Gaceta del Centenario nº 41 - 18 de Abril de 2002

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    N 41 - 18 de Abril de 2002

    SUMARIO

    1. Espaa Reconquistada Del libro:Escritos y discursos a la Falange por I. B. Anzotegui.2. Lugar Potico Epitafio a Jos Antonio por Adriano del Valle, Soneto a Jos Antonio por Gerardo Diego, A lamuerte de Jos Antonio por Ignacio Agust.

    ESPAA RECONQUISTADA

    PorIgnacio B. Anzotegui

    Del libro Escritos y discursos a la Falange [1]

    Una revolucin no se hace para terminar con un hombre, sino para terminar con un siglo. No se la lleva a cabo ni se compromete

    la existencia de una nacin para derrocar a un mal gobierno, sino para liquidar un estado social.

    Una revolucin es un acto de ciruga poltica donde el bistur es la espada y donde la decisin de facto de un cirujano audaz

    suple la indecisin de derecho de los crticos solemnes y enchisterados. Nada ms antipatritico que la legalidad en las

    situaciones de urgencia. Nada ms canallesco que la actitud de quien, pudiendo salvar a su patria por las buenas o por las malas,

    deja que su patria se pierda por procurarse el pequeo gusto de obtener la suficiente autorizacin para salvarla. A la patria no se

    la consulta; se la vive y se muere por ella, a pesar de la opinin ms o menos mayoritaria de los individuos que gozan de sus

    beneficios en un momento dado. El verdadero patriota debe estar dispuesto siempre a sacrificarse entero, aun a sacrificar su

    honor y su apellid, en aras del verdadero destino de su patria. Como el santo est pronto a jugar su tranquilidad y a padecer

    crcel y destierro frente a la comodidad de los seorones de la fe, as el patriota est dispuesto a todas las eventualidades que supatriotismo le impone. A l no le interesa la aburguesada opinin de los cannigos acomodados o de la beatera constitucional; a

    l le interesa el bien de su patria, que es la salvacin de todos, de los que merecen y de los que no merecen, de los que quieren y

    de los que no quieren salvarse.

    Cuando el Generalsimo se alz en armas, Espaa pareca perdida. Los enchisterados haban decidido que Espaa era una

    repblica de obispos y los burgueses descansaban sus conciencias en esa declaracin que esconda, tras una farsa de confesin y

    de acatamiento al espritu jerrquico de Espaa, todo un programa de rebelin y de desconocimiento de la jerarqua. Unos se

    engaaron y otros quisieron medrar de aquel engao. Unos invocaron el nombre del progreso y otros invocaron la necesidad de

    hacer progresar a Espaa en el criminal acomodo. Y unos sin saberlo y otros sabindolo, traicionaron a Espaa y traicionaron su

    propio ser indeclinable. Pero el fuego de la sangre renaci cuando vio fuego. Al programa de incendios sucedi el entendimiento

    de las almas y el abrazarse de la conciencia espaola. El fuego peda una conducta de fuego. Y la Espaa incendiada se

    trasform en la Espaa encendida; porque el llamado rojo de la locura exiga una respuesta: la locura militar de salvar a Espaa.

    Y la patria eternamente aventurera se lanz a la aventura de salvarse a s misma cuando pareca definitivamente perdida.

    Pero, precisamente por espaola, aquella aventura no poda limitarse a cambiar un gobierno por otro; deba cambiar un estilo por

    otro estilo de vida, poner una ansiedad nueva que fuera a un mismo tiempo cielo y bandera para los ojos. Espaa viva ya una

    ansiedad; pero era la ansiedad de no encontrarse y de desesperar de ella. Se haca necesario infundirle la necesidad de buscarse y

    de encontrarse, viviendo una milicia de esperanza. El siglo XVIII haba cortado a Espaa sus alas imperiales. El guila familiar

    era ya un animal domstico que ni siquiera asustaba al gallo vecino. La cruz era apenas un recuerdo incmodo y la espada era un

    torpe instrumento de barbarie.

    Sin guila y sin cruz y sin espada, Espaa no tena razn de ser, porque aquello no era Espaa; era una forma geogrfica sin

    contenido espaol. El imperio se hizo administracin y el hroe se hizo funcionario.

    El siglo XIX fue el siglo de los hijos de los funcionarios. El romanticismo reneg del neoclasicismo, pero reneg de l de una

    manera tonta. No fue capaz de inventar aquella frase que un siglo ms tarde -en otra poca decisiva- pronunciara un hombre de

    nuestro siglo: Luchemos contra nuestros padres, al lado de nuestros antepasados. Los romnticos eran una pobre gente

    sentimental. Todo su resentimiento contra el siglo XIX se fundaba en el hecho de que sus padres no les dejaban salir de noche.

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    Por eso huan de sus casas sin reparar en que huyendo, se expatriaban. Por eso Espaa se qued sin espaoles. Por eso los hijos

    de los romnticos fueron antiespaoles, porque sus padres no supieron comprender que los neoclsicos haban traicionado a los

    clsicos.

    El lamentable Jos Zorrilla poda huir de su casa con un espritu pequeamente deportivo y aun escribirEl pual del godo con

    una emocionante falta de seriedad histrica. La rebelin romntica tena asco del pasado inmediato y deficiente, pero no

    comprenda la grandeza del pasado mediato y suficiente. El romntico poda admirar a una tatarabuela ms o menos famosa,

    pero con la condicin de que fuera famosa por casquivana.

    Poda admirar todo lo que importara una rebelin contra el orden establecido, pero no poda detenerse a considerar si ese orden

    era justo o injusto. Su desprecio de la sociedad oficialmente aceptada, le impona esa actitud. De la ciudad no le importaba sino

    el cementerio; de la vida no le importaba sino la muerte, pero no la muerte como problema, sino como solucin; no la muerte

    como superacin sino como acabamiento y como huda. En el siglo XVII todava Espaa hablaba de la alegra de vivir; en el

    siglo XVIII hablaba de la tristeza de vivir; en el siglo XIX ya hablaba de la ignominia de vivir. Alegra, tristeza e ignominia, son

    los tres estados por que atraviesa Espaa. Espaa la grande, Espaa la pequea y Espaa la entregada. Porque esto fue el siglo

    XIX espaol: entrega y nada ms que entrega. Entrega de todo lo puro y de todo lo noble. Entrega, no por vencimiento sino por

    cansancio, que es la manera ms impura e innoble de entregarse. Entrega por la comodidad de no luchar y por la comodidad -

    ms criminal todava- de pensar que no vale la pena luchar.

    No es el caso de alegar excepciones cuando se trata de juzgar histricamente una poca. La excepcin tiene validez histrica

    cuando triunfa. Y, triunfando, se impone, e imponindose, deja de ser una excepcin para convertirse en una ley y parareemplazar por el orden que ella propugna el orden que ella desalojara. Otra hubiera sido la suerte de Espaa en el siglo XIX si

    los carlistas hubieran triunfado. Pero la historia no se hace con suposiciones fallidas sino con realidades triunfantes. Es cierto que

    la excepcin carlista era tpicamente espaola, pero, precisamente, porque fracas, qued demostrado que era nada ms que una

    excepcin. No fracas porque mereciera fracasar, sino porque la Espaa de entonces no mereca que triunfara. El tamao de la

    excepcin no caba dentro de la pobreza de la realidad; por eso y slo por eso, sta consegua rechazar aqulla. Pero si el

    carlismo no obtuvo lo que pretenda, si no triunf como revolucin, triunf como la esperanza, al modo de Pelayo en las

    montaas de Asturias. Alguien -un hombre joven- haba de recoger su ejemplo y su enseanza. Ese hombre fue Jos Antonio,

    que restaurara para Espaa la medieval alegra de vivir imperecederamente. Porque Jos Antonio era un carlista. Yo s que esta

    afirmacin es resueltamente escandalosa. No me tienta al formularla el gusto de escandalizar con ella; pero tampoco el temor del

    escndalo me inhibe de escandalizar. Digo que Jos Antonio era un carlista por dos razones: la primera, porque los carlistas eran

    los enemigos del siglo XIX en el siglo XIX, y Jos Antonio era el enemigo del siglo XIX en el siglo XX; la segunda, porque los

    carlistas significaban la reaccin del buen sentido familiar contra la kermesse liberal que se instalaba en Espaa, y Jos Antonio

    era, en nuestro siglo, esa reaccin traducida en juventud. Al espritu carlista de recuperacin nacional perteneci su padre, pero

    le falt apoyo de la juventud, que todava era adolescencia. Miguel Primo de Rivera quiso a la vejez rejuvenecer a Espaa; pero

    en su poca se haban muerto ya los grandes viejos del pasado y aun eran adolescentes los grandes jvenes del futuro. La

    revolucin de Miguel Primo de Rivera estaba a la defensiva. Y una revolucin que est a la defensiva est, necesariamente,

    destinada al fracaso. Afortunadamente para Espaa, el hombre tena un hijo que haba de continuar su obra y de ofrecer su vida

    por la salvacin de la patria: ese hijo fue Jos Antonio, el que sali temerariamente a exigir de la juventud, de aquella juventud,

    que su padre no haba podido ganar, el compromiso de salvar a Espaa y de reconquistarla para la eternidad. En los tiempos de

    Primo de Rivera el viejo, Espaa no estaba todava bastante madura de sufrimiento. Fue recin en los aos de Primo de Rivera el

    mozo que alcanz esa madurez. No es suficiente que un pueblo sufra la angustia del hambre para que, por ese slo hecho, abra

    los ojos a la realidad. Es preciso para ello que sufra la angustia del ser. Espaa vena sufrindola desde el siglo XVIII. Pero el

    siglo XIX la haba trocado en otra cosa distinta: la coquetera de la desesperacin. Y si la angustia llevaba al martirio, la

    desesperacin lleva al suicidio. Cada da Espaa se suicidaba delante de un espejo. Porque eso fue el Romanticismo: un

    cotidiano suicidio delante del espejo.

    No poda salvarla la generacin del 98, porque al suicida moribundo no se le salva con pcimas de solemnidad. Podr salvarlo

    un cura ignorante que le diga al odo unas cuantas palabras elementales sobre la vida y la muerte, pero no una junta de mdicos

    inservibles. Y la generacin del 98, fue la Junta de mdicos que miraba cmo se perda Espaa sin atinar a otro remedio que a

    escribir sobre la necesidad de poner remedio a ello. Lamentaba quiz la prdida de la patria, pero careca de la pasin

    indispensable para ofrecer su vida por ella. El Romanticismo haba caducado, pero le suceda una generacin de neo-romnticos.

    Si aqul lloraba impdicamente sobre la libertad perdida, stos discurran solemnemente sobre lo que deba entenderse por

    Espaa. Aqul hua de su casa, stos ponan en duda su filiacin. Si aqul era capaz de blasfemar de Dios por infantiles razones

    literarias, stos eran capaces de negarlo por razones de chochera filosfica; porque los neo-romnticos nacieron rematadamente

    viejos.

    Fue preciso que las cosas llegaran al punto que llegaron. Falange -todo esperanza- surgi de la locura de la muerte. No fue tanto

    la accin de un hombre genial, cuanto la reaccin del espritu espaol. No fue slo Jos Antonio, sino el imperativo de

    reconquistarse. Y para reconquistarse es necesario haber sido.

    As lo entendi Falange, y lo realiz la espada del Generalsimo. El profeta dispar sus flechas al aire y el guerrero se las

    devolvi en la mano con las cinco rosas de la sangre. Con las cinco rosas de la sangre que florecan en el aire de Espaa, desde la

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    eternidad militar de su destino de derramada sangre y de levantadas rosas.

    LUGAR POTICO

    EPITAFIO A JOS ANTONIO

    PorAdriano del Valle

    Cisne fue. Cisne esbelto que agoniza

    y mueve estrellas conmoviendo el aire,

    derrumbando las alas de los pjaros

    y en la ceniza derrumbando el fuego.

    Vivi, clam y muri verticalmente,

    cambiando con el plomo la sonrisa.

    Y conmovida en lgrimas, la noche

    el alba lo encontr, muerto, a sus plantas.

    Su sangre ya salpica las estrellas.

    Su sangre enturbia el rumbo de los peces.

    Donde su cuerpo, fulminado, yace,

    su fuente es acueducto de la Patria

    con la cal destilada de sus huesos

    fundadores de rosas y laureles.

    SONETO A JOS ANTONIO

    PorGerardo DiegoEse muro de cal, lvido espejoen que araa su luz la madrugada,de infame gloria y muerte blasonadacoagula y alucina alba y reflejo.Para siempre jams. La suerte echada.El grito de la boca en flor rasgada

    -en el cielo, un relmpago de espada-,y, opaco, en tierra, el tumbo. Despus, nada.

    Y ahora es el reino de las alas. Huelea races y a flores. Y el decirme,decirte con tu sangre lo que sellas.Por ti, porque en el aire el nebl vuele,Espaa, Espaa, Espaa est en pie, firme,

    arma al brazo y en lo alto las estrellas.

    A LA MUERTE DE JOS ANTONIO

    PorIgnacio Agust

    Torbellino de luna entre las redes,

    paraninfo mortal de las palmeras,

    gaviotas del mstil prisioneras,

    sbita mar, que las espumas cedes.

    Oh litoral! Tu soledad concedes

    a quien angustia con la suya, enteras,

    tiernas falanges, pubertades fieras,

    entre el can y el olivar paredes.

    Antes de huir a la estrellada cita,

    por tu pulso arrancada de lo inerte

    la brisa retorcise, manuscrita.

    Ya hasta el final, mientras mi noche dura,

    si puso Dios palmeras en tu muertecircundarn cipreses mi ventura.

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