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Stalky & Cía Rudyard Kipling Obra reproducida sin responsabilidad editorial

Stalky & Cía¡sicos en Español...chicos malos. Si hubiera salido él solo habría dado con esa cabaña, pues Foxy conocía las cos-tumbres de sus presas; pero la Providencia hizo

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Stalky & Cía

Rudyard Kipling

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Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio asus clientes, dejando claro que:

1) La edición no está supervisada pornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del mismo.

2) Luarna sólo ha adaptado la obra paraque pueda ser fácilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

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ACORMELL PRICE

Director, United Services CollegeWestward Ho! Bideford, North Devon1874-1894

«Alabemos a los héroes»,los desconocidos,pues su influencia pervive,y su influencia pervive,crece, aumenta, sobrevive,y ellos escondidos.

El cierzo y el oleajenos llevaron en sus manos;nos dejaron en la playa.(¡Doce casas tras la playa!¡Siete estíos tras la playa!)Doscientos hermanos.

Encontramos grandes hombresque por nosotros velaban.

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Nos pegaban con las varas,a conciencia con las varas,incansables con sus varas,porque nos amaban.

Desde el Egipto hasta Troya,sobre el Himalaya,lejos, firmes, hemos ido,a Japón, a Babilonia,a las selvas de Amazoniay a los pueblos de Cathaya*.

Alabamos a los héroes,a nuestros mayores,pues nos dieron sensatez(lo intentaron por lo menos),la divina sensatezque hace a los mejores.

* Cathaya (o Catay): Nombre que se daba antiguamente aChina. (N. del T.)

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Y todas las latitudesde la creaciónnos vieron llegar,seriamente obrar,con furia lucharpor nuestra nación.

Lo aprendimos de los héroes,su ejemplo observando,viendo cómo trabajaban,día a día trabajaban,sin descanso trabajabanla vida entregando.

Servidores de la guerracon mechas, bombas y palos,delante de reyes,de pie ante los reyesy dando a los reyesfatales regalos.

Lo aprendimos de los héroes,

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que nos enseñaronque lo mejor era,lo seguro era,lo más sabio eracumplir lo mandado.

Bajo lejanas estrellassu carga llevar.A las tierras que gobiernan,con fuerte mano gobiernan,aman a los que gobiernan,sin premios buscar.

Lo aprendimos de los héroescasi sin sentirlo.Sólo con los años,al pasar los años,años y más años,dimos en vivirlo.

Alabamos a los héroespor su generosidad.

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A su «hoy» renunciaron,los gozos dejaron,se sacrificaron,por nuestra felicidad.

«Alabemos a los héroes»,los desconocidos,pues su influencia pervive,y su influencia pervive,crece, aumenta, sobrevive,y ellos escondidos.

EMBOSCADOS

En verano los muchachos honrados cons-truían cabañas de matorrales en la colina quehabía detrás del colegio; pequeños cubiles cor-tados en el corazón de los espinosos arbustos,llenos de tocones, extrañas terminaciones deraíces y espigas, pero que eran para ellos, por

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estar terminantemente prohibidos, palacios dedelicias. Y, por quinto verano consecutivo,Stalky, M’Turk y Beetle ––esto era antes de quehubieran conseguido la dignidad de un estudiopropio–– habían construido, como castores, unlugar de retiro y meditación donde poder fu-mar.

Nada había en sus caracteres, como sabíaMr. Prout, el jefe de su casa1, que inspirase res-peto; ni Foxy, el astuto y pelirrojo sargento2 dela escuela confiaba en ellos. El trabajo de ésteconsistía en llevar unas zapatillas de tenis y

1 Los grandes colegios tradicionales inglesesconstan de varias «casas», edificios donde viven yestudian los alumnos, al frente de cada una de lascuales hay un profesor que es el «jefe de casa». (N.del T.)

2 Este colegio, situado en la costa del condadode Devon (Devonshire), al suroeste de Inglaterra, esmedio militar; los alumnos más aventajados irándespués a una academia militar. El sargento es elencargado de mantener la disciplina. (N. del T.)

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unos gemelos y caer como un halcón sobre loschicos malos. Si hubiera salido él solo habríadado con esa cabaña, pues Foxy conocía las cos-tumbres de sus presas; pero la Providencia hizoque Mr. Prout ––cuyo apodo en la escuela, de-rivado del tamaño de sus pies, era «el Pezu-ñas»–– se pusiera a investigar por su cuenta; yfue el prudente Stalky quien encontró susgrandes huellas dentro de su cubil una tranqui-la tarde en que habría olvidado con gusto aProut y sus obras con la ayuda de un volumende Surtees3 y una pipa nueva. Crusoe no actuómás rápidamente que Stalky al ver la huella.Este guardó las pipas, barrió todas las cerillasusadas que había tiradas por el suelo y se fue aadvertir a Beete M’Turk.

Pero era típico del chico no ir done sus ami-gos sin antes haber hablado con el pequeñoHartopp, presidente de la Sociedad de Historia

3 Robert Surtees (1779-1834): Historiador y poetainglés. (N. del T.)

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Natural, institución que Stalky miraba con des-precio. Hartopp quedó más que sorprendidocuando el chico, dulcemente, como él sabíahacerlo, le rogó que les aceptase a él, a Beetle ya M’Turk como miembros de la Sociedad; mos-tró un interés largo tiempo oculto por las pri-meras floraciones y las mariposas tempranas yfuera de estación, y se manifestó dispuesto, si leparecía bien a Mr. Hartopp, a comenzar inme-diatamente la nueva vida. Como todo profesor,Hartopp era suspicaz; pero también era un en-tusiasta, y su pequeña y apacible alma se habíairritado en ocasiones por comentarios de lostres, especialmente los de Beetle, llegados porcasualidad a sus oídos. A pesar de ello se mos-tró generoso con el pecador arrepentido yapuntó los tres nombres en su libro.

Sólo entonces fue Stalky a buscar a Beetle yM’Turk al aula de su casa. Estaban cogiendolibros para llevárselos y pasar una tarde tran-quila entre los matorrales, que ellos llamaban«el laberinto».

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––Hola ––dijo Stalky con serenidad––. Hedistinguido las huellas de los pies de hada delPezuñas alrededor de la cabaña después decomer. Menos mal que no son precisamentepequeñas.

––¡Ahí va! ¿Escondiste las pipas? ––dijoBeetle.

––Oh, no. Las dejé en medio de la cabaña,por supuesto. ¡Qué burro ciego eres, Beetle! ¿Tecrees que eres el único que piensa? Bueno, elcaso es que no podemos usar más la cabaña.Pezuñas estará vigilándola.

––¡Vaya, hombre! ¡Qué lata! ––dijo M’Turkpensativamente, sacando los libros que teníabajo la ropa. Los chicos llevaban sus bibliotecasentre el cinturón y el cuello de la camisa––.¡Buena la hemos hecho! Esto si1nifica que esta-remos bajo sospecha hasta el final del trimestre.

––¿Por qué? El Pezuñas sólo ha encontradouna cabaña. Él y Foxy la vigilarán. No tienenada que ver con nosotros; sólo tenemos quedejar de ir por allí durante un tiempo.

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––Sí, pero ¿dónde vamos a ir ahora? ––dijoBeetle––. Tú elegiste ese sitio, y... yo quería leeresta tarde.

Stalky se sentó en un pupitre taconeando enel banco.

––Eres un bestia desesperante, Beetle. A ve-ces me entran ganas de dejaros para siempre.¿Os ha olvidado tío Stalky alguna vez hastaahora? His rebus infectis 4, después de ver lashuellas del Pezuñas alrededor de la cabañaencontré al pequeño Hartopp destricto ense 5,blandiendo un cazamariposas. Me lo gané. Ledije que harías disertaciones para los Cazachin-ches si te dejaba ingresar, Beetle. Le dije queadorabas las mariposas, Turkey. En cualquiercaso, ablandé a Hartopp y ahora somos Caza-

4 His rebus infectis: «Habiendo dejado esto sinhacer», en latín. Todas las expresiones que aparecenen la novela en idiomas distintos del español estántambién en ese idioma en el original. (N. del T.)

5 Descricto ense: «Tipo severo», en latín. (N. delT.)

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chinches.––¿Y qué tiene eso de bueno? ––dijo Beetle.––¡Oh, Turkey, dale una patada!En interés de la ciencia, los límites infran-

queables se relajaban mucho para los miembrosde la Sociedad de Historia Natural. Podían ir, sino se acercaban a ninguna casa, prácticamentedonde quisieran; Mr. Hartopp se hacía respon-sable de su buena conducta.

Beetle sólo se acordó de esto cuandoM’Turk empezaba con las patadas.

––¡Soy un burro, Stalky! ––dijo, protegién-dose la parte castigada––. Pax6, Turkey, soy unburro.

––No pares, Turkey. ¿No es verdad que tíoStalky es un gran hombre?

––Un gran hombre ––dijo Beetle.––De todas formas, cazar chinches es una

ocupación asquerosa ––dijo M’Turk––. ¿Cómodiantres se empieza?

6 Pax: «Paz», en latín. (N. del T.)

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––Así ––contestó Stalky volviéndose hacialos armarios de algunos fags7 que había detrásde él. Los fags son expertos en Historia Natu-ral––. Aquí está el herbario del joven Braybroo-ke ––tiró una maraña de raíces podridas quehabía dentro y ajustó la tapa––. Da un granaspecto profesional, creo. Aquí está el martillogeológico del pequeño Clay. Beetle se lo puedellevar. Turkey, deberías hacerte con un cazama-riposas en alguna parte.

––Imposible ––dijo simplemente M’Turk,con gran sentimiento––. Beetle, dame el marti-llo.

––De acuerdo. No soy vanidoso. Pásameese caza-mariposas que está encima de los ar-marios, Stalky. ––Muy bien. Y es plegable,además. ¡Qué lujosos son estos fags! Está hechocomo una caña de pescar. ¡Por todos los santos,

7 Fag. Estudiante pequeño que tiene que servir aotro mayor en un colegio inglés. Del verbo to fag:fatigar, hacer trabajar. (N. del T.)

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parecemos completos caza-chinches! ¡Ahora,escuchad a tío Stalky ! Vamos a ir a los acanti-lados a por mariposas. Por allí va muy pocagente. Vamos a tener que andar bastante, asíque sería mejor que dejaseis los libros.

––¡De ninguna manera! ––se opuso Beetlecon firmeza––. Me niego a perder mi diversiónpor unas asquerosas mariposas.

––Entonces te vas a empapar de sudor. Llé-vame también las aventuras de Jorrocks8, ¿vale?No te dará más calor del que ya vas a pasar.

Todos ellos sudaron, porque Stalky los guióal trote hacia el oeste, a lo largo de los acantila-dos que había bajo las colinas de matorrales,cruzando pequeños valles llenos de arbustosuno detrás de otro. No hicieron el menor casode los conejos que huían ni de las juguetonasmariposas, y nada de lo que Turkey dijo sobre

8 Las correrías y diversiones del célebre aventu-rero Mr. John Jorrocks. Es una de las obras de Sur-tees. (N. del T.)

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Geología merece pasar a los anales de esta cien-cia.

––Bueno, ya está bien ––resopló, y se tum-baron sobre la blanda y corta hierba, entre elrumor del mar abajo y el ligero viento veranie-go que soplaba entre los árboles tierra adentro.Estaban frente a un estrecho valle lleno de ma-torrales viejos y altos en alegre floración quellegaban hasta un borde de zarzas, y un espesobosque de árboles y acebo mezclados. Era comosi la mitad del valle estuviera llena de fuegodorado hasta el borde del acantilado. La partemás próxima estaba cubierta de césped y com-pletamente erizada de carteles.

––Terrible lugar éste ––dijo Stalky leyendoel más cercano––. «Será procesado con todo elrigor de la ley. Coronel G. M. Dabney, juez dePaz»9, etcétera. Creo que nadie en sus cabales

9 Juez de paz: El que, después de oír a las partesimplicadas, resuelve cuestiones de pequeña impor-tancia. (N. del T.)

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se atrevería a pasar, ¿no os parece?––¡Antes de procesar a alguien hay que de-

mostrar que ha producido daños! No se puedejuzgar a nadie sólo por traspasar los límites ––dijo M’Turk, cuyo padre era propietario de mu-chos acres10 de tierra en Irlanda––. ¡Eso sontonterías!

––Me alegro, porque esto parece que es loque buscábamos. ¡No entres directamente, Bee-tle, especie de lunático cielo! Cualquiera nospodría ver desde más de media milla11. Vamospor aquí; y pliega tu horrible cazamariposas.

Beetle desmontó el aro, se metió la red en elbolsillo, convirtió el mango en un tubo de dospies12 y se puso el aro de caña alrededor de lacintura. Stalky los condujo tierra adentro hacia

10 Acre: Medida inglesa de superficie equivalente a 4.047metros cuadrados. (N. del T.)

11 Milla: Medida de distancia equivalente a 1.852metros. (N. del T.)

12 Pie: Medida de longitud que equivale aproxi-madamente a 28 centímetros. (N. del T.)

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el bosque, que estaba, quizá, a un cuarto demilla del mar, y llegaron al borde de zarzas.

––Ahora sí que podemos ir directamente através de los arbustos sin que nadie nos vea ––dijo el táctico––. Beetle, adelántate y explora.¡Snif! ¡Snif! ¡Apesta terriblemente a zorro enalgún sitio por aquí!

A gatas, menos cuando tenía que ponersebien las gafas, reptó Beetle entre los arbustos, yen seguida anunció entre gruñidos de dolorque había encontrado el rastro muy claro de unzorro. Esto le vino bien a Beetle, porque Stalkyle pellizcó a tergo13. Siguieron arrastrándose porese túnel. Era, evidentemente, una carreteramuy transitada por los habitantes del pequeñovalle; y, para su inexpresable gozo, desemboca-ba, justo al borde del acantilado, en unos pocospies cuadrados de césped seco, amurallado ycubierto por arbustos impenetrables.

––¡Estupendo! Lo único que podemos hacer

13 A tergo: «Por detrás», en latín. (N. del T.)

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ahora es tumbarnos ––dijo Stalky, metiéndoseel cuchillo en el bolsillo––. ¡Mirad aquí!

Apartó las duras ramas que tenía delante yfue como una ventana abierta a una vista lejanade Lundy14, y el profundo mar restregándoseperezosamente contra las piedras unos doscien-tos pies más abajo. Podían oír a los jóvenes gra-jos graznando en los acantilados, los chirridos yel guirigay de un nido de halcones en algúnlugar que no podían ver; y, apuntando cuida-dosamente, Stalky escupió sobre la espalda deun pequeño conejo que estaba tomando el solmuy abajo, donde sólo podría hallar asidero unconejo de acantilado. Grandes gaviotas grises ynegras chillaban a los grajos; los olorosos acresde plantas en flor alrededor de ellos estabanllenos de pájaros de nido bajo, que cantaban ocallaban cuando sombra de los halcones quegiraban en el aire pasaban y volvían; y en el

14 Lundy: Isla cercana a la costa norte de Devon.(N. del T.)

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césped que atravesaba el valle los conejos gol-peaban el suelo y retozaban.

––¡Mmm! ¡Qué sitio! Una lección de Histo-ria Natural, eso es lo que es ––dijo Stalky, lle-nando una pipa––. ¿No os parece delicioso? ¡Elviejo mar! ––escupió otra vez con aprobación, yse calló.

M’Turk y Beetle habían sacado sus libros yestaban tendidos boca abajo, con la barbillaapoyada sobre las manos. El mar roncaba ygorgoteaba; los pájaros, dispersados al princi-pio tras la llegada de estos nuevos animales,volvieron a sus ocupaciones, y los chicos si-guieron leyendo en el cálido silencio soñolien-to.

––Atención, un guarda ––dijo Stalky, ce-rrando Handley Cross con cuidado y escudri-ñando a través de los matorrales. Un hombrecon un fusil apareció en el horizonte por el Es-te––. ¡Qué pesado, se va a sentar!

––Además seguro que cree que estábamoscazando ––dijo Beetle.

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––¿Qué tendrán de bueno los huevos de fai-sán? Siempre están vacíos.

––Podríamos intentar ir al bosque, me pare-ce ––dijo Stalky––. No estaría bien molestar tanpronto al coronel y juez de Paz G. M. Dabney.

––¡Al laberinto y en silencio! Puede haber-nos seguido.

Beetle ya se había adentrado en el túnel. Leoyeron gritar indescriptiblemente y el ruido deun cuerpo pesado que saltaba entre los arbus-tos.

––¡Eh tú, pillastre rojo!, ¡te veo! El guardaapuntó y disparó amos cañones en su dirección.Los perdigones desempolvaron las ramas secasque los rodeaban y un gran zorro se precipitóentre las piernas de Stalky y desapareció co-rriendo hacia el acantilado.

No dijeron nada hasta que llegaron al bos-que, arañados, despeinados y acalorados, perono descubiertos.

––Por poco ––dijo Stalky––. Juraría que al-gunos de los perdigones pasaron entre mi pelo.

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––¿Has visto? ––preguntó Beetle––. Casi lotoqué. ¡Era enorme! ¡Y cómo apestaba! Eh, Tur-key, ¿qué te pasa? ¿Te ha dado?

La delgada cara de M’Turk estaba de un co-lor blanco grisáceo; tenía la boca, normalmentemedio abierta, cerrada y con los labios apreta-dos, y sus ojos echaban llamas. Sólo le habíanvisto así una vez, en una triste época de guerracivil.

––¿Os dais cuenta de que esto ha estado tanmal como un asesinato? ––preguntó con vozáspera mientras se quitaba los pinchos que te-nía en el pelo.

––¡Bueno, por lo menos no nos ha dado ––dijo Stalky––. En realidad ha estado bien. Eh,¿dónde vas?

––A la casa, si es que hay alguna ––contestóM’Turk abriéndose camino entre los acebos––.Voy a hablar con ese coronel Dabney.

––¿Estás loco? Le parecerá que nos estámuy bien empleado. Lo dirá en el colegio. Nosdarán una paliza en público. ¡Oh, Turkey, no

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seas bruto! ¡Piensa en nosotros!––¡Idiota! ––exclamó M’Turk dándose la

vuelta enfurecido––. ¿Crees que no pienso ennosotros? Hablo del guarda.

––Está chiflado ––se lamentó Beetle con vozlastimera, mientras le seguían. Verdaderamenteéste era un Turkey desconocido, un Turkeyorgulloso, duro, con la nariz dignamente levan-tada. Le acompañaron por entre la maleza hastauna pradera donde un viejo caballero con blan-cas patillas preguntaba y blasfemaba al-ternativamente con vigor.

––¿Es usted el coronel Dabney? ––comenzóM’Turk con su nueva voz estridente.

––Yo... soy yo, y ––sus ojos recorrieron alchico de arriba abajo–– ¿quién... qué demoniosqueréis? Habéis estado molestando a mis faisa-nes. No intentéis negarlo. No hace falta que osriáis ––los rasgos no demasiado adorables deM’Turk se habían contraído en una horriblesonrisa burlona ante la palabra «faisán»––.Habéis estado cogiendo huevos de los nidos, no

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es necesario que escondáis el sombrero. Veoclaramente que estáis en el colegio. No intentéisnegarlo. ¡Lo negáis! Vuestro nombre y númeroinmediatamente, señores. Queréis hablar con-migo, ¿eh? ¿Visteis mis carteles? Seguro que sí.No intentéis negarlo. ¡Lo negáis! ¡Detestable!¡Oh, detestable!

Estaba tan alterado que se sofocaba. M’Turkempezó a golpear con el tacón en el suelo y atartamudear, signos claros ambos de que seestaba irritando. ¿Con qué derecho se atrevía aenfadarse el ofensor?

––Mi-mire, señor. ¿U-usted caza zorros?Porque su guarda sí que lo hace. ¡Le hemosvisto! No... no me importa lo que usted diga,pero es algo terrible. Es el final de las buenasrelaciones entre los vecinos. Un ho-hombredebería decir de una vez por todas lo que en-tiende por vedado. Es peor que un asesinatoporque no hay remedio legal ––M’Turk citabaconfusamente a su padre, mientras el viejo ca-ballero sólo alcanzaba a emitir algunos sonidos

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guturales.––¿Sabéis quién soy yo? ––consiguió mur-

murar finalmente. Stalky y Beetle estaban tem-blando.

––No, lo siento, ni me importaría si ustedperteneciese a la propia Familia Real. Respondaahora: entre caballeros, ¿caza usted zorros ono?

¡Y sólo cuatro años antes Stalky y Beetle lehabían sacado cuidadosamente de la cabeza agolpes el dialecto irlandés a M’Turk! Estabaclaro que no se había vuelto loco o le había da-do una insolación; tan claro como que iba a serdesollado, primero por el viejo caballero y mástarde por el director del colegio. Una palizapública para los tres era lo mínimo que se po-día esperar. Sin embargo, si era cierto lo quesus ojos y oídos les mostraban, parecía que elviejo caballero se había venido abajo. Podía serla calma que precedía a la tormenta, pero...

––No, no lo hago ––seguía hablando enmurmullos.

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––Entonces debe usted despedir a su guar-da. Ese hombre no puede vivir en el mismocondado que un zorro temeroso de Dios. ¡Yademás era una hembra... en esta época delaño!

––¿Habéis venido para decirme esto?––Por supuesto, majadero ––contestó, gol-

peando de nuevo el suelo con el pie––. ¿Noharía usted lo mismo por mí si viera pasar algoparecido en mis tierras?

¡Olvidados, olvidados estaban el colegio yel respeto debido a los mayores! M’Turk se en-contraba de nuevo en las áridas montañas pur-púreas de la lluviosa costa occidental, dondeera en las vacaciones el virrey de cuatro milacres desnudos de tierra, el hijo único de unacasa con trescientos años de antigüedad, eldueño de una desvencijada barca de pesca y elídolo de los perezosos arrendatarios de su pa-dre. Era el terrateniente hablando a su par, loprofundo llamando a lo profundo, y el viejocaballero reconoció el grito.

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––Disculpadme ––dijo––. Os pido perdónsin reservas a vosotros y al viejo suelo que nosvio nacer. Ahora, ¿seréis tan amables de con-tarme vuestra historia?

––Estábamos en el valle... ––empezóM’Turk, y contó lo sucedido a ratos como unescolar y, cuando la iniquidad de los hechos erasuperior a sus fuerzas, como un hacendadoindignado; concluyendo––: Así que debe dehacer eso con frecuencia. Yo... nosotros... nuncaapetece acusar a los hombres de un vecino; pe-ro me tomé la libertad en este caso...

––Ya veo. Muy bien. Por supuesto que hicis-te muy bien. ¡Infame... oh, infame! ––los dos sehabían puesto a caminar juntos sobre la hierba,el coronel Dabney hablaba como de hombre ahombre––. Esto me pasa por haber ascendido aun pescador, ¡un pescador!, separándolo de susnasas de langostas. Es suficiente para arruinarla reputación de un arcángel. No intentes ne-garlo. ¡Es así! Tu padre te ha educado bien. Loha hecho. Me gustaría conocerlo. Mucho, de

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verdad. ¿Y estos jóvenes caballeros? Son ingle-ses. No intentes negarlo. ¿Vinieron contigotambién? ¡Extraordinario! ¡Realmente extraor-dinario! En el estado actual de la educaciónnunca hubiera creído que tres chicos pudierantener tan buenos fundamentos... Pero, por...¡No, no! De ninguna manera. No intentéis ne-garlo. ¡No! El jerez siempre me afecta al hígado,pero... ¿y cerveza? ¿Eh? ¿Qué os parecen unascervezas con algo de comer? Ha pasado muchotiempo desde que yo era un chico... abomina-blemente mostos; pero las excepciones confir-man la regla. ¡Y era una hembra, además!

Un ama de llaves con cabellos grises les sir-vió en la terraza. Stalky y Beetle se limitaron acomer, pero M’Turk, con ojos brillantes, siguióconversando desenvuelta y majestuosamente; yel viejo caballero le trataba como a un hermano:

––Querido amigo, por supuesto que podéisvolver cuando queráis. ¿No os dije que la ex-cepción confirma la regla? ¿Al vallecito de aba-jo? Querido amigo, a donde queráis siempre y

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cuando no molestéis a mis faisanes. Ambascosas son compatibles. No intentéis negarlo. ¡Loson! Sin embargo, nunca permitiré más fusiles..Id y–– venid cuando queráis. Yo no os veré yno hace falta que me vengáis a ver. Estáis, bieneducados. ¿Otro vaso–– de–– cerveza? Os digoque era un pescador y un pescador volverá aser esta noche. ¡Claro que sí! Me gustaría poderahogarlo. Os escoltaré hasta la casa del guarda.Mi gente no está acostumbrada a ver chicos poraquí, pero así os reconocerán la próxima; vez.

Se despidió de ellos con muchos cumplidosjunto a la gran puerta de la casa del guarda,que abría la empalizada de madera de roble,ellos se detuvieron; incluso. Stalky, que habíatocado sólo el segundo ––por no decir ningún––violín, se quedó mirando a M’Turk como a unser de otro mundo. Los dos vasos de fuerte cer-veza casera le habían puesto melancólico, porlo bolsillos, andando lentamente con las manosen los–– bolsillos, se–– puso a canturrear:

«Oh, Paddy, querido, ¿has oído las noticias

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que corren por ahí?»En otras circunstancias Stalky y Beetle

habrían caído sobre él, porque esa canción es-taba completamente prohibida; era anatema,como una obra de brujería. Pero, teniendo encuenta lo que había conseguido, bailaron a sualrededor en silencio, esperando a que quisieravolver en sí.

La campana del té sonó cuando estaban to-davía a media milla del colegio. M’Turk se es-tremeció y despertó de–– sus sueños, olvidandola gloria de su finca de vacaciones. Volvía a serun estudiante de colegio que hablaba en ingléscomo todo el mundo.

––¡Turkey, estuviste fabuloso! ––dijo Stalkygenerosamente––. No sabía lo que había escon-dido dentro de ti. Has conseguido para el restodel trimestre una cabaña donde simplemente:no nos pueden encontrar nunca. ¡Bien! ¡Bien!¡Bien! ¡Me parto! ¡Mirad cómo me parto!

Giraban salvajemente, sobre los talones,dando alaridos según la costumbre aceptada_

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del «partirse»,, que tiene una relación no muylejana con los cánticos de victoria de los primi-tivos, y bajaron––por el’ camino del gasómetrojusto a tiempo para dar con el director de sucasa, que había pasado la tarde vigilando la,cabaña., que habían abandonado en el «laberin-to».

Lamentablemente, la imaginación de Mr.Prout se inclinaba hacia los aspectos más oscu-ros de la vida––, y miró a los tres querubines deinocente expresión con ojos huraños. Com-prendía a los chicos que participaban en losdeportes y sabía dónde estaban en todo mo-mento. Pero había oído a M’Turk burlarse delcricket, incluso de los partidos de la casa; sabíaque las opiniones de Beetle sobre el honor de lacasa eran–– incendiarias; y nunca podía estarseguro de––cuándo–– el delicado y sonrienteStalky se estaba riendo de él. Por eso, como; lanaturaleza humana es como es, estos chicostenían, que haber estado haciendo alguna tras-tada en alguna parte. Esperaba que no fuese

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nada grave,, pero—.––¡Ti-ra-la-la-i-tu! ¡Me parto!’ ¡Mirad! ––

Stalky;, todavía sobre los talones, fue girandocomo un, derviche danzante hacia el comedor.

––¡Ti-ra-la-la-i-tu! ¡Me parto! ¡Mirad! ––giraba; Beetle tras él con los brazos extendidos.

––¡Ti-ra-la-la-i-tu! ––Me parto! ¡Mirad! ––estallaba: la voz de M’Turk.

¿Era verdad o no que olió nítidamente acerveza cuando pasaron a toda velocidad juntoa Mr. Prout? Desgraciadamente para él su con-ciencia como director de una casa le impulsabaa consultar con, algún colega.. Si hubiera lleva-do su pipa y sus problemas a las habitacionesdel pequeño Hartopp habría, quizás,–– supe-rado su confusión, porque Hartopp confiaba enlos. chicos y sabía algo sobre ellos. Pero. su des-tino le condujo a King, director de otra casa,que no era amigo: suyo pero aborrecía a Stalkyy Cía. con pasión.

––¡Ajá! ––exclamó frotándose las manoscuando terminó de oír la historia––. ¡Curioso!

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En mi casa no se le ocurre a nadie hacer esascosas.

––Pero en realidad no tengo pruebas.––¿Pruebas? ¡Con el egregio Beetle! ¡Como

si hicieran falta! Supongo que no le será impo-sible conseguirlas al sargento. Por lo menos aFoxy se le considera un duro contrincante paracualquier chico esquivo de mi casa. Por supues-to, estuvieron fumando y bebiendo en algúnlugar. Ese tipo de chicos siempre hace eso.Creen que es de hombres.

––No son muy populares en el colegio, yson muy, digamos, brutales con los pequeños ––dijo Prout, que acababa de ver a lo lejos a Bee-tle devolviendo su cazamariposas a un llorosofag.

––¡Ah! Se consideran por encima de los pla-ceres ordinarios. ¡Animalillos autosuficientes!Hay algo en la burlona expresión irlandesa deM’Turk que podría sacarme ligeramente dequicio. Y evitan con mucho cuidado actuarabiertamente. Es pura insolencia calculada. Yo

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estoy totalmente en contra, como sabes, de in-terferir en otras casas; pero necesitan una lec-ción, Prout. Necesitan una buena lección aun-que sólo sea para reducir su altanera arrogan-cia. Si estuviera en tu lugar, me dedicaría du-rante una semana a vigilar lo que hacen. Loschicos como ellos, y perdona que lo diga yo,creo que conozco a los chicos, no se hacen Ca-zachinches por amor al saber. Dile al sargentoque mantenga los ojos bien abiertos; y, por su-puesto, en mis peregrinaciones quizá abra ca-sualmente los míos también.

––¡Ti-ra-la-la-i-tu! ¡Me parto! ¡Mirad! ––seoyó al fondo del pasillo.

––¡Es ofensivo! ––dijo King––. ¿Dóndeaprenden estos ruidos indecentes? Una buenalección es lo que están pidiendo.

Pero los chicos no tuvieron mucho tiempopara lecciones los días siguientes. Disponían detoda la finca del coronel Dabney para jugar, y laexploraron con cautela de pieles rojas y minu-ciosidad de ladrones. Podían entrar por la puer-

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ta de la casa del guarda desde la carretera ––tuvieron la precaución de caerles bien desde unprincipio al portero y a su mujer––, bajar alvallecito y volver a lo largo de los acantilados; obien empezar su recorrido en el valle y subirhacia la carretera.

No se cruzaban en el camino del coronel,pues ya había dado de sí lo que podía y no que-rían hartarle demasiado pronto, ni se recorta-ban contra el horizonte si tenían la posibilidadde moverse a escondidas. El refugio de arbus-tos al lado del acantilado era el lugar elegidopor ellos para sus retiros. Beetle lo bautizó co-mo «la Plácida ínsula de las Aves», por la paz yla protección que proporcionaba; y aquí, ocul-tas las pipas y el tabaco en una hendidura ade-cuada en el borde del acantilado, su posiciónera intachable legalmente.

Porque, téngase en cuenta, el coronel Dab-ney no los había invitado a ir a su casa. Y poreso no necesitaban pedir el permiso especial devisita: las normas del colegio eran muy claras

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sobre este punto. Sólo les había dado permisopara entrar en sus tierras; y, como eran legíti-mos Cazachinches, sus límites se habían ex-tendido hasta los carteles del valle y la puertade la casa del guarda en la colina.

Estaban asombrados de su propia virtud.––E incluso aunque no fuese así––dijo Stal-

ky, tumbado boca arriba mirando al cielo––,incluso aunque estuviéramos millas fuera delos límites, nadie podría llegar donde estamos através de esta maraña sin conocer el túnel. ¡Aque esto es mejor que estar justo detrás del cole,muertos de miedo cada vez que nos poníamosa fumar! ¿Verdad que tío Stalky...?

––No ––dijo Beetle, que estaba estirado jus-to al borde del acantilado escupiendo pensati-vamente––. Todo esto se lo debemos a Turkey.Turkey es el gran hombre. Querido Turkey,estás poniendo en aprietos al Pezuñas.

––¡Repelente viejo burro! ––dijo M’Turk,profundamente sumergido en su libro.

––Sospechan de nosotros ––dijo Stalky––. El

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Empezuñado está muy suspicaz últimamente; yFoxy, cuando hace una ronda parece que va a...,a...

––A cazar cabelleras ––dijo Beetle––. Pareceun indio atolondrado.

––Pobre Foxy ––dijo Stalky––. Nos va a co-ger un día de éstos. Anoche en el gimnasio medijo: «Os tengo echado el ojo, mister Cockran.Sólo os aviso por vuestro bien». Y yo le contes-té: «Pues será mejor que se lo vuelva a poner ova a tener problemas. Se lo digo por su bien».Foxy estaba furioso.

––Sí, pero Foxy juega limpio ––dijo Beetle––. Es el de las pezuñas el que tiene una menteretorcida. No me extrañaría que pensase quenos emborrachamos.

––Yo sólo he bebido demasiado una vez, envacaciones ––dijo Stalky reflexivamente––; yme puse malísimo. Pero decidme si no es comopara darse a la bebida el tener un animal comoel Pezuñas de director de casa.

––Si fuéramos a los partidos y gritásemos:

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«¡buen golpe, señor!», y nos apoyásemos sobreuna pierna sonrientes cada vez que el Pezuñaspreguntara: «Así que, hijos míos, ¿es esto así?»,y le dijéramos: «Sí, señor», y «no, señor», y «oh,señor», y «por favor, señor», como ese montónde sucios fags, el Pezuñas se sentiría orgullosí-simo de nosotros ––dijo M’Turk sonriendo bur-lonamente.

––Es demasiado tarde para empezar a hacereso. ––Es verdad. El Pezuñas tiene razón. Peroes un burro. Y nosotros se lo hacemos notar.Por eso no nos tiene en alta estima. Anochedespués de las oraciones me dijo que él estabain loco parentis 15 ––gruñó Beetle.

––¿Eso dijo? ––gritó Stalky––. Eso significaque está tramando algo especialmente malévo-lo. La última vez que lo dijo tuve que escribirtrescientas líneas por bailar en el dormitorionúmero diez. ¡Loco parentis, menudo pesado!

15 In loco parentis: «En el lugar de los padres», en latín.(N. del T.)

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¿Qué tiene de malo pasárselo bien? Nosotrosestamos bien, ¿no?

Lo estaban, y ese estar tan bien es lo queconfundía más a Prout, King y el sargento. Alos chicos se les suele notar la mala conciencia.Escapan por el patio a toda velocidad y sonríennerviosamente cuando se les pregunta. Vuel-ven, desarreglados, con tiempo justo para llegara clase. Se miran haciendo gestos y guiños, se-parándose cuando se acerca un profesor. PeroStalky y su gente habían superado hacía tiempoestas manifestaciones juveniles. Andaban des-preocupadamente y volvían, perfectamentearreglados, después de atracarse de fresas connata en la portería.

El portero había sido ascendido a guarda,sustituyendo al pescador criminal, y su mujerera muy amable con los chicos. El hombre lesdio una ardilla que ellos a su vez regalaron a laSociedad de Historia Natural, convenciendocon ello definitivamente al pequeño Hartopp,que se preguntaba qué podrían estar haciendo

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de interés científico.Foxy investigó con paciencia los caminos

que había detrás de una solitaria posada deencrucijada en el Devon misterioso; y era curio-so ver a Prout y King, miembros del mismoclaustro pero poco amigos, andar juntos en lamisma dirección; es decir, hacia el nordeste.Pero la Plácida ínsula de las Aves estaba másbien al suroeste.

––Son endiabladamente agudos ––dijoStalky––. ¿Por qué van en esa dirección?

––Le dije a Foxy ––contestó suavementeBeetle–– si había probado alguna vez la cervezade esa posada. Fue suficiente para él, y se pusomuy contento. El Pezuñas y él habían estadovigilando nuestra antigua cabaña desde hacíatanto que me pareció que un cambio les senta-ría bien.

––Bueno, esto no puede durar mucho ––dijoStalky––. El Pezuñas se está cargando como unanube de tormenta, y King va de un lado paraotro frotándose las manos y riendo como una

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hiena. Es muy desmoralizante para King. Undía va a explotar.

Ese día llegó antes de lo que ellos espera-ban, cuando el sargento, cuya obligación con-sistía en encontrar a los que hacían novillos, nose presentó un día al pasar lista después decomer.

––¿Cansado de los pubs, eh? Se ha ido a lacima de una colina con sus gemelos para locali-zarnos ––dijo Stalky––. Me pregunto por quéno lo habrá hecho antes. ¿Visteis al viejo Pezu-ñas cómo nos miró cuando respondimos anuestros nombres? El Pezuñas está en el ajo,seguro. ¡Ti-ra-la-la-i-tu! ¡Me parto! ¡Mirad!¡Vamos!

––¿A Las Aves? ––preguntó Beetle.––Claro, pero yo no fumo aujourd’hui16. Par-

ce que je sin dudarlo pense17 que vamos a ser

16 Aujourd’hui: «Hoy», en francés. (N. del T.)17 Parce que je... pense: «Porque yo pienso», en

francés. (N. del T.)

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suivi 18. Vamos por los acantilados despacito,para que Foxy tenga tiempo de vernos biendesde arriba.

Se rigieron hacia las piscinas, y en el caminoencontraron a King.

––Oh, espero no interrumpiros ––dijo––.¿Embarcados en una de vuestras expedicionescientíficas, por supuesto? Espero que os divir-táis, mis jóvenes amigos.

––¡Veis! ––dijo Stalky cuando ya no podíanser oídos––. No sabe disimular. Nos sigue paracortarnos la línea de retirada. Va a esperar jun-to a las piscinas hasta que se le una el Pezuñas.Nos ha buscado por todas partes menos por losacantilados, y ahora está convencido de quenos ha cazado. No hay prisa.

Siguieron andando tranquilamente atrave-sando vallecitos hasta que. llegaron a la fila decarteles.

––¿Habéis oído? Foxy está bajando la colina

18 Suivi: «Seguidos», en francés. (N. del T.)

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a toda marcha. Cuando le oigáis moverse entrelos arbustos, id directamente a Las Aves. Quie-ren cogernos flagrante delicto 19

Se metieron entre las retamas, en ángulorecto con el túnel, cruzaron la hierba abierta-mente y se tumbaron inmóviles en Las Aves.

Qué os había dicho? ––Stalky escondió cui-dadosamente las pipas y el tabaco. El sargento,jadeante, estaba apoyado en la valla escudri-ñando el matorral con los prismáticos, pero conigual éxito que si hubiera querido ver a travésde un saco de tierra. En seguida aparecieronProut y King detrás de él. Conferenciaron.

––¡Ajá! A Foxy no le gustan los carteles; nitampoco las espinas. Ahora podemos ir a laportería acortando por el túnel. ¡Ahí va! Hanmandado a Foxy a los arbustos.

El sargento estaba sumergido hasta la cintu-ra en el crujiente ramaje, ensordecido por el

19 Flagrante delicto: «En delito flagrante», en latín.(N. del T.)

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ruido de su propio avance. Los chicos llegaronal abrigo del bosque y miraron hacia abajo através de unos acebos.

–– ¡Menudo ruido infernal! ––dijo Stalkycríticamente––. No creo que le guste mucho alcoronel Dabney. Propongo ir a la portería acomer algo. Desde allí podremos ver la que searme.

De repente el guarda pasó corriendo pordelante de ellos

––Por el amor de Dios, t quién estará alfondo del valle? El señor se va a volver loco ––dijo.

––Sólo unos cazadores furtivos ––contestóStalky con el acento de Devon que era la languede guerre20 del chico.

––¡Les voy a dar una buena yo a ésos! ––semetió ––en el estrecho valle con forma de em-budo, que se empezaba a llenar de ruidos, entre

20 Langue de guerre: «Lengua de guerra», en fran-cés. (N. del T.)

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los que destacaba la voz de King gritando:––¡Siga, sargento! Déjele en paz, caballero.

Está obedeciendo mis órdenes.––¿Y quién es usted para dar órdenes aquí?

Ustedes vienen donde el señor ahora mismo.¡Fuera de ahí! ––le gritó al sargento––. Sí, yaconozco yo a los chicos que buscáis. Tienenorejas largas y cuerpo blando, y os los metéis enlos bolsillos después de cazarlos.. ¡Andandodonde el señor! Les dirá lo que se merecen, ¡Enmarcha!

––Explíqueselo al propietario, sargento. Us-ted se lo puede explicar grito King. Evidente-mente el sargento se había rendido por razonesde fuerza mayor.

Beetle yacía en toda su longitud sobre elcésped de detrás de la portería mordiendo lite-ralmente la tierra en espasmos de alegría.

Stalky le levantó a puntapiés. Sólo un mús-culo que temblaba en sus mejillas delataba ladiversión que traían Stalky y M’Turk dentro deellos.

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Llamaron a la puerta de la portería, dondesiempre eran bien recibidos.

––Entrad y poneos cómodos, queriditos ––dijo la mujer––. No pueden hacerle nada a mimarido, Los pondrá en su sitio. ¡Bueno es él!Fresas frescas con nata. Los de Dartmoor21 nun-ca olvidamos a los amigos. Pero esos ladronesde Bideford22 son de muy mala calaña. ¿Azú-car? Mi marido ha cazado un tejón para voso-tros, queridos. Está ahí, en una caja.

––Nos lo llevaremos cuando terminemos decomer. Me doy cuenta de que usted está ocu-pada. Nos quedaremos aquí–– sentados... es sudía de colada––dijo Stalky––. No hace falta quese quede con nosotros. No se preocupe. Sí, te-nemos suficiente nata.

La mujer se fue, limpiándose sus rosadas

21 Dartmoor: Meseta del condado de Devon. (N.del T.)

22 Bideford: Ciudad costera del condado de De-von. (N. del T.)

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manos en el delantal, y los dejó solos en el cuar-to de estar, Se oyó un alboroto de pasos en lagravilla a través de los muy emplomados cris-tales de la ventana, y la voz del coronel Dabneyresonó como una trompeta:

––¿Puede usted leer? ¿Tiene usted ojos en lacara? No intente negarlo. ¡Claro que los tiene!

Beetle cogió un adorno de ganchillo quehabía encima del sofá de crin, se lo metió en laboca y rodó por el suelo.

––Usted vio mis carteles. ¿Su deber? ¡Maldi-ta sea su desvergüenza! Su deber era no entraren mis tierras. Hablarme de deber ¡a mí! Có-mo... cómo... qué... usted, bastardo, ladrón,¡querrá enseñarme el alfabeto después! ¡Mu-giendo como un toro entre los arbustos alláabajo! ¿Chicos? ¿Chicos? ¿Chicos? ¡Pues déjelossin salir entonces! ¡No soy responsable de suschicos! Pero no le creo, no creo ni una sola pa-labra. ¡Tiene usted una mirada furtiva... un as-pecto furtivo, mezquino, criminal, que haríasospechoso hasta a un arcángel! ¡No intente

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negarlo! ¡Claro que la tiene! ¿Un sargento? ¡Másvergüenza para usted, y el peor negocio que hapodido hacer Su Majestad! ¡Un sargento que re-corre el campo cazando furtivamente... y reti-rado! ¡Oh, infame! Pero voy a ser compasivo.Seré misericordioso. ¡De hecho voy a ser laesencia misma de la humanidad! ¿Vio usted ono mis carteles? ¡No lo intente negar! Lo hizo.¡Silencio, sargento!

Veintiún años en el ejército habían dejadosu huella en Foxy. Obedeció.

––Ahora, ¡váyase!La alta verja se cerró dando un golpe.––¡Mi deber! ¡Un sargento me va a decir a

mí cuál es mi deber! ––resopló el coronel Dab-ney–– ¡Dios mío! ¡Más sargentos!

––¡Es King! ¡Es King! ––gritó Stalky, hun-diendo la cara en un almohadón de crin.M’Turk se estaba comiendo la alfombra quehabía frente a la limpia chimenea, y el sofá pa-decía las emociones de Beetle. A través delgrueso cristal se veían las figuras de afuera azu-

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les, deformes y amenazadoras.––Yo... protesto contra este absurdo ––King

mostraba síntomas inequívocos de haber sub-ido la cuesta corriendo––. Ese hombre estabacumpliendo estrictamente con su deber. Permí-tame..., permítame enseñarle mi tarjeta.

––¡Va vestido de franela! ––Stalky hundióde nuevo la cabeza en el almohadón.

––Lamentablemente, muy lamentablementede hecho, no tengo aquí ninguna, pero mi nom-bre es King, señor, soy jefe de una de las casasdel colegio, y usted me encontrará preparado,completamente preparado, para justificar laacción de este hombre. Hemos visto a tres...

––¿Ha visto usted mis carteles?––Admito que los vi; pero comprenderá que

en tales circunstancias...––Estoy in loco parentis ––la profunda voz

de Prout se unió a la conversación. Le podía oírjadear.

––¿Cómo? ––el acento del coronel Dabneyse hacía más irlandés por momentos.

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––Digo que soy responsable de los chicosque están a mi cargo.

––¿Lo es, eh? Entonces sólo puedo decirleque usted les da muy mal ejemplo. No tengoaquí a sus chicos. No los he visto; pero aunquehubiera un chico revolviendo en cada arbusto,aun entonces no tendrían ustedes el más míni-mo derecho a aparecer por aquí, subiendo deesa manera desde el valle y asustando a todoslos animales que viven en él. No intenten ne-garlo. Lo han hecho. Deberían haber venido a laportería para hablar conmigo, como personascivilizadas, en vez de perseguir a sus malditoschicos a lo largo y a lo ancho de mis tierras. Inloco parentis está usted, ¿eh? Bueno, yo no heolvidado todo mi latín, y le pregunto: «¿Quiscustodiet ipsos custodes?»23. Si los profesoreshacen tales barbaridades, ¿qué culpa se lespuede echar a los chicos?

23 ¿Quis custodiet ipsos custodes?: «¿ Quién vigilaa los propios guardianes?», en latín. (N. del T.)

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––Pero si pudiera hablar con usted mástranquilamente... ––dijo Prout.

––¡No tengo nada que hablar con ustedes!Pueden ustedes hablar de lo que quieran al otrolado de esa valla, y... les deseo muy buenastardes.

Por segunda vez se cerró la verja con unportazo. Los chicos esperaron hasta que el co-ronel Dabney hubo vuelto a su casa y cayeronunos en brazos de los otros, casi sin poder res-pirar.

––¡Oh, alma mía! ¡Oh, King querido! ¡Oh,mi Pezuñas! ¡Oh, Foxy! ¡Con energía, señorGandul! ––Stalky se frotó los ojos––. ¡Oh! ¡Oh!¡Oh! ¡La que hemos montado! Tenemos quesalir de aquí o vamos a llegar tarde al té.

––Co..., co... coge el tejón y hagamos feliz alpequeño Hartopp. Que..., que..., que todos seanfelices ––sollozó M’Turk, buscando la puerta atientas y dándole patadas al postrado Beetle.

Encontraron el animal en una caja malolien-te, dejaron dos medias coronas en pago y se

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dirigieron bamboleándose hacia el colegio. Eltejón gruñía como el coronel Dabney, y lo deja-ron caer dos o tres veces entre carcajadas irre-primibles. Sólo estaban medio recuperadoscuando Foxy los encontró en el patio y les dijoque tenían que ir a su dormitorio y esperar has-ta que los fuesen a buscar.

––Bueno, lleva este bicho a las habitacionesde Mr. Hartopp entonces. Por lo menos hemoshecho algo para la Sociedad de Historia Natu-ral ––dijo Beetle.

––Me temo que eso no os va a salvar, misjóvenes caballeros ––respondió Foxy, con vozterrible. Tenía una notable agitación mental.

––Tranquilo, Fóxibus ––Stalky había llega-do al limite de la hilaridad––. Nu... nunca teabandonaremos. Perros cazando zorros en elbosque... es un claro síntoma de degeneración,¿no? No, tienes razón. No estoy totalmentebien.

«Esta vez han ido demasiado lejos ––se dijoFoxy––. Muy lejos han ido, diría yo; sólo que no

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olían a alcohol. Y, de alguna manera, no parecí-an estar... King y Prout se han llevado tambiénuna buena. Es un alivio. »

––Es el momento ––dijo Stalky, levantándo-se de la cama adonde se habían tirado––. So-mos la inocencia injuriada, como siempre. Nosabemos por qué nos han dejado aquí, ¿ver-dad?

––Sin explicaciones. Sin té. Humillación pú-blica delante de todos ––dijo M’Turk, cuyosojos estaban llenos de lágrimas de risa––. Escondenadamente grave.

––Bueno, ahora a aguantar hasta que Kingpierda los estribos ––dijo Beete––. Es un asque-roso difamador, y debe de estar furioso. Proutes demasiado prudente. Nos tenemos que con-centrar en King, y, si nos da pie, apelar al direc-tor. Eso siempre los pone a cien.

Los llamaron al estudio del jefe de su casa,donde encontraron a King y Foxy apoyando aProut, y Foxy tenía tres varas debajo del brazo.King se sintió triunfador porque vio las lágri-

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mas, de risa, en las mejillas de los muchachos.Entonces comenzó el interrogatorio.

Sí, habían ido a lo largo de los acantilados.Sí, habían entrado en las tierras del coronelDabney. Sí, habían visto los carteles ––llegadosa este punto Beetle no pudo más y empezó atartamudear.

––¿Para qué habían entrado en la finca delcoronel Dabney?

––Verá, señor, es que había un tejón.En este momento King, que aborrecía la So-

ciedad de Historia Natural porque no aguanta-ba a Hartopp, no pudo seguir conteniéndose.Les rogó que no añadieran la mendicidad a lainsolencia no disimulada.

––Pero el tejón está en las habitaciones deMr. Hartopp, señor. El sargento lo había lleva-do allí amablemente de su parte.

Eso zanjó el tema del tejón, y esta derrotamomentánea enfureció aún más a King. Se po-día oír su pie golpeando contra el suelo mien-tras Prout se preparaba para proseguir. Los

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chicos ya habían entrado en calor. Sus ojos ceja-ron de echar chispas; sus caras estaban inexpre-sivas; sus manos colgaban inmóviles a los la-dos. Estaba aprendiendo, a costa de un compa-triota, la lección de su raza, que consiste enocultar toda emoción para atrapar al enemigoen el momento adecuado.

Todo iba bien hasta entonces. King pregun-taba con mayor liberalidad, mostrándose ven-gativo, mientras que Prout se limitaba a asumirel papel de ofendido. ¿Conocían las sancionespor entrar sin permiso en la propiedad ajena?Aparentando magistralmente una cierta indeci-sión, Stalky admitió haber recogido algún tipode datos lejanamente relacionados con ese te-ma, pero que pensaba..., la frase se quedó amedias: Stalky se quería reservar su mejor car-ta. Mr. King no admitía peros, ni estaba intere-sado en las evasivas de Stalky. A ellos, por suparte, quizás les vendría bien conocer sushumildes puntos de vista. Chicos que se esca-paban, que se arrastraban, se deslizaban como

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serpientes más allá de los límites, más allá in-cluso de los generosos límites de la Sociedad deHistoria Natural, a la que se habían unido fal-samente para disimular sus crímenes, sus vi-cios, sus villanías, sus inmoralidades...

«Se va a pasar de un momento a otro ––sedijo

Stalky––. Entonces aprovecharemos antesde que pueda retractarse.»

Chicos como ellos, chicos escabrosos, lepro-sos morales ––la corriente de sus palabras hacíaponerse de puntillas a King––, mal hablados,mentirosos, glotones, sí, alcohólicos incipientes.

Sólo estaba empezando su perorata, y loschicos lo sabían; pero M’Turk cortó en seco elespumoso discurso, haciéndole eco los otros:

––Apelo al director, señor.––Apelo al director, señor.––Apelo al director, señor.Era un derecho incuestionable. Emborra-

charse significaba ser expulsados después deser azotados en público. Habían sido acusados

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de ello. Habían oído esa frase una vez o dosantes en su vida.

––Tanto peor ––dijo King con inquietud––.Más os valdría ateneros a nuestra jurisdicción,mis jóvenes amigos.

––¿Podemos relacionarnos con el resto de lagente hasta que veamos al director, señor? ––preguntó M’Turk al jefe de su casa sin hacercaso a King. Esto colocó de inmediato la situa-ción en el nivel más elevado. Además, signifi-caba no trabajar, porque la lepra moral se so-metía a una estricta cuarentena, y el directornunca tomaba decisiones hasta veinticuatrohoras más tarde, cuando el asunto ya estabaalgo enfriado.

––Bueno, eh, si persistís en vuestra actituddesafiante ––dijo King mirando nostálgicamen-te las varas que tenía Foxy debajo del brazo––no hay alternativa.

Diez minutos después la noticia se había ex-tendido por todo el colegio. Stalky y compañíahabían caído por fin; caído por la bebida. Habí-

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an estado bebiendo. Habían vuelto completa-mente borrachos de una cabaña. Incluso ahorayacían brutalmente intoxicados en el suelo deldormitorio. Unos pocos espíritus intrépidossubieron para mirar y fueron rechazados poruna lluvia de botas descargadas sobre sus cabe-zas.

––¡Lo tenemos! ¡Lo tenemos en las HorcasCaudinas!24 ––dijo Stalky, después de ver losresultados––. King tendrá que probar todas susacusaciones.

––«Demasiada presión, ha acabado explo-tando» ––citó Beetle de un libro que estaba le-yendo––. ¿Os acordáis que os dije lo que pasa-ría si seguíamos echándole leña?

––Y además sin clase, oh incipientes alcohó-licos ––dijo M’Turk––, y esta noche, juerga.

24 Horcas caudinas: Desfiladero próximo a Cau-dio, en Italia, donde el ejército romano, vencido porlos samnitas, se vio obligaas pasar bajo un yugo enel año 321 a. de J.C. (N. del T.)

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¡Hola! Aquí está nuestro amigo Foxy. ¿Más tor-turas, Fóxibus?

––Os he traído algo para comer, jóvenes ca-balleros ––dijo el sargento desde detrás de unabandeja llena hasta los topes.

Sus batallas se habían llevado a cabo siem-pre sin malicia, y en la mente de Foxy flotaba lasospecha de que unos chicos que se dejabancoger tan fácilmente podían, quizás, reservaralguna sorpresa. Foxy había servido durante elmotín25, cuando una información rápida y pre-cisa era de mucho valor.

––Me..., me di cuenta de que no teníais na-da para comer, hablé con Gumby, y me dijo queno se os había castigado sin comida. Así que oshe traído esto. Es su lata de jamón, ¿no, Mr.Corkran?

––Vaya, Fóxibus, eres una buena persona ––

25 «El motín»: Nombre por el que se conoce el le-vantamiento de los cipayos (soldados nativos) en laIndia en 1857. (N. del T.)

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dijo Stalky––. No sabía que tuvieras tanta...,¿cuál es la palabra, Beetle?’

––Sensibilidad ––contestó Beetle rápida-mente––. Gracias, sargento. Aunque es el jamónde Carter.

––Como había una «ce» en la lata pensé quesería de Mr. Corkran. Éste es un asunto muyserio, jóvenes caballeros. Eso es lo que es. No losé, es sólo una suposición, pero ¿no hará quizásalgo que no hayáis dicho a Mr. Prout y Mr.King?

––Lo hay. Y mucho, Fóxibus ––dijo Stalkycon la boca llena.

––Entonces, si ése fuera el caso, me pareceque yo se lo debería transmitir, por así decirlo,al director cuando me pregunte. Tengo queexponerle las acusaciones esta noche y... todoesto tiene peor pinta cuanto más nos acercamosa ello.

––Fatal, Foxy. Veintisiete azotes en el gim-nasio delante de todos y expulsión vergonzan-te. «El vino es un bromista, la bebida fuerte es

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rabiosa» ––citó Beetle.––No hay nada de lo que reírse, jóvenes ca-

balleros. Tengo que acusaros ante el director.Y... quizás no os disteis cuenta de que os estuvesiguiendo esta tarde; ya sospechaba algo antes.

––¿Vio usted los carteles? ––gritó M’Turk,imitando la voz del coronel Dabney.

––Usted tiene ojos en la cara. No intente ne-garlo. ¿Que lo niega? ––dijo Beetle.

––¿Un sargento? ¡Retirado y se dedica alacaza furtiva! ¡Infame! ¡Oh, infame! ––dijo Stalkysin compasión.

––¡Dios mío! ––dijo el sargento, sentándosepesadamente en una cama––. ¿Dónde..., dóndediablos estabais? Debía haber supuesto quehabía gato encerrado... en alguna parte.

––¡Oh, querido genio! ––siguió Stalky––.¿Creías que no nos dábamos cuenta de que nosseguías? ¿Pensabas que nos engañabas, eh?Pues fuimos nosotros los que te metimos decabeza en ese lío. El coronel Dabney, ¿verdadque es simpático, Foxy?... el coronel Dabney es

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un buen amigo nuestro. Llevamos yendo allísemanas y semanas. Nos invitó a hacerlo. ¡Tú ytu deber! ¡A la porra su deber, señor mío! ¡Tudeber era no entrar en sus tierras!

––Nunca más podrás andar con la cabezaerguida, Foxy. Los fags se reirán de ti ––dijoBeetle––. Piensa en tu prestigio.

El sargento pensaba. Y mucho.––Miren ustedes, caballeros ––dijo con ex-

presión seria––. No se lo vais a decir a nadie,¿verdad? ¿No cayeron Mr. Prout y Mr. King enello también?

––Sí que cayeron, Foxibúsculos; y muchopeor que tú. Oímos cada palabra. Tú no salistemuy mal parado, considerando que si yohubiera sido Dabney te juro que habría llamadoa la policía. Creo que se lo voy a sugerir maña-na.

––Y todo esto va a llegar al director. ¡Oh,Dios mío!

––Hasta el menor detalle, querido amigo ––dijo Beetle, bailando––. ¿Por qué no? Nosotros

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no hemos hecho nada malo. No somos cazado-res furtivos, ni nos hemos dedicado a arruinarla reputación de unos pobres chicos inocentesdiciendo que estaban borrachos.

––Eso yo no lo hice ––dijo Foxy––. Yo..., yosólo dije que os habíais comportado de unamanera muy rara cuando volvisteis con esetejón. Mr. King puede haberme malinterpreta-do.

––Claro que lo hizo; y seguro que te va aechar a ti toda la culpa cuando se dé cuenta deque estaba equivocado. Si tú no conoces a King,nosotros sí. Me avergüenzo de ti. No parecesun sargento ––dijo M’Turk.

––No con tres diablejos como vosotros, cla-ro que no. Me habéis tendido una trampa. Hecaído en una emboscada. Con todo el equipo. Ya ver quién es el guapo que mantiene la disci-plina entre los más pequeños después de todoesto. Y el director me mandará al coronel Dab-ney con una nota preguntándole si eso de queos había invitado era verdad.

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––Entonces será mejor que esta vez vayaspor la portería, en vez de perseguir a tus maldi-tos chicos..., ¿no fue eso lo que le dijo a King?Creo que sí. ¿Bien, Foxy? ––Stalky apoyó labarbilla en las manos y contempló a la víctimacon un profundo deleite.

––¡Ti-ra-la-la-i-tu! ¡Me parto! ¡Mirad! ––gritóM’Turk––. Foxy nos trajo té cuando éramosleprosos morales. Foxy tiene corazón. Además,ha estado en el ejército.

––Me gustaría haberos tenido en mi com-pañía, jóvenes caballeros ––dijo el sargentodesde lo más hondo del corazón––; os habríapuesto bien firmes.

––Silencio ante la corte marcial ––siguióM’Turk––. Soy el abogado del prisionero; y, porotra parte, esto es demasiado bueno para con-társelo a los brutos del colegio. Nunca lo en-tenderían. Ellos juegan al cricket, y dicen «sí,señor», y «oh, señor», y «no, señor».

––No importa. Prosigamos ––dijo Stalky.––Bueno. Foxy es un buen chico cuando no

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pretende dárselas de listo.––No hay que abusar tampoco ––añadió

Stalky––. No me importa si le dejas fuera deesto.

––Ni a mí ––dijo Beetle––. El Pezuñas es miúnico objetivo..., el Pezuñas y King.

––Tuve que hacerlo ––gimió el sargento las-timeramente.

––¡Sea pues! Desatendiendo, incitado pormalas compañías, el recto cumplimiento de sudeer, o... o algo parecido. Se te perdona con unareprimenda, Foxy. No diremos nada sobre ti.Juro que no lo haremos ––concluyó M’Turk––.Malo este asunto para la disciplina de la escue-la. Fatal.

––Muy bien ––dijo el sargento, recogiendolo del té––. Conociendo como yo conozco a losjóvenes diabl..., quiero decir, caballeros del co-legio, me alegro mucho de oír esto. Pero ¿qué levoy a decir al señor director?

––Lo que te apetezca, Foxy. Nosotros nosomos los criminales.

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Decir que el director se sintió fastidiadocuando el sargento apareció después de la cenacon el parte criminal del día sería poco.

––Corkran, M’Turk y compañía, ya veo.Fuera de los límites, como siempre. ¡Ahí va!¿Qué diantres es esto? Sospecha de que beben.¿Quién los acusa?

––Mr. King, señor. Los cogí fuera de los lí-mites; por lo menos es lo que parecía. Pero haymucha tela detrás ––el sargento daba clarasmuestras de estar nervioso.

––Siga ––dijo el director––. Oigamos su ver-sión.

El sargento y él se conocían desde hacíaunos siete años; y el director sabía que las afir-maciones de Mr. King siempre dependían engran medida de su estado de ánimo.

––Yo creía que estaban fuera de los límites,cerca del acantilado. Pero ha resultado que noera así. Los vi entrar en los bosques del coronelDabney y... lo que pasó fue que Mr. King y Mr.Prout, que venían conmigo, y yo... los hombres

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del coronel Dabney nos tomaron por cazadoresfurtivos. Se dijeron algunas cosas fuertes, señor,por ambas partes. Los jóvenes caballeros pudie-ron volver al colegio de alguna manera, y pare-cían estar muy risueños, señor. El propio coro-nel Dabney, un hombre estricto donde los haya,se las vio con Mr. King. Entonces los chicosprefirieron apelar directamente a usted, en vis-ta de lo que... Mr. King había dicho sobre suscostumbres en el estudio de Mr. Prout. Sólopuedo decir que estaban muy divertidos,haciendo risitas todo el rato, un poco más eufó-ricos de lo normal. Después me dijeron, entrecarcajadas, que el coronel Dabney les habíainvitado a entrar en sus bosques cuando quisie-sen.

––Ya veo. No le dijeron eso al jefe de su ca-sa, por supuesto.

––Apelaron a usted en cuanto Mr. Kingmencionó sus... hábitos. Lo hicieron enseguida,señor, y pidieron que se les mandase al dormi-torio hasta que usted los recibiese. He llegado a

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la conclusión, señor, teniendo en cuenta lo bienque se lo están pasando, que, no sé cómo, hanoído cada palabra dicha por el coronel Dabneya Mr. King y Mr. Prout cuando los tomó porcazadores furtivos. Esto es lo que me parece, sies que he entendido algo de todo este asunto.Es..., es un hecho indudable, si me permite de-cirlo; y ahora están disfrutando de lo lindo conello en el dormitorio.

El director lo vio todo claro, hasta las últi-mas implicaciones, y una pequeñísima sonrisase esbozó bajo su bigote.

––Mándemelos inmediatamente, sargento.No hace falta prolongar este caso.

Cuando los tres aparecieron escoltados lesdijo:

––Buenas tardes. Quiero toda vuestra aten-ción durante unos pocos minutos. Me conocéisdesde hace cinco años, y yo a vosotros desdehace... veinticinco. Creo que nos entendemosperfectamente. Ahora os voy a hacer un cum-plido enorme. La marrón, por favor, sargento.

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Gracias. No hace falta que se quede. Os voy aejecutar sin rima, Beetle, ni razón. Sé que fuis-teis a las tierras del coronel Dabney porque oshabía invitado. Ni siquiera voy a mandar alsargento con una nota preguntando si lo quedecís es verdad, porque estoy convencido deque, en esta ocasión, os habéis adherido es-trictamente a la verdad. Sé, también, que noestabais bebiendo. M’Turk, prescinda de esaexpresión virtuosa o voy a empezar a sospecharque no me entiende bien. Vuestra conducta hasido intachable. Y por eso lo que voy a hacer vaa ser una injusticia clamorosa. Vuestras reputa-ciones han padecido últimamente, ¿no? Habéissido calumniados ante toda la casa, ¿no es ver-dad? Os preocupa especialmente el honor devuestra casa, ¿no es así? Pues bien, os voy aazotar yo aquí ahora mismo.

Seis soberanos azotes por cabeza fue la ra-ción asignada.

––Y esto, creo ––el director puso de nuevola vara en su sitio y tiró la acusación escrita a la

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papelera––, liquida este tema. Cuando uno en-cuentra algo que se sale de lo normal, y esto ospuede ser útil más adelante, debe afrontarlo deuna manera anormal. Y esto me recuerda... Hayun montón de libros en esa estantería. Podéiscogerlos si luego los devolvéis. No creo que lespase nada si los leéis al aire libre. Huelen de-masiado a tabaco. Esta tarde iréis a clase comosiempre. Adiós ––dijo aquel hombre asombro-so.

––Adiós y gracias, señor.––Juro que esta noche voy a rezar por el di-

rector ––dijo Beetle––. Los dos últimos golpesfueron unas caricias en el coco. Hay un MonteCristo en el estante de abajo. Lo he visto. ¡Lapróxima vez que vayamos a Las Aves me voy allevar un buen equipaje!

––¡Querido amigo! ––dijo M’Turk––. No nosencierran, no hay que copiar tonterías, no noshacen preguntas impertinentes. Todo solucio-nado. ¡Mirad! ¿Para qué irán a verle King...,King y Prout?

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Se hablase de lo que se hablase en esa en-trevista, el caso es que no sirvió para restaurarlos heridos orgullos de King y Prout, porque,cuando salieron de la casa del director, seis ojosnotaron que uno estaba rojo y azul hasta la na-riz y el otro sudaba profusamente. Esa estampacompensó ampliamente la mandíbula imperialcon que fueron obsequiados por los dos. Pare-cía, y a nadie les sorprendió más que a ellos,que no habían expuesto todos los hechos mate-riales; que eran reos tanto de suppresio veri co-mo de suggestio falsi 26 (dioses bien conocidoscontra los cuales pecaban a menudo); eranademás malévolos en sus tendencias, indignosde confianza en sus caracteres, perniciosos yrevolucionarios en sus influencias y abandona-dos a los demonios de la terquedad, el orgulloy la vanidad más intolerables. En noveno y

26 Suppresio ven ... suggestio falsi: «Omisión deverdad..., insinuación de falsedad», en latín. (N. delT.)

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último lugar, tenían que tener cuidado con loque hacían y cuidarse bien de dedicarse a cier-tas actividades.

Y tuvieron cuidado, como sólo los chicos lopueden tener cuando se trata de jugarle unamala pasada a alguien. Esperaron toda unalarga semana sofocante hasta que Prout y Kingse volvieron a hinchar como antes; hasta quehubo un partido en su propia casa en el queparticipaba Prout; hasta que, finalmente, éste sehubo atado las zapatillas y estuvo preparado.King se asomó por una ventana y los tres esta-ban sentados fuera, en un banco.

Stalky le dijo a Beetle:––Y yo te pregunto, Beetle, ¿quis custodiet

ipsos custodes?––No me preguntes ––dijo Beetle––. No

tengo nada que hablar contigo en privado.Puedes ser tan privado como quieras a–– otroextremo del banco; y que tengas una buenatarde.

M’Turk bostezó.

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––Bueno, deberíais haber venido por la por-tería como buenos cristianos en vez de cazar avuestros, ejem, chicos a lo largo y ancho de mistierras. Creo que estos partidos de la casa sonun asco. Vamos adonde el coronel Dabney aver si ha cogido a más cazadores furtivos.

Esa tarde se oyeron muchas risas en LasAves.

LOS GENIOS DE LA LÁMPARA

Primera parte

La Compañía «Aladino» estaba ensayandoen la sala de música del último piso del quintocurso. Dickson Quartus, conocido vulgarmentecomo «Dick Cuatro», era Aladino, el director, elcoreógrafo, media orquesta y, en gran parte,libretista, porque el texto había sido reescrito yllenado de alusiones locales. La pantomimadebía representarse la semana siguiente, en el

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estudio del primer piso ocupado por Aladino,Abenazar y el emperador de china. El genio dela lámpara, la princesa Badrulbadur y la viudaTwankey vivían en el estudio número cinco delmismo pasillo, de manera que la compañía po-día reunirse fácilmente. El suelo temblaba bajolos zapateos del ballet, mientras Aladino, conmallas de algodón rosa, una chaqueta azul delentejuelas y un sombrero con plumas, apo-rreaba alternativamente el piano y el banjo. Erael alma motora de la empresa, como corres-pondía a un estudiante mayor que había apro-bado ya el examen preliminar del ejército yesperaba entrar en Sandhurst 27 en primavera.

Aladino volvió finalmente a su hogar, Abe-nazar yacía envenenado en el suelo, la viudaTwankey bailó su danza y la compañía decidióque todo estaba listo para la actuación.

––¿Pero qué pasa con la última canción? ––

27 Sandhurst: La academia militar más prestigio-sa de Inglaterra en esa época. (N. del T.)

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preguntó el emperador, un chico alto y rubiocon una sombra de bigote que retorcía militar-mente––. Necesitamos alguna vieja canción quelevante los espíritus.

––John Peel? ¿Bebe, cachorro, bebe? ––sugirióAbenazar, doblando su amplio pijama lila.«Pussy» Abenazar parecía siempre medio dor-mido, pero poseía una sonrisa suave y lentamuy adecuada para el papel de «tío malvado».

––Eso ya está pasado ––dijo Aladino––. Se-ría lo mismo que cantar El reloj del abuelo. ¿Quéera eso que estabas tarareando ayer en clase,Stalky?

Stalky, el genio de la lámpara, con mallasnegras, justillo y un antifaz negro de seda en lafrente, silbó perezosamente, tumbado encimadel piano, una pegadiza melodía de music-hall28.

Dick Cuatro levantó la cabeza apreciativa-

28 Music––hall: Establecimiento de recreo en el que sepresentan espectáculos de canto, danza, acrobacias, etc.,acompañados por una, orquesta. (N. del T.)

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mente y bizqueó mirando la punta de su larganariz roja.

Repite, no he podido cogerlo ––dijo, inten-tando sacarla al piano––. Canta la letra.

––¡Arrah, Pats cuida el niño!¡Arrah, cuida al bebé!¡Envuélvelo bien en su abrigo,como loco se va a poner!¡Arrah, Patsy, cuida al niño;cuídamelo, que tengo que hacer!¡Llora que llora toda la noche!¡Arrah, Pastsy, cuida al bebé!––¡Estupendo! ¡Perfecto! ––dijo Dick Cua-

tro––. Lo malo es que en la actuación no vamosa tener piano. Tendremos que acompañar conbanjos; tocar y bailar a la vez. Inténtalo, Tertius.

El emperador se arremangó las mangas decolor verde guisante y siguió a Dick Cuatro conun pesado banjo plateado.

––Sí, pero yo estoy muerto todo este tiem-po, tumbado en medio del escenario ––dijoAbenazar.

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––Eso es cosa de Beetle ––dijo Dick Cuatro––. Vamos, Beetle. No nos tengas esperando todala tarde. Tienes que sacar a Pussy de la luz dealguna manera y enfocar nuestro baile al final.

––Vale. Tocad otra vez vosotros dos ––dijoBeetle, que, con una camisa gris y una pelucacastaña de bucles como salchichas, torcida so-bre un par de anteojos reparados con un cordónviejo de zapato, representaba a la viuda Twan-key. Balanceaba una pierna al compás del rít-mico estribillo, mientras los banjos sonabancada vez más fuerte.

––¡Hum! ¡Ah! ¡Eeeh...! Aladino ya tiene mujer––cantó, y Dick Cuatro lo repitió.

––El emperador está calmado ––cantó Tertiushundiendo el pecho.

––¡Adelante, Pussy! Di: «A la vida podéisya volver» Entonces nos cogemos las manos yavanzamos: «Esperamos que os haya gustado».¿Entendez-vous?

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––Nous entendons29. No está mal. ¿Qué can-tamos en el baile final? Son cuatro pasos y unavuelta ––dijo Dick Cuatro.

––¡Ejem!Juanito el bajito bajará el telón,y tocará el timbre del apuntador.Antes de irnos les deseamosque ustedes lo pasen bien.––¡Fantástico! ¡Fantástico! Hagamos ahora

la escena de la viuda y la princesa. Vamos,Turkey.

M’Turk, con una falda violeta de seda y uncoqueto turbante azul, avanzó con el aspecto dealguien completamente avergonzado de símismo. El genio de la lámpara se bajó del pianoy, sin pasión alguna, le dio una patada.

––Venga, Turkey ––dijo––; esto es serio.En ese momento sonó en la puerta la llama-

da de la autoridad. Resultó ser King, en toga y

29 ¿Entendez vous?... Nous entendons: «¿Enten-déis?... Entendemos», en francés macarrónico. (N. delT.)

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sombrero, disfrutando de su paseo sabatino deantes de la cena.

––¡Puertas cerradas! ¡Puertas cerradas! ––gritó ceñudo––. ¿Qué significa esto? ¿Y cuál, sipuedo preguntarlo, es el propósito de este...esta indumentaria epicena?

––Una pantomima, señor. El director nos hadado permiso ––dijo Abenazar, como únicoalumno de sexto implicado. Dick Cuatro semantuvo firme, seguro de que las mallas le sen-taban bien; .pero Beetle intentó desaparecerdetrás del piano. Una falda gris de princesaprestada por la madre de un mediopensionistay un vistoso corsé de algodón irregularmenteforrado de papel le hacen a uno sentirse ridícu-lo. Y además Beetle no tenía la conciencia muylimpia.

––¡Como siempre! ––se burló King––. Ton-terías futiles justo cuando vuestras carreras, olo que puede ser de ellas, están totalmente en elaire. ¡Ya veo! ¡Ah, ya veo! La vieja banda decriminales, las fuerzas aliadas del desorden,

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Corkran ––el genio de la lámpara sonrió edu-cadamente––, M’Turk ––el irlandés sonrió tam-bién–– y, por supuesto, el inefable Beetle, nues-tro amigo Gigadibs 30 ––Abenazar, el empera-dor y Aladino fueron pasados por alto, pues superversidad no era tan notoria––. ¡Saga usted,mi negro bufón, de detrás de ese instrumento!Usted pergeña, supongo, los ripios de la fun-ción. ¿Se considera un, digamos, poeta?

«Ha leído alguno de mis poemas», pensóBeetle, notando cómo la cara de King iba enro-jeciendo.

––Acabo de tener el placer de leer una desus efusiones dirigida a mí, según creo; unaefusión presuntamente en verso. Así que... asíque usted no me tiene en alta estima, ¿no esasí? Me doy cuenta, no hace falta que lo diga,que su engendro ostensiblemente no estaba

30 Gigadibs: Personaje de un poema de RobertBrowning (1812-1889), poeta y dramaturgo inglés.(N, del T.)

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destinado a mi edificación. Lo leí riéndome, sí,riéndome. Estas cosas de niños, pues todavíasomos niños, maestro Gigadibs, no perturbanmi ecuanimidad.

Beetle se preguntó cuál sería. Había ofreci-do múltiples sátiras a un público capaz deapreciarlas desde que había descubierto que eraposible burlarse de alguien en verso.

Para demostrar su impasible serenidad,King procedió a despedazar sistemáticamente aBeetle, a quien llamaba Gigadibs, con palabras.Desde los corones desatados de los zapatos alas gafas torcidas ––la vida de un poeta en ungran colegio es ardua–– le ridiculizó ante suscompañeros con el resultado habitual: sus ma-labarísticas puyas verbales, pues King tenía unalengua viperina, le pusieron finalmente ce buenhumor. Dibujó una lúgubre previsión de Beetleacabando como un panfletero degenerado mu-riendo en una buhardilla, repartió algunos bre-ves cumplidos entre M’Turk y Corkran y, re-cordando a Beete que debía acudir cuando se le

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llamase para ser juzgado, se fue a la sala deprofesores, donde volvió a triunfar sobre susvíctimas.

––Y lo peor de todo es ––explicó en voz altadelante de su plato de sopa–– tener que des-perdiciar tales joyas del sarcasmo en esas cabe-zas huecas. Están muchas millas por encima deellos.

––Bue-eno ––dijo lentamente el capellán dela escuela––, yo no sé lo que podrá apreciarCorkran de tu estilo, pero el joven M’Turk lee aRuskin31 por placer.

––¡Tonterías! Quiere hacer creer que lo lee.No me fío nada del oscuro celta.

––No, de verdad. La otra noche fui oficio-samente a su estudio y encontré a M’Turk ab-sorbido en cuatro números raros de Fors Clavi-gera32.

31 John Ruskin (1819-1900): Crítico de arte y en-sayista inglés. (N. del T.)

32 Fors Clavigera: Publicación periódica de Rus-

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––Yo no sé nada de sus vidas privadas ––dijo con calor un profesor de matemáticas––,pero he aprendido por amarga experiencia quees mejor dejar tranquilos a los del estudio cinco.Son unos jóvenes diablos completamente de-salmados ––se sonrojó ante las risas de los de-más.

Pero en la sala de música había ira y pala-bras fuertes. Sólo Stalky, el genio de la lámpara,seguía tumbado inmóvil en el piano.

––Ese cerdito de Manders debe de haberleenseñado alguno de tus poemas. Siempre leestá haciendo la pelota a King. Yo en tu lugariba a por él ––sugirió––. ¿Cuál era, Beetle?

––Ni idea ––contestó Beetle, intentando qui-tarse la falda––. Había uno sobre cómo intentahacerse el simpático con los pequeños, y otrosobre él en el infierno, contándole al demonioque había estudiado en Balliol33. ¡Los dos rima-

kin. (N. del T.)33 Balliol: Uno de los colegios más antiguos de la

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ban muy bien, podéis estar seguros! ¡Igual elpequeño Manders le enseñó los dos! Le voy acorregir bien las cesuras.

Desapareció bajando las escaleras fue al au-la de al lado del estudio de King, donde se rigióa un niño blanco y sonrosado y lo persiguió porel pasillo hasta el aula de los de tercero. Acaba-da su tarea volvió, muy desarreglado, y encon-tró a M’Turk, Stalky y los otros de la compañíaen su estudio disfrutando de una enorme me-rienda de café, cacao, bollos, pan fresco, sardi-nas, embutidos, paté, tres tipos de mermelada ypor lo menos otras tantas libras 34 de nata deDevonshire.

––¡Hombre! ––dijo, abalanzándose sobre elbanquete––. ¿Quién ha traído todo esto, Stalky?––faltaba menos de un mes para el final deltrimestre, y el hambre más cruel se extendía

Universidad de Oxford. (N. del T.)34 Libra: Unidad inglesa de peso equivalente a

453,6 gramos. (N. del T.)

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por los estudios desde semanas antes.––Tú ––dijo Stalky serenamente.––¡Asquerosos! Habéis estado robándome

mis reservas, ¿eh?––No te excites. Es sólo tu reloj.––¡El reloj! Lo perdí hace semanas. En el

campo, cuando estábamos intentando cazar eseviejo carnero..., el día que explotó la pistola.

––Se cayó de tu bolsillo, eres tan despistado,Beetle, y M’Turk y yo te lo guardamos. Llevousándolo una semana y no te has dado cuenta.Lo llevé a Bideford hoy después de comer. Mehan dado trece libras y siete peniques35. Mira,éste es el resguardo.

Va ya, demuestras una frialdad más quemediana ––dijo Atenazar desde detrás de unaenorme rebanada con nata y mermelada, por-

35 Libra esterlina: Nombre de la moneda inglesa.En aquella época equivalía a cuatro coronas; unacorona se dividía en cinco chelines, y un chelín endoce peniques. (N. del T.)

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que Beetle, aparte de comprobar la seguridadde sus pantalones del domingo, no mostró lamás mínima sorpresa, y mucho menos re-sentimiento. Curiosamente fue M’Turk el quese enfadó, y dijo:

––¿Le has dado un resguardo, Stalky? ¿Loempeñaste? ¡Eres un animal sin escrúpulos! ¡Elmes pasado tú y Beetle vendisteis mi reloj! Noolí un resguardo ni de lejos.

––Ah, pero eso fue porque cerraste tu baúlcon llave y necesitamos media tarde para abrir-lo a martillazos. Lo habríamos empeñado si tehubieras comportado como una persona decen-te, Turkey.

––¡Mi madre! ––dijo Abenazar––. Vosotroslo que sois es unos comunistas. Pero muchasgracias a Beetle de todas formas.

––Eso es terriblemente injusto ––dijo Stal-ky––, con todas las molestias que me he tenidoque tomar para empeñarlo. Beetle no sabía quetenía un reloj. Por cierto, el Gallina me llevó aBideford esta tarde ––«el Gallina» era el arriero

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local, un típico producto de Devon. Stalky sehabía inventado este apodo tan poco caritativo––. Estaba bastante borracho, porque de otromodo no lo habría hecho. El Gallina es un pocotímido conmigo, no sé por qué. Le aseguré quequería hacer las paces con él, y le di un peni-que. Paró en dos pubs en el camino, así que estanoche va a estar como una cuba. Oh, no empie-ces a leer, Beetle; estamos en consejo de guerra.¿Qué diantres ha pasado con el cuello de tucamisa?

––Perseguí al pequeño Manders hasta losarmarios de tercero. Todos sus amiguitos aca-baron encima de mí ––contesto Beetle desdedetrás de una fuente de sardinas y de su libro.

––¡Eres más burro! Cualquier tonto te po-dría haber dicho dónde se iba a refugiar Man-ders ––dijo M’Turk.

––No lo había pensado ––dijo Beetle man-samente, cogiendo varias sardinas con una cu-chara.

––Claro que no. Nunca piensas ––M’Turk

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arregló el cuello de Beetle de un fuerte tirón––.¡Si llenas mi libro de aceite te la cargas!

––¡Cierra el pico, charlatán irlandés! Éste noes uno de tus repulsivos libros; es mío.

El libro era un grueso volumen con tapasmarrones de finales de los años sesenta queKing había arrojado una vez a la cabeza de Bee-tle para que éste viera de dónde venía el nom-bre de Gigadibs. Beetle se había apropiado ellibro y había descubierto en él algunas cosasinteresantes. Los apenas entendidos versos vi-vían y comían con él, como se notaba en susmanoseadas y sucias hojas. Estaba sumergidoen ese mundo, en compañía de hombres y mu-jeres maravillosos, hasta que tuvo que salir deél refunfuñando por el cucharazo que tuvo lepropinó en la cabeza.

––¡Beetle! Has sido maltratado, insultado yridiculizado por King. ¿No te das cuenta?

––¡Déjame tranquilo! Si es así, supongo quepuedo escribir algún nuevo poema sobre él.

––¡Absurdo! ¡Totalmente absurdo! ––dijo

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Stalky a los visitantes, como alguien que estámostrando un animal raro––. Beetle lee a untipo llamado Browing, y M’Turk a otro llamadoRuskin; y...

––Ruskin no es un «tipo» ––protestóM’Turk––. Es casi tan bueno como el comedorde opio36. Dice: «Somos hijos de razas nobleseducados por el arte que nos rodea». Eso serefiere a mí, y a la manera en que decoré el es-tudio cuando estos dos bichos lo habrían llena-do de estanterías y tarjetas de Navidad. ¡Hijode una noble raza, educado por el arte circun-dante, deja de leer o te meto una sardina por elcuello!

––Somos dos contra uno ––dijo Stalky entono de advertencia, y Beetle cerró el libro,obedeciendo la ley bajo la cual él y sus doscompañeros habían vivido durante seis años

36 Comedor de opio: Sobrenombre del escritoringlés Thomas de Quincey (1785-1859). (N. del T.)

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llenos de acontecimientos.Los visitantes estaban encantados. El estu-

dio número cinco tenía fama de contener máscantidad de locura que todo el resto de la es-cuela junto; y, en la medida en que su códigopermitía las amistades con los de afuera, eraneducados y acogedores con sus vecinos de piso.

––¿Qué tripa se te ha roto ahora? ––preguntó Beetle.

––¡King! ¡Guerra! ––gritó volviéndose haciala pared, donde colgaba un pequeño tambor deguerra africano, regalo recibido por M’Turk deun tío marino.

––Pero entonces nos van a echar otra vezdel estudio ––dijo Beetle, muy encariñado consu actual comodidad––. Mason nos echó sólopor... tocar unos pocos compases en él ––Masonera el profesor de matemáticas que había testi-ficado en la sala de profesores.

––«¿Compases?» ¡Oh, Señor! ––dijo Abena-zar––. No nos oíamos hablar a nosotros mismosen nuestro estudio cuando empezasteis con la...

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música. Pero de todas formas, ¿de qué os sirveque os expulsen del estudio?

––Tuvimos que vivir en los dormitorios du-rante una semana ––dijo Beetle trágicamente––,y hacía un frío bestial.

––Sí, es verdad; pero las habitaciones deMason estuvieron llenas de ratas todos los díasque estuvimos fuera. Le llevó una semana lle-gar a una conclusión ––dijo M’Turk––. Odia lasratas. En cuanto nos dejó volver al estudio noaparecieron más. Mason no es muy expansivocon nosotros ahora, pero no tenía pruebas.

––Menos mal ––dijo Stalky––, porque era yoel que me ocupaba de subir al tejado y echarlaspor su chimenea. Pero ahora la cuestión es si enestos momentos nos podemos permitir armarjaleo en el estudio.

––No te preocupes por mi reputación ––dijoBeetle––. King asegura que no puede ser peor.

––No me refiero a ti ––replicó Stalky condesdén––. Tú no quieres ir al ejército, murciéla-go piojoso. No quiero que me expulsen; y el

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director también se va hartando poco a poco denosotros.

––¡Nada! ––dijo M’Turk––. El director sóloexpulsa por brutalidad o robo. Pero me olvidé:Stalky y tú sois ladrones, ladrones habituales.

Los visitantes pusieron cara de asombro, asíque Stalky explicó de esta manera lo que habíadicho M’Turk:

––Bueno, veréis: ese monstruito de Mandersnos vio intentando abrir el baúl de M’Turk enel dormitorio cuando cogimos su reloj el mespasado. Por supuesto, Manders le fue con elcuento a Mason, y Mason lo interpretó como unclaro caso de robo, para vengarse de lo de lasratas.

––De esa forma Mason se puso en nuestrasmanos ––dijo suavemente M’Turk––. Nosotroséramos simpáticos con él, porque se trataba deun profesor nuevo que se estaba intentandoganar la confianza de sus alumnos. Pero fueuna lástima su afición a hacer juicios temera-rios. Stalky fue a su estudio haciendo como que

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lloraba, y le dijo a Mason que cambiaría total-mente de vida si no decía nada esta vez; peroMason no estaba dispuesto. Dijo que su deberera comunicárselo al director.

––¡Cerdo vengativo! ––dijo Beetle––. Todofue por lo de las ratas. Así que yo también fui agimotearle un poco, y Stalky confesó que lleva-ba seis años robando regularmente, desde quellegó a la escuela, y que yo le había enseñado ahacerlo. Mason se puso blanco de alegría. Cre-yó que nos tenía bien atrapados.

––¡Qué maravilla, chicos! ––dijo Dick Cua-tro––. No sabíamos nada de esto.

––Claro que no. Mason no dijo ni una pala-bra. Copió nuestra confesión completa. Se creíatodo lo que le decíamos ––dijo Stalky.

––Se lo llevó todo al director, con un prólo-go escrito por él mismo. Unas cuarenta páginasen total ––dijo Beetle––. Yo le eché una mano.

––¿Y después qué, locos idiotas? ––preguntó Abenazar.

––Oh, entonces el director nos mandó lla-

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mar; y Stalky pidió que se leyeran en alto las«deposiciones». El director las tiró a la papelerasin mirarlas siquiera y nos dio después ochogolpes con la vara a cada uno, de los buenos,por..., por... tomarnos libertades sin preceden-tes con un profesor nuevo. Vi cómo se movíansus hombros por la risa cuando salíamos. ¿Sa-bes ––dijo Beetle pensativamente–– que Masonno nos puede mirar ahora sin sonrojarse? Aveces le miramos los tres fijamente a la vez, ysiempre acaba nerviosísimo. Es un animal ex-traordinariamente sensible.

––Había leído Eric, o Poco a poco ––dijoM’Turk––; así que le regalamos San Winifred, oEl mundo de la escuela37., Se pasaban todo eltiempo libre robando en San Winifred, cuandono estaban rezando o emborrachándose en los

37 San Winifred y El mundo de la escuela: Son dosnovelas sobre la vida escolar publicadas en 1858 y1862, respectivamente, por el reverendo FrederickWilliam Farrar (1831-1903), teólogo y filólo& inglés.(N. del T.)

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pubs. Bueno, esto fue hace sólo una semana, y eldirector no está muy contento con nosotros porello. Lo llamó «maldad constructiva». La idease le ocurrió a Stalky.

––No tiene sentido tener líos con un profe-sor si no se le puede poner en ridículo al final ––dijo Stalky, tumbado en la alfombra frente a lachimenea––. Si Mason no conocía al númerocinco..., ahora ha aprendido algo, eso es todo.Ahora, mis sobremanera estimados «odientes»––Stalky flexionó las piernas debajo de sí y sedirigió a la compañía––, tenemos a ese hombrefuerte y perseverante que es King en nuestrasmanos. Ha hecho todo lo que hacía falta paraprovocar un conflicto ––Stalky se puso en estemomento la máscara de seda negra y empezó aactuar como un juez––. Nos ha fastidiado a Bee-tle, a M’Turk y a mí, privatim et seriatim38, unopor uno, a medida que nos podía pillar. Pero

38 Privatim et seriatim: «Privadamente y en serio»,en latín. (N. del T.)

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ahora ha insultado al número cinco arriba, en lasala de música, y en presencia de estos..., estosoficiales del noventa y tres, que parecen unospeluqueros. ¡Binjimin, le tenemos que hacergritar «capivi»!39.

Las lecturas de Stalky no incluían a Brow-ning ni a Ruskin.

––Y además ––dijo M’Turk–– es un filisteo,un colgador de cestas. Y lleva una corbata detartán. Ruskin dice que cualquiera que use cor-batas de tartán será, sin ninguna duda, malde-cido eternamente.

––Bravo, M’Turk ––gritó Tertius––; yo creíaque King sólo era un animal.

––––También lo es, por supuesto, pero nosólo eso. Tiene una cesta china con cintas azulesy un gatito rosa encima, colada de su ventanacon algunas hierbas aromáticas entro. ¿Osacordáis cuando me hice con aquella antiguatalla de madera de la iglesia de Bideford, cuan-

39 Capivi: «Lo he entendido», en latín. (N. del T.)

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do la estaban restaurando; Ruskin dice quecualquiera que restaure una iglesia es un cha-pucero redomado, y la pegamos aquí con cola?Pues bien, King vino y ¡quería saber si lahabíamos hecho con una sierra de marquetería!¡Qué bárbaro! ¡Es el rey de los colgadores decestas!

El pulgar manchado de tinta de M’Turkapuntó hacia abajo sobre una arena imaginariallena de sanguinolentos Kings. ¿Placetne40, hijode una raza generosa? ––gritó a Beetle.

––Bueno ––comenzó Beetle dubitativo––,viene de Balliol, pero le voy a dar una oportu-nidad. Ya sabéis que siempre puedo hacerlesaltar con un poco más de poesía. No puedellevarme al director porque se pondría en ridí-culo. Stalky tiene toda la razón. Pero tenemosque darle una oportunidad.

Beetle abrió el libro que había sobre la me-

40 ¿Placetne?: «¿Te parece bien?», en latín. (N. delT.)

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sa, deslizó su dedo sobre una página, y leyó alazar:

––« ... y en Moscú, yendo hacia el Zarcon leves pasitos gravessobre aquel suelo del Kremlinde serpentina y sienitacon otros cinco oficiales...»––Nada, ése no vale. Prueba con otro ––dijo

Stalky.––Esperad, que ya sé lo que viene ahora ––

M’Turk leyó sobre el hombro de Beetle:«... que a la vez toman rapépara esconder su intenciónde desplegar en secretola suavidad que permita...»¡Eh, qué frase!«... apretar con fuerza pétrea dejar el alto

cuelloManco sin más respirar.»Punto.––No entiendo ni jota ––dijo Stalky.––Es que eres un poco bruto. Está clarísimo

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––dijo M’Turk––: esos seis individuos se carganal Zar sin dejar huella, estrangulándole. Actumest41 con King.

––Y fue él mismo el que me dio este libro ––dijo Beetle relamiéndose.

«Hay un gran texto en los Gálatas.Verás cuando entres en élveintinueve maldicionessi una falla, la otra nones.»Y siguió sin venir a cuento:––«¡Setebos, Setebos y Setebos!Cree que vive en la fría luna.»––Está yendo a comer ––dijo Dick Cuatro,

mirando por la ventana––. Mandersito va conél.

––Es el lugar más seguro para él en estosmomentos ––dijo Beetle.

––Entonces es mejor que os vayáis ahora ––dijo Stalky educadamente a los visitantes––. Nosería justo para vosotros implicaros en nuestras

41 Actum est: «Está hecho», en latín. (N. del T.)

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guerras. Además, es mejor que no haya testi-gos.

––¿Vais a empezar en seguida? ––preguntóAladino.

––Inmediatamente o antes todavía ––dijoStalky, y apagó el gas––. Fuerte, perseverantehombre ese King. Hagámosle gritar «capivi».Vamos, Binjimin.

La compañía se retiró a su amplio y arre-glado estudio con ánimo expectante.

––Cuando Stalky piafa como un caballo ––dijo Aladino al emperador de China–– es queestá en pie de guerra. Me pregunto qué le espe-ra a King.

––Nada bueno ––dijo el emperador––. Elnúmero cinco suele devolver las faenas conaltos intereses.

––¿Creéis que debería comunicar todo estooficialmente? ––dijo Abenazar, que acababa derecordar que era perfecto.

––No es asunto tuyo, Pussy. Además, si lohicieses se pondrían en contra de nosotros, y no

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podríamos representar nada ––dijo Aladino––.Parece que ya empiezan.

El tambor de guerra africano había sidoconstruido para mandar señales a través deestuarios y deltas. Se le había prohibido termi-nantemente al número cinco hacerlo sonar en laescuela o en sus inmediaciones; pero un broncotrueno devastador retumbó en los pasilloscuando M’Turk y Beetle frotaron científicamen-te su parte superior. Poco después, el sonido setransformó en algo parecido a trompetas, a unaorquesta salvaje de trompetas desafinadas.Después, cuando M’Turk empezó a golpear uncostado suavizado por la sangre de antiguossacrificios, el rugido se rompió en una serie debreves ladridos roncos como los de un gorilaherido en su selva nativa. A todo esto sucedióla cólera de King que, de tres en tres escalonesy haciendo aletear su toga, subía la escalera.Aladino y compañía, que estaban escuchando,se estremecieron de emoción cuando la puertase abrió con estrépito. King entró a trompicones

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en la oscuridad y maldijo a los músicos por losdioses de Balliol y del reposo tranquilo.

––Fuera del estudio durante una semana ––dijo Aladino mirando por la rendija de la puer-ta––. Bajar la llave a su estudio antes de cincominutos. «¡Brutos! ¡Bárbaros! ¡Salvajes! ¡Niños!»Parece bastante agitado. «Arrah, Patsy, cuida alniño» ––cantó en un susurro aferrado al pomode la puerta mientras sus pies bailaban unasilenciosa danza de guerra.

King volvió abajo, y Beetle y M’Turk en-cendieron la luz para conferenciar con Stalky;pero Stalky había desaparecido.

––Buena la hemos hecho ––dijo Beetle, re-cogiendo sus libros y el estuche de instrumen-tos matemáticos––. Una semana en las clases noes ninguna gran ventaja para nosotros.

––Sí, pero ¿no ves que Stalky no está aquí,especie de beduino? ––dijo M’Turk––. Baja lallave y le( n cara de pena. King te soltará unrollo de menos media hora. Yo voy a leer a laclase de abajo.

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––Pero siempre me toca a mí ––protestóBeetle.

––A ver qué pasa ahora ––dijo M’Turk cones––jeranza––. Yo no sé más que tú lo que pla-nea Stalky, pero seguro que es algo. Baja yaguanta la ira de King. Ya estás acostumbrado.

Apenas hubieron salido, la tapa de la cajade carbón, que servía también de asiento, selevantó cautamente. Había sido un reto difícil,incluso para el flexible Stalky, acurrucarse de-ntro con la cabeza entre las rodillas y el abdo-men debajo de la oreja derecha. Sacó de un ca-jón de la mesa una pequeña catapulta desgas-tada por el uso, un puñado de perdigones y unduplicado de la llave del estudio; levantó sinhacer ruido el cristal de la ventana y se arrodi-lló en el alféizar, mirando hacia la carretera, losárboles inclinados por el viento, los oscuroscampos y las blancas rompientes pedregosas.Después de andar un rato por el camino deDevonshire oyó el tembloroso clamor del cuer-no del arriero. Se podía distinguir en él un fan-

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tasma de melodía, como podría haberlo en elviento intentando entonar «Es una costumbredel ejército» en una botella de ginebra.

Stalky sonrió con los labios apretados y,cuando creyó llegado el momento idóneo, abriófuego. El viejo caballo casi dio una volteretaentre las varas.

––¿Quién anda por ahí? ––hipó el Gallina.Otro disparo atravesó el toldo de lona con unmaligno silbido.

––¡Habet!42 ––murmuró Stalky, mientras elGallina desaparecía en la noche jurando y per-jurando, asegurando que había visto al malditocolegial que le había asaltado.

––Y entonces ––estaba diciendo King convoz aguda a Beetle, a quien había convocadopara cantarle las cuarenta delante del pequeñoManders, sabiendo bien cómo le fastidia a unchico de quinto el ser puesto en ridículo delantede un fag––, entonces, maestro Beetle, a pesar

42 ¡Habet!. «Ahí queda eso», en latín. (N. del T.)

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de todos nuestros versos, de los que nos sen-timos tan orgullosos, cuando entramos en con-flicto directo con un representante de la autori-dad incluso tan humilde como yo mismo, porejemplo, somos expulsados de nuestros estu-dios. ¿O no es así?

––Sí, señor ––contestó Beetle con sonrisa deoveja en los labios y sentimientos homicidas enel corazón. Casi había perdido toda esperanza,pero se aferraba a una fe sólidamente fundadaen que Stalky nunca era tan peligroso comocuando no se le veía.

––No se te pide tu opinión, muchas gracias.Expulsados de nuestros estudios somos, justoigual que si no fuésemos mayores que el pe-queño Manders. Sólo somos escolares manca-dos de tinta, y debemos ser tratados como tales.

Beetle aguzó los oídos, porque el Gallina es-taba diciendo despropósitos salvajemente en lacarretera, y algunos de sus adjetivos se colaronpor la ventana. King creía en la ventilación. Seacercó a la ventana, entogado y mayestático, a

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plena luz, perfectamente visible desde fuera.––¡Te veo! ¡Te veo! ––rugió el Gallina, ahora

que había descubierto a un enemigo visible,recibiendo a la vez otro disparo desde la oscu-ridad––. ¡Sí, tú, narizotas, chorizo, borracho! Yaeres demasiado viejo para estas bromas. ¡Eh!¡Ponte una cataplasma en la nariz, te digo! ¡Ponuna cataplasma en tu narizota!

El corazón de Beetle saltó dentro de él. Sa-bía que, de alguna manera, en alguna parte,Stalky era la causa de estos gritos. Había espe-ranza y la posibilidad de una venganza cum-plida. Encarnaría la sugerencia sobre la nariz enverso inmortal. King abrió la ventana e increpóseveramente al Gallina. Pero el arriero estabaya más allá del insulto o la lisonja. Había baja-do del carro y se agachaba al lado del camino.

Todo se produjo rápidamente, como en unsueño. El pequeño Manders se llevó la mano ala cabeza dando un grito, mientras un pedernalanguloso arrasaba varios libros ricamente en-cuadernados en la estantería. Otro rebotó en el

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escritorio. Beetle intentó coserlo al vuelo y tantoesfuerzo hizo para lograrlo que tiró una lámpa-ra de mesa, la cual cayó, via43 los papeles deKing y algunos libros escogidos, en una alfom-bra persa, llenándola de aceite. Había cristalesrotos al lado de la ventana; la cesta china odia-da por M’Turk, hecha añicos, había dejado caerlas plantas con toda su tierra sobre los cojinesde tela roja; el pequeño Manders sangraba pro-fusamente por un corte en la mejilla; y King,profiriendo extrañas palabras que Beetle meji-lla; atesorando, salió corriendo a buscar al sar-gento de la escuela para que el Gallina fueraencarcelado inmediatamente.

––¡Pobre chico! ––dijo Beetle afectando unasimpatía que no sentía––. Que sangre un poco.Eso es bueno para prevenir la apoplejía ––yapoyó hábilmente la atontada cabeza sobre lamesa y los papeles que había en ella, condu-ciendo luego al aullante Manders hacia la puer-

43 Via: «Pasando por», en francés. (N. del T.)

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ta.Entonces Beetle, solo en medio del caos, se

dedicó a devolver bien por mal. Cómo, en esedespacho, las cubiertas de las obras completasde Gibbon44 quedaron totalmente rajadas; cómotanta tinta china se mezcló por casualidad conla sangre de Manders sobre el mantel; por quéel bote grande de cola, destapado, había rodadosemicircularmente por el suelo; y de qué mane-ra, finalmente, el pomo blanco de porcelana dela puerta se había llenado también de sangre,son cuestiones que Beetle no explicó cuando eliracundo King volvió y le encontró esperandoeducadamente sobre la pegajosa alfombra.

––Usted no me dijo que me fuera, señor ––dijo, con expresión de completa inocencia, yKing le expulsó a las tinieblas exteriores.

Fue corriendo hacia el armario de los zapa-tos que había bajo la escalera en la planta baja

44 Edward Gibbon (1737-1796): Historiador in-glés. (N. del T.)

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para dar rienda suelta a la alegría que encerra-ba dentro de sí. Estaba cogiendo aliento paralos primeros gritos de triunfo cuando dos ma-nos le taparon la boca.

––Ve al dormitorio y trae mis cosas. Lléva-las a los baños del número cinco. Todavía estoymedio desnudo ––le dijo Stalky, que estabahaciendo el pino––. No corras. Ve andando.

Pero Beetle fue tambaleándose hasta el aulamás cercana y delegó su deber en M’Turk, queno sabía nada todavía, haciendo un resumenhistérico de la campaña tal como se había des-arrollado hasta entonces. Así que fue M’Turk,el del rostro inescrutable, quien fue a buscar laropa al dormitorio mientras Beetle se retorcíaen una clase. Luego los tres se encerraron en losbaños del número cinco, abrieron todos los gri-fos, llenaron el lugar de vapor y se desternilla-ron de risa contándose los detalles de la guerrametidos cada uno en una bañera.

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¡Mol! ¡I! ¡Ich! ¡Ego!45 ––dijo Stalky entrecor-tadamente––. ¡Yo esperé hasta que no podíamás, mientras tocabais el tambor! Me escondíen el carbón... y enfadé todo lo que pude al Ga-llina... y el Gallina bombardeó a King. ¿Verdadque estuvo bien? ¿Oísteis el cristal?

––¡Cómo!... él... él... él! ––gritó M’Turk seña-lando a Beetle con un dedo tembloroso.

––Bueno, yo... yo... yo estaba allí ––aullóBeetle––, en su estudio, padeciendo un sermónde King.

––¡Oh, madre mía! ––dijo Stalky dando unalarido y desapareciendo bajo el agua.

––Lo del cristal no fue nada. Mandersitotiene una brecha en la cabeza. La... la... lámparavolcada sobre la alfombra. Sangre en los librosy papeles. ¡La cola! ¡La cola! ¡La cola! ¡La tinta!¡La tinta! ¡La tinta! ¡Ah!

Stalky saltó fuera de su bañera, todo sonro-

45 Moi... I... Ich... Ego: «Yo» en francés, inglés,alemán y latín, respectivamente. (N. del T.)

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sado como estaba, y sacudió a Beetle para quehablase coherentemente; pero lo que contó lesvolvió a postrar.

––Fui volando al armario de los zapatos encuanto oí a King subir por las escaleras. Beetlese precipitó dentro justo después de mí. La lla-ve de repuesto está escondida detrás de la tablaesa que está suelta. No tienen ninguna prueba ––dijo Stalky. Y los tres empezaron a cantar acoro.

––¡Y nos echó él mismo... él mismo... élmismo! ––dijo M’Turk––. No puede tener lamenor sospecha. ––Oh, Stalky, es lo mejor quehemos hecho nunca.

Cola! ¡Cola! ¡Toneladas de cola! ––gritó Bee-tle, las gafas brillando entre un mar de espu-ma––. Tinta y sangre, todo mezclado. Pasé lacabeza del enano asqueroso por toda la prosalatina del lunes. ¡Cómo apestaba el aceite! ¡Y elGallina le dijo a King que se pusiera una cata-plasma en la nariz! ¿Oíste al Gallina, Stalky?

––¿Verdad que lo hice bien? Estaba enfada-

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dísimo. ¿Oísteis lo que, decía? Oh, me voy aponer malo antes de un minuto si no ,p aramos.

Pero el vestirse fue un proceso laborioso,porque M’Turk no pudo evitar ponerse a bailarcuando oyó que la cesta china estaba rota; y,por si esto fuera poco, Beetle repitió todo lo quehabía dicho King con algunas correcciones yembellecimientos de cosecha propia.

––¡Terrible! ––dijo Stalky, cayéndose al sue-lo enredado en sus pantalones medio subidos––. ¡Muy negativo, sobre todo para chicos inocen-tes como nosotros! Me pregunto lo que diríanen San Winifred o El mundo de la escuela. ¡Eh!Esto me recuerda que les debemos una a los detercero por atacar a Beetle cuando perseguía alpequeño Manders. ¡Vamos! Es una buena coar-tada; y, además, si les perdonamos será peor lapróxima vez.

Los de tercero habían puesto una guardiadelante de su cuarto durante una hora, quepara un chico es una eternidad. Ahora estabanentretenidos en sus ocupaciones habituales del

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sábado por la tarde: asar gorriones atravesadoscon varillas oxidadas; destilar bebidas prohibi-das; despellejar topos con. navajas de bolsillo;cuidar cajas de cartón llenas de gusanos de se-da; o discutir las iniquidades de sus mayorescon una libertad, facilidad de palabra y tinotales que sor venderían a sus propios padres. Elgolpe se produjo de improviso. Stalky atacó aun grupo de niños reunidos en torno a susutensilios de cocinar; M’Turk se concentró enlos desordenados armarios igual que un terriercavaría en una conejera, y Beetle se dedicó allenar de tinta las cabezas a las que no habíallegado con un ejemplar del Diccionario clásicode Smith. Tres activos minutos acabaron conmuchos gusanos de seda, pequeñas larvas, ejer-cicios de francés, gorras escolares, huesos ycráneos científicamente clasificados y una do-cena de latas de jamón casero. Fue un gran de-sastre, y el aula parecía haber recibido la visitasimultánea de tres tormentas.

––¡Puf! ––dijo Stalky, suspirando una vez

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fuera de la clase, entre gruñidos de «¡Oh, voso-tros, bestias! Os creeréis muy graciosos» y cosasasí––. Muy bien. Que el sol no se ponga sobrevuestra cólera. Son raros estos diablillos de fags.No saben lo que es trabajar en equipo.

––Pues bien que se sentaron seis de ellossobre mi cabeza cuando entré aquí persiguien-do al pequeño

Manders ––dijo Beetle––. Aunque les adver-tí lo que les esperaba.

––Todos han recibido lo que merecían; quésentimiento más agradable ––dijo M’Turk en-simismado mientras andaban por el pasillo––.Pero ¿no creéis que tenemos bastante que halarsobre lo de King? ¿No te parece, Stalky?

––No, no mucho. Nuestra línea de acciónserá la de la inocencia calumniada, por supues-to, como cuando Fóxibus nos acusó de fumaren la carbonera. Si no se me hubiera ocurridocomprar la pimienta y echárosla encima de laropa, nos habría olido y nos habría descubierto.A King no le hizo demasiada gracia. Nos estu-

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vo llamando cebadores de pájaros durante unasemana.

––Ah, King odia la Sociedad de HistoriaNatural porque el pequeño Hartopp es el pre-sidente. No hay que hacer nada en el colegioque no sea a la mayor gloria de King ––dijoM’Turk––. Pero debe de ser un burro podrido,sabéis, para suponer que con nuestra experien-cia de la vida vamos a salir a dar de comer a lospájaros como unos fags.

––¡Pobre viejo King! ––dijo Beetle––. Eshorriblemente impopular en la sala de profeso-res, y le van a tomar el pelo una barbaridad conlo del Gallina. ¡Estupendo! ¡Qué bien! ¡Qué bo-nito! ¡Qué bueno! ¡Pero deberíais haber visto sucara cuando la primera piedra entró por la ven-tana! ¡Y la tierra de la cesta!

A los tres les dio un ataque de risa irresisti-ble que duró cinco minutos.

Volvieron finalmente al estudio de Abena-zar y fueron recibidos reverentemente.

––¿Qué es lo que pasa? ––preguntó Stalky,

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muy sagaz para captar los cambios de ambien-te.

––Lo sabéis muy bien ––contestó Abenazar––. Si os cogen os expulsarán. King es un maniá-tico charlatán.

––¿Quién? ¿Cuál? ¿Qué? ¿Expulsados porqué? Sólo tocamos el tambor de guerra. Ya nosecharon del estudio por eso.

––¿Queréis decir que no fuisteis vosotroslos que emborrachasteis al Gallina y le pagas-teis para que apedrease las habitaciones deKing?

––¿Pagarle? No, juro que no hicimos eso ––dijo Stalky aliviado porque no le gustaba men-tir—. ¡Qué mente más ruin tienes, Pussy!Hemos estado abajo bañándonos. ¿El Gallinatiró piedras a King? ¿Al fuerte y perseverantehombre, King? ––Sorprendente!

––Mucho. King está echando espuma por laboca. La campana de las oraciones. Vamos.

––Esperad un segundo ––dijo Stalky, si-guiendo la conversación en voz alta y alegre

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mientras bajaban las escaleras––. ¿Por qué letiró piedras el Gallina a King?

––Yo lo sé ––dijo Beetle cuando pasaronfrente a la puerta abierta de King––. Yo estabaen su estudio.

––¡Sssh, calla! ––siseó el emperador de Chi-na.

––Oh, ha bajado a las oraciones ––dijo Bee-tle, viendo la sombra del jefe de la casa en lapared––. El Gallina estaba sólo un poco borra-cho, insultando a su caballo; King le dijo no séqué por la ventana, y entonces él, como es lógi-co, empezó a tirarle piedras a King.

––¿Quieres decir ––dijo Stalky–– que Kingfue el que empezó todo?

King estaba detrás de ellos, y cada una deesas bien medidas palabras subían la escaleracomo flechas.

––Sólo puedo asegurar ––dijo Beetle–– queKing juraba como un maldito. Sencillamenterepugnante. Voy a escribir a mi padre para con-társelo.

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––Es mejor decírselo a Mason ––sugirióStalky––. El conoce nuestras tiernas concien-cias. Esperad un momento. Me tengo que atarel zapato.

Los del otro estudio no se pararon. No que-rían que se les identificase demasiado con lasacciones criminales del número cinco. PeroM’Turk resumió la situación justo delante delenemigo:

––Ya lo veis ––dijo el irlandés, colgándosede la barandilla––: empieza fanfarroneando conlos pequeños; luego sigue con los mayores;después se mete incluso con la gente de fueradel colegio y, claro, recibe su merecido. Se loestaba buscando..., perdón, señor. No habíavisto que estaba bajando la escalera.

La negra toga pasó por delante de ellos co-mo una tormenta eléctrica, y tras ella, a tres enfondo, cogidos del brazo, la compañía Aladinomarchó por el pasillo hacia las oraciones, can-tando con la más inocente de las intenciones:

––¡Arrah, Patsy, cuida al niño!

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¡Arrah, Patsy, cuida al bebé!¡Envuélvelo bien en su abrigo,como loco se va a poner!¡Arrah, Patsy, cuida al niño;cuídamelo, que tengo que hacer!¡Llora que llora toda la noche!¡Arrah, Patsy, cuida al bebé!

INTERLUDIO FÉTIDO

Fue una tía soltera de Stalky quien le man-dó los dos libros, con la dedicatoria: «Para miquerido Artie, en su decimosexto cumpleaños»;fue M’Turk quien propuso empeñarlos; y fueBeetle, a su vuelta de Bideford, quien los tiró ala repisa de la ventana del estudio número cin-co diciendo que Bastable sólo estaba dispuestoa dar nueve peniques por los dos; siendo Eric, oPoco a poco casi tan indigesto como San Winifred.

––Y no tengo un concepto muy elevado detu tía. Estamos casi sin blanca, querido Artie.

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En vista de lo cual, Stalky se levantó parapelearse con él, ero M’Turk se sentó sobre sucabeza llamándole «chico de mente pura» hastaque se hizo la paz. Como tenía que vérselas concierta prosa latina, era una luminosa tarde dejulio y deberían estar en un partido de criquetde la casa, empezaron a renovar su relación,íntima y clandestina, con los volúmenes men-cionados.

––Aquí está ––dijo M’Turk––: «El castigocorporal producía en Eric los peores efectos. Seacaloraba, pero no de remordimiento o arre-pentimiento»; toma nota de esto, Beetle, «sinode vergüenza y violenta indignación. Su rostroenrojecía de ira». ¡Oh, qué malo era Eric! Va-mos a leer donde se va a beber.

––Espera. Aquí hay otro párrafo interesan-te: «El sexto curso», dice: «Son los garantes delorden en toda escuela pública»46. Pero en este

46 Escuela pública: Escuela privada elitista y es-tricta donde se educan las clases dirigentes de la

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caso ––dijo Stalky golpeando el libro aludido––no pueden evitar que los alumnos beban y ro-ben, y que tiren a los fags por la ventana de no-che, y... y que hagan lo que les sale de las nari-ces. ¡Lo que nos hemos perdido no yendo a SanWinifred!

––Siento ver que hay chicos en mi casa sininterés alguno por los partidos.

Mr. Prout podía ser muy silencioso si se loproponía, aunque ésta no sea una gran virtuddesde el punto de vista de los chicos. Habíaabierto la puerta del estudio sin llamar ––otrafalta–– y los miraba suspicazmente.

––Siento mucho, de verdad, ver que nohacéis nada de ejercicio.

––Hemos estado fuera desde después decomer47, señor ––dijo cansadamente M’Turk––;

sociedad británica. (N. del T.)47 En Inglaterra la distribución de las comidas no

es como en España. El desayuno es más abundante yvariado; el almuerzo (lunch) es ligero y se toma alre-dedor del mediodía; luego viene el famoso té de las

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un partido de la casa es exactamente igual queotro, y su deporte de esa semana había consis-tido en cazar conejos con pistolas de tiro alblanco.

––Yo no puedo ver cuándo viene la pelota,señor ––dijo Beetle––. Me rompían las gafas tana menudo que acabaron dándome permiso pa-ra no participar. No era bueno ni siquieracuando era un fags, señor.

––Comer es lo que os gusta. Comer y beber.¿Por qué no os podéis tomar el más mínimointerés en el honor de vuestra casa?

Habían oído esa frase hasta la náusea. El«honor de la casa» era el punto flaco de Prout, yellos sabían bien cómo aprovecharlo.

––Si nos ordena bajar, señor, por supuestoque lo haremos ––dijo Stalky, con una amabili-dad exasperante. Pero Prout no estaba dispues-

cinco y, por último, la cena (dinner), que es la co-mida principal y se toma mucho más temprano queen España. (N. del T.)

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to a eso. Había intentado el experimento unavez en un partido importante, y los tres, sepa-rados de los demás, se habían expuesto bienvisibles durante media hora a la atención detodos los visitantes, a los que algunos fags pa-gados hacían fijarse en esas pobres víctimas dela tiranía de Prout. Y Prout era una personasensible.

En las infinitamente mezquinas conversa-ciones de la sala de profesores, King y Macrea,los otros jefes de casa, le habían convencido deque los deportes y sólo los deportes eran elmedio de salvación. Descuidar a algún chico eneste aspecto era perderlo. Necesitaban discipli-na. Sin estas malas influencias Prout habríasido un simpático jefe de casa; pero éste no erael caso, y, con la diabólica intuición de la juven-tud, los chicos sabían perfectamente a quién letenían que agradecer tanto celo.

––¿Tenemos que bajar, señor? ––dijoM’Turk.

––No quiero mandaros hacer lo que cual-

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quier chico como Dios manda haría con gusto.Lo siento ––y se fue con la vaga impresión deque había sembrado buena semilla en tierramala.

––¿Para qué cree que sirve todo eso? ––preguntó Beetle.

––Bah, está chiflado. King se ríe de él en lasala de profesores por nuestra falta de cualida-des deportivas, y Macrea dice alguna tonteríasobre la «disciplina» y el viejo Pezuñas se sientaentre ellos sudando a gota gorda. Oí a Oke (elmayordomo de la sala de profesores) hablandocon Richards (el asistente de Prout) sobre estoen el sótano el otro día, cuando fui a coger pan––dijo Stalky.

––¿Qué dijo Oke? ––preguntó M’Turk ti-rando «Eric» a un rincón.

––«Oh», dijo, «hacen más ruido que un nidolleno de cornejas, como si nosotros no tuviéra-mos orejas para oírles. Hablan sobre el viejoProut, lo que ha hecho o ha dejado de hacer consus chicos. Y cómo sus chicos son majos y los

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de él malísimos». Oke dijo esto y Richard seenfadó una barbaridad. Le tiene mucha manía aKing por algo. ¿Por qué será?

––Bueno, King habla de Prout en clase, hacealusiones y todo eso. Lo que pasa es que la mi-tad de los alumnos son tan bestias que no seenteran de nada. ¿Y os acordáis de lo que dijosobre el «asilo de alienados» el martes pasado?Se refería a nosotros. He oído que no para dedecir burradas a los de su propia casa bur-lándose de la de Prout ––dijo Beetle.

––Bueno, nosotros no hemos venido aquípara meternos en sus peleas ––dijo M’Turk en-fadado––. ¿Quién se viene a bañar después deque pasen lista? King está en el campo de cri-quet. Vamos ––Turkey cogió su sombrero depaja y salió delante de los otros.

Llegaron al soleado pabellón frente a laplaya de piedras grises justo antes de que pasa-sen lista y, sin preguntar a nadie, supieron porla voz y los gestos de King que sus chicos sedirigían con paso firme hacia la victoria.

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––¡Ajá! ––dijo, dándose la vuelta y mos-trando un semblante iluminado––. Aquí tene-mos por fin al orgullo de la casa de los locos.Consideráis el criquet, creo, algo inferior ––lamasa vestida de franela se rió tontamente––. Y,por lo que he podido ver esta tarde, muchosotros de vuestra casa opinan lo mismo. ¿Puedopreguntaros qué es lo que van a hacer vuestrasnobles personas hasta la hora del té?

––Vamos a bañarnos, señor ––dijo Stalky.––¿Y cómo este repentino celo higiénico?

No recuerdo ninguna circunstancia que sirvade precedente en vuestro caso. De hecho, si norecuerdo mal... puedo estar equivocado... perohace poco...

––Cinco años, señor ––interrumpido Beetleirritadamente.

King puso mala cara.––Uno de vosotros tenía lo que podríamos

denominar miedo al agua. Sí, miedo al agua.¿Así que ahora os queréis lavar? Está bien. Lalimpieza nunca ha hecho daño a ningún chico...

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ni a ninguna casa. Procedamos ahora al asuntoque nos reúne ––y cogió la lista.

––¿Para qué narices le contestaste, Beete? ––dijo M’Turk furioso, mientras caminaban hacialos grandes y abiertos baños de la playa.

––No es justo recordarle a uno que ha teni-do miedo al agua. Fue durante el primer tri-mestre que estuve aquí. Muchos niños lo tie-nen, cuando no saben nadar.

––Sí, burro; pero vio que te había tocado. AKing no hay que contestarle nunca.

––Pero no es justo, Stalky.––¡Vaya, hombre! Llevas aquí seis años y

todavía esperas juego limpio. Tú lo que eres esun completo idiota.

Un grupo de chicos de King que iban tam-bién a los baños les saludó, animándoles a la-varse por el honor de su casa.

––Esto viene de las burlas y las calumniasde King. A estos bestias no se les habría ocurri-do si él no se lo hubiera metido en la cabeza.Ahora nos van a dar la lata con esto durante

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semanas ––dijo Stalky––. No hagáis ni caso.Los chicos se acercaron, gritando palabras

oprobiosas. Para terminar se fueron a barloven-to, tapándose las narices ostensiblemente.

––Estamos buenos ––dijo Beetle––. Lo si-guiente será decir que toda nuestra casa apesta.

Cuando volvían de los baños con la cabezamojada, relajados, en paz con el mundo, lapremonición de Beetle se cumplió con creces.Se encontraron en el pasillo con un fag, un vul-gar fag de segundo, que les ofreció sin acercarsemucho una pastilla de jabón cuidadosamenteenvuelta.

––Con los saludos de la casa de King.––Espera ––dijo Stalky reprimiendo sus ga-

nas de atacar inmediatamente––. ¿Quién te dijoque hicieras esto, Nixon? ¿Rattray y White? ––eran dos líderes de la casa de King––. Gracias.No hay respuesta.

––Oh, es demasiado encargar a un niño quehala estas tonterías. No tiene sentido; ni gracia––dijo M’Turk.

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––Pues van a seguir con esto hasta el finaldel trimestre, seguro ––Beetle movió la cabezatristemente. Él mismo había a veces llevado lasburlas tan lejos como podían dar de sí.

En pocos días se sabía en todo el colegioque en la casa de Prout no se lavaban y que poreso olían tan mal. Mr. King disfrutaba y sonreíaabiertamente en clase cuando alguno de suschicos se alejaba de Beetle con gesto de asco.

––Aparentemente sufres algún tipo de in-capacidad, Beetle, o si no, ¿por qué Burton se,digamos... retrae cuando te vislumbra? Confie-so que estoy a oscuras. ¿Será alguien tan ama-ble como para iluminarme?

Naturalmente, fue iluminado por mediaclase.

––¡Interesante! ¡Sumamente interesante! Detodas formas cada casa tiene sus propias tradi-ciones, en las cuales yo no querría interferir pornada del mundo. Nosotros tenemos prejuiciosen favor del lavado. Beetle, continúa desde

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«Yugurta tamen»48 y, si puedes, evita hacer con-jeturas demasiado descaradamente.

La casa de Prout estaba furiosa porque lasde Macrea y Hartopp se habían unido a la deKing para insultarles. Convocaron una asam-blea de la casa después de la cena, una asam-blea excitada y furiosa de todos menos los pre-fectos, cuya dignidad, aunque simpatizabancon las razones de la convocatoria, no les per-mitía asistir. Se leyeron resoluciones agramati-cales y se pronunciaron discursos que comen-zaban: «Caballeros, nos hemos reunido en estaocasión...»; y terminaban: «Es una gran ver-güenza»; como las casas han hecho desde elorigen de los tiempos y de los colegios.

El estudio número cinco asistió con su acti-tud habitual de amable condescendencia. Alfinal, el propio M’Turk, ilustre orador, tomó la

48 Yugurta tarnen: «Sin embargo, Yugurta...», enlatín. Yugurta (154-104 a. de J.C.) fue un rey de Nu-midia vencido por los romanos. (N. del T.)

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palabra:––Gritos, insultos y chismorreos, ahí se

queda todo. ¿Para qué sirve? La casa de Kingdisfruta de lo lindo porque nos tiene bien cogi-dos; y King también. Además, por si fuerzapoco, esta resolución de Orrin está hasta lostopes de mala gramática, y King se va a partirde risa con ella.

––Yo pensaba que tú y Beetle la corregiríaisy... y luego podríamos ponerla en el tablero delpasillo ––dijo tímidamente el redactor.

––Pas si je le connais49. No voy a participaren este engendro ––dijo Beetle––. Sería un nue-vo triunfo para la casa de King. Turkey tienetoda la razón. ––Bueno, entonces, ¿Stalky?

Pero éste se limitó a hinchar los carrillos,aplastarse la nariz como Panurgo50 y decir:

49 Pas si je le connais: «No si puedo evitarlo», enfrancés. (N. del T.)

50 Panurgo: Personaje de Gargantúa y Pantagruel,de Rabelais, escritor francés de la primera mitad delsiglo XVI. (N. del T.)

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«¡Oh, abyectos ignorantes!».––¡Sois tres esquiroles asquerosos! ––fue el

clamor unánime de la democracia. Y salieronentre abucheos.

––Todo esto no es más que pura palabrería––dijo

M’Turk––. Vamos a por las tolas y a cazarconejos. En el baúl de Stalky halas tres pistolasde tiro al blanco con su provisión de perdigo-nes; este baúl estaba en su dormitorio, un áticocon tres camas unido a otro cuarto con diezque, a su vez, daba a la larga serie de dormito-rios que iban prácticamente de un extremo alotro del colegio. La casa de Macrea era la si-guiente a la de Prout, y después de ella veníanla de King y la de Hartopp. Puertas cuidado-samente cerradas separaban una casa de la otra,pero cada una de ellas era, en su ordenacióninterna, una réplica de la siguiente; un tejadorecto las cubría a las cuatro. Originariamente, elcolegio había constado de doce grandes casas.

Encontraron la cama de Stalky separada de

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la pared junto a la cual solía estar, y el traserode Richards sobresaliendo de un hueco de dospies cuadrados que había en ella.

––¿Qué es esto? Nunca antes lo había visto.¿Qué estás intentando hacer, Gordi?

––Estoy intentando coger agua, señor Cor-kran ––la voz de Richards sonaba cavernosa yapagada––. Me han complicado mucho las co-sas. Mucho de verdad.

––Eso parece ––dijo M’Turk––. ¡Eh! Te vas aquedar encajado si no tienes cuidado.

Richards salió jadeante.––No puedo alcanzar. Sí, hay un grifo, se-

ñor M’Turk. Han subido todas las cañerías unpiso más en las casas, casi hasta la altura deltejado. Las vacaciones pasadas. Yo no llego algrifo.

––Déjame probar ––dijo Stalky metiéndosepor la abertura.

––Deslícese hacia la izquierda, señor Cor-kran. Vaya a la derecha y tantee en la oscuri-dad.

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Stalky se giró hacia la derecha y vio unalarga cañería de plomo que desaparecía por untúnel triangular cuyo techo eran las traviesasdel tejado del colegio, la pared, el basto soportede la pared de madera y yeso del dormitorio yel suelo de vigas.

––Qué raro. ¿Hasta dónde llega?––Va todo recto, señor Corkran, todo recto

de punta a punta del colegio, por debajo deltejado. ¿Ha encontrado el grifo? Mr. King lohizo para que no tuviéramos que subir el aguadesde abajo para llenar los cubos. Pero no hayespacio para un hombre robusto como el viejoRichards. Tengo demasiada cintura para me-terme por ahí. Gracias, señor Corkran.

El agua salió a chorros del grifo que habíadentro, y, después de tener los cubos bien lle-nos, el agradecido Richards se fue andandocomo un pato.

Los chicos se quedaron sentados en sus ca-mas con los ojos muy abiertos imaginando lasposibilidades de su hallazgo. Se oía el murmu-

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llo de la casa reunida dos pisos más abajo; por-que no hay nada tan silencioso como un dormi-torio a media tarde en el trimestre de verano.

––Hasta ahora ha estado empapelado ––M’Turk examinó la pequeña puerta––. ¡Si lohubiéramos sabido antes!

––Voto por bajar y explorar un poco. Nadieva a subir a esta hora. No hace falta que lohagamos a escondidas.

Se metieron arrastrándose; Stalky el prime-ro; cerraron la puerta detrás de ellos y avanza-ron a cuatro patas por un camino oscuro y su-cio lleno de yeso, virutas y todos los desechosque los constructores suelen dejar en el espaciosobrante de las casas. El túnel tenía quizá trespies de ancho y estaba, excepto por la tenue luzque se filtraba por los bordes de las trampillas ––había una por dormitorio––, casi totalmente aoscuras.

––Ésta es la casa de Macrea ––dijo Stalkymirando por la rendija de la tercera puertecilla––. Puedo ver el nombre de Barnes en su baúl.

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¡No hagas tanto ruido, Beetle! Podemos llegarhasta el final del colegio. ¡Vamos! Ahora esta-mos en la casa de King; estoy viendo parte delbaúl de Rattray. ¡Cómo raspan estas malditastablas! ––oyeron sus uñas arañando yeso.

––Este es el techo del piso de abajo. ¡Mirad!Si damos algunos golpes, el yeso caería en eldormitorio de abajo ––dijo Beetle.

––Venga, vamos a hacerlo ––susurróM’Turk. ––¿Y que nos descubran tan pronto?De eso nada. Mira esto, puedo meter la manomuy lejos entre estas tablas.

Stalky metió el brazo hasta el codo entre lasvigas.

––No sirve para nada quedarnos aquí. Votopor volver para decidir qué hacemos con eltúnel. Es un sitio curioso. Debo reconocer quele estoy agradecido a King por sus obras defontanería.

Subieron arrastrándose, se cepillaron mu-tuamente hasta quedar tan limpios como antes,guardaron las pistolas en la pernera del panta-

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lón y se fueron a toda velocidad hacia un pro-fundo y solitario camino de Devonshire a cuyoslados se podía a veces cazar conejos jóvenes. Seescondieron entre unos arbustos exuberantes yempezaron a pensar en voz alta.

––Sabéis ––dijo Stalky finalmente mirando aun lejano gorrión––. Podríamos esconder allílas pistolas.

––¡Hmmm! ––Beetle resoplaba, se atragan-taba y gorgoteaba. Estaba en silencio desde quehabían salido del dormitorio––. ¿Habéis leídoun libro que se llama La historia de una casa oalgo así? Lo saqué de la biblioteca el otro día.Lo escribió una francesa, Violet no sé qué51.Pero está traducido, ¿sabéis?, y es muy inte-resante. Cuenta cómo se construye una casa.

––Bueno, si te interesa tanto eso puedes ir alas casas nuevas que están construyendo para

51 Se refiere a E. M. Viollet-le-Duc, arquitecto yescritor francés del siglo XIX. Violet (Violeta) es unnombre de mujer en inglés. (N. del T.)

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los guardacostas.––¡Claro! ¡Claro que sí! ––se tanteó los bolsi-

llos––. Dadme dos peniques alguno de voso-tros.

––¡Narices! Quédate aquí y no hagas tantoruido.

––Ven a, dadme dos peniques.––Beetle, ¿tienes algún asunto del que no

nos hayas hablado? ––dijo M’Turk dándole eldinero. Su tono era serio, porque, aunque Stal-ky a menudo, y M’Turk de vez en cuando,habían maniobrado por su cuenta, nunca sehabía visto a Beetle hacer nada parecido entoda la historia de la confederación.

––No, nada. Estoy pensando.––Bueno, pero nosotros vamos contigo ––

dijo Stalky con el tono de un general que sospe-cha de un subordinado.

––No, mejor no.––Oh, déjale que se vaya. Creo que se le es-

tá ocurriendo un poema ––dijo M’Turk––. Baja-rá completamente obnubilado hasta la playa y

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cuando vuelva al estudio nos lo soltará entero.––Entonces, ¿para qué quería los peniques,

Turkey? Se está haciendo demasiado indepen-diente. ¡Eh! Ahí hay un conejo. No, no lo es. ¡Esun gato, por Júpiter! Tú disparas primero.

Veinte minutos después un chico con unsombrero de paja detrás de la cabeza y las ma-nos en los bolsillos miraba a los obreros que semovían dentro de una casa a medio construir.Repartió entre ellos algo de tabaco el fuerte y ledejaron entrar en la obra, donde se dedicó ahacer muchas preguntas.

––Bueno, recítanos tu tremenda epopeya ––dijo Turkey cuando entraron en el estudio yencontraron a Beetle sumergido en Viollet-le-Duc y algunos dibujos––. A nosotros nos ha idomuy bien.

––¿Epopeya? ¿Qué epopeya? He estadodonde los guardacostas.

––¿No hay epopeya? Pues te voy a dar unapaliza, oh Beadle ––dijo Stalky preparándosepara atacar––. Te guardas algo, lo sé, ya conoz-

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co ese tono de voz.––Tío Beetle ––dijo, intentando imitar el

acento de guerra de Stalky–– es un gran hom-bre.

––Oh, no; nada de eso. Te engañas, Beetle.¡A por él, Turkey!

––Un gran hombre ––farfulló Beetle desdeel suelo––. Sois unos inútiles, ¡cuidado con micorbata!, unos charlatanes inútiles. Yo soy elverdadero gran hombre. ¡Me parto! ¡Ay! ¡Escu-chad!

––Querido Beetle ––Stalky se sentó de unsalto sobre su pecho––. Nosotros te queremosmucho, y tú eres un poeta. Si alguna vez te hellamado poetastro te pido perdón, pero sabestan bien como nosotros que no puedes hacernada por tu cuenta sin estropearlo.

––Tengo una idea.––Pues vas a echar todo a perder si no se la

cuentas a tío Stalky. Desembucha, patoso, yveremos lo que se puede hacer. Una idea dice,sucio tramposo; ¡ya sabía yo que tenías algo en

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la cabeza cuando te fuiste! Turkey decía que eraun poema.

––Ya sé cómo están construidas las casas.Déjame levantarme. Las vigas del suelo de uncuarto son las del techo del de abajo.

––No seas tan teórico.––Bueno, es lo que el hombre me dijo. El

suelo descansa sobre esas vigas, esas maderassobre las que fuimos, pero en un punto el suelose acaba. Si llegamos detrás de ese punto, comohicimos en el ático, ¿no veis que podríamosmeter cualquier cosa que quisiéramos debajodel suelo, entre el suelo y el yeso y las tablas deltecho de abajo? Mirad, lo he dibujado.

Sacó un boceto muy mal hecho pero sufi-ciente para que sus amigos lo entendiesen. Entodo el currículum escolar moderno no seaprende nada de arquitectura, y nadie se pre-gunta si los suelos y los techos están huecos oson macizos. Aparte de sus propios interesesinmediatos el chico es tan ignorante como elsalvaje al que tanto admira; pero está tan dota-

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do de recursos como éste.––Ya veo ––dijo Stalky––. Ahí es donde metí

la mano. ¿Y entonces?––Y entonces... Nos han estado llamando

malolientes, ya sabéis. Podríamos meter algopor ahí, sulfuro o cualquier cosa que apestebastante, y a ver lo que hacen. Sé que lo pode-mos hacer ––los ojos de Beetle se volvieronhacia Stalky, que estaba mirando los dibujos.

––¿Mal olor? ––dijo Stalky. De repente sucara se iluminó de alegría––. ¡Ya está! ¡Ya lotengo! ¡Olerá mu mal! ¡Turkey! ––saltó hacia elirlandés––. ¡Esta tare, justo después de que Bee-tle se fuera! ¡Eso es lo que necesitamos!

––A mis brazos, mi brillante amigo ––cantóM’Turk, y cayeron uno en brazos del otro bai-lando––. ¡Qué día más bueno! ¡Laralí, laraló!¡Eso es! ¡Eso es!

––Parad ––dijo Beetle––. No entiendo nada.––¡Querido amigo! Va a estar muy bien. Oh,

Artie, mi joven de alma pura, vamos a contarlea nuestro apreciado Reggie lo de Pestífera

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Hediondez.––Tendrá que ser después de pasar lista.

¡Vamos!––Decía ––repitió Orrin tiesamente cuando

llegaron corriendo a sus sitios en la última filadel gimnasio–– que las casas van a tener otrareunión.

––¡Qué pesadez! ––la mente de Stalky esta-ba en otro lugar.

––Es sobre vosotros tres esta vez.––Vale, dales recuerdos de mi parte. ¡Pre-

sente! ––y se fue corriendo por el pasillo.Dando saltos como niños pequeños, jugan-

do, girando e inclinándose, haciendo cabriolasy corvetas llevaron a un Beetle que casi estalla-ba de curiosidad al lugar donde habían estadode caza, y sacaron de debajo de unas piedras elcadáver aún caliente de un gato. Fue entoncescuando Beetle lo vio todo claro y elevó su vozen acción de gracias por haber en el mundoguerreros tan sabios como Stalky y M’Turk.

––Una dama bien nutrida, ¿eh? ––dijo Stal-

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ky––. ¿Cuanto tiempo creéis que le haría faltapara oler fatal en un espacio cerrado?

––¡Oler fatal! ¡Pero qué bestia eres! ––dijoM’Turk––. ¿Es que no puede una gatita metersepara morir bajo el suelo del dormitorio de Kingsin que tú la persigas con insinuaciones insul-tantes?

––¿Y por qué se fue a morir debajo del sue-lo? ––dijo Beetle pensando ya en el futuro.

––Oh, no se preocuparán por eso cuando laencuentren ––dijo Stalky.

––«Un gato puede mirar a un rey»52 ––M’Turk rodó por el suelo por su propio chiste––. Gatito, no sabes lo útil que vas a ser para treschicos de alma pura y mente elevada.

––Van a tener que levantar el suelo por ella,como hicieron en el número nueve cuando lode la rata. ¡Un buen remedio; un remedio bue-

52 Dicho inglés que aprovecha M’Turk parahacer un juego de palabras, ya que King significa«rey» en ese idioma. (N. del T.)

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nísimo! ¡Puf!––Oh, Dios mío, me gustaría poderdejar de reírme ––dijo Beetle.

––¡La peste! ¡Eh, la peste! ¡Qué asco! ––gritóM’Turk entrecortadamente mientras se poníade pie con dificultad––. Y además ––el exquisi-to humor de la ocurrencia les hizo resbalar jun-tos hechos un ovillo––, ¡todo sea por el honorde la casa!

––Y están teniendo otra asamblea... sobrenosotros ––Stalky no podía respirar, de rodillasal borde del camino con la cara en la hierba––.Bueno, saquémosle la bala y deprisa. Cuantoantes esté acostada, mejor.

Entre los tres hicieron un espantoso trabajocon la navaja; y después ––no diremos quién selo metió debajo del cinturón–– llevaron el ca-dáver a toda prisa, mientras Stalky organizabasu plan de acción en plena galopada.

El sol del atardecer, cayendo a brochazossobre las colchas, vio a tres chicos y un para-guas desaparecer por la pared de un dormito-rio. Cinco minutos después volvieron, se cepi-

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llaron enteros, se lavaron las manos, se peina-ron y bajaron.

––¿Estás seguro de que la metiste suficien-temente lejos? ––preguntó M’Turk.

––Claro, hombre. Fue toda la longitud demi brazo más la del paraguas de Beetle. Esodebe de ser alrededor de seis pies. Está justo enmedio del dormitorio de arriba de King. Unasituación idóneamente centrada, la llamaría yo.Va a volver locos a esos chicos; y también a losde Hartopp y Macrea cuando empiece realmen-te a funcionar. Os aseguro que tío Stalky es ungran hombre. ¿Te das cuenta de lo grande quees, Beetle?

––Bueno, a mí se me ocurrió la idea antes, loque pasa es que...

––No podrías haberla llevado a cabo sin tíoStalky, ¿verdad?

––Llevan llamándonos apestosos una se-mana ––dijo M’Turk––. ¡No saben lo que se lesviene encima!

––¡Qué mal huelen! ¡Aj! ¡Apestan! ––se oyó

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en el pasillo de abajo.––Y ella está allí ––dijo Stalky, poniéndoles

una mano en el hombro a cada uno––. Allí...está... preparándose para darles una sorpresita.Al principio les susurrará en sus sueños. Des-pués empezará a cantar. ¡Vaya que si va a can-tar! Hacedme el favor de pensar en esto dosminutos.

Se dirigieron a su estudio más o menos ensilencio. Una vez allí empezaron a reírse, a reír-se como sólo los chicos lo pueden hacer. Se reí-an con la frente apoyada en la mesa o en el sue-lo; todo su cuerpo reía, doblado sobre el res-paldo de la silla o agarrado a una estantería; yse rieron hasta el agotamiento.

Y en medio de tanta risa entró Orrin en re-presentación de la casa.

––No te preocupes por nosotros, Orrin;siéntate. No sabes cómo te respetamos y te ad-miramos. Hay algo en tu pura, alta y jovenfrente, repleta con los sueños de la inocenteniñez... algo de inefable. Sí, algo inefable.

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––La casa me envía para que os dé esto ––dejó una hoja doblada encima de la mesa y sefue con una expresión tremebunda.

––¡Es la resolución! Oh, leedla alguien. Mehe reído tanto que lió puedo leer ––dijo Beetle.

Stalky la abrió después de olfatearla preca-vidamente.

––¡Puf! ¡Bah! Escuchad: «La casa nota condolor y desprecio la actitud de indiferenzia ... »¿Indiferencia es con «ce» o con «zeta», Beetle?

––Con «ce», por supuesto.––Pues aquí está con «zeta». «... adoptada

por los ocupantes del estudio número cinco enrelación con los insultos recibidos por la casa deMr. Prout en la reciente reunión en el aula doce,y por ello la casa pasa un voto de censura co-ntra dicho estudio». Eso es todo.

––¡Me he llenado de sangre la camisa! ––dijo Beetle.

––Y yo huelo terriblemente a gato ––dijoM’Turk––, aunque ya me he lavado dos veces.

––¡Y yo casi me cargo el paraguas de Beetle

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para ponerla donde pudiera florecer!La situación estaba más allá del lenguaje,

pero no de la risa. Esa noche se intentó unamanifestación contra los tres en su dormitorio,así que se enfrentaron a ella.

––Sabéis ––comenzó suavemente Beetle qui-tándose los tirantes––; vuestro problema es quesois una pandilla de burros incapaces de pen-sar. Tenéis menos cerebro que una araña. Os lohemos dicho un montón de veces, ¿no es así?

––Hoy os vamos a dar una buena paliza;siempre nos habláis como si fuerais prefectos ––gritó uno.

––Oh, no, no lo vais a hacer ––dijo Stalky––,porque sabéis que si lo hicieseis os iba a ir muymal más pronto o más tarde. Nosotros no te-nemos ninguna prisa. Podemos permitirnosesperar para nuestras pequeñas venganzas. Oshabéis convertido en unos burros rebuznado-res, y os vais a dar cuenta de ello cuando vues-tra preciosa resolución llegue a manos de King.Si para mañana por la noche no os habéis arre-

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pentido os juro que me como mi sombrero.Ya antes de la hora de cenar al día siguiente

los de Prout se habían dado cuenta de su tristeerror. King recibió a los alumnos de esa casaafectando una exagerada actitud de miedo.¿Pretendían expulsarle del colegio por resolu-ción unánime? ¿ Qué opinaban sobre la direc-ción del colegio, para que él pudiera hacer lasreformas que solicitasen? De ninguna maneraquerría ofenderles; pero temía ––temía lamen-tablemente–– que su propia casa, que no elabo-raba resoluciones pero se lavaba, se podría mo-far levemente de ellos.

King estaba feliz, y su casa, sintiéndoseamparada por su sonrisa, se convirtió esa tardeen un calvario para los desorientados pupilosde Prout. Y el mismo Prout, con rostro apesa-dumbrado y cabizbajo, intentaba sopesar lospros y los contras de la situación, sólo parahundirse cada vez más profundamente en suaturdimiento. ¿Por qué tenían que llamar«hediondos» a los de su casa? En realidad era

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algo sin importancia, pero él había sido educa-do para creer que la paja muestra de dóndesopla el viento y que no hay humo sin fuego. Seacercó a King en la sala de profesores con sen-sación de injusticia, pero éste se sentía ligero eirónico y se dedicó a describir brillantes anillosdialécticos en torno a Prout.

––Ahora ––dijo Stalky a la hora de dormir,peregrinando por los dormitorios antes de quesubiesen los prefectos––, ahora, ¿qué tenéis quedecir sobre vosotros mismos? ¡Foster, Carlton,Finch, Longbridge, Marlin, Brett! Oí cómo Kingos pulverizaba; os hizo virutas. ¡Y lo único quepudisteis hacer fue moveros nerviosamente,hacer muecas y contestar: «Sí, señor y «no, se-ñor» y «por favor, señor»! ¡Vosotros y vuestraresolución! ¡Puaj!

––Oh, cállate, Stalky.––Ni lo penséis. ¡No sois más que un hatajo

de resolucionistas! Lo habéis estropeado toda-vía más. Quizá la próxima vez tendréis la de-cencia de dejarnos solos.

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Aquí la casa se enfadó, y muchas voces se-ñalaron que todo esto no habría pasado si elestudio número cinco hubiera colaborado des-de el principio.

––Pero sois tan chulos... y os fuisteis de laasamblea como si fuéramos un montón de idio-tas ––gruñó Orrin, el autor de la resolución.

––¡Pero es que eso es precisamente lo quesois! Os lo hemos intentado meter en vuestrascabezotas todo este tiempo ––dijo Stalky––. Noimporta, os perdonamos. Alegraos. No podéisevitar el ser unos burros, ya lo sabéis ––y, unavez destrozado el flanco del enemigo, Stalky sefue a la cama.

Esa noche fue la primera de dolor entre lasfelices huestes de King. Por alguna circunstan-cia inesperada, los efluvios gatunos no llegaronal dormitorio bajo el que se encontraba el cadá-ver, sino al siguiente a la derecha, tiñendo elaire más como una sensación extraña que comoun hecho declarado. Pero la mera sospecha deun olor es suficiente para la sensible nariz y la

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limpia lengua de la juventud. La discreción nosobliga a correr varios velos opacos sobre lo queel dormitorio dijo a Mr. King y lo que éste res-pondió. Estaba genuinamente orgulloso de sucasa y preocupado de todo lo concerniente a subienestar. Fue al dormitorio; olfateó; dio ins-trucciones. A la mañana siguiente un chico deese dormitorio le contó confidencialmente a unamigo íntimo, un fag de la casa de Macrea, quehabía algún problemilla que King prefería man-tener en secreto.

Pero el chico de Macrea tenía a su vez unamigo íntimo en la casa de Prout, un fag rizosocon muy mala idea que, cuando se hubo ente-rado del asunto, no se quedó callado, sino quelo contó; lo contó con agudos gritos que resona-ron por todo el pasillo como el chirrido de unmurciélago.

––Y... y: nos han estado llamando «apesto-sos» toda esta semana. Harland me ha dichoque ni siquiera pueden dormir por el mal olor.¡Vamos!

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Como un solo hombre ce n una sola voz lospequeños de la casa de Prout se lanzaron alcombate y, en el descanso entre la primera y lasegunda clase, unos cincuenta doceañeros en-tonaban frente a las ventanas de King cánticoscuyo leit-motif 53 era la palabra «apestoso».

––¡Atención a las salvas en el mar! ––dijoStalky. Estaban en su estudio cogiendo los li-bros para la segunda clase, la de latín, conKing––. Me pareció notar que su despejadafrente estaba un poco nublada en las oraciones.

«Allí viene, hermana María, allí viene... »––Si arman tanto ruido ahora, ¿qué harán

cuando empiece a hacerse notar de verdad?––Bueno, Beetle, nada de vulgares respues-

tas ingeniosas. Todo lo que queremos es que-darnos al margen del asunto, como verdaderos

53 Leit-mótif: Término alemán aceptado interna-cionalmente para designar un tema musical que serepite frecuentemente en una ópera y que esté aso-ciado a una idea, un sentimiento, una situacion o unpersonaje determinado. (N. del T.)

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caballeros.––«Sólo es una marchita florecilla.» ¿Dónde

está mi Horacio? Escuchad, no entiendo qué eslo que pretende atufando primero el dormitorioy Rattray. La pusimos debajo del de White,¿no? ––preguntó M’Turk con la frente surcadade arrugas.

––Eso da lo mismo. Supongo que acabaráapestándolo todo.

––¡Ahí va! King no va a ser un anfitriónmuy agradable en la segunda hora. Y no hepreparado mi Horacio en absoluto ––dijo Bee-tle––. ¡Vamos!

Estaban al lado de la puerta de la clase. Fal-taban cinco minutos para el timbre, y King lle-garía de un momento a otro.

Turkey se abrió camino entre una cohortede fags que se estaban peleando, cogió a Thorn-ton, el amigo íntimo de Harland, y le ordenóque le contase lo que sabía.

Fue un relato sencillo, interrumpido a vecespor lágrimas. Muchos de la casa de King le

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habían zurrado por calumniador.––Oh, eso no es nada ––gritó M’Turk––. Di-

ce que la casa de King huele mal. Eso es todo.––¡Vaya noticia! ––gritó Stalky––. Nosotros

ya sabíamos eso hace años, sólo que no se nosocurría ponernos a correr de un lado a otrogritando: «¡Apestosos!». Tenemos educación,no como ellos. Coge a un fag, Turkey, y com-pruébalo.

El largo brazo de Turkey detuvo a un ner-vioso alumno de segundo que atravesaba elpasillo con mucha prisa.

––Oh, M’Turk, déjame irme, por favor. Yono huelo mal, ¡te lo juro!

––¡Mala conciencia! ––gritó Beetle––.¿Quién ha dicho nada de oler mal?

––¿Qué opinas tú? ––Stalky echó al niño enlos brazos de Beetle.

––A ver... ¡snif!, ¡snif! Sí que huele. Creo quees lepra... o tiña. O quizá las dos cosas a la vez.Llévatelo de aquí.

––En verdad, maestro Beetle ––King solía

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acudir a la puerta de la casa un par de minutosantes de que el timbre sonase––. Estamos enuna gran deuda contigo por tu diagnóstico, queparece reflejar tanto la podredumbre de tumente como tu lamentable ignorancia acerca delas enfermedades de las que hablas tan a la li-gera. Probaremos, de todas formas, tus conoci-mientos relativos a otras parcelas del saber.

Fue una clase divertida, pero, en su afán dedespellejar a Beetle, King olvidó imponerleninguna tarea o castigo y, como a la vez le pro-porcionó multitud de adjetivos inapreciablespara su uso posterior, Beetle estaba muy satis-fecho y se aplicó muy seriamente durante todala tercera clase ––de álgebra con el pequeñoHartopp–– a componer un poema titulado «Ellazareto»54.

Después de la cena King llevó a su casa enpleno a bañarse a la ?la a. Era una vieja prome-sa, pero le hubiera gustado haber podido evitar

54 Lazareto: Hospital de leprosos. (N. del T.)

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cumplirla porque todos los de Prout, alineadosfrente al campo de deportes, gritaban y aplau-dían con no muy buena intención. En su ausen-cia no menos de la mitad de la escuela invadióel dormitorio infectado para sacar sus propiasconclusiones. La gata se había superado a símisma en las últimas doce horas, pues, segúnlos espías, un campo de batalla en el quinto díano podría ser más impresionante.

––Realmente podemos sentirnos orgullososde ella ––dijo Stalky––. ¿Habéis olido algunavez algo parecido? Ah, y todavía no ha llegadoal dormitorio de White.

––Todo llegará. Dale tiempo ––dijo Beetle––. Subirá poco a poco como una hiedra exube-rante. ¡Cómo gritan esos leprosos! Ningunacasa tiene derecho a volverse fétida en las nari-ces de unos decentes...

––Chicos de mentes elevadas, de almas pu-ras, ¿no os remuerde la conciencia?, ¿no estáisarrepentidos? ––les dijo M’Turk mientras seapresuraban hacia la casa volviendo del mar.

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King había desaparecido, así que podían decir-les todo lo que se les ocurriese. En torno a ellosrevoloteaba una multitud de francotiradores detodas las casas pinchándoles, bromeando e in-sultándoles. En sus flancos torturados marcha-ban los hoplitas55, los mayores, que iban en filaintentando disimular sus sentimientos; senti-mientos simples y primitivos de la Edad dePiedra. A éstos se unieron los tres amigos conaire desapegado, retraído, casi triste.

––Y no parecen tener nada tampoco ––dijoStalky––. Puede ser Rattray, ¿no? ¿Rattray?

No hubo respuesta.––¿Rattray, querido? Parece estar un poco

enfadado por algo. Oye, viejo, no pensamosque hubiese ninguna malicia cuando nos man-daste ese jabón la semana pasada, ¿verdad?Alégrate, Rat. Podrás aguantarlo perfectamen-te. Me atrevería a decir que sólo es por culpa de

55 Hoplitas: Soldados griegos de infantería. (N.del T.)

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unos pocos fags. ¡Pero es que tienes una casamás descuidada!

––¿No vais a volver a la casa, supongo? ––dijo M’Turk. Las víctimas no deseaban otracosa––. No tenéis ni idea de la peste que hayahí. Claro que como sois unos cochinos no lonotaréis, seguro; pero, después de este baño yel aire limpio y fresco, incluso a vosotros osmolestará. Sería mejor que acampaseis en lapradera. Os podemos traer algo de paja, ¿que-réis?

La casa se apresuró a entrar bajo los acordesde «El cuerpo de John Marrón», cantados porsus solidarios compañeros de colegio, y sehicieron fuertes en sus clases. Cuando se cerróla puerta, Stalky dibujó en ella con tiza unagran cruz sobre la cual escribió: «Señor, tenmisericordia de nosotros», para que King se laencontrase al llegar.

El viento cambió de dirección esa noche ehizo participar a los dormitorios de Macrea delperfume de gato; de manera que muchos chicos

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en bata golpeaban la puerta cerrada que sepa-raba las casas instando a los de King a lavarse.El estudio número cinco fue a la segunda clasecon no menos de media libra de alcanfor cadauno en su ropa; y King, demasiado prudentepara pedirles una explicación, gritó un poco ylos echó del aula. Así que Beetle tuvo ocasiónde terminar otro poema en la paz del estudio.

––Están usando desinfectante. Me lo ha di-cho Malpas ––dijo Stalky––. King cree que es eldesagüe.

––Va a necesitar mucho desinfectante ––dijoM’Turk––. Pero supongo que probarlo no haceningún daño. Por lo menos así King estará ocu-pado.

––Os juro que creía que me iba a matarcuando hice como si estuviese oliendo algo.Pero no le pareció mal el otro día, cuando Bur-ton se dedicó a olfatearme. No hizo nada paraque Alexander dejase de gritar «¡apestosos!»delante de nuestra clase antes de que... de queles doctorásemos. Se limitaba a sonreír bur-

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lonamente ––dijo Stalky––. ¿Por qué estabarabioso contigo, Beetle?

––¡Ah, sí! Por una sutil broma que le hice.Se puso como un tomate. Ya sabéis que élsiempre está hablando del culto Lipsius.

––«Que cuando tenía cuatro años...» ¿Esetipo? ––dijo M’Turk.

––Sí. Lo hace siempre que se entera de quehe escrito un poema. Pues veréis, nada mássentarme le dije a Burton al oído: «¿Qué tal estáLipsius el culto?» Burton se rió como una le-chuza. No entendía nada; pero King sí que locogió. Por eso es por lo que nos echó de clase.¿No me estáis agradecidos? Ahora, silencio.Voy a escribir la «Balada de Lipsius el culto».

––No pongas ninguna vulgaridad ––dijoStalky––. No me gustaría ser vulgar en estaocasión tan memorable.

––Claro, no te preocupes. Decidme algo querime con «hedores».

A la hora de comer, en la sala de profesores,King le discurseó agriamente a Prout sobre los

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chicos de mente corrupta que consagraban suescaso y triste talento a minar la disciplina ypervertir a sus compañeros, a usar, imágenesindecentes y despreciar todo lo digno de respe-to.

––Pues parecías no tener esto en cuentacuando los de tu casa nos llamaban... eh... apes-tosos. Si no me hubieras asegurado que tú nun-ca te metes con las casas ajenas, casi me mostra-ría inclinado a creer que fueron unos pocoscomentarios casuales tuyos los que empezaroncon todo esto.

Prout había tenido que aguantar mucho, yaque King siempre se llevaba su estado de áni-mo a las comidas.

––Tú mismo hablastes con Beetle, ¿no? Algosobre el no bañarse y el miedo al agua ––intervino el capellán de la escuela––. Yo estabamarcando los tantos en el campo de deportesese día.

––Puede, puede; pero sería en broma.Realmente no puedo acordarme de cada frase

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que dejo caer entre los niños pequeños. Y sémuy bien que Beetle no tiene sentimientos quepuedan ser heridos.

––Quizá, quizá; pero él, o ellos, que es lomismo, tienen una habilidad diabólica paradescubrir el punto flaco de una persona. Con-fieso que yo prefiero pasar por alto algunascosas del estudio número cinco. Puede ser unadebilidad por mi parte, pero creo que yo soy,por ahora, la única persona presente a la queesos chicos no han vuelto loca con sus, diga-mos, atenciones.

––Eso no tiene nada que ver. Yo estoy con-vencido de poder vérmelas a solas con ellossiempre que surja la ocasión. Pero, claro, si sesienten apoyados moralmente por aquellos quedeberían empuñar una justicia absoluta y efi-caz, entonces puedo decir que mi tarea es ar-dua. Entre todo lo que detesto, reconozco quecualquier cosa que se aproxime a la deslealtadentre nosotros es lo primero.

Los profesores se miraron unos a otros, y

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Prout se sonrojó.––Lo niego tajantemente ––dijo––. Esto... de

hecho yo tampoco estoy muy contento con esostres. Por eso, no es justo que...

––¿Cuánto tiempo más vas a seguir permi-tiendo tanta desvergüenza? ––dijo King.

––Pero no hay duda ––dijo Macrea, aban-donando a su aliado habitual––. La culpa, si esde alguien, la tienes tú, King. No puedes hacer-les responsables de..., y seguro que prefieresque no me ande con rodeos, de la peste que hayen tu casa. Mis chicos se están empezando aquejar ya.

––¿Qué se puede esperar? Ya se sabe cómoson los chicos. Naturalmente, aprovechan loque para ellos es una ocasión caída del cielo ––dijo el pequeño Hartopp––. ¿Qué es lo que pasaen tu dormitorio, King?

Mr. King explicó que, igual que él teníacomo primera norma de conducta no interferirnunca en los asuntos de las otras casas, espera-ba que los demás no se metieran demasiado

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patentemente en los de la suya. Quizá les inte-resaría saber ––aquí el capellán suspiró fuerte-mente–– que había ido dando los pasos necesa-rios, a la luz de su pobre entendimiento, paraafrontar convenientemente el caso. No sólo eso;había gastado de su propio peculio, sin ánimode que le fueran reembolsadas, cantidades, cu-yo monto prefería no especificar, en desinfec-tantes. Había llegado a este extremo orque sa-bía por amarga, muy amarga, experiencia que adirección del colegio era negligente, remisa eineficaz. Y tenía que añadir que casi tan negli-gente como las autoridades de ciertas casas queahora se creían con derecho a juzgar sus accio-nes. Con un breve resumen de su carrera do-cente y una síntesis de su currículum, títulosincluidos, se retiró dando un portazo.

––¡Vaya, vaya! ––dijo el capellán––. Lanuestra es una vida pequeña, una vida mínima,queridos hermanos. ¡Que Dios ilumine a todoslos profesores de colegio! Lo necesitan.

––No me gustan esos chicos ––dijo Prout

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jugueteando nerviosamente con su tenedor enel mantel––; y no pretendo ser una personafuerte, como sabéis bien. Pero confieso que noveo ninguna razón para tomar medidas contraStalky y los otros sólo porque King está molestopor... por...

––Caer en la fosa que él mismo ha cavado ––dijo el pequeño Hartopp––. Claro que no,Prout. Nadie te acusa de poner unas casas encontra de otras por falta de iniciativa.

––Una vida mezquina, llena, de pequeñasmiserias ––el capellán se levantó––. Voy a co-rregir unos ejercicios de francés. Para la hora dela cena King se habrá desahogado con algúndesafortunado chico de trece años; nos repetirácada una de sus brillantes ocurrencias y todoestará bien de nuevo.

––Pero ¿y esos tres? ¿Tienen realmente unamente tan retorcida?

––Tonterías ––dijo el pequeño Hartopp––.Si piensas un minuto te darás cuenta de que «elprecoz torrente de imaginería fétida» está to-

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mado por entero de King. El «puso a punto elmotor que impulsó el vehículo». Naturalmente,ahora no le parece bien. Ven un minuto al fu-madero. No está bien espiar a los chicos; peroseguro que ahora están hablando de la casa deKing ahí afuera. Las cosas pequeñas agradan alas mentes pequeñas.

El oscuro antro que estaba al lado de la salade profesores sólo se usaba para guardar lastogas. Sus ventanas eran de cristal opaco; no sepodía ver nada por ellas, pero se oía perfecta-mente todo lo que pasaba fuera. Unas pisadaságiles y decididas subían desde el número cin-co.

––¡Rattray! ––se oyó en voz baja. El estudiode Rattray estaba allí enfrente––. ¿Sabes dóndeestá Mr. King? Tengo una... ––M’Turk dejó dis-cretamente abierto el final de la frase.

––No. Ha salido ––dijo Rattray sin sospe-char nada.

––¡Ah! El culto Lipsius está tomando el aire,¿no? Su Alteza Real ha ido a fumigarse ––

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M’Turk se subió a la barandilla, donde se que-dó posado como una corneja.

En todo el colegio no había hedor como elde la casa de King, pues apestaba vehemente-mente y nadie sabía qué hacer con respecto aello. Menos King. Y él lavo a los fags priva tim etseriatim. En los estanques de Heshbon los lavó,con un delantal en el solomillo.

––¡Cállate, loco irlandés! ––se oía el sonidode una bola de golf rodando por el suelo.

––No sirve para nada enfadarse, Rattray.Hemos venido a tomaros un poco el pelo. Va-mos, Beetle. Todos están en casa. Puedes empe-zar a darles cuerda.

––¿Dónde está Pestífero Hediondez? No esseguro para un chico de alma pura, de menteelevada, aparecer por esta casa en los días quecorren. ¿Ido se ha? No importa. Lo haré lo me-jor que pueda, Rattray. Ahora estoy in loco pa-rentis.

––Uno para ti, Prout ––susurró Macrea,porque ésta era la frase favorita de Prout.

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––Tengo unas breves palabras que impartir-te, mi joven amigo. Vamos a charlar un rato.

En este momento Prout se rió silenciosa-mente: Beetle, con voz forzada, había elegidouno de los gambitos favoritos de King.

––Repito, maestro Rattray, que vamos aconferenciar; y el tema de nuestro discurso noserá el mal olor, Pues ése es un tema repugnan-te y obsceno. Lo que taremos será, con tuanuencia, que doy por supuesta, maestro Rat-tray, que doy por supuesta, será, repito, estu-diar este cataclismo escabroso de desmoraliza-ción latente. Lo que más me impresiona no estanto la indecencia vocinglera con que vais fan-farroneando bajo vuestra carga de podredum-bre ––hay que imaginar este discurso puntuadopor bolas de golf, no siempre bien dirigidas––,cuanto la cínica inmoralidad con que os re-volcáis entre vuestros espantosos aromas. Lejosde mí la idea de interferir en casas ajenas...

––¡Dios mío! ––dijo Prout––. Pero esto espuro King.

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––Línea por línea; letra por letra. Escucha ––dijo el pequeño Hartopp.

––Pero decir que oléis mal, como hacen cier-tos disolutos individuos de la más baja calaña,es no decir nada... menos que nada. En la au-sencia de vuestro amado jefe de casa, a quiennadie aprecia más que yo, quiero, si me lo per-mitís, explicaros la importancia, la enormidadsin paralelo, los vomitivos miasmas de la peste,pues prefiero la claridad de la expresión sinambajes, la peste, señor, que habéis visto ex-tenderse por vuestra casa... ¡Vaya! Me he olvi-dado de lo demás, pero era muy bonito. ¿Nonos estáis agradecidos por colaborar así convosotros, Rattray? Mucha gente no se habríatomado tantas molestias, pero nosotros sabe-mos ser agradecidos.

––Sí, os estamos profundamente agradeci-dos ––gruñó M’Turk––. No olvidamos aqueljabón. Somos muy educados. ¿Por qué no erestú educado, Rat?

––¡Hola! ––Stalky llegó con la gorra tapán-

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dole un ojo––. ¿Exhortando a los pestilentes,eh? Me temo que están muy lejos de sentirsearrepentidos. ¡Rattray! ¡White! ¡Perowne! ¡Mal-pas! No contestan. Es descorazonador. Verda-deramente descorazonador. ¡Sacad vuestrosmuertos, oh amuermados leprosos!

––¿Os creéis muy graciosos, no? ––dijo Rat-tray, herido en su amor propio por esto último––. Es sólo una rata o algo así debajo del suelo.Mañana lo van a levantar.

––No intentéis echarle la culpa a un pobreanimal mudo; y muerto, además. Detesto lasmentiras. Por lo más sagrado, Rattray...

––Cállate. Hartopín nunca ha dicho «por lomás sagrado» en toda su pequeña vida ––dijoBeetle críticamente.

––¡Ajá! ––le dijo Prout al pequeño Hartopp.––Por todos los santos, señor, por todos los

santos, yo esperaba algo más de ti, Rattray.¿Por qué no puedes hacerte responsable de tusfechorías como un hombre? ¿Te he demostradoalguna vez falta de confianza?

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––Esto no es brutalidad ––murmuró el pe-queño Hartopp como respondiendo a una pre-gunta que nadie le había hecho––. Son sólo co-sas de chicos; chiquilladas.

––Y ésta era la casa ––Stalky cambió el re-gistro de una voz aguda y estridente a una se-riedad trágica––, ésta era la letrina que se atre-vía a llamarnos «malolientes». Y ahora..., ahoraintentan esconderse detrás de una rata muerta.Me exasperáis, Rattray. ¡Me dais asco! ¡Me irri-táis más de lo que puedo expresar! Dad graciasa Dios de que yo sea un hombre de tempera-mento ecuánime...

––Esto va por ti, Macrea ––dijo Prout.––Me temo que sí, me temo que sí.––... porque en otro caso me sería difícil

contenerme ante vuestros burlones rostros.––¡Cave!56 ––se oyó en voz baja. Beetle había

visto a King acercándose por el pasillo.––¿Se puede saber qué estáis haciendo aquí,

56 Cave: «Cuidado», en latín. (N. del T.)

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mis pequeños amigos? ––empezó el jefe de lacasa––. Tenía el plan impreciso, y corregidme sime equivoco ––los ocultos oyentes se rieron a lavez––, de que si os encontraba junto a mi casaos lo haría pagar con espantosos sufrimientos ycastigos.

––Sólo estábamos dando un paseo, señor ––dijo Beetle.

––¿Y os parasteis para charlar con Rattrayen route57?

––Sí, señor. Hemos estado tirando bolas degolf ––dijo Rattray, saliendo de su estudio.

––El viejo Rat es más diplomático de lo quepensaba, Prout. Por ahora se ha atenido estric-tamente a la verdad ––dijo el pequeño Har-topp––. Dése cuenta del aspecto ético de la si-tuación.

––Ah, así que estuvisteis haciendo unpoco de deporte, ¿no? Debo decirte que no teenvidio el gusto a la hora de elegir compañeros

57 En route: «De camino», en francés. (N. del T.)

––

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de juego. Pensaba que quizás podrían haberestado dedicándose a emitir el tipo de discursosindecentes a los que se han aficionado de ma-nera tan desagradable en los últimos tiempos.Te aconsejaría enérgicamente que en el futuroeligieras tus ami os con más cuidado. Coge esasbolas de golf y se fue.

Al día siguiente, Richards, que había sidocarpintero en la marina y al que se le confiabanlos trabajos más raros, recibió la orden de le-vantar el suelo del dormitorio, pues Mr. Kingsostenía que algo debía de haber muerto allí.

––No debemos descuidar nuestras ocupa-ciones habituales por un incidente sin impor-tancia de esta naturaleza; pero soy conscientede que a las mentes pequeñas les gusta este tipode tonterías. Sí, he decretado que los tablonessean levantados después de comer bajo losauspicios de Richards. No me cabe duda algu-na de que esto interesará vastamente a una cier-ta clase de supuestos «intelectos»; pero cual-quier chico de mi casa o de cualquier otra que

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sea encontrado en las escaleras del dormitoriotendrá ipso facto que copiar trescientas líneas.

Los chicos no se apelotonaron en las escale-ras, pero en su mayor parte esperaron frente ala casa de King. A Richards se le había encar-gado gritar las noticias por la ventana del áticoy, si fuera posible, enseñarles el cadáver.

––¡Es un gato, un gato muerto! ––la cara deRichards apareció, purpúrea, en la ventana.Había estado un rato de rodillas en la cámarade la muerte.

––¡Sí hombre, un gato! ––gritó M’Turk––. Esun fag muerto olvidado el trimestre pasado.¡Tres hurras por el fag muerto de King!

Todos gritaron con gran placer.––¡Enséñalo, enséñalo! ¡Déjenos echarle un

vistazo! ––vociferaban los pequeños––. Dáselo alos cazachinches ––es decir, la Sociedad de His-toria Natural––. El gato miró al rey ¡y se muriópor eso! ¡Sssh! ¡miau! ¡Fff! ¡,Neee! ––fueron al-gunos de los gritos que siguieron..

Richards volvió a aparecer.

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––Lleva ––se paró para comprobar que loque iba a decir era cierto–– mucho tiempomuerto.

La escuela rugió.––Bueno, vamos de paseo ––dijo Stalky en

una pausa bien escogida––. Todo esto es repul-sivo, y espero que la casa de los leprosos no lovuelva a hacer.

––¿A hacer qué? ––gritó furiosamente unchico de King.

––Matar a un pobre gato inocente cada vezque no os queréis lavar. Es muy difícil distin-guiros a uno del otro tal como estáis ahora. De-bo decir que prefiero el gato. No es tan des-agradable. ¿Qué vas a hacer ahora, Beetle?

––Je vais partir moi. Je vais partir moi tour lasanta tarde. Jamais j’ai me partí comme je ma par-tirai auourd`hui. Nous nous asconderons aux bún-kers58

58 Francés macarrónico: «Me voy a partir. Mevoy a partir toda la santa tarde. Nunca me he parti-

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Y parece que les sentó bien hacerlo.

Abajo, en el sótano, a la luz de una vacilan-te llama de gas y junto a una fila de botas,Richards, rodeado de cepillos, contaba su aven-tura a Oke, de la sala de profesores; Gumbly, elde los comedores, y la bella Lena, la lavandera.

––Pues sí. Estaba en un estado y condiciónfatal. La peste me mareaba, así como lo oís.Pero yo dale que dale, y al final lo saqué, aun-que olía horriblemente.

Supongo que se moriría cuando estaba ca-zando ratones, la pobre cosita ––dijo Lena.

––Entonces cazaba ratones de una manerararísima, como no lo hace ningún otro gato enel mundo, Lena. Cuando lo encontré estabatumbado patas arriba, le di la vuelta con unpalo y su espalda estaba toda cubierta de yesodel que se usa para construir. Te digo que sí. Y

do como me voy a partir hoy. Nos esconderemos enlos búnkers». (N. del T.)

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debajo de la cabeza tenía como una almohaditade yeso que se había amontonado por haber idoel gato deslizándose sobre su espalda. Ningúngato ha cazado nunca ratones patas arriba,Lena. Alguien lo metió allí debajo, tan lejoscomo pudo. Los gatos no se hacen almohadaspara morir sobre ellas. Lo metieron allí cuandoya estaba frío; seguro.

––Oh, eres más listo que nadie, Gordi. Y site casaras sentarías la cabeza ––dijo Lena, queera la prometida de Gumbly.

––Bueno, yo ya sabía algo de la vida antesde que cierta señorita hubiera nacido. He servi-do en la marina de la Reina, y allí uno aprendea usar los ojos. Ocúpate de tus propios asuntos,Lena.

––¿Qué quieres decir con lo que nos hascontado? ––dijo Oke.

––No me preguntes nada y no te diré nin-guna mentira. Un agujero de bala le atravesabade lado a lado, y tenía dos costillas rotas comomimbres. Lo vi claramente cuando le di la vuel-

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ta. Son listos, muy listos, ¡pero no lo suficientecomo para engañar al viejo Richards! Estuve apunto de contarlo todo, pero... dijo que nuncanos lavábamos. Y dejó a sus malditos chicosllamarnos «apestosos», eso es lo que hizo. ¡Asíque creo que se lo merecían!

Richards escupió sobre una bota y reanudósu trabajo riéndose para sí.

LOS IMPRESIONISTAS

Los cuatro jefes de casa se habían dejadocaer por el estudio del capellán para fumar jun-tos el sábado por la noche; las tres pipas y elpuro echando humo a la vez demostraban laconcordia creada en torno al reverendo JohnGillet. Desde el descubrimiento del gato, Kingestaba muy quisquilloso, y el reverendo Johnhabía tenido que hacer horas extras como me-

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diador y consejero general durante una semanapara que se pudiera llegar a un buen entendi-miento entre las partes. Era gordo, iba siemprepulcramente afeitado, excepto por un gran bi-gote, y se comportaba, según los que no le que-rían bien, como un jesuita hipócrita. En esosmomentos sonreía benignamente ante su éxito:cuatro hombres que habían sido duramentepuestos a prueba hablaban entre sí sin dema-siada mala intención.

––Ahora, recordad ––dijo cuando la conver-sación se dirigió hacia ese tema––. Yo no afirmonada, pero cada vez que alguien ha tomadomedidas directas contra el estudio número cin-co, el resultado ha sido más o menos humillan-te para él.

––No estoy en absoluto de acuerdo. Yo pul-verizo diariamente al egregio Beetle por el biende su alma; y a los otros también ––dijo King.

––Bueno, fíjate en tu propio caso, King; re-trocede un par de años. ¿Te acuerdas cuandoProut y tú los estabais siguiendo porque cons-

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truían cabañas e iban más allá de los límites?¿Te has olvidado ya del coronel Dabney?

Los demás se rieron. A King no le gustabaque le recordasen su carrera criminal como ca-zador furtivo.

––Ése es sólo un ejemplo. También, cuandotenías tus habitaciones debajo de ellos, siempredije que era meterse en la boca del lobo, losechaste de su estudio...

––Por hacer ruidos insoportables. Claro, Gi-llet, seguro que a ti no te parece bien...

––Lo único que digo es que los echaste. Esamisma tarde casi te destrozan el estudio.

––Fue el Gallina, brutalmente bebido, desdela carretera ––dijo King––. ¿Qué tiene eso quever...? El reverendo John siguió:

––Por último, ciertas insinuaciones sonhechas referentes a su grado de limpieza per-sonal, asunto este muy delicado para todos loschicos. Muy bien. Obsérvese cómo, en todos loscasos, el castigo encaja con el crimen. Una se-mana después de que tu casa empezases a de-

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cirles que olían mal, ella misma es, por decirlosuavemente, atufada por un gato que eligiómorir en el lugar donde más os podía molestar.¡De nuevo el largo brazo de la casualidad!Summa59: les acusáis de entrar en la propiedadajena; a través de una absurda serie de circuns-tancias, quizá organizada por ellos o quizá no,tú y Prout acabáis siendo los acusados de ello.Los echas; durante un tiempo tu estudio quedainhabitable. Ya he indicado el paralelo en elcaso más reciente. ¿Qué te parece?

––El gato estaba justo en la mitad deldormitorio de White ––dijo King––. Hay undoble suelo allí para aislar el ruido. Ningúnchico, incluso de mi propia casa, podría haberlevantado las tablas sin que se notase nada; yesa otra noche el Gallina estaba completamenteborracho.

––Lo único que (ligo es que la fortuna les

59 Summa: «En resumen, adicionalmente, aúnmás importante», en latín. (N. del T.)

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favorece singularmente. Personalmente les ten-go en gran estima, y creo que he ganado algode su confianza. Reconozco que me gusta queme llamen «padre»60. Ellos y yo estamos en paz;y por eso no me veo obligado a tragarme falsasconfesiones de robo.

––¿Te refieres al caso de Mason? ––dijo gra-vemente Prout––. Siempre me ha parecido par-ticularmente escandaloso. Creo que el directordebería haber sido más duro con ellos en estecaso. Mason puede haberse confundido, peropor lo menos es una persona realmente honestay bienintencionada.

––Tengo que decir que no estoy del todo deacuerdo contigo, Prout ––dijo el reverendoJohn––. Se creyó a pie juntillas un cuento ab-surdo de robos que le contaron ellos; aceptó eltestimonio de otro chico sin hacer ninguna

60 En español en el original, igual que las demásveces que aparezca esta palabra en adelante. (N. delT.)

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comprobación, que yo sepa; y... francamente,creo que se merecía todo lo que le pasó.

––Pusieron en ridículo deliberadamente labuena intención de Mason ––dije, Prout––. Sime hubieran dicho una sola palabra, todo elproblema se podría haber evitado. Pero prefi-rieron hacerle picar; aprovechando que no losconocía...

––Puede ser ––dijo King––, pero a mí Ma-son no me cae bien. Le tengo antipatía por lamisma razón por la que Prout le defiende: es uningenuo escrupuloso.

––Nuestra tradición criminal nunca ha in-cluido el robo; por lo menos entre nosotros ––dijo el pequeño Hartopp.

––No es ésa una afirmación un tanto resba-ladiza para el jefe de una casa que se apoderóde siete cabezas de ganado de los inocentesaldeanos de Northam? ––dijo Macrea.

––Precisamente ––dijo Hartopp sin inmu-tarse––. Eso, más entrar en los sitios sin permi-so y un poco de caza furtiva de caza de halco-

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nes en los acantilados, es nuestra salvación.––Nos hace mucho más daño como cole-

gio... ––empezó Prout.––¿Que cualquier escándalo oculto? Desde

luego Nuestra reputación entre los campesinoses francamente mala. Pero yo prefiero mil vecesvérmelas con cualquier cantidad de transgre-siones ingeniosas de ese tipo que con delitos deotra naturaleza.

––Puede que no sean tan malos; pero no pa-recen chicos, hay algo en ellos de anormal y, enmi opinión, de corrupto ––insistió Prout—. Elefecto moral de sus hazañas tiene que prepararel camino para daños mayores. No estoy segurode qué hacer con ellos. Puede que los separe.

––Podrías hacerlo, claro; pero llevan juntosseis años en la escuela. Yo no lo haría ––dijoMacrea.

––Siempre hablan de «nosotros» dijoKing—.Me ponen nervioso. «¿Dónde está tutraducción, Corkran?» «Verá, señor, no lahemos terminado. La acabamos en un minuto»,

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y así. Y lo mismo pasa con los otros dos.––Hay un gran mérito en ese «nosotros» ––

dijo el pequeño Hartopp––. Ya sabéis que yo lesdoy trigonometría. M’Turk tiene algo de idea,pero Beetle se pierde completamente entre lossenos y los cosenos. Así que se lo copia todo aStalky, al que le gustan mucho las’ matemáti-cas.

––¿Por qué no haces algo sobre esto? ––dijoProut.

––Todo se arregla en los exámenes. Enton-ces Beetle presenta una hoja en blanco confía ensu inglés para no suspender. Creo que dedicacasi todo el tiempo es a escribir poemas,.

––Yo le rogaría al cielo que orientara partede su energía versificadora hacia la elegía ––King se irguió––––. Es, la única excepción deStalky, el peor perpetrador de hexámetros sal-vajes que he encontrado en toda mi vida.

––En ese estudio se trabaja en equipo —dijoel capellán––. Stalky hace las matemáticas,M’Turk el latín y Beetle se encarga del inglés y

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el francés,. Por lo menos, cuando estaba en laenfermería el mes pasada...

––Se hacía el enfermo interrumpió King.–– Seguramente. Noté un claro empeora-

miento de sus traducciones de la Roman d’unjeune homnme pauvre61.

––Me parece profundamente inmoral ––dijoProut––. Siempre me he opuesto al sistema deestudios.

––Sería difícil encontrar un solo estudiodonde los muchachos no se ayudasen mutua-mente; pero en el número cinco probablementelo hacen de manera sistemática dijo el pequeñoHartopp––. Casi todo lo hacen sistemáticamen-te.

––Y no intentan ocultarlo ––dijo el reveren-do John––. He visto a M’Turk siendo persegui-do por las escaleras para que tradujese la ––

61 Le roman d’un jeune homme pauvre.–– Novelamás conocida del escritor francés Octave Feuillet(1821-1890). (N de lT.)

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«Elegía de un cementerio»62 porque Beetle yStalky querían irse a dar una vuelta.

––Son unos tramposos sistemáticos ––dijoProut, con la voz cada vez más grave.

––Nada de eso ––replicó el pequeño Har-topp––. No se puede enseñar a una vaca a tocarel violín.

––Por lo menos siempre tienen intención dehacer trampas.

––Pero todo esto quedará entre nosotroscomo secreto de confesión, ¿verdad? ––dijo elreverendo John.

––Dices que los has visto organizar su tra-bajo de esta manera, Gillet ––insistió Prout.

––¡Por Dios! No me conviertas en el testigodel crimen, mi querido amigo. También Har-topp ha dicho algunas cosas. Si se enterasenalguna vez de que os he contado esto, nuestrarelación se resentiría; y yo la valoro mucho.

62 Elegy Written in a Country Churchyard, del poe-ta lírico inglés Thomas Gray (1716-1771). (N. del T.)

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––Creo que tu actitud en este asunto es de-masiado transigente ––dijo Prout mirando entorno a sí en busca de apoyo––. Lo mejor seríasepararlos... durante un tiempo, ¿no os parece?

––Sí, separarlos, claro que sí ––dijo Macrea––. Entonces comprobaríamos si la teoría de Gi-llet es correcta o no.

––Sé prudente, Prout. Déjalos en paz o tuvida se va a llenar de calamidades; y, lo que esmucho más importante, se van a enfadar con-migo. Estoy demasiado gordo para ser moles-tado por chicos traviesos, ¡qué caramba! ¿Dón-de vas?

––¡Tonterías! No se atreverían..., pero voy apensarlo bien ––dijo Prout––. Esto hay que me-ditarlo a fondo. Están engañándonos conscien-temente, y tengo que saber lo que mi deber meexige en esta situación.

––Es perfectamente capaz de hacer lo quedice. ¡Aquí el único tonto soy yo! ––el reveren-do John miró alrededor con remordimientos––.Nunca volveré a olvidar que un profesor no es

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un hombre normal. Acordaos de lo que os digo––dijo el reverendo John––: aquí va a haberjaleo.

Junto al Tíber amarilloconfusión y pavor eran.

Saliendo de la nada ––todavía estaban cele-brando la guerra del gato––, Mr. Prout se habíadejado caer en el número cinco, había pronun-ciado un discurso sobre la importancia de superversidad y pedido que volvieran a las aulasel lunes. Estuvieron rabiando, de uno en uno oen coro, durante todo el pacífico sabbath63, puessu pecado era una práctica más o menos habi-tual en todos los estudios.

––¿Para qué nos sirve maldecir? ––dijo fi-

63 Sabbath: «Reposo», en hebreo. Nombre delséptimo día de la semana, dedicado por los judíosexclusivamente al culto de Dios, en recuerdo de sudescanso después de los seis días de la creación. (N.del T.)

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nalmente Stalky––. Todos estamos en el mismobarco. Deberíamos volver y consultar con lacasa. Un armario y un asiento en las clases delnúmero doce ––miró con pena el agradableestudio que M’Turk, el jefe en asuntos de arte,había decorado con un friso, un estampado ycolgaduras de cretona.

––¡Sí! Y el Pezuñas husmeando en las clasescomo un viejo sabueso lleno de pulgas para versi hemos subido a hacer algo. Ya sabéis queúltimamente no sale para nada de su casa ––dijo M’Turk––. ¡Va a ser horrible!

––¿Por qué no estáis abajo viendo el cri-quet? Me gustan los chicos robustos y sanos.No debéis quedaros aquí en clase como unosviejos. ¿Por qué no os preocupáis por la casa?¡Puaj! ––le imitó Beetle.

––¡Sí, por qué no! ¡Vamos a hacerlo! Vamosa preocuparnos por la casa. ¡Nos la vamos atomar muy en serio! Hace un año que no esta-mos en la clase. Hemos aprendido mucho des-de entonces. ¡Vamos a hacer que nuestra casa

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esté preciosa! ¿Os acordáis de ese tipo de Eric oSan Winifred, Belial no sé qué? Pues yo voy a serBelial ––dijo Stalky con una insidiosa sonrisaburlona.

––¡Estupendo! ––dijo Beetle––. Y yo seréMammón. Prestaré dinero con usura. Lo hacenen todos los colegios según el B.O.P.64 «Un pe-nique semanal por un chelín.» Esto alarmará aldébil intelecto del Pezuñas. Tú puedes ser Luci-fer, Turkey.

––¿Y qué tengo que hacer? ––M’Turk sonriótambién.

––Preparar conspiraciones, atentados y boi-cot. Dedicarte a esa «intriga clandestina» de laque el Pezuñas no para de hablar. ¡Vamos!

La casa los recibió en su caída con la mezclade burla y simpatía que siempre se tenía conchicos expulsados de su estudio. El conocidoretraimiento de los tres los hacía más interesan-

64 B.O.P.: Boys’Own Paper, periódico juvenil in-glés de la época. (N. del T.)

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tes.––Como en los viejos tiempos, ¿verdad? ––

Stalky eligió un armario y metió en él sus li-bros––. Hemos venido a pasárnoslo bien convosotros, mis jóvenes amigos, por un tiempo,porque vuestro amado jefe de casa nos ha saca-do de nuestra guarida.

––Os está bien empleado ––dijo Orrin––¡por copiones!

––Pero eso no está bien ––dijo Stalky––.¿Cómo vamos a mantener nuestro prestigio,Orrin querido, si vas por ahí diciendo esas co-sas de nosotros?

Rodearon cariñosamente al chico, le empu-jaron hacia la ventana abierta, le hicieron aso-marse por ella y bajaron el cristal de la ventanade manera que le atrapase por la nuca. Con lamisma rapidez le ataron los pulgares juntosdetrás de la espalda con un pedazo de cordel y,finalmente, como pataleaba furiosamente, lequitaron los zapatos.

Allí le encontró Mr. Prout algunos minutos

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más tarde, guillotinado e inerme, rodeado poruna convulsa multitud que no estaba dispuestaa ayudarle.

Stalky, en una clase del piso de arriba, habíareclutado un grupo de aliados para defendersede la inminente venganza. Orrin irrumpió alfrente de sus huestes y la clase se convirtió enuna niebla de polvo en medio de la cual loschicos luchaban a brazo partido, se revolcabanpor el suelo, corrían y gritaban. Un pupitre fuearrastrado en el tumulto, un grupo de luchado-res chocó contra una puerta y la rabo, se rom-pió una ventana y se cayó una lámpara de gas.Aprovechando la confusión los tres escaparonal pasillo, donde se dedicaron a invitar a todoslos que pasaban a participar en la batalla:

––¡Socorro, los de King! ¡Los de King! ¡A mílos de King! ¡En la clase doce! ¡Los de Prout!¡Socorro, los de Prout! !¡A mí los Macrea! ¡Quevengan los de Hartopp, ayuda!

Los más pequeños venían todos juntos co-mo abejas sin preguntar nada, subían por la

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escalera y se unían a la pelea.––No está mal para ser la primera tarde ––

dijo Stalky arreglándose el cuello de la camisa––. Supongo que Prout se va a enfadar bastantecon esto. Es mejor que nos busquemos unacoartada ––así que se sentaron en la verja de lacasa de King hasta que llegó la hora de la clase.

––Veis ––explicó Stalky mientras subían aclase en medio de la innoble manada––. Si em-pezáis una discusión de nada entre las casaspodéis estar seguros de que algún burro orga-nizará un verdadero follón. Hola, Orrin, pare-ces un tanto metagrobolizado.

––¡Todo por tu culpa, pedazo de animal! Túfuiste el que empezaste todo. Tenemos que co-piar doscientas líneas por cabeza, y el Pezuñasos está buscando. ¡Mira lo que me ha hecho elcerdo de Malpas en el ojo!

––Me divierte que digas que nosotros em-pezamos. ¿Quién nos llamó copiones? ¿Tumente infantil no es capaz todavía de relacionarlas causas y los efectos? Algún día descubrirás

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que meterse con el número cinco no es un buennegocio.

––¿Dónde está ese chelín que me debes? ––dijo Beetle de repente.

Stalky no veía a Prout detrás de él, pero en-tendió a su amigo inmediatamente:

––Sólo te debía nueve peniques, asquerosousurero.

––No. Te olvidas del interés ––dijo M’Turk––. Medio penique cada semana por chelín es latarifa de Beetle. Debes de estar forrándote, Bee-tle.

––A ver. Beetle me dejó seis peniques ––Stalky se detuvo un momento y calculó rápi-damente con los dedos––. Seis peniques el die-cinueve, ¿no?

––Sí; pero acuérdate de que no me pagasteningún interés por el otro chelín, el que te habíadejado antes.

––Pero te quedaste con mi reloj como garan-tía ––la representación se desarrollaba casi au-tomáticamente.

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––Da igual. O me pagas los intereses o tecobro los intereses de los intereses. ¡Acuérdatede que tengo tu pagaré! ––gritó Beetle.

––Eres un judío sin corazón ––gruñó Stalky.––¡Sssh! ––dijo muy fuerte M’Turk; y luego

puso cara de sorpresa cuado Prout se les acer-có.

––No os he ––visto en el desgraciado lanceque tuvo lugar hace poco en la clase.

––¿Qué, señor? Acabamos de volver de lacasa de Mr. King ––dijo Stalky––. Por favor,señor, ¿qué puedo hacer ahora? Han roto elpupitre en el que usted me dijo que me sentara,y el banco está literalmente nadando en tinta.

––Pues busca otro asiento, búscate otro. ¿Oes que pretendes que te saque yo los pañales?Quisiera saber algo: ¿sueles prestarles dinero atus compañeros?

––No, señor; por regla general no, señor.––Es un hábito muy reprobable. Esperaba

que por lo menos mi casa se mantuviera librede él. A pesar de la opinión que tengo sobre ti

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nunca. habría imaginada que fuera uno de tusvicios.

––Prestar dinero no hace daño a nadie, se-ñor. ¿O sí?

––––No voy a intercambiar palabras contigosobre tus ideas morales. ¿Cuánto. le has presta-do a Corkran?

Yo…. no estoy seguro ––dijo Beetle––. Es di-fícil improvisar–– sobre algo tan variable demanera tan rápida.

––Pues parecías bien seguro hace un mo-mento.

––Creo, que son dos chelines. y cuatro pe-niques ––dijo M’Turk mientras miraba a Beetlefría y desdeñosamente.

En la muy apurada economía, del estudiasólo se registraba esa suma, reclamada porM’Turk y Beetle ceno participación en el empe-ño de los segundos mejores pantalones de Stal-ky. Pero Stalky llevaba dos trimestres mante-niendo que ese dinero era su comisión porhaber ido a empeñarlos; y, por supuesto, se lo

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había gastado hacía mucho, en una fiesta quehicieron en el estudio.

––Oye bien, entonces.. No sigas con tusoperaciones como prestamista. ¿Dos chelines ycuatro peniques dijiste, Corkran?

Stalky no había dicho–– nada y siguió sinhacerlo..

––Tu influencia maléfica ya es bastantegrande sin necesidad de que tus compañerosestén endeudados contigo ––se metió la manoen el bolsillo y, ¡oh, alegría!, sacó la cantidadexacta––. Tráeme lo que llamas el pagaré deCorkran y da gracias a Dios de que no le démás importancia al asunto. Este dinero se tequitará de tu paga, Corkran. El recibo, a miestudio en seguida.

¡Les daba igual! Dos chelines y cuatro peni-ques–– de golpe es mucho mejor–– en cualquiermomento que seis veces los seis peniques se-manales..

––¿Pero qué diantres es un pagaré? ––dijoBeetle––.. Sólo he leído esa palabra en un libro.

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––Pues ahora más te vale hacer uno que pa-rezca de verdad ––dijo Stalky.

––Sí; pero nuestra tinta sólo se vuelve negraal cabo de un día. ¿Qué pasa si se da cuenta?

––¡Qué se va a dar cuenta! Está demasiadopreocupado ––dijo M’Turk––––. Firma en unpedazo de paz papel, Stalky, y escribe. «Pagaréla Beetle dos chelines y cuatro peniques». Bee-tle, ¿qué te parece cómo le he sacado el dinero aProut? Stalky no habría pagado nunca... Pero...¿qué haces?

Mecánicamente Beetle le había dado el di-nero a Stalky como tesorero del estudio. Lascostumbres de años no se olvidan tan fácilmen-te.

A cambio del documento, Prout le explicó aBeetle la gravedad de prestar dinero, que, cor-no todo excepto el criquet, corrompía las casasy destruía las buenas relaciones entre los mu-chachos, hacía a los jóvenes fríos y calculadoresy abría la puerta a toda suerte de males. Paraterminar, ¿conocía Beetle otros casos de usura?

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Si era así, su deber como prueba de arrepenti-miento consistía en hacérselo saber a su jefe decasa. No hacia falta mencionar nombres.

––Beetle no sabía nada... o, por lo menos, noestaba totalmente seguro, señor. ¿Cómo podríaél testificar contra sus propios amigos? La casapodría, no podía negarlo ––aquí fingió una an-gustiada delicadeza––, estar llena de ello. Tam-poco podía asegurarlo en sus circunstancias.No había encontrado competencia abierta ensus negocios; pero si Mr. Prout consideraba queera algo que podría afectar al honor de la casa ––y Mr. Prout consideraba eso exactamente––,quizá los prefectos tendrían más...

Siguió hablando en la misma línea durantemedia clase.

––Hola ––dijo el Shylock65 aficionado vol-viendo al aula y sentándose al lado de Stalky––.

65 Shylock: Personaje principal de la comedia deWilliam Shakespeare El mercader de Venecia. Es eltípico usurero judío sin corazón. (N. del T.)

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Si ahora no está convencido de que la casa estápodrida de usura, yo soy holandés; esto es loque te digo... He estado en el estudio de Mr.Prout, señor ––al profesor––. Sí, dijo que mepodía sentar donde quisiera, señor... Está su-dando de emoción... Sí, señor, sólo estoy pre-guntándole a Corkran si puedo cogerle un pocode tinta para la pluma.

Después de las oraciones, de camino hacialos dormitorios, Harrison y Craye, los prefectosde la casa, celosos en su cometido, se les acerca-ron hechos unas furias.

––¿Qué le habéis hecho al Pezuñas ahora,Beetle? Nos ha estado sermoneando toda latarde.

––¿Por qué os ha estado dando la lata estavez Su Serena Transparencia? ––dijo M’Turk.

––Sobre Beetle prestándole dinero a Stalky––contestó Harrison––; y que Beetle le habíacontado que la casa estaba hasta los topes deusura.

––¡De eso nada! ––dijo Beetle sentado en un

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armario de zapatos––. Eso es precisamente loque no le he dicho. Le dije la pura verdad. Mepreguntó si había mucho de eso en la casa y yole dije que no sabía nada.

––Cree que sois un hatajo de sucios Shy-locks ––dijo M’Turk––. Por lo menos no piensaque seáis unos ladrones. Ya sabéis que cuandose le mete una idea en su concienzuda cabezotano hay quien le convenza de lo contrario.

––El bienintencionado Pezuñas; siemprehace todo por nuestro bien ––Stalky estaba gi-rando con soltura alrededor del eje de la escale-ra––. La cabeza en una cloaca. Confesión com-pleta en la bota izquierda. Malo para el honorde la casa; muy malo.

––Cállate ––dijo Harrison––. Siempre quevenimos a llamaros la atención por algo acabáisriéndoos de nosotros.

––Sois demasiado caraduras ––dijo Craye.––No sé qué tendrá que ver la dureza de las

caras con todo esto, excepto por vuestra parte,ya que estáis metiéndoos en un asunto privado

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entre Beetle y yo que ya ha sido resuelto porProut ––Stalky les guiñó un ojo alegremente asus camaradas.

––Esto es lo malo de los empollones, que secreen muy listos ––dijo M’Turk ajustando elbrillo de la lámpara––. Los hacen prefectos an-tes de que hayan podido conseguir algo de tac-to, y entonces se dedican a molestar a los querealmente podrían ayudar a mantener en pie elhonor de la casa.

––¡No os preocupéis por eso! ––dijo Crayeya enfadado.

––¿Entonces para qué nos dais la lata? ––dijo Beetle––. Habéis sido tan increíblementenegligentes con vuestra responsabilidad deestar al frente de la casa, que Prout está con-vencido de que es un nido de prestamistas. Yole he dicho que le había dejado dinero a Stalkyy a nadie más. No sé si me ha creído, pero ahítermina mi caso. Lo demás es asunto vuestro.

––Ahora nos damos cuenta ––Stalky levantóla voz–– de que parece haber una conspiración

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organizada por toda la casa. Por lo que sabe-mos, los fags pueden estar prestándose y en-deudándose más allá de lo que sus medios lespueden permitir. Nosotros no tenemos la culpade eso. Sólo somos parte de la tropa.

––¿Os extraña que no queramos tener nadaque ver con la casa? ––dijo dignamenteM’Turk––. Nos hemos mantenido aislados ennuestro estudio hasta que nos echaron de él, yresulta que ahora nos encontramos con... conesto. Es sencillamente ignominioso.

––Y entonces nos perseguís nos acusáis detodo tipo de cosas en la escalera, delante detodos ––dijo Stalky––, sobre asuntos de los quevosotros sois los únicos responsables. Ya sabéisque nosotros no somos prefectos.

––Nos acabáis de amenazar con una palizade prefectos ––dijo Beetle, inventando descara-damente a ver la confusión en las caras de losenemigos.

––Y si esperáis conseguir algo de nosotrosmediante estos acercamientos, estáis comple-

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tamente equivocados. Eso es todo lo que osdigo. Buenas noches.

Se fueron escaleras arriba, virtud calumnia-da en cada pulgada66 de sus espaldas.

––Pe... pero ¿qué es lo que hemos hecho no-sotros? ––dijo Harrison, sorprendido, a Craye.

––Ni idea. Sólo... que eso es lo que pasasiempre que alguien se mete con ellos. Son tanendemoniadamente plausibles.

Mr. Prout convocó a sus pacientes prefectosa su estudio y consiguió que tanto su propiamente como la de ellos se hundieran aún másprofundamente en su injustificada preocupa-ción. Habló de pasos y de medidas, de tono yde lealtad en la casa y para con la casa, y lesrogó que tratasen el asunto con delicadeza.

Lo primero que hicieron fue ir a preguntar-le a Beetle si tenía algún otro negocio entre ma-nos. Beetle fue directamente a ver al jefe de su

66 Pulgada: Unidad inglesa de longitud equiva-lente a 2,54 centímetros. (N. del T.)

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casa para preguntarle con qué derecho Harri-son y Craye insistían sobre un asunto privadoque ya había sido resuelto entre él y su jefe decasa. Nadie superaba a Beetle haciéndose elinocente calumniado.

Entonces se le ocurrió a Prout que quizás nohabía sido justo con el chico, quien no habíapretendido en ningún momento negar o mini-mizar su culpa. Mandó llamar a Harrison yCraye y los reprendió muy amablemente por eltono que habían adoptado con el pecador arre-pentido. Cuando volvieron a su estudio estabandesesperados. Se dedicaron después a investi-gar la casa de arriba abajo, llevando a los fags alborde de la histeria y desenterrando, con granpompa y solemnidad, el natural e inevitablesistema de pequeños préstamos que existesiempre entre los chicos pequeños.

––Pues sí, Harrison, Thornton me prestó unpenique el sábado pasado porque me habíanpuesto una multa por romper la ventana; y melo gasté en la tienda. No sabía que hubiera nada

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malo en ello. Y yo le presté dos peniques aWray cuando mi tío me mandó un giro, que fuia cambiar al pueblo, de cinco chelines; pero melo va a devolver antes de las vacaciones. Nosabíamos que eso estuviera prohibido.

Se dedicaron durante horas a este tipo depesquisas, pero no encontraron nada de usurani que se acercase a los escandalosos interesespedidos por Beetle. Los mayores ––pues la es-cuela no tenía una tradición de respeto a losprefectos fuera de los deportes obligatorios––les dijeron brevemente que se metieran en suspropios asuntos. No estaban dispuestos a decirni una palabra. Harrison era un idiota y Crayeotro; pero el más grande de todos los idiotas,dijeron, era su jefe de casa.

Cuando una casa está completamente tras-tornada, aunque su conciencia esté limpia, secongrega en corrillos y camarillas, pequeñasreuniones crepusculares, conversaciones en vozbaja y grupos en el pasillo. Y cuando tres malé-volos chicos van de grupo en grupo con un

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inmenso aire de misterio, gritando «cave»cuando no hay ninguna necesidad de precau-ción y diciendo «¡No digáis nada de esto!» des-pués de haber contado ciertos secretos falsosinventados en ese mismo momento, se puedegenerar una atmósfera muy enrarecida decomplot e intriga en el seno de esa casa.

Después de unos cuantos días Prout se diocuenta de que se movía en un ambiente de con-tinuas acechanzas. Aparecían misterios portodas partes, se oían advertencias ante el soni-do de sus pesados pies y se asaban contraseñasmudas detrás de su atenta espada. M’Turk yStalky se inventaron muchas frases absurdas yvacías, extrañas palabras que se propagabanpor la casa como el fuego por el rastrojo. Unabroma extendida, y lo único que sacó en clarola Comisión de usura era que un chico le pre-guntaba a su amigo con seriedad exagerada:«¿Crees que hay mucho de eso en la casa?», y elotro contestaba: «Bueno, nunca se tiene su-ficiente cuidado con esas cosas, ya lo sabes.» Es

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fácil imaginar el efecto de la situación en elánimo de un jefe de casa concienzudo y volun-tarioso. Aparte de esto, a un hombre que haintentado sinceramente ganarse la estima de loschicos a su cargo no le gusta oír, aunque sea delejos, cómo le llama «popularidad Prout» uncelta oscuro y mal encarado con una lenguavenenosa. El rumor de que se cuentan historias,historias inusuales, en las clases, entre dos lu-ces, por un chico que no merece su confianza,pone nervioso a este hombre; e incluso la máselaborada y amable cortesía ––pues era la corte-sía condescenciente que el sabio adulto ofreceal niño confuso la que Stalky desplegaba entorno a Prout–– no restablece su paz mental.

––Esta casa parece haber cambiado, cam-biado a peor ––les decía Prout un día a Harri-son y Craye––. ¿Os habéis dado cuenta? Ni porun momento os reprocho...

El nunca reprochaba nada; pero, por otraparte, nunca hacía otra cosa, y, con la mejorintención del mundo, había reducido a los pre-

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fectos de la casa a un estado que casi rozaba lasituación de nervios más desquiciada que pue-den alcanzar unos muchachos sanos. Y lo peorde todo: a veces empezaban a preguntarse si nohabría algo de verdad en la repetida afirmaciónde Stalky y Cía. de que Prout era un «burrolúgubre».

––Como sabéis, yo no soy el tipo de personaque se pone fuera de sí por cualquier minuciaque oye. Estoy convencido de que hay que de-jar a la propia casa buscar su salvación..–– conuna ligera mano conductora que lleve las rien-das, por supuesto. Pero hay una clara alta derespeto, una cierta bajada de tono en asuntosque afectan al honor de la casa, una cierta du-reza.

¡Oh, Prout es un caballero,un caballero, un caballero!Pezuñas es un señor.Siempre trabaja un montónpor su popularidad.

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¡Po pu-po-pu-laridad!Por más popularidadél lo haría todo, ¿no?

La puerta del estudio estaba abierta, y lacanción, entonada por veinte claras voces, lle-gaba sin obstáculos desde una clase. A los fagsles encantaba la tonada; la letra era de Beetle.

––Eso es algo que a nadie en sus cabales lepuede parecer mal ––dijo Prout con una sonrisatorcida––; pero, sabéis, las pajas muestran ladirección en la que sopla el viento. ¿Podéisimaginar alguna influencia directa en este esta-do de cosas? Os estoy hablando ahora comoresponsables de la casa.

––No cabe la menor duda sobre esto ––dijoHarrison enfadado––. Sé a lo que se refiere,señor. Todo empezó cuando el estudio númerocinco vino a las aulas. No se puede eludir estaconclusión, Craye. Tú lo sabes tan bien comoyo.

––Nos ponen las cosas bastantes difíciles a

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veces ––dijo Craye––. Harrison se refiere más asu actitud que a ningún hecho concreto.

––¿Entonces os molestan en el desempeñode vuestras funciones o qué?

––Bueno, no, señor. Sólo miran y se ríenburlonamente... y luego se dan la vuelta comocon desprecio.

––Ah ––dijo Prout, que los entendía dema-siado bien.

––Me parece, señor ––dijo Craye entrando afondo en el problema––, que sería mucho mejormandarles de nuevo a su estudio. Mejor para lacasa, quiero decir. Son demasiado mayores pa-ra estar pululando por las aulas.

––Son más jóvenes que Orrin, o que Flint, yque otra docena de chicos que me acuerde aho-ra.

––Sí, señor; pero el caso es diferente, de al-gún modo. Tienen mucha influencia. Tienen lahabilidad de revolucionar todo sin hacerse no-tar de manera que no se les puede descubrir, o,por lo menos, si uno lo consigue...

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––¿Creéis entonces que estarían mejor en suestudio otra vez?

Harrison y Craye eran decididamente deesa opinión. Como le dijo más tarde Harrison aCraye:

––Han puesto en tela de juicio nuestra auto-ridad. Son demasiado grandes para darles unapaliza; se han burlado de nosotros con esto dela usura y ahora somos el hazmerreír de la es-cuela. Quiero ir a Sandhurst el trimestre queviene. Se las han arreglado para hacerme per-der mucho tiempo de trabajo con su... su locura.Si vuelven a su estudio igual podemos teneralgo de paz.

––Hola, Harrison ––M’Turk apareció en unaesquina mirando a su alrededor en todas lasdirecciones––. ¿Seguís con ello? Bien, bien. Perotomaoslo con más calma, con más calma.

––¿De qué hablas?––Parecéis cansados ––dijo M’Turk––. Un

trabajo agotador el de velar por el honor de lacasa, ¿no? Por cierto,,¿han dado fruto vuestras

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pesquisas?––Oyeme ––dijo Harrison, esperando ser

aliviado instantáneamente de todos sus pro-blemas––: hemos recomendado a Prout que osdeje volver al estudio.

––¿Que qué habéis hecho? ¿Y quién diablossois vosotros para interferir entre el jefe de lacasa y nosotros? Realmente nos tratáis sin nin-gún respeto, de una manera verdaderamenteinsensible. Claro que no sabemos hasta quépunto habéis abusado de vuestra posición paraperjudicarnos ante Mr. Prout; pero cuando de-liberadamente me paras para decirme quehabéis estado tomando decisiones sobre noso-tros a nuestra espalda, en secreto, con Prout,yo... yo no sé qué es lo que deberíamos hacerahora.

––¡Eso es totalmente injusto! ––gritó Craye.––Sí que lo es ––M’Turk había adoptado

una expresión de lívida solemnidad que le ibamuy bien a su cara larga y delgada––. ¡Esto esun escándalo! Un prefecto es una cosa y un

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conserje otra muy distinta; pero vosotros soisuna combinación de los os. ¡Recomendáis esto,recomendáis aquello! ¡Vosotros sois los quedecís cómo y cuándo vamos a volver al estudio!

––Pero... pero... creíamos que eso era lo quequeríais, Turkey. De verdad. Sabéis que allí seestá mucho más cómodo ––la voz de Harrisonera casi un sollozo.

M’Turk se dio la vuelta como para ocultarsus emociones.

––¡Están hechos polvo! ––fue a reunirse conStalky y Beetle en un trastee––. ¡Están enfer-mos! Han estado suplicándole al Pezuñas quenos dejase volver al número cinco. ¡Pobres dia-blos! ¡Pobres diablejos!

––Eso es la rama de olivo ––fue el comenta-rio de Stalky––. Es la maldita bandera blanca,¡por Júpiter! Daos cuenta, los hemos metagro-bolizado.

Justo después del té ese mismo día Mr.Prout los mandó llamar para decirles que, siquerían arruinar su carrera descuidando su

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trabajo, eso era asunto de ellos. Deseaba, sinembargo, que entendiesen que no podía tolerarsu presencia en las aulas ni una hora más. Élpersonalmente prefería no pensar en el tiempoque iba a necesitar para eliminar las huellas desus maléficas influencias. Ya comprobaría mástarde cuán profundamente había Beetle fomen-tado los aspectos más sórdidos de la imagina-ción juvenil; y Beetle podía estar seguro de quesi Mr. Prout descubría consecuencias de co-rrupción espiritual...

––¿Consecuencias de qué, señor? ––preguntó Beetle, que esta vez era verdad queno entendía nada; M’Turk le dio una silenciosapatada en el tobillo por dejarse «agarrar» porProut.

Beetle, siguió el jefe de la casa, sabía muybien a lo que se refería. El mal, y ninguna otracosa, había sido su ocupación desde que losconocía; y estando in loco parentis para con sustodavía incontaminados compañeros, se veíaobligado a tomar ciertas precauciones mínimas.

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La devolución de la llave del estudio cerró elsermón.

––¿De qué iba eso de «los aspectos más sór-didos de la imaginación juvenil»? ––dijo Beetleen las escaleras.

––Nunca he conocido a nadie más tonto quetú intentando justificarse ––dijo M’Turk––. Es-pero haberte levantado la piel del tobillo. ¿Porqué dejas que todo el mundo te agarre?

––¡Qué se le va a hacer! Debo de haberlehecho algo sin darme cuenta. Si lo hubiera sa-bido antes, lo habría aprovechado bien. Peroahora es demasiado tarde.

¡Qué pena! «Los aspectos más sórdidos».¿De qué hablaba?

––Da igual ––dijo Stalky––. Yo ya sabía quepodíamos poner la casa patas arriba fácilmente.¿Os acordáis qué os dije? Pero os prometo queen ningún momento pensé que lo lograríamostan pronto.

––No ––dijo Prout con la máxima firmezaen la sala de profesores––. Sostengo que Gillet

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está equivocado. Es verdad que les he dejadovolver a su estudio.

––¿A pesar de tus conocidas opiniones so-bre el copiar? ––murmuró el pequeño Hartopp––. ¡Qué compromiso más inmoral!

––Un momento ––dijo el reverendo John––.Yo... nosotros... todos nosotros hemos manteni-do una descorazonadora falta de comunicaciónlos diez últimos días. Ahora queremos saber.Confiesa: ¿has disfrutado de felicidad desdeque...

––En lo que a mi casa se refiere, no ––dijoProut––; pero estás totalmente equivocado en loque piensas sobre estos chicos. Por considera-ción a los otros, en defensa propia...

––Ja! Ya os dije que esto acabaría así ––murmuró el reverendo John.

––.., me vi forzado a mandarles otra vez asu estudio. Su influencia moral era execrable,sencillamente execrable.

Y poco a poco desgranó la historia, empe-zando por la usura de Beetle y terminando con

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la petición del prefecto de la casa.––Beetle en el rôle67 de Shylock es algo nue-

vo para mí ––dijo King con los labios crispa-dos––. Había oído rumores al respecto...

––¡Ya lo sabías! ––dijo Prout.––No, sólo cuando tú ya habías tomado car-

tas en el asunto; pero tuve la delicadeza de noseguir profundizando. Yo nunca intervengoen...

––Yo mismo ––dijo Hartopp–– le daría gus-tosamente cinco chelines a Beetle si fuera capazde hacer una operación de interés compuestosin cometer errores importantes.

––¡Pero..., pero..., pero...! ––Mason, el profe-sor de matemáticas, tartamudeó, reflejando sucara una salvaje alegría––. Te han tomado elpelo... ¡igual que hicieron conmigo! _

––¿Así que hiciste una investigación? ––lavoz del pequeño Hartopp ahogó la de Masonantes de que Prout hubiera captado el alcance

67 Rôle: «Papel», en francés. (N. del T.)

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de la última frase.––El propio chico insinuó la existencia de

una buena cantidad de ello en la casa ––dijoProut.

––Es un maestro en esas lides ––dijo el ca-pellán––. Pero en lo que concierne al honor dela casa...

––Casi han acabado con él en una semana.Me he esforzado por mantenerlo durante años.Los mismos prefectos de mi casa, y sabéis que alos chicos no les gusta quejarse unos de otros,me pidieron que les librase de ellos. Dices queellos confían en ti, Gillet; pero puede que teestén contando otro cuento. En lo que a mí serefiere, se pueden ir al infierno si quieren. Estoymás que harto de ellos ––dijo Prout amarga-mente.

Pero fue el reverendo John, con semblantesonriente, quien llegó al infierno justo despuésde que el número cinco terminara de tomarseun agradable refrigerio que les había costadodos chelines y cuatro peniques, y se preparara

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para bajar a clase.––Entre, padre, entre ––dijo Stalky ofre-

ciéndole la mejor silla––. Sólo le hemos vistopor asuntos oficiales estos diez últimos días.

––Estabais bajo sospecha ––dijo el reveren-do John––. Yo no me asocio con maleantes.

––Ah, pero ahora ya estamos rehabilitados––dijo M’Turk––. Mr. Prout se ha enternecido.

––Sin la más mínima mancha en nuestra re-putación ––dijo Beetle––. Fue un episodio dolo-roso, pare, muy doloroso.

––Ahora pensad en lo que os voy a decir,mes enfants68, pensad y contestadme sincera-mente. Mi visita de esta tarde tiene precisamen-te por objeto hablar de vuestra reputación. Co-loquialmente hablando, ¿qué diantres habéishecho en la casa de Prout? No es cosa de risa. Éldice que enrarecisteis tanto el ambiente que sevio obligado a mandaros de vuelta al estudio.¿Es verdad eso?

68 Mes enfants: «Hijos míos», en francés. (N. del T.)

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––Sí, por completo.––No seas impertinente, Turkey. Escuchad.

Os he dicho muchas veces que ningún chico enla escuela tiene mayor influencia, para bien opara mal, que vosotros. Sabéis que no suelohablar ética y códigos morales porque no creoque los ejemplares jóvenes de la especie huma-na se den cuenta de lo que significan antes decierta edad. De todas formas no quiero suponerque hayáis estado pervirtiendo a los pequeños.No me interrumpas, Beelte. Escucha. Mr. Prouttiene la impresión que habéis estado corrom-piendo a vuestros compañeros de una u otraforma.

––Mr. Prout tiene tantas impresiones, padre––dijo Beetle cansadamente––. ¿Qué se le haocurrido ahora?

––Bueno, me ha dicho que te oyó contaruna historia al anochecer, en la clase, en vozbaja. Y Orrin dijo nada más abrir él la puerta:«Cállate, Beetle; eso es demasiado bestial». ¿Ybien?

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––¿Se acuerda de La ciudad sitiada, de Mrs.Oliphant69, que me dejó el trimestre pasado? ––dijo Beetle.

El padre asintió.––Pues de ahí saqué la idea. Sólo que en vez

de en una ciudad la he situado en el colegio, enuna noche de niebla, asediado por los fantas-mas de los chicos muertos que se llevan a losalumnos de sus camas en el dormitorio. Todoslos nombres son reales. Hay que contarlo envoz baja, ya sabe, con todos los nombres. AOrrin no le gustó nada. Nadie me ha dejadoterminarla todavía. El final es terrible.

––¿Pero por qué no le has explicado esto aMr. Prout en vez de dejarle con la impresiónde...

––Padre sahib ––dijo M’Turk––, no sirve pa-ra nada explicarle las cosas a Mr. Prout. Si no se

69 Margaret Wilson Oliphant (1828-1897): Escri-tora inglesa, autora de novelas, biografías y estudiosliterarios. (N. del T.)

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imagina una cosa, se imaginará otra.––Y lo hará con la mejor de las intenciones.

Está in loco parentis ––murmuró Stalky.––¡Vosotros, diablillos...! ––contestó el reve-

rendo John––. ¿Tengo que entender que el... elasunto de la usura ha sido otra de las fantásti-cas impresiones de vuestro jefe de casa?

––Bueno... le dimos un poco de pie para ello––dijo Stalky––. Yo le debía a Beetle dos cheli-nes y cuatro peniques, o por lo menos eso es loque dice Beetle, pero no pensaba pagarle. En-tonces empezamos a discutir en la escalera y...y Mr. Prout nos oyó por casualidad. Eso es loque pasó, padre. Pago mi deuda como un lord,aunque me lo va a descontar del dinero delbolsillo, y Beetle le dio mi pagaré. Y después deeso ya no sé lo que pasó.

––Fui demasiado sincero ––dijo Beetle––.Siempre me pasa lo mismo. Se da cuenta, pa-dre, él empezó a imaginarse cosas, y supongoque yo hubiera debido corregir su impresiónequivocada; pero claro, yo no podía estar com-

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pletamente seguro de que en su casa no hubieraningún préstamo de dinero, ¿verdad? Penséque quizás los prefectos podrían saber más queyo sobre el tema. Por lo menos deberían. Ellosson el pilar fundamental de la escuela pública.

––Y acabaron sabiendo todo... cuando ter-minaron sus interrogatorios ––dijo M’Turk––.Son los dos chicos más concienzudos, bienin-tencionados, honrados y de ánimo más puroque existen, padre. Harrison y Craye pusieronla casa patas arriba con la mejor intención queuno pueda imaginarse.

––Como eso que dice: «Fuerte y claro lo ex-presaron, y en la oreja nos gritaron» ––dijoStalky.

––La impresión particular que saco de esteasunto es que, sin ninguna duda, los tres vais aacabar en la horca ––dijo el reverendo John.

––¿Por qué? Nosotros no hemos hecho nada––replicó M’Turk––. Todo ha sido cosa de Mr.Prout. ¿Ha leído usted alguna vez algo sobrelos luchadores japoneses, padre? Mi tío, que

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está en la marina, me dio una vez un libro pre-cioso sobre eso.

––No intentes cambiar de tema, Turkey.––No lo intento, señor. Es un ejemplo, como

los que usted pone en sus sermones. Estos lu-chadores tienen una especie de truco para quesea el otro el que haga todo el esfuerzo. Enton-ces retuercen un poco y el otro se cae. Se llamashibuwichi o tokonoma, o algo parecido. Mr.Prout es un shibuwichero. Nosotros no tene-mos la culpa.

––¿Cree usted que nos hemos estado dedi-cando a corromper la mente de los fags? ––dijoBeetle––. En primer lugar, no tienen mente; y, sila tuvieran, ya estaría corrompida hace tiempo.Yo he sido fags, padre.

––Bueno, yo creía que conocía el catálogonormal de vuestras iniquidades; pero si os to-máis tanto trabajo para acumular pruebas cir-cunstanciales contra vosotros mismos, no po-déis criticar a nadie si...

––Nosotros no criticamos a nadie, padre.

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No hemos dicho ni una palabra contra Mr.Prout, ¿no es verdad? ––Stalky miró a los otros––. Le queremos mucho. No sabe usted cuánto lequerer )s.

––¡Hummm! Pues disimuláis muy bienvuestro amor. ¿Habéis pensado alguna vezquién fue el primer culpable de que os echarandel estudio?

––Mr. Prout es el que nos echó ––dijó Stalkyenfáticamente.

––Pues no. Fui yo. No lo hice adrede, peroalgunas palabras que dije, me temo, le hicieronpensar a Mr. Prout que...

El número cinco estalló en una carcajada.––Ve. Le ha pasado lo mismo con usted,

padre ––dijo M’Turk––. Es rápido sacando con-clusiones, ¿verdad? Pero no debe usted creerque no le queremos, porque no es cierto. Nohay ni un gramo de maldad en él.

Dos golpes sonaron en la puerta.––El director quiere ver a los del número

cinco en su estudio inmediatamente ––dijo la

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voz de Foxy, el sargento de la escuela.––¡Puf! ––dijo el reverendo John––. Me pa-

rece que ciertas personas van a tener proble-mas.

––¡Mira qué...! Mr. Prout le ha ido con elcuento al director ––dijo Stalky––. Desde luegono tiene escrúpulos. No es jugar limpio esto demeter al director en un asunto interno de lacasa.

––Os recomendaría un cuaderno estratégi-camente situado en, ejem, cierta parte ––dijodesinteresadamente el reverendo John.

––No, no sirve de nada. El director azota enlos hombros, y se notaría demasiado el ruido ––dijo Beetle––. Buenas noches, padre. Estamospreparaos.

Una vez más se encontraban en presenciadel director: Belial, Mammón y Lucifer70. Perose las veían con una persona más sutil que to-

70 Son los nombres de tres importantes demo-nios mencionados en la Biblia. (N. del T.)

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dos ellos. Mr. Prout le había hablado, pesada ytristemente, durante media hora; y el directorhabía deducido todo lo que se le había escapa-do al jefe de la casa.

––Habéis estado molestando a Mr. Prout ––dijo pensativamente––. Los jefes de casa nodeben ser molestados por los chicos más de lonecesario. No me gusta que me molesten porestas cosas. Y vosotros me estáis molestando.Ésta es una falta muy grave. ¿Entendéis?

––Sí, señor.––Bueno, pues ahora me propongo molesta-

ros a vosotros por motivos personales y priva-dos, porque me habéis hecho perder el tiempo.Sois demasiado mayores para pegaros, así quesupongo que tendré que expresar mi desconten-to de alguna otra manera. Por ejemplo, mil lí-neas por cabeza, una semana sin salir y otrascosas como ésas. Sois demasiado mayores parauna paliza, ¿no?

––Oh, no, señor ––dijo alegremente Stalky;porque una semana sin salir en el trimestre de

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verano es algo muy serio.––Muy bien. _Entonces haremos lo que po-

damos. Espero que no me volváis a molestar.Los varazos fueron firmes, sostenidos y re-

gulares, con un pequeño rebote; pero lo quesentó peor fue la mala jugada de parar parahablar entre golpe y golpe. Así:

––Entre las... clases bajas esto me haría ga-narme una denuncia por... agresión. Deberíaisestar más agradecidos por vuestros... privile-gios de lo que lo estáis. Hay un límite... Uno loencuentra por experiencia, Beetle..., más allá delcual nunca es seguro llevar las vendettas71, por-que..., no te muevas..., más pronto o más tardeuno entra... en colisión con la... autoridad supe-rior, que sabe de qué pie cojea el animal. Etego... M’Turk, por favor... in Arcadia vixi72. Hay

71 Vendetta: «Venganza», en italiano. (N. del T.)72 Et ego... in Arcadia vixi: «Y yo... he vivido en la

Arcadia», en latín. La Arcadia es una región monta-ñosa de Grecia. Los poetas la describen como latierra de la inocencia y la felicidad. (N. del T.)

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una cierta injusticia flagrante en esto que debe-ría hacer reaccionar... vuestro temperamento. ¡Yesto es todo! Ahora le diréis a vuestro jefe decasa que ya os he castigado físicamente.

––¡Qué bárbaro! ––dijo M’Turk moviendolos omóplatos mientras iban por el pasillo––.¡Cómo lo hace! Bates el prusiano tiene una pun-tería infernal.

––¿Verdad que hice bien eligiendo los gol-pes ––dijo Stalky–– en vez de los otros castigos?

––¡Bah! Tenía esa idea en la cabeza desde elprincipio. Lo supe en cuanto vi su mirada ––dijo Beetle––. Estuve a punto de llorar.

––Bueno, yo no estaba riéndome precisa-mente ––confesó Stalky.

––Vamos a los lavabos a ver los daños. Unopuede agarrar el espejo mientras los otros semiran.

Se dedicaron a esta actividad durante unosdiez minutos. Las marcas eran muy rojas y pa-ralelas. No había diferencia entre sus hombrosen cuanto a perfección, eficacia y esa claridad

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de diseño que revela la mano del artista.––¿Qué estáis haciendo aquí? ––Mr. Prout

estaba en la parte de arriba de las escaleras delos lavabos, adonde había ido atraído por elruido del agua.

––El director nos ha dado con la vara, señor,y nos estábamos lavando la sangre. El directornos dijo que se lo dijéramos a usted. Íbamos acontárselo en seguida, señor ––y siguió sottovoce73––: ¡Esto es una victoria para el Pezuñas!

––Bueno, merece apuntarse alguna, pobrediablo ––dijo M’Turk poniéndose la camisa––.Le hemos hecho sudar veinte libras de pesodesde que empezamos.

––Pero, escuchad, ¿por qué no estamos en-fadados con el director? Dijo que era una injus-ticia flagrante, ¡y claro que lo era! ––dijo Beetle.

Stalky se puso a reír con tantas ganas quetuvo que agarrarse a uno de los lavabos.

––¡Eres un burro loco! ¿A qué viene esto? ––

73 Sotto voce: «En voz baja», en italiano. (N. del T.)

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dijo Beetle.––¡Estoy..., estoy pensando en lo de la fla-

grante injusticia!

LOS REFORMADORES MORALES

No se podía disimular la derrota. La victo-ria había sido para Prout, pero ellos no se la en-vidiaban. Si él había roto las reglas del juegohaciendo intervenir al director, ellos se lo habí-an pasado de miedo.

El reverendo John buscaba la primera oca-sión para hablar con ellos de todo el asunto.Los miembros de un claustro de solteros, enuna escuela donde los estudios de los profeso-res estaban estratégicamente situados entre losde los alumnos y las aulas, podían, si les apete-cía, llegar a conocer bastante a fondo a losalumnos.

El número cinco había examinado cuidado-samente al reverendo John durante varios años.

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Indudablemente era todo un caballero. Llama-ba a la puerta antes de entrar; se comportabacomo un visitante y no como un justiciero des-bocado; nunca les sermoneaba ni llevaba lasconfidencias de los ratos de ocio a esferas ofi-ciales. Prout era siempre un pelma inaguanta-ble; King venía sólo como un vengador sedien-to de sangre; tampoco el pequeño Hartopp ol-vidaba a menudo su posición, incluso cuandohablaba de Historia Natural; pero la del reve-rendo John era una presencia deseada y que-rida por el número cinco.

Imagíneselo el lector, pues, sentado en elúnico sillón del estudio, con una pipa entre losdientes, la sotabarba triple asomando sobre elcuello de clérigo y resoplando como una balle-na amistosa mientras el número cinco conver-saba sobre la vida en general y, en particular,sobre su última entrevista con el director, enrelación con el asunto de la usura.

––Una paliza cada semana os haría un bieninmenso ––dijo, rutilante y sacudido por la ri-

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sa––; y es verdad que, como decís, no os habíaissalido ni por un momento de las normas.

––¡Claro que no, padre! Se lo podríamoshaber demostrado si nos hubiera dejado halar––dijo Stalky––; pero no nos dejó. El director esun pájaro duro de pelar.

––Os entiendo perfectamente. ¡Ja, ja, ja!Bueno, vosotros trabajasteis a fondo para con-seguirlo.

––Pero sin embargo es muy estricto en sujusticia. No le pega a un chico por la mañana yle suelta un sermón por la tarde ––dijo Beetle.

––No puede hacerlo; no está ordenado, gra-cias a Dios ––dijo M’Turk. El número cinco es-taba totalmente en contra de los directores clé-rigos, y estaba siempre dispuesto a discutir conel capellán sobre este tema.

––Casi todos los directores de las otras es-cuelas son clérigos ––dijo amablemente el reve-rendo John.

––No es justo para los chicos ––contestóStalky––. Los vuelve sombríos. Con usted es

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diferente, por supuesto. Usted pertenece a laescuela, igual que nosotros. Me refiero a loscuras normales.

––Bueno, yo soy un cura de lo más normal;y Mr. Hartopp también está ordenado.

––Sí, sí, pero él fue después de haber venidoal colegio. Le vimos cuando se iba a examinar.Eso está bien ––dijo Beetle––. ¡Pero imagíneseque al director se le ocurriese ordenarse sacer-dote!

––¿Qué pasaría entonces, Beetle?––Oh, el colegio se haría pedazos antes de

un año, señor. Estoy seguro.––¿Cómo lo sabes? ––el reverendo John es-

taba sonriendo.––Llevamos aquí casi seis años. Hay muy

pocas cosas del colegio que nosotros no sepa-mos ––replicó Stalky––. Incluso usted llegóaquí un trimestre más tarde que yo, señor. Re-cuerdo cuando nos preguntaba el nombre en elaula en su primera clase. Mr. King, Mr. Prout yel director, claro, son los únicos profesores más

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antiguos que nosotros... en ese sentido.––Sí, ha habido muchos cambios en la sala

de profesores.––¡Hum! ––gruñó Beetle––. Venían y se iban

des –– pues para casarse. ¡Menudo negocio!¿No está nuestro Beetle de acuerdo con el

matrimonio?––No, padre, no se ría de mí. En las vaca-

ciones he conocido chicos que tenían jefes decasa casados. ¡Es totalmente horrible! Tienenbebés, denticiones, el sarampión y todas esascosas en medio de la escuela; y las esposas delos directores tienen invitados para el té, ¡parael té, padre!, e incluso para el desayuno.

––Eso no es tan grave ––dijo Stalky–– . Peroes que además los jefes de casa se olvidan desus casas y dejan todo en manos de los prefec-tos. Un chico me dijo que en su escuela habíaun paseo de alrededor de una milla entre lacasa y la residencia del director. Podían hacerexactamente lo que les apeteciera..

––Satán censurando el pecado con ojos de

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venganza.––Oh, no tengo nada en contra de las juer-

gas; pero usted entiende lo que decimos, padre.Poco a poco la situación se va haciendo peor ypeor. Un día llega la explosión, tan fuerte quesale en los periódicos, y se expulsa a un montónde chicos. Ya lo sabe usted.

––Siempre a los que no han hecho nada; nolo olvide. ¿Una taza de cacao, padre? ––dijoM’Turk con el cazo en la mano.

––No, gracias; estoy fumando. ¿Los que nohan hecho nada? Continúa, Stalky.

––Y entonces ––Stalky empezaba a entrar encalor–– todo el mundo dice: «¿Quién habríapodido imaginárselo? ¡Los chicos son sorpren-dentes! ¡Qué niños más malos!» Y todo se debea tener jefes de casa casados, me parece.

––¡Daniel en pleno juicio!74

––Es cierto ––interrumpió M’Turk––. He

74 Daniel: Profeta judío que anunció el fin delmundo y el juicio de Dios. (N. del T.)

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hablado con algunos chicos en vacaciones y mehan contado lo mismo. Tiene un aspecto muyagradable, sin duda: una bonita casa separa conuna guapa señora a cargo de todo; pero no loes. Hace que los jefes de casa no se dediquen asu trabajo, y da demasiado poder al director,y... y... echa todo a perder. ¿Sabe, padre?, éstano es una escuela normal. Aquí llegan tantoverdaderos desechos, con los que parece que nohay nada que hacer, como buenos chicos comoStalky. Tenemos que aceptarlos para mantenernuestro prestigio, por supuesto, y los metemosen Sandhurst de una u otra manera, ¿no es ver-dad?

––Cierto es, oh Turk. Hablas como un libroabierto, Turkey.

––Y por eso necesitamos profesores distin-tos de los de los otros colegios, ¿no le parece?No somos como las demás escuelas.

––Un chico me dijo que eso además haceque haya muchas novatadas y abusos ––dijoBeetle.

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––Bueno, debo decir que vosotros os bastáispara ocupar la mayor parte del tiempo inclusode un soltero ––el reverendo John miró crítica-mente a sus anfitriones––. ¿No pensáis algunavez que la sala de profesores está demasiadopendiente de vosotros?

––No exactamente, por lo menos en verano––los ojos de Stalky se dirigieron satisfechoshacia la ventana––. Nuestros límites son bastan-te grandes, además, y prácticamente estamossin vigilancia.

––Por ejemplo, aquí estoy yo sentado envuestro estudio dándoos la lata, ¿eh?

––De verdad que no, padre. Siéntese. No sevaya, señor. Usted sabe cuánto nos gusta quenos visite.

No cabía duda de la sinceridad de sus vo-ces. El reverendo John se sonrojó ligeramentede placer y rellenó la pipa.

––Y casi siempre sabemos dónde están losde la sala de profesores ––dijo Beetle con airede triunfo––. ¿No atravesó usted los dormito-

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rios de abajo anoche después de las diez, señor?––Fui a fumar una pipa con el jefe de vues-

tra casa. No, no comentamos nada importante.Atajé a través de vuestros dormitorios.

––Olí su tabaco esta mañana. El suyo es másfuerte que el de Mr. Prout. Estaba seguro ––dijoBeetle, moviendo orgullosamente la cabeza.

––¡Qué barbaridad! ––dijo pensativamenteel reverendo John.

Pasaron algunos años antes de que Beetle sediera cuenta de que ese suspiro había sido másun tributo a la inocencia que a la capacidad deobservación. Los largos y oscuros dormitoriossin puertas que los separaban eran cruzados atodas horas de la noche por profesores que sevisitaban unos a otros; porque los solteros seacuestan más tarde que la gente casada. A Bee-tle nunca se le había pasado por la cabeza queese tráfico pudiera tener algún propósito con-creto.

––Hablando de novatadas ––el reverendoJohn volvió al tema––. Todos lo habéis pasado

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regular cuando erais fags, ¿no?––Bueno, debíamos de ser unas bestezuelas

bastante horribles ––dijo Beetle contemplandocon serenidad el abismo que existía entre losonce y los dieciséis años––. ¡Madre mía, quématones había entonces! ¡Fairburn, «Gobby»Maunsel y toda su pandilla!

––¿Os acordáis cuando «Gobby» nos llama-ba los tres ratoncitos ciegos y teníamos quesubirnos a los armarios y cantar mientras nostiraba tinteros? ––dijo Stalky––. ¡Eran unos ver-daderos abusones!

––Pero ahora ya no hay nada de eso ––dijoM’Turk tranquilamente.

––Ahí es donde estás equivocado. Todostendemos a pensar que todo va bien mientrasnosotros estamos bien. A veces me pregunto sies verdad que no hay abusos como había antes.

––Los fags se atormentan muchísimo mu-tuamente; pero se supone que los cursos supe-riores están todo el día empollando para losexámenes. No tienen tiempo para pensar en

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torturas ––dijo Beetle.––¿Qué pasa? ¿Qué es lo que está pensan-

do? ––Stalky miraba la cara del capellán.––Tengo mis dudas ––y añadió––: Verdade-

ramente, para ser unos chicos tan listos no soismuy observadores. Supongo que estabais de-masiado ocupados causando problemas a vues-tro jefe de casa para ver lo que pasaba antevuestras propias narices cuando estuvisteis enlas clases la semana pasada.

––¿Qué, señor? Le... le aseguro que nohemos visto nada ––dijo Beetle.

––Entonces os aconsejo que os fijéis. Cuan-do un niño pequeño llora en un rincón y llevala ropa hecha trizas, y nunca trabaja nada, y esel más sucio de todos os fags, algo va mal enalguna parte.

––Ese es Clewer ––dijo M’Turk inmediata-mente.

––Sí, Clewer. Le doy clase de francés. Es suprimer trimestre, y es un sastre casi absolutocomo tú lo eras, Beetle. No tiene una gran inte-

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ligencia natural, pero le han machacado hastaconvertirlo casi en un idiota.

––Oh, no. Se hacen los tontos para librarsede alguna paliza ––dijo Beetle––. Yo lo sé muybien.

––De hecho nunca he visto que le pegasen ––dijo el reverendo John.

––El matón genuino no lo hace en público ––dijo Beetle––. Fairburn nunca me tocó ni unpelo cuando había alguien delante.

––No hace falta que te hagas el experto,Beetle ––dijo M’Turk––. Todos hemos pasadouna época semejante.

––Pero la mía fue la peor de todas ––dijoBeetle––. Si quiere una autoridad sobre las tor-turas, padre, consúlteme a mí: el sacacorchos, elcepillo, la llave, capones, brazos torcidos, lamecedora, estrangulamientos... y todo lo de-más.

––Sí, te necesito como autoridad, o más bienquiero que tu autoridad acabe con esto; la detodos vosotros.

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––¿Qué pasa con «el Tomates» y «el Navo»,padre, Harrison y Craye? Son los protegidos deMr. Prout ––dijo M’Turk un poco amargamen-te––. Nosotros no somos ni siquiera subprefec-tos.

––Ya he pensado en eso; pero, por otra par-te, como la mayoría de estas burradas se debena la mera irreflexión...

––Nada de eso, padre ––dijo M’Turk––. Losmatones disfrutan torturando. Lo hacen muyconscientemente. Lo planean en clase y lo prac-tican en el recreo.

––Da igual. Si la cosa llega a los prefectospuede haber otro conflicto en la casa, y yahabéis tenido uno hace poco. No os riáis. Escu-chadme. Os pido, querida «Décima Legión»,que lo arregléis sin haceros notar demasiado.Quiero que el pequeño Clewer vuelva a estarlimpio y arreglado.

––¡Que me corten la cabeza si le lavo! ––susurró Stalky.

––Arreglado y con dignidad. Respecto al

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otro chico, sea quien sea, podéis usar vuestrainfluencia ––una luz puramente profana brillóen los ojos del capellán–– de la manera que osparezca mejor para... para disuadirle. Eso estodo. Lo dejo en vuestras manos. Buenas no-ches, mes enfants.

––Bueno, ¿qué hacemos ahora? ––los delnúmero cinco se quedaron mirándose.

––El joven Clewer daría su cabeza por unlugar donde estar tranquilo. Lo sé muy bien ––dijo Beetle––. ¿Qué tal si le hacemos fag de es-tudio?

––¡No! ––dijo M’Turk firmemente––. Es unmonstruito sucio, y lo dejaría todo hecho unaporquería. Además, no nos vamos a dedicar ahacer el Eric. ¿Quieres estar todo el día andan-do con él con el brazo sobre su hombro?

––De todas formas podría limpiar los botesde mermelada; y la sartén del porridge75 quema-

75 Porridge: Típico plato inglés hecho de harina de

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do; tal como está no sirve para nada.––No es suficiente ––dijo Stalky, poniendo

los pies de golpe sobre la mesa––. Si encontra-mos al bromista que le ha estado torturando yhaciendo la vida imposible, todo se arreglará.¿Pero cómo es que no nos dimos cuenta cuandoestuvimos en las aulas?

––Puede que un montón de fags se hayanunido para hacerle la vida imposible a Clewer.A veces lo hacen.

––Entonces vamos a tener que repartir pa-tadas entre todos los pequeños de la casa. ¡Ma-nos a la obra! ––dijo M’Turk.

––Tranquilo, tranquilo. No hay que llamardemasiado la atención en este asunto. Sea quiensea, ha sido discreto, porque si no le habríamosvisto ––dijo Stalky––. Vamos a investigar unpoco hasta que estemos seguros.

Recorrieron las aulas de la casa observandoa todos los pequeños o mayores sospechosos;

cereal batida en agua o leche hirviendo. (N. del T.)

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husmearon en los baños y los almacenes. Perosin resultado. Todo el mundo parecía estar allímenos Clewer.

––¡Escuchad! ––dijo Stalky parándose al la-do de la puerta de un estudio––. ¡Aquí está!

Una aguda vocecita mezclada con sollozosse oía amortiguada a través de los paneles:

––«La pequeña Kitty iba de paseo...»––¡Más fuerte, diablejo, o te tiro el libro!––« ... con una lechera...» ¡Oh, Campbell, no,

por favor! «... a la feria de...»Un libro chocó contra algo blando, y se oye-

ron unos gritos.––Vaya, nunca había pensado que pudiera

ser un fag de estudio. Por eso no nos dimoscuenta de nada ––dijo Beetle––. Sefton y Camp-bell son bastante duros de pelar. Además, nopodemos entrar en su estudio como si fueseuna clase.

––¡Qué cerdos! ––M’Turk escuchaba––. Notiene ninguna gracia. Supongo que Clewer estáa su servicio.

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––No son prefectos. Va a ser un trabajo di-vertido ––dijo Stalky con su sonrisa de batalla––. ¡Sefton y Campbell! ¡Ajá! ¡Campbell y Sefton!¡Ah! Uno de ellos es un «cachorro particular».

Los dos eran unos jóvenes precozmente ve-lludos de diecisiete o dieciocho años, manda-dos a la escuela por sus desesperados padres enla confianza de que seis meses de estudio inten-sivo podrían, quizás, llevarlos a Sandhurst.Figuraban como pertenecientes a la casa deProut, pero en realidad eran supervisados porel director; y como éste evitaba cuidadosamentehacer prefectos a los recién llegados, se consi-deraban discriminados por la escuela. Seftonhabía pasado tres meses con un profesor parti-cular londinense, y sus aventuras allí no perdí-an nada al ser contadas. Campbell, que teníabuen gusto para la ropa y un vocabulario flui-do, despreciaba como su compañero al restodel mundo. Éste era sólo su segundo trimestre,y la escuela, acostumbrada a lo que llamabairrespetuosamente «cachorros particulares», les

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había tratado con una reserva irritante. Pero suspatillas ––Sefton tenía una auténtica navaja deafeitar–– y bigotes eran sin duda impresionan-tes.

––¿Vamos a disuadirles ahora? ––preguntóM’Turk––. Nunca he tenido mucho que ver conellos, pero apuesto mi sombrero a que Camp-bell es un cobardica.

––¡Nooo! Eso es oratio directa ––dijo Stalkysacudiendo la cabeza––. Prefiero la oratio obli-qua76. Además, ¿cuál sería entonces nuestrainfluencia moral? ¡Piensa en esto!

––¡Porras! ¿Qué quieres que hagamos? ––Beetle se fue a la clase número nueve, que esta-ba al lado del estudio.

––¿Yo? ––luces guerreras brillaron en la ca-ra de Stalky––. Lo que quiero es reírme un pocode ellos. ¡Callaos un momento!

Se metió las manos en los bolsillos y miró al

76 Oratio directa... oratio obliqua: «Estilo directo...estilo indirecto», en latín. (N. del T.)

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mar por la ventana, silbando entre dientes.Después golpeó el suelo con un pie, levantó unhombro y empezó a girar arrastrando los piescon pasitos rápidos y cortos, la danza de guerrade Stalky en meditación. Tres veces recorrió deesta manera el aula vacía, con los labios a reta-dos y las aletas de la nariz levantadas, balan-ceándose a cada paso. Finalmente se paró de-lante de Beetle, que no decía nada, y le dio unaspalmaditas en la cabeza, inclinándose a cadauna de ellas el golpeado. M’Turk se agarrabauna rodilla meciéndose. Oían a Clewer gritarcomo si se le estuviera rompiendo el corazón.

––Beetle va a ser el cebo ––dijo Stalky––. Losiento por ti, Beetle. ¿Te acuerdas de El arte deviajar, de Galton77 ––habían estado estudiandoese libro tan entretenido en una clase––, y elcabrito cuyos balidos excitaban al tigre?

––¡Oh, no! ––dijo Beetle inquietamente. No

77 Francis Galton (1822-1911): Explorador, an-tropólogo y escritor inglés. (N. del T.)

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era la primera vez que tenía que hacer de cebo––. ¿No te las puedes arreglar sin mí?

––No tengas miedo, querido Beetle. Turkeyy yo te vamos a torturar. Cuanto más grites,mejor. Turkey, trae un palo y una cuerda dealguna parte. Le vamos a atar para hacer unatrampa, a lo Galton. ¿Os acordaís cuando «Mo-lly» Fairburn nos obligaba a hacer peleas degallos descalzos y con las rodillas atadas?

––Pero eso dolía muchísimo.––Claro que dolía. ¡Qué listo eres, Beetle!

Turkey te va a perseguir por toda la clase. Re-cuerda que hemos tenido una pelea tremenda yque al final yo te he obligado a hacer esto. Dé-janos tu pañuelo.

Beetle estaba ya listo para las peleas de ga-llos: además del palo transversal entre los co-dos y las rodillas, éstas estaban atadas con unacuerda. En esta postura, un empujón de Stalkyle hizo caerse lateralmente, llenándose de pol-vo.

––Despéinale un poco, Turkey. Ahora átate

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tú también. «Los balidos del cabrito excitan altigre.» Estáis tan enfadados conmigo que sólodecís burradas. Acordaos. Yo os azuzaré con elpalo. Tienes que gimotear.

––¡Vale! En seguida empiezo ––dijo Beete.––Venga, a lo vuestro, y acordaos de los ba-

lidos del cabrito.––¡Parad, bestias! ¡Dejadme levantarme!

Casi tengo cortadas las rodillas. ¡Sois unos as-querosos! ¡Parad! ¡No es broma! ––los gritos deBeetle eran una verdadera obra de arte.

––¡Dale, Turkey! ¡Dale una patada! ¡Hazlerodar! ¡Mátale! No te rindas, Beetle, chorizo.Dale otra patada, Turkey.

––En realidad no está llorando. Levántate,Beetle, o te levanto a patadas ––rugió M’Turk.

Hicieron un ruido espantoso y el cebo atrajoa su presa.

––Hola. ¿Qué es lo que pasa? ––Sefton yCampbell entraron y encontraron a Beetle en elsuelo, con la cabeza junto al guardafuegos de lachimenea, llorando copiosamente mientras

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M’Turk le daba patadas en la espalda.––Es Beetle ––explicó Stalky––. Se hace el

dolorido. No puedo conseguir que Turkey lesacuda como es debido.

Sefton les dio unas patadas a cada uno y sucara se iluminó

––Vale, yo me ocuparé de ellos. Levantaos ypelead vosotros dos. Dame el palo; yo sé cómoanimarlos. ¡Va a estar bien! Vamos, Campbell,vamos a darles para el pelo.

Entonces M’Turk se volvió hacia Stalky y ledijo unas palabras muy malsonantes.

––Dijiste que tú también ibas a pelear, Stal-ky. ¡Vamos!

––¡Pues peor para ti por creerme! ––gritóStalky.

–––¿Habéis tenido alguna discusión, chicos?––dijo Campbell.

––¿Discusión? ––dijo Stalky––. No. Sólo losestoy educando.. ¿Sabes algo de peleas de ga-llos, Seffy?

––¿Que si sé? Verás, en la casa ce Maclagan,

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donde me estaba preparando en la ciudad, so-líamos hacer peleas de gallos en el cuarto deestar, y el pequeño Maclagan no se atrevía adecir nada. Pero es que allí todos éramos comopersonas mayores, por supuesto. ¿Que si sé?Ahora verás.

––¿Puedo levantarme? ––gimió Beetlecuando Stalky se sentó encima de su hombro.

––Cállate, charlatán. Vas a pelearte con Sef-fy.

––¡Me va a matar!––Eh, vamos a nuestro estudio ––dijo

Campbell––. Es tranquilo y agradable, Yo pe-learé con Turkey. Esto está mejor que el jovenClewer.

––¡De acuerdo! Ellos sin zapatos y nosotroscon zapatos ––dijo Sefton alegremente. Y echa-ron a los dos chicos atados en el suelo del estu-dio. Stalky los llevó rodando detrás de un si-llón.

––Ahora voy a ataros a vosotros y a dirigirla corrida. Vaya, menudas muñecas tienes, Seff.

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Son demasiado anchas para un pañuelo; ¿tenéisalguna cuerda? ––dijo.

––Hay muchas en el rincón ––contestó Sef-ton––. ¡Deprisa! Deja de berrear, animal, Beetle.Vamos a tener una fiesta movida. Los que pier-dan tendrán que cantar para los ganadores,odas en honor del vencedor. Tú te considerasun gran poeta, ¿no, Beetle? Yo sí que te voy ahacer declamar bien ––se puso en posición allado de Campbell.

Rápida y científicamente los palos fueronintroducidos en el lugar que les estaba destina-do, y las muñecas atadas con firmes cuerdas,todo esto con un acompañamiento de insultos acargo de M’Turk, atado traicionado y gritóndetrás de la butaca.

Stalky acabó con Campbell y Sefton se acer-có a sus aliados, no sin antes cerrar la puertacon llave.

––Ya está todo listo ––dijo en un nuevo tonode voz.

––¿Qué diablos...? ––empezó Sefton. Las

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falsas lágrimas de Beetle se acabaron; M’Turk,sonriente, estaba de pie. Entre los dos atarontodavía más fuerte las rodillas y los tobillos delenemigo.

Stalky se sentó en el sillón y contempló lasituación con su más dulce sonrisa. Un chicopreparado para hacer peleas de gallos es, qui-zás, el ser más indefenso del mundo.

––«El balido del cabrito excita al tigre.» ¡Oh,qué burros sois! ––se echó hacia atrás y se rióhasta que no pudo más. Sólo lentamente lasvíctimas se empezaron a dar cuenta de la situa-ción.

––¡Cuando nos levantemos os vamos a darla mayor paliza que hayáis recibido en vuestrajóvenes vidas! ––tronó Sefton desde el suelo––.No os vais a reír como ahora cuando termine-mos con vosotros. ¿Qué diantres significa esto?

––En seguida lo vais a ver ––dijo M’Turk––.Y no digáis tantas palabrotas. Lo que queremossaber es por qué dos cerdos grasientos comovosotros habéis estado torturando a Clewer.

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––No os importa.––¿Para qué torturáis a Clewer? ––la pre-

gunta fue repetida enloquecedoramente una yotra vez por los tres uno detrás de otro. Sabíanlo que se traían entre manos.

––Porque nos dio la real gana ––fue la res-puesta al cabo de un rato––. Dejadnos levantar-nos ––todavía no habían comprendido lo queles esperaba.

––Bueno, pues ahora os vamos a torturar avosotros porque nos da la real gana. Vamos aser tan amables con vosotros como vosotros lohabéis sido con Clewer. Él no podía hacerosnada, y vosotros a nosotros tampoco. Curioso,¿verdad?

––¿Que no podemos? Espera un poco y ve-rás.

––Ah ––dijo Beetle reflexivamente––. Esosignifica que nunca os han torturado de ver-dad. Una paliza pública no es nada comparadacon un tratamiento como el que os vamos a dar.Os apuesto un chelín a que vais a llorar y a

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prometernos cualquier cosa que os digamos.––Mira, pequeño Beetle, cuando nos levan-

temos te vamos a dejar hecho unos zorros. Te loprometo, lo haremos pase lo que pase.

––Más bien sois vosotros los que vais a estarhechos picadillo dentro de poco. ¿Le soléis darcapones a Clewer?

––¿Le habéis dado capones a Clewer? ––repitió M’Turk como un eco. A la vigésima re-petición, nadie puede aguantar la misma pre-gunta hecha una y otra vez, lo que constituye laesencia de la tortura, llegó la confesión.

––¡Sí, iros a la porra!––Entonces recibiréis capones ––y los reci-

bieron, según las normas dictadas por años deexperiencia. Dar capones no es ninguna frusle-ría. «Molly» Fairburn no lo habría hecho mejoren sus buenos tiempos.

––¿Le habéis aplicado «el cepillo» a Clewer?Esta vez la respuesta no se hizo esperar tan-

to, y «el cepillo» funcionó durante cinco minu-tos según el reloj de Stalky. No odian mover ni

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un dedo atados como estaban. En «el cepillo»no se usa ningún cepillo.

––¿Le habéis hecho «la llave» a Clewer?––No, no se la hemos hecho. ¡Os juro que

no! ––dijo Campbell, retorciéndose agónica-mente.

––Entonces os la vamos a hacer, para quesepáis lo que sentiríais si se la hubierais hecho.

La tortura de «la llave», en la que tampocoha ninguna llave, es muy dolorosa. Tuvieronque pacerla varios minutos y su manera de ex-presarse hizo que tuvieran que ser amordaza-dos.

––¿Le habéis hecho «el sacacorchos» a Cle-wer? ––Sí. ¡Oh, pudríos en el infierno! Dejadnosya, gentuza.

Recibieron «el sacacorchos», tortura en laque tampoco aparece un sacacorchos por nin-guna parte y que es aún más eficaz que «la lla-ve».

El método y el silencio con que se realiza-ban los ataques les estaban destrozando los

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nervios. Entre cada tortura y la siguiente volvíala inmisericorde lluvia de preguntas y, cuandono contestaban con precisión, les metían en laboca pañuelos de colores.

––¿Esto es todo lo que lo habéis hecho aClewer? Quítales la mordaza, Turkey, y déjalosresponder.

––Sí, os juro que esto es todo. ¡Oh, nos estáismatando, Stalky! ––gritó Campbell.

––Exactamente lo mismo que os decía Cle-wer a vosotros. Ahora os vamos a enseñar quées torturar de verdad. Lo que menos me gustade ti, Sefton, es que vienes al colegio con tucuello duro y tus botas de cuero y te crees quenos puedes descubrir algo sobre el arte de tor-turar. ¿Crees que nos puedes enseñar algo so-bre la práctica de la tortura? Quítale la mordazay déjale contestar.

––¡No! ––respondió ferozmente.––Dice que no. «Mécele» hasta que se

duerma. Campbell puede mirar un poco.Hacen falta tres chicos y dos guantes de bo-

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xeo para «mecer» a un chico hasta que seduerma. De nuevo la operación no tiene nadaque ver con su nombre. Sefton fue «mecido»hasta que tuvo los ojos en blanco; jadeaba, emi-tía extraños sonidos buscando aliento, estabamareado y sentía vértigo.

––¡Madre mía! ––dijo Campbell, lívido yhorrorizado, desde su rincón.

––Este ya está ––dijo Stalky––. Traed aCampbell. Esto sí que es auténtica tortura. ¡Ah,me olvidaba! Oye, Campbell, ¿para qué tortu-rabais a Clewer? Quitarle la mordaza y queconteste.

––Yo... no lo sé. ¡Oh, dejadme libre! Os juroque habrá pax. ¡No me «mezáis»!

––«El balido del cabrito excita al tigre.» Diceque no lo sabe. Prepárale, Beetle. Dame elguante y ponle la mordaza.

Campbell fue «mecido» silenciosamente se-senta y cuatro veces.

––¡Creo que me voy a morir! ––consiguiódecir.

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––Dice que se va a morir. Fuera con él.¡Ahora, Sefton! ¡Oh, me olvidaba otra vez! Sef-ton, ¿para qué torturabais a Clewer?

La respuesta es irreproducible; pero no cau-só el menor sonrojo en las relajadas mejillas deStalky.

––¡Hazle un «ag, ag», Turkey!Y un «ag, ag» le fue hecho en el acto. Casi

dieciocho años de difícil experiencia se pusie-ron a su servicio, pero él pareció no apreciar elesto.

––Dice que somos unos barreneros. ¡Fueracon él! ¡Ahora, Campbell! ¡Ah, me olvidaba!Oye, Campbell, ¿para qué torturabais a Cle-wer?

Entonces llegaron las lágrimas, lágrimas ar-dientes; peticiones de piedad y abyectas pro-mesas de paz. Si dejaban de torturarle, Camp-bell les prometía no hacer nunca nada contraellos. Las preguntas comenzaron una y otravez, acompañadas siempre por los más eficacesmétodos de persuasión.

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––Parece que te duele algo, Campbell. ¿Teduele algo?

––Sí. ¡Terriblemente!––Dice que le duele algo. ¿Estás roto?––¡Sí, sí! Os lo juro. ¡Parad, por favor!––Dice que está roto. ¿Eres humilde?––¡ Sí!––Dice que es humilde. ¿Eres endiablada-

mente humilde?––¡ Sí!––Dice que es endiabladamente humilde.

¿Vas a seguir torturando a Clewer?––No. ¡Nooo!––Dice que no va a torturar más a Clewer.

¿Y a algún otro?––No. ¡Os juro que no lo voy a hacer!––Ni a ningún otro. ¿Y qué me dices de esa

paliza que tú y Sefton nos ibais a dar?––¡No os la vamos a dar! ¡No os la vamos a

dar! ¡Os juro que no!––Dice que no nos va a dar ninguna paliza.

¿Sigues pensando que sabes algo sobre la prác-

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tica de la tortura?––¡No, no tengo ni idea!––Dice que no tiene ni idea de torturar. ¿Es

que no te hemos enseñado suficiente?––¡Sí! ¡Sí!––Dice que le hemos enseñado suficiente.

¿No nos estás agradecido?––¡ Sí!––Dice que nos está agradecido. Lleváoslo.

¡Ah, me olvidaba! Oye, Campbell, ¿para quétorturabais a Clewer?

Se echó a llorar otra vez; tenía los nerviosdestrozados.

––Porque soy un matón. Eso es lo que que-réis que diga, ¿no?

––Dice que es un matón. Y es la pura ver-dad. Lleváoslo al rincón. Se acabó la sesión conCampbell. ¡Ahora le toca a Sefton!

––¡Demonios! ¡Sois unos demonios! ––estoymucho más se oyó cuando Sefton era conduci-do a lo largo de la alfombra mediante hábilesrodillazos.

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––«El balido del cabrito excita al tigre.» Vasa ver lo que hacemos contigo. ¿Dónde tienes tuscosas de afeitar? ––Campbell dijo dónde esta-ban––. Beetle, trae agua. Turkey, haz la espu-ma. Te vamos a afeitar, Seffy, así que mejorquédate quietecito, no sea que te cortes. Nuncaantes he afeitado a nadie.

––¡No lo hagáis! ¡Oh, no! ¡Por favor!––Te estás volviendo educado, ¿eh? Sólo

voy a quitarte una de tus queridas patillitas.––Yo... os prometo que habrá pax entre no-

sotros si no me hacéis nada. ¡Os juro que osperdono la paliza que iba a daros!

––Y la mitad de este bigote del que nos sen-timos tan orgullosos. Dice que nos perdona lapaliza. ¿Verdad que es muy amable?

M’Turk se rió dentro de la bacía niqueladay colocó la cabeza de Sefton entre las rodillas deStalky.

––Un momento ––dijo Beetle––. El pelo lar-go no se puede afeitar. Primero le tenemos querecortar el bigote hasta que esté más corto, y

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entonces es cuando le podremos afeitar.––Pues yo no voy a ir a buscar unas tijeras.

¿Nos valdría con una cerilla? Pásame la caja decerillas. Es un cerdo, ¿sabéis? Vamos a chamus-carle un poco. ¡No te muevas!

Encendió una cerilla, pero se contuvo.––Sólo quiero quitarle medio bigote.––Está bien ––Beetle removió la brocha––. Si

le pongo espuma hasta la mitad tú puedesquemarle el resto, ¿ves?

El fino bigotillo adolescente chisporroteóhasta la frontera de espuma en medio del labio,y Stalky quitó el resto de pelo quemado frotan-do con un dedo. No fue un afeitado muy deli-cado, pero cumplió su propósito a las mil ma-ravillas.

––Ahora la patilla del otro lado. ¡Dadle lavuelta! ––también ésta desapareció a base decerilla y navaja––. Dale un espejo. Quítale lamordaza. Quiero oír lo que dice.

Pero no hubo palabras. Sefton observó laasimétrica ruina con horror y desesperación.

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Dos lagrimones resbalaron por sus mejillas.––¡Por cierto, me olvidaba! Sefton, ¿para

qué maltratabais a Clewer?––¡Dejadme tranquilo! ¡Oh, asesinos infer-

nales, dejadme tranquilo! ¡Ya ha sido suficiente!––Dice que le tenemos que dejar tranquilo –

–dijo M’Turk.––Dice que somos unos asesinos y apenas

hemos empezado ––dijo Beetle––. Eres un des-agradecido, Seffy. ¡Increíble! ¡Si pareces unmonstruo y medio!

––Dice que ya ha tenido suficiente ––dijoStalky––. ¡No sabe lo equivocado que está!

––¡Bueno, manos a la obra, al trabajo! ––cantó M’Turk enarbolando un palo––. Vamos,querido Narciso78, ¡no te enamores de tu propioreflejo!

––Oh, dejadle en paz ––dijo Campbell des-

78 Narciso: Personaje mitológico que se enamoróde su propia imagen al verse reflejado en el agua deuna fuente.. (N. del T.)

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de su rincón––. Está dorando.Sefton gimoteaba como un niño de doce

años de dolor, vergüenza, vanidad herida ycompleta impotencia..

––Les prometes pax, Sefton, ¿verdad? Nopuedes seguir aguantando a estos bestias.

––No seas maleducado, Campbell, que-ri-di-to ––dijo M’Turk––. ¡Porque te puede tocarotra vez!

––Sabéis que sois unos bestias ––dijoCampbell.

––¿Por qué? ¿Por unas pocas torturas? ¡Es lomismo que le habéis estado haciendo a Clewer!¿Cuánto tiempo lleváis maltratándole? ––dijoStalky–– ¿Todo el trimestre?

––¡Pero no le pegábamos todos los días!––Lo hacíais siempre que lo podíais coger –

–dijo Beetle sentado en el suelo con las piernascruzadas, dándole a Sefton de vez en cuando enel pie con un palo––––. ¡Lo sé muy bien!

––Yo... puede que lo hayamos hecho..––Y hacíais todo lo posible por cogerlo.

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¡También lo sé muy bien! Porque era un anima-lito repelente, ¿eh? ¡Seguro! Ahora, ¿sabéis?,vosotros sois los animales repelentes, y estáisrecibiendo lo que él recibió por ser un animal.Simplemente porque nos da la gana.

––Nosotros en realidad no le hemos tortu-rado nunca como vosotros lo habeís hecho connosotros.

––¡Claro! ––dijo Beetle––, en realidad nuncahacen verdaderas torturas; es lo mismo quedecía «Molly» Fairburn. Sólo los maltratan unpoco. Eso es lo que dicen siempre. Los hacensufrir hasta que se aburren. Y lo único quepueden hacer ellos es irse a llorar a algunahabitación vacía. Apoyan la cabeza en algúnsitio y lloran. Escriben a casa tres veces al día,¡sí, animal, yo he hecho eso!, pidiendo que ven-gan a llevárselos de aquí. A ti nunca te han tor-turado a conciencia. Es una pena que te hayasrendido tan pronto.

––¡Para mí no es una pena! ––dijo Camp-bell, que tenía un cierto sentido del humor a su

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manera––. ¡Ten cuidado, te estás cargando aSefton!

En su excitación, Beetle había estado mane-jando irreflexivamente el palo, y Sefton estabaahora suplicando piedad.

––¡Y tú! ––gritó, girándose donde estabasentado––. Tampoco te han torturado nunca.¿Dónde estabas antes de venir aquí?

––Yo... tenía un profesor particular.––¡Claro! ¡Cómo no! Nunca has llorado an-

tes en toda tu vida; pero ahora sí que lo estáshaciendo, ¿eh? ¿Estás llorando o no?

––¿Es que no lo ves, bestia ciega? ––Seftoncayó de medio lado, sus lágrimas abriéndosepaso a través de la espuma seca. Y recibió ungolpe propinado con el extremo curvo de unpalo de criquet.

––¿O sea, que estoy ciego ––dijo Beetle–– ysoy una bestia? Calla, Stalky. Ahora sí que voya divertirme un poco con nuestro amigo à la 79

79 À la: «A lo», en francés. (N. del T.)

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«Molly» Fairburn. Yo creo que puedo ver. ¿Ono puedo ver, Sefton?

––La pregunta es pertinente ––dijo M’Turkviendo trabajar el palo––. Mejor será que le di-gas que sí que ve, Seffy.

––¡Sí, ves, claro que ves! ¡Te lo juro! ––gritóSefton, pues unos argumentos irrefutables leforzaban a opinar así.

––¿Verdad que tengo unos ojos adorables? ––el palo subía y bajaba rítmicamente a lo largode todo este catecismo.

––Sí.––De un castaño precioso, ¿verdad?––Sí... ¡Oh, sí!––¡Qué mentiroso eres! Son de color azul ce-

leste. ¿0 no son azul celeste?––Sí... ¡desde luego que sí!––Cambias de opinión cada minuto. Tienes

que aprender... tienes que aprender.––¡Parece que le has cogido el gusto! ––dijo

Stalky––. No te pases, ¿eh, Beetle?––Esto me lo han hecho a mí ––dijo Beetle––

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. Ahora vamos a hablar sobre eso de que soyuna bestia.

––¡Pax! ¡Oh, pax! ––gritó Sefton––. Me rin-do. ¡Abandono! ¡Dejadme ya! ¡Estoy roto! ¡Yano puedo más!

––¡Qué pena! ¡Justo cuando empezábamos aentrar en calor! ––refunfuñó M’Turk––. Estoyseguro de que ellos no le dejarían irse a Clewer.

––¡Confiesa, pide perdón, rápido! ––dijoStalky.

Desde el suelo Sefton hizo una rendiciónincondicional, aún más abyecta que la deCampbell. No iba a tocar a nadie nunca más.Iba a ser amable con todos, todos los días de suvida.

––¿Aceptamos su rendición, supongo? ––dijo Stalky––. Muy bien, Sefton. ¿Que estás ro-to? Muy bien. ¡Cállate, Beetle! Pero antes deque os dejemos levantar, tú y Campbell vais acomplacernos amablemente cantando «Kitty deColeraine»; á la Clewer.

––Eso no es justo ––dijo Campbell––. Nos

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hemos rendido.––Claro. que sí; pero ahora vais a hacer lo

que os mandamos igual que lo haría Clewer. Sino os hubierais rendido habrían llegado lastorturas de verdad. Habiéndoos rendido, ¿mesigues, Seffy?, os toca cantar odas en honor delconquistador. ¡Venga, deprisa!

Se sentaron cómodamente en las sillas.Campbell y Sefton se miraron y, no sintiendoningún alivio a pesar de ello, entonaron «Kittyde Coleraine».

––Horrible ––dijo Stalky cuando acabaronlos deplorables gañidos––. Si no os hubieraisrendido nuestro triste deber habría sido tirarasunos cuantos libros por cantar tan rematada-mente mal. Y con esto hemos terminado.

Fueron librados de sus ataduras, pero nopudieron levantarse durante varios minutos.Campbell fue el primero en conseguir ponersede pie, sonriendo nerviosamente. Sefton fuetambaleándose hasta la mesa, escondió la cabe-za entre los brazos y sollozó convulsamente.

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No quedaba ni rastro de ganas de pelea en nin-guno de ellos; sólo estupor, angustia y ver-güenza.

––¿Po... Podría afeitarse él antes del té, porfavor? ––dijo Campbell––. Faltan diez minutospara el timbre.

Stalky movió la cabeza negativamente.Quería acompañar al medio afeitado al come-dor.

M’Turk bostezó en su silla y Beetle estabadormitando. Todos estaban agotados por laexcitación y el esfuerzo.

––Si supiera cómo, os juro que os echaría unsermón mora ––dijo Stalky severamente.

––No abuses; se han rendido ––dijoM’Turk––. Esta sesión de persuasión moralacaba con cualquiera.

––¿No os dais cuenta de lo amables quehemos sido? Podríamos haber llamado a Cle-wer para que os viese ––dijo Stalky––. «El bali-do del tigre excita al cabrito.» Pero no lo hemoshecho. Si,.les contásemos lo que ha pasado hoy

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a los chicos del colegio, no os dejarían en paz enningún momento. Vuestra vida no merecería lapena de ser vivida. Pero tampoco vamos ahacer eso. Somos estrictamente paladines de lamoral, Campbell; así que, a no ser que tú o Sef-fy habléis de esto, nadie más lo va a hacer.

––No eres tan mala persona ––dijo Camp-bell––. Supongo que he sido bastante bestia conClewer.

––Eso parecía por lo menos ––dijo Stalky––.Pero no me parece necesario que Seffy vaya alcomedor tuerto de patillas. Sería fatal para losfags si le vieran así. Que se afeite si quiere. ¿Nome das las gracias, Sefton?

La cabeza no se movió. Sefton estaba pro-fundamente dormido.

––Es raro ––dijo M’Turk mientras Seftonemitía un ronquido mezclado con un sollozo––.Qué caradura. ¿O estará fingiendo?

––No, qué va ––dijo Beetle––. Cuando «Mo-lly» Fairburn se ejercitaba conmigo durante unahora más o menos, yo solía quedarme dormido

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en clase. ¡Pobre diablo! Pero dijo que yo era unpoeta insoportable.

Debían haber bailado entonces una danzade guerra, pero los tres estaban tan cansadosque dieron algunas cabezadas sobre sus tazasde té en el estudio y después durmieron hastala hora de la clase.

––Una carta realmente original. ¿Están locosde remate todos los padres o qué? ¿Qué piensasde esto? ––dijo el director, dándole ocho pági-nas llenas de letra menuda al reverendo John.

––Es hijo único de madre viuda. Ésta es laespecie menos razonable ––el capellán leyó conlos labios apretados.

––Si la mitad de lo que dice fuera verdad,su hijo debería estar en el hospital, pero en rea-lidad está desagradablemente bien. Aunque escierto que se ha afeitado. Ya me había dadocuenta de eso.

––Su madre dice que bajo coacción. ¡Quédelicioso! ¡Qué saludable!

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––No tienes que contestarle. No se me esca-pan muchas cosas en el colegio, pero esto estámás allá de mi compresión.

––Si me preguntase le diría que no hay na-da raro en todo esto. Cuando uno se ve obliga-do a admitir cachorros particulares...

––Estaba perfectamente en la clase de am-pliación conmigo esta mañana ––dijo pensati-vamente el director––. Y además se portóanormalmente bien.

––O educan ellos al colegio o el colegio,como en este caso, los educa a ellos. Prefieronuestros propios métodos ––concluyó el cape-llán.

––¿Crees que haya sido ésa la razón? ––eldirector marcó una ceja.

––¡Estoy seguro! Y no puede haber ningúntipo de justificación para un chico que intentadar mala fama al colegio.

––Eso es lo que le voy decir cuando hablecon él ––contestó el director.

Los augures guiñaron el ojo.

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Pocos días más tarde el reverendo John hizouna visita al número cinco.

––¿Por qué no le hemos visto antes, padre?––le preguntaron.

––He estado observando el tiempo y la es-tación, los acontecimientos y a los hombres... ytambién a algunos chicos ––contestó––. Estoysatisfecho con mi décima legión. Os felicitosinceramente. Clewer estaba tirando bolas depapel con tinta esta mañana en clase en vez dehacer su trabajo. Ahora está copiando cincuentalíneas por... temeridad inaudita.

––No nos puede echar la culpa a nosotros,señor ––dijo Beetle––. Nos dijo que quitásemosde en medio la presión que tenía encima. Eso eslo peor de los fags.

––He conocido chicos cincos años mayoresque él que tiraban bolas de tinta, Beetle. A unode ellos le tuve que mandar doscientas líneasno hace tanto tiempo. Y ahora que me acuerdo,¿me fueron entregadas alguna vez esas líneas?

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––¿Lo fueron, Turkey? ––dijo Beetle sin son-rojo.

––¿No le parece que Clewer está ahora unpoco más limpio, padre? ––interrumpió Stalky .

––Somos unos grandes reformadores mora-les––dijo M’Turk.

––Todo fue obra de Stalky, pero nos lo pa-samos estupendamente ––añadió Beetle.

––He notado el efecto de la reforma moralen diferentes ámbitos. ¿No os dije que teníaismás influencia que cualquier otro chico delcolegio si queríais?

––Es una menudencia, pero demasiado ago-tadora para hacerlo a menudo... nuestro méto-do de persuasión moral, quiero decir. Además,lo ve?, sólo sirve para hacer que Clewer seamás gamberro.

––No estaba pensando en Clewer; estabapensando en los otros, Stalky.

––Bah, no nos preocupamos mucho por losotros ––dijo M’Turk––. ¿Verdad?

––Pues yo sí, desde el principio.

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––¿Entonces usted sabía..., señor?Una bocanada de humo descendió lenta-

mente,––Los chicos se educan mutuamente, dicen,

más de lo que nosotros podemos o nos atreve-mos a hacer. Si yo hubiera empleado la mitadde la persuación moral que vosotros habéis, oquizá no habéis, aplicado…

––Con la mejor intención del mundo. Noolvide nuestros piadosos motivos, padre ––dijoM’Turk.

—… supongo que ahora estaría languide-ciendo en la cárcel de Bideford, ¿no os parece?Bueno, para citar al director en un pequeñoasunto que hemos acordado olvidar, esto noparece una flagrante injusticia... ¿De qué os reís,jóvenes pecadores? ¿No es verdad? No me voya quedar aquí para que os riáis de mí, En reali-dad vine a este antro de iniquidad para ver si aalguien le apetecía venir a la playa a bañarse;pero ya veo que no.

––¿Cómo que no? ¡Un segundo, padre sahib,

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que cojamos las toallas, y en seguida nous som-mes avec vous80!

UN ESTUDIO EXTRAORDINARIO

Qui procul hinc, dice la leyenda.La tumba de la frontera está lejos;qui ante diem periit,sed miles, sed pro patria.81

NEWBOLT82

80 Nous sommes avec vous: «Estamos con usted»,en francés. (N. del T)

81 Qui procul hinc... qui ante diem periit, sed miles,sed propatria: «Quien lejos de aquí... quien murioantes de su hora, no sólo por ser soldado, sino porsu patria», en latín. (N. del T.)

82 Henry John Newbolt (1862-1938): Escritor in-glés, famoso por sus baladas marinas y sus poemaspatrióticos. (N. del T.)

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Sólo había pasado un mes del trimestre dePascua cuando Stettson, un externo, contrajo ladifteria, y el director estaba muy enfadado.Decretó unos nuevos límites más restringidos,pues el origen de la infección se había localiza-do en una granja cercana, ordenó severamentea los prefectos que diesen buenas palizas a losque fueran más allá de ellos y prometió aten-ciones especiales a cargo de él mismo. No habíaadjetivos suficientemente malos para Stettson,en cuarentena entonces en casa de su madre,que había rebajado notablemente la media desalud del colegio. Después tuvo que escribirunas doscientas cartas a otros tantos padres ytutores preocupados, y ordenó que todo si-guiera funcionando como siempre. La en-fermedad no se extendió, pero una noche uncoche se acercó a la puerta de la residencia deldirector y por la mañana éste se había ido, de-jando todo en manos de Mr. King, el decano delos jefes de casa. El director solía ir al pueblo,donde, según la creencia compartida por todos

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los alumnos de la escuela, se dedicaba a so-bornar a los funcionarios para que le diesen laspreguntas de los exámenes de ingreso en elejército; pero esta ausencia estaba prolongán-dose más de lo normal.

––¡El viejo pájaro peludo! ––dijo Stalky asus aliados una húmeda tarde en el estudio––.Debe de haberse metido en algún lío y ahoraestará encerrado bajo un nombre falso.

––¿Por qué? ––Beetle aceptó la hipótesis go-zosamente.

––Cuarenta peniques o un mes por dar pa-tadas en la espinilla a algunos indeseables. Ba-tes se va siempre de juerga cuando baja al pue-blo. Pero me gustaría que volviese cuanto an-tes. No puedo aguantar más los «látigos y es-corpiones» de King y los rollos sobre el espíritude las escuelas públicas... ¡Ah, y sobre el saber!

––«¡Es la típica brutalidad grosera y mate-rialista de las clases medias, que sólo leen parasacar buenas notas. Ni un solo erudito en todoel colegio» ––citó M’Turk pensativamente,

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haciendo agujeros en el mantel con un atizadorcaliente.

––Es una manera bastante tonta de pasar latarde. Además huele muy mal. Vamos fuera afumar. Mirad lo que tengo ––Stalky sacó unlargo cigarro indio––. Se cogí a mi padre en lasúltimas vacaciones. Está sin empezar; es algomás fuerte que una pipa normal. Podemos fu-márnoslo mientras charlamos, pasándonoslounos a otros, ¿eh? Vamos a tumbarnos detrásde la vieja traílla83 que hay en la carretera de lagranja de Monkey, venga.

––Eso está fuera de los límites. Están exage-radamente estrictos con los límites estos días.Además, creo que nos va a sentar mal ––Beetleolfateó escépticamente el cigarro––. Es un pestí-fero hediondez más que mediano.

––Tú te pondrás malo, pero yo no. ¿Qué di-

83 Traílla: Especie de recogedor grande que, tira-do por caballerías, sirve para allanar o igualar elterreno. (N. del T.)

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ces tú, Turkey?––Bueno, supongo que podría estar bien.––Poneos los gorros, entonces. Dos contra

uno, Beetle. ¡Te vienes de paseo!Vieron a un grupo de chicos junto al tablón

de anuncios del pasillo; el pequeño Foxy, elsargento de la escuela, estaba en medio de ellos.

––Más límites, supongo ––dijo Stalky––.Hola, Fóxibus, ¿por quién estás de luto? ––unancho crespón negro rodeaba el brazo del sar-gento.

––Estaba en mi antiguo regimiento ––dijoFoxy moviendo la cabeza hacia el tablón, dondeun recorte de periódico asomaba entre las listas.

––¡Ahí va! ––dijo Stalky leyendo la nota––.Es el viejo Duncan, el gordo cerdito Duncan,muerto en el cumplimiento de su deber en unsitio llamado Kotal o algo parecido. «Reple-gando a sus hombres con valor encomiable.»Como era de esperar en él. «El cuerpo fue recu-perado.» Eso está bien. A veces los cortan enpedazos, ¿no?

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––Horrible ––el sargento fue lacónico.––¡Pobre viejo cerdito! Yo era un fag cuando

se fue de aquí. ¿Cuántos llevamos en total,Foxy?

––Mr. Duncan es el noveno. Vino aquícuando no era más grande que el pequeño Greytercero. Estaba en mi antiguo regimiento. Sí, yavamos nueve, Mr. Corkran, por ahora.

Los chicos salieron andando rápidamente alcampo mojado.

––Me pregunto qué se siente cuando te dis-paran y todo eso ––dijo Stalky mientras ibapisando todos los charcos del camino––. ¿Sabesdónde está ese sitio, Beetle?

––Oh, en alguna parte de la India. Siempreestamos de guerra por allí. Pero oye, Stalky,¿qué tiene de bueno enmohecerse sentadosdebajo de una valla? Hace un frío bestial. Todoestá calado y nos van a coger como que me lla-mo Beetle.

––¡Cállate de una vez! ¿Os ha metido enproblemas alguna vez tío Stalky ? ––como mu-

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chos otros líderes, Stalky olvidaba fácilmentesus propios fracasos.

Se abrieron camino a través de un seto cho-rreante, aterrizaron en un terreno inundado yse sentaron en una traílla completamente enro-ñecida. El cigarro ardió con chisporroteos desalitre. Lo fumaron cuidadosamente, y se lopasaban sosteniéndolo entre el pulgar y el índi-ce.

––Menos mal que no teníamos uno para ca-da uno, ¿verdad? ––dijo Stalky, tiritando, a tra-vés de unos dientes castañeteantes. Para subra-yar sus palabras se tumbo delante de los otros,que inmediatamente siguieron su ejemplo.

––Os lo dije ––se lamentó Beetle sudandogotas viscosas––. Oh, Stalky, eres un chorizo.

––Je mareó, tu mareas, il marea. Nous ma-reons84 ––M’Turk aportó su contribución y sequedó tumbado irremediablemente sobre elfrío hierro.

84 Francés macarrónico. (N. del T.)

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Algo no funciona en el maldito cigarro.Oye, Beetle, ¿le has metido tinta dentro?

Pero Beetle no estaba en condiciones deresponder. Derrengados y lívidos yacían en latraílla llenándose la ropa de herrumbre yhumeando todavía el abandonado cigarro justodebajo de sus ateridas narices. No habían oídonada, y de repente el mismísimo director apa-reció delante de ellos; el director, que estabasupuestamente en el pueblo sobornando a losexaminadores; ¡el director, fantásticamente ves-tido de mezclilla y ropa de caza!

––¡Ah! ––dijo, retorciendo las puntas de subigote––. Muy bien. Tendría que haberme ima-ginado quiénes erais. Ahora vais a volver alcolegio, saludar a Mr. King de mi parte y en-cargarle que os administre una paliza extraespecial. Después me vais a copiar quinientaslíneas. Mañana voy a volver. Quinientas líneaspara mañana a las cinco en punto. Tampocopodréis salir del colegio durante una semana.Ésta no es la mejor época para traspasar los

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límites. Extra especial, ¿eh?, no lo olvidéis.Desapareció tras el seto tan repentinamente

como había llegado. Se oyó un murmullo devoces de mujer en el camino.

––¡Oh, pedazo de animal prusiano! ––dijoM’Turk cuando las voces se apagaron––. Stalky,todo es por tu culpa.

––¡Mátalo! ¡Mátalo! ––logró emitir Beetleentrecortadamente.

––No puedo moverme. Todavía estoy ma-reado. Eso no me importa demasiado; lo maloes que King se va a reír de nosotros de lo lindo.¡Extra especial, ooh!

Stalky no contestó, ni siquiera un susurro.Fueron al colegio y recibieron el castigo que leshabía sido asignado. King se esmeró más de lohabitual, pues por ser tan mayores los chicosestaban ya fuera del alcance de su mano, salvoen casos excepcionales como éste. Por suerte,no era un experto en el noble arte.

––«Extraño, cómo el deseo supera a la reali-zación» ––dijo Beetle citando una obra de Sha-

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kespeare que estaban destripando ese trimestre.Volvieron al estudio y se dedicaron a copiar laslíneas impuestas.

––Tienes toda la razón, Beetle ––Stalkyhabló suave y conciliadoramente––. ¡Si el direc-tor nos hubiera mandado a un prefecto sí quehabría sido algo digno de recordar!

––Escucha ––M’Turk empezó a hablar confrío rencor––. No vamos a pelearnos por lo quenos ha pasado hoy porque es demasiado gravepara una simple pelea; pero queremos que en-tiendas que estás excomulgado definitivamen-te. Eres sencillamente un burro.

––¿Cómo podría yo saber que el directornos iba a coger? ¿Y qué hacía allí con esa ropatan horrible?

––No intentes salirte por la tangente ––gruñó Beetle severamente.

––Bueno, la culpa la tiene Stettson. Si nohubiera cogido la difteria no habría pasadonada. ¿Pero no os parece bastante raro el direc-tor apareciendo de repente de esa manera?

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––¡Calla la boca! ¡Estás muerto! ––dijo Bee-tle––. Te hemos quitado las espuelas de los ta-lones. Hemos puesto tu escudo boca abajo, y... ycreo que se te debería prohibir convivir connosotros durante un mes.

––Oh, dejad de decir tonterías. Lo que quie-ro es...

––¿Que paremos? Pero..., pero... tenemosque estar una semana sin salir ––M’Turk ibalevantando la voz a medida que se daba cuentade la gravedad de la situación––. Una paliza deKing, quinientas líneas y encerrados. ¿Esperasque te besemos, pedazo de animal?

––Callad un minuto. Quiero saber qué es loque estaba haciendo el director en ese sitio.

––Bueno, ya lo sabemos. Le encontramoscon las manos en la masa. Estaba galanteandocon la madre de Stettson. Ella era la que estabaen el camino; reconocí su voz. Y de esa maneranos castigaron delante de la madre de un exter-no; una viuda huesuda, además ––dijo M’Turk––. ¿Quieres saber algo más?

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––No me importa nada de eso. Os aseguroque algún día me tomaré la revancha ––rezongó Stalky.

––Sí, claro que sí ––dijo M’Turk––. Extra es-pecial, una semana sin salir y quinientas... ¡yahora quieres armar algo para solucionarlo! ¡Apor él, Beetle! ––Stalky les acababa de tirar suVirgilio.

El director volvió al día siguiente sin darninguna explicación, y encontró las líneas ca-lentitas esperándole y el colegio un poco relaja-do bajo el virreinato de Mr. King. Este habíaestado hablando, alrededor de y sobre las cabe-zas de los chicos, en un estilo elevado pompo-so, sobre el espíritu de las escuelas públicas ylas tradiciones de los antiguos colegios; lo hacíasiempre que tenía la ocasión. Aparte de desper-tar en doscientos cincuenta jóvenes corazonesun odio mortal contra los otros colegios, nologró mucho; tan poco que dos días después dela vuelta del director encontró por casualidad aStalky y Cía., encerrados pero siempre con re-

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cursos, jugando a las canicas en el pasillo, loque le obligó a reconocer que no le sorprendía,no le sorprendía en absoluto. Esto era lo que sepodía esperar de personas con una morale85 co-mo la de ellos.

––Pero no hay ninguna norma contra lascanicas, señor. Es un juego muy interesante ––dijo Beetle, con las rodillas blancas de polvo ytiza. Se ganó a causa de ello doscientas líneaspor insolencia y la orden de ir a ver al prefectomás cercano para ser juzgado y adecuadamentecastigado.

Esto es lo que pasó detrás de las puertas ce-rradas del estudio de Flint, que era por enton-ces el delegado de deportes:

––Hola, Flint. King me ha dicho que mepresente a ti por jugar a las canicas en el pasilloy gritar «¡carambola!» y «¡gua!».

–– Y que se supone que tengo que hacer yoahora? –– fue la respuesta.

85 Morale: «Moral, espíritu», en francés. (N. del T.)

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––Ni idea. ¿Entonces? ––Beetle sonrió bur-lona y maliciosamente––. ¿Qué quieres que lediga? Está muy irritable últimamente.

––Si el director decidiera poner un aviso enel pasillo prohibiendo jugar a las canicas, yopodría hacer algo; pero no puedo tomar ningu-na medida a partir del informe de un jefe decasa. Él sabe eso tan bien como yo.

––Beetle transmitió la respuesta del oráculoa King sin suavizarlo lo más mínimo, y éste fueinmediatamente a entrevistarse con Flint.

Flint llevaba siete años y medio en el cole-gio, contando los seis meses que pasó con unprofesor particular londinense, de cuya tutelahabía vuelto, por nostalgia, a la del directorpara recibir los últimos detalles de la prepara-ción para el ejército. Había otros cuatro o cincoalumnos mayores que habían recorrido cami-nos semejantes, sin contar a algunos chicos que,rechazados por otros colegios por ser casos difí-ciles, había tomado a su cargo el director lo-grando buenos resultados. No era, pues, un

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sexto curso fácil de manejar sin guantes, comodescubrió King.

––¿Debo entender que tienes la intención depermitir juegos infantiles debajo de la ventanade tu estudio, Flint? En tal caso sólo puedo de-cir que... ––dijo muchas cosas, y Flint le escuchóeducadamente.

––Bueno, señor, si al director le parece bienconvocar una reunión de prefectos puede quepodamos plantear el asunto. Pero la tradicióndel colegio es que os prefectos no pueden hacernada sobre asuntos que afecten a todo el cole-gio sin órdenes expresas del director.

Siguieron discutiendo un buen rato, per-diendo ambas partes la calma.

Después del té, en una reunión informal deprefectos en su estudio, Flint relató el incidente.

––Se lo ha estado buscando durante unasemana y ahora lo ha conseguido. Sabéis tanbien como yo que si no hubiera estado desba-rrando como lo ha estado haciendo, a ese dia-blo de Beetle no se le habría ocurrido ponerse a

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jugar a las canicas.––Eso ya lo sabemos ––dijo Perowne––; pe-

ro ése no es el problema. Cuando lo de Flint,King nos ha llamado a los prefectos cosas quejustificarían armar un zipizape de primera cla-se. «Saldos particulares», «adolescentes inma-duros», ¿no era algo así? Ahora es imposiblepara los prefectos...

––Nada de eso ––dijo Flint––. King es el meprofesor de clásicas que tenemos; y no está bienmolestar tanto al director. Está hasta el cuellocon las clases extra de preparación para el ejér-cito. Además, como le dije a King, no somosuna escuela pública, sino una sociedad limitadaque da el cuatro por ciento. Mi padre es uno delos accionistas.

––¿Y qué tiene que ver eso? ––dijo Venner,un chico pelirrojo de dieciocho años.

––Pues que me parece que no deberíamosponernos las cosas difíciles a nosotros mismos.Tenemos que entrar en el ejército o... quedarnosfuera, ¿no es verdad? A King le paga la junta

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para que nos dé clase. Todo lo demás son tonte-rías. ¿No os dais cuenta?

Quizá fuera porque sentía la atmósfera car-gada por lo que el director se llevó su cigarrode sobremesa al estudio de Flint; pero él empe-zaba las tardes tan a menudo en el cuarto dealgún prefecto que nadie sospechó nada cuan-do entró educadamente, después de amar a lapuerta como exige la etiqueta.

––¿Reunión de prefectos? ––una ceja se en-arcó.

––No exactamente, señor; sólo estamoscharlando un poco. ¿No quiere sentarse en labutaca?

––Gracias. Sois unos jóvenes lujosos ––sedejó caer en el gran medio canapé de Flint y dioalgunas chupadas al cigarro durante un rato sindecir nada––. Bueno, ya que estáis todos aquícreo que os debería confesar que soy el mudoque lleva la cuerda de ahorcar.

Los jóvenes rostros se pusieron serios. Lafrase significaba que algunos de ellos tendrían

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que dejar los deportes para concentrarse másen los estudios. Podría también significar unfuturo éxito en Sandhurst; pero por el momentoera un desastre para el equipo de fútbol.

––Sí, he venido a por mi libra de carne. De-bería baberos sacado del equipo antes del par-tido contra Exeter; pero ganar a Exeter es nues-tro deber sagrado.

––¿El partido de los antiguos alumnos no essagrado también, señor? ––dijo Perowne. Esepartido era el acontecimiento deportivo deltrimestre de Pascua.

––Esperemos que no estén entrenados.Ahora vamos a ver la lista. Primero Flint. Tieneque ver con Euclides. Tú y yo tenemos que tra-bajar las derivadas. Perowne necesita más dibu-jo técnico. Dawson irá a la clase de King a per-feccionar su latín, y Venner conmigo con elalemán. ¿He estropeado mucho el equipo? ––sonrió cariñosamente.

––Me temo que lo ha destruido, señor ––dijo Flint––. ¿No lo podríamos retrasar hasta el

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final del trimestre?––Imposible. Va a haber mucha competen-

cia para Sandhurst este año.––Y todo para ser masacrados por esos viles

afganos ––dijo Dawson––. Es un poco raro quehaya tanta competencia, ¿no le parece?

––Oh, eso me recuerda algo. Crandall va ajugar con los antiguos alumnos; les dije quehacían falta veinte, pero creo que no va a ser unequipo fuerte. De todas formas no sé si su in-clusión les va a ser muy útil. Estaba bastanteafectado desde que fue a recoger el cadáver delviejo Duncan.

––¿Crandall el mayor, el fusilero? ––preguntó Perowne.

––No, el pequeño, «Toffee» Crandall. En unregimiento de infantería nativa. Es justo antesde tu época, Perowne.

––El periódico no decía nada sobre él. Leí-mos lo del cerdito Duncan, por supuesto. ¿Quées lo que hizo Crandall?

––He traído un periódico indio que me

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mandó su madre. Es un artículo que contienebastantes detalles. ¿Os lo leo?

El director sabía leer. Cuando terminó elcuarto de columna de letra pequeña todos se loagradecieron sinceramente.

––¡Bien por el viejo colegio! ––dijo Perow-ne––. Lástima que no le diera tiempo de salvaral gordito Duncan. Con él van nueve en los tresúltimos años, ¿no?

––Sí... Y yo le saqué a Duncan del equipo defútbol para que apretase en sus estudios hacecinco años por estas fechas ––dijo el director––.Por cierto, ¿a quién le vas a pasar tu cargo dedelegado de deportes, Flint?

––Todavía no lo he pensado. ¿A quién merecomienda, señor?

––No, gracias. Casualmente he oído decirhace poco detrás de mí eso de que «Bates elprusiano es un pájaro de cuidado», pero sabedque no se va a responsabilizar de elegir a unnuevo delegado de deportes. Arregladlo entrevosotros. Buenas noches.

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––Y éste es el hombre ––dijo Flint cuando secerró la puerta–– al que querías molestar porun problemilla de nada.

––Sólo te estaba tomando el pelo ––contestóPerowne rápidamente––. Te tomas todo dema-siado en serio, Flint.

––Bueno, da igual. El director ha deshechoel equipo, así que tenemos que recoger los pe-dazos o los antiguos alumnos lo van a tenermuy fácil. Vamos a reclutar gente más pequeña.Podemos hacer unos partidos de selección. Hamontañas de talento en bruto en alguna parteque pomos pulir para el día del partido.

El caso fue planteado a la escuela en talestérminos que incluso Stalky y M’Turk, que solí-an despreciar el fútbol, jugaron en serio uno delos partidos de selección. Y fueron selecciona-dos antes de que su ardor tuviera tiempo deenfriarse: la dignidad de sus colores les exigíamostrarse más entregados que de costumbre. Elequipo resultante entrenó por lo menos cuatrodías de cada siete y la escuela miró el futuro

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con esperanza.La última semana del trimestre empezaron

a llegar los antiguos alumnos, y la bienvenidaque se les hizo fue proporcional al valor demos-trado por cada uno de ellos. Caballeros cadetesde Sandhurst y Woolwich, que sólo se habíanido hacía un año, pero que lucían enormesbandas, fueron saludados con un «¡Hola! ¿Quétal va eso?» por los que habían compartido susestudios con ellos. Los suboficiales de la miliciaeran tratados con más respeto, pero se opinabaque todavía no estaban hechos de metal puro.Los que no pudiendo entrar en el ejército sehabían dedicado a los negocios o la banca eranrecibidos porque, al fin y al cabo, habían estu-diado en el colegio, pero nadie les hacía dema-siado caso. Pero cuando los verdaderos subofi-ciales, oficiales y caballeros hechos y derechos ––que habían estado en los países más lejanos yvuelto y por eso no llevaban banda–– aparecie-ron en escena andando con el director, la escue-la se separó a izquierda y derecha en admirado

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silencio. Y cuando uno se acercó a Flint, queestaba al lado del nuevo delegado de deportes,gritando: «¡Válgame Dios! ¿Cómo has crecidotanto? Cuando yo me fui tú eras un asquerosofag», un halo visible rodeó a Flint. Se dedicarona ir y venir por los pasillos con el pequeño sar-gento pelirrojo de la escuela, contándole noti-cias de sus antiguos regimientos; a entrar en lasaulas oliendo los familiares olores a tinta y tiza;a buscar sobrinos y primos en los cursos infe-riores y hacerles espléndidos regalos; o a inva-dir el gimnasio y hacer que Foxy les demostraselo que las nuevas promociones sabían hacer enlas barras paralelas.

Pero sobre todo hablaron con el director,que era el padre confesor y el consejero generalde todos ellos. Los que habían gritado en sujuventud irreflexiva «Bates el prusiano es unpájaro de cuidado» lo habían ido comprobandoa medida que se hacían mayores pero no porello más sensatos. Sangre caliente que se habíavisto obligada a casarse con la hija de un paste-

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lero de Plymouth; inexperiencia que se habíaencontrado con una pequeña herencia perodesconfiaba de los abogados; ambición deteni-da en un cruce de caminos, deseando escoger elque le llevara más lejos; despilfarro perseguidopor el prestamista; arrogancia en medio de unregimiento conflictivo... cada uno le contaba suproblema al director; y Quirón86 les mostraba,en un lenguaje no apto para oídos infantiles,una salida clara y segura alrededor, hacia afue-ra o por abajo del problema. Así que los anti-guos alumnos inundaron su casa, fumaron suscigarros y bebieron a su salud como lo hacíanen cualquier parte de la tierra cuando dos o tresde la escuela se juntaban.

––No dejéis de fumar ni un minuto ––dijo eldirector––. Cuanta peor forma tengáis, mejorpara nosotros. He desmoralizado a los mayores

86 Quirón: El más sabio y justo de los centauros,preceptor del héroe Aquiles, en la mitología griega.(N. del T.)

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con mucho estudio extra.––Ah, pero nuestro equipo es bastante caó-

tico. ¿Les ha dicho que vamos a necesitar unsuplente aunque Crandall pueda jugar? ––dijoun teniente de ingenieros que estaba condeco-rado por servicios distinguidos.

––En una carta me dijo que podría jugar, asíque no debe de estar muy mal. Viene mañanapor la mañana.

––¿Es el Crandall que recuperó el cadáverdel pobre Duncan?

El director asintió––¿Dónde lo va a meter? Ya le hemos echa-

do a usted de su casa, sahib director ––dijo uncapitán de lanceros bengalíes de permiso.

––Me temo que va a tener que alojarse en suantiguo dormitorio. Ya sabéis que los antiguosalumnos tienen derecho a ello. Sí, me pareceque el pequeño Crandall va a tener que dormirallí una vez más.

––Sahib Bates ––un fusilero apoyó su pesa-do brazo sobre los hombros del director––. Us-

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ted se guarda algo en la manga. ¡Confiese! Co-nozco bien esa mirada.

––¿Es que no te das cuenta, tío listo? ––le in-terrumpió un minador submarino––. Crandallva al dormitorio para servir de ejemplo, por elefecto moral y todo eso. ¿No es verdad, sahibdirector?

––Sí. Sabes demasiado, Purvis. Te tuve quedar una buena paliza por eso en el 79.

––Es cierto, señor, y desde entonces estoyconvencido de que pone tiza en la vara.

––No, qué va. Es que tengo buena puntería.Quizá eso te confundiera.

Esta historia abrió las compuertas de mu-chos recuerdos frescos, y todos ellos contaronanécdotas del colegio.

Cuando el pequeño Crandall ––es decir, elteniente R. Crandall, de un regimiento regularde la India–– llegó de Exeter la mañana del par-tido, fue vitoreado a lo largo de toda la entradadel colegio, porque los prefectos habían divul-gado lo que el director les había leído en el es-

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tudio de Flint. Cuando la casa de Prout supoque Crandall iba a usar su derecho como anti-guo alumno de pasar una noche en su antiguacasa, Beetle fue corriendo a la casa de King y lodijo a grandes voces en el aula grande del ene-migo; inició el retorno bajo una lluvia de tinte-ros.

––¿Por qué les prestas atención a esos des-graciados? ––dijo Stalky, que iba a jugar desuplente con los antiguos alumnos, magnífica-mente vestido con un jersey negro, pantalonesblancos y medias negras––. Hablé con él en eldormitorio cuando se estaba cambiando. Leayudé a ponerse el jersey. Tiene muchas cicatri-ces en los brazos, horribles, de color púrpura.Esta noche nos va a contar cómo se las hizo. Selo pedí cuando le ataba los cordones de las bo-tas.

––Vaya, menuda cara tienes ––dijo Beetlecon envidia.

––Se fue justo después; pero no estaba en-fadado. Es un tipo estupendo. Te juro que voy a

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jugar a tope. ¡Díselo a Turkey!La técnica exhibida en el partido pertenece

a una época muy superada: las riñas fueronfuertes y largas; las patadas, directas y volunta-rias; y alrededor del campo de batalla la escuelaen pleno gritaba: «¡Bajad la cabeza y empujad!»Al final todos perdieron completamente el reca-to y las madres de los externos que se acercarondemasiado al borde del campo tuvieron la oca-sión de oír expresiones que no figuraban en elprograma. Nadie tuvo que ser levado alfa en-fermería, pero los dos bandos se sintieron mejorcuando se acabó el partido, y Beetle ayudó aStalky y M’Turk a ponerse el abrigo. Los dos selas habían visto en el barullo lleno de piernasdel acontecimiento deportivo y, como dijo Stal-ky, se habían «hecho mutuamente los honores».Mientras iban andando torpemente detrás delos equipos ––pues los suplentes no se codeancon los hombres de pelo en pecho–– pasaronjunto a un coche que había cerca de la valla, yuna voz ronca gritó:

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––Bien jugado. ¡Muy bien! ––era Stettson,con las mejillas blancas y los ojos hundidos, quese había abierto camino hasta el campo con laayuda de un impaciente cochero.

––Hola, Stettson ––dijo Stalky––. ¿Se puedeuno acercar a ti sin peligro?

––Oh, sí. Estoy perfectamente. No me handejado salir hasta ahora, pero quería venir alpartido. Parece que tienes hinchado el labio.

––Es que Turkey me pisó accidentalmente aposta. Hombre, me alegro de que estés mejorporque te debemos algo. Tú y tus membranasnos habéis metido en un buen lío.

––Sí, ya he oído algo de eso ––dijo el chicoriéndose––. Me lo contó el director.

––¿El director? ¿Cuándo?––Eh, vamos al colegio. Me voy a congelar

si seguimos aquí charlando.––Cala, Turkey. Quiero enterarme bien de

esto. Sigue.––Estuvo viviendo con nosotros todo el

tiempo que estuve enfermo.

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––¿Para qué? ¿Olvidándose del colegio deesa manera? Creíamos que estaba en el pueblo.

––A veces deliraba, y me han dicho que lellamaba todo el tiempo.

––¡Qué cara más dura! Si sólo eres un exter-no. ––De todas formas vino, y él fue el que mesalvó la vida. Una noche yo estaba fatal, decíael doctor que a punto de palmarla, y me metie-ron un tubo o algo parecido en la garganta y eldirector aspiró lo que había dentro.

––¡Aj! ¡Qué asco!––El médico dijo que podía haberse conta-

giado de difteria, así que se quedó en casa envez de volver al colegio. El médico dijo que mehabría muerto en menos de veinte minutos.

En este momento el cochero, que tenía ins-trucciones precisas, puso el coche en marcha ycasi pasó por encima de los tres.

––¡Qué bárbaro! ––dijo Beetle––. Eso es casiuna heroicidad.

––¿Casi? ––la rodilla de M’Turk aplicada ala parte baja de la espalda le lanzó sobre Stalky,

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que le empujó de vuelta––. ¡Deberían colgarte!––Y al director le deberían dar la Cruz de la

Victoria ––dijo Stalky––. Ahora podría estarmuerto y enterrado. Pero no lo está. ¡Ja, ja! Selimitó a mirar desde el seto como un viejo mirlocurioso. Extra especial, quinientas líneas y sinsalir durante una semana. ¡No pasa nada!

––He leído algo parecido en un libro ––dijoBeetle––. ¡Qué tío más grande! ¡Imaginaoslo!

––¡Me lo estoy imaginando! ––dijo M’Turk,y dio un salvaje grito irlandés que hizo darse lavuelta a los del equipo.

––Cierra la, boca ––dijo Stalky, bailandoimpacientemente––. Deja hacer a tío Stalky ytendremos al director en nuestras manos. Sidices una sola palabra, Beetle, antes de que te lodiga yo, te juro que te mato. Rabeo capitem crtni-bus minimis87. ¡Le tengo cogido y bien cogido!Ahora, haced como si no hubiera pasado nada.

87 Habeo capitem crinibus minimis: «Le tengo cogi-do por los cabellos más cortos», en latín. (N. del T.)

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No les hizo falta disimular mucho. La es-cuela estaba demasiado ocupada comentandoel empate en que había terminado el partido. Seconcentró alrededor de los baños mientras elequipo se bañaba sin tener en cuenta sus botasembarradas. Aplaudían a Crandall cada vezque le veían, y los gritos se hicieron más sal-vajes que nunca después de las oraciones, por-que los antiguos alumnos, en traje de tarde yretorciéndose los bigotes sin disimulo, asistie-ron, y en vez de ponerse con los profesoresformaron a lo largo de la pared in-mediatamente delante de los prefectos; y eldirector los fue nombrando también al pasarlista, diciendo «mayor», «pequeño» o «tercero»después de sus nombres.

––Sí, todo está muy bien ––dijo a sus invi-tados después de la cena––, pero los chicos seestán poniendo nerviosos. Y me temo que des-pués vendrán los problemas y las lamentacio-nes. Mejor vete a la cama pronto, Crandall. Se-guro que los del dormitorio te están esperando.

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No sé a qué alturas de vértigo llegarás en tuprofesión, pero estoy seguro de que nunca vasa ser adorado tan incondicionalmente comoahora.

––Que espere la adoración. Quiero terminarel cigarro, señor.

––Es oro puro. Ve donde te espera la gloria,Crandall.

El lugar de la apoteosis era un ático dormi-torio de diez camas, comunicado sin puertascon los otros dormitorios. Las llamas de gasvacilaban encima de los lavabos de madera depino. Se oía el incesante silbido de las corrientesde aire y, a través de las desnudas ventanas, elromper de las olas en la playa.

––La misma vieja cama... el mismo colchón,creo ––dijo Crandall bostezando––. Todo sigueigual. ¡Oh, estoy cojo! No sabía que jugaseis así––se frotó una magullada espinilla––. Noshabéis dejado unos buenos recuerdos.

Hicieron falta algunos minutos hasta quetodos se calmaron; y, por algún motivo que

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nadie entendía, la calma llegó definitivamentecuando Crandall se dio la vuelta para decir susoraciones; una ceremonia que llevaba años sinhacer.

––Oh, lo siento. He olvidado apagar la luz.––No te preocupes, por favor ––dijo el pre-

fecto del dormitorio Worthington es el encar-gado.

Un niño con bata, doce años, que había es-tado esperando el momento de su intervención,saltó de la cama hasta la lámpara y viceversa,pasando en ambos casos por uno de los lava-bos.

¿Cómo os las arregláis cuando está dormi-do? ––dijo Crandall riéndose.

––Le metemos un trapo de agua fría por elcuello.

––Cuando yo estaba aquí solíamos usar unaesponja. Pero... ¿qué es lo que pasa?

La oscuridad se había llenado de murmu-llos, ruido de alfombras arrastradas, pies des-calzos sobre tablas desnudas, protestas, risas y

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amenazas como:––¡Calla, bestia...! ¡Siéntate en el suelo, en-

tonces!... ¡Te aseguro que no te vas a sentar enmi cama!... Cuidado con el vaso ––etcétera.

––Stal... Corkran nos ha dicho ––empezó elprefecto, mostrando en el tono que se daba per-fecta cuenta de la insolencia de Stalky–– quequizás nos contarías algo sobre lo del cadáverde Duncan.

––Sí... Sí... Sí ––pidieron vehementes susu-rros––. Cuéntanoslo.

––No hay nada que contar. ¿Por qué habéissalido de la cama con el frío que hace?

––No te preocupes por nosotros ––dijeronlas voces––. Cuéntanos lo del gordito Duncan.

Así que Crandall se apoyó en la almohada yhabló para la generación a la que no podía ver.

––Bueno. Hace unos tres meses él estaba almando

de una misión, una carreta llena de rupiaspara pagar a la tropa, cinco mil rupias de plataen total. Se dirigieron hacia un lugar llamado el

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Fuerte Pearson, cerca de Kalabagh88.––Yo nací allí ––dijo la voz aguda de un pe-

queño fag––. Le pusieron el nombre de mi tío.––¡Callate, tú y tu tío! No le hagas ni caso,

Crandall.––Bueno, no importa. Los afridis89 se ente-

raron de que llevaban dinero, hicieron una em-boscada un par de millas antes del fuerte y se-pararon el cargamento de la escolta. Duncanresultó herido, y la escolta huyó. Sólo eranveinte cipayos, y había muchísimos afridis. Enaquella época yo estaba al mando del FuertePearson. El caso es que oí los disparos y estabaa punto de salir para ver qué pasaba cuandollegaron los `hombres de Duncan. Volvimosjuntos al lugar de la emboscada. Me decían algo

88 Kalabagh: Ciudad situada al noroeste de laIndia británica, cerca de la frontera de Afganistán,en lo que hoy es Paquistán. (N. del T.)

89 Afridis: Tribu montañosa muy belicosa de Af-ganistán que se sublevó en 1895 y 1896 contra ladominación inglesa. (N. del T.)

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sobre un oficial, pero no entendí la situaciónhasta que vi a alguien debajo de las ruedas delcarro apoyado en uno de sus brazos y haciendoseñales con el revólver. Lo que había pasado esque la escolta había abandonado la carreta y losafridis, que son muy desconfiados, pensaronque la retirada era una trampa y la carreta elcebo. Y por eso no se habían acercado al pobreDuncan. Pero en cuanto se dieron cuenta de lospocos que éramos empezó una carrera en lallanura a ver quién llegaba antes donde el viejoDuncan. Nosotros corrimos, y ellos corrieron, ynosotros ganamos, y después de algunos dispa-ros se fueron. Yo no supe que era del colegiohasta que estuve justo encima de él. Hay unmontón de Duncans en el ejército, y el nombreno me decía nada. Seguía igual que siempre.Una bala le había atravesado un pulmón, pobreviejo, y tenía mucha sed. Le di de beber y mesenté a su lado. Y, tuvo gracia, me dijo: «Hola,Toffee», y yo le contesté: «¡Hola, gordi! Esperoque no te duela mucho», o algo parecido. Pero

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se murió antes de dos minutos, con la cabezaapoyada en mis rodillas... Pero esos chicos queestán ahí se van a morir de frío. Mejor iros a lacama ya.

––Sí, sí. Dentro de un minuto. Pero las heri-das... las cicatrices. ¿Cómo te las hiciste?

––Eso fue cuando llevábamos el cadáver alfuerte. Volvieron y hubo un poco de lucha.

––¿Mataste alguno?––Sí. Seguro. Buenas noches.––Buenas noches. Gracias, Crandall. Mu-

chas gracias, Crandall. Buenas noches.Las muchedumbres invisibles se retiraron.

Los de su propio dormitorio se fueron a la ca-ma y yacieron en silencio un rato.

––Oye, Crandall ––la voz de Stalky sonó in-habitualmente respetuosa.

––¿Sí?––Supón que uno encuentra a alguien mu-

riéndose de difteria, lleno de ella, le mete untubo en la garganta y absorbe todo. ¿Qué teparecería?

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––Humm ––dijo Crandall reflexivamente––.Sólo he oído de un caso como ése, y se tratabade un médico. Se lo hizo a una mujer.

––Oh, en este caso no era una mujer. Sóloera un chico.

––Pues mucho mejor entonces. Es de las co-sas más valerosas que se pueden hacer. ¿Porqué?

––Ah, es que oí algo acerca de un tipo quelo había hecho. Eso es todo.

––Un tipo realmente valiente.––¿A ti te daría miedo hacerlo?––¡Claro! Como a todo el mundo. Imagínate

morir de difteria así, a sangre fría.––Bueno, ¡ejem! ¡Eh! Escuchad! ––la frase

acabó en un gruñido, porque Stalky había sal-tado de su cama y estaba sentado con M’Turkencima de Beetle, que había estado a punto degritar toda la historia en ese mismo momento.

El día siguiente, que era el último del tri-mestre y se dedicaba a algunos exámenes sinapenas importancia, comenzó mal. Mr. King

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había descubierto que casi todos los chicos desu casa ––que estaba, como sabe el lector, casi allado de la de Prout en la larga serie de edifi-cios–– habían abierto las puertas que había en-tre los dormitorios y habían ido a oír una histo-ria contada por Crandall. Fue a ver al directorindignado, ofendido, vociferante, porque nuncahabía estado de acuerdo con que se permitieraa jóvenes mundanos corromper la moral de lainfancia.

––Muy bien ––dijo el director––. Yo me harécargo de esto.

––Lo siento mucho ––dijo Crandall culpa-blemente––; pero creo que no les conté nadaque no debieran oír. Que no se metan en pro-blemas por mi culpa.

––¡Humm! ––contestó el director esbozandoun guiño––. No son los chicos los que creanproblemas; son los profesores. Sea como sea,Prout y King no aprueban reuniones de estaescala en los dormitorios, y mi deber es apoyara los jefes de casa. Y por otra parte es inútil cas-

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tigar sólo a dos casas en las actuales cir-cunstancias. Debemos ser justos e incluir a to-dos. Vamos a ver. Tienen deberes de SemanaSanta a los que, como es natural, ninguno deellos va a mirar siquiera una vez. Esta tardetoda la escuela, menos los prefectos y los chicosde los estudios, tendrán estudio como siempre;y el claustro tendrá que designar a un profesorpara que se encargue de vigilarlos. Debemosser justos con todos.

––Estudio la última tarde del trimestre.¡Puf! ––dijo Crandall recordando su propia ju-ventud salvaje––. No creo que rindan mucho.

La escuela, jugando entre los baúles llenos,gritando por los pasillos y riéndose en las cla-ses, recibió la noticia con sorpresa y rabia. Nin-gún colegio del mundo tenía estudio la últimatarde del trimestre. Este hecho era monstruoso,tiránico, subversivo de la ley, la religión y lamoralidad. Irían a las clases y llevarían consigolos deberes de vacaciones, pero... al pensar estosonreían y especulaban sobre qué tipo de per-

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sona mandaría el claustro a enfrentarse conellos. La papeleta le tocó a Mason, crédulo yentusiasta, gran amante de la juventud. Ningúnotro profesor estaba dispuesto a vigilar ese es-tudio, pues la escuela carecía de la influenciaremansadora de la tradición; y hombres comoellos, acostumbrados a la rutina ordenada delas antiguas instituciones, la encontraban enocasiones demasiado insubordinada. Las cuatrolargas aulas, en las que trabajaban todos los queestaban por debajo de los chicos con estudiopropio, le recibieron con una gran salva deaplausos. Antes de que hubiera podido toserdos veces le recitaron un resumen métrico delas leyes de matrimonio en Gran Bretaña segúnla visión del sumo sacerdote de los israelitas yel comentario del jefe del ejército. Los más pe-queños le recordaron que era el último día ypor eso tenía que «tomarse todo a broma».Cuando iba a empezar a reñirles, los de terceroy cuarto empezaron a hacerse los enfermos demanera sonora y realista. Mr. Mason intentó

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hablar con ellos ––una de las cosas más difícilesbajo el cielo––, y un espíritu audaz de las últi-mas filas le mandó copiar cincuenta líneas porno levantar la mano antes de hablar. Orgullosocomo estaba de la precisión de su inglés, esto leobligó a Mason a abreviar y, mientras buscabaal descarado, los de segundo, a tres clases dedistancia, apagaron la luz y comenzaron unaguerra de tinteros. Fue un estudio agradable yestimulante. Los de los estudios y los prefectosoyeron sus ecos a distancia, y los demás profe-sores sonreían mientras tomaban el postre.

Stalky esperó, con el reloj en la mano, hastalas ocho y media.

––Si siguen así mucho tiempo el director vaa subir ––dijo––. Se lo contamos primero a losestudios y luego a las clases. ¡Vamos!

Beetle no tuvo tiempo de ponerse dramáti-co ni M’Turk de tartamudear. Fueron entrandoa un estudio detrás de otro, contando su histo-ria y yéndose tan pronto como veían que habí-an sido entendidos, sin pararse a comentar na-

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da más. Mientras, el ruido del impío estudio sehacía más grande y profundo. Al pasar por lapuerta del estudio de Flint se cruzaron con Ma-son, que iba a toda velocidad hacia el pasillo.

––Va a buscar al director. ¡Deprisa! ¡Vamos!Entraron en el aula doce juntos y jadeantes.––¡El director! ¡El director! ¡El director! ––

estos gritos calmaron el tumulto durante unminuto, y Stalky, saltando sobre un pupitre,gritó:

––El director había ido a absorber la sustan-cia de la difteria de la garganta de Stettsoncuando creíamos que estaba en el pueblo. ¡Ca-llaos de una vez, animales! Stettson la habríapalmado si el director no lo hubiera hecho. Elpropio director podría haberse muerto. Cran-dall dice que es lo más valiente que se puedehacer y ––su voz se quebró–– ¡el director nosabe que lo sabemos!

M’Turk y Beetle, saltando de pupitre enpupitre, divulgaron la noticia entre los máspequeños. Hubo una pausa y llegó el director

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seguido por Mason. Era parte del orden de co-sas establecido que ningún chico hablase o semoviese en su presencia. Esperaba encontrar lahabitual quietud del miedo. Fue recibido porvítores y aplausos fuertes e incesantes. Comoera un hombre con experiencia, se fue, y lasaulas quedaron en silencio y un poco asusta-das.

––No pasa nada ––dijo Stalky––. No puedehacernos demasiado. No es lo mismo que sihubiéramos tirado los pupitres como esa vezque el viejo Carlton estuvo vigilándonos al es-tudiar. ¡Vamos a seguir! ¡Oíd la que están mon-tando los estudios! Salió disparado dando gri-tos y se encontró con Flint y los prefectos atro-nando el pasillo.

Cuando el director de una sociedad de res-ponsabilidad limitada que paga el cuatro porciento es vitoreado en su santo camino hacia lasoraciones, no sólo por cuatro clases de chicosque se exponen a ser castigados sino tambiénpor los prefectos en los que tanto confía, puede

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o pedir una explicación o seguir andando condignidad, mientras el decano de los jefes decasa se mueve como un gato excitado y le indi-ca aun pálido y tembloroso profesor de mate-máticas que ciertos métodos ––no el suyo, gra-cias a Dios–– suelen producir ciertos resulta-dos. Por delicadeza los antiguos alumnos noasistieron cuando se pasó lista. El director ha-bló fríamente a los alumnos en pleno congre-gados en el gimnasio.

––No es frecuente que no os entienda; peroos confieso que eso es lo que me pasa esta tar-de. Algunos de vosotros, en vista de vuestraactuación de idiotas en el estudio, parecen pen-sar que soy una persona adecuada para ser vi-toreada. Os voy a demostrar que no lo soy.

Uno, dos, tres... Tres hurras refutaron loque se acababa de decir, y el director miró a loschicos amenazadoramente bajo la luz de lalámpara de gas.

––Basta ya. No vais a ganar nada. Los niñospequeños ––a los cursos inferiores no les gusta

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que les llamen así–– me van a escribir trescien-tas líneas por cabeza en vacaciones. No quierosaber nada más de ellos. Los mayores copiaránmil líneas cada uno, y las entregarán la tardedel día que vuelvan. Y además...

––¡Eh, se está pasando! ––susurró Stalky.––Por su comportamiento con Mr. Mason

los cursos superiores van a recibir un correctivofísico mañana cuando reciban el dinero de via-je. Esto incluye a los tres chicos de estudio queencontré bailando en los pupitres de las aulascuando subí. Los prefectos se quedarán des-pués que pase lista.

La escuela salió en silencio, pero se reunie-ron en grupos junto a la puerta del gimnasiopara ver lo que pasaba.

––Y bien, Flint ––dijo el director––, ¿serástan amable de explicarme vuestra conducta?

––Pues verá, señor ––dijo Flint desespera-do––, si usted salva la vida de un chico arries-gando la suya cuando él se está muriendo dedifteria y la gente del colegio se entera, ¿qué es

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lo que se puede esperar, señor?––Humm, ya veo. Entonces todo ese ruido

no se debía a... eh, gamberrismo. Puedo sopor-tar la inmoralidad, pero no el descaro. Además,eso no excusa su insolencia con Mr. Mason. Lesperdonaré las líneas, pero las palizas siguen enpie.

Cuando la noticia se hizo pública, la escue-la, maravillada y asombrada, contempló admi-rativamente al director mientras éste volvía asu casa. Era un hombre verdaderamente dignode respeto. En las raras ocasiones en que pega-ba con la caña lo hacía muy científicamente,y laejecución de cien chicos sería algo épico, tre-mendo.

––Muy bien, sahib director. Lo sabemos to-do ––dijo Crandall mientras el director se qui-taba la toga en el fumadero dando un gruñido––. Me lo acaba de decir nuestro suplente. Ano-che en el dormitorio me pidió mi opinión sobresu actuación. Entonces no sabía que estabahablando de usted. Es un pícaro. Un chico pe-

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coso con ojos en la cara... Corkran, creo que sellama.

––Ah, sí, ya lo conozco ––dijo el director; yañadió reflexivamente––: Sí, debería haberlosincluido en el castigo aunque no los hubieravisto.

––Si el colegio no estuviera ya algo alterado,le escoltaríamos a lo largo del pasillo ––dijo elingeniero––. Oh, Bates, ¿cómo pudo hacerlo?Podía haberse contagiado, y ¿qué sería de noso-tros entonces?

––Yo siempre supe que usted valía más queveinte de nosotros juntos, y ahora estoy com-pletamente seguro ––dijo el jefe de escuadrón,mirando a su alrededor para ver si alguien lecontradecía.

––Sin embargo, no es la persona idóneapara dirigir un colegio. Prometa que nunca máslo va a hacer, sahib Bates. No vamos a poderirnos tranquilos sabiendo que hace estas barba-ridades ––dijo el fusilero.

––Sahib Bates, ¿verdad que no va a zumbar

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a los cursos superiores? ––dijo Crandall.––Puedo aceptar la inmoralidad, como dije

antes, pero no soporto la insolencia. Mason loasa muy mal incluso cuando yo le respaldo.Además, los del club de golf les han oído cantar«Aarón y Moisés». Voy a tener quejas por esode los padres de los externos. Hay que mante-ner a toda costa la buena educación.

––Vamos con usted para echarle una mano––dijeron todos los invitados.

Todos los alumnos de los cursos superioresrecibieron su castigo uno detrás de otro, con elabrigo en la mano, los coches esperando en lacarretera para llevarlos a la estación y el dinerode viaje sobre la mesa. El director empezó conStalky, M’Turk y Beetle. Los golpes tuvieron laprecisión habitual.

––Y aquí está vuestro dinero para el viaje.Adiós y felices vacaciones.

––Adiós. Gracias, señor. Adiós. Le estrecha-ron la mano.

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––No creo que sea muy duro en general es-ta mañana. Lo peor nos lo hemos llevado noso-tros ––dijo

Stalky––. Vamos a esperar a que salgan al-gunos más para aplaudirle como realmentemerece.

––No esperéis por nosotros, por favor ––dijo Crandall en nombre de los antiguos alum-nos––. Nosotros vamos a empezar ahora mis-mo.

Estuvo muy bien mientras los gritos y cán-ticos se limitaban al pasillo; pero cuando seextendieron hasta el gimnasio, cuando se unie-ron a ellos los chicos que esperaban su turno, eldirector tuvo que dejar la caña sin saber quéhacer y los que quedaban se arremolinaron entorno a él intentando darle la mano.

Entonces, todos a una, se dedicaron en serioa dar vivas hasta que los coches empezaron aponerse en marcha lenta y silenciosamente.

––¿No os había dicho que me desquitaría? ––dio Stalky en su asiento mientras el coche se

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bamboleaba a lo largo de la calle Northam––.Ahora, todos juntos, siguiendo el ritmo quemarque tío Stalky:

Así lo hacemos en el ejército,así lo hacemos en la marina,así lo hacemos en los colegios,¡y que nadie diga que no!

LA BANDERA DE SU PAÍS

Era invierno y el frío de la mañana se hacíanotar. Por eso Stalky y Beetle ––M’Turk era deltipo aguerrido que no prescinde del aseo bajoninguna circunstancia–– se solían quedar en lacama hasta el último momento antes de ir algimnasio iluminado por lámparas de gas don-de se pasaba lista a primera hora.

A menudo llegaban tarde; y como cada faltade puntualidad significaba un punto negro, ytres puntos negros por semana significaban

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tener que hacer instrucción, los dos dormilonespasaban horas a las órdenes del sargento. Foxyhacía desfilar a los castigados con toda la pom-pa de su antigua plaza de armas.

––No crean que me lo paso bien ––su aren-ga era siempre la misma––. Preferiría cien vecesestar en mi cuarto fumando tranquilamenteuna pipa, pero ya veo que tengo la brigada an-tigua en mis manos esta tarde. Si practicara mása menudo, señor Corkran... ––dijo, situandocorrectamente una fila.

––Me has tenido aquí durante seis semanas,glotón. ¡Numérense empezando por la derecha!

––Todavía no, por favor. Yo soy el que dalas órdenes. Izquierda, media vuelta, ¡ar! Des-pacio, marchen ––veinticinco gandules, todosellos malhechores conocidos, entraron en elgimnasio––. En silencio, cojan las palanquetasde gimnasia; vuelvan en silencio a sus sitios.Numérense empezando por la izquierda, envoz baja. Un paso al frente los impares. Lospares no se mueven. Ahora dóblense por la

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cintura, al ritmo que yo diga.Las palanquetas subieron y bajaron, golpea-

ron en el suelo y volvieron a su sitio rítmica-mente. Los chicos eran expertos en este cansadoejercicio.

––Muy bien. Les voy a echar de menoscuando alguno de ustedes vuelva a ser puntual.Pongan las palanquetas donde estaban, en si-lencio. Ahora vamos a hacer un ejercicio muyfácil.

––¡Bah! Ya sé cuál es ese ejercicio tan fácil. ––Sería una verdadera vergüenza que no lo su-piera, Mr. Corkran. Y no es tan fácil como pare-ce.

––Te apuesto un chelín a que lo dirijo tanbien como tú, Foxy.

––Ya lo veremos más tarte. Ahora tratad deimaginaron que no sois una pandilla de holga-zanes sino una compañía desfilando, y que yosoy vuestro oficial jefe. ¿Qué es lo que os hacetanta gracia? Si tenéis suerte la mayoría de vo-sotros tendréis que desfilar en el futuro. Inten-

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tad hacerlo bien. Llevamos practicando muchotiempo, el Señor lo sabe.

Formaron a cuatro en fondo, marcharon, gi-raron y contramarcharon, bajo el embrujo delmovimiento ordenado. Como había dicho Foxy,ya tenían mucha práctica.

La puerta del gimnasio se abrió y por ellaapareció M’Turk acompañando a un ancianocaballero.

El sargento, que estaba dirigiendo un giro,no los vio entrar.

––No está mal del todo ––murmuró––. No,señor. El hombre eje del giro es el que marca eltiempo, Mr. Swayne. Bueno, Mr. Corkran, ¿diceusted que conoce bien el ejercicio? Hágame elfavor de tomar el mando y, haciendo justo locontrario que acabamos de hacer, vuelva a si-tuarlos en su primera formación.

––¿Qué es esto? ¿Qué es esto? ––gritó el vi-sitante con autoridad.

––Un... un poco de instrucción, señor ––balbuceó Foxy, que refirió omitir las causas

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primeras.––Excelente, excelente. Sólo me gustaría que

fueran más ––gorjeó––. Pero no se paren por miculpa. Usted estaba a punto de pasarle el man-do a alguien, ¿no es verdad? ––se sentó, respi-rando temblorosamente el aire gélido.

––Lo voy a hacer mal; estoy seguro ––susurró Stalky inquietamente; y su incomodi-dad no disminuyó cuando un murmullo de laúltima fila comunicó que se trataba del generalCollinson, miembro de la junta de administra-ción del colegio.

––¿Eh? ¿Cómo? ––dijo Foxy.––Collinson, caballero comendador de la

Orden del Baño90. Mandó a los Pompadours, elantiguo regimiento de mi padre ––dijo Swayneen voz baja.

––No tengas prisa ––dijo el visitante––. Sécómo se siente uno. Tu primer ejercicio, ¿eh?

90 Orden del Baño: Orden de caballería creadapor Enrique IV de Inglaterra en 1399. (N. del T.)

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––Sí, señor ––Stalky suspiró infelizmente––.Atención. ¡A formar! ––el eco de su propia vozle devolvió la confianza.

Giraron, retrocedieron, se dividieron encuatro filas y volvieron al punto de partida sinun solo error. La hora oficial del castigo habíaterminado hacía mucho, pero nadie se acordabade eso. Estaban respaldando a Stalky, muertode miedo de que le puera fallar la voz.

––Se nota que tiene un buen profesor, sar-gento ––fue el comentario del visitante––. Unabuena dirección y un buen material humanopara realizar el ejercicio. Claro que es algo cu-rioso: he estado comiendo con vuestro directory no me ha dicho que hubiera un cuerpo decadetes en el colegio.

––No lo hay, señor. Esto sólo es un poco deinstrucción ––dijo el sargento.

––Pero ¿verdad que lo hacen bien? ––dijoM’Turk hablando por primera vez, brillantessus ojos hundidos.

––¿Y por qué no participas tú, Willy?

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––Oh, yo no soy suficientemente puntual ––dijo M’Turk––. El sargento sólo escoge a losmejores.

––¡Descansen! ¡Rompan filas! ––dijo Foxytemiendo una explosión de risa en la forma-ción––. Yo... yo debería haberle dicho, señor,que...

––Pues debería haber un cuerpo de cadetes––el general seguía su propia línea de pensa-miento––. Y habrá un cuerno de cadetes si en ajunta tienen en cuenta mis sugerencias. Pocasveces me he sentido tan satisfecho como ahora.Los chicos con un espíritu como el vuestro de-berían ser un ejemplo para toda la escuela.

––Ya lo son ––dijo M’Turk.––¡Dios bendito! ¿Puede ser tan tarde? Mi

coche lleva esperándome media hora. Bueno,me tengo que ir inmediatamente. No hay nadamejor que ver las cosas personalmente. ¿Pordónde se sale del edificio? ¿Me acompañas,Willy? ¿Quién es el chico que tomó el mando?

––Creo que se llama Corkran.

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––Deberías hacerte amigo suyo. Es el tipode chico con el que deberías tratar. Evidente-mente excepcional. Un espectáculo maravilloso.Veinticinco chicos para los que, me atrevería adecir, sería mucho más cómodo estar jugandoal criquet ––era lo más frío del invierno; perolos adultos, sobre todo los que han vivido mu-cho tiempo en el extranjero, tienen estas peque-ñas desorientaciones, y M’Turk no le corrigió––, desfilando por el puro placer de hacerlo. Seríauna pena desperdiciar una disposición tanbuena; pero creo que me harán caso.

––¿Quién es ese amigo tuyo de las patillasblancas? ––preguntó Stalky cuando M’Turkvolvió al estudio.

––El general Collinson. A veces va a cazarcon mi padre. Un tipo muy majo. Me dijo quedebería hacerme amigo tuyo, Stalky.

––¿Te dio dinero?M’Turk mostró una bendita libra.––Ah ––dijo Stalky cogiéndola, pues era el

tesorero––; vamos a tener una merienda estu-

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penda. Menuda cara tuviste, Turkey, diciendoque nos elegían por ser los más puntuales.

––¿El caballero no sabía que estábamos cas-tigados? ––dijo Beetle.

––Ni idea. Vino para comer con el director.Le encontré merodeando solo por el colegio yme pareció interesante llevarle a ver vuestrosejercicios. Cuando me di cuenta de lo entu-siasmado que estaba no me atreví a desilusio-narle. Si lo hubiera hecho puede que no mehubiera dado nada.

––¿No os parece que también Foxy estabamuy orgulloso? ¿Visteis cómo estaba de rojopor detrás de las orejas? ––dijo Beetle––. Hasido un triunfo increíble para él. Y le apoyamoscomo unos buenos chicos. Vamos a la tienda deKeyte a comprar cacao y algo de comer.

Se encontraron con Foxy, que bajaba a con-tarle la aventura a Keyte, quien había sido sar-gento mayor de tropa en un regimiento de ca-ballería, y ejercía ahora, como veterano de gue-rra, de administrador de correos y confitero.

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––Nos debes algo ––le dijo Stalky.––Se lo agradezco mucho, Mr. Corkran. Nos

hemos visto las caras por motivos oficiales devez en cuando; pero debo decir ue aparte deestos encuentros, debidos a los límites, fumar ycosas parecidas, usted es el alumno en quienmás confiaría para que me sacase de algúnaprieto. Dirigió estupendamente la formación.Si sigue viniendo con regularidad a partir deahora...

––Pero para eso tendría que llegar tarde tresdías cada semana ––dijo Beetle––. No puedesesperar que un chico haga eso sólo por dartegusto, Foxy.

––Ah, es verdad. De todas formas, si se pu-diera arreglar... y también usted, Mr. Beetle...tendrá muchas posibilidades cuando se cree elcuerpo de cadetes. Supongo que el general lopropondrá en la junta.

Pagaron lo que les pareció en la tienda deKeyte, porque el anciano, que los conocía bien,estaba embebido en su conversación con Foxy.

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––Creo que en total son siete chelines y seispeniques ––dijo Stalky después de hacer cuen-tas––; pero mejor súmelo usted.

––No, no. Me fío de su palabra diga lo quediga, Mr. Corkran. Así que estaba en los Pom-padours, ¿no, sargento? Estuvimos con ellosuna vez... en Umballa91 creo que era.

––No sé si esta lata de jamón y lengua cues-ta dieciocho peniques o un chelín y cuatro pe-niques.

––¿A ver? Uno y cuatro, Mr. Corkran... Porsupuesto, sargento, si pudiera ayudar en algoestaría encantado, pero soy demasiado viejo.Me gustaría ver desfilar otra vez.

––Oh, venga, Stalky ––dijo M’Turk––. No teestá haciendo ni caso. Déjale ahí el dinero.

––Quiero que nos dé cambio, burro. ¡Keyte!¡Soldado Keyte! ¡Cabo Keyte! ¡Sargento mayorde tropa Keyte! ¿Tiene cambio de una libra?

91 Umballa: Ciudad del noroeste de la India. (N.del T.)

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––Sí..., sí, por supuesto. Siete chelines y seispeniques ––miró distraídamente, cogió la mo-neda de planta y desapareció en la oscuridaddel cuarto interior.

––Ahora esos dos van a seguir hablando delmotín hasta la hora del té ––dijo Beetle.

––El viejo Keyte estuvo en Sobraon92 ––dijoStalky––. Es muy interesante cuando habla deeso a veces. Foxy no se pierde ni una palabra.

La cara del director, inescrutable comosiempre, estaba inclinada sobre un montón decartas.

––¿Qué te parece? ––dijo finalmente el reve-rendo John Gillet.

––Creo que es una buena idea. No se puedenegar que es una idea estimable.

––No te veo muy partidario. ¿Por qué?

92 Sobraon: Población situada en el actual Pa-quistán, donde los ingleses vencieron en una impor-tante batalla en 1846. (N. del T.)

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––Tengo algunas dudas sobre ello, eso estodo. Cuanto más sé de los chicos menos capazme considero de predecir sus estados de ánimo;pero reconozco que me sorprendería muchoque el proyecto tuviera éxito. No... no está en lalínea habitual del colegio. Nosotros nos limita-mos a preparar a los chicos para que apruebenel examen de ingreso en el ejército.

––Mi obligación en este asunto es hacer quese lleven a cabo los deseos de la junta. Quierenque haya un cuerpo voluntario de cadetes ten-drán un cuerpo voluntario de cadetes. He suge-rido, sin embargo, que no es necesario quecompremos los uniformes hasta que los chicosestén entrenados. El general Collinson nosmanda cincuenta armas letales cuidadosamentetaponadas; «quitapenas rebajados» los llama él.

––Sí, eso parece necesario en una escuelaque suele usar pistolas de tiro al blanco carga-das ––el reverendo John sonrió.

––Entonces el único gasto que va a haber vaa ser el del tiempo del sargento.

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––Pero si fracasa toda la culpa te la vas allevar tú.

––Oh, sin duda. Pondré un aviso en el pasi-llo esta tarde, y...

––Ya veremos el resultado.

––Por favor, señores, no toquen más el ar-mero.

Foxy intentaba poner orden en la muche-dumbre turbulenta que llenaba el gimnasio.

––Ni siquiera a estos viejos fusiles les haráningún bien el que usted consiga hacer saltar elcerrojo, Mr. Swayne. Sí, los uniformes llegaránmás adelante, cuando lo hagamos mejor; por elmomento nos limitaremos a desfilar. Estoy aquípara tomar los nombres de los que se quieranapuntar. ¡Deje ese fusil, Mr. Hogan!

––¿Qué vas a hacer, Beetle? ––preguntó unavoz.

––Ya he desfilado más de lo que quería,gracias.

––¡Cómo! ¿Después de todo lo que has

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aprendido? Anda, ¡no seas esquirol! Te haríancabo en una semana ––gritó Stalky.

––Yo no voy a entrar en el ejército ––Beetleseñaló sus gafas.

––Espera un poco, Foxy ––dijo Hogan––.¿Dónde nos vamos a entrenar?

––Aquí, en el gimnasio, hasta que estéispreparados para salir a la carretera ––dijo gra-vemente el sargento.

––¿Para que nos mire toda la gente deNortham? Eso no me gustaría demasiado,Fóxibus.

––Bueno, eso es lo de menos. Primero osaprendéis bien los ejercicios y luego ya vere-mos.

––Hola ––dijo Ansell, de la casa de Macrea,abriéndose paso en el tumulto––. ¿Qué es todoeste lío del cuerpo de cadetes?

––Os ahorrará mucho tiempo en Sandhurst––contestó el sargento en seguida––. Podréisdejar de hacer instrucción pronto si vais conuna buena base previa.

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––¡Humm! No me importa aprender a desfi-lar, pero no voy a hacer el tonto por las carrete-ras con un fusil de juguete. Perowne, ¿qué vas ahacer tú? Hogan se va a apuntar.

––No sé si tengo tiempo ––dijo Perowne––.Tengo muchas horas de clases extra.

––Bueno, considera esto como otra clase ex-tra ––dijo Ansell––. No podemos tardar muchoen dominar el ejercicio.

––Ya, eso no me parece mal, pero ¿qué medices de lo de desfilar en público? ––di oHogan, sin saber que iba a morir tres años mástare bajo el sol de Birmania cerca del fuerteMinhle.

––¿Tienes miedo de que el uniforme no pe-gue con tu complexión cremosa? ––preguntóM’Turk con una burlona sonrisa de bellaco.

––Cállate, Turkey. Tú no aspiras a entrar enel ejército.

––No, pero voy a mandar un sustituto. ¡Je!¡Morrell y Wake! Esos dos fags que están al ladodel armero, que se presenten voluntarios.

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Sonrojándose como tomates ––no se habíanofrecido antes por timidez–– los chicos se acer-caron al sargento.

––Pero yo no quiero chicos pequeños, por lomenos no al principio ––dijo el sargento condisgusto––. Lo que quiero es... me gustaría queviniera alguien de la vieja brigada, los castiga-dos, para reforzar un poco.

––No seas desagradecido, sargento. Son casitan grandes como los que entran azora en elejército ––M’Turk solía leer los periódicos, porlo que se podía confiar en su grado de informa-ción general, que utilizaba a menudo comoarma arrojadiza. Sin embargo, no sabía que elpequeño Wake sería oficial del ejército egipcioantes de cumplir los treinta.

Hogan, Swayne, Stalky, Perowney Anselldiscutían profundamente al lado del caballo desaltos y Stalky era, como siempre, el que lleva-ba la voz cantante. El sargento los miraba coninquietud, porque sabía que muchos harían lomismo que ellos.

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––A Foxy no le gustan mis reclutas ––dijoM’Turk con tono dolido a Beetle––. Consíguelealgunos tú.

Y, sin dilación alguna, Beetle aportó otrosdos fags, los más pequeños que pudo encontrar.

––Aquí los tienes, Foxy. Aquí tienes tu car-ne de cañón.

––Desapareced de mi vista, piojillos, y a to-da velocidad.

––Sigue sin estar satisfecho ––dijo M’Turk.

«Lo mismo que hacemos en el ejércitoes lo que hacemos en la marina.»

Aquí se le unió Beetle. Habían encontradoel poema en un viejo volumen de Punch93, yparecía encajar muy bien en la situación.

«Ambos producen problemas,

93 Punch: Semanario satírico que se publicó enLondres en el siglo XIX. (N. del T.)

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¡y que nadie diga que no!»

––Estése quieto, joven caballero. Si no pue-de ayudar por lo menos no moleste ––Foxyestaba todavía pendiente del grupo que discu-tía al lado del caballo. Carter, White y Tirrell,todos ellos chicos influyentes, se habían incor-porado a él. Los demás tocaban los rifles inde-cisos.

––Un momento ––gritó Stalky––. ¿Podemosechar a los mirones antes de empezar a traba-jar?

––Desde luego ––dijo Foxy––. Los que quie-ran unirse se quedarán. Los que no, se irán ce-rrando la puerta suavemente al salir.

Media docena de los más serios se acerca-ron rápidamente a M’Turk y Beetle, que apenastuvieron tiempo para escaparse al pasillo.

––Oye, ¿por qué no te has ?al edado? ––preguntó Beetle arreglándose el cuello de cami-sa.

––¿Y tú qué?

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––¿Qué tiene de bueno? Nosotros no que-remos ir al ejército. Además yo ya me sé el ejer-cicio..., todo menos dirigirlo, claro. ¿Qué esta-rán haciendo ahí dentro?

––Están haciendo un pacto con Foxy. Nooíste decir a Stalky: «Eso es lo que vamos ahacer; y si no le parece bien, que desfile él so-lo.» Van a aprovecharse de Foxy. ¿No te dascuenta, idiota? Van a ir a Sandhurst o a algúnsitio parecido antes de un año. Aprenderán losejercicios que les interesen y después dejaránlas prácticas. ¿Crees que teniendo tantas clasesextra se han hecho voluntarios por diversión?

––Pues no lo sé. Había pensado escribir unpoema sobre todo esto, poniéndolos verdes,¿sabes? «La balada de los cazaperros» o algoasí. ¿Qué te parece?

––No creo que sea conveniente, porqueKing está muy mosca con el cuerpo. Nadie leha consultado. Ha estado rondando por el ta-blón de avisos. Vamos a ver lo que se cuenta ––se acercaron como por casualidad al jefe de la

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casa, una pareja de lo más dócil.––¿Cómo es posible? ––dijo King fingiendo

sorpresa––. Imaginaba que estaríais aprendien-do a luchar por vuestro país.

––Creo que la compañía está completa, se-ñor ––dijo M’Turk.

––Es una verdadera lástima ––dijo Beetlesuspirando.

––¿Contamos, pues, con cuarenta bravosguerreros? ¡Cuán noble! ¡Qué devoción! Sospe-cho que pudiera haber un deseo de evadirse desus responsabilidades habituales como trasfon-do de este súbito celo. Sin duda gozarán deprivilegios extraordinarios, igual que el coro yla Sociedad de Historia Natural... a los que nohay que llamar «cazachinches».

––Oh, supongo que sí, señor ––dijo alegre-mente M’Turk––. El director no ha dicho nadasobre eso todavía, pero seguro que lo hará.

––Oh, seguro.––Es posible, mi buen Beetle ––King se vol-

vió hacia el último que había hablado––, que

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los jefes de casa, un factor necesario pero pasa-do por alto de alguna manera en nuestrohumilde modo de existencia, tengan algo quedecir sobre el asunto. La vida, al menos para losjóvenes, no consiste sólo en armas y municio-nes de guerra. La educación es también uno denuestros objetivos.

––Qué cerdo más monótono ––murmuróM’Turk cuando King ya no le podía oír––.Siempre se sabe lo que va a decir. ¿Te fijastecómo se metió con el director y los privigeliosespeciales?

––Que se vaya a la porra. Podía haber teni-do la decencia de apoyar el proyecto. En esecaso yo hubiera podido escribir una preciosabalada ridiculizándolo; y ahora voy a tener queser su defensor acérrimo. Pero esto no nos im-pide tomarle el pelo a Stalky en el estudio, ¿no?

––Oh, no; pero públicamente tenemos queestar completamente a favor del cuerpo de ca-detes. ¿No puedes hacer un epigrama ligero, àla Catulo, sobre King oponiéndose a él? ––Beete

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estaba entregado a esta noble tarea cuandoStalky volvió de sus prácticas. ––¡Hola, artistade circo! ––empezó M’Turk––. ¿Qué tal ha es-tado la sesión? ¿Has saltado tú o te han hechosaltar?

––He saltado yo ––dijo Stalky, y saltó enci-ma del otro––. Mira, Turkey, no te metas con elcuerpo. Lo hemos organizado perfectamente.Foxy jura que no nos va a hacer salir al campohasta que queramos.

––Asquerosa exhibición de infantes inma-duros imitando como simios la idiosincrasia desus mayores. ¡Bah!

––¿Habéis visto a King, Beetle? ––preguntóStalky dejando de pelear un momento.

––No exactamente; pero éste es su estilo al-tisonante.

––Bueno, escuchad a tío Stalky, que es ungran hombre. Además Foxy nos va a dejar diri-gir el cuerpo por turnos, privatim et seriatim, demanera que todos vamos a aprender a manejar

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media compañía. Ergo y propter hoc94, cuandovayamos a la tienda las prácticas se acabaránmuy temprano; es decir, mis queridos oyentes,vamos a combinar la educación con la sana di-versión.

––Sabía que ibais a convertirlo en una espe-cie de clase extra, so animal de sangre fría ––dijo M’Turk––. ¿Es que no quieres morir por tuseñora patria?

––No si lo puedo evitar. Así que no criti-ques al cuerpo.

––Hace años que lo tenemos claro ––dijoBeetle desdeñosamente––. King es el que lo vaa criticar.

––Entonces tú tienes que meterte con King,mi querido poeta. Haz unos ripios pegadizos,de esos que tú sabes hacer, para que los cantenlos fags.

94 Ergo y propter hoc: «Por eso y por consiguien-te», en latín. (N. del T.)

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––Oye, limítate a tu voluntariado y déjamehacer lo que me apetezca.

––King no va a tener nada con lo que me-terse ––dijo Stalky enigmáticamente.

No entendieron lo que quiso decir hastaque, algunos días más tarde, decidieron ir a verlo que hacían los del cuerpo. Encontraron lapuerta del gimnasio cerrada y a un fag haciendoguardia.

––¿Qué están tramando? ––dijo M’Turkagachándose.

––No podéis mirar por el ojo de la cerradu-ra ––dijo el centinela.

––¿Qué te parece? Wake, pedazo de anima-lito, yo te hice voluntario.

––No depende de mí. Mis órdenes son nodejar que nadie mire.

––¿Y qué pasa si lo hacemos? ––dijoM’Turk¿Qué pasa si te cascamos?

––Mis órdenes son que tengo que dar elnombre de cualquiera que me moleste a los delcuerpo, y ellos se ocuparán de solucionarlo

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después de las prácticas aplicando la ley mar-cial.

––¡Qué bestia es Stalky! ––dijo Beetle. Nipor un momento dudaron a quién se le habíaocurrido esa medida––. ¿Te crees un gloriosocenturión, no? ––continuó Beetle, oyendo elruido de las armas dentro del gimnasio.

––Mis órdenes son no hablar excepto paraexplicar mis órdenes. Me darán una paliza si nolo hago exactamente así.

M’Turk miró a Beetle. Ambos movieron lacabeza y se fueron.

––Realmente Stalky es un gran hombre ––dijo Beetle después de un largo silencio––. Elúnico consuelo es que esta especie de sociedadsecreta va a volver loco a King.

Molestó a muchos, aparte de King, pero losmiembros del cuerpo estaban mudos como os-tras. Foxy, que no había hecho ninguna prome-sa, compartía su aflicción con Keyte.

––Nunca he visto nada más absurdo. Cie-rran el gimnasio a cal y canto, con guardia in-

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terior y exterior, y luego se ponen a trabajarcomo si les fuera en ello la vida.

––¿Pero para qué hacen todo eso? ––preguntó el ex sargento mayor de tropa.

––Para aprender a desfilar bien. Nunca seha visto nada parecido. Cuando les digo que sepueden ir es cuando empiezan a practicar másen serio; pero no están dispuestos de ningunamanera a salir al aire libre. Es una situación sinpies ni cabeza. Si sois un cuerpo de cadetes, lesdigo, sedlo de verdad en vez de esconderosdetrás de puertas cerradas.

––¿Y qué dicen las autoridades sobre esto?––Esa es otra ––el sargento estaba muy eno-

jado––. Voy al director y no me da ningunaayuda. A veces pienso que se ríe de mí. Nuncahe sido sargento de voluntarios, gracias a Dios,pero siempre he tenido la consideración decompadecerlos. Estoy satisfecho de ello.

––Me gustaría verlos ––dijo Keyte––. Por loque dices, sargento, no puedo imaginarme loque están tramando.

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––¡No me lo digas a mí, mayor! Díselo alpecoso de Corkran. Él es su generalísimo.

No se rechaza a un combatiente de Sobraon,ni menos aún al único pastelero que había de-ntro de los límites.

Así que Keyte asistió como invitado, apo-yado en su bastón, trémulo por la edad, y sesentó en un rincón a mirar.

––Lo hacen bien. Lo hacen extraordinaria-mente bien ––susurraba ante las evoluciones delos chicos.

––Oh, esto no es lo que les interesa. Esperaa que les diga que hemos terminado.

A la voz de «rompan filas» los chicos siguie-ron firmes. Perowne salió de la formación, sepuso frente a ella y, refrescándose la memoriamirando de vez en cuando un libro rojo y metá-lico, dirigió la instrucción durante diez minu-tos. Este era el Perowne que luego resultómuerto en África Ecuatorial por disparos de suspropios hombres.

Le siguió Ansell, y a éste Hogan. Los tres

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fueron obedecidos sin rechistar.Entonces Stalky dejó en el suelo su fusil e,

inspirando profundamente, obsequió a la com-pañía con una tormenta de invectivas sonrojan-tes.

––Mal hecho, Mr. Corkran. Eso no se hacenunca en los desfiles ––gritó Foxy.

––De acuerdo, sargento. Pero nunca se sabelo que habrá que decirles a los hombres, y hayque estar preparados. Por compasión, intentadestar firmes sin apoyaros los unos en los otros,pandilla de vagos, legañosos, mequetrefes. Paramí no es ninguna diversión tener que dirigiros.¡Eso ya lo teníais que haber sabido antes devenir aquí, soldaditos de pacotilla!

––El antiguo toque, el toque antiguo. Noso-tros lo conocimos ––dijo Keyte frotándose losreumáticos ojos––. Pero ¿dónde lo ha aprendi-do este chico?

––De su padre, o de su tío. ¡Yo qué sé! Lamitad de ellos deben de haber nacido al lado deun cuartel ––Foxy no se equivocaba en su supo-

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sición––. He oído más arengas desde que em-pezó este absurdo de los voluntarios que en unaño de servicio.

––Uno de la última fila parece que tiene labarriga en la casa de empeño. Sí, hablo de us-ted, soldado Ansell ––y la lengua de Stalky fla-geló a la víctima sin misericordia, en general yen detalle, durante tres minutos––. ¡Muy bien! ––volvió a su tono normal––. No lo has aguanta-do. Te has puesto rojo, Ansell. Y te has movido.

––No he podido evitar sonrojarme ––fue larespuesta––; pero creo que no me he movido.

––Vale, ahora te toca a ti ––Stalky volvió asu puesto en la formación.

––¡Señor, Señor! Es más divertido que unaobra de teatro ––dijo Keyte, que no les quitabaojo, riéndose.

Ansell también había sido bendecido conparientes en el ejército, y lentamente, arras-trando perezosamente las palabras ––su estiloera más reflexivo que el de Stalky––, descendióhasta las más abismales simas de la personali-

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dad.––¡Lo he conseguido! ––gritó triunfalmente–

–. Tampoco lo has podido soportar ––Stalkyestaba muy rojo, y su fusil temblaba visible-mente.

––No creía que me fuera a pasar ––dijo, es-forzándose por recuperar la compostura––,pero al cabo de un poco de tiempo empezó aafectarme. Curioso, ¿verdad?

––Es bueno para el carácter ––dijo el lentoHogan cuando colocaban las armas en su sitio.

––¿Has visto alguna vez algo parecido? ––dijo Foxy, desesperado, a Keyte.

––No sé mucho sobre voluntarios, pero es elespectáculo más raro que he visto en mi vida.Sin embargo, me doy cuenta de lo que van con-siguiendo. ¡Señor, cuántas veces me he llevadobroncas como éstas en mis buenos tiempos! Lohacen bien; extremadamente bien lo hacen.

––Si pudiera sacarlos al aire libre haría conellos lo que me apeteciera. ¡Quizá cambien deactitud cuando lleguen los uniformes!

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Ya era ciertamente hora de que el cuerpohiciera alguna concesión a la curiosidad de laescuela. Tres veces habían pegado al guardiány tres veces había aplicado el cuerpo la leymarcial al agresor. La escuela rabiaba. ¿Paraque servía, preguntaban, un cuerpo de cadetesque nadie podía ver? Mr. King felicitaba a loschicos por la invisibilidad de sus campeones yellos no sabían qué contestar. Foxy estaba cadavez más sombrío e inquieto. Algunos miembrosdel cuerpo expresaron abiertamente dudas so-bre la sensatez de lo que hacían; y el problemade los uniformes amenazaba en el horizontecercano: si llegaran les obligarían a usarlos.

Pero, como pasa tan a menudo en esta vida,el asunto se arregló desde fuera.

El director había informado debidamente ala junta de que su propuesta había sido tenidaen cuenta y que, por lo que sabía, los chicos seestaban ejercitando.

No dijo nada de cómo lo hacían. Natural-mente, el general Collinson estaba encantado y

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se lo dijo a sus amigos. Uno de éstos se acordóde un conocido que era miembro del parlamen-to, una persona celosa, inteligente y, sobre todo,patriótica, deseosa de hacer el máximo bien enel tiempo más breve posible. Pero uno no pue-de confiar en los amigos de los amigos sin co-nocerlos personalmente. Si el amigo de Collin-son se lo hubiera presentado, éste habría sabidoa qué atenerse y se hubieran evitado proble-mas. Pero el amigo se limitó a hablar de suamigo; y, como suele pasar en estos casos, elretrato no fue muy exacto. Además, el hombreera un M. P.95, un conservador impecable, y elgeneral albergaba en su corazón el oculto res-peto que todo soldado inglés siente por cual-quier miembro de la corte de última apelación.El hombre iba a ir al oeste del país para derra-mar la luz de su oratoria sobre algún ignorantedistrito electoral. ¿No sería una buena idea que

95 M. P.: «Member of Parliament»; miembro delparlamento británico. (N. del T.)

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tan indicado personaje hablase algunas pala-bras sobre el recién creado cuerpo de cadetes?

––Sólo hablar un poco a los chicos, ¿eh?Conoces el tipo de discurso que sería aceptable;y él sería el hombre indicado para pronunciar-lo. El tipo de charla que los chicos entienden, yasabes.

––En mi época no había discursos para loschicos ––dijo el general suspicazmente.

––¡Ah!, pero los tiempos cambian, con la ex-tensión de la educación y todo eso. Los chicosde hoy son los hombres de mañana. Una im-presión que se graba en la juventud será proba-blemente permanente. ¡Y con los tiempos quecorren, ya sabes, con el país de mal en peor!

––Tienes toda la razón ––la isla entraba en-tonces en los cinco años del gobierno de Mr.Gladstone, y al general no le gustaba en lo másmínimo lo que había visto hasta ese momento.Ciertamente le escribiría al director, porque nocabía ninguna duda de que los chicos de hoyson los hombres de mañana. Eso, si se le permi-

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tía decirlo, estaba muy bien expresado.El director contestó que estaría encantado

de recibir a Mr. Raymond Martin, M. P., dequien había oído tanto bueno; encantado tam-bién de alojarle durante una noche y permitirlehablar a los chicos sobre cualquier tema quepensara les pudiera interesar. Si Mr. Martin nohabía tenido todavía la ocasión de encontrarseante un auditorio compuesto por este sectorparticular de la juventud británica, el directorestaba seguro de que iba a ser una experienciainteresante para él.

––Podría jurar esto último ––le dijo confi-dencialmente al reverendo John––. ¿Tienes ideade quién pueda ser ese tal Raymond Martin?

––En el colegio tenía un compañero que sellamaba así ––contestó el capellán––. Creo re-cordar que tenía la cabeza hueca, pero erahorriblemente serio.

––Va a hablar a los chicos sobre «El patrio-tismo» el próximo sábado.

––Si hay algo que los chicos detesten espe-

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cialmente es que les estropeen un sábado por latarde. El patriotismo no tiene ningún atractivocomparado con una buena merienda.

––Tampoco el arte. ¿Te acuerdas de nues-tras «Tardes con Shakespeare»? ––los ojos deldirector brillaron––. ¿O del simpático caballerode la linterna mágica?

––¿Quién diantres es este Raymond Martin,M. P.? ––preguntó Beetle cuando leyó el anun-cio de la conferencia en el pasillo––. ¿Por quélos pesados siempre vienen los sábados?

––¡Oh! ¡Rromeo, Rromeo! ¿Dóoonde ten-cueeentras, Rrromeo? ––dijo M’Turk por enci-ma del hombro de Beetle, imitando a la actrizshakespeareana del trimestre anterior––. Nopuede ser tan horrible esta vez, espero. Stalky,¿eres un verdadero patriota? Porque si no loeres, este tipo te va a convertir en uno.

––Ojalá que no hable toda la tarde. Supongoque será obligatorio aguantarle.

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––No me lo perdería por nada del mundo ––dijo M’Turk––. Para muchos la mujer del Ro-meo Romeo fue un rollo; pero para mí no. ¡Melo pasé de miedo! ¿Os acordáis cuando le dio elhipo en medio de la actuación? Puede que aéste también le entre hipo. El primero que lle-gue al gimnasio, que coja asientos para losotros.

No hubo nerviosismo, pero sí una animaday alegre afabilidad en torno a Mr. Raymond, M.P., cuando se acercaba en su coche, observadopor muchos pares de ojos, a la casa del director.

––Parece un orador de pacotilla ––fue elcomentario de M’Turk––. No me sorprenderíaue fuese un radical. Le oí discutir con el coche-ro so re el precio del pasaje.

––En eso consiste su patriotismo ––explicóBeetle.

Después del té corrieron con todos en buscade asientos, ocuparon un rincón privado y ocul-to y empezaron a criticar. Todas las lámparasde gas estaban encendidas. En la pequeña tari-

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ma al fondo estaba el pupitre oficial del direc-tor, desde el cual iba a pronunciar su discursoMr. Martin, y había un semicírculo de sillaspara los profesores.

Entonces entró Foxy, con porte oficial, y de-jó algo parecido a una tela enrollada alrededorde un palo apoyado contra el pupitre. Todavíano había ninguna autoridad presente, así quelos alumnos aprovecharon para aplaudir, gri-tando:

––¿Qué es eso, Foxy? ¿Por qué le robas elparaguas al caballero? ¡Aquí no se usan varasde abedul, sino cañas! ¡Llévate esa varilla debufón! Numérense desde la derecha ––etcétera,hasta que la entrada del director y los profeso-res acabó con estas manifestaciones.

––Fijaos: a los profesores les aburre estotanto como a nosotros. Mira cómo King hacetodo lo que puede por quedarse al margen.

––¿Dónde está el Raimundífero Martin? Lapuntualidad, mis queridos oyentes, es una vir-tud de caballeros...

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––Calla. Aquí llega el duque. ¡Menuda pa-pada! ––Mr. Martin, vestido de frac, estaba in-negablemente impresionante; un hombre alto,de proporciones generosas, blanco y rosado. Detodas formas, Beetle no tenía por qué decir gro-serías.

––Mira su espalda mientras habla con el di-rector. ¡Qué maleducado, dando la espalda alpúblico! Es un filisteo, un mediocre, un jebuseoy un hivita96 ––M’Turk se apoyó en el respaldoy emitió un bufido despectivo.

El director presentó al conferenciante enunas breves palabras sin color y se sentó entreaplausos. Cuando Mr. Martin se levantó, losaplausos arreciaron. Pasó algún tiempo antesde que pudiera empezar. No conocía la escuela,sus tradiciones ni sus antecedentes. No sabíaque según el último registro el ochenta por cien

96 Los filisteos, los jebuseos y los hivitas fuerontres de los pueblos que habitaban en Palestina yfueron vencidos por Israel. (N. del T.)

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to de los alumnos habían nacido en el ex-tranjero, en campamentos, acantonamientos oincluso en alta mar; que el setenta y cinco porciento eran hijos de oficiales de uno u otro delos cuerpos ––Willoughbys, Paulets, DeCastros, Maynes, Randalls, según su linaje––que querían adoptar la profesión de sus mayo-res. El director le podía haber contado esto ymucho más; pero, después de una comida deuna hora en su compañía, decidió no volver aabrir la boca. Mr. Raymond Martin parecía sa-berlo todo.

Se zambulló en el discurso con un largo yronco «Bueno, chicos», que, aunque no se di-eran cuenta de ello, puso los nervios de punta atodos los alumnos. Suponía que sabían, ¿eh?, aqué había venido. No tenía muy a menudo laoportunidad de hablar a gente de su edad.Imaginaba que serían parecidos ––bastante ex-traños según algunos–– a como él había sido dejoven.

––Este tipo ––dijo M’Turk con convicción––

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es el cerdo gadareno97.Pero tenían que recordar que no siempre

iban a ser pequeños. Se convertirían en adultos,porque los chicos de hoy son los hombres demañana, y la justa fama de su glorioso país na-tal dependía de esos hombres del mañana.

––Si esto sigue así, queridos oyentes, va aser mi penosa obligación devolver este saldo ––Stalky exhaló un fuerte suspiro por la nariz.

––No puedes hacerlo ––dijo M’Turk––. Nocobra nada por su Romeo.

Y por eso tenían que pensar en los deberesy responsabilidades de la vida que se abría de-lante de ellos.

La vida no se limitaba a... enumeró algunosjuegos, y, para que el impacto de su cadenciafuese máximo, añadió «las canicas».

97 El cerdo gadareno: Se refiere a un episocio delos Evangelios en que unos demonios, expulsadospor Jesús de la región de Gadara, entran en unoscerdos que se lanzan al mar y mueren ahogados. (N.del T.)

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––Sí, la vida no es ––dijo–– un juego de ca-nicas.

El ambiente se tensó súbitamente ––los máspequeños casi gritaron–– cargándose de unhorror estremecido. ¡Era un hereje, un descas-tado, más allá del límite extremo de lo tolera-ble, maldito ante todos los hombres! Stalky setapó la boca con las manos. M’Turk, con miradaalegre y luminosa, saboreaba cada palabra, yBeetle expresaba aprobación asintiendo solem-nemente.

Algunos de ellos, indudablemente, tendríandentro de pocos años el honor de servir a laReina y llevar una espada. El mismo conocíaestos deberes, pues había servido como mayoren un regimiento de voluntarios, y le alegrabasaber que ellos también habían establecido uncuerpo de cadetes. El establecimiento de tal ins-titución fomentaba el desarrollo de un espíritusano e idóneo que, al desarrollarse, sería muybeneficioso para la patria que amaban y a laque estaban tan orgullosos de pertenecer. Al-

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gunos de los presentes estaban deseando ––nole cabía la menor duda––, más aún, esperabanardientemente, el momento de dirigir a sushombres contra las balas de los enemigos deInglaterra; el momento de batirse en el campodel honor con todo el orgullo de su joven hom-bría.

El pudor de un chico es diez veces más pro-fundo que el de una señorita, pues ella estáhecha sólo para una cosa por la ciega naturale-za mientras que el hombre está hecho para va-rias. Con mano larga y saludable el oradorrompió estos velos y los pisó bajo los pies bien-intencionados de la elocuencia. Con voz roncagritó sobre asuntos sin importancia, como laesperanza de honor y el sueño de gloria, de losque los chicos no hablan ni con sus amigos másíntimos; gozosamente seguro de que, hasta quele oyeron a él, nunca habían pensado en esasposibilidades. Les habló de objetivos brillantesque quedaron tiznados por las huellas de susdedos. Profanó los más secretos rincones de sus

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almas con alaridos y gesticulaciones. Les recor-dó las hazañas de sus antepasados hasta que sepusieron rojos como tomates. Algunos de ellos––la voz lancinante cortó una inmovilidadhelada–– habrían tenido parientes que murie-ron en defensa de su país. No pocos recordaronuna vieja espada en un pasillo o encima de lamesa del comedor, vista y tocada a hurtadillasdesde que aprendieron a andar. Les animó aemular sus ilustres ejemplos; y ellos miraban entodas las direcciones sintiéndose extremada-mente incómodos.

La edad les impedía incluso representarseclaramente sus propios pensamientos. Sentíanvagamente que estaban siendo ultrajados porun gordinflón que creía que las canicas era unmero juego.

Y así siguió avanzando en su perorata ––que, por cierto, repitió más tarde con enormeéxito en un mitin electoral–– mientras ellosaguantaban sentados, sonrojados, inquietos yenfadados. Muchas palabras después, cogió el

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palo envuelto en un trapo y se puso una manoen el pecho. ¡Este, éste era el símbolo concretode su patria, digno de todo honor y respeto!Que nadie mirase esta bandera sin propornerseañadir méritos a su imperecedero esplendor. Ladesplegó delante de ellos, una gran bandera deInglaterra de percal con sus tres colores brillan-tes, y se quedó inmóvil esperando el aplausoatronador que debería coronar su esfuerzo.

Los chicos miraron en silencio. Ciertamentehabían visto antes esa cosa, abajo en el puestode los guardacostas, o por el telescopio, izada amedio mástil cuando algún bergantín se acer-caba a la costa de Braunton; sobre el tejado delclub de golf y en la ventana de la tienda deKeyte, en la cual se vendía una marca de dulcesen cuyos envoltorios estaba impresa. Pero elcolegio nunca la exhibía; no era parte de suvida diaria; el director nunca la había mencio-nado; sus padres no les habían explicado susignificado. Era un asunto misterioso, sagradoy reservado. ¿Qué pretendía conseguir hacien-

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do esa pantomima, agitando ese horror ante susojos? ¡Ya está! Seguro que estaba borracho.

El director salvó la situación poniéndoserápidamente de pie para darle las gracias, peroantes de que pudiera decir nada la escuelarompió a aplaudir furiosamente de puro alivio.

––Y estoy seguro ––concluyó, con la luz delas lámparas de gas iluminándole la cara depleno–– de que agradecéis como yo de todocorazón a Mr. Martin la c garla tan interesanteque nos ha dado.

Nunca sabremos qué pasó de verdad. El di-rector jura que no hizo nada parecido; o que, silo hizo, debió de ser por habérsele metido algoen el ojo; pero los que allí estaban aseguran queles guiñó un ojo, clara y solemnemente, des-pués de decir la palabra «interesante». Mr.Raymond recibió el aplauso que esperaba. Co-mo dijo más tarde:

––Hablando sin vanidad, creo que mis bre-ves palabras les llegaron al corazón. No sabíaque los chicos pudiesen entusiasmarse tanto

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con estos temas.Salió al sonar la campana de las oraciones, y

los chicos se pusieron en fila a lo largo de lapared. La bandera seguía desplegada en el pu-pitre; Foxy la contemplaba con orgullo, porquela elocuencia de Mr. Martin le había emociona-do profundamente. El director y los profesores,de pie en la tarima, no podían ver el notorioultraje, pero un prefecto salió de la fila, la enro-lló rápidamente y con la misma velocidad laguardó en un cajón.

En ese momento, como si hubieran apreta-do un botón, comenzó un suave murmullo desatisfacción que se convirtió poco a poco en unarápida y ligera salva de aplausos.

Hablaron del discurso en los dormitorios.La unanimidad era absoluta. IndudablementeMr. Raymond Martin era una persona de bajaextracción que se había criado en un internadodonde se juega a las canicas. Era además ––sólomencionaremos unas pocas de la gran cantidadde cosas que le llamaron–– un pájaro aleteante,

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un ridículo apestoso, un barrigudo agitaban-deras (ésta fue la aportación de Stalky) y alunas otras cosas que no nos parece adecuadotranscribir en este momento.

El cuerpo voluntario de cadetes se presentóel lunes siguiente deprimido y con cara de ver-güenza. Incluso en ese estado, un diplomáticosilencio podría haber mantenido las cosas comoestaban.

Pero Foxy dijo:––Después de un discurso tan bueno como

el de la tarde del sábado, deberíais reanudar lainstrucción con bríos renovados. No sé cómovais a poder evitar ahora el salir a desfilar alaire libre.

––¿No podemos evitarlo de ninguna mane-ra, Foxy? ––el suave y respetuoso tono de Stal-ky debería haberle puesto en guardia.

––No. Sobre todo después de habernos re-galado tan generosamente esa bandera Mr.Martin. Me dijo antes de irse esta mañana queno tenía ninguna objección a que el cuerpo la

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adoptase como propia. Es una bonita bandera.Stalky puso su rifle en el armero silencio-

samente y se quedó fue–– ,a de la formación.Hogan y Ansell siguieron su ejemplo. Perownedudó:

––Escuchad, ¿no creéis que deberíamos... ––empezó.

––La sacaré del cajón en seguida ––dijo deespaldas el sargento––. Entonces podremos...

––¡Venga! ––gritó Stalky––. ¿A qué diablosesperáis? ¡Disolveos! ¡Romped filas!

––¿Cómo? ¿Qué...? ¿Dónde...?El ruido de los fusiles al ser colocados en el

armero ahogó su voz. Los chicos estaban aban-donando la formación uno detrás de otro.

––Yo... le tendré que informar de esto al di-rector ––tartamudeó.

––Infórmale, entonces, y vete a la porra ––gritó Stalky lívido de ira, y salió corriendo.

––¡Qué cosa más rara! ––dijo Beetle aM’Turk––. Estaba en el estudio haciendo unpoemita sencillamente adorable sobre el barri-

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gudo agitabanderas y Stalky entró. Le dije«¡hola!» y se puso a insultarme y luego empezóa llorar como un loco. Apoyó la cabeza en lamesa y aulló durante un rato. ¿No crees quesería mejor hacer algo?

M’Turk se preocupó.––Puede que se haya dado un golpe en la

cabeza. Lo encontraron con los ojos muy bri-llantes y silbando.

––¿Picaste, Beetle? Sabía que lo conseguiría.¿A que fue una buena actuación? ¿Verdad quete creíste que estaba llorando? ¿Verdad que lohice bien? ¡Oh, viejo burro gordo! ––y empezó atirarle a Beetle de las orejas y a pellizcarle lasmejillas de la manera que se llamaba técnica-mente «ordeñar».

––Yo sabía que estabas llorando ––contestóBeetle sin perder la compostura––. ¿Por qué noestás en la instrucción?

––¿Instrucción? ¿Qué instrucción?––No te hagas el tonto. La instrucción en el

gimnasio.

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––Porque ya no hay. El cuerpo voluntariode cadetes está disuelto, licenciado, muerto,podrido, corrupto, ya huele mal. Y si me siguesmirando así, Beetle, te voy a matar a ti tam-bién... Ah, sí, me van a llevar al director pordecir palabrotas.

EL ÚLTIMO TRIMESTRE

Faltaban pocos días para las vacaciones, pa-ra los exámenes finales del trimestre y, más im-portante todavía, para la salida del númerocorrespondiente del periódico del colegio, queBeetle se encargaba de publicar. Había acepta-do ese trabajo por las lisonjas de Stalky yM’Turky el extremo rigor le la ley de estudios.Una vez instalado en su oficina descubrió, co-mo todos sus antecesores en el puesto, que suobligación consistía en hacer todo el trabajo yrecibir todas las críticas. Stalky lo bautizó Elpatriota de Swillingford, en recuerdo piadoso deSponge, y M’Turk lo comparaba desfavorable-

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mente con las publicaciones de Ruskin y DeQuincey. Sólo el director se mostraba algo inte-resado, y sus métodos eran originales. Permitióa Beetle usar su biblioteca forrada demarrón y que olía a tabaco sin prohibirle niaconsejarle nada. Allí Beetle disponía de ungran sillón, un tintero de plata y una cantidadilimitada de plumas ypapel. Había decenas y decenas de dramatur-gos antiguos; estaban los viajes de Hakluyt98;traducciones francesas de unos autores mosco-vitas llamados Pushkiny Ler montoff99 ; relatosbreves turbadores y violentos, llenos de extra-ñas canciones y escritos por un tal Peacock100;

98 Richard Hakluyt: Célebre geógrafo inglés(1553-1616). (N. del T.)

99 Alexander Sergeevich Pushkin Mijail Lermon-toff: Escritores rusos de la primera mitad del sigoXIX. (N. del T.)

100 Thomas Love Peacock (1785-1866): Poeta líri-co y novelista inglés. (N. del T.)

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estaba el Lavengro de Borrow101; un volumenraro, supuestamente una traducción de algollamado una Rubaiyata102, que según el directorera un poema cuyo verdadero valor todavía nohabía sido reconocido; había cientos de volú-menes de poesía: Crashaw, Dryden, Alexander,Smith, L. E. L., Lydia Sigourney, Fletcher y unaisla púrpura, Donne, el Fausto de Marlowe103 y

101 George Borrow (1803-1881): Filólogo, escritory viajero inglés. Su Lavengro es una especie de auto-biografía. (N. del T.)

102 Rubaiyata: Poema del poeta persa OmarKhayyam, traducido al inglés por EdwardFitzgerald entre 1859 y 1868. (N. del T.)

103 Richard Crashaw (¿1613?-1649): Poeta líricoinglés. John Dryden (1631-1700): Poeta lírico y críti-co inglés. Alexander Smith (1830-1867): Poeta esco-cés. L. E. L.: Letitia E. Landon (1802-1838), poeta ynovelista inglesa. Lydia Sigourney (1791-1865): Poe-ta norteamericana. Phinneas Fletcher (1582-1650):Poeta inglés cuya obra más importante es La islapúrpura. John Donne (1572-163 1): Poeta lírico inglés.

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––esto le produjo a M’Turk, a quien Beetle se loprestó, una borrachera de tres días–– Ossian104;El paraíso terrenal, Atalanta en Calydon y Rosset-ti105, por nombrar sólo algunos. El director, queentraba de vez en cuando con la excusa de su-pervisar el periódico, le leía versos sueltos deestos poetas, abriéndose a Beetle verdaderasavenidas literarias. Y„ respirando cal-madamente, con los ojos medio cerrados y uncigarro encendido, hablaba sobre algunosgrandes hombres vivos y sobre los periódicos,

Cristopher Marlowe (1564-1593): Poeta dramáticoinglés. (N. del T.)

104 Ossian: Legendario poeta y guerrero gaélicodel siglo III. El llamado «ciclo de Ossian» es unaserie de antiguos cantos épicos publicados con reto-ques en el silo XVIII. (N. del T.)

105 El paraíso terrenal: Colección de poemas delinglés William Morris (1834––1896). Atalanta en Ca-lydon: Obra del escritor inglés A. C. Swinburne(1837––1909). Dante Gabriel Rossetti (1828––1882):Pintor y poeta lírico inglés. (N. del T.)

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hacía mucho desaparecidos, que habían funda-do en su turbulenta juventud; de años en quetodos estos poetas eran sólo pequeñas estrellasrecién nacidas que intentaban encontrar su lu-gar en el inhóspito vacío, y él, el director, loshabía conocido. Así que los estudios normalesde Beetle quedaron totalmente marginados alestar éste volcado en otros asuntos, atesorandosaber en secreto. Y sólo hablaba de ello a vecescon M’Turk por la tarde, en la arena de la pla-ya, caminando altiva y soñadoramente alrede-dor de los restos de un galeón de la Armada106,gritando y declamando frente al mar lleno dearrecifes.

Debido en parte a la desconfianza de su jefede casa, los tres habían sido pasados por altodurante tres trimestres consecutivos a la hora

106 «La Armada» (en español en el original): La«Armada Invencible», flota que Felipe II de Españaenvió en 1558 contra Isabel de Inglaterra. Fue des-truida en su mayor parte por una tempestad y elresto por el almirante Drake. (N. del T.)

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de elegir prefectos, un puesto que se otorgabapor méritos y que daba derecho a usar, conrestricciones, la vara de fresno.

––Pero ––dijo Stalky––, pensad en ello, noshemos reído más de los de sexto desde que nonos han hecho prefectos que cualquier otro enlos últimos siete años.

Se tocó el cuello orgullosamente. Ostentabael más duro de los cuellos de camisa que, segúndictaba la costumbre, era patrimonio exclusivode los de sexto. Y éstos veían esos cuellos y noabrían la boca. «Pussy» Abenazar o Dick Cua-tro, que habían estado en sexto el año anterior,les habrían obligado a quitárselos in-mediatamente si no querían... Pero el sexto cur-so de ese trimestre estaba compuesto princi-palmente por chicos over_––es, pero brillantes einteligentes, muy estimados por los jefes decasa, demasiado celosos de su dignidad comopara enfrentarse abiertamente a esos tres chicostan llenos de recursos. Así que éstos se poníanla gorra en la coronilla en vez de inclinada so-

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bre un ojo, como solían hacer los de quinto,lucían botas de cuero entre semana y maravi-llosas corbatas de fantasía los domingos sin quenadie protestara. M’Turk quería entrar en Coo-per’s Hill107 y Stalky en Sandhurst en primave-ra; y el director les había dicho que, como no sehundieran estrepitosamente en vacaciones, loconseguirían sin problemas. Como un domadorde potros, el director no solía equivocarse alcalcular las posibilidades de éxito de sus pupi-los.

Había estado hablando a solas con Beetleese día Y dándole muy buenos consejos, queBeetle había olvidado por completo cuandollegó al estudio, pálido de emoción, y empezó acontar la maravillosa historia. Hacía falta mu-cha fe para creerla.

––¿Empiezas con cien al año? ––dijo seca-

107 Cooper’s Hill: Sobrenombre del Colegio RealIndio de Ingenieros Civiles, situado cerca de Lon-dres. (N. del T.)

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mente M’Turk––. ¡Vaya porquería!¡Y me pagan el viaje! Todo está arreglado.

El director dice que llevaba mucho tiempo bus-cándome esto, y yo no tenía ni idea, ni la másremota idea. Uno no empieza a escribir desde elprincipio, ya sabéis. Se empieza mandandotelegramas y recortando cosas de los periódicoscon tijeras.

––¿Con tijeras? Vas a armar una buena ––dijo Stalky––. Pero en cualquier caso éste estambién tu último trimestre. Siete años... y nosomos prefectos.

––No han estado tan mal estos años, ¿eh? ––dijo M’Turk––. Me va a dar pena irme del viejocolegio. ¿A vosotros no?

Miraron las olas espumeantes rompiendoen la playa en la clara luz invernal.

––Me pregunto dónde estaremos dentro deun año ––dijo Stalky distraídamente.

––Y dentro de cinco ––dijo M’Turk.––Ah ––dijo Beetle––, lo de que me voy es

un secreto. El director no se lo ha contado a

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nadie. Lo sé porque Prout me ha dicho que sifuera un poco razonable podría ser prefecto eltrimestre que viene. Debe de estar harto de losque tiene ahora.

––Vamos a acabar nuestra estancia aquíhaciéndoles algo a los de sexto, ¿vale? ––propuso M’Turk.

––¡Pequeños escolares tiñosos! ––dijo Stal-ky, que ya se consideraba un cadete de Sand-hurst––. ¿Para qué?

––Por el efecto moral ––contestó––. Pode-mos crear una tradición imperecedera y todasesas cosas.

––Mejor sería ir a Bideford a pagar nuestrasdeudas ––dijo Stalky––. Mi padre me ha man-dado tres libras ad hoc108. Sólo debemos treintachelines, de todas formas. Ve a ver al director,Beetle, y pídele permiso ara salir. Di que quie-res corregir El patriota de Swillingford.

––Es que es verdad que quiero corregirlo ––

108 Ad hoc: «Para esto», en latín. (N. del T.)

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dijo Beetle––. Va a ser mi último número y megustaría que saliera bien. Se lo diré antes de lacomida.

Diez minutos más tarde salieron uno detrásde otro con permiso para no estar cuando pasa-sen lista a las cinco, con toda la tarde a su dis-posición. Desafortunadamente Beetle se encon-tró con King, que nunca podía dejar sus inge-niosidades. Pero batallones enteros de Kings nopodrían conseguir que Beetle se enfadara esedía.

––¡Ajá! Disfrutando de la alta literatura,¿no, amigo mío? ––dijo frotándose las manos––.Las matemáticas vulgares no son para unamente tan sutil como la tuya, supongo.

«Cien libras al año», pensaba Beetle son-riendo abstraídamente.

––Nuestra abierta incompetencia se refugiaen las floridas sendas de la infiel ficción. Pero eldía del juicio se acerca, mi querido Beetle. Yomismo he elaborado algunas insignificantespreguntitas de prosa latina de las que incluso tú

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no te podrás evadir con toda tu experiencia enlas artes del engaño. Sí, prosa latina. Creo, si seme permite opinar así, y veremos si es ciertocuando los exámenes estén preparados, queUlpiano109 te va a sentar muy bien. ¡Ajá! Eluces-cebat110, dijo nuestro amigo. ¡Veremos lo quepasa! ¡Veremos lo que pasa!

Ninguna reacción por parte de Beetle. Esta-ba navegando en un vapor, con pasaje para elancho y maravilloso mundo, mil leguas111 másallá de la isla de Lundy.

King le dejó dando un gruñido.«No lo sabe. Seguirá corrigiendo exámenes,

burlándose y luciéndose delante de los peque-ños el trimestre que viene... y el otro.» Beetle sedio prisa para alcanzar a sus compañeros en el

109 Ulpiano (170-228): Jurisconsulto romano, ri-guroso y amante de la justicia. (N. del T.)

110 Elucescebat: «Amanecía», en latín. (N. del T.)111 Legua: Unidad usada para expresar distan-

cias en vías o caminos equivalente a 5.572,7 metros.(N. del T.)

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empinado sendero de la colina llena de mato-rrales que había detrás del colegio.

Tiraron algunas piedras al gasómetro, y elencargado, totalmente manchado de negro, lesgritó que parasen de una vez. Observaron có-mo engrasaba una llave que estaba hundida enun hueco entre dos arbustos.

––Cockey, ¿para qué sirve eso? ––dijo Stal-ky.

––Para mandaros el gas a vuestras cocinas ––dijo Cokey––. Si yo no la mantuviese abierta,jóvenes caballeros, tendríais que estudiar a laluz de una vela.

––¡Humm! ––dijo Stalky, y se quedó en si-lencio durante más de un minuto.

––¡Hola! ¿Dónde vais, chicos?Al tomar una curva del camino se encontra-

ron cara a cara con Tulke, prefecto principal dela casa de King, un chico bajito, con pelo blan-co, del tipo que hacen prefecto por su intelecto,y que después siempre tiene que recurrir aldirector para que apoye su autoridad cuando el

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celo ha sido mayor que la discreción.No le hicieron ni caso. Tenían permiso para

salir. Tulke repitió la pregunta impacientemen-te, pues el estudio número cinco le había humi-llado muchas veces y creía que por fin los habíacogido con las manos en la masa.

––¿A ti qué te importa? ––contestó Stalkycon su sonrisa más dulce.

––Oídme bien, no voy... ¡no voy a dejar quelos de quinto me toméis el pelo! ––farfulló Tul-ke.

––Entonces deja de decir tonterías y convo-ca una reunión de prefectos ––dijo M’Turk, queconocía la debilidad de Tulke.

El prefecto se quedó mudo de rabia.––No debes gritar así a los de quinto ––dijo

Stalky––. Es de muy mala educación.––¡Calla la boca, patoso! ––dijo M’Turk

tranquilamente.––Yo..., yo lo que quiero es que me digais

qué estáis haciendo fuera de los límites ––estoblandiendo amenazadoramente su vara de pre-

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fecto.––¡Ah, bueno! ––dijo Stalky––. Ahora está

más claro. ¿Por qué no lo has preguntado an-tes?

––Bueno, lo pregunto ahora. ¿Qué estáishaciendo?

––Te estamos admirando, Tulke ––dijo Stal-ky––. Pensamos que eres un tipo estupendo entodos los sentidos. ¿Verdad?

––¡Claro que sí! ¡Sí, claro! ––un coche llenode chicas apareció en la curva, y Stalky se arro-dilló ante Tulke en actitud de oración. Tulke sesonrojó.

––Tengo razones para creer... ––empezó.¡Oyez! ¡Oyez! ¡Oyen112 ––gritó Beetle imitan-

do al pregonero de Bideford––. ¡Tulke tienerazones para creer! ¡Tres hurras por Tulke!

Tres hurras fueron dados.––Esto es para expresar nuestra admiración

sin límites por ti ––dijo Stalky––. Ya sabes cuán-

112 Oyez: «Escuchad», en francés. (N. del T.)

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to te queremos. Te queremos tanto que nos pa-rece que lo mejor sería que te fueras a casa y temurieras. Eres demasiado bueno para vivir.

––Sí ––dijo M’Turk––. Haznos el favor demorirte. ¡Piensa qué adorable estarías en el ata-úd!

Tulke desapareció por la carretera con mi-rada torva.

––Eso significa una reunión de prefectos,segurísimo ––dijo Stalky––. El honor de sextoestá en juego y todo eso. Tulke se dedicará aescribir notas después de comer y Carson nosllamará después del té. En este caso no van apoder hacer la vista gorda.

––¡Os apuesto un chelín a que nos sigue! ––dijo M’Turk––. Es un enchufado de King, ysería una victoria para los dos si nos cogiesehaciendo algo prohibido. Hoy tenemos que serunos buenos chicos.

––Entonces vamos al mesón de mamá Yeo adarnos la última comilona. Le debemos diezpeniques, y Mary va a llorar amargamente

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cuando sepa que nos vamos ––dijo Beetle.––Pues a mí me dio un buen golpe en la ca-

beza la última vez que fuimos ––dijo Stay.––Lo hace si uno no se agacha a tiempo ––

dijo M‘Turk––. Pero normalmente devuelve losbesos que se le dan. Vamos a ver a mamá Yeo.

Entraron en una pequeña casita antigua,como de unos doscientos años, con ventanas decristal verde, medio lechería medio restaurante,que estaba al fondo de una estrecha callejuela.Eran clientes asiduos desde su época de fags, ymuy amigos de la casa.

––Hemos venido a pagar nuestras deudas,mamá ––dijo Stalky rodeando con su brazo lascincuenta y seis pulgadas de cintura de la seño-ra de la casa––. A pajar nuestras deudas y adecir adiós.. y... tenemos un hambre tremendo.

––¡Eh! ––dijo mamá Yeo––. ¡Galanteandoconmigo! Me avergüenzo de vosotros...

––Tenga en cuenta que no lo haríamos siMary estuviera aquí ––dijo M’Turk adoptandoel acento del norte de Devon que los chicos

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usaban en sus correrías.––¿Quién está tomando mi nombre en va-

no? ––la puerta interior se abrió y por ella apa-reció Mary, ruda, con ojos azules y mejillas ro-jas como manzanas, con un tazón de nata en lasmanos. M’Turk la besó. Beetle le imitó con cal-ma ejemplar. Ambos recibieron sendos bofeto-nes.

––Nunca beses a la doncella si puedes besara la señora ––dijo Stalky guiñándole el ojo sinvergüenza a mamá Yeo a la vez que inspeccio-naba un estante lleno de botes de mermelada.

––¡Hombre, por fin uno que no es aficiona-do a las tortas! ––dijo Mary mirándole provoca-tivamente.

––¡Nada de eso! A mí me besan cuando yoquiero ––dijo Stalky de espaldas.

––¿Yo? ¡Ni loca! Habrase visto, el creído...––No he dicho nada de ti. En Northam hay

miles de chicas. Sí, y en Appledore ––un sorbe-tón irreproducible, medio de desprecio, mediode añoranza, cerró la réplica.

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––¡Vaya! Nunca llegarás a nada. Pero ¿quéhaces oliendo la nata?

––Está podrida ––dijo Stalky––. Mira, huéle-la.

Mary hizo incautamente lo que le pedían.––Los besos de Bidevoor no son desdeña-

bles––dijo Stalky dándole uno a Mary sin reci-bir ningún golpe a cambio.

––Tú..., tú..., tú... ––balbuceó Mary más quecontenta.

––Son mejores los de Northam, más ricos,como... Y además te los devuelven ––dijo,mientras M’Turk bailaba solemnemente un valscon mamá Yeo, que estaba casi sin respiración,y Beetle le contaba a Mary las malas noticias. Sesentaron ante un festín de nata batida, merme-lada y pan caliente.

––Sí. Nunca más nos vas a volver a ver, Ma-ry. Vamos a ser pastores y misioneros.

––¡Atención todos! ––dijo M’Turk mirandopor las rendijas de la persiana––. Tulke nos haseguido. Está llegando por la calle.

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––Nunca nos han puesto fuera de los límites––dijo mamá Yeo––. No os preocupéis, queridi-tos míos ––se fue al cuarto interior para hacer lacuenta.

––Mary ––dijo Stalky de repente con inten-sidad trágica––. ¿Me quieres, Mary?

––¡Sí, claro! ¡Te lo llevo diciendo desde queeras así de alto! ––contestó la damisela.

––Entonces, ¿ves a ese que viene por la ca-lle? ––Stalky señaló a Tulke, que no se dabacuenta de nada––. Nunca le ha besado ningunachica desde el día que nació, Mary. ¡Es una ver-güenza!

––¿Y qué tiene que ver eso conmigo? Ya lellegará la hora, digo yo ––miró a Stalky perspi-cazmente––. No pretenderás que le dé un beso,¿verdad?

––Te doy media corona si lo haces ––dijoStalky enseñándole la moneda.

Media corona era mucho para Mary Yeo, yle tentaba gastar una broma; pero...

––Te da miedo ––dijo M’Turk en el momen-

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to psicológico.––¡Sí! ––Beetle le secundó aprovechando el

punto débil de Mary––. Ninguna chica deNortham lo pensaría dos veces. ¡Y siendo túuna chica tan guapa!

M’Turk apoyó un pie contra la puerta inter-ior por si mamá Yeo volviera inoportunamente,porque Mary ya estaba decidida. Fue entoncescuando Tulke encontró su camino obstaculiza-do por una alta chica de Devon, ese país debesos fáciles, los más agradables bajo el sol. Seapartó educadamente. Ella reflexionó un mo-mento y posó una gran mano en el hombro delprefecto.

––¿Dónde vas, querido?A pesar del enorme pañuelo que se había

metido en la boca, Stalky pudo ver cómo elchico se ponía de color escarlata.

––¡Dame un beso! ¿Es que no te enseñanmodales en el colegio?

Tulke tragó saliva y se dio la vuelta. Mary ledio dos besos solemnes y concienzudos, y el

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infortunado chico salió corriendo.Mary volvió a la tienda con expresión de to-

tal asombro.––¿Le has besado bien? ––dijo Stalky dán-

dole el dinero prometido.––¡Sí, claro! Pero no parecía del colegio. Es-

tuvo a punto de echarse a llorar.––Eso no nos pasaría a nosotros. Tú no po-

drías hacernos llorar de esa manera ––dijoM’Turk––. Inténtalo.

En vista de lo cual, Mary los persiguió portoda la tienda dando bofetones a diestro y si-niestro.

––No creo que vaya a haber una reunión deprefectos.

––¿No? ––dijo Beetle––. Escuchad. Si él labesó, que es lo que diremos nosotros, es unmarrano cínicamente inmoral, y su conductauna indecencia clamorosa. Confer orationes Regisfuriosissimi113 cuando me pilló leyendo Don

113 Confer orationes Regis furiosissimi: «Transmite

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Juan114.––Claro que la besó ––dijo M`Turk––. En

medio de la calle. ¡Con la gorra de su casa pues-ta!

––A las cuatro menos tres minutos exacta-mente. Acordaos de eso. ¿Qué pasa, Beetle? ––dijo Stalky.

––Pues que como es uno de esos bichos quedicen siempre la verdad, igual le da por confe-sar que sí que le besaron.

––¿Y qué? Mejor.––¿Cómo que y qué? ––Beetle se estremecía

de regocijo con sólo imaginárselo––. ¿No te dascuenta? La conclusión que se sigue lógicamentees que los de sexto no se saben proteger delultraje y la violación. ¡Necesitan niñeras quecuiden de ellos! Sólo tenemos que insinuar esto

las palabras del más furioso de los reyes», en latín.(N. del T.)

114 Don Juan (en español en el original): Poemaque el poeta inglés Lord Byron (1788-1824) comenzóen 1818 y dejó sin terminar. (N. del T.)

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en el colegio; entonces... ¡Juerga para sexto! ¡Yjuerga para vosotros! ¡Pase lo que pase va a serdivertido!

––¡Bien! ––dijo Stalky––. Nuestro últimotrimestre está terminando muy bien. Venga, veahora a acabar tu periodicucho, y Turkey y yo teecharemos una mano. Vamos por detrás. Nohace falta molestar a Randall.

––Pero no me desordenéis todo, ¿eh? ––Beetle sabía lo que podía esperar de su ayuda,pero no le disgustaba en absoluto mostrar a susaliados lo importante que era. El pequeño des-ván que había detrás de la imprenta de Randallera su territorio, desde donde se veía ya a símismo dirigiendo el ‘Times’115. Aquí, siguiendolas orientaciones del entintado aprendiz, sehabía acostumbrado a arreglárselas con más omenos trabajo con la caja de los tipos, y se con-sideraba un experto cajista.

115 The Times de Londres, fundado en 1785, es elmás prestigioso diario británico. (N. del T.)

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Los moldes acuñados del periódico del co-legio descansaban sobre una mesa al lado deuna prueba; pero Beetle no estaba dispuesto deninguna manera a corregir unas meras pruebas.Con un macillo y unas pinzas quitó algunasmisteriosas cuñas de madera que dejaron elmolde libre, sacó una letra de aquí y metió otraallá, leyendo todo lentamente y deteniéndosecon mucha frecuencia para reise de sus propiasocurrencias.

––No te pondrás tan chulo ––dijo M’Turk––cuando tengas que hacerlo para ganarte la vida.Déjame ver si puedo leerlo.

––¡Fuera! ––dijo Beetle––. Lee esos moldesque están en la rama si te crees que sabes tanto.

––¡Moldes en una rama! ¿Qué es eso? ¡Noseas tan exageradamente profesional!

M’Turlk se dedicó con Stalky a merodearpor la oficina. Dejaron pocas cosas donde esta-ban antes.

––Ven aquí un momento, Beetle. ¿Qué es es-to? ––dijo Stalky algunos minutos después––.

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Tiene un aspecto familiar.––Es el examen de prosa latina de King ––

dijo Beetle después de echar un vistazo––. In...in Verrem: actio prima116. ¡Menudo descubri-miento!

––¡Imagínate cuántos chicos de alma pura ymente elevada darían un brazo por poder ver loque estamos viendo nosotros! ––dijo M’Turk.

––No, querido Willie ––dijo Stalky––; esoestaría feo y les sentaría mal a nuestros amablesprofesores. Tú nunca harías trampas en unexamen, ¿verdad?

––De todas formas no se entiende nada ––fue la respuesta––. Además, nos vamos al finaldel trimestre, así que a nosotros nos da igual.

––¿Os acordáis de lo que hizo Bloomer elconsiderado con los sabuesos de Puffington?117.

116 In Verrem: actio prima: «Dedicado a Verres(gobernador de Sicilia atacado por Cicerón): actoprimero», en latín. (N. del T.)

117 Se refiere a un episodio del libro Las aventurasde Jorrocks, de R. S. Surtees (ver notas 3 y 8 del capí-

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Vamos a ayudar un poco a King ––dijo Stalky,exultante con un gozo diabólico––. A ver qué eslo que puede hacer Beetle con esos fórceps delos que está tan orgulloso.

––No creo que la prosa latina pueda liarsemás de lo que ya lo está por naturaleza, pero sehará lo que se pueda ––dijo Beetle, intercam-biando los puestos de un aliud y un Asiae.

––¡Vamos a ver! Pongamos este punto unpoco más allá, para que la frase empiece con lasiguiente mayúscula. ¡Bien! Podemos subir es-tas tres líneas en bloque.

––«Uno de esos descansos científicos porlos que este eminente cazador es celebrado tanjustamente» ––Stalky se sabía el episodio dePuffington de memoria.

––¡Mira! Aquí hay un vol... voluntate quid-nam muy interesante ––dijo M’Turk.

––Sí, ahora mismo... Quidnam va detrás de

tulo primero), que va a citar continuamente en laspáginas siguientes. (N. del T.)

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Dolabella.––El viejo Dolabella ––murmuró Stalky––.

Ten cuidado. Qué prosa infame la de Cicerón,¿verdad? Debería estarnos agradecidos por...

––¡Atención! ––dijo M’Turk intentando des-cifrar otro molde ––¿Qué os parece una oda?Qui... quis..., eh, es la de Quis multa gracilis, cla-ro.

––Tráela aquí. Esto ya está arreglado ––dijoStalky después de unos minutos de trabajo afa-noso––. «No pegues a los perros sin necesidad.»

––¿Quis Munditiis? No está mal, no estámal––dijo Beetle manejando las tenacillas––. ¿Aque suena bien esta pregunta? ¡Heu quoties fi-dem! Suena como si el tipo este estuviera in-quieto y nervioso. Cuiflavana religas in rosa, quésabor se relega a la rosa. Mutatosque Deos flebitin antro.

––Dioses mudos llorando en una cueva ––tradujo Stalky––. Increíble, Horacio necesitaque lo cuidemos tanto como... Tulke.

Siguieron redactando fidedignamente hasta

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que ya no se pudo ver más por la oscuridad.

––«¡Ajá! Elucescebat, dijo nuestro amigo.»¿Viene bien Ulpiano, verdad? Si King puedeaprovechar algo de esto, soy un espantapájaroscon ojos azules ––dijo Beetle mientras salíanpor la ventana a un camino trasero conocidopor ellos desde hacía mucho y emprendían untrote de tres millas hacia el colegio. Pero la revi-sión de los clásicos les había entretenido dema-siado. Se detuvieron, agitados y jadeantes, en-tre los arbustos que había detrás del gasómetro,desde donde se veía parpadear allá abajo lasluces del colegio. Ya llevaban un retraso de másde diez minutos para el té; y debían de habercerrado.

––No hay nada que hacer ––resoploM’Turk––. Os apuesto un chelín a que Foxy estáesperando a los que llegan tarde debajo delfarol del patio. Es un fastidio, porque el direc-tor nos dio permiso para salir y no está bien

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pasarse en estos casos.––«Déjame buscar en el almacén cautivo de

mi conocimiento» ––dijo Stalky.––¡Oh, porras! Deja en paz a jorrock. Vamos

a darnos prisa ––le interrumpió M’Turk.––«Mr. Radcliffe también estaba en contra

de las botas de obispo, pero hablaba maravillasde las de campanas limpiadas con champagney mermelada de albaricoque.» ¿Dónde está esoque Cokey estaba haciendo girar esta tarde?

Le oyeron palpar en medio de la humedady, de repente, contemplaron un gran milagro.Las luces de las casas de los guardacostas, queestaban cerca del mar, se apagaron; las venta-nas brillantemente iluminadas del club de golfdesaparecieron, siendo imitadas en seguida porlas fachadas de los dos hoteles. Las dispersascasas de campo parpadearon un poco y se des-vanecieron. Finalmente, también las luces delcolegio se extinguieron. Se quedaron solos en latotal oscuridad de una ventosa noche de in-vierno.

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––«Mil demonios. Es una helada. ¡Las daliasestán muertas!» ––dijo Stalky––. !A casa!

Se lanzaron entre los calados arbustos,mientras la escuela zumbaba como un enjam-bre enfadado y los comedores gritaban «¡luz!,¡luz!, ¡luz!», hasta que llegaron al borde delcamino que conducía a su estudio. Rápidoscomo balas pero dando botes como chicos queeran, se precipitaron en el estudio, se pusieronunos pantalones y unos abrigos secos en menosde dos minutos y bajaron en zapatillas al tu-multo del comedor, que parecía el epicentro deuna revolución sudamericana.

––«Oscuridad diabólica... y además huele aqueso» ––Stalky se abrió paso a codazos entrela muchedumbre exigiendo más luz como to-dos––. Cokey debe de haberse ido a dar unavuelta. Foxy va a tener que ir a buscarle.

Prout intentaba, como jefe de casa, restaurarel orden, pues algunos chicos maleducadosestaban tirando bolas de mantequilla en mediodel caos, y M’Turk había volcado la tetera de

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los fags, de manera que muchos se habían que-mado y lloraban de dolor no fingido. Los detercero y cuarto entonaban la canción del co-legio «Viva la compañía», con acompañamientode mangos de cuchillos golpeados contra lamesa; y los más pequeños chillaban como mur-ciélagos y se quitaban mutuamente la comida.Doscientos cincuenta chicos en plenitud de fa-cultades en busca de más luz son una masaimposible de controlar.

Cuando un olor a gas mareante demostróque el suministro había sido reanudado, Stalky,con el chaleco desabrochado, estaba sentado,ahíto, ante la que hubiera sido su cuarta taza deté.

––Y todo va bien ––dijo––. ¡Eh! ¡Aquí llegaPomponius Ego!

Era Carson, el jefe de los prefectos, una per-sona sencilla e íntegra, pilar fundamental delequipo de fútbol, que se acercó a ellos desde lamesa de los prefectos y los invitó, con voz ron-ca y oficial, a pasarse por su estudio media hora

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más tarde.––¡Reunión de prefectos! ¡Reunión de pre-

fectos! ––el murmullo se extendió por todas lasmesas, que empezaron a imitar exageradamen-te las acciones y efectos de las varas de fresnoen funcionamiento.

––¿Cómo les tomamos el pelo hoy? ––preguntó Stalky mirando a Beetle–– ¡Hoy tetoca a ti dirigir el juego!

––Mirad ––respondió––. Lo único que ospido es que no os riáis. Me voy a encargar de lainmoralidad del joven Tulke à la King; va a seralgo serio. Si no podéis aguantaros la risa, nome miréis porque seguro que me la pegáis.

––Ajá. Muy bien ––dijo Stalky.Todos los músculos del flaco semblante de

M’Turk se tensaron, y los párpados se entrece-rraron sobre sus ojos. Esto último era una claraseñal de guerra.

Los ocho o nueve prefectos, con expresióngrave y resuelta, estaban sentados en semicír-culo en el estudio severamente amueblado de

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Carson. Tulke no era muy popular entre ellos, yalgunos que conocían más a Stalky y compañíase preguntaban si habría hecho bien o se iba aponer en ridículo. Pero había que defender ladignidad del sexto curso. Así que Carson em-pezó sin perder tiempo:

––Bueno, chicos, os he... os hemos hechovenir para deciros que sois demasiado descara-dos con los de sexto..., es decir, desde hace al-gún tiempo... y... y hemos aguantado todo loque hemos podido, pero parece que habéis es-tado insultando a Tulke en la carretera de Bide-ford esta mañana, y os vamos a demostrar queno lo podéis hacer. Eso es todo.

––Es muy amable por vuestra parte ––dijoStalky––, pero resulta que nosotros tambiéntenemos nuestros derechos. Vosotros no po-déis, sólo porque os hayan hecho prefectos,llamar a unos alumnos de los cursos superiorespara sermonearlos como si fueseis jefes de casa.No somos fags, Carson. Esto puede irle bien aDavies tercero, pero no a nosotros.

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––Además, no somos prefectos desde hacetiempo porque Prout está chiflado, y lo sabéistan bien como nosotros ––dijo M’Turk––. Notenéis ningún tacto.

––Y esto no es todo ––dijo Beetle––. Unareunión de prefectos debe ser comunicada aldirector. Quiero saber si el director respalda aTulke en este asunto,

––Bueno... esto no es exactamente una reu-nión de prefectos––dijo Carson––. Sólo oshemos llamado para advertiros.

––Pero todos los prefectos están aquí ––insistió Beetle––. ¿Cuál es la diferencia?

––¡Cómo! ––dijo Stalky––. ¿Queréis decirque sólo es una advertencia, y para eso noshabéis mandado a buscar delante de toda laescuela a la hora del té y dejándoles convenci-dos de que se trataba de una reunión de prefec-tos? Desde luego, Carson, te estás metiendo enun lío, en un verdadero lío.

––Es un asunto de lo más feo, de lo más feo––dijo

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M’Turk moviendo la cabeza––. Muy sospe-choso.

Los de sexto se miraron unos a otros ner-viosamente. Tulke había convocado tres reu-niones de prefectos en dos trimestres, hasta queel director les había dicho que su cometido eramantener la disciplina sin necesidad de recurrircontinuamente a su autoridad. Ahora parecíaque se habían equivocado una vez más, perocualquier chico se habría olvidado de plantear-se el grado de legalidad de la reunión impre-sionado por la gravedad de la corte. Las protes-tas de Beetle eran una prueba más de su célebredesparpajo.

––Bueno, en cualquier caso os merecéis unapaliza ––gritó un tal Naughten incautamente.Entonces es cuando le llegó la inspiración aBeetle.

––¿Por qué? ¿Por mezclarnos en los amoríosde Tulke? ––éste cambió de color como un ca-maleón.

––¡Oh, no, no puedes! ––dijo; pero Beetle si-

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guió hablando.––Tú ya has tenido tu turno. ¡Han montado

todo esto por haberte insultado sólo para dar-nos un aviso! ¿No es verdad? Ahora nos toca anosotros.

––Yo..., yo... ––Tulke no sabía qué decir––.No permitáis que este diablejo empiece con susinjurias.

––Si tienes algo que decir, Beetle, dilo edu-cadamente.

––¿Educadamente? Vale. Escuchad. Cuandofuimos a Bideford encontramos a este adornodel sexto curso, ¿es eso suficientemente educa-do?, bajando por la carretera con una expresiónfrancamente indecente. Entonces no sabíamospor qué tenía tanto interés en hacernos volver,pero a las cuatro menos cinco, cuando estába-mos en la tienda de Yeo, vimos a Tulke a plenaluz del día, con la gorra de su casa puesta, be-sando y abrazando a una mujer en la calle. ¿Lohe contado educadamente?

––Yo no hice... yo no estaba...

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––¡Nosotros te vimos! ––dijo Beetle––. Yahora..., voy a ser educado, Carson, ... vuelvescon el calor de sus besos en tus labios ––Beetleaprovechó sus recientes lecturas poéticas–– yconvocas reuniones de prefectos que no sontales para defender el honor del sexto curso ––un nuevo y prometedor camino se abrió de-lante de él en ese momento––. ¿Y cómo sabe-mos ––gritó––, cómo podemos saber cuántosmás de sexto están implicados en este abomi-nable suceso?

––Sí, eso es lo que queremos saber ––dijoM’Turk firme y dignamente.

––Queríamos comentarlo contigo en priva-do, Carson, pero te has empeñado en hacer unareunión ––dijo Stalky compasivamente.

Los de sexto estaban demasiado asombra-dos para contestar. Así que Beetle aprovechópara proseguir su ataque imitando cuidadosa-mente la retórica de King, superándose y sor-prendiéndose a sí mismo.

––No..., no tanto la cínica inmoralidad del

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hecho en cuestión cuanto la llamativa obsceni-dad del mismo, eso es lo espantoso. Por lo quea nosotros respecta, nos es imposible ir a Bide-ford sin darnos de narices con los amoríos dealgún prefecto. No hay motivo para reírse ton-tamente, Naughten. No presumo de saber mu-cho sobre estas cosas, pero me parece que unodebe de estar profundamente hundido en elpecado ––eso era una cita del capellán del cole-gio–– cuando llega a abrazar a su amante ––esoera de Hakluyt–– delante de toda la ciudad ––un homenaje a Milton––. Podría por lo menoshaber tenido la buena educación, tema en elque creo que sois expertos, de esperar hasta lanoche. Pero no la tuvo. ¡No la tuviste! Oh, Tul-ke. Tú..., ¡animalito incontinente!

––Eh, cállate un minuto. ¿Qué hay de ciertoen esto que ha contado, Tulke? ––dijo Carson.

––Yo... veréis. Lo siento mucho. Nuncaimaginé que Beetle sacara este tema.

––¡Porque... no tienes... decencia... pensas-te... que yo tampoco la tenía! ––gritó Beetle in-

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dignadamente.––Lo intentabas ocultar todo con el cuento

de una conspiración, ¿no? ––dijo Stalky.––Esto es un insulto tremendo contra noso-

tros tres ––dijo M’Turk––. Tienes una mente delo más sucia.

––Si seguís hablando en ese tono os voy aechar ahora mismo ––dijo Carson enfadado.

––Eso demuestra que es una conspiración ––dijo Stalky con el aire de una virgen mártir.

––Yo... yo iba por la calle... os lo juro ––gritóTulke––, y... lo siento muchísimo..., una mujerse me acercó y me besó. Os juro que yo no labesé a ella.

Se produjo un silencio pesado, interrumpi-do sólo por el largo silbido de desprecio, pasmoy mofa de Stalky.

––Por mi honor ––masculló el acusado––.Oh, que dejen de burlarse de mí.

––Bueno ––intervino M’Turk––. Estamosobligados, por supuesto, a aceptar lo que dices.

––¿Qué pasa aquí? ––rugió Naughten––. Tú

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no eres el jefe de prefectos, M’Turk.––Claro, caro ––contestó el irlandés––. Vo-

sotros conocéis a Tulke mejor que nosotros. Yosólo hablo por nosotros. Nosotros aceptamos lapalabra de Tulke. Lo único que digo es que sime hubierais encontrado a mí en esa situacióntan lamentable y lo hubiera explicado como loha hecho Tulke..., no sé lo que habríais dicho.Pero parece, por la palabra de honor de Tulke...

––Y Tulkus, perdón, Tulkiss118, por supues-to... Tulkiss es un caballero de palabra ––apostilló Stalky.

––¡... parece que los de sexto no pueden evi-tar que los besen cuando van de paseo! ––gritóBeetle elevando de repente el tono del ataque––. Dulce asunto este, ¿no es verdad? Divertidopara contárselo a los fags, ¿eh? Nosotros nosomos prefectos, es cierto, pero tampoco nosvan besando por la calle. No creo que lle-

118 «Tulkiss»: Juego de palabras. Kiss significa«beso» en inglés. (N. del T.)

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guemos a entenderlo nunca, ¿verdad, Stalky?––¡Imposible! ––dijo Stalky, dándose la

vuelta para esconder sus emociones. El rostrode M’Turk sólo expresaba un desdén soberanoy algo cansado.

––Pues parece que sabéis mucho de esteasunto ––replicó un prefecto.

––No podemos evitarlo cuando vosotrosnos lo ponéis delante de las narices ––Beetlecambió el registro hacia una parodia del estilomordaz más coloquial de King, algo así comouna lluvia ligera después de una tormenta eléc-trica––. Todo esto es bastante vil y desgraciado,¿no os parece? No sé quién queda en peor posi-ción: Tulke, que ha tenido la mala suerte de serdescubierto, o los otros que no lo han sido. Ynosotros ––se volvió con mirada feroz hacia losotros dos–– tenemos que aguantar de pie susinsultos sólo porque les hemos molestado ensus intrigas.

––¡Déjalo ya! Sólo quería advertiros ––dijoCarson poniéndose con ello enteramente en

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manos del enemigo.––¿Advertirnos? ¿Tú? ––dijo con la expre-

sión del que encuentra algo repugnante en suarmario––. Carson, ¿serías tan amable de expli-carnos qué motivo concebible puedes tenerpara advertirnos de nada después de lo que hapasado? ¿Advertir? ¡Oh, esto ya es demasiado!Vamos a algún sitio donde se pueda respirar.

Un portazo subrayó la salida de tanta ino-cencia tan ultrajada.

––¡Oh, Beetle! ¡Beetle! ¡Beetle! ¡Dorado Bee-tle!119 ––sollozó Stalky echándose encima deBeetle en cuanto llegaron al estudio––. ¿Cómohas çonseguido hacer eso?

––¡Querido amigo! ––dijo M’Turkabrazando la cabeza de Beetle con ambosbrazos, haciéndola girar adelante y atrás y can-tando al mismo tiempo:

119 Beetle significa «escarabajo» en inglés. Alu-sión al relato El escarabajo de oro, de Edgar Allan Poe.(N. del T.)

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Lindos labios –– dulces como –– miel o flan.Siempre cantan –– siempre alegres –– floridos de –– risa están.Y te invitan –– dame un beso –– vamos, ya.¡Tarariro! –– ¡Tarariro! –– ¡Tarariro! –– ¡Mua!

––¡Cuidado! Vas a cargarte mis faroles ––jadeó Beetle emergiendo––. ¿Verdad que heestado glorioso? ¿A que hice el Eric espléndi-damente? ¿Os disteis cuenta de cómo he pla-giado a King? ¡Oh, porras! ––su semblante seensombreció––. Me he olvidado de usar unadjetivo: impúdico. No sé cómo lo pude olvi-dar. Es uno de los favoritos de King.

––Da igual. En seguida van a empezar amandar embajadores para pedirnos que no selo contemos a los demás. Es un asunto endia-bladamente fastidioso para ellos ––dijoM’Turk––. Pobre sexto, ¡pobre viejo sexto!

––Ballenatos inmorales ––refunfuñó Stalky––. ¡Menudo ejemplo para chicos de alma pura

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como tú y yo!Los de sexto estaban horrorizaos en el estu-

dio de Carson, mirando amenazadoramente aTulke, que estaba al borde de las lágrimas.

––Estarás contento ––dijo agriamente el jefede prefectos––. Has conseguido meternos atodos en un lío espantoso, Tulke.

––¿Por... por qué no le cascasteis a ese dia-blo de Beetle antes de que empezara a decirburradas? ––sollozó Tulke.

––Sabía que iba a haber problemas ––dijoun prefecto de la casa de Prout––; pero insistis-te en tener la reunión, Tulke.

––Sí, y ha sido estupendo ––dijo Naughten––. Vienen y se ríen de nosotros cuando se supo-ne que somos nosotros los que les vamos asermonear a ellos. Beetle nos habla como si fué-semos un puñado de idiotas y... y todo eso. Ycuando ya no pueden decir nada más para po-nernos verdes, se van dando un portazo comosi fueran jefes de casa. Y todo esto por tu culpa,Tulke.

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––Pero yo no la besé.––¡Pedazo de bruto! Si hubieras dicho que

lo habías hecho y te hubieras reafirmado en ellohabría sido diez veces mejor ––replicó Naugh-ten––. Ahora se lo van a contar a toda la escue-la, y Beetle se inventará un montón de rimas yde apodos.

––¡Pero es que me besó ella! ––el cerebro deTulke se movía lentamente para todo lo que nofueran estudios.

––No esto pensando en ti, sino en nosotros.Voy a ir a su estudio a ver si puedo conseguirque se queden callados.

––Tulke está deshecho por todo este asunto––empezó Naughten intentando congraciarsecon Beetle cuando lo encontró.

––¿Quién le ha besado ahora?––... y he venido para pediros, especialmen-

te a ti, Beetle, que no permitáis que se sepa entodo el colegio. Por supuesto, alumnos tan ma-yores como vosotros comprenderéis fácilmentepor qué.

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––¡Humm! ––dijo Beetle, con la desgana dealguien que tiene que afrontar un deber cívicodesagradable––. Supongo que debería volver ahablar a los de sexto.

––No, no hace ninguna falta, querido ami-go, te lo aseguro ––se apresuró a decir Naugh-ten––. Yo les transmitiré cualquier mensaje queles quieras mandar.

Pero la ocasión de emplear el adjetivo quefaltaba era demasiado tentadora. Así queNaughten volvió a la reunión, todavía no di-suelta, seguido por un Beetle pálido, frío yhuraño.

––Parece ––empezó, con una pronunciaciónlaboriosa y crispada–– que se da entre vosotrosun cierto grado de inquietud respecto a los pa-sos que pudiéramos considerar oportuno tomarrelativos a esta revelación de, eh, lo impúdico.Si os sirve de consuelo saber que hemos deci-dido, por el honor de la escuela, ya lo enten-déis, no decir nada sobre tanta impudicia,pues.. sabed que es así.

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Se dio la vuelta, con la cabeza entre las es-trellas, y volvió lentamente al estudio dondeStalky y M’Turk, apoyados en la mesa, se frota-ban los ojos llenos de lágrimas, demasiado dé-biles todavía para moverse.

El examen de prosa latina fue un éxito ma-yor que el que nunca hubieran podido soñar.Stalky y M’Turk ya no tenían exámenes, porquesólo iban a las clases extra del director, peroBeetle tenía que seguir asistiendo.

––Esto, supongo, será un par-ergon120 para ti––dijo King sacando los exámenes––, una ex-hibición final antes de ser llevado a esferas su-periores, un último ataque a los clásicos. Yaantes de empezar pareces algo confuso.

Beetle estudió el texto con las cejas frunci-

120 23 Par-ergon: «Algo secundario, subordina-do», en griego. (N. del T.)

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das.––No entiendo nada ––murmuró––. ¿Qué

significa esto?––¡No, no! ––dijo King con coquetería esco-

lástica––. Eres tú el que tienes que decir lo quesignifica. Esto es un examen, Beetle mío, no unconcurso de adivinanzas. Verás que tus com-pañeros no tienen la menor dificultad para...

Tulke se levantó de su sitio y dejó el papelen la mesa del profesor. King lo miró, rojo, ypoco a poco se fue poniendo de un verde cada-vérico.

«Lo que se está perdiendo Stalky ––pensóBeetle––. ¿Cómo se las arreglará King para salirairoso de ésta?»

––Parece que, al fin y al cabo ––empezóKing, tragando saliva––, hay algo de cierto enla observación de nuestro estimado Beetle.Me... eeh... inclino a creer que el simpáticoRandall debe de haber desordenado el molde...si es que sabéis lo que esto significa. Beetle, túque te las das de redactor: quizá podrías ilus-

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trar a tus compañeros sobre la naturaleza yfunción de los moldes.

––¿Qué, señor? ¿Qué moldes? No encuentroningún verbo en esta frase, y... y... la oda estotalmente diferente, me parece.

––Estaba a punto de decir, antes de queadelantases tus críticas, que debe de haberseproducido algún accidente en la imprenta, yque el cajista probablemente haya intentadoordenarlo de nuevo a la luz de sus conocimien-tos innatos. No... ––sostuvo el impreso con elbrazo estirado delante de sí––, nuestro buenRandall no es una autoridad en Cicerón uHoracio.

––Qué cara, echándole la culpa a Randall ––susurró Beetle a su vecino––. King debía deestar borracho como una cuba cuando lo escri-bió.

––Pero, queridos discípulos, podemos co-rregir el error dictando el examen.

––No, señor ––la respuesta salió de una do-cena de gargantas a la vez––. Eso nos dejaría

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con menos tiempo para el examen. Sólo tene-mos dos horas, señor. No es justo. Era un exa-men sobre un texto impreso. ¿Cómo se nos va acalificar? Todo es culpa de Randall. Nosotrosno tenemos la culpa che nada. Un examen es unexamen ––etc.

Naturalmente, Mr. King interpretó la situa-ción como un intento de socavar su autoridady, en vez de empezar inmediatamente el dicta-do, aleccionó a sus muchachos sobre el espíritucon el que habría que enfrentarse a los exáme-nes. Cuando la tormenta estaba a punto de ex-tinguirse, Beetle la reavivó con más fuerza queantes.

––¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué le estabas diciendo aMacLagan?

––Solo decía que quizás se debería habermirado los papeles antes de repartirlos, señor.

––¡Eso, eso! ––gritó alguien desde los últi-mos bancos.

Mr. King quiso saber si Beetle considerabacomo su responsabilidad personal la dirección

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de la política educativa del colegio. Su interésinquisitivo consumió otro cuarto de hora, alfinal del cual los prefectos mostraban inequívo-cos síntomas de aburrimiento.

––Oh, fue un rato curioso ––dijo Beetle des-pués en el número cinco, ya medio desamue-blado––. Se dedicó a farfullar, y yo provoquéque siguiera haciéndolo, y después apenas ledio tiempo de dictar la mitad de Dolabella ycompañía.

––¡El viejo Dolabella! Mi viejo amigo. ¿Terefieres a ése? ––dijo Stalky tiernamente.

––Entonces, claro, le tuvimos que preguntarcómo se escribía casi cada palabra, y aprovechóesto para soltarnos otro discurso de esos quetanto le gustan. Echó pestes de mí, de MacLa-gan, que estuvo muy gracioso, de Randall, de la«ignorancia materialista de las clases tediasiletradas», del «preocuparse sólo por las notas»y todo lo demás. Fue lo que podríamos amaruna exhibición final, un último ataque, un par-ergon.

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––Pero estaba totalmente borracho cuandoescribió el examen. Supongo que les explicaríasesto a los demás ––dijo Stalky.

––Oh, sí. Se lo dije a Tulke. Le dije que unprefecto inmoral y un jefe de casa borracho erauna combinación de lo más previsible. Tulkecasi se echa a llorar otra vez. Está muy sensiblecon nosotros desde lo de Mary.

Tulke mantuvo ese recelo hasta el últimomomento, hasta que les hubieron pagado eldinero de viaje y los chicos empezaban a llenarlos coches que les llevarían a la estación. Enton-ces los tres le pidieron sonrientemente que vi-niera a hablar un poco con ellos.

––Mira, Tulke, tú serás prefecto ––dijo Stal-ky––, pero yo ya no estoy en el colegio. ¿Te dascuenta, querido Tulke?

––Sí, ya lo veo. Me parece muy bien, Stalky.––¿«Stalky»? Sin faltar al respeto, pedazo de

zopenco ––gritó Stalky, magnífico con su som-brero, su cuello duro, sus botines y su abrigo depaño grueso––. Quiero que entiendas bien esto:

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yo soy Mr. Corkran, y tú un escolarcillo mocosode tres al cuarto.

––Además de un epítome de inmoralidad ––dijo M’Turk––. ¡Me pregunto cómo te atrevesa mezclarte con chicos de mente pura comonosotros!

––Vamos, Tulke ––gritó Naughten desde elcoche de los prefectos.

––Sí, ahora vamos. Apretaos y hacednos unhueco, colegiales. Todos vais a volver el próxi-mo trimestre con vuestro «sí, señor», «oh, se-ñor», «no, señor» y «por favor, señor»; peroantes de deciros adiós os vamos a contar unapequeña historia. En marcha, Dickie ––le dijo alcochero––; ya estamos listos. Corred esa caja dedebajo del asiento y no empujéis a tío Stalky.

––Qué grupo de jovenzuelos tan simpático––dijo M’Turk mirando alrededor con amablecondescendencia––. Un poco inmorales, pero...los chicos son chicos. No sirve de nada ponersetan serio, Carson. Alegra esa cara. ¡Mr. Corkrannos va a deleitar contándonos la historia de

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Tulke y Mary Yeo!

LOS GENIOS DE LA LÁMPARA

Segunda parte

El mismo Infant que le contó la historia dela captura de Bah Naguee121 al novelista Eusta-ce Cleever heredó la dignidad de baronet122 conlas propiedades correspondientes, dejó el ejérci-to y se convirtió en un hacendado, mientras sumadre no le quitaba el ojo de encima vigilandopara que se casase con la chica adecuada. Pero,nuevo en su estado, regaló a los voluntarios

121 «Una conferencia entre las potencias», Mu-chos inventos*. (N. del A.)

Muchos inventos es una colección de cuentos delpropio Kipling publicada en 1893. (N. del T.)

122 Baronet: Título de nobleza inglés, intermedioentre la alta nobleza y la clase media. (N. del T.)

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locales un campo de tiro de dos millas en me-dio de sus terrenos, y las familias vecinas, quevivían recluidas entre bosques llenos de faisa-nes, le consideraban un loco descarriado. Elruido de los disparos molestaba a su aves, y elmilitar retirado fue excluido de la sociedad delos jueces de paz y las personas decentes mien-tras alguna hija del país no le hiciera sentar lacabeza. Se vengó llenando su casa de gruposselectos de compañeros de colegio de permiso,malos partidos que las doncellas ciclistas de lasfamilias del lugar sólo podían ver de lejos. Yosabía cuándo un barco de tropas había llegadoal puerto por las invitaciones del baronet. A ve-ces se trataba de viejos amigos de su edad; enotras ocasiones eran jóvenes gigantes proclivesal sonrojo que yo recordaba como pequeñosfags de segundo a lo sumo; y a éstos Infant ysus amigos les explicaban todos los secretos dela vida militar.

––He tenido que dejar el servicio ––decía In-fant––; pero eso no es razón para que mi vasta

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experiencia quede perdida para siempre; sólotenía treinta años, y ese mismo verano un im-perioso telegrama me llevó a su castillo: «Buenaredada. Del Tamar. Ven».

Había sido, efectivamente, una redada ex-cepcional, como hecha adrede para mí. Habíaun capitán calvo y decrépito de infantería nati-va, cuya indómita nariz roja temblaba febril-mente; se trataba del capitán Dickson. Habíaotro capitán, también de infantería nativa, conun imponente bigotón; su tez era como de cris-tal blanco y sus manos delicadas, pero respon-día vivazmente al nombre de Tertius. Había unhombre enormemente grande y bien conserva-do al que se le notaba que hacía años que noestaba en el frente: bien afeitado, con voz mesu-rada y aspecto felino, pero que seguía llamán-dose Abenazar y que trabajaba en el ServicioPolítico de la India. Y había también un enjutoirlandés, muy tostado por el sol, del Departa-mento de Telégrafos. Afortunadamente, laspuertas de bayeta del ala reservada a los solte-

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ros estaban bien cerradas, porque nos arregla-mos todos en el pasillo o en los cuartos ajenos,charlando, gritando, llamándonos o inclusobailando en parejas las canciones que Dick Cua-tro se iba inventando.

Sumábamos en total sesenta años de servi-cio para contarnos y, como nos habíamos en-contrado de vez en cuando en el cambianteescenario de la India ––en alguna comida, al-gún campamento o las carreras de caballos; enun dak-bungalow123 o una estación de ferrocarril,en la ciudad o en el campo––, nunca habíamosperdido totalmente el contacto. Infant se senta-ba en la balaustrada, bebiendo lo que se conta-ba con interés y envidia. Disfrutaba de su posi-ción, pero su corazón suspiraba por los viejostiempos.

Era una Babel divertida de asuntos persona-

123 Dak bungalow: En la India y Pakistán, casausada por los funcionarios del gobierno en sus des-plazamientos. (N. del T.)

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les, provinciales e imperiales, fragmentos deantiguas listas de colegio y actualidad política,que fue interrumpida por el tañido de un gongbirmano. Bajamos no menos de un cuarto demilla para saludar a la madre de Infant, que noshabía conocido en los años de colegio y nosrecibió como si nos hubiéramos visto la semanaanterior. Pero habían pasado quince años desdeque me había prestado, con lágrimas de risa,una falda gris de princesa para una representa-ción de teatro.

Fue una comida de las mil y una nochesservida en una sala de ochenta pies de largollena de antepasados y floreros de rosas; y, estoera lo más impresionante, con calefacción devapor. Cuando terminamos y la pequeña ma-dre se hubo ido ––«Chicos, querréis hablar, asíque yo os digo buenas noches ahora»––, nosreunimos alrededor de un fuego de madera demanzano que ardía en una gigantesca chimeneade acero, bajo una campana de diez pies dealtura. Infant nos suministró una gran variedad

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de licores curiosos y ese tipo de cigarrillos queson la mejor introducción para la pipa de uno.

––¡Qué maravilla! ––murmuró Dick Cuatrodesde el sofá donde se había instalado cubiertocon una manta––. Es la primera vez que estoycalentito desde que volví a casa.

Estábamos todos casi dentro del fuego, me-nos Infant, que llevaba suficiente tiempo encasa como para haberse acostumbrado a hacerejercicio cuando tenía frío. No es la ocupaciónmás divertida, pero los ingleses la practicanmucho cuando están en su isla.

––Si dices una sola palabra sobre las virtu-des de los baños fríos y los paseos rápidos ––tartamudeó

M’Turk––, te mato, Infant. Yo también ten-go mi corazoncito. ¿Os acordáis cuando nosparecía un reto levantarnos el domingo por lamañana, a cincuenta y siete grados si era vera-no124, y bañarnos en la playa? ¡Uf!

124 Cincuenta y siete grados Fahrenheit, es decir

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––Una cosa que no entiendo ––dijo Tertius–– es cómo podíamos bajar a los baños, cocernoshasta ponernos completamente de color rosa ysubir después con todos los poros abiertos ameternos en una tormenta de nieve o una hela-da ártica. Y sin embargo recuerdo perfectamen-te que nadie se murió.

––Hablando de baños ––dijo M’Turk rién-dose––. ¿Te acuerdas cuando nos bañamos enel número cinco la noche en que el Gallina ape-dreó a King? ¡Qué no daría por ver al viejoStalky ahora! Es el único de los dos estudiosque no está presente.

––Stalky es el gran hombre de su siglo ––dijo Dick Cuatro.

––¿Cómo lo sabes? ––pregunté.––¿Que cómo lo sé? ––dijo Dick Cuatro

desdeñosamente––. Si hubieras estado algunavez metido en algún verdadero aprieto conStalky no lo preguntarías.

unos catorce grados centígrados. (N. del T.)

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––No lo veo desde el campamento de Pin-di125, en el 87 ––dije––. Estaba haciéndose ungigante, unos siete pies de alto por cuatro deancho.

––Un tipo proporcionado. Infernalmenteproporcionado ––dijo Tertius tirándose del bi-gote y mirando el fuego.

––Casi le hacen un consejo de guerra y se lacarga en Egipto, en el 84 ––dijo Infant––. Sali-mos juntos, los dos igual de novatos; sólo que amí se me notaba y a Stalky no.

––¿Cuál fue el problema? ––dijo M’Turk,acercándoseme distraídamente para colocarmebien la corbata.

––Bah, no fue nada. Su coronel le confióveinte hombres para que lavasen unos came-llos, o los cepillasen, o algo parecido, detrás deSuakin126, y Stalky se encontró con un montón

125 Pindi: Ciudad situada en lo que hoy es Pakis-tán. (N. del T.)

126 Suakin: Ciudad egipcia situada a orillas del

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de enemigos a cinco millas de distancia. Realizóuna retirada magistral en la que murieron ochode ellos. Sabía muy bien que no tenía derecho aalejarse tanto, así que tomó la iniciativa y leescribió una carta a su coronel, que echaba es-puma por la boca, quejándose de la «escasez decontingentes que se le asignaban para realizarsus misiones». ¡Como si fuera un brigadiergordo charlando con otro! Después fue a hablarcon la plana mayor.

––Eso es Stalky puro ––dijo Aberazar desdesu sillón.

––¿También te le has encontrado tú? ––lepregunté.

––Oh, sí ––contestó con suavidad––. Estuvecon él en esa... esa epopeya. ¿No la conocéis?

Infant, M’Turk y yo no sabíamos nada, y lepedimos información muy educadamente.

––No fue nada ––dijo Tertius––. Nos meti-mos en un lío en las montañas de los khye––

mar Rojo. (N. del T.)

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kheen hace un par de años, y Stalky nos sacó deél. Eso es todo.

M’Turk miró a Tertius con todo el desprecioque un irlandés puede sentir por un sajón inca-paz de hablar su propio idioma.

––¡Increíble! ––––dijo––. Y sois tú y los de turaza los que gobernáis Irlanda. Tertius, ¿no teda vergüenza?

––Bueno, yo no soy un buen narrador. Pue-do meter baza de vez en vez cuando otro cuen-ta algo. Pregúntale a él ––señaló a Dick Cuatro,cuya nariz asomaba brillando insolentementesobre la colcha.

––Sabía que no lo ibas a contar ––protestóDick Cuatro––. Dadme un whisky con soda. Heestado bebiendo batidos de limón y tónicamientras vosotros os bañabais en champán, ymi cabeza ya no aguanta más.

Asomó su desigual bigote al vaso de whis-ky y empezó a hablar, con los dientes castañe-teando:

––¿Os acordáis de la expedición contra los

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khyekheen y los malôt, cuando les metimostanto miedo en el cuerpo que no se atrevían aluchar contra nosotros? Pues bien: ambas tri-bus, pues se trataba de una coalición, se rindie-ron sin un solo disparo, y un montón de villa-nos melenudos, que no tenían más poder sobresus hombres que yo mismo, prometieron y ju-raron todo tipo de cosas. Creyendo que todoestaba arreglado, querido Pussy...

––Yo estaba en Simla127 ––se apresuró apuntualizar Abenazar.

––Da igual, todos sois iguales. Sobre la basede esos tratados de dos peniques y medio, losbestias de los políticos informasteis que el paísestaba pacificado, y el gobierno, tan tonto comosiempre, empezó a construir una carretera em-pleando trabajadores nativos. ¿Te acuerdas,Pussy? La mayoría de nuestros hombres, que

127 Simla: Ciudad india, situada en una cumbredel Himalaya occidental. Capital de verano del go-bierno inglés de la India. (N. del T.)

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no se habían dado cuenta de nada durante lacampaña, querían volver a la India; pero yohabía estado dos veces en situaciones semejan-tes y no lo tenía tan claro. Me las arreglé, sum-mo ingenio128, para ponerme al frente de unapatrulla de carretera; nos dedicábamos sim-plemente a marchar arriba y abajo supervisan-do las obras. Habían retirado todas las tropasque habían podido, pero yo utilicé sólo unoscuarenta patanes129, casi todos ellos reclutas, demi regimiento y nos quedábamos cerca delcampamento mientras los demás se iban a tra-bajar a la carretera como habían mandado lospolíticos.

––En el campamento teníamos algunas can-ciones estupendas ––dijo Tertius.

––Mi cachorro ––así es como Dick Cuatro

128 Summo ingenio: «Con gran inteligencia», enlatín. (N. del T.)

129 Patanes: Tribus afanas que pueblan las tierraslimítrofes de Afganistán y el subcontinente indio.(N. del T.)

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llamaba a su alférez–– era un verdadero ani-mal. Cogió una pulmonía orque no le gustabacantar. Un día estaba paseando por el campa-mento y me encontré a Tertius diciendo tonte-rías como teniente ayudante de intendencia,cargo que no le pegaba nada. Había seis u ochodel colegio en el campamento, siempre los haycuando tenemos problemas en la frontera, perome habían hablado bien de Tertius, así que ledije que colgase sus pantalones de tenienteayudante de intendencia y viniese a ayudarmea mí. Se vino sin pensarlo dos veces, lo arre-glamos con los superiores y salimos, cuarentapatanes, Tertius y yo, para apoyar a los peloto-nes de carretera. El grupo de Macnamara, ¿osacordáis del viejo Mac, el zapador, que tocabael violín tan horriblemente en Umballa? El gru-po de Mac era el penúltimo. El último era el deStay. Estaba en la cabecera de la carretera conalgunos de sus sikhs130. Mac nos dijo que creía

130 Sikhs: Pueblo que habita en el noroeste de la

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que estaba bien.––Stalky es un verdadero sikh ––dijo Ter-

tius––. Lleva a sus hombres a rezar al DurbarSahib de Amritsar131 siempre que tiene ocasión.

––No interrumpas, Tertius. Tuve que andarmás de cuarenta millas desde la posición deMac hasta que le encontré; y mis hombres mehicieron notar respetuosa pero firmemente queel país estaba a punto de rebelarse. Te pregun-tarás cómo era el país, Beetle. Bueno, yo no soypoeta, gracias a Dios, pero tú dirías que es unpaís diabólico. Cuando no estábamos hasta elcuello de nieve, rodábamos por terraplenespolvorientos. Los acogedores nativos, que su-puestamente estaban colaborando en la cons-trucción de la carretera, no olvides esto, queri-

india, en el Punjab, que profesa un estricto monote-ísmo y posee grandes cualidades guerreras. (N. delT.)

131 El Durbar Sahib es el templo más importantede los sikhs; se encuentra en Amritsar, que es suciudad santa. (N. del T.)

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do Pussy, se sentaban cómodamente detrás degrandes rocas y practicaban tiro al blanco connosotros. ¡La historia de siempre! Teníamosganas de encontrar a Stalky. Yo intuía que esta-ba en algún lugar seguro, y cuando anochecíadimos con su pelotón, tan tranquilo como siestuviese en su casa, en un viejo fuerte de pie-dra con una garita en una esquina. Colgaba en-cima de la carretera que habían abierto cincuen-ta pies más abajo, en pleno barranco; y debajode la carretera la pared seguía descendiendoverticalmente quinientos o seiscientos pies has-ta llegar a una garganta de aproximadamentemedia milla de ancho y dos o tres de largo.Golpeé en la puerta y entré, encontrando aStalky sentado en el suelo, vestido como unnativo y comiendo con sus hombres. Sólo lehabía visto medio minuto unos tres meses an-tes, pero era como si nos hubiéramos visto eldía anterior. Me saludó con la mano.

»––¡Hola, Aladino! ¡Hola, emperador! ––dijo––. Habéis llegado justo a tiempo para la

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función.»Me di cuenta de que sus sikhs parecían un

poco desanimados.»––¿Dónde están tus hombres? ¿Y tu tenien-

te? ––le pregunté.»––Aquí ves a los que quedan ––dijo Stal-

ky––. Si preguntas por el joven Everett, estámuerto, y su cuerpo en la garita. Nos atacaronla semana pasada y tuvimos otras siete bajasademás de él. Llevamos cinco días sitiados.Supongo que te han dejado pasar para coger-nos a todos juntos. Todo el país está sublevado.Os habéis metido en una ratonera de primeraclase.

»Se rió, pero ni Tertius ni yo le veíamos lagracia a la situación por ninguna parte. Nohabíamos llevado provisiones, y Stalky sólotenía reservas para cuatro días. Eso por culpade los burros de los políticos, querido Pussy,según los cuales los nativos se mostraban amis-tosos.

»Para que nos sintiéramos más cómodos,

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Stalky nos llevó a la garita a ver el cuerpo delpobre Everett, que estaba extendido sobre unmontón de nieve. Parecía una chica de quinceaños, sin un solo pelo en la cara. Había recibidoun disparo en la sien; pero los malôts habíandejado su seña en él. Stalky le desabotonó lacamisa y nos la enseñó: un extraño corte enforma de hoz en el pecho.

»¿Te acuerdas de la nieve, tan blanca, ensus cejas, Tertius? ¿Te acuerdas cuando Stalkymovió la lámpara y parecía que estaba vivo?

––Sí ––dijo Tertius estremeciéndose––. Pero¿recuerdas tú la mirada de Stalky, con las aletasde la nariz levantadas, igual que se poníacuando torturaba a un fag? Fue una tarde en-cantadora.

––Hicimos un consejo de guerra allí mismo,en torno al cuerpo de Everett. Stalky nos dijoque los malôts y los khye-kheens se habíanaliado; habían olvidado sus diferencias paraacabar con nosotros. Los que habíamos visto alotro lado de la garganta eran khyekheens.

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Había media milla en línea recta entre ellos ynosotros, y habían construido una serie de re-fugios para dormir en ellos y rendirnos porhambre. Los malôts, dijo, estaban desperdiga-dos enfrente de nosotros. Detrás del fuerte nose podían ocultar adecuadamente, y por eso noestaban allí también. A Stalky no le importabanlos malôts ni la mitad que los khye––kheens.Decía que los malôts eran unos perros deslea-les. Lo que yo no entendía es por qué las dostribus no atacaban juntas de una vez para aca-bar con nosotros. Debía de haber por lo menosquinientos en total. Stalky explicó que no con-fiaban mucho los unos en los otros porque eranenemigos ancestrales, y que la única vez quehabían intentado un ataque, había contraataca-do con un par de cargas decididas que les hicie-ron coger bastante respeto.

»Acabamos ya tarde, y Stalky, siempretranquilo, dijo:

»––Tú mandas ahora. Supongo que no teimportará que haga lo que me parezca necesa-

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rio para traer provisiones al fuerte, ¿verdad?»––Claro que no ––contesté, y la lámpara se

apagó.»Así que Tertius y yo bajamos de la garita,

pues no nos apetecía seguir allí con Everett, yvolvimos con nuestros hombres. Stalky se habíaido, supuse que a ver cómo andábamos de pro-visiones. Tertius y yo nos quedamos despiertospor si había un ataque, ya que nos estaban tiro-teando continuamente, y nos estuvimos rele-vando durante toda la noche.

»La mañana llegó. Ni rastro de Stalky. Nohabía aparecido. Hablé con su oficial nativo demayor graduación, un tipo grande con patillasblancas, Rutton Singh, de la zona de Jullun-der132. Se limitó a reírse y a decir que todo esta-ba bajo control. Stalky había estado fuera delfuerte otras dos veces, en algún sitio, según él.Dijo que volvería sano y salvo y me dio a en-

132 Jullunder: Ciudad del noroeste de la Indiabritánica, en el actual Pakistán. (N. del T.) Kabab:

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tender que Stalky era una especie de guru133

invulnerable. De todas formas, puse a todos loshombres a media ración y los mandé abrir aspi-lleras.

»Al mediodía cayó una intensa tormenta denieve, y el enemigo dejó de disparar. Nosotrosrespondíamos moderadamente, pero estába-mos escasos de munición. Creo que no dispará-bamos más de cinco veces por hora, pero gene-ralmente acertábamos. Mientras hablaba conRutton Singh vi a Stalky bajar de la garita aritacon los ojos hinchados y la ropa cubierta dehielo rosado.

»––No se puede fiar uno de estas tormentas––dijo––. Aprovechad ahora. Salid y coged loque podáis encontrar. Hay un cierto grado defricción entre los khye––kheens y los malôts enestos momentos.

»Mandé salir a Tertius con veinte patanes.

133 Guru: En la india, «maestro», especialmente el deasuntos espirituales. (N. del T.)

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Anduvieron un rato por la nieve antes de llegara una especie de campamento a unas ochocien-tas yardas134 de distancia, en el que había algu-nos hombres y media docena de ovejas junto alfuego. Dieron buena cuenta de los hombres,cogieron todo el grano que pudieron cargar ylas ovejas y volvieron. Nadie les disparó unsolo tiro. No parecía haber nadie en las cercaní-as, y la nieve caía cada vez con más fuerza.

»––No está mal ––dijo Stalky mientras co-míamos kababs135 de carnero ensartados en unavara de metal––. Es una tontería poner a loshombres en peligro. Los khye––kheens y losmalôts se las están viendo al fondo de las gar-ganta. No creo que estas llamadas coalicionessean muy útiles.

»¿Sabes lo que había hecho el loco? Tertiusy yo se lo fuimos sacando poco a poco. Había

134 Yarda: Unidad inglesa de longitud equivalen-te a 91,44 centímetros. (N. del T.)135 Carne partida y sazonada que se asa ensartada en unabroqueta. (N. del T.)

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un almacén subterráneo para el grano debajode la garita, y con las explosiones de la cons-trucción de la carretera se había abierto un bo-quete en una de sus paredes. Siendo Stalkycomo es, decidió dejar abierto el agujero por sipudiera servir para algo; y colocó el cuerpo delpobre Everett tapando el pozo por donde sebajaba al sótano desde la garita. Tenía que qui-tar y volver a poner el cadáver en su sitio cadavez que usaba ese paso. Los sikhs, claro, no seatrevían a acercarse por allí. Bueno, el caso esque se metió por el agujero y salió a la carre-tera. Entonces, de noche y en plena tormenta denieve, bajó por los riscos hasta el fondo de lagarganta, vadeó el riachuelo, que estaba mediohelado, escaló el lado contrario por una rutapracticable que había descubierto y se situó a laderecha de los khye-kheens. Después, ¡fijaosbien!, cruzó unas rocas que había detrás deellos, anduvo media milla y salió a su izquier-da, donde la garganta se hacía menos profunday había un camino que unía el campamento

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malôt y el khye-kheen. A eso de las dos de lamañana parece que un khye-kheen descubrió aStalky, que se vio obligado a eliminarlo silen-ciosamente. Después le hizo en el pecho la se-ñal de los malôts, igual que la que tenía Everett.

»––Fui tan rápido como pude ––nos dijoStalky––. Si hubiera gritado habría acabadoconmigo. Sólo había hecho algo parecido unavez antes, y era la primera vez que me metíapor ese camino. ¿Sabéis?, es perfectamente uti-lizable por la infantería.

»––¿Cómo mataste a tu primer hombre? ––le pregunté.

»––Oh, eso fue la noche del día que mata-ron a Everett. Salí a buscar una línea de retiradapara mis hombres, un vigilante me encontró yyo le suprimí, me lo cargué privatim. Pero pen-sando en ello más tarde se me ocurrió que siencontraba el cuerpo, que había despeñado porunas rocas, lo podría decorar con la señal de losmalôt y dejárselo a los khye-kheens para quesacaran conclusiones. Así que salí otra vez no-

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che siguiente y lo hice. Los khye-kheens estánsorprendidos de que los malôts actúen así des-pués de haber jurado olvidar sus rencillas. Estamañana temprano me escondí detrás de susposiciones y los estuve observando. Fuerontodos a discutir este asunto al comienzo de lagarganta. Están terriblemente enfadados. No esraro.

»Ya sabéis cómo habla Stalky, soltando laspalabras una por una.

––¡Dios mío! ––dijo Infant explosivamente,a medida que iba comprendiendo toda la pro-fundidad de la estrategia.

––¡Mi querido amigo! ––ronroneó M’Turkembelesado.

––Stalky stalkeó136 ––dijo Tertius––. Eso estodo.

––Qué va; hay más ––dijo Dick Cuatro––.¿No te acuerdas cómo insistía en que sólo había

136 «Stalkeó»: To stalk significa «cazar al acecho»en inglés. (N. del T.)

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tenido que aprovechar su suerte? ¿No recuer-das cómo Rutton Singh se abrazó a sus botas yse arrastró por el suelo, y cómo gritaban nues-tros hombres?

––Ninguno de nuestros patanes creía que setratara sólo de suerte ––dijo Tertius––. Jurabanque Stalky tenía que haber sido patán y... casihubo pelea en el fuerte cuando Rutton Singhdijo que Stalky era un sikh. ¡Chico, qué furiosose puso el viejo con mi patán Jemadar! PeroStalky movió un dedo y la calma se restableció.

––Sí, pero el viejo Rutton Singh seguía conla espada medio desenvainada, y juraba queincineraría a todos los khye––kheens y malôtsque matase. Esto irritó mucho a Jemadar, al queno le importaba luchar contra otros musulma-nes, pero no estaba dispuesto a dificultarles elacceso al paraíso. Entonces Stalky chapurreó unpoco en pushtu y en punjabi137 alterna-

137 El pushtu y el punjabi son dos idiomashablados, respectivamente, por algunos patanes y

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tivamente. ¿Dónde diantres aprendió pushtu,Beetle?

––Da igual el idioma, Dick ––dije––. Resú-menos lo que les dijo.

––Bueno, yo a veces puedo hablar algo depatán, pero no tengo ni idea de pushtu; ni tam-poco sé rematar un argumento con una historiapicante, como él hizo. Jugó con esos dos viejosperros de la guerra como si estuviese tocandouna concertina. Stalky dijo, y los otros dos con-firmaron su conocimiento de la naturalezaoriental, que los khye––kheens y los malôts or-ganizarían un ataque combinado contra noso-tros esa noche, en prueba de buena fe. Sin em-bargo, la unidad no iba a ser completa porqueninguna parte confiaba demasiado en la otrapor culpa, como lo expresó Rutton Singh, de los«pequeños incidentes». El plan de Stalky con-sistía en salir al anochecer con sus sikhs, ir conellos por el camino de cabras que había encon-

por los sikhs (N. del T.)

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trado hasta retaguardia de la posición khye-kheen y después hacer algunos disparos contralos malôts cuando el ataque hubiera empezado.

»––Eso los distraerá y los pondrá un poconerviosos ––dijo––. Entonces podréis salir losdemás y barrer lo que quede de ellos, y nosreuniremos al final de la garganta. Y despuésnos vamos al campamento de Mac a comer al-go.

––¿Estabas tú al mando? ––preguntó Infant.––Yo tenía tres meses más de antigüedad

que Stalky y dos más que Tertius ––contestóDick Cuatro––. Pero todos éramos del mismocolegio. Diría que la nuestra fue la única opera-ción conocida en que nadie tuvo envidia denadie.

––No, ninguna envidia ––intervino Tertius––; pero hubo otra discusión entre Gul SherKhan y Rutton Singh. Nuestro jemandar decía,y tenía razón, que los sikhs no tenían ni idea decazar al acecho; y que, por eso, Koran Sahibharía mejor llevando consigo patanes, que eran

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expertos en ese arte. Rutton Singh dijo que Ko-ran Sahib sabía muy bien que todos los pataneseran unos desertores, mientras que los sikhseran unos caballeros aunque no supieran arras-trarse por el suelo como los gusanos. Stalkyterció en la discusión con algún proverbio sobrelas mujeres que hizo doblarse de risa a los dosguerreros. Dijo que los sikhs y los patanes po-drían demostrar sus cualidades más tarde, lu-chando contra los khye-kheens y los malôts,pero que prefería llevar a sus sikhs para estetrabajo` de escalada porque sabían disparar. Yes verdad que saben. Dales una mula cargadade municiones y serán perfectamente felices.

––Se fue ––dijo Dick Cuatro––. En cuantoanocheció y hubo echado una siestecita, bajócon treinta sikhs por el pozo de la garita. Todosellos fueron saludando al pasar, uno detrás deotro, a Everett, que estaba apoyado contra lapared. Lo último que oí decir e: ¡Kubhador!

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¡Tumbleingal138. Y se tumbleingaron sobre eloscuro borde de la nada. A eso de las nueve dela noche comenzó el ataque combinado; loskhye-kheens por el valle y los malôts frente anosotros, disparando de lejos y animándosemutuamente a venir y cortar nuestras infielescabezas. Se subieron a la valla y empezaron elviejo juego de llamar a nuestros renegados pa-tanes invitándoles a unirse a la guerra santa.Uno de nuestros hombres, un tipo joven deDera Ismail139, se asomó a la valla para contes-tarles como se merecían, y volvió llorando co-mo un niño. Le habían dado un balazo en lapalma de la mano. Nunca he visto a nadie quepudiera aguantar un disparo en la mano sinllorar amargamente. Te llega a todos los ner-vios del cuerpo. Tertius se vio obligado a coger

138 ¡Kubhador! ¡Tumbleinga!: «¡Cuidado! ¡Que tecaes!» (N. del A.)

139 Dera Ismail: Distrito de la India británica, enel actual Pakistán. (N. del T.)

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su rifle y golpeares a los otros un poco en lacabeza para que quedaran quietos en sus aspi-lleras. Los bravos muchachos querían abrir lapuerta y atacar sin más dilación, pero eso noencajaba en nuestros planes.

»Por fin, cerca ya de la medianoche, oí losdisparos de Stalky al otro lado del valle, y losgritos de los malôts, la mayoría de los cuales seencontraban detrás de un pliegue de la ladera.Stalky les estaba calentando intensamente y,como habíamos previsto, se volvieron hacia laderecha y empezaron a disparar a bocajarrocontra sus traidores aliados, los khye-kheens.Menos de diez minutos después que Stalkyempezase con la diversión, el combate se habíaextendido a ambos extremos del valle. Cuandopudimos ver algo, la confusión se había apode-rado de todo el valle. Los khye-kheens habíansalido de sus refugios sobre la garganta paracastigar a los malôts, y Stalky, a quien veía ma-niobrar con los prismáticos, se había deslizadodetrás de ellos. Muy bien. Los khye––kheens

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tenían que subir por la ladera hacia donde lagarganta estaba más practicable para acercarsea los malôts, que se pusieron a bailar de regoci-jo al ver a los khye-kheens cogidos por la es-palda.

»Entonces se me ocurrió echar una mano alos khye-kheens. Salí con todos los hombres yavanzamos a paso de carga contra lo que po-dríamos llamar el flanco izquierdo de losmalôts. Incluso en ese momento, si hubieransuperado sus diferencias, nos podrían habercomido vivos; pero llevaban disparándose me-dia noche y siguieron haciéndolo. ¡Lo más raroque he visto en mi vida! En cuanto nuestroshombres atacaron a los malôts, éstos redobla-ron sus ímpetus contra los khye-kheens parademostrar que estaban con nosotros, corríanunos pocos cientos de yardas por el valle y sedetenían para seguir disparando. Cuando Stal-ky se dio cuenta de nuestro juego lo imitó en sulado de la garganta; y, ¡por Júpiter!, los khye-kheens reaccionaron igual.

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––Sí, pero ––dijo Tertius–– te has olvidadode contar que se puso a tocar Arrah, Patsy, cuidaal niño con la corneta para que nos diéramosmás prisa.

––¿Sí? ––rugió M’Turk––. Por algún motivoempezamos todos a cantarlo. Y la narración seinterrumpió durante unos momentos.

––Es verdad ––dijo Tertius cuando acaba-mos de cantar. Nadie de la compañía Aladinopodría olvidar nunca esa canción––. Sí, tocóPatsy. Sigue, Dick.

––Por último ––dijo Dick Cuatro–– obliga-mos a las dos chusmas a echarse una en brazosde la otra en una pequeña llanura al final delvalle, los vimos arreolinarse luchando, apuña-lándose y dando alaridos en medio de una ce-gadora tormenta de nieve. Eran gente fuerte ypeluda, y nos pareció mejor dejarlos tranquilos.

»Stalky había hecho un prisionero, un viejocipayo retirado con veinticinco años de servicioque nos enseñó su licencia, una tarjeta casicompletamente desgastada. Había estado inten-

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tando convencer a sus hombres para atacarnosde día. Estaba muy huraño, furioso con los su-yos por su cobardía. Rutton Singh quería ma-tarle de un bayonetazo: los sikhs no entiendenque alguien pueda luchar contra el gobiernodespués de haberle servido sinceramente; peroStalky le salvó la vida y le hizo atar fuertemen-te, creo que para aprovechar más adelante susconocimientos. Cuando volvimos al fuerte en-terramos al joven Everett y nos fuimos a dor-mir. Stalky no quería oír hablar de volar el lu-gar. Sólo perdimos diez hombres en total.

––Sólo diez de setenta. ¿Cómo los perdis-teis? ––pregunté.

––Hubo un ataque contra el fuerte a prime-ras horas de la noche, y unos cuantos malôtsconsiguieron entrar. La cosa estuvo igualadadurante uno o dos minutos, pero los reclutas seportaron espléndidamente. Fue una suerte quenadie quedase herido sin poder andar, porquehabía cuarenta millas de marcha hasta el cam-pamento de Macnamara. ¡Por Júpiter, cómo

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corrimos! A mitad de camino el viejo RuttonSingh se desmayó, y le tuvimos que llevar tum-bado sobre cuatro fusiles y el abrigo de Stalky;le llevaban entre Stalky, el prisionero y un parde sikhs. Después de eso me dormí. Se puede,ya sabéis, marchando, cuando las piernas estánsuficientemente entumecidas. Mac jura quellegamos a su campamento roncando y que noscaímos cuando nos detuvimos. Sus hombresnos metieron en las tiendas como si fuéramossacos de patatas. Me acuerdo que me despertéy vi a Stalky dormido con la cabeza apoyada enel pecho del viejo Rutton Singh. Durmió veinti-cuatro horas. Yo sólo dormí diecisiete, pero esque estaba cogiendo una disentería140.

––¡Cogiéndola! ¡Narices! Ya la tenías antesde unirnos a Stalky en el fuerte ––dijo Tertius.

––¡Eh, tú no puedes hablar! Levantabas tuespada contra Macnamara y le pedías un conse-

140 Disentería: Diarrea con sangre, pus y, a veces,fiebre. (N. del T.)

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jo de guerra cada vez que le veías. Lo único quese podía hacer contigo era arrestarte cada me-dia hora. Estuviste mal de la cabeza durantetres días.

––No recuerdo nada de eso ––dijo Tertiusplácidamente––. Sólo me acuerdo de mi orde-nanza dándome leche.

––¿Qué tal le fue a Stalky? ––preguntóM’Turk chupando vigorosamente su pipa.

––¿Stalky? Estaba sereno como el toro de unbrahmán141. El pobre Mac se estrujaba sus sesosde ingeniero real pensando qué hacer. Ya veis,yo estaba podrido de disentería, Tertius desva-riaba, la mitad de los hombres estaban helados,y las órdenes de Macnamara fueron de levantarel campamento y retirarnos antes de que llega-se el verdadero invierno. Stalky, que no se ha-bía inmutado en todo este tiempo, le cogió lamitad de sus provisiones, para evitarle el tenerque bajarlas de nuevo a la llanura, y toda la

141 Brahmán: Sacerdote hindú. (N. del T.)

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munición que podía cargar, y, consilio et auxi-lio142 Rutton Singh, volvió al fuerte con todossus sikhs, su valioso prisionero y un montón denativos que había convencido para que se alis-tasen con la ayuda del prisionero. Tenía sesentahombres de todas las calañas... y la misma des-envoltura de siempre. Mac casi lloró de alegríacuando se fue. No había órdenes explícitas deque Stalky debiera volver antes deque los pasosde montaña estuvieran bloqueados. Mac cum-ple las órdenes a rajatabla; Stalky también,cuando coinciden con sus planes.

––Me dijo que quería llegar a la Engadina143

––dijo Tertius––. Se sentó en mi catre a fumarun pitillo y me hizo reír hasta las lágrimas.Macnamara nos mandó a todos a la llanura aldía siguiente. Eramos un hospital andante.

142 Consilio et auxilio: «Con el consejo y la ayudade», en latín. (N. del T.)

143 La Engadina: Valle de Suiza que ha figuradomucho en la historia militar como camino entreAlemania e Italia. (N. del T.)

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––Stalky me dijo que Macnamara había sidouna bendición para él ––dijo Dick Cuatro––.Solía ir a su tienda a oírle tocar el violín y, entreobra y obra, le interrogaba a fondo sobre picos,palas y cartuchos de dinamita. Eso fue lo últi-mo que supimos de Stalky. Alrededor de unasemana después los pasos quedaron bloquea-dos por la nieve, y no creo que Stalky quisieraencontrar a nadie en ese momento.

––Claro que no ––dijo el gordo y rubioAbenazar––. Claro que no. ¡Jo, jo!

Dick Cuatro levantó su mano seca y delga-da, con venas azules en el dorso:

––Espera un poco, Pussy; ya lo contarásdespués. Volví a mi regimiento, y esa primave-ra, cinco meses más tarde, salí con un destaca-mento de dos compañías teóricamente parabuscar a unos amigos al otro lado de la fronte-ra; en realidad para reclutar gente, por su-puesto. No tuve mucha suerte, porque un)’oven naick llevó a cabo en esas montañas unaestúpida venganza de sangre que había here-

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dado de su tía, y los nativos se negaron a alis-tarse conmigo. El naick se había tomado un bre-ve permiso para ocuparse de ese asunto; hastaahí todo es normal; pero es que se había carga-do al tío de mi ordenanza favorito. Era unavergüenza espantosa, porque yo sabía queHarris, el de los Gluznees, cubriría el mismoterritorio tres meses más tarde y se llevaría to-dos los tipos a los que yo había echado el ojo.Todos estaban disgustados con el naick, porquepensaban que hubiera debido tener la decenciade posponer sus... sus desagradables aficioneshasta que nuestras compañías hubieran crecidosuficientemente.

»De todas formas al animal todavía le que-daba algo de profesionalidad. Mandó a uno delclan de su tía por la noche para decirme que, sime interesaba, él me podía presentar a un mon-tón de preciosidades. Pasé la frontera como unabala y unas diez millas más lejos, en un cauceseco, encontramos unos setenta hombres arma-dos de diferentes maneras pero formados como

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una compañía de la reina. Uno de ellos se ade-lantó y manejó una vieja corneta tan patosa-mente como... ¿cómo se llamaba? Bancroft,¿no?, cuando buscaba sus gafas en una farsa; ytocó Arrah, Patsy, cuida al niño. Arrah, Patsy,cuida. Es todo lo que tocó.

Y tampoco pudo ir más lejos en su relatoDick Cuatro, porque entonces cantamos la viejacanción dos veces, y después otras dos, y unaúltima vez de remate.

––Me dijo que si yo sabía el resto de la can-ción tenía un mensaje para mí del hombre aquien pertenecía la canción. Así que, queridoshijos míos, terminé la vieja canción con la cor-neta y... esto es lo que me dio. Eh, no empujéis(todos nos habíamos amontonado para ver laconocida escritura irregular). Os la leo en vozalta:

Fuerte Everett, 19 de febreroQuerido Dick, o Tertius: El portador de esta car-

ta está al mando de setenta y cinco reclutas, todos

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unos diablos de pukkas144, pero que están deseandocambiar de vida. Los hemos pulido un poco y, des-pués de domesticados, pueden hacer un buen trabajo.Quiero que le dejes treinta a mi ayudante, que, aun-que es el burro más grande que existe, va a necesitaralgunos hombres esta primavera. Los demás te lospuedes quedar. Quizá te interese saber que he pro-longado la carretera hasta el final del territoriomalôt. Todos los cabecillas y sacerdotes implicadosen los sucesos de septiembre han trabajado en lasobras un mes cada uno, suministrando materiales desus propias casas para la construcción. La tumba deEverett está cubierta con un montículo de cuarentapies, que podrá servir de base para futuras triangu-laciones. Rutton Singh os manda sus mejores sa-laams145. Estoy haciendo algunos trabajos, y he dadoa mi prisionero, que también os manda salaams, elcargo local de Bahadur Khan.

A. L. Corkran.

144 Pukkas: Miembros de una casta muy baja que se dedi-caba a la caza de animales de madriguera. (N. del T.)

145 Salaam: «Saludo», en árabe. (N. del T.)

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––Bueno, eso es todo ––dijo Dick Cuatrocuando los rugidos, los gritos, las risas y, meparece, las lágrimas, hubieron amainado––.Crucé la frontera con mi cuadrilla tan rápidocomo pude. Sentían nostalgia de sus aldeas,pero se alegraron cuando reconocieron a al-gunos de mis hombres, que habían estado en labatalla contra los khye-kheens, y entre todosformaban una buena partida. Hay bastante másde trescientas millas desde el fuerte Everetthasta donde los recogí. Ahora, Pussy, cuéntaleslo último que supiste de Stalky.

Abenazar soltó una risita nerviosa y forza-da.

––Oh, no es mucho. Yo estaba en Simia enla primavera, cuando Stalky empezó a escribir-se directamente con el gobierno desde sus nie-ves.

––Como si fuera un rey ––comentó DickCuatro.

––Ahora me toca a mí, Dick. Había hecho

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muchas cosas que no tenía derecho a hacer, ycomprometido al gobierno en todo tipo de ini-ciativas.

––Había empeñado el reloj del Estado, ¿eh?––dijo M’Turk haciéndome un gesto.

––Algo así; pero lo más embarazoso es quetodo era tan conveniente, estaba tan bien razo-nado... Era tan exacto como si hubiera tenidoacceso a todo tipo de información... reservada,por supuesto.

––¡Bah! ––dijo Tertius––. Yo en cualquiermomento estaría dispuesto a apoyar a Stalkycontra Asuntos Exteriores.

––Ha hecho casi todo lo que le ha dado lagana, menos acuñar monedas con su propiaefigie y leyenda, todo con la excusa de la cons-trucción de esta carretera infernal y estar blo-queado por la nieve. Su informe es sencillamen-te pasmoso. Von Lennaert se tiraba de los peloscuando lo recibió, y después dijo:

»––¿Quién diantres es este Warren Has-

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tings146 desconocido? Hay que degradarle. ¡Hayque degradarle oficialmente! El virrey no lopuede permitir. Nunca se ha visto nada pareci-do. Debe ser degradado por su excelencia enpersona. Que venga aquí cuanto antes y quesea reprendido en los términos más duros.

»Efectivamente, le mandé una severísimareprimenda oficial, pero al mismo tiempo tam-bién un telegrama por mi cuenta.

––¡Tú! ––dijo asombrado Infant, pues Abe-nazar parecía más un gordo gato persa quecualquier otra cosa.

––Sí, yo ––dijo Abenazar––. No era gran co-sa, pero después de lo que has contado, Dicky,fue una coincidencia curiosa, porque el tele-grama decía:

146 Warren Hastings: Político inglés (1732-1818)que fue gobernador de las Indias británicas. Acusa-do de malversaciones, fue absuelto después de unruidoso proceso. (N. del T.)

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Aladino ya tiene mujer,y el emperador está calmado.A la vida podéis ya volver:esperamos que os haya gustado.

»Es curioso que me viniera a la cabeza esavieja canción. No era comprometedora y dabaánimos. El único fallo era que el emperador noestaba verdaderamente calmado. Stalky salióde la seguridad de sus montañas y se dirigiósin prisa y despreocupadamente hacia Simia,para ser sacrificado en el altar.

––Pero ––interrumpí–– seguramente el capi-tán general es el mismo...

––Su excelencia creía que si se mostraba du-ro con un capitán joven (igual que King solíahacer con nosotros) estaba manejando con ma-no firme las riendas del Imperio y, por supues-to, Von Lennaert se mostró de acuerdo con él.Incluso sospecho que fue Von Lennaert el quele metió esa idea en la cabeza.

––Entonces han cambiado a la gente desde

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que yo estuve allí ––dije.––Puede. Stalky tuvo que acudir para que le

riñeran como a un chico travieso. Tengo razo-nes para creer que a su excelencia se le pusie-ron los pelos de punta. Estuvo hablándole aStalky durante una hora, mientras éste concen-traba su atención en el suelo. Luego asegurabaque Von Lennaert había estado al fondo de lasala haciendo como si intentase apaciguar a suexcelencia sin abrir la boca. Stalky no se atrevíaa mirar hacia arriba para que no le diese la risa.

––Pero ¿entonces no degradaron pública-mente a Stalky? ––dijo Infant después de daruna gran risotada.

––No ––dijo Abenazar––. Le perdonaronpara darle una oportunidad de enderezar suemborronada carrera y para que a su padre nose le partiera el corazón. Stalky no tenía padre,pero eso era lo de menos. Se comportó comoun... como un huérfano del asilo de Sanawar, ysu excelencia le perdonó generosamente. En-tonces se pasó por mi oficina y se sentó enfren-

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te de mí, resoplando por la nariz. Después dijo:«Pussy, si pensara que ese colgador de cestas...»

––¡Ah! Se acordaba de eso ––dijo M’Turk.––« ... que ese colgador de cestas de dos pe-

niques es quien gobierna la India, me naciona-lizaría moscovita mañana mismo. Soy una fem-me incomprise147. Esto me ha destrozado. Voy apedir un permiso de seis meses para cazar porla India para recuperarme. ¿Crees que me lodarán, Pussy?»

»Se lo dieron en unos tres minutos y medio,y diecisiete días más tarde estaba de nuevo enlos brazos de Rutton Sin h, terriblemente des-honrado, con órdenes de entregare sus hom-bres, el mando y todo lo demás a CathcartMacMonnie.

––¡Daos cuenta! ––dijo Dick Cuatro––. Uncoronel del Departamento Político al mando detreinta sikhs en una montaña. ¡Daos cuenta,

147 Femme incomprise: «Mujer incomprendida»,en francés. (N. del T.)

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hijos míos!––Naturalmente, como Cathcart no es tonto

aunque sea político, dejó a Stalky hacer suscacerías a menos de quince millas del fuerteEverett durante los seis meses siguientes; yparece que ellos dos, Rutton Singh y el prisio-nero, se entendían estupendamente. Creo quedespués Stalky se reincorporó a su regimiento.No le he visto nunca desde entonces.

––Pues yo sí ––dijo M’Turk hinchándose deorgullo.

Todos nos volvimos nuestra mirada hacia élcomo un solo hombre.

––Fue al principio de este verano tan calu-roso. Yo estaba en un campamento cerca deJullunder y me tropecé con Stalky en una aldeasikh; sentado en la silla de ceremonias, con lamitad de la población inclinada delante de él,una docena de bebés en sus rodillas, una viejabruja palmoteándole en el hombro y una guir-nalda de flores alrededor del cuello. Me dijoque estaba reclutando soldados, Cenamos jun-

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tos esa noche, pero no me contó nada de lo delfuerte. Sí me dijo, sin embargo, que si necesita-ra provisiones dijera sólo que era el bhai de Ko-ran Sahid; lo hice, y los sikhs no quisieron queles pagase ni una rupia.

––¡Ah! Esa debía de ser una de las aldeas deRutton Singh ––dijo Dick Cuatro; y a continua-ción fumamos algún tiempo en silencio.

––Por cierto ––dijo M’Turk retrocediendoalgunos años––, ¿os dijo Stalky alguna vez có-mo es que el Gallina acabó apedreando a Kingesa noche?

––No ––contestó Dick Cuatro.Entonces M’Turk lo contó.––Ya veo ––dijo Dick Cuatro moviendo la

cabeza––. Prácticamente repitió la misma tretacon los khye––kheens y los malôts. No hay na-die como Stalky.

––En eso te equivocas ––dije––. La India es-tá llena de Stalkies; tipos de Cheltenham, Hai-leybury y Marlborough de los que no sabemosnada, y las sorpresas empezarán cuando haya

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una verdadera guerra.––¿Quién será el sorprendido?––dijo Dick

Cuatro.––Los otros. Los caballeros que llegan al

frente en vagones de primera clase. Imaginaosa Stalky suelto con suficientes sikhs en el sur deEuropa y con la perspectiva de un botín razo-nable. Pensadlo bien.

––Algo hay de eso, pero me parece que eresdemasiado optimista, Beetle ––dijo Infant.

––Bueno, tengo derecho a serlo, ¿no? ¿O esque no soy yo el responsable de todo? ¿De quéos reís? ¿Quién escribió lo de «Aladino ya tienemujer», eh?

––¿Y qué tiene que ver eso? ––dijo Tertius. ––Todo ––contesté.––Demuéstralo ––dijo Infant.Y eso es lo que he hecho.