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  • 8/7/2019 alejandro_grimson_esp frontera

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    Frum Social das Amricas, Quito, Equador, 25 a 30 de julho de 2004

    Um projeto Ibase, em parceria com ActionAid Brasil, Attac Brasil e FundaoRosa Luxemburgo

    Fronteras, naciones y regin

    Alejandro Grimson1

    Instituto de Desarrollo Econmico y SocialUniversidad Nacional de San Martn

    Este texto constituye un ensayo que procura sealar algunos de los aportes

    que recientes estudios antropolgicos pueden realizar para pensar crtica ypolticamente cuestiones sobre fronteras nacionales, procesos identitarios y

    proyectos de integracin regional. En las ltimas dcadas se han multiplicado

    los estudios etnogrficos y sociolgicos en diversas zonas de frontera. En el

    cono sur los estudios son ms recientes que en Europa o Norteamrica. Pero

    tanto por la especificidad de los procesos histricos como por opciones

    tericas, se ha desarrollado un dilogo crtico especialmente con las

    concepciones posmodernas de las fronteras que se pusieron de moda en

    Estados Unidos desde fines de los ochenta.

    La frontera de Mxico-Estados Unidos condens una gran parte de la

    imaginacin acerca del contacto de "culturas". Sobre aquella frontera han

    surgido imgenes contradictorias y hasta incomensurables: desde los

    migrantes mexicanos perseguidos por la migra -como cono de la desigualdad

    y la represin- hasta mestizos y mestizas hbridos -como smbolo de

    1 Investigador del CONICET Instituto de Desarrollo Econmico y Social Profesor de la Universidadde Buenos Aires.

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    multiculturalidad, cuando no de posmodernidad-. El nfasis sobre esta imagen

    del "cruce de fronteras" devino una sincdoque que da cuenta de la sociedad

    inestable y difusa de "fin de siglo" y del inicio de un nuevo milenio. As, aquella

    frontera pareca ms hecha por los poetas que por los policas (Hannerz,

    1996). Anzalda (1999) celebraba el potencial de las fronteras para la apertura

    de nuevas formas de entendimiento humano, para la mezcla, la tolerancia y el

    pluralismo. Rosaldo (1991) tambin hizo hincapi en la multiplicidad, en el

    carcter poroso, ambiguo, hbrido de las fronteras, hasta el punto de que a

    veces parece olvidar por qu se las sigue llamando as: lmite, diferencia, frente

    de batalla, separacin, discontinuidad. El estudio de las fronteras requiere

    escapar a las versiones estticas y homogneas de culturas unitarias. Sin

    embargo, poco valor tendr esa ruptura si se pretende aplicar un modelo de

    ambigedad y multiplicidad al conjunto de las fronteras.

    Las articulaciones y desajustes entre diferencia y desigualdad son una de las

    claves de la frontera. Cuando las aduanas y la migra aceitan cotidianamente

    una maquinaria de produccin de desigualdad no parece llamativo que sobre

    sta se encastren las diferencias. Hay diferencia por desigualdad cuando el

    lenguaje de las identificaciones utiliza la sintaxis de la exclusin. En ese caso,la utopa es la que apunta Senz (2003): chicano expresa desigualdad y, por

    ello, es una identidad que slo espera el da en que ya no sea necesaria. Esa

    es la frontera que lleva la desigualdad hasta el lmite.

    Para pensar las fronteras polticas entre los estados latinoamericanos es

    necesario al mismo tiempo considerar los aportes realizados por mltiples

    estudios fronterizos e inscribirlos en una historia social diferente. El desafo de

    estudiar fronteras donde el lmite poltico y simblico acta a pesarde que no

    se sustenta en una impresionante maquinaria de desigualdad exige repensar y

    crear herramientas conceptuales. Estos replanteos se sustentan en

    investigaciones empricas, un conjunto de estudios etnogrficos desarrollados

    en los lmites entre Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Esas

    investigaciones y esas crticas tericas, en mi opinin, tienen implicancias

    polticas.

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    Estos estudios muestran que es necesario distinguir con claridad dos tipos de

    frontera que se confunden en el debate actual: las fronteras culturales de las

    fronteras identitarias; las fronteras de significados de las fronteras de

    sentimientos de pertenencia.

    Esto es clave para comprender el diagnstico que postulan estos estudios y

    que podra sintetizarse en la afirmacin, por cierto esquemtica, de que las

    culturas son ms hbridas que las identificaciones.

    Amrica Latina

    En los ltimos aos, una parte sustancial de las investigaciones sobre fronteras

    en el Cono Sur se vincul a una disconformidad terica y poltica respecto a

    una importante corriente del estudio de las identificaciones y las culturas. Se

    trata de aquella vertiente que enfatiza la multiplicidad de identidades y su

    fragmentacin ocluyendo las relaciones de poder en general y la intervencin

    del Estado en particular. Las fronteras polticas constituyen un terreno

    sumamente productivo para pensar las relaciones de poder en el plano

    sociocultural, ya que los intereses, acciones e identificaciones de los actoreslocales encuentran diversas articulaciones y conflictos con los planes y la

    penetracin del Estado nacional. La crisis del Estado, como se ha visto en

    diversas fronteras, se expresa fundamentalmente en trminos de proteccin

    social, pero los sistemas fronterizos de control y represin (del pequeo

    contrabando fronterizo, de las migraciones limtrofes) tienden a reforzarse. Por

    ello, el Estado contina teniendo un rol dominante como rbitro del control, la

    violencia, el orden y la organizacin para aquellos cuya identidad est siendo

    transformada por fuerzas globales. Por ello, es riesgoso subestimar el rol que

    el Estado contina jugando en la vida cotidiana de sus propios y otros

    ciudadanos.

    Cuando el papel de los Estados y los efectos de sus polticas son

    subestimados se corre el riesgo de caer en el esencialismo de la hermandad o

    en el esencialismo de la hibridacin generalizada. Estos dos esencialismos han

    devenido sentido comn acadmico y poltico en lugares tan remotos como la

    frontera entre Mxico y los Estados Unidos y diversas fronteras del Cono Sur

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    (Grimson y Vila, 2004). Ambos esencialismos se sustentan en metforas que

    refieren al concepto de "unin", y hacen hincapi en la metfora de la

    "hermandad" y la mtafora del "cruce". As, es muy frecuente escuchar hablar

    acerca de la "hermandad de los pueblos fronterizos" en el Cono Sur de

    Amrica Latina y de la "hermandad" de inmigrantes mexicanos y mxico-

    americanos en la frontera de Mxico-Estados Unidos (Recondo, 1997; AA.VV.

    1997 a y b; Anzalda, 1999; Rosaldo, 1991). La metfora del "cruzador de

    fronteras" a su vez, ha sido ampliamente usada para dar cuenta de algo as

    como un "nuevo sujeto de la historia" (el inmigrante mexicano o

    centroamericano en los EE.UU. es tal vez el mejor ejemplo de este uso) y

    como paradigma para pensar los contactos interculturales en general. Ambas

    metforas, tienden a invisibilizar el conflicto social y cultural que muchas veces

    caracteriza las fronteras polticas. Al subestimar el conflicto como dimensin

    central del "contacto entre culturas" se dificulta la visualizacin de las

    asimetras entre sectores, grupos y estados, y las crecientes dinmicas de

    exclusin.

    En una parte importante de los estudios sobre fronteras de los estados

    latinoamericanos prevalece la imagen de que las poblaciones limtrofes hanllevado a la prctica desde hace mucho tiempo una "integracin" por abajo y

    que, ms all de las hiptesis de conflicto de los estados, los pueblos

    fronterizos han dado muestras de su "hermandad". Tambin en otras regiones

    del mundo algunos de los estudios de fronteras han tendido a analizar a las

    poblaciones fronterizas vecinas como una "comunidad", tendiendo a minimizar

    el rol del Estado, de la nacin e incluso de la frontera (Wilson y Donnan, 1998:

    6).

    En un esfuerzo terica y polticamente orientado a deconstruir las

    identificaciones nacionales se ha realizado a veces un nfasis excesivo en la

    "inexistencia" de las fronteras para las poblaciones locales, produciendo una

    imagen congelada previa a la construccin del Estado en el caso de las

    fronteras del cono sur como si las constantes intervenciones del Estado y sus

    complejos dispositivos hubieran podido no afectar y no involucrar de ningn

    modo significativo a las poblaciones locales. Esta versin romntica y

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    esencialista ha impedido comprender de modo cabal la relevancia cognitiva,

    poltica, econmica y cultural del estado y de la nacin.

    Quizs la paradoja ms notoria de esta concepcin en el marco del Cono Sur

    es que rene el concepto de "falsa conciencia" y el populismo, que tanto

    impact a la regin en los ltimos cincuenta aos. As, aunque la nacin se

    aproxima en esa visin a una "falsa conciencia", no se tratara de realizar una

    crtica poltica de su funcin, sino de describir su ausencia dada la capacidad

    de resistencia y produccin autnoma de los sectores populares. Estas

    pretensiones de totalizacin cultural e identitaria imposibilitan percibir la

    relevancia del concepto quizs ms importante en las luchas de carcter

    poltico en la actualidad: la alianza, la articulacin de intereses y diferencias.

    Investigar las fronteras y comprender sus sentidos para la gente del lugar

    implic suspender los presupuestos etnocntricos, sean estos los derivados de

    la geopoltica estatal, sean los diversos romanticismos populistas. Al analizar y

    revelar conflictos sociales y simblicos entre grupos fronterizos y ciudades

    vecinas pretendemos saber de dnde partimos para la construccin de

    eventuales alianzas, entendiendo que una comunidad de intereses est muchoms por ser creada que lo que puede ser considerada un hecho presente. Es

    necesario reconocer los efectos sociales y culturales del largo proceso de

    construccin de los estados nacionales latinoamericanos y comprender los

    sentidos prcticos de la nacionalidad para amplios sectores sociales.

    Histricamente, en Amrica Latina no podra afirmarse que "la frontera, ese

    producto de un acto jurdico de delimitacin, produce la diferencia cultural tanto

    como ella misma es el producto de esa diferencia" (Bourdieu, 1980:66). Ms

    bien la frontera produce esa diferencia mucho ms de lo que es producto de

    ella. Hay innumerables espacios poblados donde las diferencias slo son

    producidas por la frontera y todo lo que ella implica: sistemas escolares,

    regimientos militares, medios de comunicacin, condicin de estar afectados

    por una economa y una poltica "nacionales" (en un territorio hay crisis

    econmica o represin poltica, mientras en el otro no). Y donde la frontera

    potencial o real es percibida como herramienta de una posible mejora de la

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    condicin de vida que, por lo tanto, puede valer la pena mantener para

    sectores locales.

    Prcticamente no hay fronteras en Amrica Latina que coincidan con alguna

    diferencia cultural anterior a la colonizacin. Esto es tan impactante que ha

    llevado al engao de creer que esa no coincidencia de distinciones culturales y

    lmites territoriales llegara inclumne hasta nuestros das. Pero la instauracin

    de la frontera es una transformacin del marco de significaciones y acciones

    de esas poblaciones, sin mencionar aquellas otras que fueron dirigidas a

    colonizarlos lmites de las patrias. As las cosas, la frontera -como institucin

    territorial de estados que se pretenden naciones, de instituciones y fuerzas

    sociales que se reclaman culturas- es la "lnea de base" de la produccin de

    diacrticos ms que un resultado de alguna objetividad cultural previa. Es de

    intereses y relaciones de fuerza entre grupos y ejrcitos que surgen las

    fronteras. Y desde all las distinciones son creadas y reproducidas. El error, tan

    grave como corriente, consiste en creer que porque son construidas, creadas o

    artificiales sean menos poderosas.

    En oposicin a las hiptesis de conflicto blico que las lites militares deArgentina, Brasil y Chile imaginaron en diferentes momentos del siglo XX,

    muchas veces los intelectuales y cientficos sociales buscaron enfatizar que las

    poblaciones fronterizas viven unidas. Segn esta visin los Estados se

    enfrentaran por intereses de algunas lites, mientras los pueblos seran

    hermanos y solidarios entre s. Ms all de que esa imagen pueda resultar

    bonita, es fcil darse cuenta de que se encuentra muy alejada de los procesos

    reales. Conocer la complejidad de esos procesos es una condicin necesaria

    para cualquier intento de transformacin.

    Lo cierto es que los procesos histricos que mencionamos acerca de la

    construccin de los Estados y las naciones tuvieron impactos muy relevantes

    en las maneras de pensar, sentir y actuar de las poblaciones ubicadas en las

    zonas de frontera. Entonces las investigaciones desmienten creencias

    bastante comunes sobre las zonas fronterizas. La primera creencia dice que

    como las lneas polticas dividieron culturas, las poblaciones mantienen una

    cultura a pesar de un siglo o ms de procesos de nacionalizacin. Sin

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    embargo, las polticas estatales y la constitucin de un espacio nacional

    experiencial transformaron los modos de sentir, pensar e identificarse de esas

    poblaciones al punto de hoy lo nacional resulta central en la vida de amplias

    zonas de frontera.

    Un ejemplo. En las ciudades de La Quiaca y Villazn, ubicadas en la frontera

    entre Argentina y Bolivia, se realiza una fiesta de carnaval con trajes idnticos.

    En el ao 2000, por escasez de especialistas, slo haba trajes hechos en

    Villazn, Bolivia, para un solo grupo de bailarines. Cuando los argentinos

    cruzaron a Villazn y compraron los trajes de diablos, dejaron a los bolivianos

    sin trajes para su carnaval. Esto provoc un escndalo en la frontera, ya que

    fue considerado por los bolivianos como un robo de cultura. Las dos

    poblaciones realizan la misma fiesta. Pero nadie imagin entonces que puedan

    realizarla conjuntamente. Para los pobladores locales la frontera constituye y

    limita su imaginacin (Karasik, 2000).

    Suele decirse tambin que en las zonas de frontera la gente se casa

    indistintamente con sus connacionales o con los vecinos. Tampoco esto es

    cierto. Los estudios muestran que la cantidad de matrimonios que podemosllamar mixtos es relativamente baja (entre los casos estudiados con tasas

    ms altas no llegan a uno de cada cinco casamientos). Y, adems, tiende a

    disminuir durante el siglo XX, ubicndose en algunas zonas en cifras como un

    matrimonio mixto cada cien matrimonios (Grimson, 2003a). Esto indica que la

    nacionalidad se convierte durante el siglo para la gente de la frontera en una

    categora relevante en la eleccin del cnyugue y, por lo tanto, en la

    estructuracin de toda la trama de las relaciones sociales.

    Otra afirmacin tpica respecto de las zonas de frontera es que tienen la

    misma cultura a ambos lados, una cultura fronteriza o, al menos, que

    comparten un conjunto de prcticas y rituales caractersticos. En la zona que

    estudi de la frontera de Argentina y Brasil, efectivamente, poda verse con

    facilidad que a ambos lados haba religiones afro-brasileas, se festejaba el

    carnaval y se realizaban rituales gauchos o gachos. Desde una perspectiva

    superficial, entonces, poda afirmarse que haba prcticas culturales

    transfronterizas.

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    En mi estudio mostr que esa afirmacin es superficial porque implica no

    comprender los sentidos que cada una de esas prcticas adquieren en

    Argentina y en Brasil. Mostr, en efecto, que el sentido del carnaval, de las

    religiones afro, de lo gaucho-gacho, es muy distinto a uno y otro lado. Las

    religiones afro ocupan un lugar relevante y pblico en Uruguayana (Brasil)

    mientras estn relegadas y son menospreciadas en Paso de los Libres

    (Argentina). La cultura gaucha, sus vestimentas, sus comidas, sus rituales, son

    la cultura oficial del Estado de Rio Grande do Sul (Brasil), son el orgullo de sus

    habitantes y el gentilicio del Estado (los nacidos all son gachos aunque

    sean rubios, aunque sean afrodescedendientes). En cambio, en las tierras

    fronterizas correntinas (Argentina) los gauchos son discriminados,

    considerados parte de los sectores ms pobres y menos educados.

    La idea de que a ambos lados de la frontera hay una misma cultura no solo es

    afirmada por algunos antroplogos, sino tambin en algunas circunstancias lo

    dicen tambin los lugareos. Ahora bien, es interesante sealar que segn de

    qu lado de la frontera uno se encuentre los ejemplos prototpicos de las

    "culturas transfronterizas" se modifican. Es decir, el estudio de los argumentosnativos acerca de que la frontera "no existe" en trminos culturales algo que

    es afirmado en circunstancias en que pretenden distinguirse de sus respectivos

    centros capitalinos indica que hay fronteras de significados o, mejor dicho,

    de marcos de significacin. En Libres para sostener esa afirmacin se har

    alusin al carnaval, a la influencia del samba y de la "msica popular brasilea"

    en general. Obviamente, nadie de Uruguayana citar esos ejemplos, ya que el

    carnaval y la Msica Popular Brasilea (MPB) no son aquello que los conecta

    con Paso de los Libres, sino con Ro de Janeiro y el resto del Brasil. La

    afirmacin de la existencia de una cultura transfronteriza en Uruguayana alude

    sistemticamente a la cultura gaucha/gacha, pampeana. Otra vez,

    difcilmente se cite ese ejemplo en Paso de los Libres: primero, porque en la

    ciudad argentina, a diferencia de la brasilea, no hay un "orgullo gaucho";

    segundo, porque nuevamente eso los conecta ms con otras zonas de la

    Argentina que con el Brasil. As, cada ciudad manipula de maneras diferentes

    las referencias simblicas en funcin de construir una identificacin propia.

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    Con estos ejemplos intentamos explicar que hay una frontera sutil, difcil de

    percibir y de analizar. Se trata del lmite que separa y contacta a dos campos

    de interlocucin nacionales, a dos formaciones especficas de diversidad

    (Segato, 1998). Se trata de una frontera entre significados y entre regmenes

    de articulacin de significados. Las dificultades por percibir y conceptualizar

    esta frontera llevan usualmente a hablar de "culturas transfronterizas", ya que

    a ambos lados del lmite hay prcticas y creencias compartidas.

    Por una parte, la nacin es el modo de identificacin central en esta zona. Por

    otra parte, es tambin el marco de experiencias histricas configurativas que

    han sedimentado. Las polticas estatales, las experiencias econmicas y

    polticas, la circulacin cultural y muchos otros elementos no solamente

    presentaron diferencias de un lado y otro del ro. Especialmente, fueron

    percibidas, significadas y visualizadas de modos histricamente diferenciales,

    instituyendo as modos de imaginacin, cognicin y accin distintos entre s,

    articulados con los de sus respectivos pases.2 As, la nacin tambin se

    constituye como condicin de produccin de sentidos, como el espacio

    histrico a partir del cual los dilogos entre identidades y prcticas se

    estructuran crecientemente desde la ltima parte del siglo XIX hasta laactualidad. Por ello, las relaciones y los elementos culturales transfronterizos

    son un mbito clave en el cual se producen y reproducen las fronteras

    simblicas, tanto en el plano de las identificaciones de las personas y los

    grupos como en el sentido de sus prcticas. La nacin, como formacin de

    diversidad y espacio de significacin, es condicin de produccin de los

    sentidos de las identificaciones, incluso de la propia identificacin nacional.

    Ya retomaremos la cuestin de la nacin, pero permtanme decir que para

    complicar ms las cosas, en el contexto del Mercosur se han construido y se

    siguen construyendo puentes que, segn afirman las autoridades en sus actos

    de inauguracin, unirn ms an a pueblos hermanados por la historia. Sin

    embargo, lo ms frecuente es que cuando las poblaciones desean atravesar

    esos puentes deben someterse a trmites migratorios y aduaneros, a

    desinfecciones y controles bromatolgicos, y otros procedimientos brucorticos

    2 La crtica a los excesos del (de)constructivismo y la propuesta de desarrollar una teora experiencialistade la nacin fue planteada en Grimson, 2003b.

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    que producen grandes demoras. Por ello, en muchos casos las polticas

    estatales en esos puentes y en otros pasos fronterizos han generado conflictos

    inditos entre las poblaciones, produciendo retricas y reclamos nacionalistas

    en acciones de protesta social. Si esas polticas estatales que crean

    obstculos son persistentes es probable que generen otros conflictos entre las

    poblaciones y que al final los puentes terminen separando a ambas orillas.

    Un cambio de ecuacin

    Consideremos ahora las tendencias polticas en las fronteras del cono sur en las

    ltimas dos dcadas. En varias zonas hubo dos tendencias complementarias.

    Mientras los Estados renovaron y fortalecieron los controles y regulaciones de las

    que consideraban sus fronteras crticas (ver Karasik, 2000; Grimson, 2000a),

    entraron en franco retroceso los modelos de nacionalizacin del territorio a travs

    de polticas asociadas al "bienestar" (ver Escolar, 2000; Vidal, 2000).

    Es decir, hacia mediados del siglo XX se constitua una ecuacin que combinaba

    visiones militaristas de hiptesis de conflicto con ciertos procesos de "integracin

    territorial y social" de las poblaciones perifricas. El "bienestar" era funcin de lanacionalizacin, as como sta era funcin de la fortaleza nacional en una guerra

    que -por suerte- nunca se concret. A partir de los aos '90 puede percibirse en

    diversas fronteras del Cono Sur que los proyectos de "integracin regional"

    (como el Mercosur) disuelven las hiptesis de conflicto. Pero en lugar de

    revalorizar la frontera como espacio de dilogo e interaccin, esto se traduce en

    el abandono de toda poltica activa y de desarrollo social de las zonas fronterizas.

    Si el "bienestar" convivi con el conflicto, la "integracin" convive actualmente con

    tiempos neoliberales.3

    Por una parte, no hay ms polticas estatales de ocupacin de espacios

    fronterizos con empresas pblicas o destacamentos militares (ver Vidal, 2000).

    La promocin del poblamiento de las fronteras -anclada en hiptesis de conflicto

    blico- con la instalacin de carreteras, escuelas y otra infraestructura ha llegado

    a su fin en diversas regiones. Las nuevas carreteras y puentes no buscan

    3 Obviamente, es necesario tambin cuestionar qu significa en nuestras regiones "bienestar" e"integracin". Sobre este ltimo aspecto ver Grimson, 2001.

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    beneficiar a las poblaciones fronterizas (en la lgica secular del enfrentamiento

    interestatal), sino promover el comercio terrestre entre pases atravesando

    ciudades fronterizas concebidas como "zonas de servicios". As, se crean

    importantes facilidades para la circulacin de mercaderas de grandes

    empresas.

    Por otra parte, el control sobre las poblaciones fronterizas parece haberse

    fortalecido, tanto en relacin a la circulacin de personas como de pequeas

    mercaderas del llamado "contrabando hormiga". As, en muchos casos, los

    pobladores fronterizos perciben una mayor -no una menor- presencia estatal.

    El Estado se retira en su funcin de proteccin y reaparece en su papel de

    control y regulacin. En otras palabras, podramos estar asistiendo -ms que a

    una "desterritorializacin" generalizada- a la sustitucin de un modelo de

    territorializacin por otro.

    Los procesos de regionalizacin como el Mercosur han impactado de manera

    compleja en las zonas fronterizas. Los estados llegan con fuerzas renovadas a

    las fronteras a partir de la "integracin". Ejercen un control indito sobre

    algunas poblaciones fronterizas desconociendo o tratando de anular lashistorias y tradiciones locales. Pobladores de espacios fronterizos con libre

    intercambio de productos durante dcadas ven aparecer refuerzos en los

    puestos aduaneros o de gendarmera. Perciben nuevos controles migratorios.

    As, en muchas de las fronteras del cono sur el abandono de las hiptesis de

    conflicto blico fue seguida de una desmilitarizacin a la vez que de nuevos

    controles al movimiento de mercaderas, personas y smbolos. Esto ltimo es

    visible tanto en las dificultades que migrantes bolivianos y pobladores

    fronterizos argentinos encuentran para ingresar los trajes del carnaval, como

    en los discursos nacionalistas e higienistas que se desarrollaron en los ltimos

    aos en las fronteras de Brasil, Uruguay y Argentina. A partir de nuevos focos

    de aftosa, en diferentes momentos, cada Estado instala prohibiciones de

    ingreso de mercaderas y procedimientos de "desinfeccin" de los propios

    pobladores fronterizos que pretenden atravesar el lmite internacional.

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    El Estado no se ha retirado completamente, sino que ha cambiado su eje de

    intervencin. Si en la fase anterior su obsesin era la preservacin territorial, el

    control del espacio, ahora su eje de accin se vincula a controlar los flujos, los

    movimientos de personas y mercaderas entre los pases. Especialmente, a

    promover los flujos por arriba y controlar los flujos por abajo.

    Las tres fases de las polticas tericas de la frontera interestatales

    Estos distintos momentos de poltica estatal han sido contemporneos de

    distintas polticas de la teora sobre las fronteras. Desde fines de los '70 una

    serie de trabajos antropolgicos ha desafiado a travs de la investigacin

    social en zonas de frontera poltica entre estados nacionales las visiones

    tradicionales que identificaban el lmite poltico como un lmite cultural. Es

    decir, frente al sentido comn que buscan imponer los estados nacionales

    acerca de la frontera poltica como divisin cultural se mostr la existencia de

    numerosos circuitos de intercambio, cdigos e historias compartidas, dando

    cuenta del carcter socio-histrico del lmite. Actualmente, esa deconstruccin

    de las operaciones geopolticas y militares de los Estados se complementan

    con otros estudios que muestran que, ms all de los deseos, ha habidofuertes efectos materiales y simblicos de aquellas estrategias geopolticas. La

    fijacin de lmites concretos entre los estados nacionales, los dispositivos de

    los procesos de nacionalizacin y las polticas nacionalistas han tenido

    consecuentes polticas y culturales en la conformacin de las subjetividades de

    los pobladores fronterizos.

    Hace unas dos dcadas las ciencias sociales comenzaron a cuestionar el

    estudio de territorios nacionales a partir de los imaginarios estatales y

    comenzaron a considerar esos imaginarios como objeto de sus trabajos. Los

    estados tienden a considerar que sus posesiones les corresponden por

    naturaleza. La distancia analtica de las ciencias sociales desnaturaliz los

    espacios de la soberana estatal. All donde haba primado el relato geopoltico

    de reunir al ser nacional con su territorio, pas a dominar el deconstructivismo

    historicista que repuso la artificialidad y los procesos de configuracin en los

    paisajes limtrofes. Una paradoja de esta inversin fue que se diluyera la idea

    de fronteras naturales y consecuentemente poderosas en su divisin, y

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    comenzara a pensarse en su contingencia y porosidad. Una vez desprendidos

    del mpetu estatal que se imprima sobre los discursos sociolgicos, ahora

    pareca que el Estado no haba sido nada en sus propios confines, y que

    cualquier otra identidad no estatal haba resistido heroicamente los embates

    sistemticos de la escuela, los medios, el ejrcito y los documentos de

    ciudadana. Las fronteras jurdicas se desnaturalizaban, mientras las

    identidades sociales se esencializaban.

    Se pas de una naturalizacin de la geopoltica estatal, que sen este punto

    domin la geografa y al conjunto de las ciencias sociales, a un nuevo

    romanticismo que adjudicaba a las poblaciones una poderosa resistencia a los

    procesos de nacionalizacin. La gente del lugar, los pobladores fronterizos,

    fueron objeto de esta disputa. Interpelados por la retrica geopoltica como

    patriotas (en su deber hacer) o como patriotas deficientes (por su

    contaminacin cultural con los vecinos), devenan cruzadores ejemplares de

    las fronteras en nuevos relatos de la interculturalidad. Muchas veces los

    fronterizos fueron imaginados a partir de una multiplicidad esencial, como

    sujetos trascendentes de la era posnacional. Un cierto (de)constructivismo que

    encontraba el origen de los males en el Estado que haba soado y diseadouna homogeneidad para la nacin, diseaba l mismo un buen salvaje que

    habra resistido las embestidas estatales en las zonas perifricas.

    La idea, tan vigente an hoy en cierta cultura progresista, era que la frontera

    jurdica haba cruzado por la mitad pueblos enteros y que esos pueblos haban

    conservado una autenticidad transhistrica. Que los quechuas, guaranes,

    tkuna o mapuches atravesados por los lmites nacionales conservaban una

    identidad tnica intacta.

    El razonamiento supona que los procesos de nacionalizacin haban sido,

    bsicamente, procesos de dominacin. En particular, procesos de

    domesticacin de una diversidad previa que constitua un cierto obstculo al

    proyecto hegemnico. As, se consideraba que a fines del siglo XX cuestionar

    a la nacin era cuestionar el proceso de dominacin y, correlativamente, que

    reivindicar la diversidad se vinculaba a un proyecto contrahegemnico. Esta

    concepcin, que obviamente aqu nos vemos en necesidad de simplificar,

    13

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    supone una continuidad que sin embargo no se verifica sin otras

    complejidades.

    Aunque ms adelante retomaremos ciertas intersecciones entre

    multiculturalismo y neoliberalismo, ahora debemos concentrarnos en otro

    aspecto: toda identificacin, sea nacional o tnica, es el resultado de una

    construccin social y de una relacin poltica. Por lo tanto, la asociacin de una

    comunidad con un territorio y una cultura homognea (sea esta una comunidad

    nacional o tnica) es abiertamente cuestionada hoy en la teora antropolgica.

    Esto llev a una revisin conceptual en la relacin entre fronteras y cultura.

    Cultura y frontera

    La propia nocin de cultura de la antropologa fue, como se sabe, creadora

    de fronteras. De hecho, una teora de la frontera es una teora de la cultura.

    Durante una larga etapa de la teora antropolgica se tendi a aceptar que

    cada comunidad, grupo o sociedad asentada en un territorio era portadora de

    una cultura especfica. As, los estudios se dirigan a describir y comprender

    una cultura particular o reas culturales. Esa descripcin se concentrabafundamentalmente en los valores o costumbres compartidos por los miembros

    de una sociedad. De ese modo, el nfasis fue colocado en la uniformidad de

    cada uno de los grupos.

    Las fronteras pueden concebirse de modo tan fijo entre razas como entre

    culturas. Por ello, el concepto de "cultura" entendido como conjunto de

    elementos simblicos o como costumbres y valores de una comunidad

    asentada en un territorio, es problemtico en trminos tericos y en trminos

    tico-polticos (Appadurai, 2001; Hannerz, 1996; Rosaldo, 1991; Ortner, 1999).

    Los principales problemas tericos se vinculan a la tendencia a considerar a

    los grupos humanos como unidades discretas clasificables en funcin de su

    cultura como en otras pocas lo eran en funcin de la raza, lo cual hara

    posible disear un mapa de culturas o reas culturales con fronteras claras. Es

    la idea del mundo como archipilago de culturas. Las fronteras entre los

    grupos son muchos ms porosas que esta imagen de un mundo dividido. El

    mundo, hace tiempo y de modo creciente, se encuentra interconectado y

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    existen personas y grupos con interconexiones regionales o transnacionales

    diversas. La gente se traslada y migra desde diferentes lugares del mundo

    hacia otras zonas y rearma en sus nuevos destinos sus vidas y sus

    significados culturales. Por lo tanto, smbolos, valores o prcticas no pueden

    ser asociados de modo simplista a un territorio determinado.

    La pregunta es por qu si hay tanta porosidad y cruce tambin tenemos

    creciente fundamentalismo desde lugares y con proyectos tan diferentes. Nos

    gustara aportar un elemento que surge de las investigaciones en el Cono Sur

    para construir la respuesta de esta pregunta compleja. Se trata de entender

    que las culturas son ms hbridas que las identificaciones. O ms an: que es

    posible que a partir de un contexto de creciente interconexin transnacional, de

    mayor porosidad cultural surjan nuevos y ms fuertes fundamentalismos

    culturales. Una cuestin suplementaria, que no podremos considerar aqu,

    propone interpretar esos procesos de diferenciacin identitaria como un modo

    de articulacin y expresin de crecientes desigualdades estructurales.

    Hay otros dilemas acerca de los sentidos de esos marcos y esas lneas.

    Cuando las fronteras son pensadas exclusivamente desde experiencias deextrema desigualdad (del tipo USA-Mxico) puede producirse un

    deslizamiento: abordar la frontera necesariamente como sitio de encuentro

    entre una cultura dominante y una subalterna, e identificar a esas culturas con

    nacionalidades o etnicidades que la frontera marcara. Si la frontera es

    dicotomizada, como una lnea entre el bien y el mal, se confirmara por otro

    camino la fuente misma de su poder: el poder de establecer los parmetros del

    conocimiento. Para ello no es necesario llegar al simplismo de generar una

    oposicin entre quienes habitan a uno y otro lado de una lnea. Puede

    reconocerse que ha habido migraciones y que la gente se desplaza. Por este

    camino se supone que la frontera ya no est all y sus rastros deben ser

    reconstruidos. Ese supuesto suspenso, de todos modos, anuncia un final

    conocido: la frontera ya no es material, sino simblica, ya no es la lnea de las

    aduanas, sino el lmite de la identidad.

    Llegados a este punto cabe interrogarse: es que hay alguna diferencia entre

    ese concepto de frontera y el concepto de raza? Porque si la identidad se

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    lleva en la sangre, como marca indeleble en el cuerpo, si no cambia aunque

    cambien los espacios y las historias, si la frontera persigue a sus sujetos a

    travs de sus disporas, nos encontramos en la plenitud de otras fronteras

    naturales.

    Las teoras constructuvistas y de la hibridacin, de modos diferentes,

    contribuyeron decisivamente para sacudir esas conceptualizaciones. Sin

    embargo, el nuevo consenso acadmico abri nuevos debates. El contacto se

    encuentra entrecruzado con poderes, desigualdades y hegemonas. Por eso,

    recientemente Garca Canclini ha planteado que para analizar las

    desigualdades entre sociedades y culturas tambin hay que considerar a la

    hibridacin como un proceso al que se puede acceder y que se puede

    abandonar, del cual se puede ser excluido o al que pueden subordinarnos

    (2001:19).

    As, el desarrollo antropolgico de la investigacin sobre fronteras plante un

    doble reconocimiento. Por un lado, las zonas fronterizas se revelaron no slo

    lugares de cruce y dilogo, sino tambin espacios de conflicto y de

    desigualdades crecientes. En los ltimos aos Estados Unidos fortalecimilitarmente sus controles en la frontera con Mxico, as como Europa liber

    sus fronteras internas en una proporcin igual al endurecimiento de las

    externas (Driessen, 1998).

    Por otro lado, en trminos conceptuales se reconoci que cruzar una frontera

    no implica necesariamente desdibujarla. As como el vnculo no implica

    ausencia de conflicto, la comunicacin entre dos grupos puede ser el proceso

    a travs del cual esos grupos se distinguen mutuamente. Nadie se preocupa

    demasiado por diferenciarse de grupos lejanos. Los otros que ms nos

    importan generalmente son nuestros vecinos, los grupos limtrofes geogrfica o

    simblicamente.

    Michaelsen y Johnson (2003) en su Border Theory realizaron una crtica de la

    esencializacin de las culturas de la frontera. Es decir, la hegemona no

    consistira slo en la jerarquizacin de un nosotros (anglo) y la

    estigmatizacin de un los otros (mexicano, chicano u otro). Si as fuese, se

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    tratara sencillamente de proponer y luchar por la inversin de sus sentidos (eje

    de muchas articulaciones subalternas). La trampa consiste en que la

    hegemona se constituye en el proceso de oposicin de dos entidades,

    contraste reproducido en el intento de slo trastocar la valoracin. El secreto

    radica en la frontera, ya que cuando esta no es cuestionada, la poltica cultural

    revela sus propios lmites.4

    Las fronteras pueden desplazarse, desdibujarse, trazarse nuevamente. Pero

    no pueden desaparecer, son constitutivas de toda vida social. Un proyecto de

    abolicin de todas las fronteras estara necesariamente destinado a fracasar,

    ya que no puede vivirse fuera del espacio y sin categoras de clasificacin. Ms

    bien, el debate es dnde colocar fronteras, por un lado; y por otro lado, cundo

    pretender cruzarlas, debilitarlas, asumirlas reflexivamente o reforzarlas.

    Difcilmente convenga adjudicarle un sentido unvoco a frontera y adoptar una

    actitud homognea hacia las diversas fronteras con las que convivimos. Ms

    bien se trata de tener polticas activas para la constitucin de alianzas y

    fronteras en funcin de contextos histricos, para evitar que otros nos

    impongan nuestros propios lmites.

    Implicancias polticas

    Esta es una sntesis apretada de los debates conceptuales a partir de las

    investigaciones sobre fronteras polticas. Quien estuviera interesado podr

    profundizar en cualquiera de las lneas de trabajo a partir de las referencias

    que hemos propuesto. De lo que se trata aqu, sin embargo, es de avanzar en

    un camino bastante menos explorado, aquel que se vincula a las eventuales

    consecuencias que estos avances conceptuales puedan tener para la

    4 Especialmente en antropologa esto implic un flashback para algunos, y una

    continuidad para otros en la recuperacin de autores como Barth (1976) o Cardoso de

    Oliveira que, en sus crticas al culturalismo, haban prestado atencin en los aossesenta a la interaccin tnica y las fronteras intertnicas, a las organizaciones grupales

    y a lo que se conceptualiz como una cultura del contacto (Cardoso de Oliveira, 1976).

    Esas genealogas tericas, que podran remontarse a Gluckman, Evans-Pritchard y

    Leach, daban cuenta de que los estudios de frontera se haban iniciado muy lejos del RoGrande.

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    ampliacin de nuestra propia imaginacin poltica y, especialmente, para la

    potenciacin de una poltica transformadora, opuesta al neoliberalismo.

    A nuestro entender, debemos considerar diferentes planos. Por una parte, hay

    consecuencias a nivel de la propia poltica en zonas de frontera, hay

    consecuencias acerca de cmo imaginar la llamada "integracin regional". Por

    otra parte, en un nivel mucho ms general me gustara afirmar que estos

    estudios sobre zonas de fronteras, al conectarse con otros estudios sobre

    contacto intercultural, tienen dos aportes que realizar en el terreno poltico

    general. El primer aporte se refiere a la cuestin de la nacin y el nacionalismo.

    El segundo aporte se refiere a la cuestin de la diversidad y de las polticas de

    la diferencia.

    Voy a abordar las cuestiones en ese orden. A primera vista parece la que la

    cuestin de las polticas para las zonas fronterizas son poco relevantes ya que

    se trata de polticas dirigidas a una porcin escasa de la poblacin. Sin

    embargo, si los gobiernos dictatoriales le dedicaron importancia es porque

    entendieron que las fronteras son tambin laboratorios de relaciones entre

    sociedades y entre grupos. Las relaciones en las fronteras son una dimensiny afectan al conjunto de las relaciones entre los pases. Por lo tanto, dejar atrs

    las lgicas de una geopoltica paranoica y militarista no debera implicar un

    nuevo captulo de centralismo y marginacin territorial considerando a las

    fronteras slo como lugares de paso. Las fronteras son lugares estratgicos

    para configurar nuevas relaciones entre las sociedades y las culturas. Estos

    laboratorios de vnculos simtricos y solidarios deben imaginarse y

    construirse no sobre la negacin de conflictos o distancias histricas, sino a

    partir de la elaboracin reflexiva de los mismos.

    Esto se encuentra muy conectado con el segundo punto, es decir, con la

    construccin de otra poltica de regionalizacin. Las zonas de frontera pasaron

    de tener un tipo de valor instrumental a otro, en el sentido de que la hegemona

    militar y territorial es desplazada con el neoliberalismo por la hegemona del

    container y los flujos entre las transnacionales. Nuestras afirmaciones

    anteriores slo adquieren sentido si comenzamos a imaginar y disear una

    regionalizacin de derechos ciudadanos.

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    La concepcin neoliberal de la regionalizacin considera que al integrar

    mercados habr una tendencia natural a que los derechos sociales se

    homogenicen hacia abajo. Frente a esto la alternativa del tipo "cada uno a

    conservar sus conquistas" est condenada al fracaso ms temprano que tarde.

    Es necesario imaginar otras alianzas y conflictos en otros niveles, alianzas y

    conflictos transfronterizos. Es clave promover articulaciones desde abajo entre

    los trabajadores y los diferentes grupos subalternos en diferentes pases. As la

    integracin es tambin la configuracin de un nuevo horizonte poltico, de un

    nuevo escenario.

    La cuestin nacional

    Evidentemente, esto implica retomar la cuestin nacional. Los estudios sobre

    fronteras muestran, a mi modo de ver, que la concepcin de la nacin como

    falsa conciencia presenta serios lmites y tiene, al menos, dos problemas. El

    primero es que constituye una teleologa de la una identidad o conciencia de

    clase que no se verifica como proceso poltico. El segundo es que reduce un

    verdadero universo de sentimientos, creencias y prcticas a una meradeformacin de la realidad condenada a desaparecer. Es interesante constatar

    que ese pronstico de la inminente desaparicin de las nacionaes es el

    hegemnico de la concepcin de la globalizacin.

    En el mundo contemporneo pareciera evidente que el Estado, los Estados,

    tienden a desdibujarse y perder poder de intervencin de manera creciente.

    Como es muy sabido que la nacin, y especialmente el nacionalismo, es

    histricamente mucho ms una consecuencia del Estado y sus polticas que

    cualquier forma de causa del proceso institucional, se tiende a suponer que al

    plantearse la disgregacin o el debilitamiento del Estado se plantea la

    difuminacin de la nacin.

    Considrese este silogismo: El Estado cre la nacin, el Estado se difumina;

    luego, la nacin se difumina.

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    Aqu hay dos cuestiones diferentes para discutir. La primera se refiere a si el

    Estado realmente est desdibujndose en el mundo contemporneo. La

    segunda se refiere a si eso realmente tiene consecuencias sobre la nacin y,

    en todo caso, qu tipo de consecuencias. Una cosa es la lgica formal y otra la

    lgica de la historia.

    El Estado, en muchos pases del mundo, se ha retirado y contina retirndose

    como dispositivo institucional vinculado al desarrollo social, a la redistribucin y

    al bienestar. Esta es una tendencia que se manifiesta de manera muy

    heterognea, con excepciones, con distintas negociaciones, idas y vueltas. A

    pesar de esa diversidad, el neoliberalismo impuls con bastante xito la

    destrucin de las versiones locales del Estado de bienestar. Esta es una

    tendencia histrica que puede ser revertida o transformada. Esto es importante

    porque no es consistente la nueva teleologa que afirma que esta tendencia es

    una prueba suficiente de que el Estado no cumplir ms el papel de principal

    articulador social, agente hegemnico clave.

    Por otra parte, es necesario distinguir entre las funciones sociales del Estado

    y sus funciones represivas. Porque si es cierto que en muchos pases elEstado se ha retirado de su papel en la proteccin y seguridad social, tambin

    es cierto que eso no indica nada acerca del poder estatal de represin y

    control. La mayora de los pases conservan intactas sus fuerzas armadas y de

    seguridad, otros han incrementado en diferente grado sus dispositivos. En las

    crisis sociales y polticas que el propio retiro social del Estado provoca puede

    verificarse que en muchos pases el papel represivo contina siendo muy

    poderoso.

    En otras palabras, los Estados, como dispositivos institucionales que ejercen

    soberanas territoriales, no han desaparecido ni desaparecern en los

    prximos aos. Un cambio dramtico, sin embargo, es cmo se articulan sus

    diferentes funciones.

    Ni la nacin ni los nacionalismos precedieron histricamente a los Estados.

    Amrica Latina es un ejemplo peculiarmente importante en ese sentido. El

    principio de las nacionalidades es muy posterior a los procesos de las

    20

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    independencias. La distribucin de territorios estatales se sustent

    bsicamente en las distribuciones administrativas coloniales y las disputas de

    poder entre ciudades con sus hinterland, y no en alguna forma de identidad

    comunitaria.

    En ese sentido, la nacin, como modo de imaginacin de pertenencia a una

    comunidad, es consecuencia del Estado, de sus dispositivos, de sus polticas

    culturales. De sus arduos trabajos de nacionalizacin.

    Como la nacin es producto del Estado y el Estado excluyente no produce

    nacin, podra suponerse que la nacin se encuentra en proceso de

    desaparicin. Sin embargo, no se constata por diferentes motivos. Entre otros,

    podemos sealar tres motivos. Primero, hasta ahora no ha surgido ningn otro

    interlocutor equivalente que tenga legitimidad y legalidad para definir polticas

    de ciudadana. Por lo tanto, los reclamos de los movimientos sociales se

    dirigen bsicamente al Estado. Segundo, en algunos de esos procesos la

    identificacin nacional ha cumplido un papel relevante en la articulacin de

    demandas hacia el Estado. Tercero, el espacio nacional contina siendo un

    mbito decisivo para la elaboracin de la experiencia social y la generacin desentidos (ver Grimson, 2003b).

    Como identificacin, la nacin se vincula a los procesos histricos de

    imaginacin de pertenencia comunitaria. En ese plano, la nacin se encuentra

    en proceso de articulacin y desarticulacin con las ideas de pueblo y

    Estado. A veces la nacin se articula y legitima al Estado: desde conflictos

    blicos hasta polticas internas pueden sostenerse en funcin de intereses

    nacionales. En otras ocasiones se presentan grietas entre Estado y nacin, en

    la medida en que nacin sea comprendida como pueblo y que el Estado sea

    percibido como afectando los intereses populares. En muchos pases de

    Amrica Latina (la Argentina entre ellos) las ideas de nacin y Estado se

    desarticulan constantemente, hasta el punto de que la visin socialmente

    prevaleciente puede explicar el desamparo y la devastacin de la nacin como

    consecuencia de persistentes polticas del Estado, en las cuales el Estado

    aparece ms cercano a intereses extranjeros o tan sectoriales que no consigue

    articularse con idea alguna acerca de la nacin.

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    Esta conceptualizacin permite comprender por qu un modo de imaginacin

    construido histricamente por dispositivos estatales puede mucho ms que

    sobrevivir a la transformacin de esos dispositivos. El retiro social del Estado

    puede generar, o actualizar, una articulacin entre la idea de pueblo y la de

    nacin en oposicin a Estados antipopulares o antinacionales. El movimiento

    social puede recoger justamente el modo nacional de identificacin que,

    legitimado por el Estado en otros contextos histricos, es irrenunciable

    explcitamente en la medida en que constituye la nica va de legitimacin de

    su propia existencia.

    As, un Estado que renuncia a la construccin de la nacin en los hechos de

    sus polticas, aunque nunca en las formas difusas de sus imaginarios, puede

    generar procesos de nacionalizacin e incluso retricas nacionalistas, an ms

    fuertes que a travs de los mecanismos de imposicin de identificaciones

    nacionales. En esa posibilidad se encuentra concentrada la ambivalencia de la

    nacin, una ambivalencia simblica y tico-poltica. La nacin, como referencia

    de consenso, aparece y se revela como una de las categoras ms polismicas

    ubicadas en el centro mismo del conflicto social que se desarrolla en el espacionacional.

    Para analizar la dimensin identitaria de la nacin es relevante incorporar en el

    anlisis como conceptos nodales a los sentidos prcticos de la accin social y

    a la sedimentacin experiencial. Esos conceptos permiten comprender, entre

    otras cuestiones clave, por qu las identificaciones nacionales en el mundo

    contemporneo ya no son construidas desde arriba hacia abajo, sino muchas

    veces al revs, as como por qu pueden dejar de ser el corset ideolgico de la

    hegemona para devenir (como en otros momentos histricos) articuladores y

    fuentes de legitimidad de movimientos sociales que enfrenten al

    neoliberalismo.

    Esto implica que lejos de entrar en alguna era posnacional estamos ms

    cerca de nuevos usos de la nacin, incluso usos cosmopolitas y

    transnacionales, que an deben ser estudiados.

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    Los lmites del multiculturalismo

    Estas consideraciones polticas nos obligan a retomar la cuestin de la

    diversidad y de la produccin desde arriba y desde abajo de fronteras

    simblicas. En las ltimas dcadas, acompaando el desarrollo de nuevos

    movimientos sociales y en contraposicin a las polticas de discriminacin,

    asimilacin y homogeneizacin, las polticas multiculturalistas comenzaron a

    imponerse en el mundo acadmico y en reas de la gestin pblica. Se trata

    de establecer, en contraposicin a las polticas de exclusin, polticas de

    reconocimiento de grupos o colectividades subordinadas o despreciadas como

    los pueblos originarios, los afro, los inmigrantes excluidos, entre muchos otros.

    La pretensin del multiculturalismo es invertir o modificar la valoracin que se

    realiza de estos grupos y reivindicar, entre sus derechos civiles, su derecho a

    la diferencia.

    Puede plantearse una paradoja si esta pretensin de invertir la valoracin se

    inscribe, como a veces sucede, en una extensin de la lgica de la

    discriminacin. Es decir, si la diferencia cultural se concibe como un dato

    objetivo, claro, con fronteras fijas que separan a ciertos grupos de otros. Enesos casos, tanto quienes discriminan como quienes pretenden reconocer a

    esos grupos, comparten el supuesto de que el mundo est dividido en culturas

    con identidades relativamente inmutables. Mientras tanto, las personas,

    grupos y smbolos atraviesan fronteras. Desde las artesanas hasta los

    productos de la industria cultural viajan por diferentes zonas del mundo. Se

    generan, as, paisajes de trnsitos hbridos, ms que mapas con colores

    delimitados e incontaminados.

    La diferencia cultural, entonces, puede ser utilizada a la vez para intentar

    subordinar y dominar a grupos subalternos, como para reivindicar los derechos

    colectivos de esos grupos. Por ello, el reconocimiento de diferencias culturales

    no tiene un valor tico-poltico esencial, sino que su sentido depende de la

    situacin social. El problema surge cuando distintos sectores entablan una

    disputa sobre las valoraciones y consecuencias de unas diferencias que se

    consideran autoevidentes. Sin embargo, la diversidad no debe comprenderse

    como un mapa esencializado y trascendente de diferencias, sino como un

    23

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    proceso abierto y dinmico, un proceso relacional vinculado a relaciones de

    poder.

    En estas luchas por establecer el valor tico-poltico de la diversidad, los

    distintos sectores pueden tender a enfatizar sus diferencias (supuestas o no)

    de manera creciente, perdiendo de vista la importancia de las luchas por la

    igualdad o la justicia. Las diferencias construidas en situaciones de contraste

    especficas y en contextos polticos concretos pueden reificarse hasta el punto

    de que terminemos convencidos de lo radicalmente distintos que somos

    "nosotros" de "los otros", sean ellos los "hispanic", los sudacas, los

    "indgenas", los negros o los "gays".

    Ante estos dilemas, algunos intelectuales especialmente sensibles a registrar y

    comprender a los movimientos del tercer y cuarto mundo, han planteado que

    actualmente la aceptacin de las diferencias culturales tiene un valor poltico

    positivo ya que varios pueblos del planeta estn oponiendo su "cultura" a las

    fuerzas de la dominacin occidental que los viene afectando hace tanto tiempo.

    Cuando los pueblos utilizan la "cultura" como herramienta para retomar el

    control de su propio destino sera positivo su valor poltico.

    Si el respeto por la diversidad es un patrimonio ideolgico que debe ser

    defendido ante todas las variantes del etnocentrismo, comprender el carcter

    histrico y poltico de esa diversidad puede permitirnos adquirir una visin ms

    compleja. La construccin de homogeneidad cultural en pases perifricos es

    sumamente ambivalente. Como no se trata realmente de sociedades

    homogneas, puede suceder que la idea necesaria de que los pueblos

    retomen el control de su propio destino se convierta en ciertos contextos slo

    en un camino de produccin de hegemona.

    En nuestro continente, en contextos de incremento cualitativo de la

    desigualdad social ha habido propuestas de constituir el mapa de la sociedad

    como un mapa de culturas, de grupos diversos, cada uno de los cuales tena

    derechos particulares, antes que cualquier idea de igualdad de derechos,

    incluyendo el derecho a la diferencia. La cultura como una nueva narrativa de

    legitimacin. Por eso, como plantea Ydice es necesario ser prudente respecto

    24

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    de la celebracin de la agencia cultural (idem:14-15) porque, si se analiza

    desapasionadamente, es claro que la expresin cultural per se no basta, ms

    bien ayuda a participar en la lucha cuando uno conoce cabalmente las

    complejas maquinaciones implcitas en apoyar una agenda a travs de una

    variedad de instancias intermedias.

    En ese marco, diversos autores han desarrollado una crtica tico-poltica del

    multiculturalismo en su pretensin de universalidad. Por una parte, se ha

    planteado que esa pretensin se vincula a una globalizacin impuesta del

    modelo de sociedad de los Estados Unidos (Segato, 1998). Por otro, se ha

    planteado que las luchas por el reconocimiento cultural llevan a un callejn sin

    salida si no se combinan con luchas por una mayor distribucin econmica y

    social. Las polticas de reconocimiento deben combinarse con polticas de

    redistribucin (Fraser, 1997).

    Esto implicara recuperar historias de movimientos sindicales, culturales y

    polticos de diversos pases pluriculturales de Amrica Latina: "Podemos

    desarrollar una lucha unitaria todos los oprimidos del campo, pero respetando la

    diversidad de nuestras lenguas, culturas, tradiciones histricas y formas deorganizacin y de trabajo. Debemos decir basta a una falsa integracin y

    homogeneizacin forzosa... No puede haber una verdadera liberacin si no se

    respeta la diversidad plurinacional de nuestro pas y las diversas formas de

    autogobierno de nuestros pueblos", sostena la central campesina boliviana

    (CSUTCB) a principios de los aos '80.

    Tal como est planteado hoy el debate sobre identidad, discriminacin racial

    en Amrica Latina el camino se parece bastante a una cornisa. Frente a

    argumentos acerca de la especificidad de las historias nacionales y regionales,

    se ha respondido que existe el riesgo de que las lites latinoamericanas, bajo

    el argumento de que aqu es distinto, terminen ocultando o menospreciando

    problemas endmicos, estructurales, persistentes de racismo en muchos

    pases. Se trata de una advertencia que no se puede menospreciar.

    Complementariamente, y de all la cornisa, hay una paradjico riesgo de re-

    colonizacin. Justamente, son autores preocupados con la colonialidad

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    quienes plantean que debe asumirse como central la cuestin de la etnicidad y

    la raza en Amrica Latina y que, quienes se nieguen a hacerlo, estn

    expresando proyectos intelectuales de pases colonizados. El problema es que

    verdaderamente creer que la cuestin de la raza puede tener relevancia

    universal, sin atender a la especificidad de los procesos histricos y al papel

    especfico del Estado puede haber otra colonizacin del saber, incluyendo la

    posibilidad de que la anterior y la actual sean de signos ideolgicos

    contrastantes.

    Se trata de dos puntos ineludibles. El primero se refiere a que slo es

    constitutivo del ser humano aquello que sea general de la especie. La raza, lo

    sabemos, no hace a la definicin de lo humano porque es una construccin

    histrica. Adicionalmente, los Estados Unidos no resultan un lugar desde el

    cual resulte muy conveniente postular cuestiones universales sin atender con

    extremo cuidado a la diversidad mundial. Sucede que la cultura

    estadounidense (al igual que otras, a diferencia de otras) es muy proclive a

    postular cierto standardde universalidad respecto de su propia cultura como

    para estar advertidos del riesgo.

    El segundo punto se refiere a que esa diversidad de la que tanto se habla hoy

    en da (y a la que aludamos recin) es en realidad ella misma un proceso

    histrico, producto de actores e instituciones, de representaciones y prcticas,

    de hegemonas y subalternidades. O sea que las fronteras que cada diversidad

    instituye en un momento histrico, y aquellas otras fronteras que pueden ser

    emergentes e instituyentes, se corresponden con las articulaciones

    hegemnicas y las imaginaciones polticas de aquellos que intentan socavarla.

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