Aníbal de Cartago - Pedro Barceló

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    Pedro Barcel

    ANBAL DE CARTAGO:Un proyecto alternativo a la

    formacin del ImperioRomano

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    Pedro Barcel Anbal de Crtago

    NDICE

    Prlogo __________________________________________________________ 3

    Introduccin ______________________________________________________ 4

    1. En el santuario gaditano de Melqart_________________________________ 6

    2. Cartago y Roma: crnica de una relacin deteriorada__________________ 10

    3. Una niez traumtica: bajo la amenaza de los mercenarios _____________ 16

    4. En busca de Argantonio: los Brquidas en Hispania___________________ 22

    5. Roma omnipresente: el tratado de Asdrbal__________________________ 29

    6. Estratega pnico en Cartagena ____________________________________ 35

    7. La crisis de Sagunto y el inicio de las hostilidades _____________________ 42

    8. Siguiendo la ruta de Hrcules: de Cdiz a Italia ______________________ 49

    9. En el cenit del conflicto: Cannas___________________________________ 57

    10. Mitos de la guerra: fidelidad romana, las vacilaciones de Cartago,el paso de los Alpes, Cannas ________________________________________ 66

    11. Roma no cede: la lucha contina y se extiende ______________________ 73

    12. Giro decisivo de la guerra: Escipin en Hispania ____________________ 83

    13. Retirada a frica y conclusin del tratado de paz ____________________ 92

    14. Una nueva faceta: estadista en Cartago ____________________________ 99

    15. Huyendo de Roma: una vida en el exilio___________________________ 106

    16. Anbal redivivus ______________________________________________ 112

    Cronologa Antes de Cristo ________________________________________ 116

    Bibliografa_____________________________________________________ 120

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    Prlogo

    Escribir una biografa sobre Anbal de las caractersticas que rigen la que aqu presentamos constitu-ye un riesgo y un trabajo ameno al mismo tiempo. La principal dificultad consiste en compaginar lospostulados que el rigor cientfico exige con el enfoque divulgativo que damos al estudio, que pre-tende tanto ofrecer al especialista alguna perspectiva novedosa como facilitar al lector no especiali-zado el acercamiento a nuestro personaje.

    La parte agradable de la tarea reside en la naturaleza de una figura que, a pesar de los siglos pasados,sigue ejerciendo una extraordinaria fascinacin en todo aquel que se acerca a ella. Algo parecido lesha debido pasar a mis entraables amigos Sebastin Albiol Vidal y Javier Hernndez Ruano, quie-nes, contagiados, como me sucede a m por el virus Anbal, han ledo pacientemente el manuscri-

    to, estimulndome con sus sugerencias. A ellos les quiero expresar mi agradecimiento por su valiosay desinteresada colaboracin.

    Tambin es justo mencionar aqu a mi buen amigo Jos Gmez Mata que me ha inspirado, en mayormedida de lo que l supone, respecto a la elaboracin de algunos captulos de la presente biografa.

    Sobre todo quiero recordar en estos momentos a mi padre, Pedro Barcel Codornu, asiduo lector detemas histricos, de quien he heredado una insaciable curiosidad por la historia de la Antigedad y acuya memoria dedico este libro, concebido en Potsdam y terminado de redactar en Vinars, nuestraciudad natal.

    Finalmente, siento la ineludible necesidad de sugerir como lema del siguiente estudio una clebrefrase que siempre he asociado a la personalidad de Anbal: Wie von unsichtbaren Geistern ge-peitscht, gehen die Sonnenpferde der Zeit mit unsers Schicksals leichtem Wagen durch; und unsbleibt nichts, als mutig gefasst die Zgel festzuhalten, und bald rechts, bald links, vom Steine hier,vom Sturze da, die Rader wegzulenken. Wohin es geht, wer weiss es? Erinnert er sich doch kaum,woher er kam.

    El texto citado proviene de la obra Egmont, excepcional drama de Johann Wolfgang Goethe. Adap-tado a la lengua de Cervantes, podra traducirse de la siguiente manera: Como si los espolearanespritus invisibles, se precipitan los caballos solares de Crono en una alocada carrera tirando delcarro del destino. A nosotros, slo nos resta intentar mantener con temple la ruta, controlando lasriendas y procurando no desfallecer en el empeo. Dnde van? Quin sabe, pues casi no se recuer-da ya de dnde vienen.

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    Introduccin

    Si realizramos una encuesta preguntando por los individuos ms populares de la Antigedad, serade esperar que el nombre de Anbal apareciese en la mayora de contestaciones. Si profundizramosen el interrogatorio indagando los hechos memorables que se le atribuyen, el episodio del paso porlos Alpes con los famosos elefantes no faltara en mltiples respuestas. Sin embargo, pese a unaindudable notoriedad, los conocimientos en torno a Anbal y su poca son ms bien escasos. Sonbsicamente detalles anecdticos los que se apoderan de la dimensin histrica de los eventos prota-gonizados por l, con lo que sta queda relegada a un segundo plano, cuando no oscurecida. Por elloel objetivo de esta investigacin consiste en intentar reconstruirla para aclarar la compleja trama dehechos, causas y consecuencias en cuyo centro de gravitacin se inserta nuestro emblemtico perso-naje. La realizacin de este proyecto est guiada por tres propsitos.

    El primero es de carcter historiogrfico. Se trata de dilucidar las distintas fases de su paso por lahistoria siguiendo el hilo de las fuentes: su contexto familiar, la situacin de Cartago, el asentamien-to pnico en Hispania, las peripecias de la guerra con Roma, las campaas militares, los motivos desu derrota, las consecuencias del debilitamiento de Cartago para el futuro del mundo antiguo, etcte-ra.

    El segundo propsito se plantea la reflexin sobre los hechos. Se pretende indagar el porqu de unainfinidad de situaciones y analizar sus motivos y repercusiones. Cul era la meta poltica de sumarcha hacia Roma? Existan planes concretos para un nuevo reparto territorial del Mediterrneooccidental? Nos ofrecen las fuentes una versin fidedigna de los acontecimientos? Fue Anbal,adems de un indiscutible estratega, un estadista con visin de futuro? De qu manera hay que con-

    siderar su actuacin: como hecho singular y efmero o como modelo alternativo a la formacin delImperio Romano? Esta clase de planteamientos nos puede ayudar a redondear el retrato de Anbal,aun cuando no siempre sea posible llegar a conclusiones determinantes.

    El tercer propsito, que complementa a los ya expuestos, parte de la imagen actual, es decir, de laconsideracin que goza nuestro polifactico personaje en la percepcin contempornea. Cmo seha visto a Anbal a travs de las distintas pocas? Qu bagaje se le ha ido atribuyendo en el trans-curso del tiempo? Qu motivos marcan las desproporciones entre el personaje real y la ficcin lite-raria?

    El deseo de dar respuesta a los mltiples interrogantes que la biografa de Anbal suscita es el puntode partida de las siguientes reflexiones. Su realizacin queda, sin embargo, condicionada por la in-formacin disponible, no siempre fiable y muy lejos de ser imparcial. No olvidemos tampoco el

    poder sugestivo del tema y del personaje a tratar. Anbal es sin lugar a dudas una de las figuras mscarismticas, pero tambin ms controvertidas de la Antigedad. Para describir, analizar y valorar supapel histrico se impone mantener la equidistancia entre el efecto apologtico que su actuacinpudiera provocar y la maledicencia que rodea a todo lo cartagins. Lo idneo es enfilar un caminointermedio, lejos tanto del apasionamiento como de la excesiva frialdad de juicio, una senda queevite la apologa y la condena, que transcurra fuera de partidismos o tomas de posicin dadas ya deantemano.

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    Concebir y realizar una biografa de Anbal es sin duda una tarea seductora, es un reto que la inves-tigacin histrica debe acometer. Con mayor razn cuando, como en este caso, los considerablesprogresos en muchas disciplinas de la Antigedad clsica (arqueologa, numismtica, epigrafa, etc-tera) posibilitan cada da ms una mejor comprensin de las fuentes literarias. Dado el auge que losestudios pnicos han alcanzado en las ltimas dcadas, no extraa la profusin de evidencias y per-

    cepciones novedosas que se han logrado. Con estos instrumentos en la mano podemos rectificarcreencias equivocadas, aumentar los conocimientos en mltiples reas y ampliar as las miras de laperspectiva histrica. A la consecucin de estos postulados se adscribe este estudio, en el que seintentar, adems, enfocar el mundo en el que se desenvuelve Anbal y dentro del cual la PennsulaIbrica desempea un importante papel. Es precisamente la perspectiva de profundizar en este cru-cial aspecto lo que me ha impulsado a aceptar la invitacin de Alianza Editorial para escribir el pre-sente libro, el segundo que publico sobre el tema. Poco tiene que ver esta versin espaola, si excep-tuamos la narracin de una serie de hechos inalterables, con la biografa editada en 1998 en lenguaalemana, pues persegua un objetivo distinto del actual. A travs de ella quise dar una visin de con-junto. En el centro de sta, sin embargo, se acentuar la frecuentemente subvalorada dimensin his-pana de la actuacin de Anbal. Tambin se pretende poner de relieve la perspectiva cartaginesa,casi siempre ahogada por la visin romana del tema, que no deja de ser la de los vencedores y quepor ello ha perdurado mayoritariamente hasta hoy.

    Escultura: busto de Anbal?, Museo Nazionale Archeologico, Npoles.

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    1. En el santuario gaditano de Melqart

    Desde comienzos del ao 218 a.C. las tropas cartaginesas en Hispania se recuperan del agotadorasedio de Sagunto. El botn obtenido compensa con creces los esfuerzos realizados. La mayora delos combatientes hispanos han regresado a sus lugares de origen para pasar con sus respectivas fami-lias lo que queda del corto invierno. El resto de la tropa, concentrada alrededor del cuartel general deCartagena, permanece a la espera de nuevas rdenes. Su comandante en jefe, Anbal Barca, cuyaaudacia parece no tener lmites, pues al atacar a Sagunto desafa a la todopoderosa Roma, no seotorga descanso a pesar de la arriesgada campaa que acaba de concluir con xito, como ya es cos-tumbre en l. En medio de la agitada situacin reinante, en la que la declaracin de guerra por partede Roma puede producirse en cualquier momento, Anbal toma una determinacin irreversible. Lainiciativa de retar al temible adversario partir de l y slo l. Inmediatamente hace fletar una em-barcacin con la que, a pesar del obstculo que supone la estacin, pues estamos en pleno invierno,se traslada a la ciudad de Cdiz. El viaje slo dura unos pocos das, los indispensables para reponerprovisiones y hacer escala en algn puerto del trayecto. Urga llegar cuanto antes a la meta prevista.

    Ser all, semanas antes de ponerse al frente de su ejrcito en Cartagena para emprender el caminohacia Italia, donde se iniciar el conflicto blico de mayor envergadura visto hasta entonces. El es-cenario escogido es el santuario de Melqart. A este famossimo templo de indiscutible prestigio acu-de Anbal para obtener la aprobacin divina a sus ambiciosos planes. Pero su visita al santuario ga-ditano encierra un significado mucho ms complejo. El dios feniciocartagins Melqart estabadesde haca mucho tiempo equiparado a la deidad griega Herakles (Hrcules). Al rendir homenaje aMelqart/Herakles, que gozaba de amplia aceptacin y popularidad en el mundo feniciogriego,

    Anbal se aseguraba las simpatas de sus devotos. Sabemos que el recinto sacro del Melqart gaditanoestaba adornado con una estatua dedicada a Alejandro Magno, emblemtico smbolo de la unidadcultural del mundo griego, y personalizacin de la venturosa conclusin de empresas audaces. Loque a primera vista parece un mero acto de devocin religiosa se revela como un llamamiento a lasolidaridad que apela a medio mundo mediterrneo. Esta hbil maniobra, con seguridad premeditaday luego divulgada por doquier, est revestida de una connotacin poltica considerable. Poco antesde estallar las hostilidades, Anbal se erige en campen de la civilizacin feniciogriega y aliadonatural de los mltiples pueblos pertenecientes a ella, fortaleciendo con la exaltacin de la deidadcomn los lazos existentes. Al mismo tiempo, la visita al santuario gaditano encierra un mensaje yuna propuesta de adhesin dirigida a todos aquellos que estaban enemistados con Roma. En estesentido, la llamada segunda guerra pnica comienza en Cdiz.

    La ofensiva ideolgica precede a la militar. Al utilizar motivos religiosos e insertarlos en su disposi-tivo propagandstico, Anbal obra como ya antao lo hicieran una serie de clebres predecesores.Del mismo modo haba actuado Alejandro Magno al desafiar al imperio persa. A una edad compara-ble a la de Anbal, Alejandro, siguiendo los pasos de Herakles e imitando al mtico Aquiles, despusde ofrendar un sacrificio en ulide, se lanz a la aventura de la conquista del oriente. Al igual queAlejandro, quien haba redimido a los griegos del Asia Menor de la dominacin persa, Anbal, pro-visto del bagaje ideolgico de su legendario antecesor, incita a los griegos de occidente a liberarsedel yugo romano. Aprovechndose de la leyenda de Gerin, Anbal transmite un mensaje inequvo-

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    fuentes antiguas disponibles: Polibio de Megalpolis, Tito Livio, Pompeyo Trogo, Cornelio Nepote,Diodoro Sculo, Silio Itlico, Plutarco de Queronea, Apiano de Alejandra, Din Casio, Zonaras,etctera Es en las obras de Polibio y Livio en las que se ha conservado la mayor cantidad de captu-los dedicados a Anbal y a sus epopeyas. Por este ltimo nos enteramos, por ejemplo, de la famosavisita de Anbal al santuario gaditano de Melqart. Si bien los autores antiguos no quieren dar excesi-

    va importancia a la repercusin a esta simblica visita que preludi la guerra, lo cierto es que unagran parte de sus juicios de valor estn enturbiados por una acentuada postura filorromana. Por citarun solo ejemplo que da buena cuenta de ello, veamos el retrato del carcter de Anbal que nos pro-porciona Tito Livio (XXI, 4):

    Tena una enorme osada para arrostrar los peligros y una enorme sangre fra ya dentro de ellos.Ninguna accin poda cansar su cuerpo o doblegar su espritu. Soportaba igualmente el calor y elfro; coma y beba por necesidad fsica, no por placer; no distingua las horas de sueo y de vigiliaentre el da o la noche, sino que slo dedicaba al descanso el tiempo que le sobraba de sus activida-des; y para descansar no tena necesidad de una buena cama ni del silencio: muchos lo vieron a me-nudo tendido en el suelo y cubierto con el capote militar entre los centinelas y garitas de los solda-dos. Su vestimenta no se diferenciaba de sus compaeros, pero s llamaban la atencin sus armas y

    sus caballos. Era con gran diferencia el primero tanto de jinetes como de infantes; iba en cabeza alcombate, pero era el ltimo en retirarse una vez iniciado el mismo. Estas cualidades admirables deeste hombre quedaban igualadas por enormes defectos: crueldad inhumana, perfidia ms que pnica,ningn respeto por la verdad, ninguno por lo sagrado, ningn temor de Dios, ninguna consideracinpor los juramentos, ningn escrpulo religioso.

    El mtodo al que se adscribe el historiador romano es altamente revelador, pues nos demuestra demanera paradigmtica su forma de proceder. Por una parte atestigua las innegables calidades cas-trenses de Anbal. Dado que en aquella poca (siglo I a.C.) sus hechos eran conocidos por cualquierescolar romano y no podan ser silenciados a la hora de evaluar su comportamiento Tito Livio abrela caja de Pandora de los prejuicios romanos y se ceba en ellos. Si observamos los adjetivos utiliza-dos (cruel, prfido, amoral) nos podemos percatar de la desproporcin existente entre la magnitud de

    las epopeyas y la catadura moral del individuo que las protagoniza. Cul poda ser el motivo deeste ataque frontal a un enemigo ya vencido? Posiblemente algo semejante a una mezcla de sensa-ciones contrapuestas que oscilan entre la impotencia y la prepotencia, la culpabilidad y la terquedad.Sentimientos dispares que asaltaban a los romanos cada vez que recordaban las humillaciones a lasque Anbal les haba sometido. El lema lanzado por la historiografa romana para caracterizar lapresencia cartaginesa en Italia, Hannibal ante portas, no tardar en convertirse en la frmula queexpresa una situacin de mximo peligro, en sinnimo de alarma.

    Todo esto nos indica que la ofensiva ideolgica que Anbal orquesta en Cdiz poco antes de estallarla gran guerra pone el dedo en la llaga y provoca la reaccin propagandstica de Roma. Los romanosla contrarrestan a su manera. Se apresuran a presentar su propia actuacin como respuesta jurdica-mente correcta a las irregularidades cometidas por Anbal. Obviamente tienen que desprestigiar a su

    enemigo para justificar su manera de proceder. A partir de aqu la propaganda romana empezar adesarrollar la idea de la guerra justa (bellum iustum) que, naturalmente, los romanos slo emprendenen defensa de sus aliados o para hacer prevalecer la justicia. Si nos liberamos del poder sugestivo deuna serie de frases biensonantes, podemos detectar un trasfondo altamente explcito. Fueron tantaslas dificultades que Anbal cre a Roma a travs de la campaa con la que intent atraer a los cultospueblos grecofenicios de la cuenca del Mediterrneo occidental hacia su causa que los romanos severn abrumados y aislados por primera vez en su historia. Tratan por eso de convencer a la opininpblica de que no han sido ellos los malhechores, sino sus rivales cartagineses. Es muy explcita en

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    Pero a pesar de su apertura hacia el exterior, el genuino carcter pnico de Cartago nunca logra des-virtuarse, cosa que salta a la vista al observar el sistema polticoeconmico o el panten religioso(Melqart, Tanit, Bal Hammn, etctera). Ambas esferas estarn muy presentes en la biografa deAnbal, arraigada a sus races pnicas, pues siempre demostrar un escrupuloso cumplimiento de suspreceptos.

    Al igual que hiciera Roma en Lacio o en Campania, tambin Cartago desarrolla importantes activi-dades agrcolas en las frtiles llanuras norteafricanas introduciendo nuevas plantas, ampliando elespacio cultivable o mejorando los mtodos de produccin. Estos logros llegarn a transformar lapennsula del cabo Bon en una explotacin modelo. Es de resaltar en este contexto que el primertratado cientfico sobre agricultura lo escribe el cartagins Magn en lengua pnica y no un autorromano, como se podra pensar dado el acentuado carcter agrario de la ciudad latina. Los romanospronto se percatan de su importancia y se apresuran, cuando se apoderan de l, a traducirlo al latn ydivulgarlo por toda Italia.

    Sin embargo la orientacin martima y comercial de Cartago cobra un auge cada vez mayor. En lasBaleares (Ibiza), Cerdea (Tarro, Olbia) o Sicilia (Lilibeo, Panormo, Motia), as como a lo largo dellitoral norteafricano, proliferan los emporios cartagineses. Entre ellos y los pases adyacentes se

    articula un denso trfico naval de personas, mercancas e ideas. La ciudad de Cartago monopolizauna gran parte de este complejo sistema de comunicaciones obteniendo suculentos beneficios de lastransacciones e intercambios. Como ya hiciera su metrpoli Tiro en la lejana tierra fenicia, Cartagose proyecta hacia el mar. Su puerto cobra una importancia vital. All confluyen materias primas pro-cedentes de todas partes (metales, grano, madera, lana, etctera) para ser manufacturadas en los ta-lleres cartagineses y posteriormente exportadas a los principales mercados de consumo. Con eltiempo se perfila una gama de productos pnicos (joyas, cermica, armas, muebles, ornamentos,figuras votivas, etctera) cuya presencia en los diversos puntos del territorio mediterrneo da cuentadel alcance y la envergadura del comercio cartagins.

    Cartago y Roma en el siglo III a.C.

    Los primeros colonos tirios se haban establecido en un territorio hostil rodeado de aguerridas tribuslibias y nmidas. A partir del siglo V a.C. los moradores de Cartago traspasan su primitivo y reduci-do recinto y amplan su hbitat conquistando las zonas de alrededor. Estos logros son obra de una

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    aristocracia terrateniente, ansiosa de multiplicar sus parcelas de cultivo y sus rentas. Con ello conse-gua adems garantizar el aprovisionamiento necesario para alimentar a la creciente poblacin. Adiferencia de gran parte de los establecimientos fenicios en occidente, que no pasan de ser merasfactoras comerciales dependientes de la respectiva metrpoli, Cartago se estructura desde el princi-pio como una comunidad poltica autnoma comparable a una gran polis griega del talante de Sira-

    cusa, Tarento o Marsella, por citar algunos de los ejemplos ms significativos.Al igual que sucedi en Roma despus del debilitamiento de la monarqua, en Cartago emerge unaserie de familias nobles que la sustituyen y que con el tiempo consiguen hacerse con el control delas instituciones estatales (sufetado, consejo, etctera). El sistema polticosocial cartagins apare-ce tan slidamente afianzado que los intelectuales griegos, cuando hablan de las ciudadesestadomodlicas, no vacilan en citar a Cartago como una muestra de ello. As opera Aristteles, que alabala constitucin cartaginesa equiparndola a la de Esparta, a su parecer tan ejemplar la una como laotra, o, por citar otro significativo ejemplo, Eratstenes, admirador del sistema poltico de Roma yCartago al mismo tiempo (Estrabn 14, 9).

    La base econmica del poder poltico y social de la aristocracia cartaginesa la constituyen las pro-piedades agrarias norteafricanas y cada vez en mayor medida la participacin en el comercio de

    ultramar. Con la formacin de ncleos de dominio cartagins en Ibiza, Cerdea y Sicilia aumentanlas posibilidades de enriquecimiento. Especialmente el abastecimiento de los mercados itlicos ygalos a travs de Crcega y Cerdea, as como la explotacin de los vastos recursos de Sicilia, abreun campo de accin inagotable. El control de las ubrrimas regiones agropecuarias del interior de laisla (Henna, Segesta) y de sus ciudades portuarias es el incentivo que impulsa a los cartagineses aestablecerse all de modo permanente. Al cabo de una pugna secular con Siracusa, la gran potenciagriega de Sicilia, Cartago logra consolidar definitivamente sus posesiones en la mitad occidental dela isla. Su zona de dominio (epikratia) engloba el tringulo que une Himera con Acragante y Seli-nunte con Panormo, en el extremo de cuyo ngulo se ubica el puertofortaleza de Lilibeo.

    Fruto de la poltica cartaginesa de ultramar es una serie de periplos que llevarn a los audaces mari-nos pnicos en busca de metales (estao, cinc) hasta las an entonces desconocidas costas britnicas

    (travesa de Himilcn) y hacia las no menos remotas tierras del litoral centroafricano (viaje de Han-nn). Llegadas all, las expediciones cartaginesas detectarn yacimientos aurferos y organizarn unared de transporte que, a travs del Sahara y siguiendo la ruta de las caravanas que conectaba el inter-ior africano con el Mediterrneo, proveer a Cartago del preciado metal, creando as una importantefuente adicional de riqueza.

    Hasta el primer tercio del siglo III a.C. Roma y Cartago aparecen como dos entidades pujantes, enpleno ritmo de desarrollo interno y de expansin al exterior. Dado que actuaban en zonas distintas yperseguan objetivos diferentes, no haban llegado a tener ninguna interferencia. Sus intereses con-trapuestos evitaban roces que pudieran derivar en conflictos. Antes al contrario, desde tiempos in-memoriales las dos comunidades mantenan relaciones comerciales amistosas. El historiador Her-doto de Halicarnaso, al referirse a la expansin griega (focea) en occidente, ya nos confirma para el

    siglo VI a. C. una estrecha cooperacin entre etruscos y cartagineses que, al verse afectada por lapiratera focea, no titubear en movilizar sus respectivas flotas para restablecer el libre comercio enel mar Sardo (batalla de Alalia: 520 a.C.).

    Aristteles dice al respecto, refirindose a la realidad del siglo IV a. C.:

    Existen entre ellos convenios relativos a las importaciones y estipulaciones por las que se compro-meten a no faltar a la justicia y documentos escritos sobre su alianza (Poltica, 1119,1280 a).

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    Sin duda alguna los romanos, como sucesores de los etruscos, continuaban esta lnea de procederpara llegar a concluir una entente cordiale. Sobre la naturaleza de los tratados romanocartaginesesdisponemos de una copiosa informacin que nos proporciona el historiador griego Polibio de Mega-lpolis. De ella se desprende que cartagineses y romanos haban concertado respetarse mutuamentesus respectivas zonas de influencia. En el caso de Roma sta abarcaba toda la pennsula itlica, y en

    el de Cartago, el norte de frica, Sicilia, Cerdea y el sur de Hispania.Las buenas relaciones entre Roma y Cartago se estrechan e incluso se trasforman en una alianzamilitar en el momento en que los intereses de ambas son amenazados por un enemigo comn. Estoocurre en el ao 280 a.C., cuando el rey Pirro de Epiro cruza el Adritico al frente de un ejrcito,rumbo a Italia primero y a Sicilia despus, con la intencin de conquistar tierras controladas, respec-tivamente, por romanos y cartagineses. En el transcurso del conflicto, y para evitar que Pirro inva-diese Sicilia, los cartagineses ponen su flota a disposicin de los romanos y les suministran grano ymaterial blico. Si durante la guerra contra Pirro perdura la solidaridad romanocartaginesa, sta seir deteriorando a medida que Roma, tras conquistar Tarento y expulsar a Pirro, consigue implantarsu seoro en toda Italia. El control de sus puertos meridionales facilita a los romanos el acceso aSicilia. Precisamente aqu se generar la prxima crisis que, adems de romper definitivamente los

    tradicionales moldes de cooperacin romanocartaginesa, provocar el estallido de uno de los ma-yores conflictos blicos del mundo antiguo: la primera guerra pnica (264241 a.C.).

    Los motivos del conflicto derivan en buena parte de la explosiva situacin poltica y social reinanteen Sicilia. Al lado de Cartago y Siracusa irrumpe un nuevo foco de poder. ste lo constituyen losmamertinos, unas bandas de soldados campanos que acababan de asentarse en Mesina por la fuerza,aniquilando a gran parte de la poblacin. La rivalidad entre los nuevos seores de Mesina e Hiernde Siracusa, quien pretende controlar la mitad oriental de la isla, se desata en una serie de sangrien-tas luchas. En la batalla de Longano (269 a.C.) Hiern se impone a los mamertinos, que, desde esemomento, buscan un aliado capaz de protegerles de los apetitos territoriales de Siracusa. En Mesinaimpera la divisin de opiniones. Unos invocan la asistencia de los cartagineses, los seculares compe-tidores de Siracusa, mientras que el otro partido se inclina por reclamar ayuda de Roma.

    Esta convulsin local acontecida en la zona estratgicamente neurlgica del estrecho que une Siciliacon la pennsula itlica preludiar el inicio de las hostilidades. Por qu intervienen los romanos enSicilia, tradicional zona de influencia cartaginesa? La respuesta no puede ser otra que por pura am-bicin, porque no quera dejarse imponer ninguna clase de limitaciones como consecuencia de unproceso de expansin netamente venturoso hasta aquel momento. Aqu hay que subrayar que, unageneracin antes de estallar el conflicto romanocartagins, Roma haba logrado extender su pre-ponderancia a toda Italia al derrotar definitivamente a las comunidades samnitas del Apenino quehaban opuesto una enconada resistencia al dominio romano (batalla de Sentino: 295 a. C.).

    Tambin hay que tener en cuenta que es precisamente a partir del siglo ni a.C. cuando un gran n-mero de acomodadas familias terratenientes pertenecientes a la nobleza de Campania ingresan en elsenado romano. Llegan a crear un nuevo grupo de presin que pronto entrar en competencia con la

    aristocracia comercial pnica, disputndose zonas de influencia y parcelas de podero econmicofuera de Italia.

    Sobre los antecedentes de la primera guerra pnica poseemos un relato de Polibio (110), autor quegoza de amplia credibilidad, quien narra la situacin de la siguiente manera:

    Los romanos dudaban sobre la postura a adoptar. Pues dado que poco antes sus propios ciudadanoshaban sido castigados por traicionar a los de Regio, el querer ayudar ahora a los mamertinos quehaban hecho lo mismo, no slo contra Mesina sino contra Regio, constitua una inconsecuencia

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    inexcusable. No ignoraban ciertamente nada de esto; pero viendo que los cartagineses tenan bajo sumando al frica y a muchas partes de Hispania y que adems eran los dueos de todas las islas delmar Sardo y Tirreno, recelaban de que si tambin se adueaban de Sicilia, iban a tener unos vecinosmuy poderosos que les cercaran y amenazaran Italia por todas partes [...] Tampoco el senado seatrevi a otorgar la ayuda solicitada (por los mamertinos), [...] fue la asamblea del pueblo a propues-

    ta de los cnsules la que ante la expectativa del botn que la guerra pudiera proporcionar, que deci-di prestar la ayuda solicitada.

    Del texto del autor filorromano Polibio se desprende que es la desmesurada ansia de botn exteriori-zada en la asamblea del pueblo a instancias del cnsul Apio Claudio Caudex la que incita a Roma aentrometerse en Sicilia. El supuesto cerco al que parece estar sometida Italia, como insina Polibioal mencionar los progresos de la expansin cartaginesa en frica, Hispania e islas del Mediterrneocentral, es un argumento anacrnico, fuera de lugar. Polibio opera aqu con el fantasma de Anbal.Los hechos narrados se insertan en los aos anteriores a 264 a.C., fecha en la que comenzar la gue-rra y en la cual Anbal an no haba nacido. Observamos aqu una prematura instrumentalizacin dela figura de Anbal, una de las muchas de las que ser objeto en el futuro. La realidad histrica tienepoco que ver con el escenario construido por la propaganda romana, al parecer bastante consciente

    de su culpabilidad. Todo esto evidencia que la intervencin romana en Sicilia precisaba una justifi-cacin. En su defecto se inventa una sugestiva trama: Cartago cerca a Roma y sta se defiende ata-cando.

    En la primavera del ao 264 a.C. vemos al ejrcito romano actuar por primera vez fuera del sueloitlico. El futuro de la guerra radica en la incgnita de si los romanos sern capaces de mantener a lalarga un frente en ultramar alejado de sus bases de aprovisionamiento, dada la potencia de la flotacartaginesa, la ms temible de todas las que por aquellos tiempos surcaban aguas tirrenas. A pesar delos contratiempos sufridos, los romanos, sin embargo, se adaptarn rpidamente al nuevo elemento.Sus improvisadas embarcaciones de guerra causan serios problemas a la confiada marina cartagine-sa. Los cuantiosos recursos de Roma, mayores que los de Cartago, especialmente en cuanto a supotencial demogrfico, acaban marcando el ritmo de la contienda conforme sta se prolonga en el

    tiempo. Agotados tras ms de veinte aos de lucha y superados en su propio elemento, en el mar, loscartagineses pierden la guerra. Como consecuencia de ello, el destino de Sicilia cambia de signo.Roma obliga a los cartagineses a desalojar la isla, cuya zona occidental pasa ahora a engrosar lasnada despreciables posesiones romanas.

    En cierto modo la guerra que tantos esfuerzos haba costado a ambas partes parece terminar de modoinesperado, casi podramos decir casual, si contemplamos la poca resistencia que opone Cartago enla ltima fase de la contienda.

    Casi una generacin (264241 a.C.) haban pasado los romanos y los cartagineses con las armas enlas manos, ocupados en debilitarse mutuamente. En el transcurso de la encarnizada lucha la antiguacooperacin romanocartaginesa se torna en enemistad. El abandono de Sicilia constituye paraCartago un descalabro inesperado. Es una amarga experiencia difcil de digerir. Las prdidas carta-

    ginesas y las ganancias romanas quedan plasmadas en el tratado de Lutacio, denominado as por elcnsul romano Quinto Lutacio Ctulo, que fue quien estuvo a cargo de las negociaciones que des-embocaron en la conclusin del pacto. Leamos la versin que nos da Polibio (111 27) al trasmitirnossu texto:

    Los cartagineses deben evacuar toda Sicilia y las islas que hay entre Italia y Sicilia. Ambos bandosse comprometen a respetar la seguridad de sus respectivos aliados. Nadie puede ordenar nada queafecte a los dominios del otro, que no se levanten edificios pblicos en ellos ni se recluten mercena-rios, y que no se atraigan a su amistad a los aliados del otro bando. Los cartagineses pagarn en diez

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    aos dos mil doscientos talentos y abonarn al momento mil. Los cartagineses devolvern sin resca-te todos sus prisioneros a los romanos.

    Especialmente las clusulas referentes al trato que hay que dispensar a los aliados de ambos bandosdarn lugar, al surgir aos despus las crisis de Cerdea (238237 a.C.) y de Sagunto (219 a.C.), auna serie de interpretaciones diferentes y abrirn una acerba y controvertida polmica que terminar

    envenenando las relaciones entre cartagineses y romanos, que ya eran de por s tensas.La derrota de Cartago es un duro golpe que conmociona a la sociedad pnica, poco acostumbrada asufrir reveses de tal magnitud. No tardan en proliferar peleas ciudadanas, exigencias de responsabi-lidades, as como la creacin de nuevas alternativas polticas. Pero el necesario proceso de renova-cin interior se ve bruscamente interrumpido por nuevos e inesperados problemas. A pesar de lasgraves prdidas sufridas, las verdaderas dificultades de Cartago apenas haban empezado. La retira-da de las tropas de Sicilia, que acuden a la metrpoli para ser desmovilizadas, se convierte en unapesadilla. Una gran parte del ejrcito cartagins estaba integrado por mercenarios procedentes deHispania, Galia, Italia, Grecia y Libia. Despus de haber prestado durante aos abnegados serviciosa la causa pnica y haber pasado un sinfn de penalidades en el transcurso de la guerra, exigen larecompensa estipulada. Al regatear los embajadores cartagineses las entregas convenidas a cada uno

    de los mercenarios, se produce un altercado que deriva en motn. La escalada de violencia, de la quea partir de ahora harn gala ambas partes, ya llev a los historiadores de la Antigedad a considerareste conflicto la llamada guerra de los mercenarios, si miramos a sus protagonistas, o la guerralbica, si nos atenemos a su campo de accin uno de los ms crueles y despiadados vistos hastaentonces (Polibio 18083). La situacin en la indefensa metrpoli es dramtica. Ante el asedio alque los mercenarios someten a Cartago, la vida en la ciudad gravita entre la esperanza y la desespe-racin. Las hordas de mercenarios infligen derrotas a las tropas regulares cartaginesas que intentanaplacarlas. Mucho ms de lo que lo hiciera la primera guerra pnica, pese a su dilatada duracin, lainsurreccin africana traumatiza a la sociedad civil cartaginesa. La experiencia del terror desatadoante las puertas de la ciudad, visible desde cualquier punto de sus murallas, condiciona la vida de lapoblacin, agobiada ya por los altibajos del acecho. Hasta cundo podr Cartago aguantar esta ola

    de odio y violencia que parece ser incontenible? Es precisamente en este momento de mximo peli-gro cuando Amlcar Barca, el padre de Anbal, asume la responsabilidad de liberar a la ciudad deCartago del nuevo azote de la guerra que amenaza con borrarla del mapa poltico de la Antigedad.

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    3. Una niez traumtica: bajo la amenaza de los mercenarios

    Amlcar, hijo de Anbal (como podemos observar ser el abuelo paterno quien dar el nombre alfamoso nieto), perteneca a una noble familia cartaginesa, que la posteridad denominar Brquida,aludiendo as a su apodo Barca (El Rayo), cuyas huellas en el pasado no son fciles de rastrear. Pa-rece que es l, Amlcar, el primer miembro de la dinasta brquida que cobra notoriedad. Las noti-cias ms tempranas que obtenemos de su vida estn relacionadas con el curso de la primera guerrapnica. En el ao 247 a.C. nace en Cartago su hijo primognito Anbal (cuyo nombre significaamado de Bal). Despus vendrn dos varones ms (Asdrbal y Magn), as como tres hijas cuyosnombres y edades desconocemos, al igual que los datos referentes a la madre. Poco tiempo pudoinvertir Amlcar en prestar atencin a su heredero recin nacido, si es que estaba en Cartago cuandose produjo el parto, pues en estas fechas recibe rdenes de incorporarse al frente.

    La guerra que Cartago sostiene desde hace ya 17 aos contra Roma se est haciendo interminable.Todos los intentos de acelerarla fracasan estrepitosamente. As le sucedi en el ao 255 a.C. al cn-sul romano Marco Atilio Rgulo, que, despus de desembarcar en frica con un cuerpo expedicio-nario para atacar directamente a Cartago en su feudo, sufre una sonada derrota. Durante las dcadas

    de los aos cuarenta su desenlace parece ms incierto que nunca. El desgaste que sufren ambas par-tes es enorme.

    En estas circunstancias Amlcar es requerido para capitanear una flota con la misin de proteger lasposesiones cartaginesas en Sicilia y fomentar incursiones en el litoral itlico. Inicialmente tuvo queencajar un revs al no poder impedir que los romanos se apoderaran de la isla de Pelias, situada apocas millas de Drpano. Luego opera con ms fortuna consiguiendo devastar los alrededores deCime. En las postrimeras del conflicto, Amlcar aparece en el teatro de batalla siciliano. Ejerce elmando de las tropas que ocupaban la fortaleza del monte Erice, donde acumular experiencia en la

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    lucha de trincheras. Despus de la batalla naval librada cerca de las islas Egates la suerte de la gue-rra queda decidida. La resistencia de Cartago ha llegado a su lmite despus de esta nueva derrota.Gracias a su tenacidad y a sus recursos, los romanos se proclaman vencedores.

    El final de la primera guerra pnica sorprender a Amlcar en Sicilia, donde, aunque invicto, tieneque deponer las armas y organizar la retirada de sus tropas, que sern trasladadas al norte de frica.

    Ser tambin l el encargado de negociar con el cnsul Quinto Lutacio Ctulo las condiciones depaz que pondrn fin a la primera guerra pnica.

    Ignoramos si Amlcar an permaneca en su puesto de mando en Sicilia o si ya se hallaba en Cartagocuando se produce la insurreccin de los mercenarios. Lo que s sabemos es que, durante la fasecrtica de la revuelta, permanece relegado a un segundo plano sin tener mando activo sobre la tropa.Es a principios del ao 239 a.C. cuando reaparece en el escenario blico del norte de frica, y apartir de este momento asumir funciones polticomilitares de primer orden que ya nunca dejarde desempear.

    Antes de entrar directamente en accin, Amlcar entrena a un nuevo ejrcito compuesto por ciuda-danos y mercenarios fieles a la causa cartaginesa, en total unos 10.000 hombres. Sus experiencias enla guerra de trincheras librada en las regiones montaosas de la Sicilia occidental le han enseado a

    valorar la eficacia de tropas adiestradas y preparadas para el combate. Al frente de ellas se dirige a ladesembocadura del ro Bgrada para disolver una fuerte concentracin de mercenarios al mando deMato y Espendio. All obtiene su primera victoria en la guerra africana, y contribuye con ello a darun oportuno respiro de esperanza a Cartago.

    El apoyo que presta una gran parte de la poblacin africana a la causa de los mercenarios se debe ala presin fiscal que haban ejercido los cartagineses durante la guerra, al aumentar de manera drs-tica los tributos exigidos a sus sbditos libios. En este sentido la rebelin mercenaria se ve amparadapor una fuerte corriente de protesta social (Serge Lancel).

    A pesar del contratiempo sufrido, los mercenarios no desisten en su empeo. Se reagrupan otra vez,consiguen incluso reclutar tropas libias y nmidas y se dedican a partir de ahora, guiados por Espen-dio y Autrito, a hostigar al ejrcito de Amlcar. ste avanza hacia las agrestes regiones del interiorpara desviar la atencin de las zonas neurlgicas del podero cartagins: Cartago y las ciudades cos-teras de tica e Hipona, sitiadas por grupos de mercenarios a las rdenes de Mato. La situacin deAmlcar se complica enormemente al verse obligado a presentar batalla en terreno desfavorable,donde los mercenarios le cercan en un valle rodeado de montaas, sin posible salida (KhanguetelHadjhadj, situado al sudeste de Tnez). De repente, todo cambia, cuando el prncipe nmidaNaravas, al frente de 2.000 experimentados jinetes, se pasa al bando cartagins. Este decisivo golpepsicolgico no slo llega a salvar la situacin, pues Amlcar vence en el combate dispersando a susenemigos, sino que constituye el principio de una importante cooperacin. Naravas se casar conuna hija de Amlcar y ser en el futuro un fuerte sostn del partido brquida. Al igual que muchasfamilias nobles pnicas, que estaban emparentadas con las aristocracias de Sicilia, Libia y Numidiahecho que contribua a estabilizar el dominio cartagins en estas regiones, al concertar estaalianza matrimonial, Amlcar fortaleca su posicin en Cartago.Despus de esta segunda victoria, Amlcar practica una poltica de captacin que se pone de mani-fiesto al finalizar el encarnizado combate: ofrece a los mercenarios prisioneros la incorporacin a suejrcito y deja en libertad al resto, que desde luego se compromete formalmente a no levantar jamslas armas contra Cartago. Esta premeditada lnea de actuacin de la cpula de mando cartaginesasiembra el nerviosismo entre la faccin dura de los mercenarios, ya que empezaba a causar estragosy deserciones entre los indecisos. Alarmados por la incipiente descomposicin de sus filas, los cabe-

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    cillas de la insurreccin (Mato, Espendio, Autrito) convocan una asamblea del ejrcito. En el trans-curso de la misma se radicalizan las posturas, llegndose a romper definitivamente todos los puentesde entendimiento que an pudieran persistir con Cartago. Se adopta la decisin de librar a partir deahora una lucha sin cuartel contra Cartago y, para corroborarla, son lapidados todos aquellos que semuestran tibios o que exteriorizan protestas. El punto final de la escalada del terror lo constituye una

    matanza de todos los prisioneros cartagineses, que primero reciben torturas y luego son extermina-dos ante el enardecido gritero de las hordas exaltadas. Esta nueva ola de violencia produce reaccio-nes por parte del bando cartagins, que a partir de ahora corresponder con la misma moneda. Aml-car rectifica su poltica de captacin y endurece su forma de proceder permitiendo primero la torturay luego la posterior ejecucin de los prisioneros.

    El estratega pnico Hannn el Grande, quien hasta el momento haba actuado por separado, une sustropas a las de Amlcar para formar una fuerza de choque de mayor potencia. Sin embargo, la rivali-dad entre Amlcar y Hannn prevalece. La desunin frustra cualquier resultado positivo, con lo quela guerra se prolonga innecesariamente. En el curso de la contienda las adversidades van en aumen-to. La posicin cartaginesa empeora sensiblemente despus de que los mercenarios, tras dos aos deininterrumpido cerco, logran tomar las ciudades de tica e Hipona. Estos xitos refuerzan su moral

    y los incitan a propinar el golpe decisivo a la odiada ciudad. Otra vez comienza el asedio a Cartago(finales de 239 a.C.). Sin otra salida posible, Cartago pide auxilio a Roma y a Siracusa, y al final leser otorgado. Con este apoyo la ciudad sitiada puede resistir y recuperar fuerzas poco a poco. Mien-tras el ataque a Cartago se estanca, las tropas de Amlcar logran aislar a los sitiadores de sus basesde aprovisionamiento. Los mercenarios se ven obligados a levantar el cerco, pero la guerra prosigue,desplazando ahora su campo de accin a las zonas del interior. Gracias a su experiencia y al concur-so de sus aliados nmidas, el ejrcito de Amlcar consigue llevar a una gran parte de las huestesmercenarias a una encerrona y cortarles el suministro. Conscientes de su desesperada situacin, Es-pendio y Autrito inician negociaciones con Amlcar. Pero stas pronto fracasan y derivan en unasangrienta pelea en la que perecern gran parte de los sitiados. La derrota de los mercenarios, desti-nada a cambiar el destino de la contienda, pues su debilitamiento produce defecciones entre los li-

    bios, que abandonan su causa y se pasan a Amlcar, ser pronto contrarrestada por un revs cartagi-ns ante las murallas de Tnez. Amlcar desiste en el proyecto de reconquistar la ciudad y ocupa otravez la desembocadura del ro Bgrada. Despus de casi tres aos de agobiantes penalidades, todoparece empezar de nuevo. La guerra contina.

    En Cartago se realiza un ltimo esfuerzo. Las autoridades de la ciudad fomentan la anteriormentefracasada cooperacin entre Amlcar y Hannn el Grande. Ante el inminente peligro, la reunifica-cin de las fuerzas cartaginesas surte los efectos deseados. El destino de la guerra depende ahora deuna batalla decisiva cuya ubicacin desconocemos y que tiene lugar en el ao 238 a.C. Esta vez, yde manera decisiva, la suerte sonre a Cartago. El caudillo mercenario Mato es hecho prisionero ycondenado a muerte. tica e Hipona son recuperadas. Las tribus libias, que todava apoyaban larevuelta de los mercenarios, capitulan incondicionalmente. Despus de ms de tres aos de duracin,

    termina por fin la fatdica contienda. Sin embargo, y a pesar de la victoria, el balance es desoladorpara Cartago: una gran cantidad de tierras y campos ha sido devastada, miles de prdidas humanasse suman al destrozo de la naturaleza y la hacienda pblica est totalmente arruinada. Pero todosestos descalabros se agravan sensiblemente al intervenir Roma imperativamente en los asuntos car-tagineses.

    Mientras la insurreccin se cebaba en las regiones africanas, un cuerpo de mercenarios estacionadoen Cerdea al servicio de Cartago se haba sumado a la rebelin. Impotentes para poner coto al ines-perado contratiempo, los cartagineses pretenden aplacar los nimos, mas no obtienen ningn xito.

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    Enardecidos por sus rpidos progresos, los mercenarios, despus de deshacerse de las guarnicionespnicas, intentan apoderarse de toda la isla. La resistencia de la poblacin sarda no tarda en organi-zarse. Los mercenarios fracasan en su propsito y tienen que abandonar la isla para refugiarse entierras itlicas.

    Una vez finalizada la guerra en frica y concluida la pacificacin de las tribus libias, Cartago se

    apresura a acometer la tarea de recuperar Cerdea, isla clave para su navegacin y comercio, ahorams que nunca, tras la prdida de Sicilia. Y aqu entra Roma en accin. Los romanos mandan fuer-zas a Cerdea para impedir el restablecimiento del dominio cartagins y amenazan con la inmediataapertura de hostilidades si Cartago no desiste de su empeo (Polibio I 88, III 10). La actitud romanaslo es comprensible si la interpretamos como intento de compensacin. Evidentemente Roma secobraba un precio por la victoria cartaginesa en frica, precio que slo puede ser considerado comoun atraco a mano armada, realizado de improvisto y desde luego contra el espritu del tratado deLutacio, que exhortaba a ambos firmantes a respetar las zonas de influencia ajena. Este mal disimu-lado rapto de Cerdea es el primer acto de abierta hostilidad con el que Roma humillaba a Cartago yse aprovechaba de su manifiesta debilidad. Pero la voracidad romana prosigue, pues exige de loscartagineses un pago adicional de 1.200 talentos en concepto de reparaciones por una guerra que no

    lleg a estallar.Otra consecuencia de la ocupacin romana de Cerdea es la pronta invasin de Crcega, isla quehasta entonces haba permanecido integrada en la rbita de influencia cartaginesa. La posesin deambas islas, aparte de los beneficios econmicos que el hecho en s comportaba, incrementa las ven-tajas estratgicas para Roma, teniendo en cuenta que se lograba erigir una barrera defensiva queprotega adicionalmente el suelo itlico de posibles ataques cartagineses.

    Toda esta serie de chantajes y atropellos hace crecer en Cartago la animadversin hacia Roma, ciu-dad que, si bien hasta la fecha se haba distinguido por su extraordinaria tenacidad, daba ahoramuestras de insaciables apetitos territoriales. El hecho es tan evidente que ni siquiera sus ms ac-rrimos apologistas lo pueden negar. La desmesurada ambicin romana fue una de las causas deter-minantes de que la frgil relacin romanocartaginesa, que durante el sitio que los mercenarios

    impusieron a Cartago vivi momentos de distensin, se convierta ahora en una enemistad irreconci-liable. Estaba claro que Roma quera impedir un resurgimiento de Cartago a toda costa. Por eso re-legaba a la metrpoli africana a ser en el futuro una potencia de segundo orden, sometida a la vigi-lancia romana.

    Cmo reaccionan las clases dirigentes de Cartago ante este giro de la poltica romana? Observamosla formacin de dos grupos de opinin, que al definirse polticamente formularn propuestas alterna-tivas. En un aspecto clave exista, sin embargo, convergencia de pareceres: todos estaban de acuerdoen que urga adaptar las necesidades de Cartago a la nueva situacin, caracterizada por el desmem-bramiento del poder martimo y territorial, as como por la disminucin de los recursos monetarios;punto especialmente delicado ante la apremiante obligacin de cumplir los pagos impuestos porRoma. Para compaginar las nuevas metas polticas con las exigencias del momento y fomentar la

    recuperacin econmica, se perfilan dos posturas. La primera propugnaba dejar de lado cualquiertipo de poltica ultramarina y en su lugar concentrarse en ampliar el dominio cartagins en el nortede frica. Hannn el Grande, adversario de Amlcar y promotor de esta opcin, contaba con el apo-yo de la oligarqua terrateniente. Posiblemente el modelo que se quera imitar era el Egipto de losTolomeos, pas del que sus clases dominantes extraan unos beneficios exorbitantes explotando sis-temticamente a la poblacin indgena. No era sta la primera vez que en Cartago se debata el temade edificar un imperio africano. Precisamente Hannn el Grande lo haba abordado en plena guerracontra Roma cuando una expedicin patrocinada por l (247 a.C.) haba ampliado la zona de in-

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    fluencia pnica hasta Theveste. Lo que en otro tiempo y en diferentes circunstancias habra podidoser un proyecto discutible e incluso viable era ahora, ante la resaca producida por la guerra lbica,simplemente impensable. Adems, existan otros impedimentos contra la puesta en prctica de se-mejante idea. Por una parte, nuevas conquistas en frica implicaban el riesgo de levantamientos dela poblacin sometida. Tambin incida en el rechazo del plan la disminucin del prestigio de Han-

    nn el Grande a raz de los descalabros que el estratega pnico haba sufrido contra las tropas mer-cenarias. Tampoco hay que olvidar la oposicin de Amlcar a estos planes. Dada su gran populari-dad entre la ciudadana cartaginesa, que le consideraba el artfice del xito contra los mercenarios,su voto era decisivo, y ste fue negativo.

    Los proyectos de Amlcar se encarrilaban en direccin contraria a la poltica africana de Hannn elGrande. Como ser l quien tomar la iniciativa, pronto orientar las miras de Cartago hacia nuevoshorizontes ultramarinos. El objetivo escogido es la Pennsula Ibrica. De esta lejana y prometedoraregin se esperaba extraer los recursos necesarios para asegurar el porvenir de Cartago. Son bsica-mente tres los motivos que propician este nuevo enfoque de la poltica cartaginesa. Sobre el extremooccidental del mundo mediterrneo circulaban una serie de leyendas en las que se mencionabanpases y ciudades ricas en metales que configuraban la imagen de una especie de El Dorado de la

    Antigedad. Su mtico smbolo era el rey Argantonio de Tarteso, enigmtico personaje dotado segnla leyenda de una extrema longevidad, de quien ya Herdoto nos cuenta que abri a los griegos deFocea las puertas de su pas. Las apreciaciones referentes a las riquezas de Iberia son confirmadaspor fuentes posteriores. Por ejemplo, el gegrafo Estrabn alaba la antigedad de la civilizacinibrica, consignando sus realizaciones culturales y sus recursos materiales. Al igual que los griegos,tambin los cartagineses mantenan desde tiempos lejanos contactos comerciales con el mundo ib-rico, cuya riqueza natural, especialmente en cuanto a minerales y materias primas, no haba pasadoinadvertida. Hay que resaltar aqu la existencia de una serie de factoras y ciudades fenicias ubicadasen la costa meridional de Hispania (Villaricos, Adra, Almucar, Toscanos, Mlaga, Huelva, etcte-ra), entre las que sobresala Cdiz. stas podan facilitar la penetracin pnica en las zonas interioresdel pas, como muy bien han podido demostrar los trabajos de Jos Luis Lpez Castro.

    Finalmente, no hay que olvidar la gran distancia que mediaba entre las regiones meridionales hispa-nas e Italia, hecho que haca improbable una intromisin romana en la zona, ya que Roma estabaentonces plenamente ocupada en sofocar la rebelin de las tribus celtas y tena adems puestas susmiras en la costa adritica.

    A finales de la primavera o principio del verano del ao 237 a.C. Amlcar pone en marcha su recinreorganizado ejrcito, compuesto por tropas mercenarias y dispositivos de caballera nmida, ascomo por unidades pnicas de elite, cuyos efectivos es imposible cuantificar. A travs del litoralnorteafricano toma rumbo hacia el sur de Hispania. En la zona del Estrecho una flotilla posibilita latravesa hacia el continente europeo. Desembarca en Cdiz llevando consigo a su primognito An-bal, nio de diez aos, que acaba de pasar una turbulenta infancia en Cartago, su ciudad natal, a laque no regresar hasta transcurridos ms de treinta aos. A partir de ahora la suerte de Cartago que-

    da ligada a la fortuna de la familia Brquida. Al frente de la expedicin est el acreditado generalAmlcar, garanta de efectividad, pero su hijo Anbal, presente desde el primer momento, simbolizala continuidad y un futuro mejor que el reciente pasado, pleno de reveses y catstrofes. Entre losseguidores que le acompaaban se encontraba Asdrbal, su aliado y esposo de su hija, que una vezllegado a Hispania ejercer las funciones de lugarteniente. De lo concerniente al destino de las muje-res del clan brquida no tenemos noticias. Ignoramos si la madre y las otras hermanas de Anbalformaban parte del squito. Los hermanos menores de Anbal, llamados Asdrbal y Magn, s quese desplazaron al continente europeo.

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    Es de suponer que el traslado de Cartago a Hispania le causara a Anbal aoranza o nostalgia al tenerque abandonar de repente el espacio vital donde se haba desarrollado su niez. Por otra parte, laposibilidad de desenvolverse ahora en un nuevo ambiente, distendido y alejado de las traumticasexperiencias pasadas en Cartago, probablemente supona para l un acto de liberacin y esperanza.

    Si evocamos de manera retrospectiva los eventos de la ltima dcada tal como el adolescente Anbal

    los lleg a vivir, resulta fcil imaginar cmo las grandes convulsiones de las que fue testigo presen-cial incidieron en su formacin humana y poltica. Apenas tena siete aos cuando, al finalizar laprimera guerra pnica, y al cabo de una dilatada ausencia regres su padre, Amlcar, a casa. En unaedad prematura, abierta a toda clase de susceptibilidades, Anbal percibi los altibajos de la guerramercenaria. Sin duda escucha comentarios en el seno de su familia sobre la crueldad desplegada,comentarios que tienden a aumentar su preocupacin por la suerte de su ciudad y de su padre, que sebata en primera fila. Es de suponer que las penalidades de esta amenaza de ms de tres aos de du-racin, especialmente la vivencia de una guerra que se desarrolla en suelo propio, frente a las puertasde casa, le produjeran una impresin imborrable. Fuera de las calamidades de la guerra, la gran ten-sin poltica reinante ante la amenaza de la reanudacin de las hostilidades por parte de Roma ator-menta a la opinin pblica. Al enterarse de la rapacidad romana en el caso de Cerdea, Anbal, co-

    mo la gran mayora de sus conciudadanos, debi de experimentar una sensacin de impotencia yfrustracin. Indignacin, ansias de venganza y desconfianza frente a Roma son los sentimientos queasaltaban a los cartagineses, y Anbal no debi de ser ninguna excepcin. Todas estas vivencias con-figuran un estado de nimo que en el futuro se traducira en acciones concretas cuya comprensinslo es posible si tenemos en cuenta las fuertes sensaciones experimentadas en la adolescencia.

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    4. En busca de Argantonio: los Brquidas en Hispania

    Cmo juzg el joven Anbal el nuevo mundo en el que a partir de entonces le tocar desenvolversey cmo se adapt a l? Al hacernos esta pregunta llegamos a las fronteras de nuestra documentacin,que si bien mana de forma copiosa cuando nos habla de Anbal como homo politicus, casi nada nosdice sobre su vida privada. De manera que una considerable parte del diseo de su entorno familiares producto de una reconstruccin histrica preocupada por atar cabos sueltos, as como de recom-poner las piezas de un mosaico siempre fragmentario.

    Una vez llegado a Hispania, el clan brquida instal su residencia en Cdiz. La ciudad fenicia, dota-da de un magnfico puerto, adornada por renombrados templos y de un atractivo recinto urbano,estaba emplazada, al igual que Cartago, al borde del mar. Dominaba una rica zona de cultivos y de

    pesca, era el lugar de destino de las codiciadas materias primas de la regin (especialmente metalespreciosos), punto de entrada y salida y acoga en su seno una variada gama de talleres y factoras;era, en fin, el ncleo urbano ms antiguo e importante de la Pennsula Ibrica. El carcter de su po-blacin, en la que predominaba el elemento fenicio, deba de recordarle a Anbal su ciudad natal.

    En este apacible lugar Anbal, como cualquier otro joven de buena cuna, recibi una esmerada edu-cacin. De sus maestros pnicos, cuyos nombres desconocemos, aprendi sus primeras letras. Elhistoriador Ssilo de Esparta, uno de sus preceptores, fue quien le introdujo en el mundo de la erudi-cin griega. Por mediacin de Ssilo, Anbal entr en contacto con dos temas que le fascinaron demanera especial: la mitologa y la historia militar. Como tantos jvenes aristcratas vidos de saber,Anbal ley atentamente las obras que ensalzaban las epopeyas blicas de Alejandro Magno. Tam-bin devor los tratados militares referentes a las reformas de Xantipo, el legendario condottiere

    espartano al servicio de Cartago durante la primera guerra pnica. Con no menos inters acogi lanarracin del mito de Gerin, que posea una fuerte connotacin local en el sur de Hispania. Preste-mos atencin a una de las ms antiguas versiones del tema procedente del poema compuesto porEsteroro, recogido en la Biblioteca de Apolodoro (II 5, 10): Como dcimo trabajo se orden aHerakles el ir a buscar el ganado de Gerin a Eriteia. Es sta una isla, situada en las proximidadesdel Ocano, que ahora se llama Cdiz, habitada por Gerin, hijo de Crisaor y de Calrroe, la hija deOcano. Gerin tena los cuerpos de tres hombres, cre dos juntos, unidos, uno por el vientre, y di-vididos en tres desde los costados y los muslos. Era propietario de un rojo rebao. Euritin era supastor y su perro guardin, Orto, de dos cabezas, hijo de Equidna y de Tifn. Viajando a travs deEuropa para buscar el rebao de Gerin, Herakles mat muchas bestias salvajes. Se fue al frica, yal pasar por Tarteso levant las dos columnas, una a cada lado, en los lmites de Europa y frica,

    como monumento de su viaje. El Sol, admirado de su atrevimiento, le dio una copa de oro, con laque atravesara el Ocano. Lleg a Eriteia y se hosped en el monte Abas. El perro lo divis y seprecipit sobre l, pero le golpe con su maza. Cuando el pastor vino a salvar al perro, Herakles lomat tambin. Gerin sorprendi a Herakles, al lado del ro Antemo, en el preciso momento de lle-varse el rebao. Luch con l y le mat. Herakles embarc el rebao en la copa, atraves el marhacia Tarteso, y devolvi la copa al Sol.

    Anbal, que ya en Cartago hablaba pnico y griego, pronto aprendera la lengua ibrica, indispensa-ble vehculo para relacionarse con su nuevo entorno.

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  • 7/28/2019 Anbal de Cartago - Pedro Barcel

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    Pedro Barcel Anbal de Crtago

    Mientras en el distendido ambiente de Cdiz el joven Anbal, junto con sus hermanos menores As-drbal y Magn, se prepara para sus futuras tareas, su padre Amlcar desarrolla una febril actividaddiplomtica y militar encaminada a fomentar la influencia cartaginesa en el pas. Si bien la decisinde dirigirse a la Pennsula Ibrica fue en principio ms producto de las circunstancias que un objeti-vo prioritario, ste pronto cambiar de signo. La presencia de una fuerza de choque cartaginesa en

    Hispania (es el primer ejrcito pnico que opera en el continente europeo) introduce un elementonovedoso en una zona que, hasta el momento, no haba llamado excesivamente la atencin de lasgrandes potencias mediterrneas.

    Siguiendo los relatos de las fuentes escritas y atenindonos a las pistas proporcionadas por la inves-tigacin arqueolgica, podemos observar que la actuacin polticomilitar de Amlcar se desen-vuelve dentro del marco territorial del sur de la Pennsula Ibrica, en las actuales provincias andalu-zas y en Albacete, bsicamente. Cdiz, lugar de desembarco y primera base de operaciones, consti-tuye el punto de partida de las prximas campaas. Despus de concluir una serie de correras yestipular tratados de amistad con comunidades fenicias y autctonas del valle del Guadalquivir,Amlcar decide trasladarse a una nueva residencia, la cual pronto se perfilar como centro del inci-piente imperio brquida. Los autores antiguos la denominan Akra Leuke, reteniendo slo la denomi-

    nacin griega del lugar (desconocemos su genuino nombre pnico), y la investigacin moderna laubica generalmente en el territorio urbano de la actual ciudad de Alicante. Esta ecuacin es, sin em-bargo, insostenible por varios motivos. En primer lugar, no poseemos ninguna fuente que de maneradirecta o explcita lo confirme. A ella se ha llegado mediante una dudosa interpretacin toponmicaque correlaciona Akra Leuke con Lucentum, el nombre latino de Alicante. Si esto fuera as, por quAsdrbal, el sucesor de Amlcar, unos aos ms tarde, cuando ya se haba consolidado el asenta-miento cartagins en Hispania, funda Cartagena en el sur de Alicante renunciando con eso a ejercerun control efectivo sobre los territorios colindantes?

    Si nos fijamos en que la sistemtica y penosa tarea de ocupacin territorial, como atestiguan todaslas fuentes, de la regin meridional de la Pennsula Ibrica sigue siempre la ruta de oeste a este, desur a norte la posterior fundacin de Cartagena sera plenamente incomprensible. Por consiguiente

    hay que postular otra ubicacin de Akra Leuke que concuerde con los verdaderos avatares de lapenetracin pnica en Hispania. Lo ms probable es que la nueva residencia de Amlcar se hallaracerca de la zona de mxima relevancia econmica para los intereses cartagineses, y sta hay quebuscarla en el distrito minero de Sierra Morena (lugares con el adjetivo griego leukos no tienen queestar emplazados forzosamente en la costa, como insistentemente se viene afirmando, sino que, co-mo tambin sucede en Grecia, pueden figurar en el interior del pas). Otro indicio adicional que re-salta la enorme importancia de la zona lo constituyen las alianzas matrimoniales del clan brquida.Al igual que Asdrbal, el yerno de Amlcar, tambin Anbal se casar con una dama de la aristocra-cia de Cstulo, lugar situado en las proximidades de Linares (Jan), hecho que de manera indirectaviene a corroborar que la familia brquida, despus de dejar Cdiz, debi de establecer all su resi-dencia. Desconocemos si el matrimonio de Asdrbal con la hermana de Anbal persista an o si ste

    contrajo nuevas nupcias despus del posible fallecimiento de su mujer.

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    Pedro Barcel Anbal de Crtago

    Los avances de Amlcar no podan pasar inadvertidos. Especialmente el hecho de fundar una ciudady de exteriorizar as el deseo de apoderarse del pas parece ser que alarm a los romanos, quienesenviaron una embajada a Amlcar para pedirle explicaciones. Por suerte conservamos un fragmentoen la obra de Din Casio (XII Frag. 48) que nos ilustra la situacin. El texto en cuestin dice as:

    Durante el consulado de Marco Pomponio y de Cayo Papirio (es decir en el ao 231 a.C.) los ro-manos mandaron embajadores para hacerse una idea de las operaciones de Amlcar, aunque ellos notenan intereses en Hispania. Amlcar les tribut los debidos honores y proporcion convincentesexplicaciones, declarando, entre otras cosas, que realizaba la guerra contra los hispanos slo porrazones de fuerza mayor, a fin de que los cartagineses pudieran satisfacer las deudas an pendientescon Roma [...] As los enviados romanos no pudieron formular ningn reproche.

    Con toda probabilidad el joven Anbal formaba parte del squito de su padre y pudo presenciar de

    manera directa cmo actuaban los representantes de la potencia hegemnica del Mediterrneo occi-dental. Los embajadores romanos que debieron de ser cumplimentados en Akra Leuke intervenanpor primera vez en los asuntos cartagineses en Hispania. Aunque poco pudieran objetar los romanosa las actividades de Amlcar, es de suponer que su presencia en Hispania debi de haber dejado unmal sabor de boca a los cartagineses, que la consideraban como una mal disimulada intromisin.

    Sobre la primera aparicin de Anbal en pblico existe un relato (Polibio 111 11; Livio XXI 1) alta-mente seductor y tergiversado. La escena, compuesta como un acto de teatro, rebosante de efectosdramticos, nos presenta al joven Anbal jurando ante los dioses a instancias de su padre odio eterno

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    a Roma. Leamos cmo la proyecta Tito Livio: Se cuenta al respecto que, cuando Amlcar, tras sucampaa de frica, iba a ofrecer un sacrificio a los dioses a punto de conducir a sus tropas a Espaa,Anbal, todava de casi nueve aos de edad, le suplic entre mimos que lo llevara a Espaa; entoncessu padre lo acerc a los altares y le oblig a jurar con las manos sobre las vctimas del sacrificio quesera enemigo del pueblo romano tan pronto pudiera.

    Sin lugar a duda relatos de este tipo no son otra cosa que un montaje inventado por la historiografaromana para exculparse de las responsabilidades de la segunda guerra pnica. El mensaje que pro-paga la idea de que fue Anbal quien desde el principio quiso la guerra pretende fomentar la siguien-te versin: fueron los cartagineses quienes promovieron el conflicto, y, al afrontarlo, Roma no hacems que reaccionar ante el mpetu revanchista de los Brquidas. Si nos atenemos a la realidad hist-rica de los hechos, stos discurren por cauces distintos de los diseados por la propaganda romana.

    El joven Anbal recibe una slida formacin polticomilitar bajo la supervisin de su padre, exper-to hombre de armas y dotado de una notable capacidad de persuasin. Acompandole en sus mlti-ples correras, Anbal adquiere intensos conocimientos sobre la topografa del pas y el carcter desus gentes. Aprende de l el arte de la guerra, y es testigo de las deliberaciones del alto mando carta-gins. Observa cmo Amlcar concierta tratados de amistad, se percata de los mtodos para instalar

    fuerzas de choque en lugares conflictivos, le ensean a negociar concesiones de explotacin minera,es introducido en el terreno de la diplomacia, tan necesaria para captar voluntades y conseguir alia-dos. Fue sin duda su padre quien le explic cmo tratar con las instituciones y los representantes dela metrpoli Cartago. De l aprendi la difcil tarea de operar con un ejrcito mayoritariamentecompuesto por mercenarios de distintas procedencias. Aparte de sus clases, maestros y lecturas, fueen definitiva la vida cotidiana, as como las enseanzas recibidas de su padre, lo que proporcion aAnbal sus ms importantes lecciones.

    Despus de consolidar la influencia pnica en el valle del Guadalquivir y consumar el control de laszonas mineras penibticas, Amlcar decide extender su dominio hasta el mar para procurarse unpuerto independiente del de Cdiz, ms cercano a Cartago, objetivo que afronta siguiendo el caucedel Segura. En el ao 229 a.C. aparece sitiando la ciudad de Helike, cuya ubicacin exacta suscita

    los mismos debates que Akra Leuke. Las opciones a favor de Elche (Alicante) y Elche de la Sierra(Albacete) poseen en comn que ambos lugares estn situados en la misma regin. La identificacinde Helike con Elche aparece relacionada con la equiparacin de Akra Leuke y Alicante. Mas comoresulta bastante improbable apoyarse en tal filiacin, tampoco es vlida esta atribucin. Por otraparte, el emplazamiento de Elche de la Sierra, cerca del curso del Segura, s que encaja mucho mejorcon las citas de las fuentes que nos hablan de tribus oretanas que se oponan al avance cartagins.

    Despus de nueve aos de permanencia en suelo hispano, Amlcar fallece durante el asedio de Heli-ke (invierno 229228 a.C.) al ser atacado de forma repentina por el rey Orisn, quien acude ensocorro de los sitiados. Durante la retirada Amlcar perece al intentar vadear un caudaloso ro. Apar-te de esta versin que procede de Diodoro (XXV 14), en mi opinin la ms fidedigna, existen otrasnoticias sobre la muerte de Amlcar. Livio (XXIV 41) la ubica en un lugar llamado Castrum Album,

    mientras que Apiano (I 5) slo alude al episodio de forma imprecisa relacionndolo con una luchacontra tribus beras.

    Evidentemente el ataque a Helike formaba parte del plan de conquista del valle del Segura. El obje-tivo prioritario de la primera fase de la expansin cartaginesa en la regin andaluza lo constitua elsometimiento del hinterlandde las factoras fenicias de la costa mediterrnea y atlntica de Andalu-ca (Adra, Almucar, Mlaga, Huelva, etctera) siguiendo los cauces del Guadalquivir y Genil paraapoderarse luego de las ubrrimas zonas de la campia de Sevilla y Crdoba. Al concluir con xito

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    esta tarea, Amlcar emprende la segunda fase de su plan con la meta de penetrar por la zona minerade Sierra Morena hasta el Mediterrneo.

    Cules eran los recursos de Amlcar para llevar a cabo sus proyectos? La espina dorsal de su ejrci-to la formaban las tropas mercenarias reclutadas en Cartago antes de ponerse en marcha hacia His-pania. Adems contaba con un importante ncleo de caballera nmida. Desde el primer momento

    Amlcar no cesa de alistar tropas hispanas para incorporarlas a su ejrcito, como testifica Diodoro(XXV 14) al narrarnos que al fin de un combate sostenido contra Istolao, consigui el concurso de3.000 hombres, pertenecientes a las tribus celtas enclavadas en las estribaciones de Sierra Morena.Estas luchas parecen guardar relacin con una de las metas prioritarias de Amlcar: la conquista delas zonas mineras de la Beturia cltica, pas que se extiende entre las cuencas del Guadiana y delGuadalquivir.

    Tambin nos hablan las fuentes de otra campaa que inici Amlcar contra Indortes, quien habalogrado movilizar a un formidable ejrcito compuesto de 50.000 guerreros que, a pesar de su aplas-tante superioridad numrica, fue derrotado. La conclusin que se obtiene de ello es bastante clara.Las comunidades hispanas que no queran ser sometidas por la fuerza al dominio pnico se apresu-raban a estipular las condiciones de una entrega voluntaria que evitara males mayores.

    Durante el transcurso de su mandato, Amlcar puso especial nfasis en mantener buenas relacionescon la metrpoli. Prueba de ello son los envos regulares de tributos y botines a Cartago. Con elloconsegua naturalmente revitalizar a sus partidarios al tiempo que aumentaba su ya notable popula-ridad entre la ciudadana. Como su campo de accin tambin abarcaba Libia, no dud en momentosde crisis en actuar enrgicamente para evitar cualquier clase de revuelta que all se fraguara. As hayque entender el desplazamiento al norte de frica de Asdrbal, a quien le encarg la misin de sofo-car una insurreccin protagonizada por unas tribus nmidas descontentas con el gobierno cartagins.Asdrbal cumpli su cometido aniquilando a un gran nmero de adversarios e imponiendo a la zonarebelde nuevos tributos.

    Los ltimos objetivos militares de Amlcar sealan la nueva orientacin de los avances cartaginesesque apuntaban al litoral mediterrneo. Esta tarea se abord bajo la direccin del sucesor de Amlcar,su ntimo colaborador Asdrbal, pues, al fallecer repentinamente Amlcar, el ejrcito cartagins enHispania proclama sin demora a su yerno Asdrbal como comandante en jefe. El pronunciamientoen favor de Asdrbal slo es comprensible si se tiene en cuenta que, al lado de los contingentes demercenarios y de los aliados hispanos, en el ejrcito de Amlcar prestaba servicio un importantencleo de ciudadanos cartagineses compuesto por tropas de elite y el cuerpo de oficiales, as comorepresentantes del consejo de Cartago. La eleccin del ejrcito ser inmediatamente confirmada porCartago, que tena un gran inters en que el proceso de expansin pnica en Hispania fuera lo msventuroso posible y continuara sin interrupcin.

    Una simple comparacin de los escenarios en los que se movi Asdrbal con los de Amlcar pone derelieve la parquedad de las fuentes disponibles, que casi nada nos aportan al respecto. nicamente seresalta la fundacin de Cartagena, sucesora de Akra Leuke, y a partir de ahora nuevo centro del do-minio brquida en Hispania. Su permetro de ms de veinte estadios de longitud nos da ya una ideade la magnitud del sitio. El nombre de la nueva sede de Asdrbal, idntico al de Cartago (CiudadNueva), responda a un programa. No se pretenda con ello, como se ha sostenido a mi parecer sinfundamento, manifestar un alejamiento respecto de la metrpoli. Lo contrario est ms cerca de laverdad. Al repetir el nombre de la metrpoli se subrayaban los estrechos vnculos existentes. Almismo tiempo se proclamaba que el radio de accin de Cartago no quedaba limitado al norte defrica, como habran deseado los romanos.

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    (Almera), as como las minas de plata cerca de Cartagena, hicieron de esta vasta comarca uno de losterritorios ms codiciados del Mediterrneo occidental.

    Sobre las estructuras de la ordenacin interna del imperio brquida es muy poco lo que sabemos.Probablemente hay que trazar un paralelo entre su organizacin territorial, siguiendo la propuesta deCarlos Gonzlez Wagner, y el hinterlandafricano dominado por Cartago, dividido en trespagi (uni-

    dades administrativas). Un indicio que hasta ahora no se ha correlacionado con esta idea bien podraser, a mi parecer, la dislocacin del ejrcito pnico, visible a travs de nuestras fuentes escritas, en elmomento en que Publio Cornelio Escipin aparece por primera vez (210 a.C.) en Hispania, en trescomandos militares confiados a Asdrbal, hijo de Giscn (litoral atlntico), Magn Barca (zona deHuelva) y Asdrbal Barca (Carpetania).

    A partir de los aos veinte del siglo III a.C. todo el sur de la Pennsula Ibrica constituye una unidadterritorial bajo influencia pnica o en parte sometida al dominio directo de los Brquidas. Pese a susconsiderables diferencias en lo referente a la topografa, la demografa, las formas de organizacinpoltica y el nivel de desarrollo econmico, esta extensa regin llega a configurar un espacio relati-vamente homogneo. As vienen a confirmarlo los hallazgos arqueolgicos: por ejemplo la lnea dedifusin de la cermica de barniz rojo, tan caracterstica para detectar procesos de aculturacin pni-

    ca, llega hasta las estribaciones de esta zona, mientras que los territorios situados al norte de ellaaparecen sujetos a otras influencias culturales. No es de extraar que en la zona de dominio brquidaabunden campamentos militares (elocuentes indicios de una progresiva ocupacin militar de lospuntos neurlgicos de la zona) y, relacionados con ellos, tesoros de monedas pnicas destinados aretribuir la soldada a la tropa, todos ellos situados al sur del Guadalquivir y del Segura, como lasinvestigaciones de Francisca Chaves Tristn han podido demostrar. La proliferacin de datos de estetipo evidencia la voluntad de Cartago de implantar profundas races en esta regin tan vital para sueconoma, sobre todo despus de los reveses sufridos al final de la primera guerra pnica. La prdidade Sicilia y Cerdea quedaba compensada con creces por la posesin del imperio brquida en His-pania.

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    5. Roma omnipresente: el tratado de Asdrbal

    La formacin de una amplia zona de dominio territorial pnico en una de las regiones ms prsperasde occidente no tard en suscitar sospechas, inquietudes e irritacin en Roma. La llegada de los car-tagineses a Hispania en el ao 237 a.C. no slo trastorna el panorama econmico v social, pues con-vierte a la Pennsula Ibrica en un escenario histrico de primer orden, sino que tambin impone uncambio de percepcin. Ante la evidencia de las suculentas ganancias que la explotacin del suelohispano proporcionaba a Cartago, no tardan en despertarse los apetitos de todos aquellos que debuena gana habran querido participar en esta empresa.

    A partir de ahora, todo lo que sucede en tierras ibricas ser observado fuera de ellas atentamente yconfigurar una serie de repercusiones que desembocarn en el estallido de la segunda guerra pni-

    ca, convulsionando as el ordenamiento poltico y territorial en la cuenca del Mediterrneo occiden-tal. Qu medidas adopta Roma para contrarrestar este sensible aumento del podero cartagins?, ysobre todo qu intereses defiende Roma al intervenir en los asuntos hispanos?

    La primera noticia que expresa un marcado inters romano por la Pennsula Ibrica aparece relacio-nada con la ya citada embajada enviada por el senado romano para observar de cerca la evolucin dela actuacin de Amlcar, datable alrededor del ao 231 a.C. En el curso de unos pocos aos, Amlcarhaba conseguido controlar la Hispania meridional. Especialmente la fundacin de Akra Leuke, si-tuada en las cercanas de las minas de Cstulo, parece haber constituido el verdadero motivo delavance diplomtico romano. Puesto que Roma estaba preocupada por los exorbitantes progresos dela expansin cartaginesa, cabe pensar que al despachar la embajada no slo emprenda un viaje in-formativo, sino que al mismo tiempo quera hacer valer sus propias demandas. Cul pudo ser la

    naturaleza de las mismas? Dentro de este planteamiento suele pasarse por alto que al lado de lasrelaciones pnicohispanas existen tambin unos importantes intercambios econmicos romanoitlicos con la Pennsula Ibrica cuya trascendencia podemos reconstruir, al menos a grandes rasgos,gracias a una serie de indicios que nos proporciona la arqueologa.

    Hay sobre todo dos grupos de materiales que debemos mencionar aqu. Por una parte, los objetos debronce y las cermicas procedentes de Etruria, y, en segundo trmino, la cermica de barniz negro,as como unas series de estampillas fabricadas en EtruriaLacio y en Campania, que generalmentepresentan la forma de platos con relieves. Lo ms llamativo en la distribucin de todos estos hallaz-gos es que al sur de la zona delimitada por los ros GuadalquivirSegura y fuera de la lnea de costamediterrnea stos son ms bien escasos. Sobre el origen de la cermica de barniz negro, sabemosque provena de talleres ubicados en la Etruria meridional (y aqu desempea Caere una importante

    funcin), en Campania y en la misma Roma. Un especial inters reviste el hecho de que las importa-ciones itlicas alcanzaron su apogeo durante el siglo III a.C. Esto nos indica que los romanos sehallaban en disposicin de procurarse por s mismos las materias primas que necesitaban de Hispa-nia para intercambiarlas por sus artculos de exportacin. La existencia de este circuito comercialpresupone un significativo trfico martimo a travs del mar Tirreno.

    Ya desde el primer tercio del siglo III a.C. Roma era la primera potencia de Italia. Lacio, Etruria yCampania constituan importantes sillares del sistema poltico romano. El hecho de que cada vezms grupos de familias nobles procedentes de Etruria y de Campania ingresaran en el senado roma-

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    clusula tambin era aplicable a Roma en el sentido inverso: los romanos renunciaban a llevar lasarmas al sur del Iber.

    Frente al criterio comn, hay que adelantar que el ro del tratado de Asdrbal no puede ser el Ebro.Sin duda, el ro en cuestin estaba situado en la Hispania meridional, y con toda probabilidad setrata del Segura. Respecto a este punto, concentrmonos en los siguientes argumentos. Ningn autor

    afirma textualmente que el ro que delimitaba las acciones militares pnicas fuera el Ebro. Sucedejusto lo contrario: todas las alusiones conservadas en las obras de Polibio, Livio y Apiano parten deun ro situado al sur de Sagunto. Polibio, el autor que est ms cerca de los eventos, lo confirma demodo tajante. Al reflexionar sobre la responsabilidad de la segunda guerra pnica escribe (111 30,3):

    Si consideramos la destruccin de Sagunto como el motivo de la guerra, tenemos que reconocerque los cartagineses fueron los culpables de que sta estallara, por dos razones. Por una parte in-cumplieron el tratado de Lutacio que daba seguridad a los aliados y prohiba inmiscuirse en la esferaajena, por otra parte violaron el tratado de Asdrbal que prohiba cruzar el ro Iber al frente de unejrcito.

    De esta aseveracin podemos deducir que al ataque y a la destruccin de Sagunto antecede un tras-

    paso del Iber, accin que los romanos interpretan como una ruptura del tratado de Asdrbal; lo cualindica taxativamente que Sagunto estaba al norte del ro mencionado en el acuerdo. Pero existe anotra prueba que nos proporciona Polibio y que viene a certificar la misma localizacin. Cuando nosnarra el episodio de la declaracin de guerra efectuada por mediacin de una delegacin romanadesplazada a Cartago y nos comenta la reaccin de los cartagineses, Polibio matiza (III 21,1):

    Los cartagineses omitieron el tratado de Asdrbal como si ste no hubiera sido concertado o, en, sucaso, como si no tuviese vigencia, ya que ellos no lo haban ratificado.

    De estas lneas se desprende claramente que los cartagineses reaccionan a la acusacin de los roma-nos de que Anbal, antes de atacar Sagunto, haba incumplido el tratado de Asdrbal con el argu-mento de que ste no haba sido ratificado en Cartago, con lo que queran decir que no estaba envigor. Lo interesante de esta afirmacin es sin embargo observar cmo la violacin del tratado deAsdrbal es tambin contemplada aqu como un antecedente del ataque a Sagunto. Cuando Anbalparte de Cartagena para sitiar Sagunto tiene que atravesar previamente el Iber, de lo que podemosdeducir que el ro del tratado de Asdrbal estaba situado al sur de Sagunto.

    Mucho ms tarde que Polibio, tambin Tito Livio cita el tratado de Asdrbal detallando la situacingeogrfica del ro Hiberus (XXI 2, 7):

    Precisamente con este Asdrbal, a causa de la extraordinaria habilidad que haba mostrado enatraerse a estos pueblos y unirlos a su imperio, el pueblo romano haba renovado el tratado de alian-za que estipulaba que la frontera entre ambos imperios sera el ro Hiberus y que Sagunto, situadoentre los imperios de ambos pueblos, conservara su libertad.

    Tampoco asegura Tito Livio que Sagunto se situase dentro de la zona de dominio cartagins, hecho

    indiscutible si verdaderamente hubiera sido el Ebro el ro al que se alude en el tratado. Ms bien serefiere a una zona intermedia entre ambos imperios, instructiva observacin que viene una vez ms acorroborar que la lnea divisoria discurra al sur de Sagunto.

    Analicemos por fin nuestra tercera fuente disponible, Apiano de Alejandra, quien al tratar el temaconfirma de una manera que no deja lugar a dudas la versin polibiana al notificarnos: En efecto[Anbal], despus de atravesar el Iber, destruy la ciudad de los saguntinos con toda su juventud, ypor este motivo los tratados que se haban estipulado entre romanos y cartagineses tras la guerra deSicilia quedaron sin vigor. Luego, refirindose a la ubicacin de la ciudad de Sagunto, Apiano

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    afirma: los saguntinos colonos de Zacinto situados entre los Pirineos y el Iber, con lo que quedademostrado que al igual que sus predecesores tambin Apiano localiza el ro Iber al sur de Sagunto.

    Si resumimos las alusiones de las fuentes escritas respecto del tratado de Asdrbal, llama la atencinel hecho de que en ningn sitio se entabla una ecuacin inequvoca entre el ro que delimitaba lasacciones blicas pnicas y el Ebro. Lo contrario est ms cerca de la verdad. Todos los textos que

    nos legan los autores antiguos permiten entrever que el ro Iber del tratado de Asdrbal se ubica alsur de Sagunto.

    A esto se aade que, teniendo en cuenta las dimensiones y el radio de accin de la esfera de dominiopnico, resulta difcil concebir una identificacin del ro del tratado de Asdrbal con el Ebro. El granro de la Hispania septentrional queda demasiado alejado (se trata de un tramo de ms de veinte dasde marcha) de las bases de operaciones de Asdrbal. Adems, no poseemos ningn indicio arqueo-lgico de que en esta poca los cartagineses se infiltraran tan hacia el norte.

    Ms sentido tiene un lmite que se encuadre geogrficamente al alcance de las posibilidades concre-tas de dominio de Asdrbal. ste podra ser el Jcar, como propuso Jerme Carcopino, o, lo queparece ms probable, el Segura. Una conjetura de este tipo se sustenta en el hecho de que, en el mo-mento de cerrar el acuerdo, los cartagineses haban alcanzado una aceptable saturacin territorial,

    pues dominaban ya las zonas neurlgicas de Andaluca y del sureste hispano. Los datos arqueolgi-cos recalcan que los cartagineses albergaban el deseo de ejercer un control directo y permanente enestos territorios tan esenciales para sus intereses econmicos y polticos tras la prdida de Sicilia yCerdea. Recordemos que los campamentos car