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Thompson Reflexiones Inéditas Sobre Política, Historia y El Papel de Los Intelectuales

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Historia

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    Reflexiones inditas de Thompson sobre poltica, historia y el papel de los intelectuales

    Edward P. Thompson

    Se reproduce a continuacin la versin castellana de un breve texto indito de Edward P. Thompson escrito en el marco del Programa Historia y Sociedad de la Universidad de Minessota en el ao acadmico 1987-88 con el ttulo informal de Reflexiones sobre Jacoby y todo eso. El working paper circul fotocopiado entre los estudiantes del Programa y parece solicitado como comentario al entonces reciente bestseller de Russell Jacoby The Last Intellectuals: American Culture in the Age of Academe [Los ltimos intelectuales: la cultura norteamericana en la edad de la academia].

    Se me ha invitado a decir algo sobre las relaciones entre la escritura, la historia y la poltica conforme a mi propia experiencia [1]. En cierto sentido, hay poco que decir que no resulte obvio. O eso me parece a m. Uno escribe historia como historiador y se embarca en la polmica poltica como ciudadano, y una cosa no excluye a la otra. En efecto, los dos papeles pueden solaparse o aun confundirse a veces, pero tampoco significa eso que se precise de llegar a grandes compromisos. Los modos de salir airoso del asunto son menos un problema terico que un problema prctico. Yo estoy resueltamente en contra de mezclar la docencia con cualquier variante de proselitismo poltico, porque eso es aprovecharse injustamente de una posicin de ventaja sobre los estudiantes. Mi impresin, de todas, todas, es que ese abuso lo suele cometer de manera flagrante, mucho ms que la izquierda, una derecha incautamente habituada a suponer que sus puntos de vista constituyen la nica ortodoxia posible. Pero eso no debe ser excusa para que la izquierda se ponga a emular abusos de la derecha. Tal vez parto de este simple punto de vista porque mi padre fue un escritor: un historiador y un polemista en asuntos que tenan que ver con la independencia de la India. De manera que la forma normal de ir a trabajar que yo observ en mi infancia consista en bajar en

    pantuflas al estudio con una humeante taza de caf en mano [2]. El ruido de la mquina de escribir era trabajo. Mi padre tena tambin cierta relacin contractual a tiempo parcial

    con la Universidad de Oxford, como Lector de bengal y, luego, como investigador asociado en Historia de la India; pero sus tareas no eran demasiado exigentes, de manera que pasara probablemente por el filtro de la severa definicin de intelectual de Russell Jacoby. l, sin embargo, se entenda a s mismo como escritor: como poeta, novelista,

    historiador, periodista y hombre de letras. Y cuando abra el correo, rebosante de interminables peticiones para escribir sobre esto, hablar sobre estotro, leer tal manuscrito o asesorar sobre tal otro (casi siempre de balde), se entenda tambin a s mismo como servus servorum [siervo de los siervos]. Los aos en que yo he venido desempeando un papel prominente en el movimiento por la paz me han permitido comprender demasiado bien esa forma de entenderse a s propio. El mundo est lleno de gente encantadora y meritoria que, por alguna razn, suponen que un escritor es un servidor pblico sin goce de sueldo. A veces, la mitad o ms de mi vida laboral se destina a responder el correo, y la pila de cartas todava sin respuesta gravita permanentemente sobre mi mente. Una parte de esa correspondencia hace al

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    mantenimiento de una buena relacin con un pblico, pero ese pblico tambin puede ser irreflexivamente exigente. La Trampa-22 del asunto es que uno nunca llega a conocer a los corresponsales delicados, precisamente porque tienen demasiado tacto como para inundarte con cartas. Baste eso como prlogo. Quedan por aadir tan slo algunos breves detalles biogrficos. Cuando era joven, yo supona que podra llegar a ser un Escritor (con mayscula). Mi primer empleo fue de tutor extramuros, cargo que desempe 17 aos en West Yorkshire para la Universidad de Leeds: se trataba de tutoras externas en la educacin de adultos. Volver sobre eso. Yo me hice historiador en esa poca escribiendo mis libros sobre William Morris y sobre La formacin de la clase obrera en Inglaterra [3]. Dorothy (mi mujer) y yo andbamos muy metidos en el activismo poltico: el momento culminante fue el feroz conflicto dentro (y, luego, fuera) del Partido Comunista (1956) y la formacin y el trabajo editorial para The New Reasoner y la New Left Review. Mi siguiente puesto de trabajo fue ya dentro de una universidad, la recientemente fundada Universidad de Warwick: slo me dur seis aos, pero una de sus recompensas fue la formacin de un excelente centro de graduados, especialmente fuerte en el estudio de la historia social inglesa del siglo XVIII. Luego dimit (1971) para poder escribir, oportunidad que me brindaba Dorothy, quien (con los chicos ya un poco crecidos) logr tardamente entrar en le enseanza universitaria, lo que significaba el ingreso de un salario acadmico regular en la familia. Mi libertad para ser un intelectual dependa de eso, y tal vez Jacoby presta poca atencin a este tipo de asuntos materiales garbanceros. Escribir seriamente por cuenta propia no proporciona un sustento. De vez en cuando, en las dos ltimas dcadas, hemos recargado nuestra cuenta bancaria y tambin nuestros recursos intelectuales aceptando la amable hospitalidad de universidades norteamericanas, canadienses y otras para ensear ocasionalmente o durante cursos enteros. De modo que yo soy medio intelectual y medio acadmico. Mi vida de escritor acadmico se ha visto interferida y repetidamente aplazada por las exigencias de la publicstica poltica polmica: primero, en defensa de libertades civiles como la integridad del sistema de jurados populares y en oposicin al autoritarismo creciente en Gran Bretaa; y luego, en representacin del movimiento por la paz. Si hay que distinguir entre el escritor de historia y el escritor poltico, entonces el historiador que hay en m lamenta mucho los aos desperdiciados en poltica: y nunca ms que ahora, cuando me hallo rodeado de obra inacabada y demasiado poco tiempo por delante. Pero, como ciudadano, no tengo por qu disculparme con el historiador. Volvamos a Russell Jacoby, aunque supongo que ya os habis hecho una idea suficiente de su posicin durante el seminario. A m, en general, me gusta su libro. Con una prosa viva y abundancia de ejemplos, presenta a la cultura acadmica, no como una solucin, sino como un problema. Tal vez me gusta el libro porque yo mismo he venido sosteniendo tesis parecidas durante aos. En una discusin sobre el papel de la universidad en la educacin de adultos, escrib (en 1968) lo que sigue:

    La cultura educada superior no est ya aislada de la cultura popular conforme a las viejas fronteras de clase: pero sigue estando aislada dentro de sus propios muros de autoestima intelectual y soberbia espiritual. Hay, huelga decirlo, ms gentes que nunca que atraviesan los muros y entran. Pero es un gravsimo error en el que slo pueden caer quienes miran la

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    universidad desde fuera suponer que, dentro de los muros, se hallan ardientes protagonistas () de valores intelectuales y culturales. En la buena clase de adultos, la crtica de la vida se lleva al trabajo o al objeto de estudio. Es natural que esto resulte menos comn entre los estudiantes universitarios corrientes; y buena parte del trabajo del profesor universitario es del tipo de un charcutero intelectual: pesar y medir programas de estudio, listas de lecturas o temas de ensayo en pos del entrenamiento profesional que se pretende. El peligro es que ese tipo de necesaria tecnologa profesional se confunda con la autoridad intelectual: y que las universidades presentndose a s mismas como sindicato de todos los expertos en todas las ramas del conocimiento expropien al pueblo su identidad intelectual. Y en eso se ven secundadas por los grandes medios centralizados de comunicacin sealadamente, por la televisin, que suelen presentar al acadmico (o tal vez debera hablar de ciertos acadmicos fotognicos?), no como un profesional especializado, sino, precisamente en ese sentido, como un verdadero experto en la Vida. (Education and Experience, pgs. 21-22)

    Esta no es exactamente la misma queja que la de Jacoby, porque lo que a l le preocupa es la incapacidad de los acadmicos para proyectarse como intelectuales pblicos, mientras que lo que a m me preocupaba era la expropiacin de la vida intelectual de la nacin por parte de las universidades. Pero ambos estamos radicalmente interesados en el intercambio, en el dilogo entre la academia y el pblico. Sin embargo, Jacoby presenta el problema de manera demasiado fcil. A pesar de las salvedades, su libro parece presentar un autoaislamiento voluntario en el que los intelectuales comprometidos han terminado optando por el progreso profesional en el cuadro de los mefticos vocabularios de las carreras acadmicas. Es verdad que eso se da ahora, como se dio en el pasado. En momentos materialistas y horros de herosmo eso se dio ya antes. Pero seguramente no es sino la mitad del proceso. Jacoby no se molesta en inquirir ms all, en indagar en las razones estructurales del autoaislamiento de una categora de intelectuales: no se

    pregunta si ese aislamiento y ese autoencarcelamiento con jerga autopromocional es consecuencia no menos que causa. No ser que las relaciones polticas e intelectuales entre los intelectuales y el gran pblico se han visto interrumpidas por cambios en las tecnologas de la comunicacin, o tal vez que, como consecuencia de ulteriores cambios polticos e ideolgicos, los intelectuales se han quedado hablando consigo mismos o sin tener mucho que decir que sea de inters general? Llegados a este punto, yo les invitara a ustedes a echar un vistazo a dos artculos mos que entraban en ese problema desde distintos ngulos. El primero, The Segregation of

    Dissent [La segregacin del disenso], fue escrito para la BBC y finalmente rechazado por

    ella en 1961; termin publicndose en un pequeo peridico estudiantil publicado en Oxford, The New University [6]. El destino final de su publicacin pareca la ilustracin de su argumento. El segundo, The Heavy Dancers [Los bailarines grvidos] vena a ser, en

    cierto modo, una reelaboracin del argumento del primero, pero en el contexto harto ms autoritario que se daba veinte aos despus [7]. Fue un encargo de una unidad de produccin algo osada de una TV comercial que trabajaba para el ocasionalmente intelectual Chanel Four. Pero la iniciativa no era tan osada, ni mucho menos, porque el nervio sensible de mi charla que tena que ver con la Guerra de las Malvinas ya haba sido ampliamente enervado por la victoria de la Seora Thatcher. Durante esa guerra, aun

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    cuando todos los sondeos de opinin arrojaban entre un 20% y un 25% de la poblacin contraria a la guerra, la presentacin televisiva o radiofnica de argumentacin antiblica habra resultado imposible. Me limito a subrayar ante ustedes la obviedad de que hay razones estructurales y polticas para el aislamiento de los intelectuales (si son disidentes). Lo que resulta especialmente obvio en la Gran Bretaa de las pasadas dcadas, con el constantemente creciente autoritarismo, la absurda obsesin gubernamental con la pseudoseguridad, la complicidad del poder judicial y la prensa popular decadente. Hay, desde luego, y lo digo complacido, cierto movimiento de resistencia entre los propios profesionales de los medios de comunicacin sealadamente, en la televisin, pero la Seora Thatcher ya se est ocupando de eso. A m me parece que algo similar ha venido ocurriendo en los EEUU desde el final de la II Guerra Mundial. En la revista Tri-Quaterly (n 70) he esbozado una especie de biografa intelectual de vuestro distinguido compatriota de Minepolis, el poeta Thomas MGrath, comparndolo con un movimiento de resistencia desarrollado a travs de samizdat compuestos con pequeas reseas [8]. Ahora mismo, este distinguido intelectual se encuentra marginado de la vida acadmica norteamericana: su obra no figura en los programas de estudio, ni se discute en la New York Review of Books. No ser que los argumentos de Jacoby son circulares y autoconfirmatorios? No menciona a McGrath, presumiblemente porque no ha odo hablar de l. Y cuntos intelectuales habr que resulten invisibles por las mismas razones? Envi un manuscrito de mi estudio sobre McGrath a ese fino historiador literario que fue el ltimo Warren Susman. Su respuesta me resulta estimulante. Pero en una cuestin disenta vigorosamente. La cultura de resistencia de los pequeos peridicos samizdat por todos los EEUU debera considerarse tan tpica de las dcadas recientes como la cultura oficial de la academia y la New York Review of Books. Para el historiador cultural, sostena Susman, los hechos culturales importantes son tanto la tipicidad como la especificidad nica de McGrath. Yo no s cmo lidiar con este problema. Doy todo mi apoyo a la labor de las revistas minoritarias, y no sabra ni contar las horas, das, semanas, meses y aos de mi vida dedicados a la edicin de, a la colaboracin con y a la financiacin de ese tipo de publicaciones, desde Our Time hasta el New Reasoner, desde la New Left Review hasta, hoy mismo, el END Journal. Pero por importantes que sean estas publicaciones, no resuelven por s propias el problema de la comunicacin con un pblico ms amplio. Se necesitan ciertos mecanismos de transmisin o de mediacin. Cuando conoc a Wright Mills en los primeros das de la New Left Review, andaba muy preocupado por este problema. Crea poder encontrar una solucin con el pequeo libro de bolsillo, y construy una particular alianza amistosa con Ian Ballantine, de Ballantine Books, quien plane poner esa idea por obra sirvindose de mquinas expendedoras de libritos de bolsillo en las grandes superficies comerciales a lo largo de los EEUU: podra llegar a vender hasta 20.000 ejemplares de cada libro, aun si se limitara a ofrecer una cubierta sobre un cuaderno de pginas en blanco. (Yo sospecho que si hubiera llegado a poner eso en prctica con demasiada frecuencia, sus mquinas habran sido saboteadas.) [El libro de Wright Mills] Escucha Yanky fue escrito para ese tipo de audiencia de Ballantine, y (la primera versin de) La imaginacin sociolgica, as como Las causas de la III Guerra Mundial, pensaban en una audiencia similar [9]. Recuerdo claramente haber discutido sobre todo eso con Mills y

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    Ballantine en una finca rural de una montaa galesa, y yo, desde luego, vea la edicin del libro de bolsillo como un medio de masas, como una respuesta a la TV y a la prensa

    popular. El problema no es slo que los productos intelectuales o polticos compiten pobremente cuando comparten salida comercial con el sensacionalismo, la pornografa ligera, la novelita de ocasin o aun las guas para computadores, sino que, en el intento de convertirlos en competidores efectivos, pueden diluirse sus cualidades intelectuales. Admir mucho y sigo admirando el ejemplo de Wright Mills. Pero pensaba que Escucha Yanky habra resultado ms eficaz, si no hubiera sido escrito en telegrafs; que La imaginacin sociolgica presentaba un argumento demasiado faciln; y que Las causas de la III Guerra Mundial que he reledo recientemente arruinaba los efectos de algunas visiones de notable penetracin (que han resistido el paso del tiempo) al envolverlas en un formato argumentativo pobremente servido por una prosa asertiva y exclamatoria. La popularizacin es un tipo especializado de escritura para el que pocos estn dotados, y si un pensador populariza sus propias ideas, puede terminar sin otro resultado que el de su devaluacin. Lo que pueda suministrar un medio de transmisin de las ideas disidentes acaso no sea una solucin tcnica un peridico popular o una mquina expendedora de libritos de bolsillo, sino un movimiento poltico, religioso, nacionalista o del tipo que sea. S, ser gallina o ser huevo, pero a menudo gallina y huevo aparecen juntos: las ideas se popularizan y se difunden rpidamente, porque: a) la opinin pblica ya est preparada para recibirlas; y b) cierta excitacin pblica junta a las gentes en asociaciones, clubs, ejrcitos o entusiasmos religiosos, en los que las ideas se debaten rpidamente. Las ideas radicales pueden mantenerse dormidas por dcadas, derrotadas por la aniquiladora propaganda del statu quo; pero si pueden cambiar las circunstancias de modo que apunten a una nueva oportunidad, si aparecen razones para la esperanza, entonces las ideas radicales pueden florecer al instante y por doquiera. (Aun cuando los primeros 18 meses de reformas del Sr. Gorbachov se vieron con sospecha y cautela, yo creo que en la Unin Sovitica puede apreciarse ahora en accin esa esperanza que es siempre una potente fuerza histrica.) [Esta lnea falta en la copia mimeografiada del manuscrito de Thompson que se est usando para la traduccin] durante el New Deal, las preocupaciones del comn y el discurso del comn se difundieron por todos los EEUU; en Gran Bretaa, una parte del pblico lleg a organizar en clubs de prstamo de libros. A fines de los 50, fenmenos similares llevaron a la fundacin de la New Left Review (NLR). Durante un breve perodo (tal vez entre 1961 y 1963) tuvimos 20 o ms clubs de la NLR en los grandes centros urbanos: servan como estafetas de entrada y salida de la revista y como lugares de irradiacin para iniciativas polticas locales. Se trataba tanto de una correa de transmisin como de una audiencia con una identidad conocida: la seccin final del libro de Raymond Williams The Long Revolution [10] se diriga tal vez a esa audiencia, lo mismo que (ciertas partes de) mi libro La formacin de la clase obrera en Inglaterra. Pero prestar servicio a esos clubs representaba una pesada carga para nuestro desbordado comit editorial, que funcionaba en parte como asesor y en parte como organizador de un nuevo movimiento de izquierda. Algunos miembros del comit sentan que su intervencin en el movimiento resultaba incompatible con una actividad intelectualmente congruente de la revista, y varios jvenes y brillantes

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    colegas terminaron (a resultas de otras dificultades) por hacerse con el control de la revista y cortaron de todos los vnculos con los (deteriorados) clubs, dejando incluso de mencionarles en los crditos de la revista y purgando al comit editorial de todos los miembros conectados con el movimiento (incluido el minero que luego terminara siendo secretario general de la Unin Nacional de Trabajadores Mineros!). Menciono todo esto, no por echar grrulamente la lengua a pacer, sino porque guarda relacin con la cuestin de las audiencias y los cambios registrados en las ltimas dcadas. Porque si en vuestras estanteras conservis la coleccin de la New Left Review (NLR), podis examinar todos los nmeros. El estilo de la revista cambi al cabo de dos o tres nmeros. En vez de dirigirse a una audiencia activista, con su correspondiente retrica y, a veces, sensiblera, la NLR empez a afectar un tono y un formato de rigor, claramente dirigido a la academia. Su circulacin probablemente cay, pero se convirti en una publicacin internacional y las bibliotecas universitarias llegaron a considerarla de tan obligatoria presencia como Past&Present o la Economic History Review. Consigui evitar el colapso y consolidarse con una notable consistencia durante veinticinco aos, desarrollando y definiendo una teora socialista de la academia. Su audiencia y su sentido de las relaciones con la audiencia es de todo punto diferente de la de vuestra New Masses y de la de nuestra Left Review de fines de los 30. Su trayectoria parecera confirmar e ilustrar, en ciertos respectos, la tesis de Jacoby. Pero deberamos aadir tambin que la historia todava continua. Si la NLR ha sido un laboratorio acadmico, an es posible que sus innovaciones y su influencia lleguen a ser potentes en la dcada venidera. Yo no estoy seguro de que eso termine de gustarme. Como tantas otras cosas que nos circundan por todas partes, la NLR es el producto de una era excesivamente cerebral y poco creativa [11]. El movimiento feminista y el movimiento por la paz tambin han proporcionado sus propias correas de transmisin para libros e ideas. El primero parece haber conseguido una audiencia substantiva y permanente. El segundo ha sido ms voltil y se va visto sometido a los vientos de la moda. Muy notablemente en los EEUU, con las subitneas alzas y bajas de la audiencia del Freeze, que se pueden ilustrar con el sensacional xito del libro de Schell Fate of the Earth [12]. (Dicho sea de paso: por qu no cuenta Jonathan Schell entre los intelectuales de Jacoby?) Yo he observado oscilaciones parecidas en Gran

    Bretaa. La formacin de nuestro movimiento constituy un ejemplo notable del uso de instrumentos y medios de comunicacin premodernos para irrumpir en un consenso

    manipulado o indiferente u hostil. Nos servimos del panfleto, de la hoja volandera semanal, de la reunin en la parroquia o en la escuela, de la manifestacin callejera o del piquete, y con efectos tales, que, hacia 1981, nuestras manifestaciones llegaron a ser lo bastante numerosas y coloridas como para que los medios de comunicacin mayoritarios no pudieran seguir ignorndolas como si no existieran. Los esfuerzos y las horas de trabajo voluntario fueron un prodigio difcilmente mantenible durante ms de dos o tres aos con ese grado de intensidad. Llegamos a irrumpir en la TV y (con feas distorsiones) en la peor prensa sensacionalista popular. Ni que decir tiene que al precio de perder el control directo en la forma de presentabar nuestros argumentos cuando pareca que stos triunfaban: nuestras voces pasaron a otros (comentaristas polticos, animadores mediticos, locutores) que planteaban sus cuestiones, no las nuestras. Como es caracterstico en la Gran Bretaa, toda la complejidad de nuestras propuestas quedaba reducida a slo dos cuestiones: a favor o en contra del unilateralismo, y unilateralismo

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    al modo en que ellos, no nosotros, lo definan; y prescindiendo directamente de nuestra poltica de no alineamiento y de nuestros mltiples contactos con los disidentes del otro lado a favor o en contra de las polticas soviticas. Dada la capacidad de los medios de comunicacin mayoritarios para falsificar y manipular, uno se pregunta si no habramos hecho mejor siguiendo ignorados. A todo eso, he dicho ms bien poco sobre mi propia prctica como escritor poltico e historigrafo. Como solt al comienzo, tengo poco que decir que no resulte evidente; y si he pasado por alto cuestiones significativas, preguntadme. Una cosa ha sido importante para m y para algunos de mis colegas. Mi primer empleo que dur 17 aos fue en la educacin para adultos. Eran tiempos inmediatamente despus de la Guerra en los que el movimiento era vigoroso y contaba con un amplio apoyo popular. Las clases estaban organizadas por la Asociacin de Trabajadores de la Educacin, pero los cursos ms largos y formales los conducan tutores extramuros de la universidad o extensiones de los departamentos universitarios. Esas clases duraban normalmente tres inviernos de 14 sesiones cada uno, complementadas con escuelas de verano; los estudiantes se embarcaban en esta considerable tarea (y la mayora, a plena satisfaccin) con el nico propsito de la instruccin propia: no haba grado o diploma al final, y raramente un incentivo vocacional directo. El grueso de los cursos versaba sobre humanidades o ciencias sociales (teora econmica, asuntos internacionales, historia, literatura, msica). En una buena clase tutorial de educacin para adultos haba un dilogo real entre el tutor y los estudiantes, y un joven tutor como yo mismo tena que afrontar esa clase con humildad antes de adquirir experiencia. (En mi primera clase en una aldea minera del Yorkshire meridional me result evidente desde las primeras semanas que no podra ganarme el respeto de la clase hasta que no hubiera bajado con ellos al pozo local de la mina.) Eso era muy distinto de la enseanza universitaria externa. Por un lado, los estudiantes tenan poco tiempo para leer lo suficiente, y lo que alcanzaban a leer eran libros, ms que artculos acadmicos especializados. (La era de la fotocopia barata todava no haba llegado, y no disponamos de revistas acadmicas encuadernadas en volmenes en nuestras estanteras.) Pocos eran capaces de escribir ensayos serios. Pero, por otro lado, el tutor se esforzaba para exponer ante la clase, tan clara y ecunimemente como le fuera posible, el estado de los conocimientos, exposicin a la que sola seguir un tiempo de discusin de otra hora en la que los miembros de la clase interrogaban al tutor, introducan su propia experiencia a menudo, pertinentemente, y bajo esa luz, avanzaban sus propios juicios. A veces, en una clase de historia, esos juicios estaban insuficientemente informados, pero en la clase de literatura yo enseaba ambas cosas por igual: otra ventaja de la educacin para adultos la experiencia del estudiante resultaba superior a la del tutor, lo que resultaba francamente gratificante. Esta experiencia de la educacin para adultos ha influido desde luego en una tradicin de la historia social en Inglaterra. R.H. Tawney fue un pionero de las clases de educacin tutorial. No s si los Hammond participaron en eso tambin, pero sus libros suenan como si lo hubieran hecho. [13] La cosa no ofrece duda: esa experiencia influy en mi sentido de la audiencia al escribir historia. Mi William Morris y La formacin de la clase obrera en Inglaterra se escribieron con una audiencia en la cabeza compuesta por una clase para

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    adultos o por activistas polticos. Poco que ver con una audiencia universitaria interna. De aqu mi descuido del protocolo acadmico (del que apenas conoca la etiqueta). He llegado a apreciar la diferencia luego. La buena recepcin de La formacin me convirti en blanco de la crtica acadmica, de manera que en mi actividad literaria de las dos ltimas dcadas he tenido en mente tambin a esa audiencia crtica. Eso ha hecho mi obra ms lenta y ms autoconsciente; ms cautelosa en el juicio; ms puntillosa en relacin con el aparato acadmico. Tal vez la obra ha ganado en pericia profesional, pero tambin ha perdido en otros respectos. Ha perdido, sobre todo, el sentido del dilogo con un pblico. Y puede que eso sea inevitable, debido al aislamiento estructural y al autoaislamiento de la academia. Se ha hecho ms difcil conjugar academia y pblico general no especializado. Y en eso todas las partes pierden: los escritores, la audiencia del pblico y la academia. Porque la educacin de adultos ofreca no slo una salida a la universidad, sino tambin un ingreso de experiencia y de crtica. En ese dilogo, aparecan nuevas disciplinas y se ensayaban experimentos: por ejemplo, determinada historia econmica y social local, determinados temas sociolgicos y culturales. Y los profesores se vean obligados a evitar la jerga profesional introvertida y a dar prioridad a la difcil tarea de la comunicacin. Este dilogo y este ingreso de experiencia es profundamente necesario para la salud intelectual de la

    propia academia. En su ausencia, proliferan los escolasticismos y la vida intelectual del pblico se ve confiscada por quienes tienen una disposicin profesional a teorizar que los miembros de la elite intelectual (es decir, ellos mismos) son los nicos agentes libres de la historia, siendo todos los dems meros prisioneros de estructuras o de determinaciones (conceptuales, o de otro tipo) que les reducen a no ser otra cosa que enemigos de la intelectualidad o cmplices de sus victimarios. No es slo que eso sea falso; es que es un error cargado de consecuencias. Acepta, en nombre de una teora supuestamente elevada, nuestra fracturada vida intelectual; y reproduce las alienaciones. Pero esa es ya otra historia. Traduccin para www.sinpermiso.info. Antoni Domnech Notas [1] Se ha mantenido la ortografa original del manuscrito. Las palabras y los ttulos subrayados se han convertido en cursiva. Todas las notas a pie de pgina son de Carlos Aguirre. [2] Sobre Edward John Thompson (1886-1946), vase E.P. Thompson, Alien Homage. Edward Thompson and Rabindranath Tagore (Delhi: Oxford University Press, 1993) y Mary Lago, Indias Prisoner. A Biography of Edward John Thompson, 1886-1946 (Columbia: University of Missouri Press, 2001), as como Scott Hamilton, The Crisis of Theory. E.P. Thompson, the new left and postwar British politics (Manchester: Manchester University Press, 2012), pgs. 11-21. [3] William Morris: Romantic to Revolutionary (London: Lawrence & Wishart, 1955) [Traduccin castellana en Editorial Destino de Barcelona]; The Making of the English Working Class (London: Victor Gollancz, 1963) [Nueva edicin castellana reciente,

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    conmemorativa del cincuentenario, en la editorial madrilea Capitn Swing, con prlogo de Antoni Domnech.]. [4] Dorothy Thompson (1923-2011), la mujer de Edward, fue una historiadora sociasl, autora, entre otras obras, de: TheChartists: Popular Politics in the Industrial Revolution (New York: Pantheon Books, 1984). Sobre la relacin de Thompson (y otros historiadores) con el Partido Comunista britnico, vase: Harvey J. Kaye, The British Marxist Historians. An Introductory Analysis( New York:Polity Press, 1984). [5] E.P. Thompson, Education and Experience: Fifth Mansbridge Memorial Lecture

    (Leeds 1968), pgs. 21-22. Este textito se incluy en su libro pstumo The Romantics: England in a Revolutionary Age (New York: The New Press, 1997), 4-32. [6] New University, 6, 1961, 13-16, reproducido en Writing by Candlelight (London: The Merlin Press, 1980), 1-10. [7] The Heavy Dancers of the Air, New Society, 11, Noviembre 1982, 243-7, reproducido en The Heavy Dancers (London: The Merlin Press, 1985), 1-11. [8] E.P. Thompson, Homage to Thomas McGrath, TriQuarterly, 70 (Primavera 1987), 116-17. [9] C. Wright Mills, Listen Yankee: The Revolution in Cuba (New York: Ballantine Books, 1960); The Sociological Imagination (New York: Oxford University Press, 1959); The Causes of World War Three (London: Secker & Warburg, 1958). [10] Raymond Williams, The Long Revolution (London: Chato and Windus, 1961). [11] La historia de la New Left Review ha sido estudiada por Duncan Thompson en: Pessimism of the Intellect?: A History of the New Left Review (London: Merlin Press, 2006). [12] Jonathan Schell, The Fate of the Earth (New York: Knopf, 1982). EPT se refiere aqu al movimiento Freeze contra las armas nucleares. Vase al respecto: Alexander Cockburn y James Ridgeway, The Freeze Movement versus Reagan, New Left Review, 137, Enero-Febrero 1983. [13] Thompson se refiere a John Lawrence y Barbara Hammond, autores de numerosos y muy influyentes libros de historia social durante las tres primeras dcadas del siglo XX. Vase al respecto: Stewart Angas Weaver, The Hammonds: A Marriage in History (Stanford: Stanford University Press, 1998). Edward P. Thompson fue el historiador social ms importante de la segunda mitad del siglo XX y el pensador marxista ms interesante y renovador del mundo angloparlante. Ver tambin: Reflections on Jacoby and All That: An Unpublished Essay by E. P. Thompson: Carlos Aguirre Fuente: http://marxismocritico.com/2013/12/02/reflexiones-ineditas-edward-p-thompson/