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SERIE TIEMPO DE BUSCAR

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N1902

OFICINA REGIONAL: Ministérios RBC, Caixa Postal 4190, 82501-970, Curitiba/PR, BrasilARGENTINA: Ministerios RBC, Casilla de Correo 23, B1636AAG Olivos, Buenos AiresCANADÁ: RBC Ministries, P.O. Box 3096, Windsor, ON N9A 6Z7COLOMBIA: Ministerios RBC, Apartado Postal 21, Fusagasugá, CundinamarcaGUYANA: RBC Ministries, P.O. Box 101070, GeorgetownJAMAICA W.I.: RBC Ministries, 10 Hagley Park Plaza, P.O. Box 139, Kingston 10MÉXICO: Ministerios RBC, Apartado Postal 91-48, C.P. 02431, Azcapotzalco, Mexico D.F.PERÚ: Ministerios RBC, Casilla de Correos 14-425, LimaPORTUGAL: Ministérios RBC, Rua da Cinquenta, 59, 4500-712 Nogueira da RegedouraTRINIDAD W.I.: RBC Ministries, P.O. Box 4938, TunapunaEE.UU.: RBC Ministries, P.O. Box 177, Grand Rapids, MI 49501-0177ESPAÑA: Ministerios RBC, Apartado de correos 33, 36950 Moaña, Pontevedra

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Si no hay una oficina de Ministerios RBC en tu país, por favor, escribe a la oficina regional.

Muchas personas, aun con donaciones sumamente pequeñas, permiten que Ministerios RBC alcance a otros con la sabiduría bíblica que transforma vidas. No recibimos sustento económico de ningún grupo ni denominación.

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La burLa y La majestad deL caLvario

¿Qué escándalo público, batalla militar o iniciativa

de paz merece estar en la portada de todo periódico que haya sido impreso? El día que murió Cristo.

En toda la creación o historia, nada nos habla más del corazón de nuestro Creador o del nuestro, que la manera en que sufrió y murió Jesús.

En este extracto de The Path of His Passion (La senda de Su pasión), Bill Crowder reflexiona sobre la tragedia y la trascendencia de ese día.

Nos muestra no sólo la burla de la cruz, sino también su majestad, y nos ayuda a comprender por qué el evento que no consigue estar en la primera plana de los titulares merece, más aun, estar en el centro de nuestros corazones todos los días por el resto de nuestras vidas.

Martin R. De Haan II

Contenido

La agonía y la gloria ............... 2

La burla del calvario .............. 4

La tortura de la cruz ............4

La humillación de la cruz ....7

El espectáculo de la cruz ....9

La burla de la cruz ............10

La majestad del calvario ......16

La majestad de la compasión .......................19

La majestad de la corrupción ........................22

La majestad de la consumación ...................26

La majestad del control ....27

todo por la cruz ...................29

título del original: The Mockery And Majesty Of Calvary iSBn: 978-1-58424-658-9Foto de cubierta: © RBC Ministries, terry Bidgood SpaniShLas citas de las escrituras provienen de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina.© 2009 RBC Ministries, Grand Rapids, Michigan, USA Printed in USA

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La agonía y La gLoria

A mo la música. Su poder, emoción, belleza y energía me

cautivan, y transportan mi corazón de maneras que no lo logra ningún otro medio de expresión. Me sucedió en 1978 en un estudio de grabación. Me encontraba en las instalaciones principales de Great Circle Sound, en Nashville, Tennessee. Acababa de participar en una larga sesión de edición y pulido del segundo álbum de nuestro grupo vocal universitario. Nuestro director había llamado a un descanso muy necesario y yo estaba solo en la cabina de control con nuestro ingeniero de sonido. Discutíamos principalmente sobre el proyecto del álbum del colegio que estaba casi terminado, cuando él dijo: «Quiero que oigas algo que aún nadie ha escuchado. Acabamos de terminar la producción de un álbum de Phil Johnson, y ha

escrito una canción increíble. Voy a ponerla, a bajar las luces y te dejaré aquí solo para que la aprecies». Lo hizo, y permanecí sentado, anonadado, con los ojos llenos de lágrimas mientras escuchaba estas palabras sobre la cruz de Cristo:

Yo el culpable soy.Yo causé el dolor,Cuando llevóÉl mi corona allí.Pienso en esas palabras y

en los versos que siguen, y en la experiencia de adoración tan personal de aquella noche, hace tanto tiempo, cuando abordamos el tema del calvario y consideramos lo que nuestro Señor experimentó al asumir nuestro pecado y castigo, nuestra corona de espinas y nuestra cruz.

La crucifixión fue una forma brutal e inconcebible de pena capital. La práctica había sido inventada años antes por los cartagineses, pero los romanos la habían hecho su obra maestra; la perfeccionaron para prolongar

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la muerte del condenado tanto como fuera posible a fin de incrementar al máximo el sufrimiento del criminal ejecutado y convertirla en una advertencia poderosa para los espectadores. Cualquiera que hubiera presenciado una muerte en la cruz lo pensaría mucho antes de poner a prueba la paciencia de Roma y sus legiones. Quien fuera lo suficientemente loco como para oponerse a la voluntad de la ley romana sufriría la mayor agonía antes de morir finalmente en miseria y desgracia, en una forma de castigo en verdad cruel e insólita. Era la manera perfecta de ejecución para un ejército conquistador conocido por su «bota de hierro». En realidad, esa muerte por crucifixión era tan brutal que no estaba permitido utilizarla para ejecutar a ciudadanos romanos.

No obstante, todo esto se agravó cuando la crucifixión se llevó a cabo en Israel y el criminal condenado era un

judío. Al horror del sufrimiento físico de una persona en la cruz, se sumaba el estigma y la maldición espiritual reservada para quien fuera colgado en un madero (Dt. 21:22-23).

El calvario constituyó la mayor agonía de Cristo y, al mismo tiempo, fue también Su

gloria más grande.

Para sentar las bases de nuestra comprensión de la cruz, convendría entender un par de ideas clave que fluyen de las diferentes descripciones de los Evangelios sobre los acontecimientos del calvario:• Enlosprimerostres

registros del evangelio, los autores sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) presentan la cruz de Cristo como un instrumento de dolor y humillación.

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• EnelcuartoEvangelio,encambio, Juan retrata la cruz como un trono de gloria.En realidad, ambos

aspectos son verdaderos. El calvario constituyó la mayor agonía de Cristo y, al mismo tiempo, fue también Su gloria más grande.

En esta sección, veremos la cruz de Cristo descrita por los Evangelios sinópticos como una experiencia de horror y agonía. Luego, en la siguiente sección, observaremos la crucifixión del Hijo de Dios desde la perspectiva del apóstol amado, como una revelación de gloria, poder y gracia. Aun en las descripciones de los escritores sinópticos sobre el sufrimiento agónico, los hilos de la gracia y del amor dominan la escena.

La burLa deL caLvario

Es importante notar que ningún escritor de los Evangelios

describe propiamente una crucifixión. Es retratada gráfica y proféticamente en el Salmo 22, pero los relatos de los Evangelios no la describen, quizás porque la audiencia más próxima no necesitaba una explicación. Todo el que vivía bajo la Pax Romana entendía perfectamente cómo era la muerte en una cruz. Para nosotros, que vivimos en la edad moderna, es una forma menos conocida de violencia; así que, nos resulta útil (aunque perturbador) descubrir hasta qué punto estuvo dispuesto a llegar Cristo para redimirnos, extremos que incluyeron tormento físico, emocional y espiritual.

La tortura de La cruz

Y allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada

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lado, y Jesús en medio (Jn. 19:18).Los aspectos físicos del

evento de la crucifixión eran insoportables. La cruz se arrojaba sobre la tierra y el condenado era acostado y estirado sobre ella. Los historiadores creen que los clavos, de 23 a 30 cm de largo, probablemente no horadaban las palmas de las manos, sino los espacios entre los huesos pequeños de las muñecas. Esto significaba que el clavo atravesaba el centro nervioso principal de la mano e impedía al ejecutado tirar para hacer pasar el clavo a través del tejido carnoso de la mano, para intentar escapar, si acaso eso fuera posible. Luego, los pies de la víctima se colocaban superpuestos y con las rodillas levemente dobladas, forzado a permanecer sobre un pequeño pedestal en la cruz. Más adelante, entenderemos la razón de hacer eso. Una vez que el condenado era clavado al madero, los verdugos

la elevaban con sogas y la dejaban caer en un hoyo preparado en la tierra, donde la cruz descendía con estrépito provocando un ruido sordo. En cuanto estaba en su sitio, usaban bloques para fijar el instrumento de tortura en el encaje.

Está por demás decir que todo esto era increíblemente doloroso. Los clavos eran como hierros ardientes para los nervios y músculos de las manos y pies. La elevación de la cruz desorientaba, quizás hasta producía un vértigo momentáneo. Pero, lo más doloroso era cuando se dejaba caer el madero en la tierra. El impacto provocaba un tirón violento en los hombros y codos de la víctima, que no podían «ceder» bajo la sacudida forzada del cuerpo. Generalmente, esto causaba la temible dislocación de estas articulaciones. Pero, aunque todo era espantosamente brutal, se trataba sólo del comienzo, lo peor todavía estaba por venir.

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El inmenso dolor que sufría la víctima de la crucifixión era ocasionado por algunos elementos absolutamente sádicos, que se combinaban en una expresión horrorosa de falta de humanidad.

Primero, la muerte por crucifixión significaba, al final, una muerte por asfixia. Debido a la posición de los brazos, el pecho quedaba comprimido y dificultaba la respiración de la víctima. La única manera de que el condenado pudiera respirar era empujándose hacia arriba sobre los clavos en las muñecas y los que le atravesaban los pies sobre el pequeño pedestal; de ese modo, se aliviaba la presión sobre el pecho. Esto permitía que los pulmones tomaran desesperadamente el aire necesario. Pero, el crucificado sólo podía soportar el dolor de los clavos por un breve tiempo. Por eso, los clavos eran precisamente colocados a través de las áreas de mayor concentración de nervios.

Sentía alivio sólo cuando descansaba del tirón de los clavos, pero, aún así, también respirar era virtualmente imposible. El dolor producido por los clavos aumentaba lentamente por la exposición al aire de tantas heridas abiertas y la inflamación resultante. Los latigazos que Cristo había recibido le habían dejado la espalda en carne viva y destrozada, exponiendo Su cuerpo maltratado a la madera áspera de la cruz. Esas heridas se irritaban cada vez que Él tenía que impulsarse hacia arriba y abajo sobre la cruz para respirar. Nunca había oportunidad para descansar, sólo el esfuerzo continuo y necesario para tratar de llevar aire a los pulmones. Por cada respiración se pagaba el precio de un dolor intenso. Por cada momento de alivio, llegaba el pánico del principio de la asfixia.

Además, se producía también una crisis interna creciente en el cuerpo del condenado.

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La libre circulación de la sangre se hacía difícil debido al daño causado en tantos vasos sanguíneos, y al cerebro llegaba más sangre de la que podía regresar. Esto causaba una presión intensa y un fuerte dolor en la cabeza. Era un castigo cruel e insólito, y seguramente se esperaba que así fuese.

El sufrimiento físico de la crucifixión va más allá de lo que una mente civilizada puede captar. Esta sería una muerte horrible para el peor de los villanos, el criminal más despiadado o el asesino más sanguinario. Sería una forma espantosa de tratar a un animal rabioso o a un depredador salvaje. Pero este trato fue dado al Príncipe de Paz, al Amante de nuestras almas, al Pastor de nuestros corazones. Es incomprensible que Cristo soportara todo esto, y es inquietante pensar que nuestro pecado es tan vil que esta era la única manera de poder ser redimidos. No obstante, es sumamente probable que

Su sufrimiento físico, tan inconcebible, haya sido lo más insignificante de Su agonía.

La humiLLación de La cruz

Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: REPaRTIERoN ENTRE Sí MIS vESTIDoS, Y SobRE MI RoPa ECHaRoN SuERTES (Jn. 19:23-24, mayúscula añadida).A pesar de lo chocante

que pueda parecer, el objetivo de esta forma de castigo no era sólo causar dolor físico intenso; también servía para imponer la mayor humillación pública posible.

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En el siglo i, la vestimenta común de un judío incluía cinco piezas: zapatos, turbante, cinturón, taparrabos y túnica exterior. Observa que los cuatro soldados responsables de la ejecución de Jesús dividieron Sus vestiduras a manera de despojos por llevar a cabo la tarea. Cada uno tomó una parte de Su ropa, pero quedó una, la túnica. Esto implica que le quitaron incluso el taparrabos y, con él, el último jirón de dignidad humana del crucificado.

En un cumplimiento desgarrador del Salmo 22, los soldados desnudaron a Jesús y luego sortearon Su túnica. En el Salmo 22:17-18, donde se describe proféticamente la crucifixión, 600 años antes de que siquiera fuese inventada, David había dicho que sería así: «Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes».

La frase «contar puedo todos mis huesos» indica que Jesús estaba expuesto a la mirada de todos. Es asombroso que toda la riqueza terrenal del Señor consistiera en estas vestiduras pobres, y que cuatro soldados romanos fueran Sus herederos. Se repartieron todo lo que podían obtener, ignorando que, a pocos pasos, Cristo estaba entregando gratuitamente todo lo que tenía, por amor a ellos. Es un testimonio poderoso de la dureza de sus corazones. Eran hombres sin sentimientos, sin misericordia, sin compasión. Esta escena seguramente dejó a los ángeles del cielo mirando extrañados y horrorizados; pero estos hombres, en su avaricia y apatía, lo desconocieron. Isaías estaba en lo cierto: «Despreciado y desechado entre los hombres, […] fue menospreciado y no lo estimamos» (Is. 53:3).

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eL espectácuLo de La cruz

Y sentados le guardaban allí (Mt. 27:36).La versión King James,

en inglés, dice: «Sentados lo vigilaban allí». En su comentario del libro de Mateo, el fallecido maestro bíblico y locutor de radio J. Vernon McGee, comenta:

Mientras Cristo sufría en la cruz, ellos sentados lo observaban. Este es el acto humano más bajo.… Aquí, en la cruz del calvario, la humanidad toca fondo. Pues parece que los horrores de la crucifixión degeneraron en un deporte-espectáculo.¿Por qué se sentaron a

observar? Algunos dicen que estaban simplemente cumpliendo con su deber, que se encontraban allí para vigilar la escena o prevenir cualquier interferencia. Podría ser; pero, si ese fuera el caso, habrían estado “en guardia de pie” y no sentados. El cuadro es impactante. Mientras

custodiaban sentados, ajenos e impasibles ante el espectáculo terrible de la crucifixión, ¡estaban observando la ejecución de un Hombre que había sido declarado inocente!

El gran maestro de Biblia del siglo xix, Alexander Maclaren, escribe en Gospel of St. Matthew (El Evangelio de San Mateo): «Se sientan cómodamente a los pies de la cruz y esperan distraídos, como mirando al vacío». Sin embargo, contemplaban a Aquel que todo lo ve. Observaban el sufrimiento de Cristo como si no tuvieran nada que ver ni se sintieran responsables de lo que sucedía. ¡Pero, fueron ellos quienes lo crucificaron!

Estos observadores sirven para recordar cómo podemos engañarnos fácilmente sobre las implicaciones y los resultados de nuestras acciones. Es un recordatorio de cómo podemos absolvernos hábilmente de cualquier responsabilidad por nuestros actos destructivos.

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Pero tampoco es posible que comiences a honrar el sacrificio de la cruz en tu vida si no captas la realidad fundamental de que ¡tú fuiste el causante!

¿Qué ves cuando miras a Cristo? ¿Reconoces que tú (y yo) lo pusimos en la cruz? Este era el único antídoto posible para el virus mortal del pecado y la rebelión del hombre contra Dios. ¿Lo consideras como Salvador y Señor o, como los soldados, tu mirada pasa de largo con un aletargamiento que se niega a sentir el peso de Su agonía por nosotros?

La burLa de La cruz

Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESúS, El REY DE loS JuDíoS. Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda. Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas

el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: a otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. CoNfIó EN DIoS; líbRElE aHoRa SI lE quIERE; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él (Mt. 27:37-44, mayúscula añadida).El autor y maestro de la

Biblia, Warren Wiersbe, escribe en leales en Cristo que el título «Este es Jesús, el Rey de los Judíos» constituye ¡el primer trazo del evangelio nunca antes escrito! Con esta declaración de Su identidad divina directamente frente a ellos, la multitud comenzó a burlarse de Jesús mientras colgaba crucificado entre dos ladrones,

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siendo ejecutado con la misma clase de gente por la cual había venido a morir. Tres grupos se turnaron para mofarse del Hijo de Dios, y todas sus burlas parecen centrarse en las aseveraciones de Cristo y en Su aparente impotencia mientras colgaba de la cruz.

tres grupos de burladores

Los transeúntes. Probablemente, no formaban parte de la multitud que había gritado: «¡crucifíquenlo!». El lugar de la crucifixión estaba situado en un punto importante de ingreso a la ciudad de Jerusalén, y estas eran personas que entraban a la ciudad para comenzar su día. Pero, de inmediato, se unieron a los demás para atormentar a los crucificados, con poca o ninguna misericordia, compasión ni lástima por el sufrimiento de ellos. No importaba por qué estos hombres estaban crucificados, sólo eran un blanco fácil para las lenguas mordaces de la multitud.

Los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos. Estos hombres formaban parte de la clase dirigente religiosa, un grupo institucionalizado de líderes que, a menudo, habían sentido el aguijón de la condenación de Jesús. Se suponía que eran hombres formales, profesionales, pero el relato de Lucas dice que «se burlaban de él», mostrando muy poca dignidad y nada de compasión (23:35). Estos «líderes espirituales» son una muestra gráfica de cómo el pecado corrompe lo mejor de las personas. En Gospel of St. Matthew (Evangelio de San Mateo), Maclaren señala: «¿Qué es más misericordioso y tierno que la religión verdadera? ¿Qué es más despiadado y maligno que el odio que se cataloga de religioso?».

Los ladrones. Al comienzo, ambos ladrones se unen a la burla. Pero, a medida que el día avanza, uno de ellos entenderá lo que no logra ver

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la multitud, los soldados ni los religiosos, ¡y se arrepentirá y creerá!

Esta reunión accidental de personalidades degeneró en una turba grosera y cruel.

Un maestro bíblico observó que las palabras de esas personas podían reducirse a tres motivos claros.

tres motivos de burla Negaban el poder de

Cristo. «Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz». Nota que sus palabras plantean el tema crítico: «Si eres el Hijo de Dios», una declaración que hace eco a las palabras de Satanás durante las tentaciones en Mateo 4:3-6. El autor D. A. Carson escribe en Comentario bíblico del expositor: «Utilizando a los que transitaban por el lugar, Satanás aún intentaba conseguir que Jesús evadiera la voluntad del Padre y evitara mayor sufrimiento». La multitud asumía que Jesús

permanecía clavado en la cruz por debilidad, ¡cuando en realidad era por Su fuerza omnipotente! Lo maravilloso es que no eran los clavos, ni las sogas ni los guardias lo que lo mantenían allí; eran las cuerdas invisibles del amor divino.

Negaban el propósito de Cristo. «A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar». Por supuesto, básicamente su perspectiva estaba errada. No era un asunto de «no poder», sino de «no querer». Hasta insinuaron (como lo habían hecho en Mt. 9:3-4; 12:24) que realizaba milagros por Satanás; porque, si los hiciera por Dios, el Señor de los milagros lo libraría. Estaba claro que, a pesar de todas las profecías del Antiguo Testamento y de todas las afirmaciones directas de Cristo, aún no entendían la razón de Su venida. Él no tenía nada que probar, porque ya lo había hecho muchas veces.

La misión no reconocida de Cristo era entregarse, no salvarse; misión que se

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estaba cumpliendo delante de sus ojos aunque ellos lo negaran. Pero había más en sus palabras. Su comentario suponía un compromiso que, no obstante, no estarían dispuestos a cumplir. Dijeron que creerían si Jesús bajaba de la cruz, pero, en realidad, no lo iban a hacer. Esto es evidente porque ¡no creyeron cuando Lázaro fue resucitado! No, sin duda, no iban a creer.

Stalker escribe en The Trial and Death of Jesus Christ (El juicio y la muerte de Jesucristo): «Si el cristianismo fuese sólo un credo para tener fe, o una adoración en cuya celebración podría deleitarse la capacidad para apreciar la estética o un sendero privado por el cual un hombre pasando desapercibido pudiera peregrinar al cielo, les encantaría creer en él; pero, debido a que significa confesar a Cristo y cargar con Su deshonra […] no querrán tener nada que ver con ello». Dijeron que iban a creer si Él bajaba de la cruz, pero

es precisamente porque no lo hizo que nosotros creemos.

Negaron la persona de Cristo. «LíBRELE [Dios] AHORA SI LE QUIERE». Los principales sacerdotes burlonamente citaron el Salmo 22, del cual aseguraban creer que era mesiánico, y utilizaron sus palabras para atacar la relación de Jesús con Su Padre. Es como si hubieran declarado: «¡Tu Padre no te ama, no se preocupa por ti, no tiene tiempo para ti!».

David profetizó el rechazo del Mesías diciendo: «Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan, diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?» (Sal. 42:10). David profetizó sobre lo que causaría más dolor al corazón del Salvador. Como una espada que destrozaba Sus huesos, la burla manoseó lo más preciado para el Hijo, Su relación con el Padre.

No olvidemos que la perspectiva de esa gente estaba desviada por la

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incredulidad y la dureza de corazón. Lo que lo hace tan horrible es que toda su burla se basaba en la verdad de declaraciones bíblicas; no obstante, desconocían por completo el verdadero significado y trascendencia de esas afirmaciones. Miraron, pero nunca vieron. Oyeron, pero nunca escucharon.

Aquí la tragedia no radica sólo en lo que le estaba pasando a Aquél que moría en la cruz, sino también en la patética condición de quienes lo contemplaron con actitud blasfema, incredulidad y odio. El Rey del amor fue rechazado por aquellos a quienes amaba.

No sabemos cuánto duró la burla, pero probablemente fue durante las primeras tres horas de la crucifixión. En casi todo este tiempo, la Palabra Viva guardó silencio. Pero, cuando habló, Sus palabras fueron sorprendentes mientras resonaban de un lado a otro de las laderas de Judea y retumbaban fuera de los muros de Jerusalén:

«¡Padre, perdónalos!». Esta es la medida de la profundidad del amor divino. Él no declaró Su inocencia. No pidió que lo liberaran. No los destruyó en venganza. El Hijo de Dios, colgado de un madero, ¡clamó con compasión y pidió misericordia para el hombre! Más aun, cuando habló, estaba haciendo lo necesario para que esa misericordia estuviera disponible.

Una vez más, el amor del Salvador nos resulta abrumador; ese amor que hemos visto en la respuesta que dio a Sus enemigos, a quien lo traicionó y a Sus ovejas dispersas. Este amor inspiró al autor de himnos, Philip Bliss, quien escribió:

Por mis culpas yo me vien peligro de morir,

mas Jesús murió por mí;¡Aleluya! ¡Gloria a Cristo!Tengo que admitir que,

como un niño que creció asistiendo a la iglesia, nunca entendí al autor de himnos Isaac Watts cuando cantábamos: «La cruz

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sangrienta al contemplar». Me perdía en la elocuencia y en el tono sombrío; y, simplemente, parecía otra canción antigua que escapaba a mi mente joven. Me llevó años vislumbrar al menos el destello de admiración que Watts había captado tan profundamente.

Mucho antes de que Mel Gibson filmara su retrato gráficamente maravilloso y sangriento de la crucifixión en la Pasión de Cristo, un evangelista itinerante visitó la escuela bíblica donde yo asistía. Su visita fue crucial para comprender y apreciar la cruz. Una tarde, comenzó a describir la crucifixión en general y los acontecimientos de la de Jesús en particular, con cuidado y precisión, con detalles que nunca antes fui forzado a enfrentar. La cruz siempre fue presentada en una manera casi estéril y segura, no como en realidad fue, un evento peligroso y desgarrador. Escuché mientras derramaba su corazón hablando sobre el sufrimiento de Cristo y

me sentí abrumado por las realidades extremadamente opuestas del amor supremo de Cristo y la monstruosidad del odio humano que estaban en juego. Las palabras del evangelista me llevaron de verdad a reconocer de manera clara y definitiva la maldad del pecado y del corazón de los pecadores también.

En ningún lugar de la historia vemos tan claramente la capacidad del corazón del hombre para la rebelión, el odio y la maldad. Pero, la cruz maravillosa emerge de esa oscuridad del mal ¡y proclama triunfante la magnitud del amor de Dios! Mirar la cruz es deleitarse en el momento más importante de toda la historia de la humanidad. Nos lleva a considerar la demostración más dramática de amor que el mundo jamás haya visto. Y nos muestra cómo el Dios santo no puede tolerar el pecado, aunque ama a los pecadores. Contemplándola, se comienza a reconocer que toda la eternidad depende de

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los acontecimientos de ese momento y a entender que la muerte de Cristo fue la victoria, no la derrota que asumieron mentes equivocadas.

Esa tarde, mientras escuchaba, quedé sin aliento y sin palabras ante la gracia, y silenciado por el amor. Finalmente, en las palabras apasionadas de ese evangelista, vi, sentí y comprendí lo que Isaac Watts estaba tratando de decirme todos esos años en que confundido, cantaba su himno. Él escribió:

La cruz sangrienta al contemplar

do el Rey de gloria padeció,riquezas quiero despreciar

y a la soberbia tengo horror.Sus manos,

su costado y piesde sangre manaderos son;

y las espinas de su sienmi aleve culpa las clavó.

La majestad deL caLvario

La Navidad es una de las épocas más importantes de la fe cristiana, llena

de entusiasmo, alegría y buena voluntad. Nos llama a contemplar al Niño en el establo y pensar que esa paz es ahora posible porque ha llegado el Príncipe de Paz. La Navidad se caracteriza por la luz y la esperanza, llena de pastores, una estrella brillante y reluciente, y un coro angelical. Pero, por más duro que sea a veces recordar, todos los acontecimientos de la primera Navidad eran un anticipo de la cruz. En uno de mis villancicos navideños preferidos, el autor comprendió claramente la realidad de que Cristo «nació para morir, para que el hombre pueda vivir». Esta es una verdad perturbadora, poderosa y gloriosa.

Todos los hombres nacieron bajo una sentencia de muerte por la desobediencia de

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nuestros primeros padres. Es nuestro castigo por haber caído. Pero la muerte no fue una pena para Jesús; fue Su destino. No fue Su suerte en la vida; fue Su misión. No fue Su destino inevitable; fue Su declaración de propósito para venir al mundo esa primera Navidad: «Nacido para morir».

Ahora llegamos a ese momento terrible e impresionante en que el cumplimiento de la misión de Cristo está a punto de consumarse. Ya vemos al Salvador cumpliendo el destino que hizo que le declarara a Pilatos: «Yo para esto he nacido» (Jn. 18:37). Aquí veremos lo que eso significó. Nos acercaremos y observaremos cómo murió el Hijo de Dios, en esplendor y majestad, no en derrota y quebranto.

En la página tres, comprobamos que los registros de los Evangelios nos brindan dos visiones muy diferentes de la cruz de Jesucristo. Los Evangelios Sinópticos (Mateo,

Marcos y Lucas) describen la agonía y la humillación de la cruz presentándola precisamente como un instrumento de tortura y ejecución. Sin embargo, el Evangelio de Juan pinta un retrato muy distinto de los eventos de ese primer Viernes Santo. Juan quiere que veamos la cruz como un trono de gloria y poder, desde el cual el Hijo de Dios conquista la muerte, el pecado y a Satanás. Nos presenta una evidencia incuestionable de la muerte del Rey de reyes, que había de aceptar Su más grande gloria cuando cargó con la cruz.

Todo el evento de la crucifixión duró unas seis horas. Durante ese período, los escritores del evangelio recogen una serie de siete expresiones de Cristo desde el madero de la muerte, a las que algunas veces se hace referencia como las siete últimas palabras. Estas declaraciones, como los edictos de un rey desde su trono, tienen mucho

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significado, pero también son, en esencia, intencionalmente direccionales.

Las primeras tres expresiones son principalmente horizontales; describen el final del trato de Cristo con la humanidad. Se caracterizan por:

Perdón: «Y Jesús decía: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc. 23:34).

Redención: «Entonces Jesús le dijo [al ladrón sobre la cruz]: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc. 23:43).

Compasión: «Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Jn. 19:26-27).

El Salvador había acabado Su misión en la tierra y miró hacia el cielo y hacia la última tarea que tenía por delante. Sus cuatro expresiones finales

son esencialmente verticales e incluyen al Padre en el acto redentor que está ocurriendo sobre la cruz del calvario. Estas declaraciones expresan los aspectos espirituales de la obra de Cristo a medida que Él avanza a través de estas etapas:

Abandono: «Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: ELí, ELí, ¿LAMA SABACTANI? ESTO ES: DIOS MíO, DIOS MíO, ¿POR QUÉ ME HAS DESAMPARADO?» (Mt. 27:46, mayúscula añadida).

Disposición: «Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed» (Jn. 19:28).

Realización: «Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu» (Jn. 19:30).

Liberación: «Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, EN TUS

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MANOS ENCOMIENDO MI ESPíRITU. Y habiendo dicho esto, expiró» (Lc. 23:46, mayúscula añadida).

La acusación que colocaron sobre Su cabeza decía: «ESTE ES JESúS, EL REY DE LOS JUDíOS» (Mt. 27:37). Y era verdad. Todo lo sucedido en la crucifixión habló de Su verdadera majestad, no sólo como el Rey de los judíos, sino también como el Rey de reyes.

La majestad de La compasión

Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa (Jn. 19:25-27).Observa el contraste. Los

soldados, repartiéndose Sus ropas, respondieron de una

forma al Hijo del Hombre. Pero las mujeres lo hicieron de manera muy diferente. Aun a la hora de Su muerte, Jesús trazó una línea en la arena y separó a la gente en grupos según la forma en que se identificaban con Él. Los soldados estaban allí con codicia e indiferencia, pero las mujeres se encontraban a Su lado con amor y devoción.

Motivos inmensamente diferentes.

Corazones extraordinariamente distintos.

Agendas enormemente disímiles.

Había cuatro mujeres presentes, pero, al parecer, pasaron en gran parte desapercibidas por la multitud. Aunque corrían el riesgo de ser identificadas con el Nazareno condenado, podrían haber sido ignoradas simplemente porque eran mujeres. Pero, por supuesto, su presencia fue notada por Cristo. ¿A quién vio cuando miró hacia abajo desde la cruz? A las siguientes mujeres:

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María, Su madre, experimentando lo que Simón había profetizado muchos años antes cuando le dijo: «una espada traspasará tu misma alma» (Lc. 2:35).

Salomé, la hermana de María (Mr. 15:40), al parecer, la esposa de Zebedeo y la madre de Jacobo y Juan (Mt. 27:56).

María, la esposa de Cleofas. Algunos estudiosos afirman que Cleofas era Alfeo. Si es así, esta María sería la madre de Jacobo «el menor» (Mt. 10:3), de Mateo (Mr. 2:14), y quizás hasta de Judas (no el Iscariote).

María Magdalena, de quien hablaremos más adelante.

La presencia de ellas muestra la profundidad de su amor por Cristo.

Jesús había regañado con firmeza a Salomé (Mt. 20:22), pero ella permanecía allí. Jesús había rescatado a María Magdalena de siete demonios y ella nunca había olvidado Su gracia (Lc. 8:2). Ahora,

en lo que probablemente les parecía el fin, ambas estaban aún a Su lado. Pero, cuando el Salvador miró a estas mujeres al pie de la cruz, la que capturó Su corazón fue Su madre. Aunque tal vez se haya sentido tocado por el amor y la devoción de las otras mujeres, Su atención estaba centrada en María.

En The Gospel of John (El Evangelio de Juan), James M. Boice cita a un poeta que describe de esta manera el amor de María por su Hijo:

Cerca de la cruzguardando su vigilia,

de pie estaba la madre,cansada de llorar,donde colgado, el Señor moría.

La espada punzante y aguda

su alma atravesó,con gemidos de aflicción,encorvada por la pena,suspirando, sollozando.

¡Oh, el peso de su congoja!de ella, que fue tan bendecida,que dio a luz al

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Santo de Dios: ¡Oh, ese suspiro sin palabras, incesante!

¡Oh, esos ojos empañados, fijos en su maravilloso

Hijo sufriente!¡Cómo habrá intensificado

Su sufrimiento verla en tal aflicción! Ante la tumba de Lázaro, Jesús había llorado por la pena de María y Marta; ¡cuánto más lo habrá conmovido el llanto de Su madre!

Finalmente, Él le habló, teniendo aún el control. Rompió la antigua relación de madre e hijo llamándola «Mujer». Aunque no es un término irrespetuoso, tampoco es una expresión cariñosa. Señala un giro en la manera de relacionarse. En Juan 2:4, Él también la había llamado «mujer», y le dijo que Su hora no había llegado todavía. Ahora, esa hora había llegado y ¡ella también necesitaba que Él muriera por sus pecados!

No obstante, aun desvinculándose de su antigua

relación, Cristo se preocupaba por esta mujer afligida. Sintiendo compasión ante su soledad y su pérdida, Jesús se dirige a Juan, el único discípulo dispuesto a permanecer con las mujeres a los pies de la cruz del Maestro. Aparentemente, en aquella época José ya no vivía y los hermanastros de Jesús aún no creían en Él (aunque después lo harían). Así, Cristo confió a María a aquel que era Su verdadera familia, y le garantizó bienestar encomendándola a Juan, el discípulo a quien Él amaba.

James Stalker escribe sobre este cuidado tierno y esta compasión amorosa en El juicio y muerte de Jesucristo: «Desde el púlpito de la cruz, Jesús predicó un sermón para todos los siglos sobre el quinto mandamiento». El erudito bíblico, William Barclay, está de acuerdo cuando escribe en su comentario sobre el evangelio de Juan:

Hay algo infinitamente conmovedor en que Jesús

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pensara en la soledad de Su madre en los días por venir, cuando, en la agonía de la cruz, estaba aún por concretarse la salvación del mundo. Él nunca olvidó los deberes que cargaba en Sus manos. Era el hijo mayor de María, e incluso en el momento de Su batalla cósmica, no olvidó las cosas simples de Su casa. Hasta el final del día, aun en la cruz, Jesús estaba pensando más en las penas de los otros que en las suyas. Esta es la definición de compasión. En medio de Sus intensos sufrimientos, Jesús consideró a aquellos a quienes amaba y así terminó Su trato con los hombres. Después de asegurar el cuidado de María, se concentró en el propósito detrás de todo eso, la horrible tarea de convertirse en el Cordero de Dios, el sacrificio de cargar el pecado de la raza humana perdida.

La majestad de La corrupción

Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿laMa SabaCTaNI? Esto es: DIoS Mío, DIoS Mío, ¿PoR quÉ ME HaS DESaMPaRaDo? (Mt. 27:45-46, mayúscula añadida).La hora sexta (v. 45) era el

mediodía. Pero, en el momento en que el sol debería haber brillado más, cuando el cielo de Judea debía resplandecer, fue como si toda la luz de la creación se hubiese esfumado. El cielo se oscureció y fue, como un letrista lo expresó: «medianoche a mediodía». Algo asombroso estaba ocurriendo en la cruz del medio, ¿qué era? El apóstol Pablo describiría más tarde la transacción de esta manera: «Al que no conoció pecado, por nosotros [el Padre] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos

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justicia de Dios en él [Cristo]» (2 Co. 5:21).

Es lo que profetizó Isaías cuando escribió: «… mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros» (Is. 53:6). En ese espantoso momento, el Sacerdote se convirtió en Cordero. Pedro comentó: «[Cristo] quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero» (1 P. 2:24). Él fue cubierto totalmente por el pecado de la humanidad. Dios decidió depositar nuestros pecados sobre el Cordero, que era sin pecado y puro, y tanto la creación como el Creador respondieron a esta transacción horrible.

La reacción de la naturaleza. El cielo se oscureció porque la Luz del mundo fue cubierta con nuestra maldad. Toda la creación gimió por su redención mientras la tierra temblaba y las rocas gritaban. Pero Dios estaba obrando en estos eventos y a través de ellos. El terremoto hizo

que se rasgara el velo que resguardaba el Lugar Santísimo en el templo de Jerusalén, lo cual les permite tener «acceso con confianza» (Ef. 3:12) a la misma presencia de Dios a todos los que se acerquen en el nombre de Cristo.

Todo esto pasó mientras el Padre oraba en la penumbra. El oscurecimiento del sol se entiende como un emblema de luto, y los líderes religiosos judíos sintieron que ese acontecimiento estaba de alguna manera relacionado con la venida del Mesías. Pero este evento iba más allá de una explicación natural. No fue un eclipse porque ocurrió durante la luna llena de la Pascua. Fue una oscuridad demasiado intensa para ser una simple tormenta. La única explicación razonable es que Dios lo hizo para permitir que la creación se enlutara por la muerte del Creador y para evitar que los ojos humanos pecadores observaran la tremenda y maravillosa

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expresión de gracia ofrecida por Cristo en la cruz.

La reacción del padre. No obstante, el Padre respondió con algo más que la simple oscuridad. Él permaneció en silencio; un silencio que Aquel que cargó con el pecado tomó por abandono. Martín Lutero lo describió así: «Dios, desamparado de Dios, ¿quién puede imaginarlo?». Un predicador dijo: «La ira de Dios lo demandó; el amor de Dios lo suplió; la gracia de Dios lo presentó; el Hijo de Dios lo aseguró; Dios el Padre lo permitió». Aun con los ejércitos del cielo a Su disposición, Cristo se sometió al plan eterno que, a pesar de todo, debía desarrollarse sin interrupción. Porque este era el plan de los siglos y el objetivo de la encarnación. Para esto había venido Jesús. Y con este propósito lo había enviado el Padre.

La reacción de cristo. El Hijo de Dios

también respondió con dos declaraciones de dolor; creo que ¡ambas fueron dirigidas a Su Padre!

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» En este caso, las palabras de David en el Salmo 22:1 amplían los detalles. La anticipación de Getsemaní había alcanzado los horrores de la realidad, porque el terror del jardín se convirtió en la corrupción del calvario. ¡Los sufrimientos indecibles de Cristo provenían de la mano del Padre! Isaías 53:10 profetizó que todo esto vendría del Padre: «Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento».

Cristo exclamó aterrorizado, el rechazo de los hombres se intensificó infinitamente al estar separado de Su Padre… ¡por primera vez en toda la eternidad! El grito «¡Dios mío!» representa la súplica de un pecador desesperado, aunque Él nunca había pecado. Jesús sintió todo el peso de Su aislamiento porque,

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en el silencio intenso y en el abandono de Su Padre, se sintió completamente solo. «Suspendido entre el cielo y la tierra, pero rechazado por ambos». Stalker escribe enérgicamente en El juicio y la muerte de Jesucristo sobre la soledad del Salvador en ese momento:

¡Qué cerca está Él de nosotros! Quizás nunca en toda Su vida se identificó tanto con Sus hermanos de la humanidad. Porque en este momento, Él baja para permanecer a nuestro lado no sólo cuando tenemos que enfrentar dolor y desgracia, desolación y muerte; sino también cuando estamos sobrellevando ese sufrir que va más allá de toda pena; ese horror en cuya presencia el cerebro da vueltas, y la fe y el amor, los ojos de la vida, se extinguen; la experiencia horrorosa de un universo sin Dios, un universo que es una masa de confusión

atroz, tambaleante, inaguantable, sin ninguna razón que lo guíe ni amor que lo sostenga.«Tengo sed». Juan

19:28-29 nos dice: «Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca».

A menudo, durante Su ministerio, Jesús había tocado el tema de la sed: «Bienaventurados los que tienen […] sed de justicia» (Mt. 5:6). «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba» (Jn. 7:37). «… Tuve sed, y me disteis de beber» (Mt. 25:35). ¡Qué ironía, el Agua Viva clamando con sed!

Inmediatamente, cuando exclamó que tenía sed, le acercaron a la boca una rama de hisopo empapada en vinagre. (El hisopo era utilizado en la celebración de

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la Pascua para pintar con la sangre del cordero los postes y los dinteles de las puertas principales de las casas). Pero ¿por qué estaba sediento? Yo diría que no tenía sed de agua ni de vinagre. Tenía sed de la copa de sufrimiento que había pedido que se apartara de Él en el jardín de Getsemaní. Pero más aun, ¡estaba sediento de la relación y la presencia de Su Padre! ¡Deseaba que ambas cosas le fuesen restauradas! Sintió profundamente las palabras del Salmo 42:2: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?». Si el clamor de abandono, «¡Dios mío!», anunciaba el comienzo de Su acto de cargar con el pecado, quizás esas otras palabras representaron el final. Separadas por tres horas, las palabras del Cordero describían de manera extraordinaria Su anhelo por el Padre.

Una vez más, sediento de la comunión y la relación con el Padre, Jesús había pagado

la pena, y el sufrimiento acabó. Sin duda, la mirada de horror en el rostro del Cristo abandonado, solo en la oscuridad, fue inmediatamente reemplazada por la calma del Hijo que experimentaba otra vez la luz de la presencia del Padre. Todo lo que quedaba era anunciar la victoria, una victoria que proporcionó a todas las personas, de todos los tiempos, la solución para el problema del pecado.

La majestad de La consumación

Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu (Jn. 19:30).«¡Consumado es!»

En griego, es «te telestai»: «¡está terminado!», «¡lo hice!». En Mateo 27:50, se dice que las últimas palabras de Jesús fueron dichas a gran voz; ¡es un grito de victoria! Spurgeon escribió:

Se necesitaría de todas las otras palabras que alguna

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vez fueron pronunciadas para explicar esta sola. Es inconmensurable. Es tan elevada que no la puedo alcanzar. ¡Es tan profunda que no la puedo entender!El compromiso de Jesús

con el plan del Padre se había evidenciado a lo largo de Su ministerio terrenal y lo había llevado hasta el final, «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:8). «Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y acabe su obra» (Jn. 4:34). «Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese» (Jn. 17:4, cursivas añadidas).

Como el don de gracia eterna, Jesús había consumado la salvación, una vez y para siempre,

para todos nosotros.

¡Él lo había hecho todo! No había dejado ninguna profecía sin cumplir, ninguna obra sin terminar, ningún amor sin compartir, ningún padecimiento sin consumar. Había terminado todo lo que el Padre le había mandado hacer. Luego, descansó. Pero, como en Génesis 2, después de la creación, Jesús no experimentó un descanso de hastío, sino de satisfacción. Había completado la salvación, nunca más serían necesarios los sacrificios. Nunca más se necesitaría llevar a cabo rituales. Nunca más se requeriría esfuerzo humano. Como el don de gracia eterna, Jesús había consumado la salvación, una vez y para siempre, para todos nosotros.

La majestad deL controL

Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, EN TuS MaNoS ENCoMIENDo MI ESPíRITu. Y habiendo dicho esto, expiró (Lc. 23:46, mayúscula añadida).

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Observa la serenidad real de Cristo. Él había hecho lo que dijo. Había pagado por el pecado. Había asegurado la redención. Se había convertido en el rescate del sufrimiento y de la muerte, todo «por el gozo puesto delante de él» (He. 12:2). Lo único que le quedaba era morir para finalizar Su misión. Pero, incluso en ese momento, Él estaba en control.

Considera cuidadosamente cómo Jesús se dirige al Dios de los cielos durante estas seis horas de sufrimiento en la cruz. Al principio de la crucifixión, recurrió a Su Padre en busca de perdón para los pecadores. Al instante, cargó con todos los pecados del mundo, y clamó: «¡Dios mío!», con un grito de abandono. Una vez que completó la obra, nuevamente exclamó: «¡Padre!». Misión cumplida. Relación restaurada.

Jesús entregó Su espíritu al Padre exactamente a las tres, a la hora del sacrificio de la tarde; totalmente consciente

de todo lo que debía ocurrir. Después, murió. Sin embargo, ninguno de los Evangelios dice que murió. Él cumplió Sus palabras en cuanto a Su propósito de manera simple, pura y poderosa; palabras que mostraron completamente Su control cuando dijo:

Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar, nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre (Jn. 10:17-18).Siempre sumiso al amor

del Padre y siempre obediente a Su voluntad, al final, Jesús encomendó Su espíritu a Él y murió. El letrista Thomas Kelly escribió:

De gloria coronado estáel Rey y Vencedor

que hubo un día de llevarcorona de dolor.

No habrá más digno ni alto honor

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que el cielo pueda dar,que el que a Jesús

correspondió,eterno Rey de paz.

todo por La cruz

Crecí asistiendo a la iglesia. Mi familia iba todos los

domingos; me sentaba quieto (casi siempre) con mis hermanos y escuchábamos cosas que no entendíamos. Sin embargo, en todos esos años, no recuerdo haber oído que explicaran el mensaje de Cristo. Nunca escuché el evangelio. La Navidad significaba recibir regalos y la Pascua era un misterio; ninguna de estas fechas tenía un impacto espiritual en mi vida.

A medida que crecí, me aparté de esas tradiciones de cristianismo institucional y cultural, y me alejé mucho de los lazos de la religión, la cual consideraba increíblemente

vacía y desprovista de significado, de poder o de vida. Me gradué de la secundaria y cambié de iglesias buscando respuestas y no encontrando ninguna.

Más tarde, en 1972, ocurrió algo que cambiaría el rumbo de mi vida. Trabajaba para una compañía de gasolina en West virginia, en los Estados Unidos, en un equipo de investigación encargado de inspeccionar las tuberías, la condición de los pozos y varios proyectos más de ingeniería civil. En un día frío de enero, estaba previsto que lleváramos a cabo la investigación de un «orificio de desarenado» donde los ingenieros perforarían para buscar carbón, que sería utilizado en el experimento para lograr la gasificación de dicho material. La investigación necesitaba partir de un punto de referencia gubernamental estadounidense para estar seguros de empezar a una altura correcta. Dicho punto se encontraba en el empalme

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de un puente ferroviario sobre el lecho de un arroyo seco cerca de fort Gay, en ese mismo estado. Tuve que subir al puente, puesto que era el de menor categoría del grupo, mientras mis colegas disfrutaban del calor dentro del auto. Una vez allí, encontré fácilmente el punto de referencia implantado en el cemento del empalme. Fue entonces cuando «eso» pasó.

El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente

para con nosotros, no queriendo que

ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.

—2 Pedro 3:9

No recuerdo claramente cómo ocurrió, pero los reportes de las noticias indicaron que, ese día, los vientos estaban soplando a más de 110 km por hora. Así que, todos estos años he asumido que una ráfaga de viento salió bramando desde la hondonada detrás de mí y me derribó del puente. Reboté contra el empalme que, momentos antes, estaba investigando cuidadosamente y aterricé sobre mi cuello en el lecho del arroyo seco, aproximadamente doce metros más abajo. Mis compañeros me cargaron desde la quebrada y me llevaron al hospital en Huntington donde pasé la semana siguiente en tracción, lo que dio lugar a tres meses de licencia por incapacidad.

Durante mi hospitalización, estaba en una sala con cuatro camas, y el hombre que yacía a mi lado era viejo y se encontraba en malas condiciones. Un día, cuando su esposa lo estaba visitando,

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pude escucharlos susurrar y llorar. Supuse que acababan de recibir malas noticias de los doctores y que estaban sufriendo por eso. ¡Estaba tan equivocado! Al finalizar el horario de visitas, la esposa comenzó a salir, pero se detuvo a la cabecera de mi cama. Me miró, y pude ver las lágrimas en sus ojos cuando dijo: «Mi esposo me acaba de contar lo que le ha pasado. Creemos que Dios le concedió la vida porque desea utilizarlo. Estuvimos orando por usted y continuaremos haciéndolo».

Nunca habría considerado algo así, pero estar acostado en una cama de hospital con tracción en el cuello me dio mucho tiempo para pensar. En los meses siguientes, mi búsqueda me llevó a una iglesia diferente, a una que enseñaba la Biblia; a otro empleo, con un compañero creyente que me animó en las cosas de Cristo; y a un destino diferente. Nunca imaginé que mi viaje terminaría en una universidad cristiana. Allí, en

un culto, un 12 de octubre de 1973, escuché la explicación del evangelio y acepté al Cristo de la cruz como mi Salvador. Él había conquistado mi corazón con Su gracia y me convertí en Su seguidor.

Pero es Cristo y Su amor poderoso lo que ha dado a

mi vida el significado y la trascendencia que nunca tuvo. Todo por la cruz. Todo porque, en

Su majestad, Él vino para ser

mi Salvador.

A menudo, he mirado atrás al sendero de mi vida y reflexionado sobre la frivolidad de la religión. Pero eso ha sido reemplazado por la plenitud del calvario. He pensado en la querida pareja de aquel

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hospital que oró por mí, y en su bondad y preocupación. No obstante, eso parece pequeño al lado de la compasión del calvario. He considerado a ese compañero que gentil y pacientemente me empujó en dirección a las cosas de la fe. Sin embargo, eso está casi olvidado ante la paciencia y la bondad amorosa del Dios santo que miró mis pecados y envió a Su Hijo a morir en la cruz porque no quería «que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 P. 3:9). Ahora, más de 30 años después, valoro profundamente a todos aquellos que me señalaron el camino. Pero es Cristo y Su amor poderoso lo que ha dado a mi vida el significado y la trascendencia que nunca tuvo. Todo por la cruz. Todo porque, en Su majestad, Él vino para ser mi Salvador. El letrista lo expresó bien cuando preguntó:

¿Hay maravilla cual su amor?¡Morir por mí con tal dolor!

Este librito fue extraído de The Path of His Passion (La senda de Su pasión), de Bill Crowder, publicado por Discovery House Publishers. Bill, que pasó 20 años en el ministerio pastoral, ahora es el director de publicaciones de Ministerios RBC. Él y su esposa Marlene tienen cinco hijos.

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