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    SOCIALISMO DEMOCRTICO: INSTITUCIONES

    POLTICAS Y MOVIMIENTOS SOCIALES (*)

    Por ELIAS DAZ

    1. Estas pginas son un intento de continuar, de llevar adelante algu-

    nas de las propuestas conclusivas formuladas en un anterior trabajo mo

    sobre La justificacin de la

    dem ocracia,

    buscando ahora esclarecer y profun-

    dizar algo ms aquellas ideas en su necesario contraste y en el anlisis de sus

    posibles implicaciones en relacin con algunos de los problemas del so-

    cialismo (1).

    En la primera parte de dicho artculo trataba de establecer algunos crite-

    rios vlidos por supuesto que no definitiva ni decisivamente fijados

    para una teora de la legitimidad (democrtica) y una correlativa teora (cr-

    tica) de la justicia. La zona, compleja e inestable, de convergencia entre am-

    bas dimensiones se identificaba all hacindola derivar del valor libertad,

    entendida sta en su (bsico) punto de partida como libertad crtica, de ex-

    presin y de participacin. La libertad vena as configurada cmo el valor

    fundamental tanto para la legitimidad democrtica (preferentemente, aunque

    nunca slo, procedimental) como para una, en su perfecta totalidad siempre

    inalcanzada y quizs inalcanzable, justicia material. Las mayoras se re-

    calcaba en aquellas anteriores pginas con insistencia pueden siempre equi-

    vocarse; es decir, la legitimidad democrtica puede producir cosas injustas.

    (*) Conferencias texto revisado en el Centro de Estudios C onstitucionales,

    Madrid, marzo 1988.

    (1) Publicad o en la revista

    Sistema nm.

    66, mayo de 1985, pgs. 3-23), dicho tra-

    bajo prolongaba a su vez, de forma autocrtica, cuestiones ya aludidas en mi libro

    De la maldad estatal y la soberana popular

    (Editorial Debate, Madrid, 1984), comn

    precedente, pues, de todas estas reflexiones.

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    Revista de Estudios Polticos

    (Nueva poca)

    Nm. 62. Octubre-Diciembre 1988

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    Legitimidad y justicia no son exactamente lo mismo, aunque por supuesto

    que tienen mucho que ver entre s.

    Pero cabra preguntar desde esa ptica: qu es preferible si hay conflic-

    to? Respetar la regla procedimental, la libre designacin, o sea, respetar la

    democracia (en ese su aspecto principal aunque no nico) y hasta la sobera-

    na popular, o imponer por vas antidemocrticas lo que alguien considera

    justo? La complejidad del dilema se muestra ya con la mera, casi equvoca,

    formulacin del interrogante: Qu sera preferible: hacer injusticias de-

    mocrticamente (por ejemplo, permitir el aborto dirn unos, reimplantar la

    pena de muerte sealarn otros o los mismos) o hacer justicia (permitir o

    reimplantar esas mismas cosas) a la fuerza, sin democracia, sin atender para

    nada a la libertad, como mnimo a la libertad de expresin? En este tipo de

    cuestiones andaban esas anteriores elucubraciones mas, con preferencia clara

    por la regla de decisin de carcter democrtico producida en libertad, com-

    pletada por la intervencin de un diseo de teora de la justicia donde las

    necesidades reales (necesidades bsicas y algo ms que bsicas), la razn

    crtica personal, la conciencia tica de la humanidad y hasta la comunidad

    ideal de dilogo se alegaban, sin entrar all ms a fondo, como componen-

    tes centrales de aqulla.

    En la segunda parte de dicho trabajo pasando, digamos, de la tica a la

    poltica apuntaba que la lgica de la acumulacin inserta, de manera obje-

    tiva y constriente, en la propiedad privada (inevitablemente muy minorita-

    ria) de los grandes medios de produccin y en el control de ese mismo ca-

    rcter sobre las inversiones, el excedente y, en definitiva, las decisiones eco-

    nmicas (y ms que econmicas), no me pareca que fuese esa desigual

    lgica de la acumulacin la ms respetuosa y compatible que pudiera

    darse con una hoy imprescindible tica de la legitimacin (democrtica) que

    precisa por igual del concurso de todos. Es decir, no me pareca, ni me parece ,

    que ese sistema transnacional, ese modo de produccin predominante, casi

    exclusivamente basado en una competicin por fuerza muy desigual, con

    alto ndice de explotacin y de eficacia, en un mercado muy poco o nada

    controlado (excepto por los poderosos) fuese la mejor forma de alcanzar y

    de cumplir dichas condiciones y exigencias en trminos sobre todo de real

    igualdad y dignidad propias de la legitimidad democrtica y de la justicia

    tica (a la altura de nuestro tiempo histrico); ni siquiera que fuese operati-

    vamente la mejor va para la consecucin de un verdadero bienestar general,

    aun cuando dicho modo de produccin (capitalista) se acte lo cual es

    muy positivo a travs de procedimientos (y valores) propios de la demo-

    cracia representativa y como Estado social de Derecho. Por ello propugnaba

    yo all la necesidad, cientfica y tica, de un socialismo democrtico que su-

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    perase las ilegtimas e injustas desigualdades de aqul, as como sus parale-

    las insuficiencias tambin con respecto a la libertad (2).

    En estas nuevas pginas de ahora me propongo, como digo, avanzar algo

    ms por este doble, unificado, camino democracia y socialismo hacin-

    dome cargo de algunos problemas ms especficos que en aquellas anteriores

    ocasiones no tuve apenas en cuenta o a los que alud slo de manera muy

    velada o implcita. Es un difcil, casi penoso, camino lo reconozco este

    de hablar hoy de un socialismo que no quiera prescindir de sus necesarias y

    explcitas crticas al capitalismo: sobre ello yo no voy a poder hacer aqu

    sino anotaciones marginales. Parece como si ya todo estuviese mil veces

    dicho y escrito, aunque en el fondo muy poco sea todava en el mundo ac-

    tual lo efectivamente hecho y aclarado en esa direccin. Esa equvoca impre-

    sin se acenta, se hace ms compleja y significativa, en situaciones polti-

    cas como es la espaola actual, donde precisamente lo que hay es un

    gobierno socialista con amplias mayoras parlamentarias y electorales de ese

    carcter. Se trata, entre otras cosas, de saber qu ha cambiado y hasta

    qu debe cambiar en el socialismo sin que ste deje de ser tal, es decir,

    sin perder su bsica, aunque viva y dinmica, identidad. Cuestiones de este

    tipo y el hecho, ms concreto, de que con frecuencia en la prctica no se

    hagan (no se puedan hacer, puntualizaran hoy los ms estrictos realistas)

    buena parte de las cosas que en la teora, no digamos en la utopa, propone

    o ha propuesto el socialismo democrtico, obligan a seguir pensando, maqui-

    nando y experimentando acerca de todo ello, acerca de la validez hoy de ese

    pasado y de las condiciones del presente y del futuro para el socialismo. Si

    como resultado sale algo no ya original, sino mnimamente coherente y til

    (en el contexto personal y colectivo de cada cual), tal vez no sea del todo

    innocuo e injustificado escribirlo y comunicarlo, pues la verdad es que no

    estamos sobrados de reflexiones sobre todas esas tan debatidas difciles

    cuestiones (3).

    A veces parece como si ya nadie sensato cuestionara hoy el capitalismo.

    (2) Cen trado en el anlisis de las implicaciones de la propue sta socialista sobre

    las ideas de igualdad, libertad, seguridad jurdica o imperio de la ley, con puntuali-

    zaciones muy valiosas, ser de til lectura el trabajo de FRANCISCO LAPORTA: LOS pro-

    blemas ideolgicos del socialismo, en la obra colectiva sobre

    El futuro del socialismo,

    Editorial Sistema, Madrid, 1986, pgs. 217-235.

    (3) En la bibliografa espa ola reciente, algunos anlisis y ma teriales de ese carc-

    ter pueden encontrarse, entre otros, en los volmenes colectivos que recogen los En-

    cuentros de Jvea, celebrados anualmente desde 1985: adems del primero citado en

    la nota anterior, tambin los sucesivos sobre

    Nuevos horizontes tericos para el socia-

    lismo (1986) y El nuevo compromiso europeo (1987), todos ellos publicados por Edito-

    rial Sistema, Madrid, en esos mismos aos 1986 y 1987, respectivamente.

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    Hasta la propia palabra viene a resultar como de uso molesto, obsoleto es

    lo que se dice, poco o nada cientfico y desde luego que en absoluto ele-

    gante. Es un trmino, este de capitalismo, que sale todava con alguna exce-

    siva frecuencia, es cierto, en discursos y alegatos grandilocuentes, demaggi-

    cos y triviales de los que todos estamos absolutamente hartos. Pero eso ocurre

    con casi todo: aparte de ello, capitalismo es un trmino que denota tambin

    una realidad nada etrea ni inocente. Sin embargo, en discursos serios hoy

    apenas aparece.de modo expreso; suena qu tiempos a realismo so-

    cial (otra supuesta antigualla), sobre todo cuando es para criticarle; por lo

    general se evita su simple mencin bajo hiprboles ms o menos legtima-

    mente sustitutorias. Pero si se quiere seguir hablando de socialismo y traba-

    jando por el socialismo en redundantemente partidos socialistas, no hay

    ms remedio creo que no ocultar ese contrapunto, por gradual y no esen-

    cialista que sea el modo en que se conciba (por lo dems as lo he entendido

    yo siempre, como formando parte de un o lineal proceso histrico): es decir,

    que no hay por qu enmascarar, ni olvidar, ni neutralizar ese otro modelo

    econmico, social y cultural que es el capitalismo o, como se deca antes, el

    MPC,

    el modo de produccin capitalista.

    En relacin con todo eso, sintetizando de manera implcita esas preocu-

    paciones, insista yo tambin en esa mencionada segunda parte de mi trabajo

    y, despus, en algunos de los artculos recogidos en mi posterior libro sobre

    La transicin a la democracia,en la necesidad de entender en nuestros das

    tal socialismo democrtico como resultado y conjuncin (dialctica, permta-

    seme el viejo vocablo), como interrelacin de dos importantes tradiciones in-

    telectuales y polticas de nuestra reciente historia: por un lado, la denomi-

    nada (a veces peroyativamente) socialdemocracia, resaltando especialmente

    su valoracin positiva de las instituciones jurdico-polticas de la democracia

    representativa y, entre ellas, del Estado como va de actuacin y transforma-

    cin hacia objetivos socialistas (aqu radicara su diferencia esencial con el

    liberalismo progresista); y, por otro, de las posiciones libertarias pacficas,

    aquellas no violentas en sus modos de accin, de necesaria recuperacin en

    la medida en que suponen una buena, imprescindible rehabilitacin y poten-

    ciacin del trabajo en la sociedad civil y, hoy, en los nuevos movimientos

    sociales que constituyen los elementos impulsores ms progresivos y valiosos

    de ella. Esa superacin y sntesis de los reduccionismos a que, aislados entre

    s , han solido conducir en el pasado las posiciones respectivamente de la

    socialdemocracia y el libertarismo, separan a su vez muy claramente y por

    razones de fondo a ese socialismo democrtico de otras formaciones histri-

    cas (y actuales) como seran el comunismo leninista (o mejor leninista-esta-

    linista) y, diferenciado de aqul, el anarquismo tradicional (ciertos sectores

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    de l al menos), ambos poco o nada reacios a servirse en ciertos momentos

    de diversos tipos de violencia armada revolucionaria (uno ms poltica, otro

    ms social) y el primero de ellos hasta de la dictadura, aunque sea la deno-

    minada del proletariado, con las consecuencias negativas que los hacen hoy

    realmente impracticables (4).

    A pesar de estas precisiones sobre lmites, no es mi propsito entrar aqu

    en un debate de carcter histrico, o actual, con cada una de esas posiciones,

    como tampoco lo es dejar directamente fijado el concepto o, menos an,

    la definicin exacta de lo que sea hoy el socialismo: la necesaria bsica

    precisin, para saber mnimamente de qu se est hablando, reenviara con

    todo a un sistema, a una concepcin del mundo, a un modo de produccin

    o de organizacin social (uso adrede estos trminos de manera intercambia-

    ble) no slo de carcter econmico, sino tambin poltico, cultural y tico,

    donde las decisiones pblicas y sus consecuencias de contenido tambin,

    por supuesto, las que recaen sobre los excedentes, las inversiones, las formas

    de produccin y de redistribucin de bienes sean lo ms formal y realmente

    democrticas que resuelte posible. Es decir, que haya un suficiente control

    social, que no sean minoras de corporaciones y de burocracias quienes con-

    trolen de hecho y casi absolutamente la produccin de la vida material (e

    inmaterial): que los valores ticos de solidaridad, de libertad, de igualdad

    (convertidos en hechos efectivos sin igualitarismos injustos y paralizantes,

    pero con amplias necesidades bsicas cubiertas para todos y con el debido

    reconocimiento al esfuerzo y al trabajo), ms el derecho a las diferencias, al

    pluralismo y a la libre creacin de la propia vida sean los valores determi-

    nantes hacia los que debe orientarse toda la organizacin pblica y privada

    de la comn convivencia; estos objetivos, y otros a ellos ntimamente vincu-

    lados, son los considerados como determinantes, necesarios, cuando antes,

    ms arriba, se hablaba de la mayor democratizacin posible.

    Aunque prefiero insistir en las anteriores connotaciones, tampoco querra

    dejar de expresar aqu mi opinin, ms bien mi conviccin precisamente

    en estos tiempos de descrdito de lo pblico y lo solidario, en el sentido de

    que (y pido excusas por ello) adems de ms tico, el socialismo democrtico,

    comparado con otras respetables opciones polticas y sociales, me parece tam-

    bin mucho ms cientfico y (ahora con doble peticin de perdn) hasta ms

    racional, y desde luego que ms eficaz. S, por supuesto, que todo esto hay

    que probarlo, y algo de ello se intenta aqu en estas pginas, desde luego que

    (4)

    La transicin a la democracia. Claves ideolgicas, 1976-1986,

    Eudema, Mad rid,

    1987, en especial el escrito titulado precisamente Socialismo democrtico: institucio-

    nes polticas y movimientos sociales (pgs. 183-194), del cual estas pginas, bajo idn-

    tico rtulo, seran amplsimo y mucho ms detallado desarrollo.

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    slo en trminos de argumentacin racional. No pretendo, pues, que se acep-

    te as sin ms, aunque no falten, de ningn modo, ni slidos estudios tericos

    ni certeras comprobaciones fcticas, pasadas y presentes, acerca de todas esas

    afirmaciones y convicciones mas. Pero es verdad que nadie tiene en su poder

    la milagrosa varita mgica para hacer las cosas perfectas, ni tan siquiera a

    veces teniendo en cuenta en qu mundo vivimos para hacerlas sustan-

    cialmente mejores. Y por supuesto que la desgraciada va comunista del Este

    en nada ha ayudado, al contrario, para una mayor confianza en el socialis-

    mo incluso democrtico.

    No es tampoco fcil aunar de hecho, coherente y fructferamente y para

    una accin poltica y social concreta, esas dos unilaterales dimensiones, social-

    demcrata y libertaria, como vengo yo propugnando aqu: pero es que nada

    es fcil cuando se trata de cambiar de verdad las cosas; nada es fcil por

    ello en el socialismo; al contrario, el socialismo bien se ha dicho es di-

    fcil; es sobre todo difcil, pero factible, de realizar como debe ser en

    libertad. El socialismo democrtico, la solidaridad colectiva en libertad,

    exige a eso es a lo que me refera antes muy altos niveles ticos, cultura-

    les y tambin cientficos en los individuos y en la sociedad: exige de la huma-

    nidad mucha mayor madurez tica y cientfica. Como tampoco es nada fcil

    evitar que la economa del mundo (y con ello con autonoma relativa:

    todo lo dems) est, en gran medida, controlada de hecho por muy poderosas

    y reducidas minoras, por un ms o menos corto nmero de decisivas y agre-

    sivas corporaciones transnacionales y de sus no siempre mecnicamente

    identificables poderes polticos. Nada de todo ello es fcil, y hay, desde

    luego, que trabajar en el contexto que realmente existe, pero me parece que

    sos son los objetivos a lograr y que, desde ah, la teora y la praxis pueden

    y tienen mucho que hacer para avanzar hoy en esa direccin socialista y de-

    mocrtica en la mayor medida en que resulte posible. De esto crear, en defi-

    nitiva, las condiciones sociales objetivas para una real autodeterminacin de

    todos los seres humanos es de lo que debe, pues, ocuparse la elaboracin

    terica y cientfica, as como la praxis tica y poltica del socialismo demo-

    crtico en nuestro tiempo y en el futuro.

    Ante tan arduos problemas, yo me limitar a sealar aqu en esta abre-

    viada introduccin programtica algunos de los presupuestos que, a mi

    modo de ver, estn en la base de dicha orientacin: a) el entendimiento, ya

    mencionado, de capitalismo y socialismo no como dos esencias cerradas y

    absolutas, aisladas y totalmente incomunicadas entre s, sino al contrario

    como partes y sectores bien diferenciados de un proceso histrico en progre-

    sin, para nada deterministamente prefigurado en el que otra vez la dia-

    lctica tambin la cantidad a partir de un cierto momento puede transfor-

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    marse en calidad;

    b)

    bsica importancia, pues, para el socialismo de una

    modernizacin del sistema productivo, tambin en trminos de eficiencia

    y mejor organizacin: el socialismo democrtico no juega con la irrespon-

    sable tctica del cuanto peor, mejor (nada que ver sta con la hegeliana

    negacin de la negacin), ni tampoco predica la igualdad en la pobreza en

    medio del estancamiento y el atras general; la lgica de la eficiencia y la ra-

    cionalidad no la marca, sin embargo, el exclusivo beneficio del capital pri-

    vado (5); c) no entendimiento, a su vez, del modo de produccin capitalista

    como algo mecnicamente determinado, como algo del todo cientfico y neu-

    tro como lo toman los tecncratas, inevitable, natural (de Derecho na-

    tural) y situado por encima de las ideologas, es decir, de las concepciones

    del mundo que incluyen otras ticas, otros valores humanos y culturales y

    otras formas de organizar la sociedad y la produccin (6);

    d)

    insistencia,

    pues,

    en la relevancia que para el socialismo poseen precisamente las pro-

    puestas y exigencias de la tica, la cultura y la educacin; los procesos de

    cambio propugnados por el socialismo son de largo y profundo alcance, con

    lo que quiz inevitablemente llevarn tambin su tiempo;

    e)

    ser decisivo,

    desde esa perspectiva, que el camino revisando y corrigiendo a Bernstein

    no lo sea todo y la meta nada, sino que uno y otra (tampoco la m eta es nunca

    inmutable y fija) se articulen dinmicamente de manera eficazmente adecua-

    da;

    f)

    cobra as toda su importancia el complejo problema de los medios

    que, por reformistas o graduales que sean, no debern en modo alguno dis-

    torsionar u oponerse a dichos fines, cosa que desde luego no siempre ser

    fcil determinar; pero siempre habr que preguntar: en qu medida por

    ejemplo es posible producir casi exclusivamente bajo control privado, es

    decir, desigualmente, y a la vez distribuir pblicamente, o sea, con pretensio-

    nes de igualdad?, o cabe evitar la dualizacin de la sociedad con polticas

    (5) Cfr. en relacin tamb in con la coheren te intervenci n en ello de la democra-

    cia poltica, entre otros, los trabajos en diversidad de perspectivas de

    LUCIANO

    PELLICANI: II mercato e i socialisti, Sugar Edizioni, Miln, 1979; BARRY HINDESS:

    Parlamentary democracy and socialis politics, Routledge and Kegan Paul, Londres,

    1983; G EOF F HODG SON:. The democratic economy. A new look at planning, markets

    and power, Penguin Books, Harmondsworth, 1984; C. B. MACPHERSON: The rise and

    fall of economic justice and other essays, Oxford University Press, 1987.

    (6) En relacin con algunas de estas cuestiones aparece hoy tamb in como cen tro

    el tema de las nuevas tecnologas, su carcter, insercin e implicaciones en el actual

    sistema productivo. Sobre ello y, entre otras cosas, tenemos en castellano la importante

    investigacin dirigida por MANUEL CASTELLS sobre El desafo tecnolgico. Espaa y las

    nuevas tecnologas;

    he manejado el texto sintetizado publicado con ese ttulo por Alian-

    za Editorial, M adrid, 1986 (con prlogo de Felipe G onzlez Mrqu ez, presidente del

    G obierno) .

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    de muy fuerte prevalencia de la acumulacin privada?;

    g)

    desde luego que,

    junto a todo lo anterior, es ineludible tomar conciencia de la dificultad, in-

    cluso la real imposibilidad del socialismo (democrtico) en un solo pas, lo

    cual debe llevar, en mi opinin, a un efectivo fortalecimiento de la Interna-

    cional Socialista y, en m bitos ms cercanos, a la clarificacin terica y prc-

    tica de los objetivos y estrategias muy precisas para la construccin hoy de

    un socialismo europeo que no vaya a remolque de otros centros de poder eco-

    nmico (Estados Unidos, Japn) no precisamente muy propensos a salir del

    esquema del capital transnacional (7).

    Estos son algunos, slo algunos, de los problemas que debe, creo, plan-

    tearse hoy el socialismo (junto al de las formas, en seguidista dependencia o

    en crtica interdependencia, de su adecuacin a las transformaciones no de-

    terministas del mundo actual) para ser realmente consecuente, adems de con

    su propia historia y bsica identidad, con las exigencias reales medidas

    tambin en trminos de eficacia de la legitimidad democrtica y de la jus-

    ticia tica a la altura de las sociedades de nuestro tiempo.

    2. Como ya he sealado en otras anteriores ocasiones aunque desde

    una perspectiva ms bien de principios y hasta quiz un tanto abstracta,

    la libertad aparece en todo este contexto como punto bsico de convergencia

    entre precisamente una teora de la legitimidad (democrtica) y una teora

    (crtica) de la justicia: primordial zona de encuentro, por tanto, entre las

    denominadas legitimidad procedimental y justicia material. Pero me parece

    que de esa genrica consideracin y de esa regla interpretativa en favor de la

    libertad (en cualquier caso de ningn modo por s misma inoperante, ms

    bien todo lo contrario) derivan y pueden derivar conclusiones mucho ms

    concretas, tal vez por ello tambin ms convincentes, a la hora de determinar

    y especificar con algn mayor detalle y precisin dicho punto o, mejor, dicha

    zona vlida de convergencia.

    La libertad (la libertad positiva) ejercindose libremente, valga la aparen-

    te redundancia, aunque no incondicionadamente, se acta a travs de la so-

    berana popular, la cual, cuando se trata de salir de la (de una) posicin ori-

    ginaria (o relativamente originaria), se muestra en sus caracteres bsicos, po-

    demos decir, como poder constituyente. De este modo, la Constitucin, el

    gran pacto social constitucional, sintetiza sobre todo cuando es producto

    del consenso entre partes plurales y resulta aprobada por muy amplias mayo-

    ras

    ese espacio de convergencia entre legitimidad democrtica y justicia

    (7) Cfr., po r ejemp lo, la obr a colectiva sobre

    La izquierda y Europa

    y la traduccin

    del escrito de PETER GLOTZ:

    Manifiesto por una nueva izquierda europea

    (prlogo

    de F elipe G onzlez), ambas publicadas en 1987 por la F undacin Pablo Iglesias.

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    material (una cierta justicia material) a que viene aludindose aqu, en difcil

    y compleja caracterizacin, como cuestin central a dilucidar en sus plurales

    implicaciones por la filosofa jurdico-poltica y tica de nuestro tiempo (y

    quiz de todos los tiempos).

    La Constitucin, creada en esas condiciones, es expresin por de pronto

    de la legitimidad democrtica, entendida como mnimo como legitimidad

    procedimental. Expresa, primeramente tambin a travs del consenso, y sobre-

    la base de ciertas condiciones objetivas, la voluntad libre de las grandes ma-

    yoras del grupo social. Esta concepcin democrtica de la Constitucin, y del

    Derecho en general, se diferencia, pues, con toda claridad tanto de la concep-

    cin exclusivamente consensualista (o corporativista, sin ser tampoco estas

    dos lo mismo) como de la de estricto carcter iusnaturalista. Respecto al

    Derecho y, ms en concreto, respecto a la Constitucin as creada, por su-

    puesto pero ste es otro tema, que quien disienta seriamente, en concien-

    cia, puede dar razones ticas para desobedecerla, en todo como juicio glo-

    bal o en la parte que resulte afectada. No hay que volver a insistir aquf

    en que puede haber razones ticas (y hasta obligacin moral) para desobe-

    decer al Derecho; pero, a su vez, puede haberlas tambin, en mi opinin

    ya s que en esto cuento con ilustres discrepantes, para obedecerlo (8).

    Yo no voy a entrar ahora de nuevo en esta discusin que tenemos abierta,,

    desde hace algn tiempo, iusfilsofos y ticos hispnicos: no dispongo sobre

    ello de ms argumentos que los ya expuestos (aunque me parecen suficientes)-

    Lo que por el momento me interesa resaltar aqu, en esta lnea argumental en-

    (8) Sobre ello, adem s de la bibliografa ya citada y discutida en otros escritos,

    precedentes mos, puede verse el muy documentado libro de

    EUSEBIO FERNNDEZ

    G A R-

    CA:

    La obediencia al Derecho, Civitas, Madrid, 1987, de manera muy especial pgi-

    nas 91 a 115 para una reciente polmica en la filosofa jurdica y tica espaola actual

    sobre la obligacin moral de obedecer al Derecho (tambin Eusebio Fernndez piensa

    que pu ede haber la) y pgs. 157 y sigs., par a la explicacin y fundam entacin de las-

    razonables actitudes del autor sobre tan complejos y debatidos problemas; por el mo-

    mento yo nicamente objetara, preguntara ms bien, lo siguiente ante sus matizadas

    observaciones crticas a mi tal vez ms objetivista posicin (pgs. 101 a 104): El deber-

    moral slo es lo que uno siente como deber moral?; no hay obligacin moral de res-

    petar la vida de los dems para el asesino que no siente, en general o en un caso-

    concreto, esa obligacin?; no hay obligacin moral para el dictador aunque de

    hecho l no la sienta as, aunque fcticamente no la haya para l, no se le puede jus-

    tificar la obligacin moral de respetar la libertad y la dignidd de sus conciudadanos,,

    degradados as a meros subditos? Por supuesto que como aduce Eusebio Fernndez

    estoy manejando aqu dos conceptos diferentes de obligacin moral, la fctica-emprica

    y la tica-racional; pero me parece necesario hacerlo. En caso contrario, el fctico em-

    brutecimiento moral (personal y de la colectividad) sera la mejor forma de verse libre

    de todo tipo de obligaciones morales. Imagino que seguiremos dndole vueltas al tema.

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    ELI S D Z

    que estoy operando, es que la Constitucin, y antes el poder constituyente,

    sintetizan y expresan como digo la denominada justicia procedimental,

    la que dando un paso ms puede designarse con mayor precisin como

    legitimidad de carcter democrtico. Esto es pacfico y no suscita, desde

    luego, mayores discrepancias (excepto, claro est, para los antidemcratas).

    Otra cosa muy diferente es, sin embargo, el grado de justicia material que

    quepa atribuir a tal democrtica Constitucin. Seguro que ni siquiera los

    sectores que la han consensuado y, despus, votado (desde los miembros de

    las comisiones constituyentes hasta las grandes mayoras populares) la consi-

    deran del todo justa en unas u otras decisiones y, menos an, justa en su

    totalidad (justas todas sus decisiones): por supuesto que no. Pero seguro

    tambin que, en lneas generales y en no pocas cuestiones concretas, aqullos

    reconocern unos ms, otros menos que contiene con bastante coheren-

    cia lo que la colectividad o el grupo social de que se trate, o al menos esas

    grandes mayoras, consideran como suficiente, adecuadamente justo, es decir,

    como justicia material en cuanto justicia histrica concreta concrecin his-

    trica de la justicia material. Si todos han podido hablar, contraponiendo

    libre y abiertamente sus juicios y razonamientos ticos como debe ser en

    democracia, entonces esa justicia material, a pesar de todas las posibles

    insuficiencias, insatisfacciones y hasta distorsiones que puedan alegarse, cabe

    decir que expresa y representa algo muy atendible, algo con relativa no

    definitiva consistencia tambin desde el punto de vista de la objetividad

    y si queremos plantearlo as hasta de la misma verdad. De ninguna ma-

    nera puede, pues, aducirse que no dice nada acerca de ello (acerca de la

    validez objetiva y la legitimidad justa), aunque desde luego que no dice nada

    absolutamente definitivo y determinante; pero cundo y cuntas veces se

    produce esto?; quin ni el mismsimo Kant puede pretender hablar

    en esos tan totalmente radicales e inconmovibles trminos? Por supuesto que

    la alternativa a esto no es en modo alguno el escepticismo tico.

    Quiero, en consecuencia, subrayar con todo ello que la Constitucin y el

    poder constituyente son y pueden verse en esta perspectiva como zona de

    mediacin y de convergencia de una suficiente (siempre imperfecta, nunca

    esttica e inmutable) legitimidad democrtica y, a su vez (aqu con an mayo-

    res imperfecciones y variaciones), de una objetiva justicia material (histrico-

    material) en todo caso sometida, por supuesto, a pertinentes crticas y a ra-

    cionales contrastaciones. Esta legalidad constitucional, no cualquier legalidad

    ms o menos coyuntural, sino esa de carcter fundamental constitucional, es

    as punto de encuentro de la legitimacin social, la legitimidad democrtica

    y la (histrica) justicia material.

    Me parece desde luego muy importante esa zona de convergencia formada

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    INSTITUCIONES POLTIC S Y MOVIMIENTOS SOCI LES

    por el poder constituyente, la Constitucin y los grandes pactos polticos y

    sociales; si despus de ello, si despus, sobre todo, de la Constitucin, las-

    concretas decisiones legales mayoritarias van contra ella (contra esa legitimi-

    dad y esa justicia), sencillamente tales decisiones quedan anuladas al probar-

    se su anticonstitucionalidad por el pertinente Tribunal. Esas mayoras con-

    cretas, por tanto, aunque enloquezcan cosa que alegan siempre incansa-

    blemente los contumaces antidemcratas, no podrn hacer nada, por vas,

    legales y democrticas, contra la Constitucin. La posible reforma de sta,

    por su parte, nos devuelve a la ya referida situacin de la posicin origina-

    ria, en donde adems de atender a las constrientes condiciones objeti-

    vas

    el poder constituyente, si quiere ser democrtico, no puede violar el.

    valor material y procedimental de la libertad, de al menos una cierta libertad,,

    de expresin, de crtica, de participacin en la eleccin, etc. (9).

    Tanto la regla de decisin procedimental como la concreta justicia mate-

    rial son est claro expresin de la libertad; y ambas, a su vez, estn in-

    corporadas en la Constitucin como norma bsica o principio determinante

    de ella (10).. La justicia material de la Constitucin, que, en mi opinin, in-

    cluye la regla genrica procedimental (es decir, los valores superiores inclu-

    yen la libertad democrtica), constituye un lmite objetivo insalvable y as

    debe ser para la decisin procedimental de mayoras que no se adapten en

    sus decisiones jurdicas y polticas a la norma constitucional; repito que otra

    cosa, y tambin con lmites ltimos en la libertad, son los supuestos de refor-

    ma. Esa referencia, ese necesario respeto a la Constitucin evita, pues, los.

    peligros (tan pregonados y exagerados siempre por los antidemcratas) de

    que en el sistema poltico basado en la libertad, en las libres decisiones co-

    lectivas de los ciudadanos, se puedan producir cualquier tipo de monstruosi-

    dades, de injusticias y de ciegas locuras, quedando todo a merced de la volu-

    ble voluntad de unas simples mayoras actuando de manera totalmente in-

    condicionada e irresponsable. La justicia material de la norma fundamental,,

    la Constitucin sin ms (que por su parte incluye necesarios equilibrios, resul-

    tados histricos, consensos realistas y presencia de minoras que pueden llegar

    un da a ser mayoras), garantiza ya un cierto, importante, nivel de compor-

    tamiento tico, una va bastante slida hacia los objetivos ltimos de una

    (9) Cfr. para estas y otras conexiones la impor tante obra de PEDRO DEVEGA: La

    reforma constitucional y la problemtica del poder constituyente, Tecnos, Madrid, 1985>

    (10) Reenvo aqu a la nota 10 de mi mencionado trabajo sobre

    La justificacin de

    la democracia,

    donde, en relacin con los escritos de los profesores Laporta y Peces-

    Barba, se especificaban asimismo n cuanto norma bsica de nuestra Constitucin esos-

    dos principios de la soberana popular (art. 1.2) como regla procedimental y de los.

    valores superiores de ella (art. 1.1) como justicia material.

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    ELI S D Z

    teora crtica de la justicia. De no ser as, aumentaran los riesgos de deslegi-

    timacin con graves dificultades de gobernabilidad y hasta de contestaciones

    activas y violentas cuando no de verdaderos movimientos de resistencia con-

    tra el sistema (11).

    Por supuesto, entonces, que algo que figura en la Constitucin puede ser

    considerado como injusto, o puede serlo efectivamente (con ello estoy afir-

    mando la posibilidad de objetividad de la tica y la razn prctica), aunque

    esto ltimo no siempre sea fcil de determinar y de formular; y desde luego

    que algo no es justo por el mero hecho de que figure en la Constitucin ni

    porque lo suscriban ms o menos amplias mayoras. La razn prctica, la

    razn tica no es slo razn emprica, ni individual ni grupal. La legalidad

    constitucional no se confunde nunca del todo, aunque pueda tener muy estre-

    cha relacin, con la legitimidad (democrtica), la cual es siempre, por su

    propio carcter, ms dinmica y exigente; y, sobre todo, en modo alguno esa

    legalidad y esa justicia material inserta en ella pueden pretender identificarse,

    por ese mero hecho, con lo que objetivamente puede calificarse de justo.

    Pero lo que s mantendra es que la Constitucin democrtica, la legitimidad

    que la origina, con libertad y con autonoma moral, y la justicia material en

    (11) Un parango nable concepto de legitimidad adopta pienso Ernesto G ar-

    zn Valds

    El concepto de estabilidad de los sistemas polticos,

    Centro de Estudios

    Constitucionales, Madrid, 1987) al vincular aqulla pg. 45 a la concepcin usual

    de los derechos humanos tal y como han sido formulados, por ejemplo, en la Declara-

    cin Universal de las Naciones Unidas. Y tambin l orientara esa legitimidad hacia

    un juicio tico normativo (teora de la justicia) ms objetivo y hasta ms definitivo

    creo

    cuando seala que aqul toma como criterio para su formulacin la vigencia

    de normas ticas aceptables por todo aquel que est dispuesto a admitir la autonoma

    personal de cada individuo y su igualdad bsica con respecto al acceso y goce de

    aquellos bienes que, usando la terminologa de John Rawls, pueden ser denominados

    bienes primarios, es decir, aquellos sin los cuales no es posible la realizacin de

    ningn plan de vida . Aparte ya de estas cuestiones, preguntara yo a Ernesto G arzn

    Valds, en otra vertiente ms analtica del problema (pgs. 46 y sigs.), si no sera opor-

    tuno que su modelo combinatorio de tres dgitos (smbolos respectivamente de la exis-

    tencia fctica, la legitimidad y la estabilidad de los sistemas polticos, que lo seran

    as de orden 111, 110, 101 y 100), se completase pasando a considerar tambin una

    cuarta variable, segunda dentro de su esquema, precisamente la legitimacin (como

    aceptacin del sistema, pg. 7) en la medida en que, an prxima, no puede con-

    fundirse tal categora con la mera existencia fctica de un rgimen poltico que, en

    efecto, puede en el tiempo ir perdiendo o ganando legitimacin: tendramos, as, sis-

    temas ms complejos, de cuatro elementos, representados como 1000, 1010, 1011, 1100,

    1101 y 1111, correlativamente, que enriqueceran me parece el anlisis de los con-

    cretos regmenes polticos existentes. La dimensin de la legitimacin o deslegitima-

    cin es tambin un ingrediente que afecta a la misma legitimidad y desde luego que,

    aunque no se identifica del todo con ella, tiene mucho que ver con la estabilidad.

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    INSTITUCIONES POLTIC S Y MOVIMIENTOS SOCI LES

    que aqulla se reconoce son, en principio, las mejores vas para construir una

    teora tica y una teora crtica de la justicia. La efectiva satisfaccin para

    todos de amplias necesidades bsicas, la regla de la libertad, el consenso y el

    disenso, el establecimiento de lmites precisos a ciertas desigualdades, el de-

    recho a la diferencia, el libre dilogo crtico, y los derechos que derivan de

    ah, son asimismo algunas otras exigencias fundamenales imprescindibles para

    avanzar hoy hacia esa tica, hacia esa teora crtica de la justicia. En defini-

    tiva, sta (la justicia) tal vez pueda ser entendida finalmente como la inte-

    ligente (coherente) articulacin de todos estos elementos, y de algunos m s, en

    el anlisis concreto de las situaciones concretas y asimismo en la progresiva

    transformacin de las que no se correspondan de manera adecuada con esos

    valores y esos objetivos derivados fundamentalmente de la libertad y de su

    plena progresiva realizacin para todos los seres humanos.

    Pero esos no absolutos aunque irrenunciables postulados de libertad, de

    igualdad y de solidaridad de justicia, en conclusin son los que, a m i ma-

    nera de ver, no se realizan o no se realizan suficientemente en el aqu todava

    denominado modo capitalista de produccin. De ah que, como alternativa,

    todo lo gradual y evolutiva que se quiera, parezca necesario en nuestro tiempo

    y para el futuro seguir hablando de socialismo, de socialismo democrtico.

    Yo voy a hacerlo aqu, en las siguientes pginas, en relacin fundamentalmen-

    te con la decisiva necesidad de ampliar el bloque de apoyo a l y de autenti-

    ficar a su vez el funcionamiento del sistema a travs de una ms coherente

    y eficaz vinculacin, concertacin, entre esos dos polos que son las institu-

    ciones polticas y los movimientos sociales.

    3. El viejo paradigm a, como lo califica Claus Offe (12), ha tenido

    amplia vigencia y efectividad operativa hasta puede decirse como smbo-

    lo la crisis de 1973, iniciada ya en el final de los sesenta. Hasta entonces ,

    y desde la conclusin misma de la segunda guerra mundial, el modelo (me-

    jor o peor) hab a funcionado con su peculiar dualista significacin: fueron

    quiz sos los mejores momentos, los mejores aos del Estado de bienestar,

    del Estado social (13). No sera justo, a pesar de todo, que a causa del actual

    (12) CLAUS OF F E: N ew Social Movem ents: Challenging the Boundaries of Institu-

    tional Politics, Department of Sociology, University of Bielefeld, 1985, pgs. 8 y sigs.,

    para el nuevo paradigma, pgs. 14 y sigs. Publicado despus dicho estudio en Social

    Research (editada por la New School de Nueva York), vol. 52, nm. 4, 1985, pgi-

    nas 817-869. Algunas de las ideas y de las propuestas contenidas en este y el siguiente

    apartado estn reelaboradas a partir, a veces crticamente, de esa investigacin de

    Claus Offe.

    (13) Au n con muy ntima relacin , Estado del bienestar y Estado social no son tr-

    minos del todo coincidentes; sobre ello y tambin sobre los orgenes y significado de

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    ELI S D Z

    retroceso haciael neoliberalismo conservador los vlidos intentosderehabi-

    litacindeaqul(delEstado social) hiciesenhoyolvidarlascrticas contem-

    porneas,que, sinnegarsusaspectos positivos, tambin entoncesse ledirigie-

    ron desde

    la

    izquierda genrica, comunista, libertaria

    y

    asimismo

    ms en con-

    creto desdeelpropio socialismo democrtico(14).

    Es importante subrayar todo esto para noincurriren el error, frecuente

    hoy,depensarque el Estado socialen el que,juntoa otras tendenciasy

    partidos, colaboraron activamente tambin sectores socialdemcratas hu-

    biese sidoelmodeloqueagotaba oconformaba laspropuestas detodoslos

    socialistas deentonces.Laverdad es que fue siempre clara y constante la

    denuncia, desde esta perspectiva, de sus grandes insuficiencias y limitacio-

    nesde fondo (como habradeversemuypronto),ascomoel alto gradode

    dependencia

    y

    sometimiento

    que

    implicaba para

    el

    tercer mundo,

    la

    situa-

    cinde guerra fra internacionalen la que sedesarrollaba,y tambinlos

    graves riesgosde alienacin consumistay tecnocrtica a costade los cuales

    se llevabaacabolarelativa integracindeciertos sectoresde la clase obrera

    en el implantado sistema. Pero tal vez, en definitiva, el Estado social,el

    Welfare State, fuera lomejor queentonces (yahora) se poda hacer con el

    capitalismo vigente, quepas por aquellas fechas a rebautizarse ms bien

    como neocapitalismo.No sepuedeen modo alguno decirque ste fueraya

    el modelodeorganizacinni elEstadode lossocialistas, aunquesepensaba

    quea travs de su autentificacin yprofundizacin (es decir, hacindolo

    ambos,

    y

    otras cuestiones conexas, vanse, entre

    la

    reciente bibliografa espaola,

    los li-

    bros

    de

    CARLOS DE CABO MARTN: La

    crisis

    del

    Estado social,

    Promociones Publicacio-

    nes Universitarias, Barcelona, 1986;

    RAMN GARCA COTARELO:

    Del Estado del bienestar

    al Estado delmalestar, CentrodeEstudios C onstitucionales, Mad rid, 1986,y JOSEP PIC:

    Teoras sobre el Estado del bienestar, Siglo

    XXI,

    Madrid,

    1987.

    Entre

    la

    desbordante

    bibliografa fornea sobre

    el

    tema, citar slo

    dos

    libros,

    uno

    anterior

    a los

    aos

    de la

    crisis

    y

    otro posterior

    a

    ella:

    el de CHARLES I. SCHOTTLAND

    (ed.):

    The Weljare State.

    Selected Essays

    (Harper Torchbooks, Nueva York,

    1967) y el de

    RAMESH MIS HRA :

    The Welfare State

    in

    crisis. Social Thought

    and

    social change

    (Wheatsheaf Books,

    Har-

    vester Press, Brighton, 1984). Tambin, traducido

    al

    castellano,

    el

    desigual

    de W.

    ABEN-

    DROTH, E. F O R S T H O F F y K. DOEHRING: El Estado social, Centro de Estudios Cons-

    titucionales, Madrid,

    1986.

    (14) Reenvo para todo ese trasfondo a mi libro Estado de Derecho y sociedad

    democrtica, publicado

    en 1966

    (Editorial Cuadernos para

    el

    Dilogo), pero originado

    en otros trabajos mos anteriores sobre esos problemas. Vase

    de

    esos aos

    la

    abun-

    dante bibliografa

    de ese

    carcter crtico all mencionada;

    cfr. en

    especial

    los

    epgrafes

    del captulo III sobre el Estado social de Derecho titulados respectivamente Tecno-

    cracia

    e

    ideologa

    en el

    "Welfare State" (epgrafe

    8) y

    Neocapitalismo

    y

    Estado social

    de Derecho (epgrafe

    9);

    esas crticas

    y esa

    bibliografa eran

    las que

    apoyaban

    mi pro-

    puesta

    de

    entonces

    y de

    ahora

    por un

    socialista Estado democrtico

    de

    Derecho.

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    INSTITUCIONES POLTIC S Y MOVIMIENTOS SOCI LES

    ms realmente democrtico) podra progresivamente valer para lograr pasos

    cuantitativos-cualitativos en ese proceso histrico siempre libre y abierto en

    que para los socialistas democrticos se converta la tan debatida fase mar-

    xiana del Estado y la sociedad de transicin (15).

    La crisis del Estado intervencionista, regulador, empresario y en cierta

    medida redistribuidor, a la vez, pues, Estado del bienestar, Estado de servi-

    cios y derechos sociales, ha sido as la crisis de ese denominado viejo pa-

    radigma. De l quedan y quedarn, creo, cosas vlidas que los socialistas,

    algunos al menos, nunca negaron: entre ellas, el intento de movilizar las

    instituciones pblicas democrticas para hacer algo a pesar del capitalis-

    mo en pro de una mayor igualdad, de una incipiente relativa igualdad, d

    un nivel de organizacin de la seguridad social y de la proteccin de ciertos

    derechos econmicos, laborales y culturales que hasta la intervencin del

    Estado social haban estado abandonados al libre juego de las fuerzas del

    mercado y de las meras disponibilidades privadas de cada cual. El creciente

    aumento de las demandas de necesidades bsicas por cada vez ms amplios

    sectores sociales pretensin que, no sin fuertes resistencias en un principio,

    viene siendo despus poco poco aceptada por el sistema por implicar ma-

    yores niveles de integracin y legitimacin de hecho ha llevado, es cierto,

    a una crisis (fiscal y ms que fiscal) de dicho modelo estatal, una vez que-

    brada la facilidad de la acumulacin proveniente sobre todo de la explotacin

    del Tercer Mundo. El crecimiento, la realizacin del Estado social, se ha re-

    velado as claramente contradictorio con ese modo privado de produccin y

    apropiacin. La crisis se ha agravado asimismo, pero eso se dice mucho me-

    nos,

    por el enorme, demencial, aumento del gasto pblico originado por la

    absurda carrera de armamentos mantenida por la poltica de bloques durante

    todos estos aos.

    El Estado, impulsor de demandas sociales en tiempos de abundancia y

    crecimiento para producir, dualista, contradictoriamente, tanto por un lado,

    a pesar de todo, ciudadanos ms libres y hasta ms iguales como, por otro,

    consumidores de fcil manipulacin y por siempre necesariamente insatis-

    fechos, ha visto, pues, agotadas sus potencialidades en esos sectores de manera

    fundamental a causa tambin del imparable monto del gasto militar, as como

    de las crecientes atenciones pblicas a la acumulacin privada. El viejo

    paradigma, basado en la creencia de un ilimitado, o casi, crecimiento eco-

    nmico y en la prioridad de los valores de racionalidad instrumental, eficien-

    (15) Para aclara r con ms detalle mi posicin sobre esa divergencia-relacin, pu ede

    verse el captulo tercero (Marx y la teora marxiana del Derecho y del Estado) de

    mi ya citado libro supra nota 1) De la maldad estatal y la soberana popular.

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    cia funcional, consumo, derroche en ciertos sectores y clases, competitividad

    y seguridad (ciudadana, social, nacional e internacional), va a ir siendo po-

    gresivamente sustituido en las mentalidades y aspiraciones de la mejor izquier-

    da desde el final de los aos sesenta, con mayor perentoriedad tras los aos

    del comienzo de la crisis, por subraya Claus Offe un nuevo paradigma

    de signo muy diferente: un paradigma que pone en primer plano los valores

    no tanto del crecimiento cuantitativo como cualitativo, no del bienestar con-

    sumista, sino de la calidad de vida, del cuidado del medio ambiente, de la sa-

    tisfaccin para todos de las necesidades reales bsicas, de la libertad, la cul-

    tura, la paz, los derechos de las minoras, etc.

    Los actores, los sujetos del viejo paradigma (por detrs siempre operan-

    do los grandes poderes econmicos y otros poderes fcticos) eran casi nica-

    mente las instituciones (jurdico-polticas), gobierno, parlamento, partidos,

    incluso sindicatos, todos ellos integrados organizativamente en el sistema; los

    actores del nuevo paradigma sern fundamentalmente, en sus formulacio-

    nes ms estrictas, los nuevos movimientos sociales. Desde el punto de vista

    poltico, el viejo paradigma de las instituciones lo encarna, en sus manifes-

    taciones ms progresivas, la social democracia; el nuevo paradigma se carac-

    teriza, en esa misma valoracin, por una marcada orientacin libertaria.

    Lo que ocurre, lo que de hecho ha ocurrido, es que ese nuevo paradigma

    que, en efecto, se ha introducido con fuerza, quiero decir con slidas razo-

    nes,

    en importantes sectores de la izquierda, sin embargo, en modo alguno

    ha sido el sustituto, en cuanto a vigencia fctica, real, del viejo paradigma

    del Estado social. Al contrario, lo que de hecho ha ocurrido es que ste ha

    sido en amplia medida sustituido o, al menos, despotenciado por el ms an

    viejsimo paradigma a pesar de las pretendidas reactualizaciones tecnol-

    gicas y hasta filosficas propia del hoy muy conservador e individualista

    Estado neocorporativo y neoliberal. Aparte de la ambigua tendencia al Es-

    tado mnimo (donde neoliberales y neolibertarios tienen el riesgo de coinci-

    dir en sus recelos anti-institucionales frente a toda intervencin econmica,

    o de otro tipo, del Estado), del nuevo paradigma slo se han utilizado y dis-

    torsionado por la ideologa neoconservadora algunos de sus aspectos preci-

    samente menos progresivos, los residuos romnticos, rurales, msticos, alo-

    jados todava con frecuencia en aqul, expresin de los valores ms reaccio-

    narios y tradicionales sobre la educacin, la familia, la patria o la sexualidad:

    todo ello moral puritana en sintomtica amalgama con un tecnocratis-

    mo acrtico y antifilosfico, con una absoluta falta de tica en el campo

    econmico y poltico, con la imposicin as de un capitalismo malamente

    incontrolado, un individualismo efectivamente antisolidario y un belicismo

    siempre prepo tente y agresivo.

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    INSTITUCIONES POLTIC S Y MOVIMIENTOS SOCI LES

    Esto es lo que en amplia medida ha venido imponindose de hecho; y

    ante ese omnmodo poder, ante el complejo militar-industrial disfrazado ideo-

    lgicamente de liberal Estado mnimo, palidecen y se subordinan los inten-

    tos por mantener con alguna dignidad el viejo Estado social y no digamos

    para tratar de hacer realidad algunas de las verdaderas utopas libertarias.

    Todo ello con independencia de la perspectiva crtica que, en mi opinin, era

    y es tambin necesario introducir al tomar en consideracin algunas for-

    mulaciones del denominado nuevo paradigma, sobre todo a mi juicio

    para evitar su pretensin de absolutizacin y de la correlativa, ilegtima e

    ineficaz negacin de algunos de los elementos vlidos que, transformados,

    pudieran muy bien recuperarse del viejo paradigma: me refiero de manera

    eminente a las principales instituciones jurdico-polticas de la democracia

    pluralista y representativa, necesitadas tambin como ya he subrayado

    de constante autentificacin y profundizacin en relacin no acrtica con la

    sociedad civil (16).

    Precisamente por la prevalencia fctica actual del modelo transnacional

    liberal-conservador y, a la vez, por esas esenciales insuficiencias de algunas

    manifestaciones tericas y prcticas de, respectivamente, el nuevo y el viejo

    paradigma, aislndolos y produciendo la ruptura entre uno y otro, es por lo

    que me parece importante proponer, por el contrario, la necesidad y la utili-

    dad de su complementariedad: un tercer paradigma, si se quiere seguir

    hablando as, el del socialismo democrtico, que aune y supere los reduccio-

    nismos tanto del viejo paradigma socialdemcrata como del nuevo de carc-

    ter libertario, es decir, que se construya contando a la vez, en interrelacin

    crtica, con las instituciones polticas democrticas y los movimientos de base

    de la sociedad civil. No digo ya insist en ello que sea fcil semejante

    mtodo el socialismo es difcil, pero en lo que s me ratifico es en que

    tal dificultad .merece el esfuerzo, terico y prctico, y en que dicho plantea-

    (16) Acerca de las esenciales limitaciones del nuevo par adigm a y de las graves

    dificultades (imposibilidades) de los nuevos movimientos sociales para presentarse como

    absoluta y exclusiva clusula sustitutoria de las instituciones jurdico-polticas, e in-

    cluso en ruptura con ellas, me he ocupado en el libro

    De la maldad estatal...,

    ya varias

    veces citado aqu

    supra

    nota 1), en concreto en su captulo IV sobre Claus Offe:

    Lgica del capital y democracia representativa; cfr. especialmente para esa no solu-

    cin final, pgs. 260 y sigs. Me alegra constatar que en el ltimo Offe New Social

    Movement,

    cit., pg s. 51 y 75 y 88, entre otras) hay un a pre visin m s abierta , du alista

    (accin institucional y no institucional), acerca de los nuevos movimientos sociales

    siendo posibles alianzas como luego veremos de algunos sectores de stos con las

    instituciones polticas: se ha pasado, pues, en l creo de la ruptura necesaria a la

    alianza posible.

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    ELI S D Z

    miento.me parece hoy el ms concorde, en sus exigencias de fondo, con el

    socialismo y con la democracia.

    En perspectiva en amplia parte, no en todo, coincidente con lo que aqu

    se viene proponiendo buscando tal vez una mayor operatividad, vlida

    tambin a ms corto plazo, Virgilio Zapatero ha insistido, de acuerdo con

    una buena lnea general, en la necesidad de hacer compatible en nuestros

    das la accin eficaz a travs del Estado social con una mucho ms fuerte

    presencia y efectividad de las asociaciones intennedias que componen el total

    entramado del tejido social (17).

    No poco de lo que hace, o no hace, el Estado podra hacerlo, y mejor,

    la sociedad, suele afirmarse hoy desde muy diversas orientaciones. Est bien:

    pero el problema, uno de los problemas, es que dentro de la sociedad hay

    cosas muy dispares y hasta contradictorias, desde poderosas corporaciones

    a nuevos movimientos sociales pasando por un crecido nmero de ms o me-

    nos espontneas autoorganizaciones de todo tipo y condicin. El gran pacto

    social exige, como despus veremos, dejar bastante en claro quin distribuye

    las competencias y cmo se distribuyen, quin y cmo concreta en cada mo-

    mento ese pacto social; es decir, cul es la funcin del Estado en la organiza-

    cin o coordinacin de todas esas fuerzas y sectores sociales; y cul es el

    mejor reparto para la consecucin del inters o bienestar general. De ello

    dependen, en definitiva, las diferencias entre los idearios conservadores, por

    un lado (ms libertad para las corporaciones, inevitablemente dentro de

    su lgica ms libertad para las ms grandes), y los idearios socialistas por

    otro, donde todos, a travs del Estado democrtico y en autoorganizacin

    colectiva, deben planificar en libertad la libertad pblica de todos; por su-

    puesto que esa diferencia en los mtodos implica tambin decisivas diferen-

    cias en los objetivos que se pueden coherentemente proponer y, ms an, en

    los que realmente se pueden alcanzar.

    (17)

    VIRG ILIO ZAPATERO:

    El futuro del Estado social, en la obra colectiva sobre

    El futuro del socialismo, ya citada aqu supra nota 2), pgs. 65 y sigs. Aunque quiz

    no venga del todo a cuento, no querra dejar de recordar que esta revalorizacin actual

    de las asociaciones intermedias, en que tanto se insiste hoy desde planteamientos so-

    cialistas, coincide y tiene entre nosotros como importante aunque es verdad que no

    nico precedente, algunas de las mejores propuestas en ese mismo sentido de los krau-

    sistas e institucionistas espaoles del pasado siglo y del actual. Puede verse en torno a

    ello mi libro sobre

    La filosofa social del krausismo espaol

    (1973), 2.

    a

    ed. , Fernando

    Torres Editor, Valencia, 1983; y para, desde ah, mi consideracin de algunas expresas

    relaciones entre institucionistas y socialistas, otro posterior

    Socialismo en Espaa: el

    partido

    y

    el Estado,

    Mezquita, Madrid, 1982, en concreto su captulo primero sobre

    La Institucin Libre de Enseanza y el Partido Socialista Obrero Espaol.

    58

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    INSTITUCIONES POLTICAS Y MOVIMIENTO S SOCIALES

    Pero son ciertas hoy varias cosas en relacin con ese dual y gradual Es-

    tado social, y vuelvo con ello a consideraciones en las que tambin Virgilio

    Zapatero insiste: primera, que el Estado actual es como expresivamente

    se dice demasiado pequeo para las cosas grandes (precisando traspasar

    parte de su soberana y capacidad de gestin a organizaciones pblicas de

    mbito internacional) y demasiado grande para las cosas pequeas (justifi-

    cndose devolver parte de su soberana a entidades o comunidades autno-

    mas de carcter nacional-regional o local); segunda, que el Estado no tiene

    por qu encargarse directamente de la produccin de todo tipo de bienes y

    servicios, incluso aquellos que, por sus caractersticas (pero no slo por los

    beneficios que proporcionen), pueden estar mejor atendidos por empresas pri-

    vadas o de autoorganizacin social, en rgimen de exclusividad o en formas

    mixtas y compartidas, que pueden funcionar tambin en un sistema de merca-

    do no incontrolado; tercera, que en cambio el Estado debe encargarse y no

    debe para nada abandonar sectores clave de la produccin que sean conside-

    rados ms adecuados (y no slo porque produzcan prdidas) para ese tipo de

    organizacin y produccin; cuarta, que, en todo caso y esto me parece

    decisivo, deber ser a travs de una planificacin democrtica como se

    establecer ese adecuado reparto de competencias: economa mixta, pues,

    pero con organizacin flexible y democrticamente planificada. Esto creo que

    tiene algo que ver con el socialismo y desde luego que con lo establecido en

    nuestra Constitucin (por lo que enlazo expresamente con lo sealado antes,

    en el segundo epgrafe de estas mismas pginas) (18).

    Objetivo preferente, exigencia ineludible de un buen Estado social a la

    altura de nuestro tiempo es lograr la efectiva satisfaccin para todos los ciu-

    dadanos por esas diferentes vas de un buen ncleo central de necesida-

    des bsicas entendidas con criterio racionalmente expansivo: sera sta la

    aplicacin hoy ms concreta de la regla de igualdad para lograr un Estado

    y una sociedad verdaderamente democrticas, adems claro est de la

    imprescindible igualdad ante la ley. Pero, a su vez, parece totalmente justo

    que en las condiciones actuales dicho Estado reserve la estricta gratuidad de

    ciertos bienes y servicios, as como su atencin ms preferente, para los sec-

    tores sociales menos favorecidos, para los peor situados cuando no clara-

    mente marginados, como forma precisamente de avanzar con hechos positi-

    vos hacia esos necesarios, lgicos, niveles de mayor igualdad. Es decir, ade-

    (18) Para esas potenc ialidades de la Con stitucin, reenviara a mi escrito El Esta-

    do democrtico de Derecho en la Constitucin espaola de 1978, comprendido en mi

    libro

    Socialismo en Espaa,

    citado en la nota anterior, donde (pgs. 171 a 247) pueden

    tambin ampliarse cosas sobre los caracteres y exigencias del neocapitalista Estado so-

    cial y del, en fase abierta hacia el socialismo, Estado democrtico de Derecho.

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    ELI S D Z

    ms de lograr una igualdad bsica para todos (igualdad, pues, para ciudada-

    nos que siguen siendo desiguales), se tratara por utilizar la frmula clsi-

    ca de establecer una desigualdad para ciudadanos desiguales, pero justa-

    mente de signo inverso a la desigualdad tradicional y a las fcticas capaci-

    dades y disponibilidades de cada cual; sera as, por tanto, una desigualdad

    contraria a la desigualdad, una desigualdad orientada hacia la igualdad, o

    hacia una mayor igualdad, pues, en mi opinin, el ejercicio de la libertad y el

    derecho a la diferencia son tambin valores que, dentro de esos lmites, deben

    en todo caso preservarse y mantenerse.

    4.

    El problem a, ya se seal antes, es cmo organizar y hacer funcio-

    nar en cada situacin concreta el gran pacto poltico y econmico-social.

    Tal pacto (que de un modo u otro deber comprender en su mbito a todos los

    actores, institucionales y no institucionales) no podr desde luego dejar de

    tomar en consideracin, por un lado, la existencia emprica, y por lo general

    con un gran peso histrico, de ciertos poderes fcticos y de fuerzas preemi-

    nentes del implantado modo de produccin; y, por otro, la exigencia demo-

    crtica de la voluntad popular expresada libremente a travs del sufragio y

    las decisiones de las grandes mayoras, que, con el debido respeto a las mino-

    ras, es quien debe prevalecer. De la interrelacin compleja en cada circuns-

    tancia concreta de esos y otros elementos, actuantes en los mbitos de la so-

    ciedad civil o de las instituciones polticas, derivarn diferentes posibilida-

    des, diferentes modalidades y tipologas de ese gran pacto poltico y econ-

    mico-social, impulsado siempre en democracia desde la soberana popular.

    Tal vez podra representarse todo ello en el grfico que va aqu en la

    pgina siguiente, donde tambin se indican, con algn riesgo de esquema-

    tismo, las principales inflexiones, actores, sujetos o instituciones y or-

    ganizaciones que predominan en cada una de esas concretas posibilidades,

    dentro siempre esto conviene que quede muy claro de ese gran marco

    comn que es el pacto general. Los diferentes acuerdos concretos expresan,

    pues, en cada momento, las diferentes modalidades cada una de ellas con

    sus coherentes implicaciones y diversos significados dentro de ese gran

    pacto general, primero social y preconstitucional, es decir, expresin del po-

    der constituyente, y despus, sobre todo poltico y posconstitucional, es decir,

    expresin del poder constituido.

    Aunque la cosa no tenga mayor misterio, y hasta se adivinen perfecta-

    mente cules sean los sujetos y las orientaciones de los pactos ms concor-

    des hoy con el socialismo democrtico aqu propugnado (repito, dentro

    siempre del marco total del gran pacto social pre y posconstitucional), quiz

    tampoco sea por entero inoportuno hacer aqu algunas breves advertencias

    6

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    INSTITU ION S POLTIC S Y MOVIMIENTOS SOCI LES

    explicativasy otras consideraciones valorativas y crticas acerca del hipotti-

    cofuncionamiento del referido esquema.

    Laprimera y principal para puntualizar que no hay confundidas en l

    dos

    legitimidades, una institucional y otra social, con evidente riesgo (si

    VP

    T

    I I

    NMS

    6

    4

    S o c i e d a d C i v i l

    (5) . ' ^ \ . (3)

    1

    CO

    2

    nstituciones

    poltic s

    Componentes o actores principales (adems de los indicados en siglas, y entre;

    ellos, se situaran claro est: por un lado, las diversas instituciones y plurales fuerzas

    polticas que cubriran tambin todo el amplio espectro del centro poltico; por otro,

    toda la gama, mayor o menor, de asociaciones intermedias que componen el tejida

    social):

    DI Derecha institucional II Izquierda institucional

    CO Corporaciones ST Sindicatos

    VPF Viejos poderes fcticos NMS Nuevos movimientos sociales

    Taxonoma del pacto:

    Pacto 1: Pacto bsico institucional-constitucional

    Pacto 2: DI y CO + VPF

    Pacto 3: DI y ST + NMS

    Pacto 4: Pacto social no institucional

    Pacto 5: II y CO + VPF

    Pacto 6: II y ST + NMS

    fuese as) de graves disfuncionalidades e, incluso, deslegitimidades (19). Se-

    tratade dos diferentes momentos: funcionando ya el sistema, yo dira, siem-

    prelo he dicho, que la legitimidad fundamental de origen social es la

    (19) Hago esta precisin para responder a la muy importante advertencia y obje-

    cin en ese sentido hecha oralmente por el profesor Francisco Laporta a una primera

    aproximacin ma a estas cuestiones: si a l precisamente se le suscit esa duda,

    imagino que a otros con similares preocupaciones muy bien puede ocurrirles lo mismo

    61

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    ELI S D Z

    que se expresa en el pacto constitucional, base a su vez (con todo lo que

    implica y aporta en sus relaciones con la sociedad civil) del pacto 1 institu-

    cional: tal pacto formalizado, prevalente, podra, pues, denominarse pacto

    institucional-constitucional. Pero afirmado eso (democracia institucional, plu-

    ralista y representativa), me parece tambin cierta su insuficiencia si despus

    se aisla y escinde de la sociedad civil o de algunos de sus sectores ms din-

    micos y progresivos: necesidad, pues, junto a la anterior, de una democracia

    tambin de carcter y alcance econmico-social. De todos modos tambin

    sta se encuentra acogida en el marco de la Constitucin; por eso insist antes

    en la importancia de ver a la Constitucin como zona de convergencia, como

    factor de mediacin, entre una teora (democrtica) de la legitimidad y una

    teora (crtica) de la justicia. Lo que, sin embargo, se hace despus del pacto 1

    es diversificar y concretar opciones.

    Otras de las cuestiones sobre las que habra que extenderse mucho ms

    .son todas aquellas implicadas en el complejo significado del trmino socie-

    dad civil, hoy de uso (y hasta de abuso) tan frecuente (20). Pero tampoco

    puedo yo entrar ahora a fondo en todo lo que hasta el presente est tras ese

    (20) Para situarse bien, lo cual no quiere decir acrticamente, en dichos temas, nada

    mejor que leer el importante libro de SALVADOR G INE R: Ensayos civiles, Ediciones

    Pennsula, Barcelona, 1987, y dentro de l sobre todo los captulos segundo, en torno

    a los avatares de la sociedad civil, y tercero, sobre clase, poder y privilegio en la so-

    ciedad corporativa; todos los dems captulos son tiles asimismo para otras diferentes

    partes de estas pginas mas. Por el momento yo slo hara a Salvador G iner la siguien-

    te observacin, pregunta ms bien: No hay en alguno de sus anlisis concretos un, a

    veces,

    indiferenciado o no suficientemente diferenciado rcelo a las erosiones (pgi-

    nas 62 y sigs.) a la sociedad civil por ejemplo, a las procedentes de la expansin es-

    tatal, siendo as que segn l dicha sociedad civil (pg. 54) va inextricable-

    mente unida al auge y consolidacin del capitalismo, la civilizacin burguesa y la de-

    mocracia liberal? Por supuesto que en el conjunto del libro, o de sus otras obras,

    queda perfectamente claro que hay erosiones (fascistas, totalitarias) destructoras de

    lo mejor de esa sociedad civil, potenciando lo peor, y limitaciones legtimas (democr-

    ticas,

    socialistas) de esa sociedad burguesa, fortaleciendo y extendiendo su libertad a

    travs de alguna importante mayor igualdad real. El instrumental conceptual y terico

    del libro de Salvador G iner es, me parece, el ms adecuad o para com prender y ana-

    lizar crticamente

    El retorno de la sociedad civil

    (Instituto de Estudios Econmicos,

    Madrid, 1987) del liberal casi puro que es hoy creo Vctor Prez Daz, de quien

    a su vez yo indagara: quines son los sectores de la sociedad civil que retornan

    segn se nos anuncia, y quines son los que dirigen tal retorno? Los movimientos so-

    ciales nuevos no parece que, sin haber sido antes, puedan retornar: no ser que re-

    tornan los de siempre, los que en realidad nunca se fueron? De qu sociedad civil

    se ha bla ?: ser ojal esa sociedad civil que p g. 10 erosion al fran-

    quismo? Sin duda que resultar muy til para todos seguir clarificando, debatiendo y

    .profundizando sobre estas y otras tan decisivas cuestiones.

    6

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    INSTITUCIONES POLTIC S Y MOVIMIENTOS SOCI LES

    concepto, desde las diferentes posiciones de Hobbes, Locke o Rousseau (y de-

    otros anteriores o contemporneos) en cuanto salida de un ms o menos

    asocial estado de naturaleza,.hacia un estado situacin de sociedad

    (poltica o no) pasando por la hegeliana

    brgerliche Gesellschaft

    y la inver-

    sin marxiana de su relacin con el Estado. Uso aqu el trmino sociedad-

    civil (tal vez hubiera sido ms prudente dejarlo en sociedad a secas, o

    en algo ms impreciso como tejido social, o, sencillamente, en organiza-

    ciones econmicas y sociales, o sea no polticas) para significar el lugar, el

    alojamiento, de organizaciones precisamente no polticas, no institucionales,,

    tan diferentes como esos viejos poderes fcticos, las corporaciones econ-

    micas o profesionales, los sindicatos y los nuevos movimientos sociales,

    quedando en medio y ahora lo hago ms explcito todo ese entramado

    de autoorganizaciones o asociaciones no gubernativas ni institucionales de

    muy diferentes fines (culturales, benficas, educativas, deportivas, etc.) a que

    ya he aludido aqu como, al menos, necesario complemento hoy del Estado

    social y que, en mayor o menor medida, de siempre han actuado en las con-

    cretas sociedades histricas; mucho ms en unas que en otras, desde luego:

    por ejemplo, mucho ms en Inglaterra que en Espaa (21).

    En ese contexto de interrelaciones complejas entre instituciones polticas

    y sociedad civil (comprendiendo en ella, por tanto, desde las grandes corpo-

    raciones preferentemente econmicas y profesionales hasta los nuevos movi-

    mientos sociales) es donde tienen lugar esos posibles diversos tipos de pactos

    que,

    como resultado final, conforman y configuran el carcter, significado y

    orientacin de la que, sin ms problemas de fondo, podemos denominar aho-

    ra en su conjunto como totalidad social concreta.

    La base, ya se ha dicho, es el pacto institucional y constitucional pac-

    (21) En tre la reciente bibliografa espao la sobre algunos aspectos de esta am plia

    temtica, tratados en un anlisis com parativo , (y libre de m uchos tpicos) de los m o-

    delos Montesquieu y Rousseau, ser de utilidad la lectura del muy documentado y

    bien construido ensayo de MARA DELCARMEN IG LESIAS: LOS cuerpos intermedios y

    la libertad en la sociedad civil, Instituto de Administracin Pblica, Alcal de Hena-

    res, 1986. Como subraya la au tora (pg . 15), en respectivamen te uno y otro de esos dos

    importantes autores clsicos se han apoyado dos tipos de representacin poltica, que

    muy bien podemos reencontrar en nuestra actualidad alrededor del debate sobre los

    costos y las ventajas de una democracia en la que funcionen los cuerpos polticos inter-

    medios o, por el contrario, de una democracia plebiscitaria en donde la relacin entre

    el poder poltico y la soberana de] pueblo se realice sin instituciones intermedias-

    Debate concluye Mara del Carmen Iglesias en ocasiones agrio y de consecuencias

    concretas y decisivas para todos nosotros. Cfr. ltimamente, con grandes reservas hacia

    ese concepto, el artculo de JOS LUIS L. ARANGUREN: Un juego lingstico con tram-

    pa: la sociedad civil, en

    El Pas,

    Madrid, 19 de diciembre de 1987.

    63

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    ELI S

    D Z

    to

    1 en que se concreta la fundamental actuacin del poder constituyente.

    A

    partir de ah y a partir de ese momento, se inicia la accin, y la poltica,

    de

    los poderes constituidos, impulsados siempre no se olvideestopor la

    soberana

    popular y la regla de las mayoras. Segn sean

    stas,

    la direccin

    del

    pacto podr y deber corresponder, respectivamente, a la derecha o a la

    izquierda

    institucional o, por supuesto, al centro o a coaliciones de todos o

    de

    algunos de

    ellos:

    todo es gradual, aunque aqu se simbolice slo en los

    polos de referencia designados como derecha e izquierda institucional. El

    pacto2 expresa puede decirse el gobierno natural (la mayora natu-

    ral

    de la derecha, con mayor o menor inflexin hacia el consenso tambin

    con

    asociaciones intermedias e, incluso, intentando algn tipo de nada fcil

    entendimiento

    con los sindicatos. Puede darse ah algn tipo de complemen-

    tariedad

    con el pacto 3, en el que la derecha busca tambin apoyo para su

    programaen el sector romntico-rural, antimoderno y antiindustrial, que

    confundido,

    por ejemplo, con el ecologismo cabe que haya encontrado

    alguna

    ubicacin dentro del amplio espectro de los denominados nuevos

    movimientossociales (22).

    (22) De hecho, Claus Offe (New Social Movements, cit., pgs. 43, 70 y 88, entre

    otras) sita dentro del marco de los denominados nuevos movimientos sociales tres

    sectores bien diferenciados: en primer lugar, una nueva clase media compuesta por

    intelectuales, tcnicos, profesionales, de formacin preferentemente universitaria, que

    son el principal substrato social de los grupos ecologistas, pacifistas, feministas, etc.;

    en segundo lugar, sectores marginados, no mercantilizados, es decir, situados fuera

    del mercado, tales como parados, amas de casa, jubilados, pensionistas, grupos tnicos

    discriminados, etc., y finalmente, en tercer lugar, residuos de viejas clases medias de

    mentalidad agraria, romntica-rural, antiindustrial, recelosa de la tcnica, etc. Este

    tercer sector es el que, en el esquema que estoy desarrollando aqu, protagonizara ese

    mencionado pacto 3 con la derecha institucional. A diferencia de lo que ocurra en

    obras suyas anteriores, el ltimo Offe como ya he resaltado antes ve ahora como

    ms posible la alianza entre esos dos primeros sectores de los nuevos movimientos so-

    ciales y la izquierda institucional: sera, en mi esquema, el pacto 6. Como se ve y ya

    seal con anterioridad cfr. nota 12, estoy tomando aqu esta investigacin de

    Offe como base e incitacin inicial para esta parte concreta de mi trabajo; adems de

    otras diferencias de enfoque general, y de otras quiz de menor entidad, mi propuesta

    ira ms en la lnea de una fundamentacin de conjunto del pacto global, poltico y

    social, en trminos de legitimidad y justicia, por lo que junto a los nuevos movimien-

    tos sociales tomara tambin en consideracin otros segmentos y asociaciones inter-

    medias de Ja- denominada sociedad civil que Offe ms radical no parece contem-

    plar en el pacto con la izquierda institucional. Cfr. tambin aqu la nota de MIGUEL

    PORTA sobre Los movimientos sociales, en Leviatn, nm. 28, verano de 1987, p-

    .ginas 109-112. Tambin Salvador Giner

    ob. cit.,

    pgs. 208-209) ha insistido entre nos-

    otros en la perentoria necesidad de revitalizar el socialismo haciendo suyos los obje-

    tivos (pacifista, ecologista, feminista, antinuclear, comunitario, etc.) que han protago-

    nizado los nuevos movimientos sociales.

    64

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    INSTITUCIONES POLTIC S Y MOVIMIENTOS SOCI LES

    Un riesgo, una fcil proclividad del pacto 1 institucional es la muy nega-

    tiva tentacin de excluir del mismo a todo, o a lo ms progresivo, de lo no

    institucional: la gran coalicin, formalizada o fctica, entre partidos con

    grandes mayoras, pero de muy diferente significacin dentro del espectro del

    arco parlamentario, pudiera hacerse, de hecho as se est haciendo frecuen-

    temente y constituye pienso un gran error, a costa de excluir del mismo

    a amplios sectores de la sociedad civil, especialmente como digo a los

    grupos con demandas ms avanzadas y a los ms marginados de entre los

    que forman parte de los llamados nuevos movimientos sociales. Una exclu-

    sin similar, y de implicaciones an m s perjudiciales, se produce pacto 5

    cuando es la izquierda institucional la que, por unos u otros motivos, con

    unos u otros (no en todo equiparables) condicionamientos, pacta de hecho

    preferentemente con los sectores ms conservadores del cuerpo social (gran-

    des corporaciones econmicas y viejos poderes fcticos), dejando muy en se-

    gundo plano las demandas sindicales y las, no siempre fcilmente coinciden-

    tes, de los sectores marginados (23).

    Un contrapunto, tambin reduccionista, del pacto institucional 1 cuando

    el poder poltico se separa de la sociedad civil y prescinde fundamentalmen-

    te de los movimientos de base, viene a producirse cuando aqulla, tanto estos

    movimientos como la mayor parte de las organizaciones sociales, aceptan y

    hacen suya, por as decirlo, dicha situacin, pero invirtindola, consagrando

    pacto 4 la preferencia o la absoluta necesidad de lograr unos u otros

    objetivos (muy diferentes e, incluso, contradictorios, pero esto no siempre es

    advertido) por las vas de la exclusiva accin social y prescindiendo (o fin-

    giendo prescindir) en mayor o menor grado de las instituciones jurdico-

    polticas estatales. El espectro del pacto 4, pacto que como provocacin

    podramos llamar liberal-libertario, es enormemente ambiguo y creador

    de peligrosa confusin; pero es el caso y es verdad que ambos sectores coin-

    ciden hoy con demasiada frecuencia en la ideologa del rechazo o en la crtica

    casi total a las instituciones del actual Estado social, complacindose en la

    cantinela sin ms de la inevitable e insalvable maldad estatal, reservando para

    una idlica sociedad civil toda posible bondad y efectividad.

    Los liberales, tal vez sera mucho mejor decir los conservadores neolibe-

    rales exclusivamente economicistas (nada o muy poco que ver con los libera-

    les ticos de antao, y de hogao), saben bien cules son sus objetivos los

    del capital al pedir el Estado mnimo y la disminucin de la intervencin

    (23) Cfr. en relacin con estos y otros problemas conex os, el nm ero m onogr-

    fico 80-81 de la revista Sistema sobre Estado de bienestar y opciones de poltica eco-

    nmica, Madrid, noviembre de 1987.

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    ELI S D Z

    estatal (excepto para la proteccin de la propiedad, el mercado y su seguri-

    dad): su modelo de sociedad no es la defensa de la libertad, sino la defensa

    del capital. Muy otros son los libertarios, los verdaderos libertarios, el viejo

    y pacifista anarquismo libertario, de siempre de izquierdas (aunque anar-

    quismo lo hubo tambin violento, partidario de la accin directa). A esos

    libertarios de accin pacfica, social y sindical, me refiero nada que ver

    con su traduccin norteamericana actual cuando reivindico aqu su traba-

    jo en la sociedad civil para una plena realizacin de la libertad, inseparable,

    pues,

    de la igualdad. Pienso, no obstante, que sus vas de actuacin de ca-

    rcter casi exclusivamente social (y cultural) debieran, en mi opinin, comple-

    mentarse para esos mismos objetivos con una praxis por va tambin

    institucional, cuya conjuncin vengo propugnando en estas pginas como la

    ms propia y especfica del socialismo democrtico.

    Y en ella es donde evidentemente no sin resistencias de los actores

    del pacto 2 se inscribe el auspiciado pacto 6, que auna, de modo preferen-

    te,

    la izquierda institucional y amplios sectores de la sociedad civil, asocia-

    ciones de base, autogestionadas, de muy diverso fin y, de manera muy espe-

    cial, sindicatos y sectores progresivos y marginados de los nuevos movimientos

    sociales. Es completamente cierto que todos esos sectores no presentan de

    fado

    demandas siempre armnicas, al contrario con frecuencia son opuestas

    y/o contradictorias entre s. Y tambin es cierto que no siempre lo social es

    racional (tampoco lo institucional); por tanto, la crtica y la autocrtica son,

    en ambos mbitos y en todo momento, completamente necesarias. La racio-

    nalidad de la legitimidad democrtica y de la teora de la justicia debern

    siempre considerar y valorar unidas ambas dimensiones, aunque insisto

    en ello, pues es fundamental en los asuntos pblicos la legitimidad (demo-

    crtica) institucional-constitucional proporciona siempre la base absoluta-

    mente imprescindible para esa ltima racionalidad que se exige de una teora

    crtica de la justicia.

    As, pues, desde ese pacto 1 institucional-constitucional y, si hay para

    ello apoyo social y electoral, desde un pacto 6 ampliado a todos los sectores

    de la sociedad civil partcipes en dicho proyecto es, desde donde, para el

    socialismo democrtico, habrn de enmarcarse (la frmula sera, pues,

    1 + 6) el resto de los pactos, y entre ellos, por supuesto, el muy importante

    que,

    con modificaciones, incorpora e integra en la totalidad tambin a las

    corporaciones (economa mixta) y a los organismos y entidades que algo

    peyorativamente lo reconozco hasta ahora he designado aqu como vie-

    jos poderes fcticos, los cuales, a su vez, dentro de ese marco, ganaran no

    poco en legitimacin y hasta en tica justificacin.

    Entiendo que a travs de todos estos elementos se proporcionan algunos

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    INSTITUCIONES POLTIC S Y MOVIMIENTOS SOCI LES

    materiales vlidos, tericos y prcticos, para avanzar y profundizar en la cons-

    truccin actual de una.sociedad democrtica. No se haba pretendido, tam-

    poco aqu, llegar a conclusiones definitivas y definitorias sobre la tica y

    sobre la justicia, tampoco ni siquiera sobre la poltica, aun siendo profesor

    quien esto escribe del rea de esas tres especialidades. Slo se aspiraba a

    complementar la anterior justificacin de la democracia con una, hoy espe-

    cialmente necesaria, justificacin del socialismo: todo ello en la confianza

    racional de que, a pesar de todo, y junto a sus valores propios en el

    mbito social y poltico, stas, las del socialismo y la democracia, son tambin

    las mejores vas para avanzar en nuestro tiempo hacia aquellas ltimas metas

    del conocimiento y de la accin humana.

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