiero como losantiguos ital i anos .

—Y en la juventud frances a , ¿ ti ene u sted confi anza ? ¿En Gambet ta , por ej emp lo ?—S í , s í; marchará muy lej o s .

—¿Y Clemenceau ?

—Clemenceau ti ene mucho talento .

—¿S í , eh ?

—¡Ya lo creo ! Yo l e he conoc ido hace cuatro o

cinco años, cu ando era estudiante de Med ic ina con

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 229

Ranc . Está en América , p ero creo que va a ven ir . S í ,es un hombre de gran tal ento , p ero de malas amistades . Se reunía con Delescluze , con Vallés…—¿Tampoc o cree usted en é sos?

—¡No , claro que noi—y el v i ej o al decir esto son

re ía mal i ciosamente , y en sus oj os y en su ro strohab ía como un resp landor de intel igencia y de agudeza .

Don Fau sto contempló d e nu evo con curi os idadal viej o . Chiquito , pál ido , con su barba blanca , parecía un gnomo des tructor; tenía el cuello fl aco , ll enode pl i egues y de arrugas como cuerda s ; las manospequeñas , nerviosas , con las—uñas b ien cuidadas .—Debe ser para u sted muy tri ste—dij o don Faus

to—no creer en los hombres , s i ti ene u sted i deas revolucionarias .

—Sí creo , creo en algunos . Además , ¿qué importa?Solo , con la verdad contra todo el mundo , en unaguard illa , estoy contento . Es muy consoladora y muydulce la soledad .

Acabaron de comer. Don Fausto v1 0 con cie rtasorpre sa que Pipot pagaba la parte del » viejo . Sali eron a la calle y cruzaron el bulevar—S i qui ere u sted , le acompañaremos—duo Pipot

a don Fausto .

—Bueno .

—S í , porque el señor Baduel está un poco del icado . Luego puede usted coger el ómnibus en el Odeón .

A don Fausto le entretenía la conversación delviej o , y y con gusto les acompañó . Tomaron por lacalle de Saint-Denis .

Hablaron de la pos ib ilidad de la guerra , y el seño rBaduel s e mostró patriota . Francia , España e Ital ia ,las tre s repúblicas y un idas , ese era su ideal .

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2 30 PÍO BAROJA

—¿De manera que u sted cree en el porven ir de

esos p aíse s .—Yo s í; quizá mi entus iasmo me engañe , pero

creo que s iempre s erá el Mediterráneo el foco de lacivil ización . Los bárbaros del Norte no llegarán aqu i tar a los pueblo s del Sur la hegemon ía que conservan por su humanidad y por su arte .

— S in embargo—repl icó don Fausto ahora parece que se puede decir que del Norte vi ene la luz .

Hasta el sociali smo y el anarquismo llegan de arri ba .

— S í,pero hab iendo nacido abajo .

—Y ¿qué le parecen a usted las ideas de KarlMarx?—¡El colectivismo i Eso e s la escolásti ca revolucio

naria. Muy científico , basado en las leyes económi

cas , yo no lo n iego , p ero eso no e s pol ítica; 10 primero que hay que hacer e s apoderarse del poder

,y

luego educar, educar y educar .Y el señor Baduel , con una palabra suave , persue

s iva , i n s inuante , desarrolló sus ideas , basadas en lafi lo sofía natural! El trataba de exclui r toda religión ,no sólo como función colectiva , s ino como acto ind ividual , y para consegu ir esto consideraba indispensable comenzar por una educación racional i sta , materialista , atea .

—¡Pero e l materiali sta e s tan po co consolador !

repuso don Fausto .

—Reprochar al material ismo la ausencia de consuelo—contestó e l viej ecillo con viveza es reprocharle una virtud . El hombre se consuela demasiadoy demasiado pronto .

Pipot se rió por 10 baj o , y don Fausto aseguró quedesde cierto punto de vi sta era verdad .

El viej o continuó la explicación de sus ideas . Para

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2 3 2 PÍO BAROJA

gos , que le encon traban en su rincón co si endo,

e scrib iendo o barri endo el cuarto .

Y contó el od io salvaj e que se hab ía desa rrolladoentre Barb és y Blanqui , do s consp iradores igualmen

te fanáticos , arroj ados y vali entes ; odio que habíaperdurado en la pris i ón , compartida por los dos durante años y años , y que había llevado Barb és acalumniar Blanqui . Y contó lo s sufrimientos , las

evasiones , las mil argucias para escapar de la Pol ic ia de es te viej o pál ido y flaco , que tenía la energíai ndomable de lo s grandes i tal iano s del Renac imiento .

Luego Pipot ex plioó los trabaj os que s e e stabanhac iendo : cas i todos los estud iantes de Medicina estaban comprometidos con Blanqui ; la gente de laori lla de Montmartre y de Bellevi lle hacía de nocheej ercicio s m il itares en los bu levares exte riore s ; todo ss e encontraban d ispuesto s echarse a la calle cuando el viej o loIba a sal ir el último ómnibus del Odeón , don

Fausto se desp id ió de Pipot y montó en el coche . Noiba nad ie en el i nteri or , y don Fausto cerró los oj os .

No podía olvidar Blanqui . ¡Es ta figu ra enigmática y mi steriosa , que p roducía horro r hasta entre losmismos republ icanos ; e ste hombre de tin ieblas quesab ía mane jar a los hombres como a pe ones de sdeel fondo de su p ris ión o desd e un

º recóndito escon

drij o , era aquel viej ecillo amable , modesto , sonriente ,d e voz fina y persuas iva !No , no tenía el tipo de ñe ra enj aulada con que l e

describ ían .

—¿Pero era humano aque l hombreP—p en só don

Fausto ¿Se puede ser humano no teniendo laspasiones , n i los vicios , n i las deb il idade s del restod e lo s mortale s?

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 2 3 3

Al parar el ómn ibus en el bulevar, don Faustos igu i ó hasta su casa a p i e .

La gente sal ía de los teatros , los cafés s e llenaban .

Y en este París rico y esp léndido , en que no s e hablaba más que de muj eres y de caballos , de luj o yde esplendores , se pre sentaba a la imaginac ión dedon Fausto aquel sér enteco y pálido , mezcla desantón , de Viej o de la Montaña , que fanatizabasus hombres , y de astuto conspirador i tal iano . Y s elo figuraba como un gnomo destructor, buscando la.manera de derribar la inmensa forta leza de la so

ciedad .

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XXVI

La temp es tad s e acerca

cuando la muerte del Víctor Noir , la ind ignación del pueb lo de París rebo saba .

Todo s los ciudadanos de armas tomar de Rellevil le , del faubourg Saint—Anto ine y del Temple ibandi spuestos a trasladar el cadáver del periodistamuerto por Pedro Bonaparte París .

Don Fausto vió lo s preparativo s m il itare s qu ehacía el Gob ierno , pres enció e l paso de las tropas ,l a ocupación por l a caballería y la artillería de loss itio s estratégicos , y le entregaron en la calle un es

orito q ue decía : <<Desconñad de lo s extranj eros y delo s e spías . »

Don Fausto era naturalmente prudente , y el avi sole dio más prudencia aún ; pero era también curio so ,y quiso enterars e de algo .

Se fue por los Campos El iseos hasta el Arco delTriunfo . El entierro de V ictor Noir era al mismo

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PÍO BAROJA

tion de la cand idatura al trono de España , pero ses eguía hab lando más que nunca de la guerra .

Según Clementina , no había nada preparado , elmariscal Le Boeuf era una nul idad comp l eta . A l afalta. de p reparativo s mil i tares se unían , según decíaella , l as intrigas de la corte ; la Emperatriz qUeríamandar en el ej ército como entre sus amigas , y deshac ía lo s p lanes militares a su antoj o .

—¿De dónde pod ia saber e sto Clementina?

Buscó don Fausto entre lo s amigos de Clementinaq u ién podría darl e es to s dato s , y comp rendió , por loqu e dij o Nin i , que era el alemán .

—Esta s e ha pasado al enemigo—pensó donFausto ; y , efectivamente , notó en varias conversaciones que Clementina manife staba una hosti l idadpor Francia un tanto extraña .

A pesar de los p resagio s de guerra y de revolución , el i nvi erno fue muy alegre ; hubo baile s , recepciones , conci ertos , fi estas de todas clases ; s e patinóen el lago del Bosque de Bolonia , y , para que nofaltase nada , hubo un crimen tan sensaci onal comoel de Troppmann .

El martes de Carnaval don Fausto fué a ver laproces ión del Buey Gordo a la pl aza de las Tullería5 .

El cortej o de carrozas y de máscaras desfiló porel Arco del Triunfo del Carrous el , y se acercó al

palac io s eguido por una regoc ij ada mu lti tud . El Em

perador, la Emp eratriz y el Príncip e aparec ieron enel balcón central .Las máscaras , desde sus carro s , hacían reverem

cias grote scas al Emperador. Este sonreía y saludaba , y la gente aclamaba al soberano .

—Hay Imperio para rato—se d ij o don Fausto .

En Jul io , tra s de alternativas s in cuento ; vino la

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 37

declaración de guerra . La gente , en las calles , s emostraba entus iasmada; en los bulevare s la animación era terrible . La buena sociedad suponía que losfranceses llegarían inmediatamente a Berl ín , con 10cual no s e interrump ía la vida de fi e stas y d iver

En los teatros , en los paseos s e o ía todas horasLa Ma rsellesa , las mismas mús icas mi l itare s la tocaban por las calles . El elemento revolucionarioe staba a la expectativa; algunos obreros y e stud iante s hab ian organ izado una manife stación al grito de< ¡Viva la pero la gente les acogi ó con pocas impatía , cons iderándoles como antipatriotas .

Todo el mundo comprendía que s i la victoria erapara los frances e s , el Imp erio se consol idaba aho

gando la. Revolución .

Llegó el verano y comenzaron a ven ir las noticiasterrible s , las catástrofes tras de las catá strofes . Umd ía don Fausto notó que su mujer no estaba en cas a ;al día s igui ente preguntó Nin i :

¿Dónde e stá la señora?No sé . El otro día sal ió , y no ha vuelto .

A la semana don Fausto recib ió uno carta de Ci ementina fechada en Francfort…Le enviaba un chequede tre s mil francos y le decía ún icamente qu e despidiera a las criadas , ce rrara la casa y s e fuera aE9paña, porque p robablemente los alemane s antesde poco s itiariam París . De e lla no le decía nada .

Sin duda se hab ía entendido con el alemán .

Don Fausto se alegró de que su muj er se marchat a, cobró su dinero , desp id i ó a los criados y no sefue de París; la pos ib il i dad de que los p rus ianos s itiaran la gran ciudad le parecía ri dícula . Como no

ten ía neces idad de aquella casa tan grande, l e parti

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2 3 8 PÍO BAROJA

cipó al amo que se mudaba ; pero éste , que no e5peraba alqui lar e l cuarto en aquella época , se lo dej ócas i por nada , a condic ión de que s iguiera viviendoen él al final izar la guerra .

Pilar y Aníbal s e marcharon a Niza , y Asunc1onse quedó en París . Su marido hab ía s ido enviado aEspaña con una misión conñdencial por Isabel II , yla hij a de don Fausto se pasaba la vida del brazo deYarze . Los días más terrible s del Imperio en que nollegaban a París más que noticias de catástrofe s yde calamidades , fueron para e llo s d ías alegres . No seenteraban de nada de cuanto pasaban a su alrededory su vida era como la de dos recién casados .Una tarde magnífi ca de Septiembre , don Fausto ,

al pasar por delante de las Tullerías , vió a Yarza queesp eraba en el j ardín mirando a una de las ventanas .

Don Fausto se acercó a él .

¡Hola ! ¿Qué hay? ¿Qué hace usted aquiP—le

d 1j 0 .

Yarze , dando señale s de turba01on , conte stó—Aquí estoy p ensando en lo s pocos días que les

queda de vida. a esa gente—y señaló el pabel l ón deF lora de las Tullerías .

—¡Cre e

—Ya lo verá usted .

En esto , en la puerta principal de las Tulleríasapareció una muj er y comenzó a bajar la e scal inata .

—No le he d icho usted— dijo Yarza un pocoazorado—que estoy esperando a su hij a .

—¡A Asunción !

—Sí. All á vien e .

Efectivamente , Asun01on se acercó a Yarze , y alver a su padre se lanzó a él confusa y le besó en lamej i lla .

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240 9 10 BAROJA

—¿Qué pasa , que hay tanta gente por equiP—p re

gunto A sunción .

—Es el efecto de la rendi01on de Metz—d ijo donFausto .

De pronto s e VIO que por la calle de Rivol i avanzaba una masa enorme vociferando y rodeando unbatallón de la Guard ia Nacional .

La gente e stá ya medio amotinada d l_]0

Yarza .

—¿Y adónde iránP—preguntó Asun01 on .

—Al Ayuntamiento probablemente—contestó donFausto .

—Vamos , vamos ver—y Asunc ion se agarró deun brazo de su padre y del otro de Yarze , y entraronlos tre s entre el gentío que llenaba la calle .

El tumu lto aumentaba y crecía por momentos ; lamult itud , como un río desbordado , marchaba por laancha calle , dejando en el a i re un estrép i to de gri to s ,de aplau sos , de aclamac iones .

Resonaba el redoble marcial de los tambores , y decuando en cuando se oía lo lej os el retumbar delcañón .

Aqué l era el París terrib le, el gran París de las revoluciones .

—¡Qué b i en ! ¡Qué b ien voy as i!—decía Asunción ,

dej andose l levar por en med i o de la multi tud .

A medida que avanzaban en la calle de Rivol i elgentío era mayor; la gente iba y venía impu l sada po rsus pas ione s baj o la lluvi a menuda y el cielo gri s ,como las olas del mar agitada s por el viento . Nuevosbatallones de guard ias nacionales marchaban haciael Hotel-de-Ville al compás de sus tambores .

Cerca de la torre Saint-Jacques vieron a Pipot, ydon Fausto l e llamó . Pipot, entre los grito s y esfuer

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 24 1

zos violento s , estaba rojo y afón ico ; le s e strechó lamano ; Asunción sonrió al verl e .—He oído hablar mucho de usted a mi padre

le dij o .

Pipot s aludó ceremoniosamente , ten iendo su sombrero levantado en e l aire durante largo tiempo .

Pipo t, rodeado de alguno s amigos , aconsej aba lacalma ; hab ía que invadi r el Ayuntamiento y echarpor la ventana a lo s burgues es , p ero cuando s e tuviera segura la partida .

A medida que obscurecía y se iba haciendo denoche , la calle tomaba un asp ecto más sin i estro , lastiendas s e cerraban , la gente hacia cola en las panaderias y carnicerías .

Al l legar don Fausto , Yarze y Pipot l a p laza dela Greve había obscurecido ; la ancha p laza estabanegra de gente ; en el Ayuntamiento re5p landecían

lo s cri stale s ; segu ía cayendo la lluvia tivi a y húmeda . La obs curidad parecía favorecer lo s falsos rumore s .

—¿Qué pasa? ¿Pero qué pa5a ?—p reguntaba todo

el mundo .

Nadie lo sab ía .

En esto un batallón , con Flourens la cabeza ,desemboco en la p laza y se ali neó delante de

_la ver

j a del Hotel—de-Ville . Era la gente de Bellevi lle,de

este Aventino pari s i ense , donde se han tramadotodas las consp i racione s soci al i stas de la granciudad .

—Es Flourens , es Flourens—s e o ía decir .¿Pero qué hacían dentro .

! Se ignoraba . Unos decíanque Flourens iba a detener a lo s m iembros de laDefensa Nacional ; otros , que ya estaba nombrado e lComité de Salvación Pública .

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242 PÍO BAROJA

¿Quiénes sonP—preguntó Pipo t al que p ropalaba e sta noti cia .

—Blanqui , Flourens , Delescluze,No me fío de Pyat— dij o Pipot .Pues te engañas , ciudadano .

—Conozco a lo s hombres—rep l icó desdeñosa

mente Pipot .El tumu l to comenzaba a decl inar, la fi eb re deere

c ía y lo s curio so s se marchaban . Batallones de soldados de la Guardia Nacional segu ían de sfi lando ydesfi lando por delante del Ayuntamiento .

—Vamos ya—dij o Asunción .

Estaba nerviosa , estremecida . Salieron de en med iode la multitud

,Asunción y Yarze tomaron un coche ,

y don Fausto s e fue a casa llevando en sus oj os laimpres ión de e ste crepúsculo que hab ía comenzadocon tanto e strép ito , ru ido , clamores , locura y frenesírevolucionario , y hab ía conclu ido en aquel de sfi l esombrío de batallones ante e l Ayuntamiento con lasventanas i luminadas , baj o la l luvia tibi a y monótona .

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244 PÍO BAROJA

¿A E5pañaP

No , Prusia .

Cuando comenzó el i nvi erno y no pudo ir a subarrio favorito , comenzó a sentirs e tri ste . No s ab ía

qué hacer . Le mole staba vivi r en aquella casa de lacal le de San Lázaro .

Su único amigo era el vecino fi lósofo : éste , opt imi sta prueba de catástrofe , creía que todo s e iba aarreglar en seguida , y hablaba con fe de subterráneos labrados en medio del campo , en donde de saparecería el ej érc ito pm siano , y de otra porción decosas igualmente fantásti cas .

Ten ia tamb ién don Fausto miedo de que l e tomaran por un esp ía , pues se daban casos de acusaciónde esp ionaj e s in motivo alguno , lo que atraía sob ree l de sdichado a qu ien adornaban con este samben ito el pel igro de ser apaleado o detenido .

La soledad , el ai slamiento en que vivía don Fausto 1e quitaban todo el valor .Paseaba continuamente por lo s bulevares y por la

call e del Faubourg Montmartre , que por la nochee staba an imadís ima , y era como el último refugio deperdido s y de hampones .

Esta serie de restaurantes y de tabernas de la call edel Faubourg Montmartre

,el olor conti nuo grasa de

los s itio s donde se gu isaba , l e mareaba por comp l eto .

Las muchachas de tacón alto , con lo s lab io s y lo soj os p intados , le detenían agarrándole del brazo , yél las invitaba a entrar en el café algunas veces .

Don Fausto se codeaba con aquella gente paratener compañ ía . Algunas vece s se sentaba en lo sbancos del bu l evar entre viej as mendigas y vagabundos de chaqué gras iento para. fratern izar conalgo , aunqu e fuese con la miseria .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 245

Una noche en el faubourg Montmartre don Fausto s e encontró con Nanette , de gran sombrero y traj ellamativo .

Ella fue i nmediatamente saludarle y l e proguntó por el e8pañol j oven , por Yarza .

—Está b ien—conte stó don Fausto .

—Dígale —comenzó deci r Nanette , perose avergonzó y murmuróz—me voy .

—Acompáñame un momento .

Nanette le acompañó a don Fausto hasta su casa .

—Sube—le dij o don Fausto estoy solo , acom

páñame .

—¿No tiene usted famil ia?—No ; se ha marchado . Anda , sube .

Nanette e staba perp lej a .

—No , no tengas cu i dado—d 1jo don Fau sto yo

no quiero tus cari cias , n i tu belleza , no ; yo noquiero más que algo de cari ño .

Y don Fausto terminó la frase con un sollozo .

Nanette le siguió , sub ie ron la escalera , abri ó d onFausto la puerta y entraron los dos .

Nanette quedó sorprendida a l ver una casa tangrande y tan lujosa .

Quitate el sombrero—le d 1j o don Fausto—yesos c irculos negro s de los oj os y e se carmín de lo slab ios .

Nanette se quitó el sombrero , s e lavó la cara y s earregló el pelo como en la época en que la habíaconocido don Fausto .

—¿Estoy b ien asíP—preguntó .

—¡Muy bien !

Revolvió don Fausto los armario s hasta que en

contré una bata elegantisima que dió a Nanette paraque se la pus iera .

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246 PÍO BAROJA

Luego encend ieron e l fuego y charlaron largorato . Con el calor de la lumbre

,Nanette comenzaba

a cerrar los oj os .—S i tienes sueño , acués tate—le d ij o don Fausto .

¿En dónde ?Aquí .

¿Y usted ?Yo me iré a mi cuarto .

Entonces me voy a la cama .

— Cuando estés acostada vendrá a ver s i neces itas algo .

Nanette se acostó y don Fausto entró a verla . Lamuchacha estaba algo sobrecogida . Don Fausto learregló el embozo de la cama .

¿Estás b ien asiP—1e dij o .

S i, muy b ien .

—Pue s adiós , hasta mañana—y la b esó en lafrente .

Al día s igui ente Nanette se levantó temprano ,

hizo el desayuno,y luego

,por indica01 on de don

Fausto , fueron a ver Pipot . Al llegar a la calle Ga1ande , Nanette no s e atrevió a acercarse a su antigua casa .

—Dígale u sted a mi madre que me ha vi sto usted ,a ver qué dice .Don Faus to entró hasta el patio obscuro y hume

do y preguntó a la portera por Pipot .—Se h e. mudado aquí cerca

,a la call e del Hote l

Colbert—dij o .

—He vi s to e l otro d ia Nanette—anad io donFausto al desp ed irse .

—No me hable usted de el la . Para mí como s i nofuera mi hija .

Salió don Fausto .

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248 P ÍO BAROJA

ri sas . ¡Como s i él no Sup i era que Enrique V e stabaen Versalle s !

¡Como s i no se sup iera que aquellos soldados eranlo s vendeanos de Cathelineau que venían restau

rar el despotismo !

¡Como s i no s e sup i era que el ej erc ito llevaba unabandera blanca y gritaba : <Viva el Rey ! » ¡J a…

ja !…—¿Y los amigosP—le preguntó don Fausto .

—¡Los amigos ! ¿Quiere usted que le diga una

cosa? Pues b ien , s e lo di ré a No son puros .

—¿No ?

—Además son ignorantes . Están metidos en el

callej ón Salemb iere de su ignorancia .

El recuerdo de este cal lej ón , que era un huecosucio y estrecho entre do s casas de la calle de SaintSéverin , no pod ía s er más oportuno , porque en aquelmomento pasaban por delante de él .—¿Y GambettaP—preguntó don Fausto Usted

no cree que Gambetta , ¿eh ? .—No , no es de lo s puros .

Aquellos proced imientos de Gambetta no le gustaban . El quería la revolución a su manera : uno scuanto s hombres dec idido s

,con su santo y seña , su

puñal y su misterio , y luego un Gobierno de energía ,un poco a la i taliana .

Pipo t veía que se sup rimían cosas importante s , las soci edades secretas tendían a desaparecer ,no se juraba sobre una calavera , n i lo s afi l iado sa un complot se enmascaraban . Todo se queríahacer s in pel igro y s in miste rio . Era la decaden

cia de las revoluciones ; luego no se contaba conBlanqui .

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 249

—Es verdad—duo don Fausto S e oye hablarpoco de él . ¿Qué hace ?—No me hable usted—dgo Pipo t ¡Imbéci les !

¡canallas ! No han querido elegírle miembro del

Ayuntamiento . Han separado su nombre . Ni lo s comités de la p laza de la Corderi e 10 han querido , y

yo le he v isto al viej o llorando . ¡A él ! ¡A Blanqui !—¿Y dónde e stá?

—No sé dónde está .

Pipot no es taba contento . Aquel 4 de Sep ti embrepacífico y burgués no l e hab ía sati sfecho . El queríaotra cosa más retumbante , más trágica .

En el fondo , su alegría de'

merid ional le hacíacomprender que

,qu itando de una revolución o de

una intriga pol ítica la parte p intoresca y sentimen

tal : el grito , la canción , el misteri o , la fras e enérgicay rotunda , quedaba tan poco , que no val ía la p enade ser revolucionario .

Habían sal ido al bulevar Saint-Michel .—¿Vamos al Luxemburgo ?—preguntó don Fausto .

¿AdóndeP—dij o Pipot .

Aqu í , al j ardín .

¡Ah i ¿Hay un jard ín aquí?No ; creo que no .

Entraron . Los árboles e staban todavía sin hojas ,en el e stanque jugaban lo s chico s con sus barquitas ;e l dome sticador de gorriones

,vestido de guardia na

cional , con el fus i l al hombro , echaba m iguitas depan a lo s revolto sos pájaro s .A Pipot le pareció el espectáculo muy gracioso .

—¿Quiere usted veni r a comer con nosotrosP—dij o

don Fausto Pipot .—Bueno ; aunque le advi erto usted que tengo

en casa unas magn íficas lente jas , que estarán ya

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250 PÍO BAROJA

cocidas . Estoy pasando los días de l s itio admirablemente . Con las lentej as y uno s fras cos del d igestivoB londell , vivo hecho un príncip e.

Pues en casa hay huevos y carne .

¿De veras?Sí .

¡Ahi Entonces , vamos . ¿Habrá algo para Ca

p z'

tán .º

—¿No ha de haberP—duo don Fausto ¿Pero

dónde es tá Cap z'

ía'

n ?—Se habrá quedado a la puerta .

Efectivamente , allí e staba . Tomaron el ómn ibus ,Capz

'

tá7z s e e scondió debaj o del banco,l legaron a

casa de don Fausto,y Nanette guisó sati sfacc ión

de todos ” .

El día de la entrada de los prusianos en París fueun d ía s in ies tro ; la multitud estaba i rritada , d ispuesta a lanzarse a un acto de desesperación .

Una noche de Marzo , Pipot, que había tomado laco stumbre de ir, cuando le apretaba el hambre , acomer a casa de don Fausto , se pre sentó muy reservado y misterioso ; pero como era un charlatán en

d iab lado , contó al momento todo 10 que sab ía .

S e preparaba una gorda; el Gob ierno quería desarmar a l a Guard ia Nacional y quitarle los cañones .

La gente estaba p reparada a no dej ars e engañar.Por 10 que afi rmó Pipot, ya no se trataba de una

tentativa parcial como la del d ía de la cap itulac iónde Metz

, n i tampoco de un movimiento irreñex ivocomo el de Enero . Ahora ten ían la s eguridad de léx i to .

Al día s iguiente se conocie ron los acontecimiento sde Montmartre , y don Fausto , Nanette y P ipot fueron a contemplar los cañone s que lo s soldados de la

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P ío BAROJA

Desde ella s e ve ia Paris , bajo un cielo claro , l igero ,l leno de nubes azule s . Un sol dorado se derramabasobre sus infinito s t ej ados .

—Vamos almorzar—dgo Nanette .

—Vamos .La muchacha sacó del cesto las provis iones y

todos se sentaron en el suelo .

—Esto no puede ser— dij o Yarze Es un movimiento s in d irección . Hay una mezcla de partidario sde la Internacional , de patriotas exasp erados , dejacob inos, de anarqui stas , de federales , que no puedeterminar en nada bueno . Esto ha de ab01t ar necesariamente por desorden .

P ipot no cre ía lo mismo ; por el contrario , e sp eraba que desde allí la Revolución Social correría porFrancia y po r el mundo entero .

Yarze , comprendi endo que Pipot era un iluso debuena fe , no quiso d iscutir con él . Nanette mirabaa Carlo s con entus iasmo y se ruborizaba al hablarle .

Almorzaron , y luego estuvi eron s i lencioso s contemplando París . Había una parte de c ielo lej anaenturb iada por una bruma tenue , y otro e spacio azul ,de un azul claro y suave . Una gran zona de tej adosbri llaba al sol , mientras otra quedaba en sombra .

A veces , en el manto p lomizo de una nube seabría una estría de luz que se iba ensanchando yabriendo , y por l a boca de bordes nacarino s sal íanhaces de rayos de sol , y brillaban nuevos luceros ,tragaluces y lucernas sobre lo s tej ados gri ses . Elbril lo de esto s cri stale s y de las p izarras humedecidas entre lo s mile s de chimeneas , daba la impres iónde un suelo pantanoso lleno de e stacas negras .

Se o ía un rumor de la inmensa ciudad s emejanteal mugid o del mar , y aquella gran resp i ración del

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 253

pueblo parecía brotar al mismo tiempo que las columnas de humo blanco sal idas de las ch imenea s ydi sueltas pronto en el aire .

Baj aron del cerro de Montmartre . En lo s bulevare s exteriores todo era an imación y movimiento .

Las tabernas estaban llenas . R i bulevar de Sebastopol parecía una feria . P ipot y Yarze dij eron quetenían que hacer, y fueron junto s hacia e l Chatele t .Nanette

,s i lencio sa mientras estuvo en pres encia

de Yarza , comenzó a hablar de él en seguida que s emarchó .

Luego qued o tri ste y p ensativa .

AI domingo sigu iente, Pipot , don Fausto y Na

nette , después de almorzar juntos , tomaron el omnibus en la e stac ión de San Lázaro y bajaron en lacalle de Rivol i . Pensaban presenciar la toma de pose s ión de lo s consej eros de la Commzm e. A medidaque s e acercaban al Ayuntamiento , el gentío eramayor. Por lo s grupo s sup ieron que la ceremonia severificaría las cuatro . Desfi laban los batallone s dela Guardia Nacional al son de sus músicas , con susbanderas roj as y sus delegados que llevaban en lamanga un lazo de l mi smo color. No se podía entraren la plaza , interceptada por los soldado s y las barricadas .

Don Fausto , Pipot y Nanette dieron vuelta por lo smuelles , pero todo estaba lleno de gente y no pudi eron acercarse .

En esto , dominando el murmu llo de la multitud ,resonó un redob1e de tambores .—Es el Comité que vi ene—se d ij eron unos a otros .

De pronto se oyó un cañonazo ; luego otro . Eranlas salvas . Hubo un momento de s ilencio ; despuésLa M'

a rsellesa , tocada por todas las músicas , estal ló

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254 PÍO BAROJA

potente ; e l himno revolucionario , terrible y maje stuo so , se levantó en e l ai re en medio de inmensasaclamaciones , y volvió trone r e l cañón entre lo sgritos y vivas de la mul titud entu siasmada .

—Vámonos ya—dij o Nanette porque para 10

que vemosEra muy difíci l atravesar aquella multitud , y a

don Fausto s e le ocurrió tomar e l barco en el muell edel Ayuntamiento y bajar donde ya no hubieragente . Al mismo tiempo que ello s entró en el vaporcito una compañía d e federados con una banda decornetas y de tambores y una bandera roja . Se pus ieron en la popa del vapor, y cuando éste s iguió sumarcha , comenzaron a tocar aire s mil itares muysonoro s .

Al pasar por debaj o de los puentes resonaban lostambores y las com etas co n un estrép ito formidable ,y toda la gente que iba en e l barco reía .

—¿Quiénes souP—preguntó una vi ej a a don Fau s

to , señalando a lo s soldados .

—Son de lo s que vienen de jurar la Commzme .

La viej a s e encogió de hombros . No sabía qué erala Commune.

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256 PÍO BAROJA

mune, dueño de un fonducho en el bulevar de laVille tte , y all í se fueron don Fausto y la muchacha .

Estuvieron ambos e sperando a que el comprado rse l levara lo s muebles de la casa , y al anochecer s eencaminaron en busca del nuevo domicil io .

Había en la calle una vaga niebla rosácea que envolvía los faroles como en un nimbo .

Cruzando varias veces sal i eron al bulevar Rochechouart, y de aqu í s e encaminaron por el de la Chap elle , que se hallaba des ierto . París en esta época estaba tri ste por todas partes ; en lo s bulevares ex te

riores y de noche , daba la impres ión de un puebloinhab itado . Por aquel bulevar sól o de cuando encuando pasaba algún hombre , de p ri sa , con el cue110 del gabán levantado . El viento era frío ; largostrechos brillaba apenas la lengiíecilla de fuego de unmechero de gas .

Sigu ieron adelante por el bulevar don Fausto yNanette , algo asustados ante la ob scuridad y el s ilencio .

A l a derecha , entre la bruma , vieron los andenesde una e stación enorme , l l enos de luces , y en elsuelo negro las vías del tren , que se entrecruzabanhúmedas y bri llantes . Se o ía el s i lbido de las locomotoras y la trepidación fatigosa de una máquina entens ión .

Pasó un tren por debaj o del bulevar con el e s trep ito de un terremoto , y la fi la de vagones moj adospor la bruma desapareció en un instante . El fonducho del amigo de Pipot estaba a mano izquierda ,marchando hacia la Villette ; y se llamaba el León dePlata . En el p i so baj o tenía una taberna .

Entraron . El patrón , vestido de guardia nacional ,d i scutía en una mesa con otros violentamente . En

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 257

un rincón,una muchacha y un soldado hab laban

Ella era bonita ; él más guapo aún , con un tipo deni ño de coro encanallado , con sus melenas rub ias ysu kep i s torc ido hacia l a orej a . Los dos estaban borrachos . Ella le insu ltaba y él la agarraba del cuellocomo con intención de estrangularla , y luego seechaba hacia atrás y se re ía .

Don Fausto llamo al patrón para exp l icarle lo quequería .

—¡Ah , s í , s í ! El ciudadano Pipot me ha hablado

de ti . Ahí tienes las l lave s , ciudadano .

Sub i eron al cuarto , que e staba modestamenteamueblado . Nanette arregló las camas y se acostaron . Don Fausto se alegró del traslado . A ll í se s entía protegido .

En los días s igu ientes , don Fausto y Nanette sededicaron curiosear . Todos lo s días había un es

p ectáculo nuevo y extraño : la construcción de unabarricada por muj eres , 0 el ver a los guardias nacionales que lavaban su 1 0pa en e l p ilar de la fuente de la plaza Pigalle .

En los bulevares , lo s ofi ciale s de la Commune

charlaban en las mesas de lo s cafés ; vece s s e ve íaun garibaldino vestido de roj o que pasaba galope ,o una compañía de federados que marchaban conpanes de munición clavados en las bayonetas .

Don Fausto iba muchas veces a pasear al bulevar de la Villette . Este canal de la Villette , con suestanque cuadrado lleno de gabarras , l e producía ungran encanto ; l e daba la impre sión del canal de unaviej a ciudad flamenca . En aquellas barcazas y en lascasas fl otantes , la gente charlaba y discutía de lascuestiones polít i cas del momento .

En todas partes se hacían cábalas acerca de las

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PÍO BAROJA

probabi l idade s de éx i to del Gob ierno popular. Sehablaba de Flourens muerto sablazos ; de lo s pris ioneros fusilados por ci entos en Versalles ; del val iente Dombrow ski ; de la magnánima Luisa Michel ;de la muj er del mini stro Jourde , que iba a lavar al

río mientras su marido trabaj aba en el Min isteri o .

Ciertamente que entre toda aquella gente hab íafarsante s , aventureros , que no pensaban más que ensus p laceres , tipos afi cionados a lo s unifo rmes visto sos y a las i ndumentarias fantásticas ; pero el pueblo olvidaba todo esto en gracia de la buena intención .

Al p i e del cerro de Montmartre y en la p laza de

San Pedro se reunían muchas familias de comun is

tas ; los chicos jugaban , las muj ere s trabaj aban . Tenía aq uello un aire de aldea .

Um día. don Fausto y Nanette , acompañados deuna vecina del León de Plata , a la que l lamaban laRoj a , fueron a uno de los concie rtos populare s queel doctor Rousse lle hab ía ideado dar a benefi cio delos herido s de la Guardia Nacional en los salones delas Tullerías .

La gente del pueblo s e daba el gustazo de pasearse po r cincuenta céntimos p or la sal a de los Mari scale s y por el j ardín re servado , m ientras la mús icatocaba invariablemente La Ma rsellesa . En las carasde los esp ectadore s y curio sos se notaba una mezclade alegría y de temor. Se comprendía que la gente

pobre no es taba muy segura de ser igual a los príncipes y a. los podero sos , porque sólo los muebl esusados por ésto s les infundían re speto .

Un día don Fausto s e vió desagradablementesorprendido al ver Pipot ve stido de guardia nac ional . Volvía por la calle con el fusil al hombro

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260 PÍO BAROJA

aquel momento un cañón , que de ese s i ten ía la se

guridad ab sol uta de su efi cacia .

A mediados de Abri l comenzaron las malas noticias para lo s pari s ienses ; el pequeño Thiers había.decretado el exterminio y la matanza .

La Commune entraba en el período agónico ; portodas partes s e o ían toques de corneta; retumbabaconstantemente e l cañón .

Una noche P ipot vino con la noticia de que Carlo s Yarze hab ía s ido elegido jefe de una de las le

giones .

Don Fausto no comprendía cómo Yarza se al i stabaentre las tropas de la Commune, cuando todo el mundo veía que el Gob ierno popular marchaba al fracaso .

Nanette,s i emp re p ensando en Yarze , iba a bus

carl e y luego llevab a noticias suyas don Fausto .

Don Fausto , mientras e staba cerca de su cas a .

f1 ngía andar con difi cultad , apoyado en un gruesobastón; luego , cuando en los días suces ivos vió quenad i e s e ñjaba en él , fue alej ándose , y ya lej os marchaba de prisa

,entre ri sueño y avergonzado de sus

farsas .

Un día tomó por la call e del Faubourg Sain tMartin . Iba dando gus to a lo s oj os contemplando lasmuestras y enseñas tan abundan tes en esta calle , lasbanderas raídas , lo s e standartes roj os de las tintorerías , lo s faroles de lo s hotele s , las e strellas d emuchas puntas y de distinto s colores de las ti endasde barn ice s y de p inturas , cuando vió un gran tropel de gente que se estacionaba delante de la igles iade Saint-Nicolas—des—Champs .

Se acercó a ver qué o curría alli ; preguntó a unoque estaba a l a puerta qué pasaba , y le contestaronque hab ía una reuni ón públ ica .

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LAS TRAGED IAS GROTESCAS 26 1

Entró don Fausto , por curi o s idad . La igles ia estaba de bote en bote ; la. mayoría del público lo formaban los soldados de la Guardia Nacional , que conlos kepi s puestos , s entados en las s illas y en los bancos , fumaban y comentaban lo dicho por los oradores . Hab ía también muchas muj ere s , viej as exaltadas

y algunas j óvenes con n iño s de p echo en brazos .

El pres idente d e la reunión , derecho , al p i e delaltar

,con la campanilla de ayudar a m i sa , colocada

en un recl i natorio , d irigía los debates .

Cuando entró don Fausto , un orador desde el

púlp i to estaba acabando su d i scurso—París—decía—será la Jeru salén Nueva , la Roma

de la humanidad emancipada . De París correrá porel mundo la Revolución Social l imp iando para s iempre el planeta de reyes , de usureros y de curas . Y s ilos vendeanos de Versalle s qui eren apoderars e denuestra ciudad para imponerla de nuevo el despotismo , antes arruinaremos París y lo haremos saltar enmi l p edazos .

Una tempestad de ap lausos acog10 las últimaspalabras del orador .—¡Viva la Communal—gritó a lgu i e n .

—¡Viva !—y este gri to se levantó en la igl es ia de

una manera tan terrible , que las vidrie ras y la naveparecieron retemblar . Don Fausto , e s tremecido , sal ióde al l í en segu ida .

En lo s días s iguientes, viendo que nadi e se fij abaen él , s e alej ó s in precaucione s del bulevar de la.Villette y se echó a andar por las calle s .No conocía aquello s barri os y para él todas eran

sorp resas . La primera vez que vió el Marai s y laPlaza Real le parec ió entrar en un pueblo nuevo .

Nunca había paseado por allá.

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262 PÍO BAR0 ! A

Aquellas calle s ántiguas parecían de una ciudadabandonada; nadie trans itaba por el las ; lo s balconese s taban cerrados , y sólo algún tipo de renti sta ,grueso , roj o , con patillas , vestido con bata y gorrogriego , asomaba una ventana a ver s i pasaba algoen la calle .

Estos tienen más miedo que yo—pensaba donFausto .

Al argando sus paseo s , callej eó también variasveces por la parte comprendida entre la Plaza Real

,

e l río y el Hotel-de-Ville . Hab ía por allí un barri oj udío , un verdadero glzeí ío . Las tiendas tenían letrashebreas en las muestras . S e o ía hablar alemán , rusoy p01aco . Cas i todos lo s tipos que andaban por estascalle s eran j o robado s y contrahechos , pálido s y d eoj os muy negro s .

Cerca de la calle de lo s Judíos y de Ro s i ers,y

entre la de Saint—Antoine y el río , hab ía unos pasad izos to rtuosos , negro s , con algún farol de p etróleoque colgaba de una cuerda .

A don Fausto le gu staba pasear por lo s barrio sl ej anos y ver e l a 5pecto que presentaban en mediodel fragor de una conmoción popular como la Commzme.

Um día fue a la p laza del Trono . Había allá unagran aglomeración de barracas y de carro s de titiriteros , de eso s que ti enen su tej ado , su chimenea ysus ventan itas cuadradas . Toda aquella poblacióntrashumante e staba detenida en París por la guerray la revolución , como los barco s metido s en unpuerto en días de tempe stad . En una de las barracasse exhib ían figuras de cera rep resentando las víctimas id e Tr0ppmann y un grupo del as es ino , el verdugo y sus ayudante s en la guil lotina .

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264 p io BAROJA

p intado esquemáticamente una gu i llotina , y debaj o<Para Lofñat . »Don Fausto no ten ía ti empo para gozar de sus

descubrimiento s ; a cada paso ven ían noticias de unpróximo asalto o de la entrega de un fuerte , y nohab ía manera de vivi r tranqu i lo .

Um día , al volver hacia casa por la call e del Chateau d '

Eau, varias muj ere s l e detuvi eron y l e obl igaron a tomar parte en la construcción de una barricada . Unos cuantos hombres armados de palancasarrancaban ráp idamente lo s adoquines , y una fi la decuriosos y de muj eres los iban pasando de mano enmano .

La barri cada crecía con una rap idez enorme ; decuando en cuando alguno de lo s constructores llamaba a una vendedora de café , que le s ervía unataza , y seguía su obra .

Dando órdenes y obs ervándolo todo , vestido deuniforme , e staba R inaldi , e l viej o cabetista i tal iano aquien don Faus to hab ía conocido en la taberna delPadre Lunette .

Cuando desemp edraron media calle , R inald i d 1j 0lo s curiosos reten idos all í que podían marcharse,

y a don Fausto se le qu itaron con aquel ej ercic io las

ganas de alej ars e de cas a .

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Al princip io y al fin

AS noticias ib an emp eorando por d ias . Algunos0ptimistas aseguraban la impos ib il idad de

que las tr0pas versalle scas entraran en París , p ero lamayoría comenzaba a creer que la victoria del ej ercito regular era inminente . La Commune había ten ido el poco tacto de expulsar a lo s hombres que p oseían ap t itudes mil i tares , como Cluseret y Ross el , yse veía s in plan de defensa alguno .

El Comité de S alvación Pública l lamaba a todo slos ciudadano s a las armas .

El que , s egún Pipot , demostraba una energía extraordinaria y un talento militar poco común , eraCarlos Yarza .

Por consej o suyo , y marchando él a la cabeza , sehab ía dado un ataque vigoro so entre Saint-Ouen yAsniere s , ataque que fracasó por la falta de unidaddel movimiento y por no haber s ido b ien secundado .

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266 PÍO BAROJA

Las compañías de federados comenzaban a quedar en cuadro , más que por las bajas por las deserciones : todo el mundo comprendía que el ñnal de l aaventura se aproximaba .

Una noche estaba don Fausto en su cuarto leyendo a la luz de una vela uno de los pocos p eriódico sque se publ icaban en París en esta época , cuando oyó ru ido de paso s y golpes en la puerta . Abri óy se encontró con Carlo s Yarza , vestido de uniforme .

—¿Qué hayP—le p reguntó ¿Qué l e pasa a usted ,

Yarza?—Vengo—dij o Carlos—para que dentro de uno s

días , cuando s e haya acabado esto , envíe usted es

tas do s cartas : una es para Asunci ón , la otra paraPaul in a Acuña .

—Pero ¿qué s e propone u sted , Yarza ? ¿Para quél levar tan lej os esta locura? Todavía pue de ustedsalvarse ; escóndase usted .

—No , no puede ser. Adiós , don Fausto .

—¿S e va usted ya?—S í ; abaj o es tá Pipot . S i qu iere u sted

Bajó don Fausto hasta la taberna renquean do másque nunca . Con Yarza habían venido P ipot y SaintPreux ; ambos hab ían desp legado un pl ano de Parísy di scutían p royecto s d e defensa .

Don Fausto les estrechó la mano .

—¿Es que están lo s enem igos ya cercaP—pregun

té don Fausto .

— Sí—contestó Pipot ahora verán 10 que esbueno .

—De su estúp ido París no va a quedar n i recuerdo—excl amó Saint-Preux exaltado , dando un punetazo en la mesa Hemos querido conv e rt i r este

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9 10 BAROJA

Nanette comenzó a l lorar . Don Fausto comprend 1 oque la deci s ión de aquello s hombres era inquebrantab le . Se acostó y no pudo dormir. AI pensar en es taformidable J acqueria formada por todos lo s exaltados de Europa , que intentaba destrui r una de lasciudades más i lustres del planeta , don Fausto temblaba .

¿Qué iban a hacer aquellos hombres? ¿Qué horriblep royecto acariciaban ?Durante vario s días , don Fausto estuvo amilana

nado , nervioso , s in atreverse a sal ir de casa . Namette buscaba Yarza por la calle s in miedo a lo s ti ros .

Una noche don Fausto se de5pertó so bresaltado ;por la ventana entraba una vaga claridad . Se levanto y abrió e l balcón . La casa de enfrente bri llaba conun resp landor roj izo y s in i estro . Volaban por el ci eloinmens id ad de chispas que sub ían en el aire y quedaban inmóviles un momento , confundiéndose conlas e strellas , y caían después como una lluvia den ego ” .

Hab ía comenzado el i ncendio de París ; de cuandoen cuando se o ía rumor lej ano de cañonazos y p a

saban por el cielo escarlata nubarrones negros y ro

j o s como grandes bas i li scos amenazadore s nadandoen un mar de fuego .

Don Fausto , sobrecogido , e spantado , estuvo largotiempo en el balcón . Comenzaba el aire a ole rhumo ; por la calle , bultos negros pasaban de pri sano se distinguía s i eran curiosos 0 soldados . Rasgabael s ilencio un toqu e violento de corneta y se oíai ntervalos las descargas de fus ilería .

La noche era trágica; el ci elo , apocalíptico , amenazaba con implacables horrores .Don Fausto , temblando , cerró la ventana ; com o

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 269

las cortinas , s e metio en la cama y s e tapó la cabezapara no ver n i oír nada .

Ya comenzaba el fin de Sodoma; París iba a serreducido a cenizas y don Fausto esp eraba a cadamomento la catá strofe ñnal que acabara con todos .

La noche entera estuvo tronando el cañón y durante vario s días continuó el i ncendio .

Nanette , que sal ía a la calle y s e mezclaba entrelas tropas de lo s do s ej ército s , s i emp re preocupadapor Carlos , contaba a don Fausto cómo lo s comumi stas iban retirándos e medida que lo s versallesesdeshacían las barri cadas a cañonazos .

Las mujeres s e batían como leone s,y en la reti ra

da iban incendiando las casas . En la ori lla del B i evre , cerca de la Butte- aux-Cailles , la batalla hab íadurado treinta horas seguidas , hasta que , reforzadoslo s versalleses con tropas de refre sco , hab ían asaltado las pos iciones de lo s enemigos .

Una noche , Nanette vino con l a noticia de quetodo había terminado ; lo s último s defen sores de laCommune iban serlan iquilados en el cementerio dePere Lachais e y en los altos de la Butte-Chaumont .Nanette no pudo cerrar lo s oj os en toda la noche .

Por la mañana muy temprano se d ispuso a sali r .—¿Adónde vasP—le preguntó don Fausto .

—Voy a ver s i le encuentro—conte stó Nanettequ izá está herido o o muerto .

—Iré contigo—dij o don Fausto .

—Venga usted en seguida , no hay que p erderti empo .

Salieron lo s dos . Iba amáneciendo . El pueblo dormía en el crepúsculo , baj o el cie lo blanquecino quese sonrosaba . Sigu i eron por el bulevar de la Villetede p ri sa . Se veían en el estanqu e lo s másti le s de las

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gabarras . Tomaron por el camino de Belleville hac iala Butte-Chaumont . No habían andado más que uno spasos por e l camino , cuando un soldado les mandód etenerse . Venía hacia e l bul evar un grupo de co

muniste s custodiados por la tropa . Cas i todos ibans ucios , destrozados , las manos negras , la mirada al

t iva. y huraña . Alguno s eran golfos s iniestro s , merodeadores y ladrones . Había en el grupo una vi ej aal ta , fl aca , con un pañuelo roj o a la cabeza , que insul taba a los soldado s como una furi a, y una niñade quince di ez y se i s años . Al pasar el grupo , donFausto se encontró con la mirada de Pipot , y donFausto tembló y desvió la vista . Pipot ib a negro dela pólvora y del humo , sus ojos re splandecían , y enel s il encio general gritaba levantando la p ipa enel aire :—¡Abaj o los reye s ! ¡Viva la Humanidad i—Nadie

le contestaba .

Nanette , al verle , corrió a su lado y se metió entrelos pris ionero s y le habló . Le iban fusilar—Llévate Cap z

'

tán—le dij o P ipot señalandole el

perro , que andaba entre sus p i ernas .

Nanette le echó las manos , pero no le pudo coger .—Bueno , déj ale ; no qu iere .—¿Y el e spañol ? ¿El e spañol j oven? preguntó

Nanette anhelante .

—Ha quedado en el cemente rio del Pere Laohaise . Al lá habrá muerto . Hemos dej ado b ien el pab ellón , ¿eh?Un soldado que V IO Nanette fue sacarla del

grupo .

—Bueno . ¡Adiós l—dij o Pipot .

Nanette,l lo rando , l e pre sentó la mej illa Pipot,

qu i en la besó ráp idamente .

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272 910 BAROJA

Dos camillero s pasaron llevando una camilla . Nanette l e s p id ió que le dejaran ver al que ll evaban

,

pensando s i s ería él . Era un hombre muerto , debarba , pálido , con el uniforme empapado en sangre .

Nanette quería ver, registrar todo el cementerio ;don Fausto no se 0puso ; comenzaron a recorrer lasaven idas hasta la parte alta . Alguno s mausol eo s estaban destrozados , las flore s p isoteadasUm empleado les dij o que ya hab ían re

'

cogido losmuertos y heridos .

Nanette , de sconsolada , s e echó a llorar .Don Fau sto , rendido , s e sentó en un banco .

El sol comenzaba a calentar; hab ía en el aire unolor acre de primave r a

,mezcla del p erfume de lo s

cipres es , de la humedad de la ti erra y de lo s macizo s de hierba florecida . El aire fresco de la mañanahac ía temblar las ramas de los árboles , llenas dehoj as nuevas , y entre el follaj e comenzaban p i arlo s páj aros .Don Fausto estuvo un momento descansando , con

la vista en ti erra,acongoj ado , oyendo el sollozar

co ntinuo de Nanette .

—¡Pero , cálmatel—l a dij o , y se levantó y miró

hac ia adelante . Desde allá arrib a se veía París bajoun ci elo pál ido y nublado . Um gran s ilencio s e de sp rendía de lo s miles de tej ados de la gran ciudad .

Salían humaredas negras del Louvre y del Hote lde-Vill e que se cern ían sobre las casas . Cuando elaire empuj aba estas humaredas s e veía la columnade Julio, y en el fondo , a lo l ej os , la alta cúpula delPanteón

,de un azul suave como el de una nube .

El sol enroj ecía lo s tej ados y las chimeneas humeanteS o

'

Parecía que el pueblo entero comenzaba a olv1

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LAS TRAGEDIAS GROTESCAS 2 7 3

darse e n un momento de la tragedia para vivir suvida normal .Sólo aquel las vagas humaredas eran el testimonio

de la lucha…Allá , entre las tumbas , acorralados , s e habían de

fendido como fi eras lo s últimos comunistas ; a llí hab ían peleado rab io samente lo s locos contra lo scuerdo s , lo s hombre s de un ideal l ej ano contra lo shombres de orden ; desde allí hab ían p resenciado laagonía de su gobi erno demagógico y habían vi stoParís convertido en un volcán en erupción , rodeado de llamas , e scup i endo fuego como un dragóngigantesco , mientras la bandera roj a ñameaba ene l aire .

Don Fausto , an te la c iudad todavía humeante porel i ncendio , y ante la primavera que palp i taba en e la ire , pensó con una gran clarividencia .

No ; aquella gran concepción de la Ciudad l ibre ,de la Ciudad Estado , de la Ciudad soberana , cunade las artes , glo ria de las antigii edad , no moriría e nla Commzme; volvería a renace r de sus cenizas ;volvería , unida a todos lo s intentos de emancipacionhumana , a dominar sobre la gran me trópol i y a se re l principal factor de la Revolución futura .

¡Cuán ta sangre ! ¡Cuántas catástrofe s como aquéllano serían indi spensables para fundar la Ciudad sobre la justicia y sobre e l buen acuerdo soñada yapor los antiguos !…Don Fausto pensó temb ien en su vida

,y la vw

claramente con todos los acontecimien tos principalesen l ínea , y comprend ió

x sus errores y equivocaciones .

Nanette , s in frialdad para pensar, hac ía más , 110raba; ll oraba la muerte de su hermoso oñc ial , perdi

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do para ella en el ins tante en que su sueño de amorse concretaba .

No llore s—le dij o don Fausto conmovi do Túere s j oven , Nanette . Eres una n iña . Todav ia te e sp eran días fel i ces .

Nane tte , con la cara inundada en lágrimas , h izoun gesto de negac ión violenta .

Sí , s í—añadió don Fausto Todo se olvida,todo se borra . Ya ves tú , yo soy viej o , mi muj er ymi s hij as me han abandonado , y s in embargoespero .

Y añad 1 0 esta fras e , que re sumía en aquel momento sus ideas :

—La vida ,créelo , Nanette , no acaba nunca…

S iempre s e e s tá al y al fi n .