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_____________________________________________________________ Rosenberg, Arturo - Historia de la República Romana - 1 HISTORIA BREVE ARTURO ROSENBERG HISTORIA DE LA REPÚBLICA ROMANA Traducción del alemán por MARGARITA NEKEN Revista de Occidente Avenida Pi y Margall, 7 Madrid

Historia de Roma...Rosenberg, Arturo - Historia de la República Romana - 6 un idioma distinto del latín y del volsco. Los oscos cons-tituían una nación apta para la cultura, y

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_____________________________________________________________Rosenberg, Arturo - Historia de la República Romana - 1

H I S T O R I A B R E V E

ARTURO ROSENBERG

HISTORIA DE LAREPÚBLICA ROMANA

Traducción del alemán por

MARGARITA NEKEN

Revista de OccidenteAvenida Pi y Margall, 7

Madrid

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_________________C opyr ig ht byRevista de OccidenteM a d r i d . 1 9 2 6__________________

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El autor de este librito, Arturo Rosenberg, es hoy unade las primeras autoridades en historia de Roma. Profesoren la Universidad de Berlin, ha cimentado sólidamente sufama de historiador con su admirable libro “Introducción yestudio de las fuentes para la historia romana”.

En la breve Historia de la República romana que publi-camos encontrará el lector una visión luminosa del desa-rrollo que siguió la historia de Roma en los tiempos ante-riores al Imperio y de las causas que la determinaron.

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PRÓLOGO

Me propongo en este librito reunir, en forma muy ceñida, loshechos principales de la historia de la República romana. Espero que apesar de su brevedad, contenga todo lo esencial. El lector erudito, sinembargo, echará de menos muchas cosas; pero de haber profundizadomás en los problemas económicos y sociales, (1) como en los referentesa la historia del ejército y de las provincias romanas, hubiera rebasadolos límites de esta obra. Antes al contrario, consideraré que mi libro hallenado precisamente su finalidad, si el estudio de este bosquejo im-pulsa al lector a ocuparse más detenidamente de la historia romana.

La naturaleza de un libro de esta índole implica por fuerza el queel autor exprese, concisa y directamente, su opinión acerca de todoslos problemas. Hubíérame, desde luego, gustado fundar metódica-mente los juicios expuestos sobre los hechos fundamentales de la his-toria romana. Me refiero especialmente al estudio de la actuación lle-vada a cabo por los jefes del partido popular democrático, en los últi-mos tiempos de la República, al concepto de la nobleza, a las manifes-taciones sobre la democracia campesina romana y, en general, sobrelas relaciones de las diversas clases en Roma. Pero no puedo decirtodavía cuándo me será dado ocuparme metódica y dilatadamente deestos temas, y ni siquiera si podré hacerlo algún día.

ARTURO ROSENBERG.

Berlín, Marzo 1921.

1 Véase a este respecto: Block, Soziale Kámpfe im alten Rom (Lasluchas sociales en la antigua Roma), 1920, 4.a edic.

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ILOS COMIENZOS DE ROMA

ACTUALMENTE, Italia forma un Estado nacional per-fectamente homogéneo. No así en la antigüedad. Poraquel tiempo la península de los Apeninos hallábase ocu-pada por una confusión de pueblos, tan abigarrada como laque hoy existe en los Balkanes. La fusión en una gran na-ción latina de todos aquellos pequeños pueblos es obra dela República romana.

El pueblo al que pertenecía la ciudad de Roma era el delos latinos, y por esto acostumbramos a llamar latín a lalengua de este pueblo. Al principio, los latinos poseían tansólo un reducido territorio en el centro de Italia, al Sur y alEste del Tíber inferior, o sea en la actual campiña romana.El viajero que hoy va en ferrocarril de Roma a Nápoles,cruza un vasto territorio de montañas. Ahí se encontrabanlos vecinos meridionales de los latinos, los volscos, gentesvigorosas e inquietas, amigas de saquear las tierras de susvecinos. El idioma de los volscos y el latín son afines entresí; pero esta relación es parecida a la que existe entre elalemán y el sueco; es decir, que el romano no entendía alos volscos, como nosotros tampoco entendemos apenas lopoco que nos ha llegado del idioma volsco. Al Sur de Italiaencontrábase una tercera nación, los oscos, harto mayorque la de los latinos y los volscos. Habitaban aquéllos lafertílísima llanura de Campania, en torno a Capua; luegopasaron a los Abruzos, y finalmente, al Sur, a las actualesBasilicata y Calabria. Todo este amplio territorio hablaba

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un idioma distinto del latín y del volsco. Los oscos cons-tituían una nación apta para la cultura, y que aprendiómucho de los griegos. En los siglos V y IV antes de Jesu-cristo, estaban aproximadamente en el mismo estadio decivilización que los latinos. En las montañas de la Italiacentral, al Este y Nordeste de Roma, existían además unamultitud de pueblos pequeños, que poseían cada uno supropio idioma, o por lo menos su propio dialecto. Men-cionarlos todos nos parece superfluo. Citaremos sólo a losumbríos, que han dado nombre a la actual Umbría. Todosestos pueblos e idiomas hallábanse relacionados entre síaproximadamente como hoy día las naciones de origengermánico. Genéricamente llamábanse todos itálicos ensentido estricto (1).

Pero no eran éstos los únicos pueblos de la antigua Ita-lia. Había dos naciones, cuya lengua asemejábase a la ac-tual albánica, los mesapios, en la Apulia actual, y al Norte,en Venecia, los vénetos. Ambos eran pueblos activos y sus-ceptibles de cultura. Conviene nombrar además otras dosnaciones totalmente independientes y sin afinidad ningu-na con las demás, al menos según lo que hasta ahora sa-bemos: los ligures, verdaderos salvajes, que habitaban laLiguria o sea las montañas que rodean a Génova, y losetruscos, instalados en Toscana y muy distintos de aqué-llos. Los etruscos alcanzaron muy pronto el grado másalto de civilización entre todos los itálicos, y ejercieron una

1 Conviene observar , que en la ant igüedad, al hablar de lospueblos que habitaban la península de los Apeninos, decíaseitál icos (lengua itálica), diferenciándose este término del mo-derno de ital ianos (ital iano). Esta di ferencia es muy impor-tante, ya que los ital ianos son un pueblo uno, resultado deldesarrollo histórico, mientras que, por el contrario, la. expre-sión itál icos se aplica a las var ías naciones pequeñas que Roma ahubo de fusionar.

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señaladísima influencia en el desarrollo de Roma. Todosestos pueblos citados ocupaban ya Italia desde los tiemposmás remotos a que alcanza la historia. Pero en la épocahistórica sumáronse a ellos pueblos inmigrantes: al Norte,los galos celtas, que se establecieron desde el año 400 en laLombardía, la Emilia y la Romaña; y al Sur, los griegos,que, a partir del año 700, fundaron en la costa sus colonias.Finalmente, hay que añadir las grandes islas vecinas de lapenínsula. Lo mismo en Sicilia que en Cerdeña y enCórcega existían aborígenes más o menos salvajes, de cu-yos idioma y costumbres poco puede decirse. Históri-camente, el destino de estas islas fué determinado por losinmigrantes, especialmente por los griegos, que ocuparonla mayor parte de Sicilia, y, más tarde, por los fenicios se-mitas, que se establecieron primero al Oeste de esta isla, ypor último en Cerdeña y Córcega. Con este caos de pue-blos formaron los gobernantes y jefes militares romanos lagran potencia de Italia, una y señora del mundo.

La historia de la antigua Italia comienza con la ya citadainmigración griega. Los helenos fundaron muchas ciudades,grandes y pequeñas, en la costa de la actual Calabria.Asimismo, la actual Tarento era una colonia griega, y Ky-me (Cumas), en la costa de Campania, constituía el puestomás avanzado del helenismo. Aunque los naturales delpaís no vieron con gusto el establecimiento de los extran-jeros y su penetración en el interior, no pudieron, sin em-bargo, resistir mucho tiempo a la influencia de la civiliza-ción griega. Pero la importancia del helenismo en Italiatrascendió, con mucho, de las comarcas en que se estable-cieron poblaciones realmente griegas. En Toscana, la anti-gua Etruria, no existía ninguna colonia griega. Pero elheleno se presentó allí en calidad de comerciante, sobre

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todo desde el año 700. Hasta entonces los habitantes delpaís habían sido pastores o campesinos medio salvajes.Pero en cuanto conocieron el modo de vivir de los griegos,realizóse en los etruscos un cambio pasmoso. Aprendie-ron, en primer lugar, a edificar ciudades, y así, junto a lasantiguas aldeas, fueron surgiendo en las alturas de Tos-cana establecimientos urbanos, con su cinturón de pode-rosas murallas, en parte todavía existentes. Los habitantesde las ciudades se dedicaban al comercio o a la navega-ción, o ejercían oficíos, como los griegos. Adoptaron tam-bién la escritura de los extranjeros. Estos progresos, en elterreno económico y espiritual, hubieron, naturalmente,de repercutir hondamente en lo político. Desde los tiem-pos más remotos, los etruscos dividíanse en varias subtri-bus, regidas cada una por un príncipe. Poco a poco cadasubtribu se edificó su capital fortificada, y todos estos can-tones de los etruscos —en número de doce— se fusiona-ron en una liga contra los enemigos del exterior. Peroaunque las ciudades de Toscana alcanzaron, durante lossiglos VII y VI, un rapidísimo florecimiento, la masa prin-cipal de la población siguió viviendo en el campo. Al prin-cipio cada campesino valía tanto como los demás. Pero elaumento de bienestar acarreó la división en clases: de unlado la de los grandes terratenientes, y del otro la de losarrendatarios y jornaleros dependientes de aquéllos. Ycomo suele suceder en tales circunstancias, la dominaciónpolítica pasó a manos de los terratenientes. Entre losetruscos formóse, pues, una orgullosa nobleza de caballe-ros, que muy pronto fué la única en ejercer el oficio de lasarmas. En cambio, la masa de los humildes, de los quedependían de otros, no iba a la guerra. Hacia el año 6oo elpredominio de la nobleza ocasionó una mutación en la

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forma tradicional del Estado. Los caballeros no quisieronya verse sometidos durante toda su vida a un príncipe o aun rey. En la mayor parte de los cantones derrumbaron,pues, la monarquía y la sustituyeron por la república,según el modelo ofrecido por los griegos. De los griegosaprendieron también el uso de limitar el cargo de presi-dente a un año de duración. Cada cantón etrusco estaba,por lo tanto, gobernado por uno de estos presidentes, re-novados de año en año, dictadores, que salían siempre,naturalmente, de la nobleza.

Al Sur del Tíber, el desarrollo de los latinos realizósedel mismo modo que el de los etruscos. Desde muy anti-guo existía un tráfico intenso entre los dos pueblos veci-nos; y los progresos y transformaciones que se verificabanen Toscana, eran imitados más o menos rápidamente en elLacio. También los latinos dividíanse originariamente enun sinnúmero de pequeñas subtribus. Una de éstas estabaformada por los quirites, cuyas aldeas se hallaban situadasen la orilla meridional del Tíber inferior. Cuando los lati-nos aprendieron a edificar ciudades, surgió entre los quí-rites una capital fortificada. Esta ciudad recibió —y ello escaracterístico— un nombre etrusco: Roma. Desde entonces,los habitantes de este cantón denomináronse, bien quíri-tes, según su antiguo nombre, bien, según su ciudad, «elpueblo de Roma». Poco a poco la apelación de romanosllegó a predominar, conservándose la de quirites tan sóloen algunas fórmulas legales. No puede asegurarse exac-tamente la fecha en que se fundó la ciudad de Roma; peroes indudable que creció paulatinamente en el transcursodel siglo VII. Igual que los quirites, los demás cantoneslatinos —que eran unos veinte— fueron construyéndosesus respectivas capitales. Citemos aquí tan sólo a la fa-

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mosa y legendaria Alba Longa, en el lago Albano, y conella a Preneste (Palestrina), a Tusculum (Frascati) y a Tibur(Tívoli). Primeramente, cada cantón latino tenía su rey,que gobernaba de acuerdo con la asamblea de la tribu y elconsejo de los ancianos, o sea el Senado. Pero, de igualmodo que entre los etruscos, formóse entre los latinos unanobleza de terratenientes. Los nobles latinos quisieronemular a sus más ricos compañeros de clase en Toscana.Como éstos, consiguieron poco a poco la dominación polí-tica, y sustituyeron la monarquía por repúblicas aris-tocráticas. Cierto es que en Roma la monarquía duró hastafines del siglo VI, en que cayó vencida por los nobles, lospatricios, como allí se llamaban. Por último, también en elresto del Lacio los reyes fueron sustituídos por presidentesde república, anualmente renovados. Pero, como entre losetruscos, sólo una parte de los cantones elegía anualmenteun dictador, pues en otros Estados la nobleza era hartodesconfiada para someterse durante un año a un solohombre. Elegíanse, pues, anualmente dos presidentes a untiempo, a fin de que uno pudiese vigilar lo que hacía elotro. Llamábaseles «duques» (pretores), porque manda-ban el ejército en la guerra, o simplemente “compañeros”(cónsules). En tiempos normales, la República romana erapresidida por sus dos cónsules; pero cuando el Estado sehallaba en gran peligro, por ejemplo, cuando era precisosostener una guerra muy dura, preferíase obedecer a unmando único. Entonces se nombraba temporalmente undictador. En el siglo V, los cónsules y dictadores eran, inva-riablemente, nobles. También el consejo de los ancianos sehabía transformado poco a poco en una asamblea de lanobleza. Aunque continuaba funcionando la asamblea dela tribu, esta carecía en absoluto de poder. Los nobles eran

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los únicos que manejaban las armas, y la multitud extrañaa la nobleza, los plebeyos, tenían forzosamente que resig-narse. Como detalle característico del orgullo de la no-bleza romana, citaremos la disposición del derecho civilque prohibía el matrimonio entre nobles y gentes de otraclase.

Los quirites eran uno de los cantones del Lacio más po-blados, y muy pronto hicieron sentir su fuerza a sus veci-nos más débiles. Ya en tiempos de la monarquía, Romasojuzgó varias tribus vecinas, llegando incluso los roma-nos en un avance hasta el lago Albano, donde destruyeronla ciudad de Alba Longa. Pero no pudieron pasar más allá,pues los demás cantones latinos, siguiendo el ejemplo delos etruscos, constituyeron una alianza, contra la cual seestrelló el impulso de la nobleza romana. Es más; en el si-glo V, Roma misma entró en la liga de los pueblos latinos.

Mientras tanto, el desenvolvimiento interno de Romacaminaba por vías verdaderamente asombrosas. La ciudadde Roma disfrutaba de una situación privilegiada sobre elTíber inferior. Era la mediadora obligada para el comercioexterior entre todos los pueblos latinos y los etruscos ygriegos. También florecían en Roma industrias con quepoder satisfacer las exigencias de las naciones vecinas. Yasí, Roma, en los siglos VI y V, llegó a ser la ciudad másgrande de la Italia central. Parece ser que tenía aproxima-damente unos 5o.ooo habitantes. Fácil es comprender queen los cantones itálicos el dominio de la nobleza era tantomás sólido cuanto más pequeña era la ciudad. Junto a losnobles nada significaban algunos cientos de obreros. Peroen el Estado romano la situación era muy otra. Aquí lanobleza se las tenía que haber con la vasta población de lacapital. Cierto es que los habitantes de la ciudad, no sien-

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do guerreros, no se hallaban todavía en condiciones dedisputar a los nobles el mando del Estado. Mas consi-guieron que, poco después de la creación de la república,la nobleza gobernante les otorgase una constitución pro-pia. La ciudad de Roma se dividió en cuatro distritos lla-mados tribus, y desde este momento cada distrito eligióanualmente un jefe, el «jefe de distrito de los ciudadanos»o tribuno de la plebe. Estos tribunos regían la administra-ción de la ciudad y, como puede comprenderse, interven-ían siempre que surgía algún conflicto entre un ciudadanoy un noble. Desde luego, no podían hacer nada en contradel cónsul, pues los presidentes de la república, a imita-ción de los etruscos, ejercían un poder terrible sobre loshombres ordinarios. Cuando el cónsul salía, acompañá-banle siempre doce alguaciles con hachas de verdugo yvergajos, y el cónsul mandaba, según se le antojaba, azotaro degollar a los que le negaran obediencia. Los habitantesde la ciudad encontraban todavía cierta protección en sutribuno; pero la gente del campo carecía de ella por com-pleto. La gran masa de los jornaleros y arrendatarios de-pendía en absoluto del terrateniente. Y fue menester unagran catástrofe política para abatir, a principios del sigloIV, el poderío de la nobleza romana.

Ya hemos visto que en el siglo VI los etruscos sobrepa-saban en cultura y bienestar a los demás pueblos itálicos.No es, pues, de extrañar que pretendiesen realizar con-quistas a costa de las tribus vecinas más atrasadas. Losprimeros en sufrir las consecuencias de este afán fueronlos umbríos de las montañas, al Este de la Toscana. Losumbríos hubieron de abandonar poco a poco las fértilescolinas, refugiándose en las áridas alturas. Hacia el año5oo la nobleza etrusca cruzó los desfiladeros de los Ape-

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ninos, en dirección al Nordeste. La fértil Romaña fue, asi-mismo, arrebatada a los aborígenes umbríos y ocupadapor los etruscos, que avanzaron luego hacia el Norte, atra-vesaron el Po y penetraron en la Lombardía.

Por doquiera se establecieron los nobles etruscos y sur-gieron castillos etruscos. Al Sur de Toscana, los romanoslograron detener las conquistas de los etruscos; pero laregión latina, al Norte del Tíber, cayó bajo el poder ex-tranjero. Los etruscos pasaron con sus buques por delantedel Lacio, desembarcaron en Campania, sometieron a losindígenas y fundaron la ciudad de Capua. Como es natu-ral, aquí hubieron de sostener la lucha con los colonosgriegos. Cumas, la avanzada helénica, logró mantenerse, apesar de los rudos ataques, gracias a la ayuda que losgriegos de Sicilia prestaron a sus compatriotas. De todassuertes, hacía el año 450, la dominación etrusca se ex-tendía por Italia, desde los Alpes hasta el Vesubio, siendotambién en este sentido los etruscos el ejemplo que mástarde habían de imitar los romanos. Mas, pese a su es-plendor externo, la potencia de los etruscos, a la larga, nopudo mantenerse. La antigua Toscana, muy poco poblada,no podía proporcionar sino un número de emigrantesdemasiado exiguo. Los etruscos no pudieron, por lo tanto,establecer en los territorios conquistados sino una capasuperficial de nobles y ciudadanos, y su poderío se de-rrumbó tan pronto como se presentó a las puertas de Italiaun enemigo más fuerte y superior en número.

Este enemigo eran los galos, los habitantes de la Franciaactual. Hablaban una lengua celta. Por aquel tiempo elidioma céltico ocupaba gran parte de Europa; hoy sólo sehabla céltico en Gales, Irlanda y Bretaña. En aquella épocalas tribus galas eran salvajes y medio nómadas. No vacila-

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ban en abandonar su patria, cuando esperaban encontraren cualquier otro punto terrenos fértiles y buen botín. Yasí fué como hacia fines del siglo V las hordas galas, com-puestas de varios miles de guerreros, atravesaron los des-filaderos de los Alpes e irrumpieron en el Norte de Italia.Los ejércitos formados por los nobles etruscos eran muyinferiores en número a estos nuevos enemigos; la Lom-bardía y la Romaña no tardaron en caer en poder de losgalos. Grandes trabajos y duro esfuerzo hubieron de llevara cabo los etruscos para defender la propia Toscana. Apro-ximadamente hacia la misma época derrumbóse tambiénla dominación etrusca en el Sur de Italia. Los aborígenesdel país, los oscos, habían crecido poco a poco en podermilitar y político, y en cuanto se percataron de su fuerza,arrojaron de la Campania a los etruscos y se apoderaronde Capua. Poco después los griegos de Cumas sucumbían,a su vez, a los oscos. Los oscos de Campania formaronentonces unos cuantos cantones independientes, de loscuales fué Capua el más poderoso. Los demás oscos de laItalia meridional formaron tres confederaciones de Esta-dos: la confederación de los samnitas, en los Abruzos; alSur de éstos, los lucanos, y en la Calabria actual, los bru-zianos.

La nobleza romana quiso, asimismo, aprovechar la difí-cil situación del pueblo etrusco para asestarle un durogolpe. La ciudad etrusca más próxima a Roma, al Sur deToscana, era Veyas. Los romanos y los veyanos habíansostenido luchas frecuentes. Mientras los demás Estadosconfederados etruscos apoyaron a los veyanos, los roma-nos llevaron la peor parte. Pero ahora que cada comuni-dad etrusca luchaba independientemente, era el momentode intentar un ataque decisivo. Hacia 395, Veyas fue con-

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quistada y destruida. La extensa región ocupada por losveyanos se convirtió en romana. Tuvo esta conquista unagran importancia, pues triplicó el territorio del Estado ro-mano, que pasó así de 1.ooo kilómetros cuadrados a 3.ooo,alcanzando su población un número de 25o.ooo habitan-tes. Por otra parte, los romanos consiguieron fácilmenteasimilarse los terrenos conquistados, porque los labrado-res de la región veyana eran, en su mayor parte, de razalatina. Bastó, pues, con eliminar a los nobles etruscos, paraque el país se latinizase por completo.

Mas, pocos años después, fue vengada Veyas por lospeores enemigos de los etruscos, o sea por los galos. En387 una horda gala, que llevaba algún tiempo recorriendola Toscana, encaminóse hacia el Lacio en busca de botín. Elejército de los nobles romanos ofreció batalla al enemigojunto al río Alia; pero sufrió la misma suerte que la no-bleza etrusca. Fue completamente vencido por la infan-tería gala, muy superior en número. La mayor parte de losnobles romanos fueron muertos. La horda gala dirigióseentonces contra la misma Roma. A causa del pánico gene-ral, no pudo organizarse la defensa de la ciudad. La pobla-ción huyó, y los galos penetraron en Roma. Sólo conserva-ron los romanos la escarpada altura del Capitolio. Porúltimo, no hubo más remedio que ofrecer a los galos unacrecida suma de dinero para que se retiraran. La hordacon que había tenido que habérselas Roma no era una po-tencia política regular, que hiciera la guerra con fines deconquista, sino simplemente una enorme cuadrilla debandidos, que robaba cuanto podía. Los galos no sentíanningún afán por establecerse definitivamente en Toscana oen el Lacio.

La batalla de Alia fue el Jena del Estado aristocrático

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romano. Habiendo perdido a tantos de los suyos, la no-bleza romana no se hallaba ya en condiciones de hacerfrente a las pretensiones de los ciudadanos y campesinos,que reclamaban la igualdad política. Sobre todo, quedópatente que el pequeño ejército de los caballeros no res-pondía ya a las exigencias de la época. Al tornar los galos,fue preciso oponerles una buena infantería, que se obtuvoreclutando ciudadanos y campesinos, a quienes en pagode los grandes servicios prestados al Estado, se les otorga-ron derechos políticos. Desde el siglo IV, Roma pudoequipar, en cada guerra, cuatro legiones (divisiones). Cadalegión comprendía 3.ooo infantes con armas pesadas, quecombatían con espada, lanza y escudo, y otros 1.2oo lige-ros, armados sólo con venablos o con hondas, y, final-mente, 3oo jinetes. Esto hace un conjunto de 12.ooo hom-bres de infantería pesada, 4.8oo de infantería ligera y 1.2oosoldados de caballería. Hoy este ejército sería, natural-mente, muy exiguo. Pero en la antigüedad significaba unafuerza temible. Como punto de comparación, baste recor-dar que la Atenas de Demóstenes, esto es, una gran poten-cia griega del siglo IV, disponía tan sólo de un ejército deciudadanos integrado por 6.ooo hombres de infanteríapesada. Pero, además, aquellas cuatro legiones de Romano eran sino una primera leva, apoyada por importantesreservas.

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IILA UNIFICACIÓN DE ITALIA

LA nueva Roma, convenientemente robustecida, inició,pues, una política de conquista, cuyos resultados fueronverdaderamente admirables. Los primeros motivos queimpulsaron a los romanos a la conquista fueron las cir-cunstancias de su población. El Lacio era con mucho laparte más intensamente poblada de toda Italia.

Mientras en el resto de la península vivían por términomedio veinte hombres por kilómetro cuadrado, en el Laciovivían hasta cien. El problema principal del gobernanteromano y latino fue por tanto el hallar un sitio donde alo-jar a la población sobrante. Por regla general, los habi-tantes del Lacio dedicábanse entonces a la agricultura o alos oficios. No existía una gran industria que hubiera po-dido ocupar a los que carecían de trabajo. La emigraciónera, pues, el único remedio. Los latinos precipitáronse so-bre sus vecinos, les arrebataron todo el terreno que pu-dieron y fundaron en él nuevos pueblos y ciudades. Lasregiones meridionales ofrecíanse particularmente propi-cias a esta emigración de los latinos; pues los volscos se-misalvajes las tenían muy poco pobladas. Ya en el año 5oola confederación latina había arrebatado a los volscos laparte Norte de su territorio, arrojando de ella a sus habi-tantes y estableciendo a latinos en su lugar. Estos colonoslatinos, por lo regular, formaban pequeños Estados. Cadadistrito se edificaba una capital fortificada, que venía a serel centro del nuevo cantón. De esta manera nacieron lascolonias latinas, que más tarde hubieron de formar parte de

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la gran confederación latina, como independientes miem-bros de ella. A partir del siglo IV, Roma es la cabeza deesta colonización. Necesitaba el nuevo territorio del Surpara sus propios nacionales. Pero entre Roma y el país delos volscos hallábanse los demás pequeños Estados delLacio. Así, pues, Roma tenía primero que adueñarse delLacio antes de poder extenderse hacia el Sur. Tras luchascruentas logró Roma dominar a todos los pequeños Esta-dos latinos, a quienes superaba con mucho en poder, des-de su nueva organización.

Los latinos fueron tratados por Roma con una magna-nimidad que desdecía de las costumbres antiguas. No sólono destruyó Roma las 30 ciudades vencidas ni las avasalló,sino qué les otorgó el derecho de ciudadanía. Los habi-tantes del pequeño Estado de Túsculum, por ejemplo, ten-ían ahora todos los derechos de los romanos. Tenían dere-cho de tomar parte en las elecciones romanas, e inclusopodían llegar a ser cónsules en Roma. Servían en el ejérci-to romano, pero sin perder por ello su propia admi-nistración. El pequeño Estado de Túsculum seguía, pues,viviendo, pudiérase decir, como un municipio o un dis-trito urbano. Igual que antes, los tusculanos eligen suspresidentes. Pero éstos ya no intervienen para nada en lagran política; su cargo se limita a las tareas ordinarias delos alcaldes. A su lado ejercen la administración el consejoy la asamblea de los ciudadanos. Las atribuciones de estasadministraciones locales de las ciudades integradas porciudadanos romanos, eran muy amplias. No sólo ordena-ban las edificaciones, conducciones de agua, etc., sino queen sus manos estaba también la policía y hasta casi toda lajusticia. El Estado no intervenía en los asuntos de las ciu-dades sino cuando era absolutamente indispensable. Los

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pueblos que anteriormente habían pertenecido al pequeñoEstado de Túsculum, seguían unidos al municipio deTúsculum; por lo tanto los campesinos acudían a Túscu-lum para las elecciones de alcaldes, y se hallaban sometidosa los magistrados municipales. Gracias a este sistema, tansencillo corno admirable, pudieron los romanos anexio-narse uno tras otro todos los cantones, consiguiendo quelos antiguos enemigos de Roma, al cabo de algunas gene-raciones, se convirtiesen en cuerpo y alma en ciudadanosromanos.

Así fue como en el transcurso del siglo V, absorbió Ro-ma a todo el Lacio. Sólo Tibur y Prenesta, cantones endonde era fortísimo el espíritu particularista, siguieronsiendo repúblicas independientes, aunque aliadas de Ro-ma. Juntamente con esta fusión de los latinos, realizábaseen los pueblos vecinos del Sur una grandiosa colonización.Pero aquí hubo Roma de proceder con implacable durezapara abrir camino a la nación latina. Regiones enteras fue-ron arrasadas y luego ocupadas por romanos. Los volscosfueron los más castigados. Desaparecieron casi por com-pleto del orbe los pequeños pueblos de los ecuos y los au-runcos. En las tierras conquistadas se fundaron aldeas deciudadanos romanos, sometidas regularmente al gobiernode Roma. Otras veces se construyeron nuevas ciudadesfortificadas, que después, casi siempre, no se convertíanen municipios de ciudadanos romanos, sino en pequeñasrepúblicas independientes, que gobernaban, además, lacomarca circundante. Estas fundaciones Ilamáronse colo-nias latinas. Así, pues, cuando algún romano pobre se tras-ladaba a una de estas colonias, por ejemplo, Fregellas,perdía su derecho de ciudadanía romana y se convertía enciudadano de la república de Fregellas. Es verdad que es-

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tas nuevas repúblicas latinas estaban ligadas a su metró-poli, o sea a Roma, por alianza eterna. Eran como lasavanzadas de la nación latina en el suelo recién conquista-do. Este proceso estaba, en esencia, terminado hacia el año330.

El pueblo latino había roto las ligaduras que le habíansido impuestas por sus primitivos estrechos límites. Elterritorio del Estado latino-romano se extendía desde laToscana meridional hasta la Campania. Sus habitanteseran en su mayoría ciudadanos romanos: 1.0 , en Roma lacapital; 2.0, en las aldeas de ciudadanos; 3.°, en esos dis-tritos autónomos, antes descritos, y llamados municipios.Luego venían las pequeñas repúblicas aliadas, de nacio-nalidad latina, la mayor parte de ellas recién creadas porRoma; y finalmente, a modo de reservas dentro del territo-rio de habla latina, los vestigios de los aborígenes someti-dos. Roma era ya la primera potencia de Italia. Pero susgobernantes perseguían lógicamente el anhelo de crearuna gran potencia centro-italiana. Poco a poco Roma sehabía extendido hacía el Sur, hasta la Campania, en-contrándose así fronteriza del poderoso cantón osco deCapua. Tenía entonces Capua más de 15o.ooo habitantes.Los gobernantes romanos concibieron la idea original defusionarse con Capua, y Capua aceptó.

Conservó, naturalmente, su completa autonomía, consus presidentes propios y su idioma oficial propio, que erael osco. Mas para el extranjero, los de Capua eran ahoraromanos; servían en el ejército romano, y disfrutaban en elderecho privado de todas las ventajas de un ciudadanoromano. Faltábales tan sólo el derecho a votar en la asam-blea nacional romana. Parece ser que los motivos que mo-vieron a tan extraña fusión, fueron principalmente de or-

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den económico: los agricultores de la Campania encon-traban un mercado seguro para sus productos en el terri-torio del Estado romano, y en cambio los productos de laindustria romana hallaban mercado en Capua. Esta expli-cación se confirma por el hecho de que Roma-Capua seapresuró a acuñar una moneda común. En 312 cons-truyóse la vía grandiosa que, partiendo de Roma, cruzabatodo el país latino y conducía a Capua: la Vía Appia.

Estas vías romanas tuvieron en la antigüedad los mis-mos efectos que en la época actual los ferrocarriles: inten-sificaron el tráfico, abrieron provincias nuevas y sirvieronpara los fines militares. Aproximadamente en la mismaépoca en que se verificó la unión con Capua, incorporóse aRoma, con arreglo a las mismas bases, un gran cantónetrusco meridional, el de Caere, la ciudad etrusca más im-portante por su comercio y su tráfico de importación.También aquí son notorios los motivos económicos a queobedeció la fusión. Así es como llegó a ser un estado sinigual en el mundo de entonces. Tres idiomas oficiales co-existían amigablemente: el latín, en la región principal; elosco, en Capua, y el etrusco, en Caere. Mas a pesar de laabsoluta uniformidad exterior, cada una de estas partestenía interiormente su gobierno propio. Por aquel enton-ces el Estado romano comprendía ya unos 16o.ooo ciuda-danos, es decir, hombres mayores de diecisiete años, comoespecifica la estadística antigua. El número de habitanteslibres en el territorio del Estado ascendía en total a más de6oo.ooo hombres. En toda la Italia central y meridional,desde los Apeninos hasta el estrecho de Mesina, no habíaentonces sino 3.ooo.ooo de habitantes libres, y unos cuan-tos cientos de miles de esclavos. La densidad de la pobla-ción en la antigua Italia era extraordinariamente pequeña,

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en comparación con la de hoy día. En caso de necesidadpodía Roma, aun sin contar con sus aliados, equipar unejército de 1oo.ooo ciudadanos; y no había entonces enItalia Estado ni confederación de Estados que pudiese, nicon mucho, equiparársele en fuerza. He aquí a lo que hab-ía conducido aquella sabía política de fusión y de coloni-zación.

Sin duda, los estadistas romanos de aquella época nopensaban realizar mayores conquistas. Habían creado ungran Estado militar, económico y geográfico, que se ex-tendía a lo largo de la costa occidental de Italia, desde laToscana hasta la Campania. Una unión general de todaItalia, era todavía un proyecto fantástico, extraño al hori-zonte de la política romana. Fueron las circunstancias lasque obligaron a los romanos a nuevas guerras y a nuevasconquistas.

El segundo estado de la Italia de aquella época era el delos samnitas, la confederación osca a espaldas de la Cam-pania, en los Abruzos. Los samnitas disponían entonces deunos 1o.ooo hombres adultos. Les hubiera agradado apo-derarse de la fértil Campania. Y cuando los romanos se es-tablecieron en ella, los samnitas les atacaron en seguida.La guerra duró desde el año 328 hasta el 3o4. Ninguna delas dos partes tenía preparación militar suficiente paraterminar la guerra con rápidas batallas decisivas. Todo seredujo a expediciones de pillaje y asedios. El desenlacevino porque los romanos consiguieron coger al enemigopor la espalda. En Apulia, Roma entabló relaciones con losmesapios, que se sentían amenazados por los samnitas; yen la frontera del Samnium y de Apulia fue establecida lafortaleza y república latina de Luceria. Esto era clavar enel cuerpo de los samnitas una flecha mortal. Los samnitas

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no podían ya dirigir todas sus fuerzas contra Campania,pues estaban amenazados a su espalda por la guarniciónde Luceria. En 304 se hizo la paz, conservando los roma-nos todo lo que habían ocupado. La fundación de Luceriafue un hecho verdaderamente trascendental. Por primeravez trasponía Roma el dominio de la política puramentecentro-italica. Pero muy pronto hubo de probar su poten-cia en nuevas y duras luchas. Los demás Estados de Italiacreyeron, no sin razón, que ese ejército romano tan pode-roso amenazaba su propia existencia. Formaron entoncesuna gran coalición antirromana. A los samnitas uniéronsesus vecinos meridionales y parientes de tribu, los lucanos,y también la confederación etrusca, a la que Roma habíaarrebatado ya Veyas y Caere, y que temía nuevos ataques.Los aliados reclutaron además varios millares de guerre-ros galos para luchar contra Roma. En esta guerra, con lacoalición de todos los itálicos (298 a 290), la situación deRoma no fue ya tan segura, pues todos los enemigos jun-tos eran superiores en número a los romanos. Pero Romaocupaba la línea interior y supo aprovechar hábilmenteesta ventaja. La victoria de 295, cerca de Sentinum (enUmbría), arrojó a los galos de la Italia central. Desde labatalla del Alía, los tiempos habían cambiado mucho y lainfantería romana, ya disciplinada y probada, no tenía porqué temer a las hordas galas. Los demás enemigos fueronigualmente obligados a aceptar la paz, por medio de enér-gicas invasiones en sus territorios. A fin de paralizar defi-nitivamente a los samnitas, estableció Roma una nuevaplaza fuerte latina al sur de Luceria: Venustia.

Los gobernantes romanos comprendieron que eran ne-cesarias otras medidas para evitar el retorno de este peli-gro. Obraron de nuevo con grandiosa sencillez. Al Nor-

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deste del Lacio vivía en fértiles colinas el pueblo de lossabinos. Su territorio, muy poblado, tenía pocos habitantesmenos que el Samnium. Asegura la opinión dominanteque los sabinos eran parientes de los oscos. Pero nada nosautoriza a creerlo. Antes al contrario, hay muchos motivospara suponer que los sabinos hablaban un dialecto afín alde los latinos. De ser esto exacto, los acontecimientos quea continuación vamos a exponer resultan harto más com-prensibles. Los sabinos habían permanecido hasta enton-ces alejados de la política itálica y su organización políticay militar era muy débil, no obstante lo crecido de su nú-mero. Los romanos supieron aprovecharse de ello. En elaño 290, el ejército romano penetró en el país de los sabi-nos y lo ocupó, otorgando inmediatamente a todos lossabinos el derecho de ciudadanía romana. Tan atrevidorasgo tuvo bonísimas consecuencias. A los sabinos lesagradaba sentirse amparados por el Estado romano, tanpoderoso como liberal. No tardaron en ser romanos encuerpo y alma, tan buenos romanos corno las gentes de laCampania.

El número de ciudadanos romanos creció de este modohasta 25o.ooo; o sea que Roma era ya lo bastante fuertepara resistir a cualquier coalición de los itálicos. Pero laanexión del país sabino cambió totalmente la figura ge-ográfica del territorio del Estado romano, y planteó nue-vos problemas a su política. Hasta ese momento, Roma sehabía extendido principalmente a lo largo de la costa occi-dental de Italia. Después de la conquista del país sabino, elEstado romano adentróse profundamente en el interior dela Italia central, aproximándose al Adria; es decir, a la cos-ta oriental. Esto despertó en los romanos el anhelo deabrirse paso hasta el mar Adriático. Aconsejábanlo, en

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primer lugar, motivos económicos, pues de este modoquedaba en manos de Roma toda la vida comercial, quecruzaba la península e iba del mar Oriental al mar Occi-dental; pero había también una razón militar tan impor-tante por lo menos como la económica; al otro lado de losApeninos vivían los galos, cuyas incursiones constantes enla Italia central podrían impedirse mucho más fácilmenteestableciéndose los romanos en la parte superior de la cos-ta adriática, en los flancos de los galos.

Hacia el año 285, invadieron los romanos el territorio dePicenum. Los habitantes de ese país no habían cometidootro crimen que el de habitar la región situada entre elpaís de los sabinos. Picenum fue sometido; parte de sushabitantes fueron expulsados y sustituidos por colonos.Los romanos siguieron en dirección al Norte. Atacaron alos galos en su propio territorio y destruyeron en la Ro-maña la tribu gala de los senones, estableciendo luego allínuevas colonias latinas, especialmente la gran fortaleza deAriminum (Rimini). Esta penetración de los ro manos enel Adria tuvo consecuencias muy importantes: con ellacreóse una defensa robustísima contra el peligro galo, a lavez que se dió el primer paso para la latinización de lasllanuras del Norte de la península.

Estos acontecimientos, que se desarrollaron entre losaños 300 y 280, hicieron nacer poco a poco en la mente delos gobernantes romanos la idea de una posible unifica-ción de Italia, desde los Apeninos hasta el estrecho de Me-sina. El territorio nacional latino y romano extendíase yaen amplias zonas desde las bocas del Tíber hasta la Roma-ña. Los etruscos y umbríos habían sido cercados por Romaa ambos lados, por el Sur y por el Este, y forzados a entraren la confederación romana. Lo mismo les había sucedido

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a los pequeños cantones de las montañas en la Italia cen-tral, situados al Norte del Samnium; es decir, a los marsos,los pelignos, los vestinos, etc. Hacia el Sur, el territorioromano se extendía a lo largo de la costa occidental de lapenínsula hasta la Campania, y al otro lado de los Abru-zos hallábanse las nuevas repúblicas latinas de Luceria yVenusia. Los samnitas, atenazados por dos lados, se vie-ron obligados a convertirse en aliados de Roma. Los luca-nos, después de la última guerra, sufrieron la misma suer-te, y la antigua alianza entre Roma y Apulia permaneciófirme.

Para la completa unificación de Italia como Estadoconfederado dentro de las fronteras antes citadas, falta-ban, pues, tan sólo las ciudades griegas del Sur, así comolos brutianos de Calabria. Poco había de tardar Roma enintentar llenar este hueco de su sistema. Buscó y encontróun conflicto con la mayor de las ciudades griegas de Italia,con Tarento; pero de aquí se derivó una guerra que porpoco hace fracasar todos los planes de la política romana.

Hacia mediados del siglo IV, el rey Filipo de Macedoniahabía fusionado la nación griega de la metrópoli. Apoya-dos por el ejército macedonio, los griegos, bajo el reinadode Alejandro, habían conquistado todo el Oriente. Du-rante las últimas generaciones habían ido surgiendo variospoderosos Estados coloniales griegos, de los que tratare-mos más adelante. En cambio, los griegos de Occidente, enSicilia y el Sur de Italia, no habían sido rozados por estaevolución. Su número, su prosperidad y su cultura loshacían muy superiores a sus enemigos los semitas de Sici-lia, y las tribus de Italia; mas para ejercer esa superioridadhubiera sido precisa la unión, y, como casi siempre su-cedía entre los griegos, ésta era imposible. Sin duda, mien-

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tras los príncipes de Siracusa, aquellos hombres ex-cepcionales llamados Dionisio y Agatocles, mantuvieronunido el helenismo occidental, fueron los griegos superio-res a todos sus enemigos. Pero a la muerte del rey Agato-cles, acaecida en 289, volvió a reinar el antiguo y acos-tumbrado caos. Los cartagineses semitas amenazaron a losgriegos de Sicilia, y Roma a los griegos de Italia. Y asíhubieron estos últimos de solicitar la ayuda de la metró-poli para que el ejército macedónico defendiese a los grie-gos de Occidente igual que a los de Oriente. El ejército ma-cedónico había demostrado en innumerables batallas seren aquel tiempo el primero del mundo y sus generales losmás peritos en el arte de la guerra. Su infantería, la lla-mada falange, formaba un cuadro compacto, erizado delanzas y en absoluto irrompible, y su caballería había re-chazado hasta entonces victoriosamente a todos los ene-migos. Los griegos occidentales no se dirigieron al mismorey de Macedonia, sino a otro que podía prestarles idén-tico servicio: al rey Pirro de Epiro. Los epirotas, pequeñatribu occidental vecina de los mace opios en el mar Adriá-tico, eran hermanos en nacionalidad y constitución militarde los macedonios. El propio Pirro era un aguerrido gene-ral, y además el rey de Macedonia puso a su disposición5.ooo soldados de infantería pesada y un buen número dejinetes. Estos macedonios esperaban fortuna en Occidente,como en otro tiempo la tuvieron en Oriente sus hermanosde raza bajo el rey Alejandro. En el año 28o desembarcó enTarento el rey Pirro con un magnífico ejército compuestode 2o.ooo soldados macedonios, epirotas y mercenariosgriegos. Mas no olvidemos que no eran los estados de lametrópoli griega los que se lanzaban a la guerra contraRoma, sino un ejército suministrado por la metrópoli, y al

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cual pudieron unirse los griegos occidentales. La basepolítica, el dinero y los víveres para sostener la lucha hab-ían de proporcionarlos los griegos occidentales. Por sí so-lo, el pequeño Epiro no hubiera nunca podido aspirar asostener la guerra con la gran potencia itálica. El fin queperseguía Pirro era llegar a ser jefe del Imperio griego Oc-cidental como antaño lo había sido Agatocles.

Como era de esperar, el arte guerrero de Pirro demostrósu superioridad sobre los bárbaros occidentales. En el año280 Pirro derrotó a los romanos en Heraclea, cerca de Ta-rento, venciéndolos de nuevo en 279 cerca de Ausculum,en la Apulia del Norte. Toda la Italia meridional cayó,pues, en poder del rey griego, quien sometió además, jun-to con las ciudades helénicas, a los brutianos, lucanos,samnitas y mesapios, incluyendo las dos fortalezas latinasdel Sur, Luceria y Venusia. En 279 Roma se hubiese quizáavenido a una paz con Pirro, renunciando al Sur de Italia.Pero su amiga Cartago le instigaba a proseguir la lucha.Los cartagineses sabían muy bien que el primer golpe delrey griego se había de dirigir contra ellos, y no queríanque Pirro tuviese libres las espaldas. Roma, por tanto, con-tinuó la guerra. Pirro, como era de esperar, abandonó Ita-lia para luchar en Sicilia contra los cartagineses, dejandoentre tanto a sus aliados de la península encargados demantener la resistencia contra Roma, cosa que, en efecto,lograron. En Sicilia combatió Pirro tan victoriosamentecomo contra los romanos. Expulsó de la isla casi por com-pleto a los semitas. En el año 278 podía Pirro creer quehabía conseguido su objeto; era un hecho la creación de unrobusto Imperio griego occidental, que comprendíaademás a los oscos y a los apulios. De haberse mantenidoeste Imperio, Roma no hubiera logrado jamás la domina-

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ción universal. Pero a la larga, los políticos locales de lasciudades griegas en Sicilia se opusieron a la monarquíamilitar única, e intrigaron hasta conseguir en 276 desmo-ronar el Imperio siciliano de Pirro. Ya sin ilusiones, y úni-camente por pundonor, tornó éste en 275 a brindar su ser-vicio a sus amigos itálicos. Cerca de Benevento peleó con-tra los romanos una batalla que permaneció indecisa. Porúltimo, abandonó Italia. Poco trabajo le costó a Roma so-meter luego a los oscos, mesapios y griegos del Sur.

La infructuosidad —convertida en proverbio— de lostriunfos de Pirro obedece a un mal intencionado falsea-miento de los hechos. Desde el punto de vista militar, estegran general, hombre excepcional, obtuvo siempre un éxi-to completo. Si sus triunfos resultaron inútiles, la culpa fuedel pueblo griego occidental, que no supo comprender lasnecesidades políticas del momento.

En la Europa de entonces eran los griegos el único pue-blo civilizado; frente a ellos sólo había barbarie, más omenos disfrazada. El derrumbamiento de la unidad griegaen Occidente permitió, andando el tiempo, a la plutocraciaromana arruinar por completo la Sicilia helénica. Roma,en cambio, alcanzaba su propósito. Los samnitas fuerondefinitivamente sometidos; Roma levantó en su territoriodos nuevas e importantes fortalezas: Aesernia y Bene-vento. A partir de los Apeninos, en dirección Sur, todaItalia era ya un Estado confederado, bajo la dirección deRoma. La confederación comprendía aproximadamente7oo.ooo hombres adultos; esto es, unos tres millones dehabitantes. Como puede verse, su población era menorque la de la actual Bulgaria u Holanda. Pero a causa deldesmenuzamiento político de aquella época, no habíaningún otro Estado que pudiese, ni con mucho, equipa-

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rarse a Roma en el número de soldados y de ciudadanos.Entre esos 7oo.ooo hombres que integraban la confede-ración itálica contábanse 270.000 ciudadanos romanos y80.000 latinos. Sin duda, pues, la mitad no eran ciudada-nos y no hablaban latín. Pero la confederación itálica suporesistir posteriormente los momentos más críticos. LosEstados aliados de Roma disfrutaban en su interior de unalibertad política absoluta; no necesitaban pagar nada a laconfederación; tenían tan sólo que abstenerse de desarro-llar una política exterior propia, y estaban obligados entiempo de guerra a proporcionar al ejército de la confede-ración un determinado contingente de tropas. Era la reglaque a cada legión romana se agregase una fuerza aliadaigual, esto es, compuesta de unos 5.000 hombres.

La paz en el interior de Italia, la prosperidad creciente yel aumento del tráfico compensaron muy pronto a los pe-queños Estados la pérdida de su política exterior.

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IIIE L ORIGEN DE LA D EMOCRACIA ROMANA

YA hemos visto cómo la invasión de los galos en el año387 obligó a la nobleza romana a hacer concesiones a losciudadanos y campesinos.

En 362 fue cónsul por primera vez un plebeyo, y almismo tiempo lograron los plebeyos formar parte del con-sejo. La nobleza conservaba, no obstante, derechos muyimportantes. Uno de los dos presidentes anualmente ele-gidos había de ser noble. Además, los nobles o patriciosformaron, a partir de entonces, un grupo privilegiado enel consejo o Senado, y se estipuló que ningún proyecto deley podría ser válido sin la aprobación de esos senadoresnobles. La nobleza tenía, pues, en sus manos, por lo me-nos, la mitad del poder, y podía oponerse triunfalmente acualquier innovación que le desagradara. Conviene,además, tener presente que aquellas concesiones, hechas araíz de la invasión gala, no lo habían sido a la masa totalde los plebeyos y campesinos, sino sólo a la burguesía rica,resultando favorecidos, sobre todo, los opulentos comer-ciantes de la ciudad de Roma.

Además, en todos los territorios que recibieron poste-riormente el derecho de ciudadanía romana, existían fa-milias ricas que gozaban de gran consideración. Estas fa-milias, que pudiéramos llamar de nobleza rural, no fue-ron, desde luego, equiparadas a las familias patricias ro-manas, al ser admitidas en el Estado romano. Los noblesrurales, como romanos, eran plebeyos. Pero fácil es com-

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prender que esta clase burguesa superior, tanto de la ciu-dad como del campo, tenía intereses harto distintos de losde la muchedumbre ordinaria. La reforma constitucionaldel siglo IV dió a las clases propietarias la preponderanciaen la asamblea popular.

En los Estados de la antigüedad, el ciudadano ejercía,generalmente, su derecho electoral directamente en unagran asamblea. Así también sucedía en Roma. Mas en laasamblea, el sufragio no era igual para todos, sino que sevotaba con arreglo a un sistema de siete clases, harto com-plicado, y llamado orden de las centurias. Con arreglo a estesistema, cada ciudadano no votaba directamente al cónsul,sino que el cuerpo divídíase en 193 secciones o centurias.Al verificarse la elección, cada ciudadano votaba en sucenturia, y el candidato que en la centuria obtenía mayornúmero de votos era el elegido por toda la centuria. Estascenturias corresponden en absoluto a los distritos electo-rales del antiguo derecho electoral para la Dieta prusiana.Tampoco en Prusia los ciudadanos elegían directamente aldiputado, sino primero elegían a un elector. Este electorcorrespondía en Roma al presidente de la centuria, quienen nombre de ésta, y con arreglo a su mayoría, elegía alcónsul. Pero las centurias —y en esto se ve el propósito detodo el sistema— no comprendían todas el mismo númerode electores, sino que las secciones electorales de los pro-pietarios tenían muchos menos miembros que las de losque carecían de bienes. La primera clase, en que votabanlos terratenientes y comerciantes ricos, comprendía ellasola 98 centurias, o sea la mayoría. En cambio, los ciuda-danos que no poseían bienes, esto es, aproximadamente lamitad de la población, no formaban sino cinco centurias.El resto correspondía a la clase media. Esta asamblea plu-

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tocrática de centurias disfrutaba de los principales dere-chos: elegía a los cónsules, dictaba nuevas leyes y decidíarespecto a la paz y a la guerra. Asimismo el Senado, encuyos consejos se apoyaba el cónsul, componíase única-mente de individuos pertenecientes a la clase social supe-rior. En el Senado tenían asiento permanente los jefes delas familias nobles. Además había un cierto número deciudadanos ricos nombrados por los cónsules. Tambiéntenía la clase propietaria en sus manos las nuevas magis-traturas, que poco a poco se habían creado para descargara los presidentes de la república.

Desde 362 las centurias elegían un tercer presidente, ad-junto a los dos cónsules, en calidad de ayudante de rangoinferior. Ostentaba el título de «praetor» (duque); perosólo raras veces llevaba la dirección de la guerra y, por logeneral, actuaba como juez supremo en la ciudad de Ro-ma. Ya en el siglo V se había creado en Roma un verdade-ro Ministerio de Hacienda. Era costumbre calcular cadacinco años la fortuna de los contribuyentes, y con arreglo aella se establecía un presupuesto de los ingresos con quepodía contarse, y se fijaban también los gastos principalesdel Estado para el quinquenio siguiente. Al principio estatarea incumbía cada quinto año al presidente en ejercicio.Pero ya desde mediados del siglo V se eligieron especial-mente cada cinco años dos censores, a quienes, por lo tanto,incumbía la trascendental obligación de redactar el presu-puesto del Estado. La reforma constitucional del siglo IVdeterminó que uno de los dos censores había de ser siem-pre un noble. Hasta entonces habían sido nobles los dos.El nuevo cargo de juez supremo era asequible por igual anobles y a plebeyos.

Vemos, pues, que la gran masa de los campesinos y

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obreros no había logrado con las reformas ninguna parti-cipación real en el gobierno del Estado. Sin embargo, logróver mejorada su situación. Los derechos de los propieta-rios desaparecieron en aquello que afectaba a la libertadpersonal del arrendatario y del jornalero. Además de esto,recibió el pueblo rural una concesión singular. Ya en elsiglo V poseía la plebe de la ciudad una constitución pro-pia, con los cuatro tribunos, funcionarios encargados deproteger al plebeyo contra los excesos de la nobleza. Loscampesinos quisieron, a su vez, tener iguales protectoresfrente a los nobles y ricos, y el gobierno atendió sus de-seos. Desde este momento toda la población extraña a lanobleza, lo mismo la de la ciudad que la del campo, eligiódiez tribunos de la plebe. Pero los tribunos no tuvieron yaninguna intervención en la administración local; en el año362 perdió incluso Roma su administración propia, y losasuntos municipales fueron encomendados a cuatro di-rectores de policía (ediles). La misión de los tribunos li-mitóse, pues, exclusivamente a proteger contra los funcio-narios del Estado y contra los nobles a todo ciudadano queles pidiese auxilio. El poder efectivo de estos abogados delpueblo no era muy grande, e igual que antes, el presidentede la república o el juez supremo podían imponer multasa los ciudadanos, encarcelarlos, mandarlos azotar y hastadegollar, según se les antojase.

Al principio, la protesta de los tribunos tuvo un efectopuramente moral. Pero en la institución del tribunado re-sidía ya el germen de una evolución importantísima. Antetodo, había ya una asamblea popular, en la que los votosse emitían, no como en las centurias, por rango de fortuna,sino conforme a un único derecho de sufragio: la asambleade todos los plebeyos que elegían a los tribunos. En esta

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asamblea los ciudadanos hallábanse divididos según losdistritos administrativos, las tribus en que vivían. Cadatribu tenía un voto en la elección de los tribunos, y la ma-yoría, dentro de cada tribu, se obtenía por votación igual.Aquí el más opulento comerciante era igual al más pobrejornalero.

La asamblea de las tribus llegó a ser el órgano principalde una corriente democrática, progresivamente acentuadaen el transcurso del siglo IV. Las masas querían ver aboli-dos los privilegios de los nobles y de los ricos; sustituidoel derecho electoral de las centurias por la igualdad per-fecta, y establecidas determinadas garantías legales contrael poder arbitrario de los presidentes y del juez supremo.Las clases dominantes opusieron tenaz resistencia a estaspretensiones de la población pobre.

En el siglo IV, la democracia no hizo progresos esen-ciales. Mas las numerosas guerras de la república fueronprecisamente las que inclinaron la balanza política a favorde las exigencias de las masas; pues las nueve décimaspartes de las tropas con que Roma ganó sus batallas, com-poníanse de campesinos y obreros, o sea de aquelloshumildes que, políticamente, no tenían casi ningún dere-cho. Tan pronto como el ejército de los ciudadanos roma-nos tuvo conciencia de su fuerza, el sistema reinante sederrumbó. Esto acaeció en el año 287. Habiéndose negadoel gobierno a otorgar las reformas que se le pedían, su-bleváronse los campesinos, dirigiéndose a millares contrala capital. El suburbio al Norte del Tíber cayó en poder delos insurrectos, y el gobierno no tuvo más remedio queacceder a sus pretensiones.

Lo que sabemos de estos sucesos aparece tan confuso

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que no nos permite establecer una separación definidaentre lo que fue instaurado en el año 287, lo que ya anteshabía sido aceptado, y lo que nació como consecuencia dela revolución. Pero el cuadro total de la democracia ro-mana, que surgió en aquella época, es suficientemente cla-ro. Ante todo, la nobleza perdió su principal privilegiopolítico: el de que toda proposición de ley, para ser válida,hubiera de ser aprbada por la totalidad de los miembrosnobles del Senado. En cambio, quedó en pie el privilegiopor el cual uno de los dos presidentes y uno de los doscensores había de ser siempre noble. Asimismo subsistióel régimen plutocrático de las centurias. Pero se introdujola innovación de que las decisiones tomadas por la asam-blea del sufragio universal, o sea de las tribus, tenían lamisma validez que las decisiones de las centurias. Loscónsules perdieron la facultad de nombrar nuevos miem-bros del consejo. Asimismo, los jefes de las familias noblesperdieron el derecho a formar parte del Senado por sualcurnia. Desde ese momento el Senado se compuso demiembros vitalicios, cuya lista establecían los censorescada cinco años, a la vez que formaban los presupuestosdel Estado. Los censores podían, por lo tanto, alejar delSenado a las personas que juzgaban impropias, y al mis-mo tiempo ampliar el consejo mediante nuevos nom-bramientos. Por último, el más humilde ciudadano tuvoya su vida amparada contra la posible arbitrariedad de loscónsules. Todo ciudadano a quien un funcionario habíacondenado a muerte, podía apelar de esta condena ante laasamblea popular, que decidía definitivamente en se-gunda instancia. Asimismo la posición de los tribunos dela plebe cambió por completo, y su poder creció conside-rablemente.

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Intentemos representarnos con claridad cómo funcio-naba en la práctica la constitución romana después del año287. Sería un grave error suponer que después de la revo-lucion de aquel año las masas dominasen por completo enRoma. En primer lugar, la nobleza continuaba dando, co-mo se ha dicho, la mitad de todos los presidentes y cen-sores. Los ricos seguían asimismo disfrutando de privile-gios harto importantes. La asamblea por centurias, en queellos dominaban, era la que elegía los cónsules y censores,y es claro que el resultado de las elecciones recaía siempresobre ciudadanos acomodados. Por otra parte los cargosoficiales, así como los de los consejeros, jueces y jurados,no tenían en Roma asignados sueldos ni dietas. Así, pues,no era fácil que un hombre pobre pudiera dedicarse a lacarrera política. Los cónsules, ciudadanos ricos, elegidospor los ricos, eran quienes imprimían la dirección externae interna a la política del Estado, y quienes a la vez man-daban el ejército. Con las centurias podían dictar nuevasleyes. Por otra parte, en las asambleas populares romanasnadie podía presentar una proposición ni pronunciar undiscurso, salvo el funcionario público que había convo-cado la asamblea. Era este un derecho muy importante delos presidentes en ejercicio; ellos solos podían tomar lainiciativa de las innovaciones. La asamblea popular podía,a lo sumo desde luego, rechazar una proposición del pre-sidente, si no le parecía conveniente. Pero por sí mismacarecía en absoluto de poder.

Los censores eran, igual que los cónsules, ciudadanosricos y por los ricos elegidos. Como ya hemos visto, esta-blecían el presupuesto y nombraban a los miembros delSenado. El Senado era, pues, otro baluarte de las clasespropietarias.

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Además conviene no exagerar el poder del Senado ro-mano, como con frecuencia se ha hecho en los tiemposmodernos. El Senado era, en cierto modo, la Alta Cámararomana, y la asamblea popular hacía las veces de Con-greso de los Diputados. Pero los derechos de esa AltaCámara eran limitados, pues desde un principio, el Se-nado tuvo el carácter de un Consejo de Estado en que seapoyaba el presidente, y este carácter no desapareció nun-ca por completo. El Senado, por ejemplo, no podía reunir-se por su propia voluntad, sino tan sólo cuando era con-vocado por los cónsules. No tenía tampoco presidentepropio, sino que era presidido por el cónsul que lo habíaconvocado. Cierto es que los senadores, como miembrosde un consejo, tenían la facultad de pronunciar discursos ypresentar proposiciones. Pero el presidente podía negarsea que fuesen votadas aquellas proposiciones que no leagradaban. El Senado, pues, como la asamblea popular, nopodía implantar una reforma contra la voluntad del presi-dente en ejercicio. A pesar de todo, el Senado tenía unagran autoridad. El censor haIlábase obligado por la tradi-ción a llevar al Senado a las personalidades políticas másexperimentadas; no podía, en modo alguno, negar unpuesto en el Senado a alguien que hubiese sido presidentede la república. El Senado comprendía, pues, a todasaquellas personas que habían patentizado en Roma su co-nocimiento de los negocios y su experiencia política. Elcónsul estaba obligado además a someter al Senado todaslas cuestiones importantes, referentes a la administración,a la política exterior y, sobre todo, a los gastos del Estado;y tenía que obrar luego de acuerdo con las decisiones delSenado. Los presidentes no podían, por lo tanto, gobernarsin el Senado; pero el Senado —conviene insistir en ello—

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tampoco podía hacer nada sin los presidentes.Si nos limitamos a examinar las instituciones descritas

hasta aquí, no encontraremos rasgos democráticos en Ro-ma, aun después de 287. Podríamos caracterizar al Estadocomo una república aristocrático-plutocrática, con poderesgubernativos muy fuertes. Mas éste no es sino un aspectodel cuadro. Hay otro aspecto en el cual el carácter de laRepública romana cambia por completo. Junto a la asam-blea de las centurias, en que imperaban los ricos, existía laasamblea del sufragio universal, o sea la de las tribus. Estaasamblea elige anualmente a sus diez tribunos, cada unode los cuales tenía el derecho de oponer su veto a cual-quier actuación del presidente. Si el cónsul mandaba dete-ner a un hombre, y el tribuno oponía su veto, el detenidoquedaba en libertad. Cuando el cónsul dictaba alguna dis-posición de gobierno, esta quedaba sin efecto si el tribunole oponía su veto. Y asimismo fracasaba toda proposiciónque el cónsul presentase en el Senado o en la asambleapopular, si el tribuno le oponía su veto. Cada uno de losdiez tribunos disponía del mismo ilimitado derecho deveto frente a cualquier otro funcionario público. El tribunode la plebe era inviolable. Quien le ofendía o estorbaba elejercicio de su cargo, cometía un crimen castigado con lapena de muerte. Este enorme aumento del poder tribuni-cio fue seguramente la consecuencia más importante de larevolución de 287. Antes de esta fecha, cuando un tribunose interesaba cerca del cónsul a favor de un ciudadano, suprotesta tenía tan sólo un valor moral. Considerábase in-correcto que el presidente no accediese a las pretensionesdel tribuno; pero nada más. En cambio, a partir de 287, elpueblo supo que tenía más fuerza que ninguna otra auto-ridad del Estado. Si un cónsul menospreciaba la voluntad

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de los tribunos elegidos por el pueblo, el pueblo lo matabasin más ni más. La inviolabilidad del tribuno llegó a ser unartículo fundamental de la constitución romana, porqueera cosa sabida que para defender a los tribunos podíanlevantarse en cualquier momento cien mil vigorosos pu-ños en la ciudad y en el campo. Por consiguiente, todo elpoder de la nobleza y de los ricos, así como de los funcio-narios y entidades salidos de su seno, no bastaba para im-plantar una medida a la que se opusiera un tribuno elegi-do por la masa del pueblo. Esto sólo es suficiente para po-der considerar la constitución romana posterior a 287, co-mo democracia.

Verdad es que el derecho tribunicio de veto sólo eraválido en la misma ciudad de Roma, donde residían losfuncionarios públicos en tiempo de paz. Cuando loscónsules salían en campaña, al mando del ejército, lasórdenes que dictaban como generales y las sentencias quefallaban eran inatacables por los tribunos. Pero ya vere-mos más adelante que el brazo de la democracia romanaalcanzaba incluso a los generales en campaña.

Así, pues, cuando el cónsul, directamente o valiéndosedel Senado o de las centurias, intentaba perjudicar los in-tereses del pueblo, el tribuno se lo impedía. Pero, ¿y cuan-do el pueblo deseaba una reforma a la que se oponía elgobierno? ¿Cómo podía obligarse al gobierno a aceptarla?También aquí intervenía el tribuno. Cuando, por ejemplo,el pueblo deseaba fundar una nueva colonia o crear nue-vas residencias de campesinos, y el cónsul no lo juzgabaoportuno, el tribuno limitábase sencillamente a convocarla asamblea de las tribus. Explicaba a las masas su puntode vista y presentaba un proyecto de ley, que la asambleaaceptaba, y la cuestión estaba resuelta. La voluntad del

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pueblo habíase convertido en ley, y nada podían ya encontra los cónsules, ni las centurias, ni el Senado.

Ahora bien, si un tribuno proponía una reforma mani-fiestamente desacertada, había un medio en la constitu-ción para evitarla; existían diez tribunos a la vez, y cadauno de ellos podía oponer su veto a las decisiones de suscolegas, lo mismo que a las actuaciones de los cónsules. Ycomo puede comprenderse, no era fácil que se diese elcaso de que una proposición manifiestamente perjudicialfuese aprobada por los diez tribunos a la vez.

Al derecho de veto y de presentar proposiciones, debeañadirse todavía una tercera atribución importante, in-herente a la autoridad de los tribunos. El funcionariopúblico romano era inviolable e inamovible durante el añoque ocupaba el cargo. Por consiguiente, cuando un cónsul,por ejemplo, descuidaba sus deberes en forma punible, nohabía manera de proceder contra él. Mientras permanecíaen la capital, los tribunos podían evitar su actuación direc-ta; pero cuando se hallaba en campaña, esto, al menos alprincipio, no era posible. Ahora bien, una vez transcurridoel año del cargo, el cónsul culpable era llamado inmedia-tamente por el tribuno ante el tribunal de la asamblea po-pular. El tribuno hacía las veces de fiscal; el cónsul teníaque defenderse contra las acusaciones y, por último, laasamblea del sufragio popular dictaba su fallo.

De este modo podía ser juzgado por el tribunal delpueblo cualquier funcionario del Estado u oficial del ejér-cito. Ningún funcionario público era reelegible dos añosseguidos; después de ejercer su cargo tenía necesaria-mente que volver a la vida privada, a fin de que el juiciode responsabilidad pudiera alcanzarle. Esta regla era apli-

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cable también a los tribunos de la plebe. Un tribuno queno hubiese desempeñado satisfactoriamente su cargo pod-ía ser llevado ante el tribunal popular por su sucesor. Asíla propia institución tribunicia reparaba los daños quepudiera haber acarreado esta disposición.

Como puede verse, la constitución de la República ro-mana, en tiempos de su apogeo, era un mecanismo com-plicado. El gobierno propiamente dicho, el despacho delos asuntos corrientes hallábase en realidad en manos delos más ilustrados y pudientes. Pero detrás estaba el terri-ble poder inspector de la masa popular, y nadie, entre losricos y distinguidos, atrevíase a gobernar en contra de losintereses del pueblo pobre. En la práctica, las diferentescategorías, autoridades y poderes, habían de procurarsiempre la unión. El temor al poder del tribuno, que podíaalcanzarles en cualquier momento, obligaba ya a loscónsules a gobernar en un sentido popular. Mas el tri-buno, por su parte, no tenía autoridad sino cuando se sen-tía apoyado por la opinión pública. Si tomaba iniciativasprematuras, ponía en peligro su porvenir político. La clasedirectora de la democracia romana era la de los pequeñoscampesinos; y las diferencias existentes entre la repúblicaateniense y la romana se explican por el hecho de predo-minar en la primera la población pobre de la ciudad y enla segunda el elemento rural.

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IVLA C ONQUISTA DEL DOMINIO UNIVERSAL

YA hemos visto que la confederación itálica regida porRoma, y que comprendía 700.000 hombres adultos, fue, apartir del año 270, la mayor potencia militar del mundo.Roma supo aprovechar esta supremacía para someter unotras otro a todos los pueblos mediterráneos, hasta conse-guir finalmente el dominio universal. El mundo culto deentonces, integrado por varios pueblos civilizados, agru-pábase en torno al Mediterráneo, y comprendía la Europameridional, el Africa del Norte y el Asia Menor. En cam-bio, la Europa del Norte, la Gran Bretaña, el Norte deFrancia, —Alemania, Austria, Hungría, Escandinavia yRusia— estaban habitadas por pueblos primitivos y noexistían en ellas Estados propiamente dichos. A partir delSahara, en dirección Sur, Africa quedaba fuera del hori-zonte crecido de los dos grandes imperios orientales jun-tos.

Por el contrario, la metrópoli griega tenía igual organiza-ción militar que Italia, y, por lo menos, tantos habitantescomo Italia. Si los helenos de la península balkánicahubiesen formado un estado único, habrían sido, de se-guro, tan fuertes como Roma. Pero este Estado único noexistía. Cierto es que, en un principio, el rey Filipo de Ma-cedonia había unido a todos los griegos en una confe-deración. Mas ésta se había disuelto muy pronto, que-dando el reino de Macedonia nuevamente aislado. Lasrepúblicas griegas, a su vez, proseguían cada una su polí-

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tica propia. De las poderosas repúblicas de la época clási-ca, Atenas había perdido toda importancia política, puessu armada fué destruida en las guerras contra los mace-donios, y la nueva ruta del comercio mundial pasaba aho-ra por Rodas. Esparta, en cambio, conservaba todavía unpoder respetable, acrecentado con la revolución social delsiglo III, que había proporcionado nuevas fuerzas al Esta-do. Pero las grandes potencias de la Grecia libre eran enesta época la confederación etólica, que comprendía lamayor parte de las repúblicas de la Grecia Central y la ligaaquea, a la que se había sumado la mayor parte del Pelo-poneso. El reino de Macedonia podía poner en pie de gue-rra unos 50.000 soldados de primera clase, y las dos gran-des ligas o confederaciones juntas, aproximadamente elmismo número. De haberse prestado mutuamente apoyolas tres potencias, es indudable que los romanos no hubie-ran nunca logrado mantenerse en Grecia. Pero no habíaunión. Los reyes de Macedonia esforzábanse en conseguide nuevo el dominio sobre toda la nación griega, y las re-públicas preferían sacrificarlo todo a perder su indepen-dencia. Los más enconados enemigos de los macedonioseran, principalmente, sus vecinos del Norte, los etolios,gentes hábiles y activas. Roma supo aprovechar a fondomás tarde esta circunstancia.

En las islas del mar Egeo encontrábase el Estado más ri-co y, militarmente, más poderoso: Rodas, que ya hemosmencionado. Los rodios disponían de una armada bas-tante considerable, y se hallaban a la cabeza de una confe-deración de repúblicas insulares. Debemos citar ademásen las costas del mar Egeo un pequeño reino situado en laparte occidental del Asia Menor: el regido por la dinastíade los Atálidas, cuya capital era la ciudad de Pérgamo.

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Estos príncipes, orgullosos y sin escrúpulos, habían deadquirir más tarde, al servicio de Roma, autoridad degrandes monarcas.

Sí volvemos ahora la vista hacia la mitad occidental delMediterráneo, nos encontramos, además de Italia y de losgriegos sicilianos, con el Estado de los semitas. Eran losemigrantes de Canaán iguales a los judíos en idioma ycostumbres, pero esencialmente distintos de ellos por supaganismo. Los habitantes de la costa de Canaán, los feni-cios o Punios, habían fundado hacia el año 800 antes deJesucristo, varias colonias en las costas occidentales delMediterráneo. La mayor de estas colonias, Cartago, estabasituada en las proximidades de Túnez. Había además uncierto número de ciudadanos en la costa de Trípoli, Túnezy Argelia, así como en el mediodía de España —princi-palmente Gades (Cádiz)— y, por último, algunas ciudadesde la Sicilia Occidental. Todos estos semitas occidentalesacataban la autoridad de Cartago. El Imperio cartaginésabarcaba vastísimos territorios costeros: el Norte de Áfri-ca, desde Tánger hasta Trípoli, España, la Sicilia occidentaly, además, Córcega y Cerdeña. Pero conviene no exagerarsu verdadero poderío. Fuera de los alrededores de la capi-tal, la autoridad cartaginesa no se extendía en ningunaparte hacia el interior. La mayoría de las ciudades semíti-cas de la costa estaban rodeadas de enemigos salvajes. Lapoblación de estos semitas occidentales era reducida; lamisma Cartago tenía apenas unos 5o.ooo hombres adul-tos, y las demás ciudades semíticas de su Imperio aproxi-madamente lo mismo. Por otra parte, era absolutamenteimposible enviar fuera del país al ejército de los ciudada-nos semitas indispensables para la protección de las ciu-dades contra las tribus indígenas. Esta es la razón de por

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qué Cartago sostuvo siempre sus guerras exteriores conejércitos mercenarios y estos ejércitos pagados resultansiempre muy onerosos y poco numerosos. Los cartagi-neses, además, necesitaban mantener una gran armada,para asegurar las comunicaciones con sus territorios másalejados. No le fue fácil a Cartago encontrar el dinero ne-cesario para sostener su ejército y su armada, pues suprosperidad no podía, en modo alguno, compararse con lade los griegos, ni aun con la de los itálicos. Contrariamentea lo que muchos creen, Cartago no era un centro del co-mercio y de la industria mundiales; producía únicamentelo indispensable para cubrir las necesidades de los natu-rales del Norte de África. Durante muchos siglos intentóCartago extender su dominio a Sicilia; pero la resistenciade los griegos sicilianos hizo fracasar sus planes durantemucho tiempo. Hasta la época confusa que siguió a la ex-pulsión de Pirro, no consiguió Cartago ocupar una granparte de la isla. Pero Siracusa conservó su independenciabajo el gobierno de un hábil oficial llamado Hieron que,después de algunos triunfos, se hizo proclamar rey. Mástarde, en el año 263, intervino Roma en Sicilia.

Un buen estadista que por el año 270 hubiese conside-rado la situación del mundo, habría, de seguro, juzgadoposible y aún fácil que la confederación itálica, con su su-premacía en hombres aptos para el servicio militar, ven-ciese a Siracusa y a Cartago; mas no habría nunca creídoque los romanos, un siglo más tarde, fueran dueños y se-ñores de aquel poderoso conjunto de Estados que consti-tuía el mundo griego. Sin embargo, la evolución siguióotras vías. La débil Cartago, gracias a los sacrificios y altalento de sus habitantes, resistió a los romanos durantemás de dos generaciones. En cambio, la nación griega, tan

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fuerte, tan rica, tan culta, ofreció fácil presa a los con-quistadores occidentales, a causa de su falta de unión y desu miopía política.

Las relaciones entre Roma y Cartago habían sido exce-lentes mientras los intereses de Roma no sobrepasaron loslímites de la península. Mas en cuanto se hubo realizadola unión de Italia, la política romana aspiró a nuevos ob-jetivos, siendo el primero de ellos la conquista de la opu-lenta Sicilia. En el año 263 las tropas romanas invadieronla isla. No es de extrañar que los semitas y los helenos,Cartago y Siracusa, se uniesen para impedir el logro de losplanes agresivos de Italia. Este fué el origen de la primeraguerra entre Roma y Cartago, de la primera guerra púnica,como más tarde la llamaron los romanos. Poco tardaronéstos en triunfar en Sicilia: obligaron a Siracusa a aceptarla paz y a luchar junto a ellos, y antes de 261 se apodera-ron del resto de la isla, salvo algunos puntos en Occidente,donde se mantenían fortificados los cartagineses. La supe-rioridad que Cartago tenía en el mar, al comienzo de lalucha, desapareció, asimismo, muy rápidamente. Hastaentonces, Roma, con arreglo a sus necesidades, habíasecontentado con una armada sin importancia.

Hoy día, aumentar una armada es tarea extraordina-riamente difícil y que exige mucho tiempo. Pero no su-cedía lo mismo en la antigüedad. Entonces las pequeñasgaleras hacían las veces de los actuales buques de línea, yquien disponía de suficiente dinero, de madera de cons-trucción, de carpinteros de ribera y de marineros, podíatener en un año todas las unidades de marina necesarias.Italia disponía ampliamente de todos estos elementos, yasí pudo ya, en el año 260, poseer una armada superior ala cartaginesa. A pesar de esto, Roma no logró derrotar a

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su débil enemigo, y la guerra duró todavía nueve años. Elmotivo de esta lentitud es que los romanos de entonces notenían la menor idea de la estrategia científica. Sus gene-rales podían, cierto es, ganar en Italia misma sencillas ba-tallas terrestres; pero no se hallaban en condiciones depreparar una complicada operación ultramarina. Lo mássencillo para terminar la guerra era desembarcar un ejér-cito romano en África y conquistar la propia Cartago. En256 habíase ya llevado a cabo un intento parecido, perocon poca habilidad y notoria insuficiencia de medios. Laexpedición pereció por completo, y desde entonces losromanos no se atrevieron a repetir la empresa. Es más, nisiquiera consiguieron arrojar a los cartagineses de las dosfortalezas que conservaban todavía en la Sicilia Occiden-tal. El genial general cartaginés, Amílcar, defendióse allídurante muchos años, sosteniendo una guerra de posicio-nes contra la superior fuerza romana. Esta guerra no acabóhasta que los reducidos recursos maateriales de Cartago sehubieron poco a poco agotado.

Cuando los romanos, en el año 241, aniquilaron la ar-mada cartaginesa en una feliz batalla naval, junto a lasislas Egates (al Oeste de Sicilia), ya no tenían los cartagine-ses medios para construir otra. Solicitaron la paz, y Romaobtuvo cuanto deseaba: toda la Sicilia y una fuerte indem-nización de guerra, que ascendía a 3.200 talentos. En mo-neda de hoy equivale esta suma a 16 millones de marcosoro, y no debe olvidarse que entonces la potencia adquisi-tiva del dinero era cinco veces mayor que entre nosotrosantes de 1.914. Sicilia—a excepción del reino de Siracusa,aliado de Roma—, convirtióse en tierra vasalla de los ro-manos. Sus habitantes viéronse obligados a pagar a Romafuertes impuestos, y Roma envió a un presidente (praetor)

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para gobernar la isla. Llamábase provincias a esta clase deterritorios.

Tres años más tarde pudo Roma establecer otra provin-cia, pues con fútiles pretextos consiguió que la débil Car-tago le cediese Cerdeña y Córcega, obteniendo a la vezotra indemnización equivalente a seis millones de marcosoro. Como puede suponerse, pudo pagar de un golpe su-mas tan considerables, y las abonaba por anualidades, esdecir, que lo que el pueblo cartaginés ganaba cada año consu trabajo, tenía en su mayor parte que entregárselo a Ro-ma. Desde aquella época, los agricultores sicilianos tuvie-ron también que entregar al gobierno romano la décimaparte de sus cosechas. Vemos, pues, cómo inmediatamentecomenzó la explotación de los pueblos mediterráneos, enprovecho del pueblo romano dominador.

Una vez conquistada Sicilia, Cerdeña y Córcega, el ob-jetivo inmediato de Roma fué la conquista de la llanuradel Pó. Entre 225 y 222 fueron vencidas las tribus galas delNorte de Italia, extendiéndose de este modo hasta los Al-pes las fronteras de la confederación itálica. En seguidacomenzó con gran vigor la latinización del nuevo y fertilí-simo territorio. Pero la .segunda guerra con Cartago vino ainterrumpir esta labor. Y es que los cartagineses, entre tan-to, habían aumentado considerablemente su poderío. Elmismo mismo Amílcar, que tan valientemente había lu-chado contra Roma en Sicilia, conquistó para su patriatoda la España central y meridional. Por primera vez po-seía ahora Cartago un gran territorio continental. Los im-puestos pagados por las tribus hispánicas y sobre todo, losproductos de las minas de plata de Cartagena, convirtie-ron a Cartago en una gran potencia política. Pudo dispo-ner de un magnífico ejército profesional de 80.000 merce-

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narios españoles y africanos. Los cartagineses hicieron unconvenio con Roma, obligándose a no penetrar en Españamás allá del Ebro. Roma quería evitar que la nueva poten-cia cartaginesa llegase, amenazadora, demasiado cerca dela Italia septentrional. Roma, por su parte, se comprometióa no intervenir en el territorio sometido a Cartago, al Surdel Ebro. Mas no respetó este convenio; incitó a los espa-ñoles que vivían al Sur del Ebro a que luchasen contraCartago, obligando así a ésta a sacar otra vez la espada endefensa de sus justos intereses.

Por aquel entonces (219) era gobernador general de laEspaña cartaginesa y general en jefe del ejército de Car-tago el hijo de Amílcar, Anibal, que apenas contaba vein-tiocho años. Aníbal ha sido uno de los más grandes gana-dores de batallas que ha habido; pero le faltaba la medidapara apreciar exactamente los fines logrables. Concibió laidea —audaz locura— de atacar a los romanos en su pro-pio territorio, para obligarles a aceptar la paz con golpestremendos. Aníbal abandonó, pues, España, pasó los Piri-neos, atravesó el Sur de Francia y los Alpes, y, el año 218,apareció en el Norte de Italia. No llevaba consigo sino26.000 hombres, pues la mayor parte de las tropas cartagi-nesas habían tenido que quedarse atrás, para proteger Es-paña y el Norte de Africa. Cierto es que en Italia duplicósu ejército, alentando a los galos del Norte de la penínsulaa levantarse contra poma. Pero aún con esto se encontró enpaís enemigo, en la necesidad de luchar con un ejércitomuy superior al suyo. Y cosa todavía más grave: la ar-mada romana, dueña del mar, realizó un desembarco en elNorte de España, cortando todas las comunicaciones entreAníbal y Cartago. Desde el momento que las tropas roma-nas llegaron al Ebro, la ruta que unía el Sur de España con

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el Norte de Italia, pasando por el Ebro, los Pirineos y losAlpes, hallábase interrumpida. La marcha de Aníbal sobreItalia era, pues, una aventura todavía más grandiosa y, ala vez, más imposible que la marcha de Napoleón sobreMoscú. Pero antes de su derrota definitiva, Aníbal causó alos romanos pérdidas tremendas, obligando a Roma adesplegar todas sus fuerzas, como nunca antes había su-cedido, ni había de suceder después. En los primeros añosde guerra, Aníbal aniquiló cuantos ejércitos se le pusieronenfrente. Aquí se nos presenta por primera vez la idea deuna batalla que tiende a aniquilar al enemigo rodeandosus flancos. La infantería romana de aquella época era va-liente, pero poco articulada y demasiado pesada; la caba-llería no sobresalía ni por su número ni por su habilidad.En cambio, la infantería cartaginesa era, por lo menos, tanbuena como la romana, y la caballería muy superior. Aní-bal disponía de los mejores jinetes arjelinos, los mismoscuyos descendientes habían de utilizar los franceses en laguerra mundial. Aníbal estableció su plan de combate deeste modo: mientras su infantería entretenía a la enemiga,en el frente, sus jinetes expulsaban del campo de batalla alos jinetes enemigos, y avanzaban seguidamente contra losflancos y espaldas de la infantería romana. Así logró, yaen 218, un brillante triunfo en la batalla del Trebia, al Nor-te de Italia. En 217 aniquiló un ejército romano completo,atacándole de improviso junto al lago de Trasímeno (Tos-cana), y en 216 consiguió ganar la sangrienta batalla deCannas, en Apulia, en la cual halláronse frente a frente50.000 soldados cartagineses y 86.000 romanos. Aníbaldispuso la batalla con audacia inaudita, reduciendo a muyescasas filas su centro, que había de entretener al enemigoen el frente, y empleando en el movimiento envolvente, no

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sólo la caballería, sino también la infantería. El plan deAníbal triunfó por completo: el ejército romano se de-sangró en un cerco de hierro, y, por la tarde, 50.000 muer-tos, romanos e itálicos, cubrían el campo de batalla. Fueésta una de las batallas más sangrientas de la historia anti-gua.

En esta guerra, Roma vióse obligada a sacrificios ver-daderamente extraordinarios. Desde 218 hasta 216, susejércitos perdieron unos 120.000 hombres, de los cuales lamitad eran ciudadanos romanos. En aquella época ningúnotro pueblo hubiera podido sufrir tamañas pérdidas, sindesaparecer. Pero el contingente de ciudanos romanos eratan grande que pudo vencer esta crisis. Cierto es que en216 había caído uno de cada cuatro romanos adultos, y enlos tres lustros siguientes tuvo Roma que llamar al serviciode las armas, en la armada o en las fortalezas, a todos loshombres sanos, de diecisiete a cuarenta y seis años. De laagricultura y la industria ocupáronse como pudieron lasmujeres, los ancianos y los niños. También la confedera-ción itálica sostuvo bien la crisis. Permanecieron fieles casitodos los municipios aliados, no obstante las seduccionesde Aníbal. En cambio, la comunidad de la nación osca,Capua, cayó en manos del enemigo; los demócratas deCapua pactaron con Aníbal, creyeron que la alianza deCartago les daría la dirección de la política. La pérdida deCapua fué un golpe muy duro para Roma; pero no decidióla suerte de la guerra. Desde 215, los romanos, adiestradospor la experiencia, eludieron los grandes combates conAníbal, y se quedaron en sus fortalezas. En la antigüedad,cada ciudad era una fortaleza. Las fuerzas cartaginesas seagotaron, pues, paulatinamente en una lucha fragmentariae interminable. Aníbal, aislado en país enemigo, no podía

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obtener refuerzos de su patria. En 211, los romanos recon-quistaron Capua, arrasaron la ciudad para castigar su trai-ción, y confiscaron y anexionaron la mayor parte de loscampos de Campania, en calidad de dominio del Estadoromano. Durante los años siguientes, el ejército de Aníbalvióse empujado cada vez más hacia el extremo Sur de lapenínsula, hacia la Calabria actual.

La guerra se decidió fuera de Italia. Siracusa, impresio-nada por la derrota de Cannas, había roto su alianza conRoma para unirse a Cartago. Cartago envió un ejército yuna armada a Sicilia. Pero los romanos, mandados por unjefe perítísimo, M. Marcelo, consiguieron derrotar al ene-migo, e incluso conquistar Siracusa (año 212), cuyo territo-rio fue agregado a la provincia de Sicilia Fácil es com-prender que estas luchas acabaron con la prosperidad delas ciudades griegas y sicilianas. Dos años después de lacaída de Siracusa, los romanos iniciaron también en Es-paña un ataque decisivo. Mandaba allí las tropas romanasPublio Cornelio Escipión, a quien sus triunfos habían demerecer más tarde el apodo de Africano. Entonces no teníamás que veintisiete años, pero podía, como general, equi-pararse a Aníbal. Si tuviéramos que designar a un solohombre como promotor de la dominación universal ro-mana, éste habría de ser, sin duda, Escipión. Por medio deoperaciones realmente asombrosas logró, antes de 206,conquistar todo el Imperio español de los cartagineses. Asíperdía Cartago los tributos y las minas de plata que lahabían convertido en una gran potencia política. Roma,entonces, pudo pensar en deshacerse por completo de suenemigo, enviando una expedición a África. En 204 des-embarcó en África Escipión. Las circunstancias presentá-bansele favorables. Los naturales de la Argelia actual, los

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númidas, habían formado entre tanto un gran reino que sepuso de parte de Roma, pues le interesaba que Cartago sedebilitase lo más posible. Aníbal, requerido para salvar asu patria en peligro, abandonó Italia y pudo cruzar feliz-mente el mar con los restos de su ejército.

En el año 202 libróse la batalla cerca de Zama. Pero aho-ra, a consecuencia de la nueva situación política, la caba-llería númida que antaño decidiera la victoria de Cannasluchó al lado de Roma. Escipión ganó la batalla, y Cartagohubo de aceptar las condiciones de paz que le impuso elvencedor (año 201). Renunció a sus posesiones fuera deÁfrica, y se obligó a pagar una indemnización de guerraequivalente a unos 50 millones de marcos oro. Esta in-demnización había de pagarla en cincuenta anualidades;nuevamente el producto del trabajo cartaginés había deser absorbido en su mayor parte por Roma durante mediosiglo.

La segunda guerra púnica borró a Cartago de la lista delas grandes potencias. Pero Roma no se conformó con esaexistencia mezquina de su enemiga. En 146 destruyó laciudad de Cartago y convirtió su territorio en la provinciallamada de «África». En España ya había recogido Romala herencia de Cartago en 206. Estableció dos nuevas pro-vincias, una en el Norte y otra en el Sur. Progresivamente,en pequeñas y penosas guerras, que duraron más de dosgeneraciones, conquistó por fin la parte occidental y elNorte de la península ibérica, aunque en realidad estaobra de asimilación no llegó completamente a término si-no bajo el reinado de Augusto. Los impuestos recaudadosen España representaban una parte principalísima de losingresos del Estado romano, y el país ofrecía a los co-merciantes y especuladores romanos amplio campo para

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su tráfico. Huelga decir que los galos del Norte de Italia, aquienes Aníbal había impulsado a sublevarse, fuerontambién sometidos, al terminar la segunda guerra púnica.Aniquilado fué definitivamente el poder de estas tribus, yla latinización de sus territorios progresó rápidamente. Asu vez, los venetos se sometieron pacíficamente, y unascuantas expediciones de castigo redujeron asimismo a losligures salvajes de los montes que circundan Génova. Eldominio de Roma quedó establecido en el Norte de Italia.

Entre la primera y la segunda guerra púnica, los roma-nos habían intervenido en el Oriente griego, estableciéndoseen la costa de Albania, para desde allí impedir la pirateríamarítima. Al reino macedónico no podía agradarle estainmediata vecindad de la poderosa potencia militar itálica.Después de la batalla de Cannas el rey Filipo III de Mace-donia se alió con Cartago. Entonces Roma, por su parte, seentendió con los enemigos griegos de Macedonia, espe-cialmente con los etolios. El rey de Macedonia no pudo,pues, salir de Grecia, logrando, en cambio, los romanosmantenerse en Albania, aun durante los críticos diez añosque siguieron a Cannas. Al terminar la guerra púnica,Roma procedió a arreglar sus cuentas con Macedonia (año2oo). La política romana no aspiraba entonces aún a con-quistar el Oriente, sino únicamente a asegurarse el domi-nio del Adriático, para lo cual eran esenciales las basesromanas de la costa albanesa. Pero Roma no podía tolerarningún poderío militar en la península balkánica, te-miendo lo peligros, siempre posibles, que hubiera de aca-rrearle en Oriente un vecino demasiado poderoso. Por otraparte, el rey de Macedonia esforzábase en lograr la uniónde todos los griegos, siquiera en el territorio del mar Egeo.Precisamente a fines del siglo III había conseguido el ma-

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cedonio progresos muy notables en este sentido. Entoncesintervino la política romana, porque lo que quería evitar atoda costa era precisamente la formación de un Estadogriego único y fuerte.

El representante de Roma en Oriente era entonces T.Flaminino, diplomático hábil y sin escrúpulos. Proclamóque el programa de Roma era la libertad de todos los Es-tados griegos, lo mismo de los grandes que de los peque-ños. Bajo esta bandera de aparente desinterés supo unirtodas las fuerzas particularistas del mundo. Los etolios,los aqueos, los rodios, los Atálidas y otros muchos cons-tituyeron junto con Roma una confederación. Macedoniatenía por fuerza que sucumbir a esta superioridad. Flami-nino libró la batalla decisiva cerca de Cinocéfalos, en Te-salia (197). La paz que siguió a este combate despojó al reyFilipo de los territorios que poseía en Grecia, fuera de Ma-cedonia, pero le dejó la integridad de su patria. No entra-ba en los planes de Roma destruir a Macedonia por servirlos intereses de los etolios; antes bien, quería conseguir enGrecia un equilibrio por el cual cada potencia fuese siem-pre una traba para las demás. Los etolios, que esperabangrandes beneficios de su victoriosa alianza con Roma, vié-ronse defraudados. No es, pues, de extrañar que se convir-tieran en encarnizados enemigos de los romanos. En cam-bio, Roma y Macedonia aproximáronse cada día más unaa otra.

El rey seleucida Antíoco se había avenido a que Romavenciese a Macedonia y estableciese un protectorado sobrela península balkánica. El dueño del Asia Menor abrigabael deseo de vivir en paz con la gran potencia occidental.Pero poco a poco cundió la desconfianza entre los dos Es-tados. Los etolios se pusieron en contacto con el rey Antí-

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oco para lograr con su ayuda una situación preponderanteen Grecia. Roma, en su afán de evitar que el rey seleucidase estableciese firmemente en la península balkánica, de-cidióse a atacarle (191). Ofrecióse nuevamente a la nacióngriega ocasión propicia para salvar su independencia;hubiérale bastado con apoyar unánime Antíoco. Pero losintereses particulares de cada Estado pudieron más queeste ideal de unidad. Sólo los etolios se adhirieron a Ant-íoco. En cambio los aqueos, rodios y atalidas se pusieronde parte de Roma, sumándose a ellos también los mace-donios por odio a los etolios. Los ptolomeos hallábansetambién frente a los seleucidas, pues ambas dinastíasquerían ocupar la Siria meridional y Palestina. Así es quelos amos de Egipto anhelaban ver derrotado al rey Ant-íoco. Ya en 191 las tropas romanas arrojaron de Grecia aun pequeño grupo de fuerzas seleucidas. Más tarde fueroninutilizados los etolios y, al año siguiente, los romanos seprepararon para llevar a cabo una ofensiva en Asia mis-ma. La armada de los rodios contribuyó con sus sacrificiosa dar a los romanos el dominio de los mares. El ejército detierra, mandado por Publio Escipión, el vencedor de Aní-bal, y por su hermano Lucio, encontró preparada la rutapor el rey Filipo a través de la península balkánica. Losromanos atravesaron, pues, los Dardanelos; en Asia se lesunieron las tropas del rey atalida, Eumenes de Pergamo.Libróse la batalla con el ejército de los seleucidas cerca deMagnesia. Vencieron los romanos, contribuyendo a sutriunfo la enérgica intervención del rey Eumenes, al frentede su caballería pesada. Viendo aniquilado su ejército demercenarios, el seleucida renunció a continuar la lucha. Lapaz le obligó a ceder toda el Asia Menor, y a pagar unaindemnización de guerra, que era verdaderamente exorbi-

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tante para aquellos tiempos: equivalía a 75 millones demarcos oro. Los romanos cedieron a su vez la mayor partedel Asia Menor al rey Eumenes, y diversos territorios a losrodios y macedonios. La confederación etolia fué aniqui-lada y desapareció de entre las grandes potencias.

En la guerra con los seleucidas pudo Roma vencer to-das las dificultades, desde el principio hasta el fin, graciasa la ayuda de los demás estados griegos. No parecía sinoque éstos querían suministrar las armas con que se leshabía de asesinar. Pues una vez paralizado el poder de losseleucidas y de los etolios, no había posibilidad para losgriegos de mantenerse con sus propias fuerzas frente aRoma. Cierto es que Roma no apetecía entonces nuevasanexiones en Oriente. Pero ejercía como un protectoradosupremo sobre todos los estados griegos. Los comerciantesy banqueros itálicos afluyeron en masa a Oriente, y allí,apoyados en el prestigio del nombre romano, realizarongrandes negocios. El hijo de Filipo de Macedonia, el reyPerseo, intentó recobrar para su nación el puesto que an-taño tenía. Pero también en esta última lucha con Romaquedó sola Macedonia. El rey Perseo fué derrotado en 178en Pydna. Roma destronó a la Monarquía macedónica, ydividió el país en cuatro repúblicas. Veinte años después,los macedonios intentaron de nuevo en vano reconstituirsu reino. Entonces los romanos convirtieron en provinciael antiguo Estado de Alejandro Magno. En 147, los aqueosdel Peloponeso, tan pacíficos hasta entonces, hicieron unnuevo intento desesperado para libertarse de la opresoratutela romana. Esta última guerra de independencia quesostuvieron los ciudadanos griegos fué muy honrosa, perocompletamente estéril. Las legiones aniquilaron el ejércitogriego, y Corinto, la mayor ciudad del Peloponeso, fué

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destruida por los romanos en el año 146 en castigo porhaberse sublevado. Impusíéronse tributos a toda Grecia,que quedó además sometida al gobernador romano deMacedonia.

Por otra parte, en este mismo siglo II, estando el sistemade los Estados griegos de Occidente expuesto a los ataquesde Roma, surgieron nuevos enemigos de Grecia en Orien-te: las naciones orientales indígenas, deseosas de sacudirel yugo griego. En el Irán los antecesores de los actualespersas se sublevaron bajo una dinastía nacional proceden-te de la Partia y arrojaron a los griegos. Lo mismo hicieronlos judíos en Palestina, conducidos por los Macabeos. EnEgipto, los gobernantes, para poder mantenerse, hubieronde hacer cada día más concesiones a los naturales del paísy a los sacerdotes. Este movimiento oriental chocó final-mente con la expansión romana que procedía de Occiden-te, dando lugar a las luchas que Roma tuvo que sosteneren el siglo siguiente con los Estados Ponto y de Armenia,así como con los Partos.

A partir del año 146, todo el Mediterráneo, desde Por-tugal hasta Grecia, hallábase bajo la dominación romana.Para Italia este poderío universal constituyó sobre todo unmagnífico negocio. Por doquier afluía el oro hacia el Tíber:indemnizaciones de guerra pagadas por Africa y Oriente,tributos e impuestos pagados por las provincias, produc-tos de los territorios y minas del Estado en todas las regio-nes del Imperio. Estas cantidades las empleaba el Estadoromano en primer lugar para obras públicas: carreteras,acueductos, puertos, monumentos, etc. El dinero comenzóa circular, y en pocas generaciones llegó a ser Italia el paísmás rico del mundo. Los romanos llevaron luego luegosus capitales a las provincias, y cuando, por ejemplo, un

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municipio griego no podía pagar los tributos que había deentregar al gobernador, pedía prestado el dinero al ban-quero romano. Este, por el momento, le sacaba de apuro;pero el municipio griego, además de sus tributos, se en-contraba ahora en la necesidad de pagar los usurarios in-tereses que su acreedor le exigía despiadadamente. Éralepreciso recurrir a un nuevo empréstito, que obligaba alpago de nuevos intereses. De este modo se creó una situa-ción inextricable que acabó con la prosperidad del pueblogriego. Roma absorbió, como una esponja, todo el dinero,todos los tesoros y valores existentes en el territorio some-tido a su poder. Los pequeños labradores romanos se be-neficiaron con esa política de poderío universal; ya no ten-ían que pagar impuestos directos, pues el Estado podíaprescindir de esta fuente de ingresos, y sus hijos lograronhacerse con nuevas tierras Pero la parte del león corres-pondió, sin embargo, a la nueva clase capitalista, que con-quistó económicamente el primer puesto. En últimotérmino el poder político de los pequeños labradores y desus representantes, o sea de los políticos profesionales, sevió gravemente amenazado.

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VDICTADURA MILITAR O DEMOCRA CIA

ESCIPIÓN Y CATÓN

DESPUÉS de la revolución de 287, el desenvolvimientointerno de Roma verificóse primero pacíficamente. Entrela primera y segunda guerra púnica, se llevó a cabo unaimportante reforma: la del orden de las centurias, o sea dela Asamblea en que dominaban los propietarios. Hastaentonces la primera clase, la de los terratenientes, comer-ciantes ricos y banqueros, integraba 98 de las. 193 centu-rias, esto es, poseía la mayoría absoluta. La reforma leshizo perder diez votos, con lo cual, la mayoría pasó, aunen esta Asamblea capitalista, a manos de la clase media ydel pueblo, que reunían 105 centurias contra 88.

Fuerza es, por lo tanto, calificar esta reforma de pro-greso trascendental de la democracia. Las postrimerías delsiglo vieron surgir, además, un nuevo elemento en la lu-cha política de los partidos: el general victorioso. Desde elaño 209 hasta el 201 fue Publio Escipión ininterrumpida-mente jefe del más importante de los ejércitos romanos;como presidente de la república, en el año 205 y comoprocónsul (esto es, representante del cónsul con podermilitar) en los demás años. Durante esta década, Escipióntransformó por completo el carácter del ejército romano.Hasta entonces la infantería romana había sido una masapesada sin articulaciones. Escipión enseñó a actuar porpequeñas unidades tácticas, las compañías (manipulas),que se movían libremente. La infantería romana pudo ata-

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car al enemigo en cualquier forma: de frente, por los flan-cos, por la espalda. Las compañías móviles evitaban dies-tramente los ataques del enemigo, al mismo tiempo queotras unidades realizaban el movimiento envolvente. Des-de Escipión, ningún ejército del mundo pudo equipararseal romano en el arte de la guerra. Los oficiales y soldadosformados en la escuela de Escipión fueron propiamentelos que conquistaron el dominio universal. Desde 209 has-ta 201, Escipión había aniquilado por completo el imperioespañol de los cartagineses, había vencido luego a Aníbal,y terminado triunfalmente la guerra púnica. Fácil es com-prender que el hombre que había llevado a cabo tamañasempresas no podía desaparecer luego entre la multitudanónima.

Escipión, que procedía de la nobilísima familia de losCornelios, era un carácter en extremo orgulloso y cons-ciente de su valor. Consideraba como un derecho propiodirigir el Estado en la guerra como en la paz. En el Senado,su influencia era decisiva, y en el decenio siguiente a la de-rrota de Cartago, el pueblo también eligió casi siempre alos hombres que eran gratos a Escipión. Roma parecía,pues, en trance de aceptar el mando de un solo hombre,aunque sólo de hecho y no con arreglo a los preceptos dela constitución. Pero no faltó quien pensase que este des-envolvimiento no era el más conveniente, y que era pre-ciso sacrificarlo todo para defender contra el poder de unosolo, aunque fuese éste Escipión, la constitución de losmayores y los derechos tan difícilmente conquistados. Losque estaban dispuestos a la lucha contra la amenazadoradictadura militar, y a defender los derechos del pueblo,encontraron un jefe capaz de parangonarse con Escipión:M. Porcio Catón. La figura de Catón se nos aparece en la

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leyenda posterior con los colores de un pedagógico mo-delo de virtudes. En realidad, distaba mucho de ser unmodelo para niños juiciosos; fue, sin embargo, el políticomás grande de la democracia romana. Catón procedía deuna familia plebeya; era hijo de un pequeño terrateniente.Su inteligencia y su fuerza de voluntad le abrieron laspuertas de la carrera política. El azar le hizo conocer per-sonalmente a Escipión, precisamente en el año 205, cuan-do Escipión, siendo cónsul, preparaba en Sicilia la expedi-ción decisiva a Africa. Catón tenía entonces veintinueveaños, y acompañaba en calidad de cajero (quaestor) a Esci-pión, no mucho mayor que él. Es posible que el victoriosoy orgulloso general mirase con cierto desprecio al modestopolítico plebeyo. Pero Catón era a su modo tan tozudocomo Escipión, y la oposición objetiva entre los dos hom-bres fué progresivamente convirtiéndose en profunda ene-mistad personal. Los esfuerzos de Catón no fueron inúti-les. Los amigos de Escipión querían ver a su ídolo cónsullas más veces posible, a fin de que como presidente gober-nase la república romana. Catón, en cambio, poco despuésdel año 200, consiguió que se aprobase una ley, por virtudde la cual ningún cónsul podía ser reelegido en un plazode diez años. En 195 consiguió Catón el consulado. Mas apesar de esas alternativas, la autoridad de Escipión no su-frió menoscabo.

En 194, con arreglo a la nueva ley, fué Escipión elegidocónsul por segunda vez. En el año 190, cuando se prepa-raba la expedición a Asia contra los seleucidas, no fué yaposible elegirle de nuevo presidente. Pero el pueblo eligióentonces a su hermano Lucio y a su mejor amigo Laelio, yel mismo Publio Escipión hubo de acompañar a su her-mano a la guerra como procónsul (sustituto del presi-

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dente). Como puede verse, faltó entonces muy poco paraque Roma fuese efectivamente regida por la dinastía delos Escipiones.

La campaña de Asia tuvo por resultado el asombrosoéxito de los dos hermanos: el Imperio de los seleucidasquedó destruido, y P. Escipión trajo a Roma el tratado depaz, que implicaba una indemnización de guerra de 75millones. La autoridad de los Escipiones parecía inconmo-vible. Precisamente entonces intervino Catón, con todossus recursos, para anular el poder de los generales victo-riosos. Escipión se había presentado en Asia como un ver-dadero monarca. Cuando el rey Antíoco pagó a los doshermanos el primer plazo de la indemnización de guerra,dispusieron del dinero como les plugo, sin dar cuenta deello a las autoridades romanas. Y aquí asestó sus golpesCatón. Este y sus amigos persuadieron al pueblo de quelos Escipiones se habían enriquecido en Asia a costa delEstado. Esto no pasaba de ser una vil calumnia, pues Esci-piónera demasiado rico y demasiado orgulloso para apo-derarse de un solo céntimo que perteneciese al Estado.

Pero a Catón todos los medios le parecían buenos paraobtener el fin político que se había propuesto. Al cabo devarios años de lucha entre los partidos, un tribuno del par-tido de Catón, en 185, denunció a Publio Escipión ante elTribunal popular, acusándole de haberse dejado co-rromper por el rey Antíoco. Escipión rechazó la calumniacon altivo desprecio; pero era tal el estado de ánimo po-pular, que comprendiendo que no sería absuelto, apro-vechó un pretexto para salir de Roma. Al año siguiente seabrió un proceso semejante contra L. Escipión, quien fuécondenado a pagar una multa. Catón había triunfado. Elsíntoma más claro de este triunfo fué su elección al cargo

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de censor, precisamente para ese mismo año de 184; con locual pudo establecer el presupuesto romano según susideas. Publio Escipión murió amargado en 183, en su fincade Campania, cuando sólo contaba cincuenta y cuatroaños de edad.

Con la caída de los Escipiones, había desaparecido elpeligro que amenazaba la democracia romana. Desde esafecha hasta su muerte, acaecida en el año 149, fué Catón elgobernante romano de mayor prestigio e influencia. Enpolítica exterior defendió siempre con empeño los intere-ses de Roma, sin meterse en aventuras. Fomentó con entu-siasmo la colonización y latinización del Norte de Italia.En política interior, aseguró ante todo las libertades indi-viduales de los ciudadanos. A Catón se debe una ley queprohibe que un romano sea castigado corporalmente, pororden de una autoridad o por decisión de un tribunal. Esésta una grandiosa muestra de la civilización romana.Asimismo, todo condenado a muerte -por un tribunal mi-litar, obtuvo el derecho de apelar ante la asamblea po-pular; con lo cual ya no podía ser ejecutado ningún ro-mano sin el fallo supremo de sus conciudadanos. Y porfin, en la época de Catón desapareció el último privilegiopolíticamente importante de la nobleza, o sea el derechode ésta a proveer uno de los dos cargos de cónsules. En172 fueron por vez primera plebeyos los dos presidentesde la república, Pero hay algo aún más importante que lasreformas aisladas introducidas por Catón o por sus ami-gos. La base de la constitución romana consistía en laconstante vigilancia que el pueblo ejercía sobre los políti-cos y los funcionarios; y mientras vivió Catón, fué él, encierto modo, la conciencia viva de la nación. Persiguió in-cansablemente todos los abusos y faltas de los gober-

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nantes, cuidando de que ningún culpable pudiese burlarla justicia. En numerosos procesos actuó en calidad de tes-tigo de cargo. Bien se echó de menos al fiel defensor de lademocracia romana, cuando, después de su muerte, lospolíticos partidistas se entregaron a la corrupción.

Mas, no obstante las reformas democráticas, no pudoevitarse en Roma —como en todos los Estados del mismocarácter— que fuesen los políticos quienes en realidad go-bernasen en vez del pueblo. Poco a poco habíanse for-mado en Roma dos grandes partidos. Surgieron en el sigloIV, cuando los ricos y los pobres comenzaron a luchar porel poder. Uno era el partido de los optimates, de los conser-vadores, que deseaban ver prevalecer en el Estado a lasclases Cultas y propietarias para seguridad de la propie-dad y de las autoridades. El otro era el de los populares, losdemócratas, que querían ver pasar el poder a manos delpueblo: Representaban los intereses de los humildes y pre-tendían, no sólo que se conservasen, sino que fuesen au-mentados los derechos y libertades de los ciudadanos.Mas, pese a la diferencia de ambos programas, la direcciónde los dos partidos quedó por igual en manos de una solaclase: la de los políticos profesionales. Hoy día, la actua-ción política en los Estados parlamentarios es inseparablede un puesto en el Parlamento; en cambio, en Roma estabaunida al desempeño de uno de los altos cargos oficiales,de elección popular. Estos altos cargos, las llamadas ma-gistraturas, comprendían la presidencia de la república(consulado), la confección de los presupuestos (censura);luego venían el tribunado de la plebe, la administraciónmunicipal de Roma (edilidad) y la administración de lasdiversas cajas del Estado (questura). Por último, a partirdel siglo IV, aumentóse considerablemente el número de

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los presidentes auxiliares, de los pretores. En el siglo IIhabía seis pretores, de los cuales dos ejercían funciones dejueces supremos en la propia Roma, y los otros cuatro go-bernaban las provincias.

Todos estos magistrados eran elegidos anualmente porel pueblo, y no percibían sueldo alguno. Diferenciábanse,por lo tanto, esencialmente de los funcionarios ordinarios,que abarrotaban las oficinas del Estado y desempeñabansu cargo durante toda su vida, percibiendo sueldos. Losmagistrados eran quienes gobernaban el Estado, y nadiesino ellos tenían la iniciativa de las reformas, y así se com-prende que el que en Roma quería alcanzar una significa-ción política, se esforzase por obtener uno de estos cargos.Por otra parte, el ciudadano que vivía de su industria nopodía sacrificar uno o varios años a la política. Así sucedióque únicamente los que querían hacer de la politica unaprofesión, aspiraron a los cargos susodichos.

En las antiguas familias nobles, el servicio del Estadoera una tradición que perduró aun después de perder lanobleza sus privilegios. Pero ahora los nobles que teníantiempo, inclinación y disposiciones para ello, convirtié-ronse en políticos partidistas. Mas no puede decirse quelos nobles fuesen invariablemente conservadores; fre-cuentemente militaban también en las filas democráticas,para encumbrarse en ellas. Además había las familias ple-beyas acomodadas, cuyos hijos podían permitirse el lujode estudiar para “políticos”. En Roma las masas elec-torales no estaban políticamente organizadas. Sólo en laspostrimerías de la república, unióse en asociaciones el pro-letariado de la capital. Había cierto número de «clubs», alos que pertenecían los políticos. De estos clubs, unos te-nían tendencia conservadora y los otros democrática. En

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las elecciones, los clubs designaban los candidatos, y elelector escogía luego el candidato que mejor cuadraba consus intereses. Como es natural, el político influyente in-troducía en el club a sus hijos, en el cual era la figura demás autoridad. Siempre que ello era posible, el partidodesignaba luego candidatos a estos jóvenes. Los cargosvenían a ser, en cierto modo, una herencia política trans-mitida en la familia. Las familias en cuyos miembros habíahabido un presidente de la república, lograron una situa-ción preponderante en la sociedad, y eran llamados pro-piamente nobiles, nobles. Es corriente decir que el círculode estas familias, o sea, en latín la nobilitas, es quien hagobernado la república romana. Esto, en el fondo, es exac-to; porque, en efecto, la mayor parte de los presidentessalieron de la nobleza. Pero conviene no deducir de estehecho consecuencias erróneas. Este «dominio» de la no-bleza no significa que la nobleza pudiese imponer su vo-luntad al resto de los ciudadanos. Lo que pasaba era queal hijo de un cónsul le era más fácil que a otro medrar enlos clubs políticos y ser designado candidato. Mas parallegar al poder eran precisos los votos de los electores,siéndole forzoso al candidato representar el programa ylos intereses de un partido, y congraciarse personalmentecon los ciudadanos. Como hombre y miembro del Estado,no tenía el noble más derechos que otro cualquiera. En laépoca moderna se ha conocido también una «nobleza»semejante en Hungría y en Inglaterra, esto es, en aquellospaíses en donde una constitución primitivamente aris-tocrática hubo de transformarse en parlamentaria. En to-dos estos casos, las familias nobles conservan su posiciónen el Estado, mediante su actuación en los partidos políti-cos; y los plebeyos que logran elevarse son equiparados a

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la nobleza, y frecuentemente legan también su poder a susdescendientes. En cierto modo, estos políticos profesiona-les de Roma eran, pues, como los representantes en quie-nes los campesinos depositaban su confianza y a quienesentregaban en realidad el gobierno del Estado.

La institución de los políticos partidistas, hereditarios yprofesionales, fué en Roma producto de las condicionesgenerales, y no podría transformarse, a menos de quererdesarticular toda la constitución. Pero era necesario queuna vigilancia severa por parte de la opinión pública impi-diese al político supeditar los intereses del Estado a lossuyos propios y a los de su club. Ya hemos visto con quéeficacia y autoridad Catón ejerció esta vigilancia. TambiénCatón y sus amigos consiguieron someter a determinadasreglas la educación y la carrera del político profesional.Nadie pudo ser elegido para un cargo político, sin haberprestado antes diez años de servicio en el ejército. Por logeneral, después que se hubo establecido este precepto,los jóvenes que querían dedicarse a la carrera política en-traban en el ejército a los diecisiete años, en calidad, pu-diera decirse, de portaestandartes; ascendían rápidamentea oficial, y seguían siéndolo hasta los veintisiete años,después de lo cual podían ser elegidos cajeros (qua-estores), y agregados al presidente de la república o a losgobernadores. De este modo se aseguraba el político decarrera un conocimiento profundo de la organización mili-tar, de la administración y de la Hacienda pública. Necesi-taba, además, adquirir por sí mismo la ciencia del derecho,sin la cual era imposible ser pretor o cónsul. Era tambiéncostumbre en los políticos el ejercicio particular de la abo-gacía. Una posición brillante como abogado, ayudaba mu-cho al joven político a darse a conocer y a crearse relacio-

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nes.Para alcanzar los altos cargos del Estado necesitábase

asimismo tener por lo menos determinada edad; pero estelímite, según nuestro modo de ver actual, era extraordina-riamente bajo. En el siglo II, a los treinta y un años se pod-ía ser juez supremo y gobernador de una provincia, y a lostreinta y cuatro, presidente de la República. Estas bases,establecidas en la época de Catón para la formación de losgobernantes, dieron excelentes resultados. Los pre-sidentes, ministros y generales romanos, relativamentejóvenes, no habían sostenido «exámenes», pero se habíaneducado en la escuela de la práctica. En conjunto, fueronexcelentes gobernantes.

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VI

LA INTENTONA REVOLUCIONARIADE LOS GRACOS

A pesar de todas las opiniones en contra, sostenidas en laépoca antigua y en la moderna, puede decirse que en 133,cuando apareció T. Graco, el Estado romano se encontrabatodavía completamente sano. La constitucion romana se-guía siendo la misma que había dado al Estado la do-minación universal y que le había permitido resistir lashoras críticas de la época de Aníbal. Las tremendas pérdi-das de hombres causadas por la segunda guerra púnica,fueron reparadas rápidamente, y hasta con creces, graciasa una política colonizadora muy hábil. En las dos genera-ciones que transcurren desde Zama hasta el Tribunado deTiberio Graco, el número de ciudadanos romanos creció,aproximadamente, de 200.000 a 300.000 habitantes, creci-miento sin igual en toda la historia de Roma. Las tierrasdevastadas por los cartagineses y los galos estaban desdehacía tiempo en cultivo, y aun más intensivamente queantes. La actividad de los comerciantes y banqueros itáli-cos hizo afluir a Italia, de todos los países del Mediterrá-neo, cada vez mayores cantidades de dinero. La prosperi-dad y la civilización se extendían por doquiera, y la mismaRoma estaba ya en excelentes condiciones para sobrepasara las grandes ciudades del Oriente griego. Cierto es que elsiglo II vió también crecer considerablemente en Italia lagran propiedad, pues el comerciante o especulador enri-quecido gustaba de comprar tierras al final de su carrera.

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Mas este incremento de la gran propiedad no signinificabaen modo alguno, la desaparición simultánea de la clasemedia rural. No hay que olvidar la escasa densidad de lapoblación de la península en aquellos tiempos. En la anti-güedad apenas si Italia alimentaba la sexta parte de sushabitantes actuales; por lo tanto, había en ella bastantesitio para que las grandes propiedades trabajadas por es-clavos subsistieran junto a la propiedad rural, media ypequeña. El partido graco, al describir la situación la si-tuación agraria que entonces reinaba en Italia, la desfiguróen absoluto y conviene no dejarse deslumbrar por talesdescripciones.

La república romana del siglo II se encontraba frente ados graves problemas que no lograba resolver. Uno era eldel derecho de ciudadanía de los itálicos. La Italia de entoncescontinuaba siendo un Estado confederado; en torno a lacomunidad principal agrupábase un gran número de Es-tados pequeños, y junto a los 300.000 romanos adultos,existían unos 600.000 aliados itálicos, cuya adhesión alEstado no era, por ningún concepto, inferior a la de losmismos ciudadanos romanos. En todas las guerras en queRoma había combatido por el imperio del mundo, la mi-tad de su ejército estaba integrado por los contingentesitálicos. Las ventajas materiales que trajeron las victoriasromanas redundaban, asimismo, en beneficio de los itáli-cos, que ganaban lo mismo que los romanos en las gran-des obras públicas y edificaciones realizadas por el Estadoromano; en las provincias, también el comerciante y elbanquero itálico tenían los mismos derechos que el ro-mano. Pero con el tiempo esta situación no satisfizo a losmunicipios itálicos, que no tenían participación alguna enel gobierno del Estado: no podían intervenir en la elección

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de los cónsules romanos, cuyo poder, al fin y al cabo, ha-bían de acatar, ni tenían representación en el Senado. Porúltimo — y esto era lo más grave — el aliado itálico nodisfrutaba del derecho fundamental de la democracia ro-mana: la intangibilidad personal aun del ciudadano máshumilde. Un general romano podía, por ejemplo, mandarazotar a un oficial itálico por cualquier falta, y nadie podíaprotestar contra la injusticia de este castigo. A la larga,esta sensación de injusticia política irritó a los itálicos.Gran parte de ellos habían adoptado desde hacía tiempola lengua latina, y los cantones —por ejemplo, los del Me-diodía—, que hablaban todavía su antigua lengua osca,sentíanse, sin embargo, idénticos en absoluto a los roma-nos. Todos los aliados alentaban idéntica aspiración al de-recho de ciudadanía romana.

Lo más equitativo y acorde con las antiguas tradicionesromanas hubiese sido conceder este derecho a los itálicos,si no a todos de un golpe, por lo menos paulatinamente.Ello no implicaba peligro alguno para el Estado. Pero loque se hizo fué justamente lo contrario: las concesiones delderecho de ciudadanía se fueron restringiendo cada vezmás en el curso del siglo II, hasta que acabaron por cesaren absoluto. La causa de esta medida se encuentra única-mente en los intereses de la política partidista. Los dospartidos, tanto el conservador como el popular, estabanadaptados perfectamente al mecanismo político. Triplicarde repente el número de electores era tanto como derrum-bar las formas tradicionales de la organización práctica.¿Quién podía garantizar que los nuevos electores de Tos-cana y Calabria no llevarían a Roma políticos nuevos tam-bién, que acaso anularan los viejos clubs y las familias depolíticos? Este salto en lo desconocido era lo que temía la

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llamada nobleza de ambos partidos. Por mezquindad demiras y por comodidad egoísta retrasóse, pues, la reformanecesaria, hasta que ya fue demasiado tarde.

El segundo gran problema con que hubo de luchar laReública romana en sus postrimerías fue la creación de unejército y de una armada adecuados a la potencia mundialdel Estado romano. El sistema de la milicia integrda úni-camente por ciudadanos y mandada por generales ciuda-danos, había dado magníficos resultados en los tiemposantiguos; pero ya en las guerras púnicas hubo de verseclaramente su insuficiencia, y en el siglo II resultaba detodo punto imposible.

Ya no se trataba de breves campañas en Italia o en susfronteras, utilizando todas las fuerzas de que dispusiera elEstado. Ahora había que mantener en obediencia provin-cias ultramarinas muy alejadas, defenderlas de las suble-vaciones indígenas y protegerlas de los ataques de lospueblos salvajes y fronterizos. Para tal misión ya no servíael ejército de ciudadanos itálicos. No se le podía exigir alagricultor romano que prestase diez o veinte años de ser-vicio mililtar en una provincia balkánica o en el remotoPortugal. Para estos menesteres necesitaba Roma un ejércitoprofesional. En el curso del siglo II creóse, en efecto, estetipo de ejército. El servicio obligatorio siguió existiendo enteoría, pero cesó por completo en la práctica. Cuando ha-cían falta nuevos reclutas, se recurría a voluntrios, quesiempre se encontraban en número suficiente: pobres dia-blos que esperaban hallar su felicidad bajo las banderas delas legiones. De estos soldados profesionales estaban for-madas las tropas que defendían las provincias en luchasconstantes, aunque de escasa importancia. Pero su númeroera escaso y cubría precisamente las necesidades de las

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guarniciones ultramarinas, y nadie se preocupó de la ins-trucción militar de los demás ciudadanos. No había ni Es-tado Mayor ni ministerio de la Guerra. Los cónsules, aquienes estaban encomendado el mando del ejército, eranpolíticos profesionales y, además, cambiaban todos losaños. Y así fue como en los últimos tiempos de la re-pública, Roma se halló desamparada ante toda guerra cu-yas proporciones sobrepasasen las de las pequeñas luchasprovinciales. Había que lanzar contra el enemigo masas dereclutas sin instrucción, mandadas por abogados, paraquienes el arte de la guerra era una ciencia hermética. Deeste modo se explica cómo desde el ataque de los cimbroshasta la revolución de Espartaco, casi todas las guerrashubieron de comenzar por lamentables derrotas. Añádasea esto que cada vez que se imponía la necesidad de unaoperación militar, se entregaban un par de legiones a ungobernador de provincia o a un jefe extraordinario; conestas legiones partía el general, y el asunto estaba conluídopara los organismos centrales. Nadie se preocupaba enRoma del mantenimiento sistemático ni del refuerzo nece-sario al ejército combatiente; nadie planeaba una actuaciónde conjunto en las diversas provincias, ni se preocupabanadie de aprovechar convenientemente los recursos detodo el Imperio. Este deficientísimo sistema militar estre-chamente relacionado con la índole propia de la constitu-ción romana, contribuyó más que ninguna otra circuns-tancia a la caída de la república romana. Y la marinahallábase en condiciones todavía peores que el ejército detierra. Derrotados los cartagineses y los seleucidas, creyóseno tener ya que luchar en el mar con ningún enemigo im-portante. Los cónsules y el Senado dejaron pudrirse lasgaleras en los puertos. No se votó ningún crédito para

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construir nuevas embarcaciones cuando surgieron repen-tinamente las armadas. Y del rey Mitridates y de los Esta-dos piratas del Asia Menor meridional, la situación de losromanos en “su mar” fue de nuevo harto apurada.

Mas la crisis que en 133 estalló al ser nombrado tribunoTiberio Graco, no se refería ni al problema del derecho deciudadanía itálico ni al de la organización militar, sino aun tercer punto: el arraigo en Italia de las ideas del socia-lismo griego.

Poco a poco, ciertas ideas socialistas se habían exten-dido por el mundo helénico. Claro está que los fines delsocialismo antiguo eran muy otros que los del moderno,ya que la gran industria no representaba entonces ni conmucho el papel que representa hoy. En la antigüedad loque principalmente suscitaba la crítica de los deshereda-dos era la desigualdad de la propiedad territorial; consi-derábase injusto que algunos poseyesen grandes extensio-nes de tierra y otros no tuviesen nada. Otra doctrina so-cialista considerba que el Estado y los ricos estaban obli-gados a velar porque el pobre no careciese nunca de pan.Y una tercera teoría declaraba, por último, que era injustoque los pobres tuviesen que pagar por sus viviendas al-quileres elevados, y pretendía que aquellos que carecíande medios habían de vivir gratuitamente por lo menosdurante largos períodos. Pero junto a ests aspiracionesconcretas, las masas alentaban otros deseos menos defini-dos, y anhelaban sencillamente la muerte o destierro delos propietarios y la confiscación de sus bienes. Esta ideo-logía del socialismo antiguo hallábase extendida sobretodo entre el proletariado de los esclavos. Pero junto alsocialismo de los que carecían de todo, existía también enla antigüedad otro socialismo muy característico: el del

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labrador propietario cuyo lema era: “¡abajo los interesesde las hipotecas! ¡Amortización de las deudas rurales!”Los movimientos socialistas de la antigüedad partieron delos agricultores no menos que de los proletarios y a vecesincluso fueron obra de verdaderos señores feudales. Fáciles, pues, comprender cómo ambas direcciones -cuya fu-sión hubo Catilina de encarenar en Roma- podían recorrerjuntas gran parte del camino en la lucha contra el grancapital, por ambas odiado. Pero una vez triunfante la re-volución, pronto tenía que sobrevenir la ruptura entreambos partidos; porque los proletarios aspiraban al re-parto de tierras, mientras que los terratenientes queríandisfrutar en paz de sus bienes libres de cargas.

Las reivindicaciones socialistas aparecen claramente enel mundo griego, hacia el siglo II antes de Jesucristo. Susiniciadores fueron en su mayor parte los llamados filóso-fos. Por filósofo entendían los antiguos tan pronto alcientífico profesional como al propagandista religioso o alreformador social. Entre los preceptores de Tiberio Graco,cítanse dos de estos “filósofos”: el griego Dofanes y el itá-lico C. Blossio. Cuando hubo fracasado la empresa deGraco, encaminóse Blssio a Asia Menor y se dirigió alpríncipe Aristónico, que intentó crear, con ayuda de loscampesinos, siervos y proletarios, un extraño Estado delporvenir: el “Estado de los ciudadanos del Sol”. Aquí ve-mos, no obstante la pobreza de nuestras fuentes, aparecervivos ante nuestros ojos los nexos de la “internacional ro-ja” en la antigüedad. Por otra parte, en esa misma décadade 140 -130, encontramos, además del movimiento de T.Graco en Italia y de la sublevación de Aristónico en AsiaMenor, una gran revolución de los esclavos campesinos enSicilia, una sublevación de los mineros en el Ática, y dis-

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turbios sociales en la isla de Delos y en Macedonia. Todoesto da idea de la profunda agitación que entonces se ha-bía apoderado de las masas en todo el mundo antiguo ci-vilizado.

Tiberio Graco había cumplido los treinta años, cuando,en 133, fue elegido tribuno de la plebe. Era lo que en laInglaterra moderna se llamaría un lord liberal. De rancioabolengo aristocrático, gran terrateniente y millonario,pero al mismo tiempo un político apasionadamentedemócrata, sentía viva compasión por la miseria de lospobres. Para remediar la situación de éstos presentó aquelfamoso proyecto de ley agraria que había de dar en Romala señal de la revolución política y social. Implicaba elproyecto una nueva división de los dominios del Estado.El Estado romano, como todas las comunidades y Estadosde la antigüedad, poseía tierras propias de enorme exten-sión, proporcionada a su poderío. Estas tierras eran de dosclases: unas estaban cultivadas desde un principio y fue-ron arrendadas por el Estado por una renta fija; entre éstasse hallaban, por ejemplo, los fértiles dominios de la Cam-panía. Las de la segunda categoría, en cambio, eran tierrasinocupadas y primitivarnente incultas. Tomaba posesiónde ellas quien quería cultivarlas. Los que hacían esto seacostumbraron a labrarlas como si fueran de su propie-dad, pagando al Estado nada o una pequeñez.

Se comprende fácilmente que los que pusieron mano enestas tierras nuevas eran, por lo general, gentes adinera-das. Gran parte de los dominios del Estado habían pasadopaulatinamente a ser posesión de los grandes terratenien-tes. En esto fue en lo que quiso intervenir Tiberio Graco.En su proyecto de ley pedía que nadie pudiese poseer másde mil fanegas de tierras del Estado, y que los que poseye-

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sen más de esta cantidad devolviesen el excedente -claroestá que mediante una indemnización apropiada--, paraque en su lugar se estableciesen pequeños labradores. Esforzoso reconocer que este proyecto de ley no era en símismo excesivamente radical. El que sin autorización deninguna clase había tomado posesión de tierras pertene-cientes al Estado, sabía, naturalmente, a lo que se exponía,y no podía quejarse si el Estado le reconocía la propiedadde mil fanegas y le indemnizaba por el resto. Además, laantigua tradición romana quería que, siempre que ellofuese posible, los proletarios se convirtiesen en campesi-nos propietarios; existía incluso una antigua ley que es-taba inspirada en las mismas ideas que el proyecto de Ti-berio Graco, y que había fijado la cantidad máxima de te-rrenos públicos de que podía adueñarse un ciudadano.Esta ley había sido olvidada con el tiempo, y Tiberio Gra-co obraba muy cuerdamente al quererla sacar nuevamentea la luz. Si se examina la ley agraria en sí misma, se ve queprocede directamente de la antigua política social romana,y que no contiene nada de revolucionario en el sentido delas nuevas ideas griegas. Pero la cosa aparece muy otra encuanto se observa la agitación con que Tiberio Graco y susamigos apoyaron la proposición. En efecto, la pasión conque Graco excitaba a las masas contra la gran propiedadera en Roma era en Roma completamente inaudita, y,aunque en el texto de su proposición no había nada revo-lucionario, sí lo había en el tono de sus discursos. No pa-recía sino que todo el destino del pueblo romano dependíade aquella proposición, y que no aprobarla implicaba paraRoma una catástrofe sin igual. En realidad, la ley agrariatropezó con un obstáculo al parecer infranqueable: el par-tido conservador combatió la proposición en interés de los

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terratenientes, y Octavio, tribuno conservado, le opuso suveto. Por el momento el asunto estaba terminado. No esocasión de discutir si la política de Octavio fue justa oequivocada. En todo caso, al hacer fracasar con su veto laley agraria, Octavio no hacía sino ejercer un derecho cons-titucional. Claro está que, en modo alguno, podía conside-rarse definitivamente fracasada la ley agraria. Conforme ala constitución vigente, al año siguiente no podían ser re-elegidos tribunos ni Graco ni Octavio. El pueblo podía,por lo tanto, cubrir los diez puestos de tribunos para elaño de 132 con demócratas de tendencia graquista, con locual la ley habría fatalmente de aprobarse. Tiberio Gracono necesitaba, pues, sino esperar un poco para llegar a susfines, si verdaderamente contaba con el apoyo de las ma-sas. Mas esto fué precisamente lo que no quiso hacer. Pre-sa del ardor revolucionario, decidió eliminar el obstáculoque se había colocado en su camino; y en virtud de unaproposición suya, la Asamblea popular destituyó al tribu-no Octavio.

Esto era para los romanos un acto de violencia inaudito.A partir de este día, puede decirse que la constitución ro-mana dejó de existir. En su lugar establecíase un Gobiernode violencia. Tiberio Graco, por su acto, por su despreciode los sagrados derechos del tribuno de la plebe, se habíacolocado fuera de la ley. Cualquier ciudadano podía ma-tarle impunemente. Mas por el momento, no se llegó apracticar esta justicia expeditiva. Las masas protegían a sutribuno. La ley agraria fue aprobada y comenzó a aplicar-se.

Pero entre los ciudadanos amantes de las leyes creció lairritación contra Tiberio Graco. La constitución de los ma-yores era cosa demasiado seria para que el capricho de un

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joven político ambicioso pudiese echarla por tierra. Cuan-do Graco, vulnerando una vez más el derecho vigente, sepresentó nuevamente candidato al tribunado para el añosiguiente, 132, los ciudadanos, dirigidos por un senadordecidido, Escipión Nasica, acudieron a las armas. En unabatalla sangrienta por las calles fueron dispersados lospartidarios de Tiberio Graco y muerto éste. En el destinode Tiberio Graco hay un rasgo trágico. Fue un revolucio-nario, pero sólo por el sentimiento. Estaba dispuesto a des-truir la constitución vigente, pero no tenía la menor ideade lo que había de suceder después. Su triunfo hubieraimplicado la destrucción de la antigua democracia campe-sina romana, y las consecuencias de esta caída no hubie-ran seguramente aprovechado a las masas, sino antes alcontrario -pensamos en la política posterior de Cayo Gra-co-, habrían redundado a favor de los grandes capitalistas.La intervención de Escipión Nasica salvó la constitución.La ley agraria de Tiberio Graco era nula con arreglo al de-recho estricto. Pero la cordura de la política romana se re-vela en el hecho de que la ley continuase en vigor, a pesarde sus defectos de origen. De este modo, en los años si-guientes, y para bien del Estado, se crearon miles de pro-piedades aldeanas.

Diez años después de estos acontecimientos, en 123,Cayo Graco, el hermano más joven de Tiberio, fué asi-mismo nombrado tribuno de la plebe. Era uno de los me-jores oradores que tuvo Roma, y sobrepasaba con mucho asu hermano en claridad de juicio y en firmeza de volun-tad. Pero le faltaba por completo ese rasgo idealista que, apesar de todas las sombras, hace tan simpática la figura deTiberio Graco. Persiguió Cayo sistemáticamente un findeterminado: ser en Roma un rey sin trono. Y para conse-

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guirlo, Todos los caminos le parecieron buenos. Quisoanular a los políticos, a la llamada nobleza, que desdemuy antiguo gobernaba en Roma. Para ello determinóhacerse elegir todos los años tribuno del pueblo y gober-nar el Estado mediante decisiones de la asamblea popular.Efectivamente, una nueva ley permitía ahora ser reelegidotribuno de la plebe. Para mantenerse en su puesto, CayoGraco necesitaba contar con una mayoría en la asambleapopular. Pensó creársela atrayéndose dos clases socialescuyos intereses tenían en sí poco de común: la muche-dumbre de la capital y la p1utocracía. Tiberio Graco habíaprometido tierras al proletariado; Cayó se apoyó en otropunto del programa socialista, y prometió el abarata-miento del pan. Su ley frumentaria garantizaba a cadaciudadano habitante de Roma el trigo necesario para sumantenimiento a un precio reducido. Tampoco esta ley esen sí muy radical, y, lo mismo que la ley agraria de TiberioGraco, se refiere a antiguas instituciones romanas. Hacíaya muchas generaciones que el Estado inspeccionaba laimportación de cereales y consideraba como su deber pro-curar que hubiese siempre pan en cantidad suficiente y nodemasiado caro. Lo grave en la ley de Cayo Graco era queinauguraba la corrupción política de las masas en la capi-tal. Puede decirse que mientras la democracia de Atenasfue siempre sostenida por la población pobre de la ciudad,en cambio el proletariado de la ciudad de Roma no ejerciónunca una política independiente, sino que se dejó com-prar alternativamente por los grandes capitalistas, por losaventureros y por los generales. Por lo cual, la democraciade Roma hubo de nacer y morir con ola clase de los pe-queños labradores.

Más perjudiciales para el Estado que la ley frumentaria,

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fueron las otras medidas que Cayo Graco tomó para ase-gurarse los votos de los banqueros. Entre ellas, la principalfue la ley de devoluciones, que logró hacer votar uno desus compañeros de partido, el tribuno Acilio. Tratábase delo siguiente. Los gobernadores de provincia salidos de loscírculos políticos, solían enriquecerse a veces descarada-mente a costa de los provincianos. Claro está que no lohacían brutalmente, confiscando sin más ni más la fortunade algún súbdito rico. Pero los habitantes y los municipiossabían que gratuitamente no conseguirían nunca nada delgobernador. Intentaban, pues, congraciarse la voluntaddel funcionario romano con toda clase de dádivas valio-sas. Ya en el año 149 había juzgado oportuno el pueblo ro-mano establecer una ley especial contra los manejos de losgobernadores de las provincias. Mas de haberse preten-dido castigar solamente los robos o exacciones indebidas,en la mayor parte de los casos el botín de los cupables nohubiera corrido ningún riesgo, ya que el dinero que losprovincianos entregaban a los funcionarios romanos, que-daba generalmente encubierto en forma de regalo, de ven-ta o de error en las cuentas. La ley del año 149 determinó,por lo tanto, con carácter general, la prohibición para losprovincianos de hacer a título personal ningún pago endinero a un funcionario romano. Mas cuando, sin embar-go, se hubiese verificado un pago de esta índole, el pro-vinciano tenía derecho a reclamar su importe al gober-nador en el momento en que éste cesase en su cargo. Deahí el nombre de «ley de devoluciones». Para fallar res-pecto a estas reclamaciones, creóse un jurado permanentecompuesto de senadores romanos. La ley de Cayo Gracosobre esta cuestión era, en esencia, una reproducción de laley de 149, pero con una diferencia importantísima. Los

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jurados que habían de fallar respecto a las reclamacionescontra antiguos funcionarios de provincias, no habían deser ya senadores, sino simplemente ciudadanos, cuya for-tuna fuese, por lo menos, de 100 000 dineros (80.ooo mar-cos oro).

¿Cuál era la importancia política de este cambio? Todaslas provincias romanas se hallaban entonces atestadas decomerciantes y especuladores romanos, que explotaban alos habitantes más aún que los gobernadores. Pero el in-cremento de esta actividad dependía de la voluntad deestos últimos. En adelante las quejas contra los goberna-dores ya no serían examinadas por sus complafieros delSenado, sino por una comisión de ciudadanos ricos que noeran senadores; es decir, que el gobernador sería juzgadopor los compañeros de profesión y socios de aquellos es-peculadores con o quienes había tenido relación.en la pro-vincia. Esta ley de Cayo Graco entregaba, pues, a los fun-cionarios de provincias e incluso a los mismos provincia-nos, con las manos atadas, a los grandes capitalistas. Así,por ejemplo, si un gobernador honrado defendía su pro-vincia contra los manejos de los banqueros romanos, éstoscorrompían a unos cuantos pillos de la provincia, los cua-les presentaban en Roma una queja contra el gobernadoracusándole de cobro indebido de grandes sumas; y pormuy clara que fuese su inocencia, los jurados capitalistasle condenaban irremisiblemente. En cambio, un goberna-dor podía reunir impunemente millones en su provincia,si lo hacía de acuerdo con los grandes capitalistas, que lesalvaban siempre de cualquier acusación. Fuerza es decirque esta ley de Cayo Graco acarreó durante las siguientesgeneraciones una miseria terrible en las provincias, y a elladebe achacarse en gran parte la decadencia de la civiliza-

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ción y de la prosperidad en los países medietrráneos. Peropor el momento, consiguió Cayo Graco el fin que se habíapropuesto. Desde entonces el capitalismo fue en Roma, encierto modo, un partido organizado. El uso corriente delidioma designaba con el nombre de «clase de los caballe-ros» a los hombres que tenían derecho a ocupar los pues-tos de jurados con arreglo a la ley de Acilio; pues en laantigüedad las fuerzas de caballería se reclutaban gene-ralmente entre los ciudadanos más ricos, llegando así laspalabras «caballero» y «rico» a tener la misma significa-ción. En el último siglo de la república romana este par-tido de los caballeros actuó como poder independienteentre los antiguos partidos, o sea de los conservadores(optimates), y el de los demócratas (populares).

Pero Cayo Graco hizo a los capitalistas un beneficio aúnmayor que el de permitirles con entera libertad juzgar alos funcionarios provinciales; gravó la recién conquistaday opulenta provincia de Asia (Asía Menor) con grandesimpuestos, cuya percepción fué arrendada a sociedades decapitalistas romanos, a quienes reportaba un beneficioanual de varios millones. Así pudo Cayo Graco, con ayudade los capitalistas y de las muchedumbres, realizar supropósito. La Asamblea popular estaba a sus órdenes; lospolíticos fueron anulados, y Cayo Graco fué reelegido tri-buno para el año siguiente.

Pero durante su segundo tribunado, en el año 122, dioun paso que hubo de perderle. Cada año hacíase másapremiante la pretensión de los itálicos al derecho de ciu-dadanía romana. Por los motivos ya mencionados, los an-tiguos partidos no querían ni oír hablar de esta reforma.En cambio, Cayo Graco decidió satisfacer los deseos de lositálicos. Calculaba que si los aliados de Roma conseguían

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el derecho de ciudadanía gracias a su intervención, podríacontar en adelante con sus votos, y así, su preponderanciaquedaba asegurada. De todos modos, esta reforma, extra-ordinariamente necesaria, hubiera sido un bien para Ro-ma. Mas los políticos se opusieron tenazmente a ella, es-pecialmente los conservadores, y fraguaron un plan admi-rablemente ideado para derrumbar a Cayo Graco. Comen-zaron por garantizar a los capitalistas y a los proletariosque, aun después de eliminado Cayo Graco, las nuevasconquistas permanecerían intangibles; de este modo lospolíticos sembraron la discordia en las filas del partidograquista. Pero, sobre todo, sembraron entre las masas delos' electores un odio salvaje contra la reforma itálica.Hicieron creer al elector que en lo porvenir, si se aprobabala proposición de Cayo Graco, su predominio iba a seranulado por esos cientos de miles de nuevos ciudaanosprocedentes de Italia; le dijeron que los itálicos acaparíanel pan barato para ellos y ocuparían los mejores sitios enlas fiestas populares.

Los optimates triunfaron con este llamamiento a lamezquindad y egoísmo; la ley de reforma electoral de Ca-yo Graco no fue votada. Cayo Graco no fue reelegido tri-buno para el año 121.

En realidad la carrera política de Cayo Graco no hubie-ra debido terminar aquí. Se había mantenido siempre ensus actos dentro de los límites de la constitución, y no te-nía por qué temer que, como particular, se le exigiesencuentas de su actuación como tribuno. En los últimos añoshabía sido, en cierto modo, el Jefe del Gobierno; ahorapodía ser el jefe de la oposición, y esperar tranquilamenteun nuevo rumbo que llevase otra vez a sus manos lasriendas del Poder. Pero muchos de sus partidarios no tu-

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vieron paciencia para esperar los acontecimientos. Conabsoluto desconocimiento de las fuerzas respectivas, pre-tendieron reconquistar el Poder por la violencia. En el año121 una nueva sublevación estalló en la ciudad de Roma.Pero los ciudadanos y campesinos, fieles a la constitución,forjaron entonces un arma contra el partido revoluciona-rio. El Senado acordó que “los cónsules cuidasen de de-fender al Estado”. El enérgico cónsul conservador, Opi-mio, convocó a las armas, y la sublevación fue sofocadasin contemplaciones. Cayo Graco encontró la muerte en larefriega. Desde entonces consideróse en Roma que, cons-titucionalmente, un acuerdo semejante del Senado autori-zaba a los cónsules a tomar todas las medidas que creye-sen necesarias contra los perturbadores del orden. Fuerade esto, la vida y libertad del ciudadano estaban al abrigode cualquier extralimitación por parte del Gobierno. Perocuando el Senado proclamaba el estado de excepción, po-día el cónsul intervenir con las armas y mandar detener yejecutar según le pareciese.

Después de la muerte de Cayo Graco, la paz interior.

mantúvose durante veinte años. En el año 100 surgió unnuevo conato de revolución, con igual carácter que la in-tentona de Cayo Graco. Un político «demócrata» quiso denuevo detentar el Poder, apoyándose en una coalición delos grandes capitalistas y de los pobres. Era este político eltribuno de la pleba, Lucio Saturnino. Organizó, para sucustodia personal, una guardia de bandidos a sueldo. Perosu intervención fue tan comprometedora, que los mismoscapitalistas que le apoyaban, le abandonaron. Su primeraproposición fue una nueva ley frumentaria, con arreglo ala cual, la población pobre había de obtener el trigo pocomenos que de balde. Vino luego una ley agraria, que dis-

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ponía el reparto entre los ciudadanos pobres de la mayorparte de los dominios provinciales del Estado.

Los tribunos conservadores opusieron, naturalmente, suveto a ambas proposiciones. Pero Saturnino hizo caso omi-so de los vetos y, apoyado en sus sicarios, logró hacersefuerte en la capital. Su más ardiente colaborador era el pre-tor C. Glaucia, que había sido presentado por el grupo deSaturnino como candidato al consulado para el año 99. Conarreglo a la ley, un pretor no podía ser cónsul el año si-guiente al del desempeño de su pretura. Pero Saturnino ysus partidarios se consideraban tan seguros, que creyeronpoder burlar impunemente la constitución. El terrorismollegó a tales extremos, que Memmio, candidato conserva-dor al consulado, fue muerto a manos de asesinos pagados.Este acto infame unió a todos los elementos ciudadanosinteresados en la conservación del Estado. El Senado pro-clamó el estado de excepción. Los cónsules convocaron elejército a las armas, y tomó el mando el famoso general ycónsul Cayo Mario, ardiente demócrata y antaño amigopolítico de Saturnino. Pero, en esta crisis, Mario cumpliócon su deber, poniéndose al lado del Senado y de los con-servadores. Otra vez corrió la sangre por las calles de Ro-ma. Por fin, como en los años 133 y 121, venció el partidodel orden. Saturnino y Glaucia fueron muertos, y las leyesde Saturnino anuladas por contrarias a la constitución.

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VIILA GUERRA ITÁLICA DE SECESIÓN Y EL GOLPE

DE ESTADO DE LA PLUTOCRACIA

DESPUÉS de los acontecimientos del año 100, disfrutó denuevo Roma una década de paz interior. Pero la situacióndel Estado era cada vez menos satisfactoria. De año en añocrecía el descontento de los itálicos; ya había transcurridouna generación desde que Cayo Graco quiso atraérseloscon la promesa de concederles el derecho romano de ciu-dadanía. Pero desde entonces, los partidos políticos go-bernantes no habían hecho absolutamente nada para satis-facer sus justificadas pretensiones. Los buenos patriotasromanos habían de ver con dolor cómo se impulsaba a larevolución a los itálicos, que sumaban más de mediomillón de hombres adultos y civilizados. La segunda llagaque roía al Estado era la supremacía cada vez más visible,de los capitalistas. La lamentable dependencia en que vi-vían los políticos y funcionarios públicos respecto a losjueces capitalistas, dificultaba de año en año la buena ad-ministración de las provincias y, en general, de todo elImperio. En épocas anteriores, el partido democrático hab-ía sido el llamado a iniciar valientemente la lucha contraese estado de cosas. Pero ahora este partido, dirigido an-taño por Catón, había degenerado y se había puesto pocoa poco al servicio de la plutócracia. Nada se podía, pues,esperar de los demócratas. En cambio fue un político con-servador el que intentó con arrojo remediar la crisis. Entiempo de los Gracos, el partido conservador de los opti-

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mates se había limitado a defender tenazmente el estadode cosas existente. Ahora se decidió a emprender el cami-no de las reformas, con resulución tanto más meritoria.

En el año 91 era tribuno de la plebe el conservador M.Druso, uno de los hombres más inteligentes y mejores queha tenido Roma. Sin vacilar pidió para los itálicos el dere-cho de ciudadanía, y después propuso a los capitalistasuna transacción que estableciese de nuevo una jurispru-dencia racional en las demandas contra los funcionariosde provincias. Según esta transacción las comisiones dejurados habían de estar integradas por senadores, como enla época anterior a Cayo Graco. Pero en cambio, para lo-grar un justo equilibrio, admitiría el Senado en su seno atrescientos individuos de la clase de los caballeros, esto es,a trescientos ricos comerciantes y capitalistas. De este mo-do hubieran conseguido éstos, aproximadamente, la mitadde los puestos del Senado, lo que implicaba una concesiónharto importante. Pero la proporción se habría alterado deaño en año en perjuicio de los capitalistas, ya que los queanualmente entraban a formar parte del Senado eransiempre políticos. Estas proposiciones de Druso suscitaronentre los caballeros la más viva oposición. Los capitalistasno querían oír hablar de un cambio en la situación impe-rante, que les confería el dominio efectivo y completo delas provincias. Druso, por su parte, no quería tampocorebajar nada de su programa reformista. Consideraba elconjunto de sus proyectos como una unidad; quien estu-viese conforme con su ley sobre el derecho de ciudadaníahabía de estarlo también con la ley referente al Senado y alos jurados, y viceversa. Así se explica el odio implacablecon que el partido de los caballeros se opuso al programade Druso, incluso al artículo referente a la concesión del

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derecho de ciudadanía a los itálicos, artículo que fue com-batido con la mayor energía por los capitalistas, no a causade su propia significación, sino por ser inseparable de lareforma judicial.

Aunque las reformas propuestas por Druso eran mani-fiestamente justas, había de serle muy difícil realizarlasfrente a la oposición de la plutocracia. El dinero tenía ungran poder en la política romana de entonces, muchospolíticos y grandes masas de electores dependían, directao indirectamente, de la clase de los caballeros. Mas comoparecía que Druso, a pesar de todo, iba a lograr lo que sehabía propuesto, los capitalistas decidieron apelar a la vio-lencia, y pagaron a un asesino, profesión ésta tan flore-ciente en la Italia antigua como en el el renacimiento. Dru-so fue asesinado. La política interesada de los capitalistasromanos es insuperable en cuanto a brutalidad y a falta deescrúpulos. La muerte de Druso debilitó al partido de lasreformas, cuyas proposiciones no lograron ya ser aproba-das. Pero entonces se desencadenó la tormenta que se tem-ía desde hacia tanto tiempo: al saber el asesinato del únicogobernante romano que había querido ayudar de verdad alos itálicos, parte de los municipios itálicos se separaronde Roma.

Hasta este momento los itálicos no habían aspirado sinoa ser considerados como leales ciudadanos romanos. Peroen vista de la brutalidad con que Roma los rechazaba,concibieron la idea de separarse del Estado romano. Lasecesión del año 91 comprendió primeramente los peque-ños cantones de la Italia central: los pelignos, los picenios,etc.; a los cuales se unieron muy pronto los municipiososcos del Sur. Los rebeldes fundaron un nuevo Estadoconfederado, «Italia», cuya capital, Corfinium, estaba en el

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país de los pelignos. Su constitución reproducía en esenciala de los romanos: presidían la confederación dos cónsu-les, junto a los cuales había un Senado y una Asambleapopular. El primer objeto de los itálicos sublevados fuéatraerse a los municipios itálicos que seguían aún fieles aRoma, esto es, a las ciudades latinas, etruscas y griegas.Después venía la destrucción del Estado romano. Elpropósito era que los numerosos pequeños municipiosque ya poseían el derecho de ciudadanía romana, se agre-gasen a la Confederación itálica en calidad de miembrosindependientes. De haber triunfado los separatistas, lasituación de Italia hubiera sido de seguro poco más o me-nos la que hallamos en las generaciones siguientes, cuan-do Roma otorgó por fin a los itálicos el derecho de ciuda-danía. En lo exterior, «Italia» hubiera podido mantenerigualmente la dominación universal con el mismo espírituque Roma. Pero había una diferencia esencial: el particula-rismo osco, resucitado de nuevo al Sur de la península porla poco generosa política de Roma. En la generación ante-rior las tribus oscas, es decir, los samnitas, los lucanos ylos habitantes de la Campania meridional, se hubieran sinduda latinizado sin reparo alguno. Pero ahora volvían aacordarse de su antigua nacionalidad y de su lengua, yconsiguieron que el nuevo Estado confederado «Italia»tuviese oficialmente dos idiomas. Las monedas de los se-cesionistas que han llegado hasta nosotros, llevan inscrip-ciones en parte latinas y en parte oscas. Era éste un gravepeligro para el porvenir de Italia, cuya unidad nacional seveía amenazada por la extraña resurrección del elementosamnita.

En la primavera del año 90 se inició la guerra en todo elfrente, desde Picenum (territorio de Ancona) hasta la

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Campania, en dirección Sur. Siempre habían tenido lositálicos que suministrar contingentes al ejército romano,así es que el ejército de los secesionistas contaba con tantosoficiales y soldados experimentados como el ejército ro-mano. Triunfaron los primeros. Los romanos sufrieronvarías derrotas importantes, y comprendieron que ya nopodrían someter a los itálicos por la fuerza. Roma se per-cató de que Druso estaba en lo cierto y, bajo la impresióndel desastre, bajó mucho la influencia de los capitalistas yde sus «democráticos» amigos. Lo esencial ahora era, antetodo, evitar que la sublevación siguiera extendiéndose. Enel año 90 fué aprobado un proyecto de ley del cónsul L.César, que concedía el derecho de ciudadanía a todos lositálicos aún adictos a Roma. Las reformas prosiguierondurante el año siguiente. Un tribuno de la Plebe, M. Plau-tio, conservador y hombre de talento, digno sucesor deDruso, propuso, junto con su colega Papirio, la extensiónde este beneficio a los itálicos sublevados, siempre quesolicitasen su derecho de ciudadanía en un plazo de dosmeses. Esta ley importante fué aprobada y completadapoco después por otra nueva ley del cónsul Cn. PompeyoEstrabón. Los habitantes de la región situada al Norte delPo, los galos de la Lombardía y los venetos de Venecia, sehallaban admirablemente preparados para la latinización,gracias a los progresos realizados en el último siglo. Du-rante la crisis del año 91 habían permanecido fieles al Es-tado romano. No se les quiso otorgar todavía el derechopleno de ciudadanía romana, pero si un grado inmedia-tamente inferior a éste, y se les concedió el derecho latino,o sea que las constituciones más o menosprimitivas de sustribus fueron sustituidas por municipios cuyo idioma ofi-cial era el latín, y por una organización municipal idéntica

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a la dominante en el territorio de la nación latina.Las reformas de los años 90 y 89 se cuentan entre los

acontecimientos más importantes de la historia romana.Con ellas desapareció la rivalidad existente entre los ciu-dadanos romanos y los confederados itálicos, y toda Italia,a partir del Po, formó un único Estado. Los idiomas yhábitos propios de cada territorio no tardaron en desapa-recer. En la época de Augusto era ya un hecho la existen-cia de un pueblo uniforme de italianos. Desde el año 89 elEstado romano tuvo, aproximadamente, 9oo.ooo ciudada-nos adultos, todos los cuales tenían derecho a presentarseen la Asamblea popular y a emitir su voto. Pero fácil es decomprender que sólo una minoría pudo, por regla general,ejercer su derecho de voto, a causa de las molestias y gas-tos que acarreaba el largo viaje preciso para ello. Pero estono menguó en nada el valor que el derecho de ciudadaníarepresentaba para los antiguos confederados itálicos. Loprincipal era que ahora ya podían aspirar los itálicos a to-dos los cargos del Estado, y que encontraban en las leyesromanas protección personal contra cualquier extralimita-ción de los funcionarios. Por lo demás, los antiguos pe-queños Estados itálicos continuaron viviendo como muni-cipios del gran Estado romano, con sus alcaldes propios,su Concejo municipal y su Asamblea de ciudadanos. Peroestos organismos cuidaban únicamente de la autonomíalocal. Las demás instituciones del Estado, la política y elejército, la ley y el derecho, eran comunes a toda Italia.

Aunque tardíos, los beneficios concedidos por Roma nodejaron de surtir efecto en los itálicos rebeldes. Los canto-nes de la Italia Central se sometieron todos, después deeliminar a algunos fanáticos extremistas. Pero en el Sur lososcos permanecieron irreductibles; ya no querían el de-

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recho de ciudadanía romana, sino formar por si solos unEstado independiente. Los romanos encontráronse, pues,de nuevo obligados a una guerra difícil, aunque su resul-tado no dejaba lugar a dudas, ya que los oscos no podían,ni con mucho, equiparar en fuerza a las fuerzas reunidasdel resto de Italia. En 88, el cónsul L. Sita puso cerco a No-la, ciudad osca tenazmente defendida, en la Campaniameridional. Pero hubo de abandonar la empresa, reque-rido en la capital por otro problema de índole harto dis-tinta,.

En los años 90 y 89, el partido de los capitalistas roma-nos no había tenido más remedio que soportar la realiza-ción de gran parte del programa defendido por el odiadoDruso: la concesión a los itálicos del derecho de ciuda-danía romana. Mas aún le quedaba por sufrir a la clase delos caballeros un golpe más duro. El ya citado tribuno dela plebe, M. Plautio, consiguió que se aprobase, en el mis-mo año de 89 una ley, por la cual, en lo sucesivo, los jura-dos habían de ser elegidos directamente por el pueblo.Esta ley arrebataba a los capitalistas su jurisdicción sobrelos funcionarios del Estado, y con ella el más importantede sus derechos políticos. No parecía sino que las ideas deDruso habían de triunfar, aun después de su muerte. En elaño 89 habían desaparecido los dos mayores obstáculosque se oponían a un próspero desarrollo del Estado: lainjusticia respecto a los itálicos y la supremacía de los ca-pitalistas. Y el Estado romano hubiera podido disfrutar deun período de paz interior y de tranquilidad absoluta, a noser por los capitalistas, cuya falta de conciencia no tardóen originar nuevos conflictos.

El partido de los caballeros decidió sacrificarlo todo pa-ra reconquistar sus perdidos privilegios, y lós políticos

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vendidos de la llamada democracia le prestaron su apoyo.Los capitalistas dispusieron su campaña política con ex-traordinaria habilidad. Hasta entonces habían sido los másencarnizados enemigos de los itálicos; pero, como ya que-da apuntado, no por disentir con las aspiraciones de éstos,sino por odio a Druso. De pronto, su actitud cambió porcompleto, y se mostraron ardientes defensores de los nue-vos ciudadanos. La ciudadanía romana dividíase en totalen treinta y cinco distritos electorales, llamados tribus. Laley de Plautio del año 89 había distribuido los nuevos ciu-dadanos entre ocho de estos distritos, con el fin de evitarel peligro que hubiera implicado el hecho de que los cen-tenares de miles de nuevos electores tuviesen de prontomayoría en todos los distritos. Y aquí viene la habilidaddel partido capitalista, cuyo campeón, el tribuno P. Sulpi-cio Rufo, pidió enérgicamente en 88, la uniforme re-partición de los nuevos ciudadanos entre las treinta y cin-co secciones electorales. Los capitalistas esperaban que losnuevos ciudadanos habrían de agradecerles, así como alos demócratas, este beneficio, y que en la primera ocasiónvotarían porque de nuevo ocuparan los caballeros lospuestos de jurados. Sulpicio presentó además otra proposi-ción importante. Por aquel entonces, Roma sostenía enOriente una guerra muy dura con el rey del Ponto, Mitri-dates, que había ocupado la provincia de Asia. Los asiáti-cos habían asesinado a todos los comerciantes y banquerosromanos allí establecidos, apoderándose luego de sus bie-nes. La pérdida del Asia Menor había ocasionado a lassociedades de capitalistas romanos un perjuicio de mu-chos millones. Querían, pues, los caballeros entrar de nue-vo en posesión de su dinero y restablecer sin compasióntodas las antiguas y nuevas obligaciones de los asiáticos.

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Para esto era necesario que el general romano encargadode reconquistar y organizar de nuevo el Asia Menor, me-reciese la confianza de los capitalistas. Y aquí estaba preci-samente la dificultad. El Senado había nombrado jefe delos ejércitos orientales al ya citado cónsul L. Cornelio Sila,que contaba a la sazón cincuenta años, y se había hechofamoso en la lucha contra los itálicos. Sila era conocidocomo hombre de arraigadas ideas conservadoras y, sobretodo, de una gran independencia de carácter; un hombre,en suma, de quien los capitalistas nada podían esperar. Laclase de los caballeros buscó, pues, otro general para laguerra de Oriente, y lo halló en el anciano C. Mario, consi-derado como el mejor general de su época, demócrata y,desde hacía años, en bonísimas relaciones con los círculoscapitalistas. Sentíase Mario personalmente ofendido por elpartido dominante en el Senado, que había elegido a Sila yno a él para dirigir la campaña de Asia. Le agradó, por lotanto, complacer a los capitalistas. Así, pues, el tribunoSulpicio, además del proyecto de ley referente a la divi-sión de los distritos electorales, presentó otra proposiciónpor la cual el pueblo encomendaba a Mario, y no a Sila, elmando de los ejércitos orientales. Obrando con rectitud,Sulpicio no hubiera seguramente logrado la aprobación desus proposiciones. Pero los capitalistas ya no retrocedíanante ningún medio: reclutaron unos cuantos miles de des-graciados a quienes dieron armas, y con su ayuda pudoSulpicio aterrorizar la capital, y consiguió se aprobasensus leyes.

Cuando el cónsul Sila, acampado ante Nola, tuvo cono-cimiento de estos vergonzosos acontecimientos, hizo loque era su deber: dio a sus tropas la orden de marcha, y sedirigió hacia Roma para libertar a la capital de las garras

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de los asesinos pagados y de los capitalistas que los apo-yaban. Las tropas de Sila restablecieron el orden sin grantrabajo. Sulpicio fué proscripto, así como los demás cabe-cillas del movimiento, y con ellos el anciano general Ma-rio. Cierto es que éste no había promovido las repugnan-tes escenas acaecidas en Roma; pero tampoco las habíaimpedido. Sulpicio fue hecho prisionero, y muerto al huir.Mario, en cambio, tras varias aventuras, logró llegar aAfrica. Las leyes de Sulpicio fueron anuladas, y Sila partióseguidamente para Asia a terminar la guerra con Mitrí-dates.

Estos acontecimientos del año 88 no habían debilitadoen lo más mínimo el poder de los capitalistas y demócra-tas, los cuales permanecían siempre unidos. La energía deeste partido se patentiza en el hecho de que ese mismo añode 88, en las elecciones de cónsules para el 87, salió triun-fante uno de sus candidatos, L.Cinna. En el año 87 Cinnasacó nuevamente a luz las proposiciones de Sulpicio, in-tentado hacerlas triunfar por los mismos medios de vio-lencia que aquel tribuno empleara. Pero tropezó con laoposición de su colega conservador, el cónsul Octavio. ElSenado proclamó el estado de excepción y encargó alcónsul Octavio que «defendiese al Estado».Prodújose entonces una situación harto extraña: uno de loscónsules había de sofocar con poder dictatorial la revolu-ción a cuyo frente se hallaba el otro consul. Una vez mástriunfó el partido del orden: Cinna tuvo que huir de Ro-ma, y fue destituido de su cargo. Pero el partido capitalistadecidió jugarse el todo por el todo. Para recuperar su su-premacía no vaciló en desencadenar la guerra civil en todaItalia.

La coalición que entonces se formó con el nombre de

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“democracia” y con objeto de derribar el orden legal, fueen verdad singular. Con el partido de los capitalistas y sussecuaces estaban los políticos demócratas oficiales, queesperaban, con ayuda de los caballeros, obtener los mejo-res puestos del Estado A estos se unieron las masas de losnuevos ciudadanos, con la ilusión de la nueva y para ellosfavorable división de los distritos electorales. Hay queañadir también los oscos rebeldes del Mediodía, que sesumaban afanosos a cuanto significaba un ataque al Es-tado romano. Por último, el arma más fuerte de los revo-lucionarios era quizá el anciano Mario, que por haber sal-vado la patria de los bárbaros septentrionales, gozaba entoda Italia de una inmensa popularidad. Mario, además,era hijo de un labrador plebeyo, era demócrata sincero enel sentido del viejo Catón, y esto aumentaba las simpatíasde que gozaba entre las masas. Su destierro en 88, habíacausado en todo el país una impresión en extremo des-agradable. Los espíritus mediocres, incapaces de com-prender los verdaderos hilos que movían la política de lospartidos, creían que Mario había sido perseguido por hon-rado y enemigo de los aristócratas. Y la aureola del ancia-no general obraba milagros, especialmente entre los sol-dados.

En el año 87 Mario volvió a Italia, y en unión de Cinnalanzó una proclama incitando a la lucha contra el Go-bierno. Gran parte del ejército se puso entonces a las órde-nes de los demócratas, junto con muchos miles de nuevosciudadanos. Mario y Cinna marcharon contra Roma, y trasvarias luchas, lograron apoderarse de la capital. El Go-bierno fue derribado, y la venganza capitalista se des-bordó en forma horrorosa. Cientos de significados conser-vadores, especialmente miembros del Senado, fueron ase-

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sinados. Sila, que se encontraba mandando las tropas enOriente, fue declarado proscrito. Mas el anciano Mario nopudo disfrutar mucho tiempo de su triunfo, pues murióen el año 86. Era un hombre honrado y un excelente gene-ral; pero como político fue de una debilidad conmovedora,juguete de elementos interesados e impuros.

La democracia victoriosa fue reconocida en todas lasprovincias. Unicamente Sila mantuvo su independencia enOriente. En seguida se procedió al reparto del botín: lospolíticos del partido popular obtuvieron los consuladosque deseaban; los capitalistas, los cargos de jurados, y losnuevos ciudadanos, la nueva división de los distritos elec-torales. A los oscos se les concedió lo más que pudo con-cedérseles: nadie les importunó en lo más mínimo, lo que,en realidad era tanto como reconocerles de hecho una es-pecie de autonomía nacional en el Sur de Italia. Por lo de-más, es característico de esta era democrática del 86 al 82,el no haber realizado la menor reforma democrática o so-cial. Los verdaderos vencedores en el golpe de Estado del87 fueron, por lo tanto, los capitalistas, que estaban bienlejos de querer ampliar los derechos del pueblo o concederalgún beneficio a la población pobre.

Entre tanto, Sila, dominando con extraordinaria habili-dad una situación en extremo difícil, había terminado laguerra en Oriente. Un ejército enviado contra él desdeRoma por el Gobierno democrático, se había pasado a sucampo, después de algunos incidentes. Sila decidió volvera Italia al frente de sus legiones, para derribar al Gobiernorevolucionario. Sabía muy bien que, después de la muertede Mario, las masas no tenían gran empeño en sostener elpredominio de los caballeros y de los populares. Por otraparte, los mejores elementos del país, los aldeanos y la

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clase media, fieles a la constitución, anhelaban el regresode Sila. De surgir dificultades, había de ser únicamentepor parte de los nuevos ciudadanos. Pero Sila proclamóque la nueva división electoral sería mantenida; en vistade lo cual los municipios de nuevos ciudadanos en su ma-yor parte -excepción de los oscos- no prestaron apoyo alGobierno democrático.

En el año 83 desembarcó Sila en Brundisium (Brindisi)con unos 3o.ooo hombres. En el año 82 Roma estaba ensus manos, y los jefes demócratas habían huido. Los oscosfueron los únicos que le opusieron resistencia, una resis-tencia fanática, pero que fué dominada con la mayor ener-gía. Los jefes del separatismo nacional en el Sur, fueronmuertos; las tierras de los municipios oscos, confiscadas, ySila estableció en ellas a unos cuantos miles de sus vetera-nos, rematando así la obra de latinización de Italia.

Procedió también sin contemplaciones contra los capi-talistas, contra los asesinos de Druso en el año 91, y contraotros muchos senadores del 87. Los «caballeros» y políti-cos a ellos adictos fueron muertos a centenares y sus bie-nes confiscados. La clase capitalista sufrió entonces undescalabro, del que nunca hubo de reponerse. Cierto esque la clase de Ios caballeros continuó siendo, en la épocaposterior a Sila, un importante factor de la política ro-mana. Pero ya nunca más intentó apoderarse de las rien-das del Estado, para gobernarlo como lo había gobernado,en realidad, desde Cayo Graco hasta Cinna.

Sila no limitó su actividad a medidas de orden militar yadministrativo. En ese mismo año 82, el pueblo romano lonombró dictador, con poderes extraordinarios para reor-ganizar el Estado. Destacóse entonces Sila también como

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un legislador enérgico y creador. Sus disposiciones refe-rentes a la administración del Estado y al derecho penal,continuaron en vigor durante todo el desarrollo ulteriorde Roma. En cambio, sus instrucciones puramente políti-cas duraron muy poco. Anuló las leyes de Cayo Graco,con lo cual la clase capitalista perdió los cargos de jurados,y la población de la capital, al pan barato. Mas no contentocon esto, Sila vió en la historia de los gracos, de Saturninoy de Sulpicio, la prueba de que era necesario limitar el po-der de los tribunos. Los tribunos perdieron, pues, la facul-tad de hacer leyes en unión con la Asamblea popular delsufragio universal. En adelante no pudieron presentarningún proyecto de ley sin la previa autorización del Se-nado. La Asamblea popular perdió también el derecho aser juez en los procesos politicos. Sila determinó que losprocesos contra los funcionarios políticos habrían de servistos ante comisiones permanentes de jurados. A pesarde estas medidas, sería injusto tachar de «reaccionarias»las ordenanzas de Sila. Al dictarlas movíale únicamentecierta aversión contra las decisiones directas de la Asam-blea popular o, como diríamos hoy, contra el principio delreferéndum. Mas lo que perdía la Asamblea. popular,ganábalo, en cambio, el Parlamento romano, el Senado,Sila derogó aquella anticuada disposición que autorizaba aun elevado funcionario, al censor, a nombrar senadores. Apartir de este momento, el Senado hubo de constituirsepor elección directa, con arreglo al sufragio universal,igual para todos. El pueblo elegía anualmente veinte se-nadores vitalicios. En realidad, elegía veinte quaestores, esdecir, cajeros; pero el cargo de cuaestor llevaba en sí anejoun puesto en el Senado. Las importantes comisiones dejurados para estudiar los procesos políticos, habían de es-

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tar compuestas, según las ordenanzas de Sila, exclusi-vamente por senadores. Pero el sistema de Sila, pese a lanobleza de su intención, tropezó en la opinión pública conla más enérgica repulsa. Pensábase, y no sin rázón, queSila había entregado el Poder a los políticos profesionalesy, sobre todo, a los de su propio partido, a los optimates,ya que de momento, el partido democrático, después desu derrota del año 82, carecía de fuerza. Los veinte sena-dores anualmente elegidos por el pueblo eran siempre,dadas, las circunstancias de Roma, políticos profesionales.Con arreglo a las ordenanzas de Sila, los políticos soloshacían las leyes y tenían la jurisdicción sobre sus compa-ñeros de clase. En cambio, la vigilancia ejercida por laAsamblea popular, tan beneficiosa antaño, puede decirseque había desaparecido. Los antiguos tribunos de la plebeeran también políticos profesionales, es cierto; pero, a cau-sa de su contacto con el pueblo, ocupaban una posiciónespecial entre los demás funcionarios del Estado, y repre-sentaban la opinión pública y popular frente al Gobierno.

Una vez realizada su misión, Sila abdicó la dictadura yse retiró a una finca de la Campania, en donde murió en elaño 78.

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VIIICNEO POMPEYO, PRIMER CIUDADANO DE ROMA

SU misma derrota hubo de proporcionar nuevos bríos alpartido popular romano. Las innovaciones de Sila propor-cionaron a los demócratas un vasto programa: restableci-miento de los derechos populares como existían antigua-mente y, sobre todo, supresión de las limitaciones impues-tas por Síla a las funciones tribunicias. Ya en el año 77 in-tentó Lépido, el consul del año anterior, un golpe de Esta-do en el sentido democrático. Pero el Gobierno consiguióhacerlo fracasar por medio de las armas. Harto más seriafué la empresa que acometió otro jefe demócrata, QuintoSertorio, quien habiéndose refugiado en España con otrosmuchos emigrantes, cometió la indignidad de sublevar alas tribus españolas contra el Gobierno romano, en nom-bre de la democracia romana, o sea de los capitalistas. Losespañoles, deseosos de sacudir la dominación extranjera,aceptaron gustosos el mando del hábil romano, iniciándo-se así una guerra larga y penosa. Su importancia históricaestriba en ser precisamente esta guerra la última gran su-blevación del pueblo hispano contra la latinización. Hastael año 71 no pudo ser sofocada definitivamente dicha in-surrección. Un joven general, Cneo Pompeyo, formado en laescuela de Sila, fué quien más contribuyó a someter a losespañoles. La personalidad de Pompeyo ha sido duramen-te maltratada y menospreciada por Mommsen, quien lacalifica de «espíritu de sargento». El hecho de que el éxitono le acompañase en su última batalla no nos autoriza, ni

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con mucho, a tratarlo con desdén. En realidad, Pompeyofué un excelente general, un estadista inteligente y com-prensivo y, sobre todo, uno de los patriotas más desintere-sados que tuvo Roma.

En la misma década que siguió a la muerte de Sila, y enla cual la democracia romana intentó realizar su programapor todos los medios posibles, estalló de nuevo en Italiauna revolución social. En el año 73 inicióse en el Sur, alprincipio muy modestamente, una sublevación general delos campesinos esclavos. Las masas de los esclavos en ar-mas sumaban muchos miles de hombres. Entre ellos seencontraba una multitud de robustos bárbaros del Norte,prisioneros de guerra, y la sublevación fué dirigida hábil-mente por uno llamado Espartaco. Al principio, el Go-bierno fué impotente para combatir esta sublevación, pueslas tropas regulares se hallaban entonces lejos de Italia,parte en España y parte en Oriente. Y así, al pronto, sólopudo oponerse a los esclavos un ejército sin instrucción,que sufrió varias derrotas consecutivas. Hasta el año 71 nofué posible dominar a los sublevados, cosa que logró laenergía de P. Licinio Craso, también general educado en laescuela de Sila. Este Craso es una de las figuras más extra-ordinarias de la historia romana. Aristócrata de abolengo,y soldado excelente, convirtióse en uno de los especulado-res más afortunados de su época. En el agitado período deSila y en los años subsiguientes, arruináronse muchas an-tiguas casas, y surgieron no pocas fortunas nuevas. Crasoganó incontables millones. Fue el hombre más rico deRoma, y por lo tanto, dadas las circunstancias de entonces,dispuso de una gran fuerza política. Al mismo tiempo,estaba poseído de una desmesurada ambición. Quería go-bernar el Estado, y para conseguir su propósito contaba

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con su dinero, con sus dotes militares y su talento de esta-dista, no despreciable.Para alcanzar sus fines, todos los caminos le parecían bue-nos, y buena cualquiera ayuda. Primitivamente, como yahemos dichos, Craso fue general de Sila y conservador.Pero después de haber sofocado la sublevación de los es-clavos, se pasó al partido democrático, que aceptó con ale-gría la jefatura de tan relevante personalidad. Al mismotiempo otro general también se declaró defensor de losideales demócratas, Pompeyo, el hombre de quien menospodía esperarse tal transformación.

Poco a poco, convencióse Pompeyo en España de que elsistema de Sila no podía mantenerse frente a la oposiciónde la opinión pública, y de que era necesaria una reformaen interés del Estado. A fin de llevarla a cabo, se entendiócon Craso y con los demócratas. Para el año 70, Pompeyoy Craso fueron elegidos cónsules. Ante todo, restablecie-ron las antiguas prerrogativas del poder tribunicio y reor-ganizaron los nombramientos para los cargos de jurados.A partir de este momento, las comisiones judiciales ha-brían de estar constituídas por tres grupos iguales: uno desenadores, otro de caballeros, o sea capitalistas, y otro demiembros de la clase media acomodada. Estas leyes delaño 70, debidas principalmente a la energía e inteligenciade Pompeyo, resolvieron los problemas más candentes deorden interior. A patir de entonces, el desenvolvimientodel Estado fué obra, sobre todo, de la política militar y delos asuntos exteriores. Es por lo tanto necesario examinarahora, siquiera brevemente, los acontecimientos políticosuniversales del período comprendido entre el año 133 y elaño 70.

Durante esos años tuvo Roma que resolver cuestiones

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de política exterior en tres territorios: primero en los pue-blos del Norte, luego en Africa, en el reino de Numidia y,finalmente, en el Oriente greco-oriental. En tiempo de losGracos, las conquistas de Roma empezaron a extendersepor el Norte. de Europa. Dueña ya de la Italia septentrio-nal y de España, quiso Roma unir por tierra esos dos te-rritorios, y conquistó la Francia meridional, cuyos habi-tantes, los galos, no tardaron en sucumbir a las legionesromanas (en 121). La fundación de la colonia romana deNarbo (Narbona) inició la latinización del nuevo territorio.La nueva provincia recibió el nombre de Gallia Narbonen-sis. La tierra, que era rica, se convirtió en seguida en presaadecuada para los comerciantes romanos y empresariosde todas clases. Aproximadamente hacía la misma épocapenetraron los romanos por el Noroeste en las actualesIstria, Carniola, Carintia y Estiria. Pero después surgió alNorte de Europa un peligroso adversario, la liga de pue-blos cuyos miembros principales eran los cimbrios y losteutones. Era esta una confederación de tribus nómadas,galas y germánicas. De las cuatro hordas que la compon-ían, tres, las de los teutones, tigurinos y ambrones, eran alparecer de raza céltico-gala; mientras que los cimbrioseran de raza germánica. Estos últimos habían bajado deYutlandia, y tropezaron en la Alemania meridional con lapoderosa confederación gala de los helvecios, dos de cu-yas tribus, los teutones y tiurinos, se unieron a los cim-brios. Ignoramos de dónde procedían los ambrones. Estashordas unidas fundaron, pues, un Estado de rapiña, cuyocentro era tal vez la Suíza Occidental, en donde más tardevemos establecidos a los helvecios. Como siempre sucedecon los pueblos nómadas, fuertes y aventureros, estosbárbaros entraron a saco en las comarcas civilizadas del

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contorno. Su propósito era el que siempre anima estas in-vasiones de nómadas: establecerse en el territorio civili-zado y vivir cómodamente a expensas de la población se-dentaria. Los címbrios tropezaron con los romanos en susexcursiones por Estiria y por el Mediodía de Francia. Losejércitos romanos, rápidamente improvisados y com-puestos de reclutas, sufrieron derrota tras derrota en luchacon los bárbaros habituados a:la guerra. Por fin, el mandoenérgico de Mario logró mejorar la situación. En los añosdesde 104 al 100, el pueblo romano eligió sin interrupcióncónsul a Mario. Los preceptos constitucionales queprohibían la reelección de los cónsules fueron anulados eneste caso, pues Roma comprendió que sólo manteniendoel mismo mando supremo durante largo tiempo podríaconseguirse la victoria. Así pudo Mario preparar el ejércitopara la lucha y destruir al enemigo en grandes batallas. Enel año 102 fueron aniquilados los teutones y los ambronescerca de Aquae Sextiae, en el Sur de Francia. Al año si-guiente, los cimbros, que habían penetrado ya en la mismaItalia, sufrieron la misma suerte cerca de Vercelles. Y si lostigurinos se libraron de compartirla, fué porque en losúltimos años ya no se habían unido a las expediciones delas otras tribus, sino que permanecían tranquilos en laSuiza Occidental. Así desapareció el peligro que habíaamenazado a Italia por el Norte, y los romanos pudieronconservar cuanto habían conquistado al otro lado de losAlpes.

Dábase en Africa el caso absurdo de que el reino deNumidia. (Argelia), siendo en realidad vasallo de Roma,poseía los efectivos militares de una gran potencia. Unconflicto era inevitable tan pronto como los númidas noquisieran tolerar que Roma interviniese en asuntos inte-

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riores. Añádase a esto que el país estaba inundado de es-peculadores romanos, que no fueron precisamente a hacerconquistas de orden moral entre los indígenas. Después dealgunos sucesos intrincados, de los que no necesitamosocuparnos aquí, estalló, en 109, la guerra entre el rey deNumídia, Jugurta, y Roma, guerra que también ganó Ma-rio. En el ario 107 fué Mario cónsul por primera vez. Enlos dos años siguientes desempeñó el mando en Africa encalidad de procónsul, y conquistó Numidia. Hizo prisio-nero a Jugurta, que fué ejecutado. Pero Roma se abstuvode anexionarse un territorio tan grande, cuyos habitanteseran, por demás, rebeldes, y se contentó con sustituir aJugurta por un miembro complaciente de la familia realnúmida.

Por la misma época, el sistema de los Estados griegosfué aniquilado en Oriente bajo la doble presión de los ro-manos de Occidente y de los pueblos orientales. Ya anteshabían conquistado los romanos el reino de Macedonia,así como las Repúblicas de la Grecia propiamente dicha.En el año 133 anexionaron asimismo al reino de los Atáli-das, en el Asia Menor Occidental, cuyo último príncipelegó por testamento al pueblo romano sus derechos desoberanía. De este país hicieron los romanos la provinciade Asia. Ya hemos hablado de la sublevación socialistabajo Aristónico que Roma hubo de sofocar allí, y de ladespiadada explotación de la provincia por los capitalistasromanos, que se apoderaron de esta riquísima comarca envirtud de las disposiciones dadas por Cayo Graco. Entretanto, tampoco había permanecido inactiva la reacciónnacional de los orientales contra los helenos: la nación irá-nica (persa), unida bajo la dinastía pártica, había arrebata-do a los reyes griegos Seleucidas toda la comarca al Este

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del Eúírates. Finalmente, el territorio principal de los Se-leucidas, la Siria septentrional con la gran ciudad de An-tioquía, fue conquistada por un príncipe oriental, Ti-granes, rey de la vecina Armenia. Era Tigranes hombre degran valía, y en modo alguno adversario sistemático delpueblo griego. Antes al contrario, mostróse protector de-cidido de las ciudades griegas de su imperio. Los abun-dantes ingresos procedentes de Siria llenaron las cajas delEstado, y convirtieron a Tigranes en uno de los más pode-rosos príncipes de Oriente. Palestina había se libertadohacia ya mucho tiempo del yugo heleno, bajo la domina-ción de la dinastía judía de los macabeos. De las potenciasgriegas, subsistía, pues, únicamente el Estado egipcio delos Ptolomeos, ya muy reducido y en decadencia.

La misma mezcla de elementos griegos y orientales queen el imperio de Tigranes, encuéntrase también en un Es-tado del Asia Menor oriental, que había de provocargrandes dificultades a los romanos: el reino del Ponto. Eraéste un país situado en la costa Nordeste del Asia Menor,a orillas del Mar Negro. Sus primitivos habitantes perte-necían a una raza caucásica, algo pariente de los lazes ac-tuales. Pero en tiempos de la dominación persa, las tierraspasaron, en su mayor parte, a manos de nobles persas, deentre los cuales nació luego la casa real del Ponto. El tercerelemento lo formaban los griegos, habitantes de las ciuda-des de la costa. En la época que ahora nos ocupa, era elPonto una monarquía oriental muy helenizada. El idiomaoficial de la administración era el griego, y el ejército esta-ba también organizado a la manera griega. Los reyes delPonto hicieron de su país una gran potencia, pues logra-ron establecer su soberanía sobre la costa septentrional delMar Negro, la Crimea y los territorios adyacentes. Este

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«Imperio del Bósforo», habitado en parte por griegos y enparte por bárbaros, era un Estado muy floreciente, cuyoshabitantes eran intermediarios naturales en el comercio decereales entre el Sur de Rusia y las costas orientales delMediterráneo. Los impuestos que pagaban los súbditosbosfóricos permitían al rey del Ponto sostener un ejércitorobusto y una flota importante. La metrópoli, o sea el Pon-to, era por sí misma pobre, y, entregada a sus propiasfuerzas, no hubiera nunca podido desarrollar una políticade gran potencia. El rey Mitridates de Ponto, hábil y em-prendedor, sostenido por aquellos recursos, aspiró a con-quistar el Asia Menor. Suponía, con razón, que a Ios grie-gos les sería mucho más grato depender del gobierno delpóntico, condescendiente y, en cierto modo, heleno, quesufrir la terrible explotación de los romanos. La guerraestalló en el año 88. Las tropas de Mitridates arrollaron lasdébiles fuerzas romanas del Asia Menor, y el rey pudoincluso pasar a Europa y establecerse en Macedonia yGrecia, cuyas poblaciones le aclamaron corno a un liberta-dor. Principalmente en el Asia Menor, la multitud, presade frenesí, asesinó a cuantos comerciantes y especuladoresromanos pudo alcanzar. Esta agresión de Mirtriades re-presenta, en cierto, modo, la última sublevación impor-tante del helenismo contra la dominación romana.

La conquista de las provincias romanas de Oriente noofreció a Mitridates grandes dificultades. No así su con-servación. Prácticamente, las simpatías del pueblo griegono tenían gran valor; para sus luchas, por demás penosas,Mitridates contaba únicamente con su ejército de mer-cenarios, que se batía, cierto es, magníficamente, pero queera poco numeroso. A la larga, Roma, con sus enormesreservas, había de triunfar una vez más. En 87, Sila des-

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embarcó en Grecia con 30.000 hombres, y durante ese añoy el siguiente luchó victoriosamente contra el ejército delPonto. Pero por sí solo no hubiera sin duda logrado untriunfo definitivo. En esto apareció en Oriente un segundoejército romano, enviado por el nuevo gobierno democrá-tico. Este ejército, mandado por Fimbria, se dirigió direc-tamente hacia Asia, a través de Macedonia, comprobán-dose entonces que Mitridates no poseía suficientes solda-dos para luchar a un tiempo contra los dos ejércitos roma-nos. El rey firmó la paz con Sila, que reconoció el statu quo(en el año 87). En otras circunstancias, Mitrídates nohubiese salido de seguro tan bien librado; pero Sila queríaterminar lo antes posible en Oriente para volverse contralos demócratas de Italia. Las tropas de Fimbria se pasarona Sila después de firmada la paz.

A pesar de este fracaso, el rey Mitridates no renunció asus planes. Empleó diez años en reorganizar su ejército ysu armada, y en el año 74 atacó de nuevo a los romanos. Elmando del ejército romano en Asia fué entonces enco-mendado a L. Lúculo, soldadote impetuoso y brutal, quedespués de arrojar al rey del territorio romano, penetró enel mismo Ponto tras duras luchas; la patria de Mitridatescayó en manos de Lúculo. La mayor parte del ejército ro-mano hubo de ocuparse en cubrir las largas vías militares,no obstante lo cual, Lucúlo prosiguió su avance. Provocóla guerra con los armenios vecinos, y en el año 68 tuvo laaudacia loca de internarse con unos 10.000 hombres en lasaltas montañas de Armenia, cubiertas de nieve. La empre-sa fracasó por completo, y fué verdadero milagro queLúculo lograse efectuar la retirada sin que ocurriese unacatastrofe. El rey Tigranes atacó a su vez a los romanos yrepuso a Mitridates en el trono. El año 67 hallábase nue-

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vamente la provincia romana de Asia frente a una inva-sión enemiga.

Mientras Roma sufría estos descalabros por tierra,ocurrían también en el mar acontecimientos en extremodesagradables. Desaparecido el imperio de los Seleucidas,habíanse ido formando en la costa meridional del AsiaMenor, en Cilicia y en Licia, varios pequeños Estados debandidos, cuyos habitantes, bárbaros más o menos heleni-zados, vivían descaradamente de la piratería, lo mismoque los berberiscos de la Edad Media. Se les habían unido,para ejercitar tan honrosa profesión, los habitantes griegosde la isla de Creta. Impotente era por desgracia la armadaromana, y estos pueblos de piratas llegaron a dominarrealmente en el Mediterráneo. El comercio marítimo es-taba casi paralizado, y hubo incluso que suspender el su-ministro de cereales a Italia. Estos hechos irritaron la opi-nión pública romana. El poderoso imperio romano llevabaveinte años luchando felizmente con un rey asiático, sinque se advirtiesen notables progresos en esta lucha, y unoscuantos pueblecillos de piratas tenían la osadía de querermatar de hambre a Italia. Comprendióse en Roma que laraíz del mal estaba en las deficiencias militares. El ejércitoy la.armada eran insuficientes para cumplir la misión dedominal al mundo, y además faltaba una inteligente direc-ción central de los asuntos militares. Era preciso aprove-char todos los recursos del Estado y dar el mando, durantelargo tiempo, a un hombre hábil, con plenos poderes. C.N. Pompeyo fué considerado como la única persona ade-cuada para esta tarea. En el año 77, el tribuno de la plebe,Gabinio, hizo aprobar una ley que encomendaba a Pom-peyo por tres años el mando supremo en todas las costascid imperio. Todos los recursos económicos del Estado

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fueron puestos a su disposición; además, en caso de nece-sidad, hallábase facultado para aumentar la armada hasta500 navíos, y el ejército de tierra a sus órdenes hasta120.000 hombres. Con tan poderosos medios, Pompeyocombatió y venció rápida y completamente a los piratas.Comenzó por improvisar una armada con navíos mercan-tes confiscados y se dirigió contra Cilicia, cuyos bandidostuvieron que capitular tras breve lucha. En tres mesesllevó a cabo Pompeyo su cometido. Claro está que los pi-ratas marítimos no desaparecieron en absoluto. Siguióhabiendo piratería local en el Mediterráneo. Pero hasta elfin del imperio romano no volvió ya la piratería a cons-tituir un peligro público.

Este triunfo hizo que, a petición del tribuno de la plebe,Manilia, le encomendase el pueblo a Pompeyo, en el año66, el mando contra los reyes Mitridates y Tigranes. Aquelmismo año inició, pues, Pompeyo la lucha en Asia Menor,con un fuerte ejército, logrando expulsar a Mitridates desu propia patria, o sea del Ponto. Mitridates se refugió enel territorio del Bósforo, en donde murió poco después. Suhijo y sucesor, Farnaces, se sometió a los romanos, y comovasallo de Roma siguió gobernando la Crimea. Pompeyoterminó la guerra con Armenia, brindando al rey Tigranescondiciones de paz bastante benévolas. El rey conservabasu país, Armenia; pero cedía Siria, que fué anexionada aRoma por Pompeyo. Esta fué una medida de la mayortrascendencia, pues de este modo el país más rico deOriente quedaba convertido en provincia romana, y ladominación romana se extendía hasta el Eufrates. Pom-peyo permaneció en Oriente hasta el ario 62, conquistandoy organizando en nombre de Roma. A las provincias deAsia y Siria añadióse la del Ponto-Bitinia, que comprendía

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el reino de Bitinia, al Norte del Asía Menor, incorporado aRoma en el año 76, al extinguirse su dinastía, y la patria deMitridates, que había sido anexionada por Pompeyo. Lacuarta provincia romana en Asia fué Cilícia, en el Sudestedel Asia Menor. Las conquistas de Pompeyo en Orienteproporcionaron al imperio romano 12 millones de nuevossúbditos, o sea casi el doble número que los habitantes deItalia en aquella época. Esto, naturalmente, duplicó losingresos del Estado romano.

Vemos, pues, que las hazañas de Pompeyo representanuna de las principales etapas en la historia de la conquistadel mundo por Roma. Pero también fueron de gran im-portancia para el desarrollo posterior de la constituciónrepublicana. La constitución ordinaria, con sus cónsules ygobernadores, su Senado y su asamblea popular, resultabaa todas luces insuficiente para las tareas que imonía lapolítica mundial. Había sido, pues, necesario completarlacon un mando extraordinario. Sin duda este mando extra-ordinario fué al principio limitado en tiempo y espacio. Elpoder de Pompeyo abarcaba al principio únicamente lascostas del Mediterráneo; luego se extendió también a Asia.Su mando contra los piratas había de durar tres años, y elde Asia hasta el término de su misión. Con arreglo a estasdisposiciones, Pompeyo se retiró a la vida privada en elaño 62. Pero ya no era posible volver a la antigua rutina.El ejército y la marina quedaron muy robustecidos, y sisurgía de nuevo la necesidad de resolver un gran pro-blema político-militar, se podía recurrir otra vez a Pom-peyo. Y así vemos iniciarse en tiempo de Pompeyo el es-tado de cosas que más tarde, en tiempos de Augusto, hab-ía de hacerse permanente: por un lado, perduraba en Ita-lia, y en toda la política interior y en la administración, la

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antigua organización republicana; pero al mismo tiempo,existía una persona que gozaba de especial confianza porparte del pueblo, un “primer ciudadano”, un princeps, jefedel ejército y de la marina, revestido del poder supremoen las fronteras y en la guerra.

Poco a poco iba estableciéndose este nuevo orden decosas. Pero los verdaderos republicanos, los fieles defen-sores del Estado existente, ¿no habían de sentir gran pre-ocupación al ver el camino que se llevaba? ¿Quién podíagarantizar que el nuevo jefe supremo respetaría siemprelas instituciones de la República? Tenía al ejército, o sea lafuerza. Y este ejército no se componía ya de campesinos yciudadanos, como en los tiempos de Escipión el Africano,sino de mercenarios que seguían ciegamente a su generalcuando éste les prometía un buen botín. Si algún día sur-gía un conflicto entre el «primer ciudadano» y la Repú-blica ¿cómo terminaría? Muy fácilmente podía el jefe de-rribar la constitución de los mayores, y entonces el puebloquedaría entregado a la dominación de la espada. Verdades que el carácter de Pompeyo no permitía abrigar talestemores. Sin embargo, el partido conservador no pudodecidirse a dar su voto a esos poderes extraordinarios. Enel año 67 combatió la proposición de Gabinio, y en el 66, lade Manilio. Pero su oposición fué inútil ante las exigenciastumultuosas de la opinión pública. Los demócratas, aun-que apoyaron en los años 67 y 66 los citados proyectos deley, no veían tampoco con mucho agrado la nueva organi-zación. Pero los amigos de Pompeyo lograron imponer suvoluntad en contra de la opinión más o menos franca delos políticos de todos los partidos; este hecho muestra laimportancia del cambio que se había operado en Roma. Elpueblo se entusiasmaba viendo que Roma, bajo las alas de

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las legiones pompeyanas, triunfaba poderosa como entiempos de Escipión.

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IXLA REVOLUCIÓN SOCIAL DE CATILINA

Y LA CONQUISTA DE LA GALIA POR CÉSAR

MIENTRAS Pompeyo conquistaba Oriente para Roma,desarrollábanse en la metrópoli importantes luchas políti-cas. Las aspiraciones socialistas, casi apagadas durantetoda una generación, desde la muerte de Saturnino, en elaño l00, volvieron a surgir en el seno del partido de-mocrático. Ya en el año 73 el Gobierno había tenido queacceder a las pretensiones de las masas urbanas, que exi-gían el abaratamiento del pan. Se dispuso entonces que los4o,ooo ciudadanos más pobres percibiesen gratuitamentedel Estado el trigo para su pan. Pero ahora se pedía la ex-tensión de este derecho a todo el proletariado. Además,volvió a surgir la idea de repartir tierras, reparto en el quehabrían de entrar los latifundios particulares, además delos dominios del Estado. Pero la cuestión más candenteera la de la amortización de las deudas de los pequeñoscolonos. Desde el año 90 el colono itálico atravesaba tiem-pos muy difíciles. A la guerra contra los confederados se-paratistas sucedió en Italia la guerra civil entre Mario ySila, y tras ésta vino la gran sublevación de los esclavos.Fácil es imaginarse los perjuicios que habían sufrido loscampesinos: interrumpidas las labores agrícolas, las tierrashabían sido asoladas y el comercio y las comunicacionesparalizados. Ahora más que nunca tuvieron los labradoresque recurrir a los capitalistas para no perecer. Y cuando nopodían pagar puntualmente sus deudas, eran arrojados de

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sus tierras y convertidos en criados de los acreedores. Na-da tiene, pues, de extraño el descontento que reinaba entreellos ni que cada vez surgiese con más fuerza el programarevolucionario de la anulación de las deudas.

Es característica de la democracia romana la facilidadcon que cambiaba de programa; el mismo partido que an-tes de Sila era ultracapitalista, convirtiose luego en ul-trasocialista. Es más, incluso Craso, el jefe de los demócra-tas y el hombre más rico de Roma, hallábase dispuesto atomar parte en la revolución social.

En su desmesurada ambición, pensaba actuar como dic-tador al frente de los revolucionarios victoriosos. Poraquel tiempo pertenecía también al círculo de los jóvenespolíticos que rodeaban a Craso, C. Julio César, de quiennadie podía todavía sospechar el papel que el porvenir lereservaba. Pero el más ardiente defensor de la revoluciónsocial era L. Catilina. Pese a todos los reproches que se lehan hecho en los tiempos antiguos y en los modernos, esindudable que Catilina fue una personalidad muy respe-table, que dio su vida por un fin muy noble: la emancipa-ción económica de los campesinos itálicos.

Los demócratas comprendieron que por los medios le-gales no podrían realizar su programa en beneficio de loscampesinos y proletarios. Pero no retrocedieron ante laviolencia de una sublevación. La revolución estaba prepa-rada para el año 65, pero no llegó a verificarse. El propioCatilina se presentó como candidato a cónsul para el año63. Quería, caso de ser elegido, realizar la revolución comopresidente de la República, lo mismo que en sus tiemposhabía hecho Ginna, sólo que en sentido completamentecontrario. Los conservadores y gentes de la clase media le

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opusieron otro candidato: M. Tulio Cicerón, el abogado yorador forense más importante de aquella época. Ciceróntriunfó en las elecciones. En el año 63 Catilina volvió apresentar su candidatura; esta vez para el año 62. Pero, alser de nuevo derrotado en las elecciones del verano, deci-dió renunciar a los medios constitucionales. Organizó unaconjuración, con extensas ramificaciones; el plan consistióen aublevar simultáneamente a los aldeanos en el campo yal proletariado en la ciudad. Craso y César favorecieron laempresa, aunque esforzándose en no comprometerse de-masiado en ella. Cicerón, en su calidad de cónsul, defen-dió por todos los medios la organización existente. Era unhonrado republicano al estilo antiguo, y más tarde perdiósu vida en la lucha contra la dictadura militar. Pero nocomprendía la cuestión social de aquella época. El Senadoproclamó el estado de excepción. Se descubrio la conjura-ción; sus cabecillas principales, a excepción de Catilina,fueron detenidos y ejecutados, y así se evitó una subleva-ción en la misma ciudad de Roma. Pero Catilina habíahuido al campo, y apareció en Toscana capitaneando unasublevación de campesinos. Inicióse una lucha cruenta, enla que sucumbió el propio Catilina, y el ejército sofocó lainsurrección, haciendo fracasar con ello aquel conato derevolución social. La derrota de Catilina señala una horacrítica en la historia de la República romana, pues revelaque los campesinos pobres ya no tenían fuerza suficientepara romper, por medio de una acción revolucionaria, lascadenas con que les sujetaba el capitalismo. A partir deeste momento pierden los pequeños campesinos su inde-pendencia económica y su fuerza política.

La lucha por la dominación en el Estado tendrá lugar enadelante únicamente entre la clase de los propietarios, de

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una parte, y del ejército, de otra.Los acontecimientos del año 63 fueron un gran triunfo

para el partido conservador, en torno al cual se habíanagrupado todas las clases propietarias y ciudadanas paravencer la revolución. Antes, en los años 7o, 67 y 66, el par-tido había sufrido grandes derrotas; no había podido im-pedir ni la reforma legislativa del año 7o ni la concesión depoderes extraordinarios a Pompeyo en los años 67 y 66. Laactual victoria encendió el orgullo de los optimates. Maséstos no supieron utilizar razonablemente su recobradaautoridad en el Estado. El partido no tenía un jefe que es-tuviese a la altura de las circunstancias. Cicerón era hábil einteligente, desde luego, pero carecía de la enérgica volun-tad necesaria para dirigir un partido que comprendía tan-tos aristócratas orgullosos. Así la política conservadora fueregidfa en los años siguientes por hombres menos pruden-tes que Cicerón, pero más decididos. Entre ellos contábaseprincipalmente Catón, el joven, un verdadero fanático,enemigo implacable de toda medida que en lo más míni-mo se apartase de la constitución de los mayores.

El principal problema planteado a los conservadores enel año 62 era el de su actitud con respecto a Pompeyo, queregresaba a la patria con dos pretensiones: en primer lu-gar, la de que el Senado aprobase y diese validez perma-nente a las disposiciones que había dictado en Oriente conmotivo de la nueva organización, y luego, la de que secumpliese, por medio de una ley, la promesa que habíahecho a sus soldados de darles algunas pequeñas tierras alreingresar en la vida civil. Las dos pretensiones eran muyrazonables, y el partido gobernante hubiera debido acep-tarlas. Pero los conservadores odiaban a Pompeyo. Consi-derábanle tránsfuga de su partido, y, además, no le per-

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donaban las derrotas políticas que les había infligido enlos años 70, 67 y 66. Impidieron, pues, la aprobación desus disposiciones y la distribución de tierras a sus solda-dos. A Pompeyo no le quedó otro recurso que buscar apo-yo en los demócratas. En el año 60 se puso de acuerdo consus jefes, Craso y César, naciendo de este modo el famosoprimer triumvirato o unión de los “tres hombres”. El pres-tigio del partido popular había sufrido grave quebrantocon el fracaso de la conjuración catilinaria. Pero al unírselePompeyo, con la enorme autoridad de que disfrutaba entodas las clases sociales, pudieron esperar los demócratasque iban a recobrar su antigua preponderancia. De-cidieron que César se presentaría candidato al consuladopara el año 59. Una vez cónsul, era su misión satisfacer laspretensiones de Pompeyo.

Se pensó también en unir el reparto de las tierras a losveteranos de Pompeyo con el establecimietno en el campode otros ciudadanos pobres. De este modo se realizaría,por lo menos, uno de los extremos principales compren-didos en el programa social del partido democrático.

César fue, en efecto, elegido cónsul para el año 59. Perolos conservadores consiguieron también sacar triunfante auno de sus candidatos, Bíbulo, persona respetable, pero delimitada inteligencia. Ya cónsul, César demostró a susconciudadanos, asombrados, que poseía la energía másimplacable y la voluntad más decidida en la Roma de en-tonces, lo que no es poco decir. Presentó un proyecto deley agraria, en el que pedía que los dominios de la Cam-pania fuesen parcelados, y además, que con los nuevosingresos procurados por Pompeyo se comprasen en Italianumerosos latifundios para repartirlos. De esta manerapodrían cultivar sus tierras, no sólo los cincuenta mil vete-

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ranos de Pompeyo, sino muchos miles de proletarios. Eraéste un proyecto grandioso, tan importante, por lo menos,como la ley agraria de Tiberio Graco. Los conservadoresaprestáronse a la lucha como en el año 133. El cónsul Bíbu-lo y varios tribunos de la plebe opusieron su veto al pro-yecto de César, con lo cual este proyecto, según la consti-tución, quedaba anulado. Pero en el día de la votación,cuadrillas armadas, organizadas por César, penetraron enla asamblea popular, maltratando y arrojando de ella aBíbulo y a los tribunos conservadores. El proyecto de leyfue aprobado. Legalmente, era un golpe de estado. Enotras circunstancias, el Senado habría decretado tal vez elestado de excepción y confiado al cónsul Bíbulo “la pro-tección de la patria”. Pero esta vez no fue posible adoptarsemejante determinación, porque Pompeyo se hallaba en-tre los que habían burlado la constitución, y si Bíbulohubiese llamado a los ciudadanos a las armas, los vetera-nos de Pompeyo se hubieran agrupado en torno a César, ylos conservadores habrían cucumbido como en el año 87,al luchar contra Mario. Por el momento, no quedó, pues,más remedio que resignarse. El cónsul Bíbulo renunció alejercicio de su cargo en lo que quedaba de año; no se lepodía exigir que se dejase azotar públicamente por los si-carios de su colega. Pompeyo, sin duda, no vió con agradolos métodos de César; pero la tozudez de los conservado-res le había obligado a buscar este aliado. Una vez apro-bada la ley agraria, César continuó gobernando con arre-glo a este mismo “enérgico” sistema. Las disposiciones dePompeyo en Asia fueron refrendadas por el pueblo, y entodos los asuntos la voluntad de César fue omnipotente.

Cuando Catón pronunciaba en el Senado discursos de-masiado largos y molestos, el cónsul lo mandaba simple-

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mente detener. Después de haber trabajado con tanto in-terés por Pompeyo, César no se olvidó tampoco de símismo. Hizo que le otorgase el pueblo un mando extraor-dinario para los cinco años siguientes, semejante al quehabía obtenido antes Pompeyo. Este mando abarcaba dosprovincias: la Galia cisalpina (Italia septentrional) y la Ga-lia narbonensis (Francia meridional). Había allí, en total,cuatro legiones (24.000 hombres), pero César fué autoriza-do para aumentar su ejército conforme a sus necesidades,por medio de levas en el Norte de Italia.

El consulado de César hubo de tener trágicas conse-cuencias para él mismo y para el Estado. Por entonces,César no había concebido todavía el plan de acaparar elpoder absoluto. Como cónsul, había realizado los finespolíticos que se propusiera. Ahora, como gobernador deun importante territorio fronterizo, quería guerrear y ad-quirir fama. Esperaba con ello obtener dentro de la re-pública un puesto preeminente por el estilo del que ocu-paba Pompeyo. César creía también que, con victorias yconquistas, podría borrar el recuerdo de su consulado,pues su modo cínico de pisotear la constitución de los ma-yores había causado una impresión desoladora entre losciudadanos que querían la conservación del Estado. Todoslos círculos conservadores y todos los fieles a la constitu-ción odiaban profundamente al cónsul del año 59, odioque jamás pudo César vencer, y que al fin, ocasionó sumuerte.

Cuando César llegó a Galia, la dominación romana eneste país se limitaba al extremo Sur. Pero ya hacía tiempoque el comerciante romano había traspasado las fronteraspolíticas, realizando sus negocios en la Galia libre. De mo-do que si todos los galos se convertían en súbditos roma-

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nos, habían de surgir, naturalmente, nuevas fuentes debeneficios. Así nació la idea de conquistar toda la Galiahasta el Océano Atlántico y hasta el. Rin. Una vez más fuéel comerciante quien señaló el camino al legionario. LaGalia tenía entonces aproximadamente, cinco millones dehabitantes. La mayor parte del país había alcanzado ya ungrado considerable de cultura. Los galos eran buenos agri-cultores, poseían ciudades fortificadas, y ejercían el co-mercio por tierra y por mar. Mas sus mismos progresos enel terreno de la civilización habían de debilitar su fuerzaguerrera. Habíase, efectivamente, formado entre ellos unapoderosa aristocracia de terratenientes, dueños del Estado;ellos solos tenían práctica en el ejercicio de las armas. Lapoblación restante, sin derechos propios, no estaba ejerci-tada en el arte militar. Y así sucedió que la fuerza defensi-va de las grandes tribus galas se componía únicamente depequeñas huestes aristocráticas.

Los galos fueron fácil presa para sus vecinos más fuer-tes. Las tribus del Norte, los belgas que vivían entre el Riny el Sena, eran las únicas que se hallaban todavía en ungrado primitivo de civilización. Allí no había nobleza do-minante; todos los aldeanos eran iguales entre sí. Así pu-dieron los belgas organizar una infantería integrada pormillares de hombres robustos, siendo, por lo tanto, mili-tarmente más poderosos que sus compañeros al Sur delSena. No existía un Estado galo único; cada tribu era in-dependiente. La mayor parte de ellas eran repúblicas aris-tocráticas, y algunas también monarquías.

Un enemigo peligroso de los galos sedentarios eran losnómadas; las tribus germánicas vagaban por la orilla dere-cha del Rin, esperando la ocasión propicia para penetraren el país civilizado de los galos. Pero había también una

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poderosa tribu celta de Oriente, que era medio nómada to-davía y que por lo mismo se hallaba junto a los germanosy frente a sus hermanos de raza; era ésta la de los helve-cios. Ya hemos visto que estos helvecios habían sido losprincipales actores en el movimiento de los cimbrios yteutones. Desde aquellas expediciones hallábanse estable-cidos en la Suiza Occidental, pero estaban siempre dis-puestos a cambiar de residencia cuando se les ofrecieraocasión de robo y de botín. Hacia el año 70, guerrerosgermánicos atravesaron el Rin al mando de un príncipellamado Ariovisto; estableciéronse en Alsacia; lanzáronsedesde allí a arrasar la Galia Central, y obligaron a sus ha-bitantes a pagarles tributos. En el año 58, decidieron loshelvecios seguir su ejemplo. Abandonaron la que hastaentonces era su patria, y se dirigieron hacia Occidente.Querían establecerse al Sur del Loira, y vivir allí a costa delos pueblos civilizados. La política de César consistió,pues, en proteger a los galos civilizados contra los nóma-das, para con ello hacerse dueño de la Galia.

El ejército de César en la Galia componíase primitiva-mente de cuatro legiones. A fuerza de levas, César consi-guió aumentar el número de éstas hasta once, o sea hastaun total de 66.000 hombres de infantería pesada. Su ejér-cito, incluidas la infantería ligera y la caballería, debe dehaber comprendido unos 80.000 hombres, fuerza poderosaen la antigüedad. En la historia que César escribió de laguerra gala exageró considerablemente los contingentesenemigos, a fin de impresionar a la gran masa romana. Enrealidad, es muy dudoso que haya tenido que lucharCésar con un ejército superior al suyo, a no ser durante laexpedición contra los belgas, en el año 67. No obstante, elhecho de que en siete años César conquistase toda la Balia

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y estableciese en ella el dominio de Roma, es en verdadasombroso. En todos los pormenores de la guerra de-mostró una habilidad y una energía superiores incluso alas demostradas antaño por Pompeyo, pero demostrótambién la misma violencia que durante su consulado.Con completa sangre fría mandó asesinar, cada vez que locreyó conveniente, a pueblos enteros. Por último, a lospatriotas galos que habían resistido en una pequeña for-taleza, los cortó las manos, enviándolos luego a sus casaspara que sirviesen de ejemplo. Completaremos este retratode César diciendo que este mismo hombre sentía el másvivo interés por todos los problemas de la cultura, y quecuando le placía hacía gala de verdadera amabilidad yhasta de dulzura. Puede admirarse a este hombre, el másterrible de la historia romana, pero no es posible afirmarque dedicó su vida a perseguir inocentes ideales de-mocráticos, como quieren hacérnoslo creer algunos inves-tigadores modernos.

El primer golpe de César fué asestado a los helvecios.Traspasó los límites de la provincia romana, atacó a lahorda cuando iba de camino, la aniquiló y obligó a los su-pervivientes a regresar a la Suiza Occidental. Poco des-pués, en el mismo año 58, las tribus de la Galia central senegaron a pagar el tributo a Ariovisto. Estalló la guerra,poniéndose César de parte de los galos. En una batallalibrada en la Alsacia superior, fueron derrotados los temi-dos germanas. Ariovisto hubo de cruzar nuevamente elRin. En cambio, César permitió la permanencia de las co-lonias germanas en la orilla izquierda del río, pues estastribus habían de servir, en adelante, como vasallas de Ro-ma para defender la línea del Rin contra sus hermanosorientales. Los comienzos de la nacionalidad alemana en

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Alsacia y el palatinado hállanse, por consiguiente, ligadosa la actuación de César en la Galia. Estos acontecimientosimpulsaron a las tribus civilizadas de la Galia Central, aponerse voluntariamente bajo la protección de Roma. Alaño siguiente (57), César se dirigió hacia el Norte, contralos belgas. Las tribus belgas se coaligaron para rechazar lainvasión. El ejército confederado, compuesto de muchosmiles de guerreros, apareció en el Aisne. Pero César man-tuvo su ejército en un campamento fuertemente forti-ficado, y aguardó tranquilamente a que el ejército ene-migo, superior en número, tuviese que disolverse por faltade víveres. Y así su- cedió en efecto. Los jefes de los belgasno se hallaban en condiciones de alimentar a 100.000hombres, o más aún, en un espacio reducido de terreno.Cada tribu se retiró a su tierra. César las persiguió y so-metió una tras otra, aunque a veces hubo de librar durasbatallas para conseguirlo. En el año 56 sometió los canto-nes de la Normandía, Bretaña y Gascuña, cayendo así todala Galia bajo la dominación romana. Los galos, indepen-dientes hasta entonces, hubieron de sentir duramente laférrea mano de Roma. Desde la conquista de la Galia,César dispuso de recursos monetarios verdaderamenteinmensos; de donde puede deducirse en cierto modo laexplotación a que fueron sometidos aquellos pueblos. Elodio contra los conquistadores extranjeros dio lugar a va-rias conjuraciones y, finalmente, a peligrosas subleva-ciones.

En el invierno del año 54-53, sublevóse una tribu belga,la de los Eburones, al mando de su príncipe Anbiorix. Uncuerpo de 10.000 romanos, que se encontraba en el territo-rio de esta tribu, fué cercado; sus generales fracasaron, yCésar llegó demasiado tarde en su ayuda. Los 10.000 ro-

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manos fueron pasados a cuchillo. Fué una verdadera ba-talla de Arminio en el suelo galo.(1) Pero César procuróresarcirse de esta derrota. Aniquiló a los eburones, quedesaparecieron de la faz de la tierra. Nuevas levas sustitu-yeron las legiones que habían sido destrozadas. Pero estosacontecimientos no eran sino el preludio de una suble-vación mucho más considerable, que estalló el inviernosiguiente (53-52) en casi toda la Galia con carácter nacio-nal. Un noble del cantón de los Auvernos (Auvernia), lla-mado Vercíngetorix, se puso a la cabeza del movimiento.Hubo momentos en que pareció que los esfuerzos unidosde los cinco millones de galos, iban efectivamente a al-canzar su objetivo. Pero la nobleza gala no pudo infundira la gran masa esa desesperada tenacidad que es indispen-sable para triunfar en semejantes luchas. Tras varias alter-nativas, logró César encerrar a Vercingetorix, con parte desus tropas, en la fortaleza de Alesia. Un intento de los ga-los para libertar a su jefe terminó con una derrota san-grienta, que obligó a Vercingetorix a capitular (52). El mo-vimiento había perdido su jefe. En las luchas junto a Ale-sia, habían muerto a centenares los nobles galos paladinesde la independencia. Los supervivientes carecían de lafuerza moral suficiente para seguir defendiéndose contraRoma. César pudo imponer de nuevo el yugo romano alas tribus galas.

Los esfuerzos de César, además de sus guerras con losgalos, encamináronse también a proteger la frontera delRin contra nuevas invasiones de los nómadas. En el in-vierno del 56-55 amenazó de nuevo una gran invasión

1 Refiérese aquí el autor a la batalla de Teutoburgo, en que Arminio, el jefe de

los germanos, aniquiló las legiones de Varo. (Nota de la T.)

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germana. Las dos tribus alemanas de los Usipetos y de losTencteros, integradas por varios miles de hombres, cru-zaron el Rin: César las atrajo con el pretexto de nuevasnegociaciones, cayó sobre ellas alevosamente y las ani-quiló. Mas tarde, en los años 55 y 53, César cruzó, a su vez,el Rin; pero no para hacer conquistas en el interior deAlemania, sino sólo para intimidar a las tribus de aquellasregiones, cosa que consiguió por completo. Tuvo, en cam-bio, verdaderamente la intención de conquistar la Inglate-rra actual. Dos veces, en los años 55 y 54, atravesó el canalde la Mancha para penetrar en Britania. Pero los britanos,verdaderos salvajes, defendieron tenazmente su indepen-dencia, y César hubo de abandonar esta empresa, requeri-dos su tiempo y su ejército por otras tareas. La conquistade la Galia por César tiene una importancia históricamundial. Inició la romanización de los galos celtas, roma-nización que había de ser completada y perfeccionada enla época imperial. Y así nació una nación latina en Galia, laFrancia actual.

Al mismo tiempo que Roma iba en Occidente de triunfoen triunfo, sufría en Oriente una grave derrota. Desde lasexpediciones de Pompeyo, pertenecían en Asia al imperioromano, la Siria y el Ponto; la Armenia era un Estado va-sallo de Roma. Era, pues, Roma vecina inmediata de lagran potencia pérsico-iránica, o sea del imperio de los Par-tos. En este período sentía la política romana un afándesmedido de conquistas y de botín. Llegóse incluso apensar en someter a los Partos, para después, siguiendolas huellas de Alejandro el Grande, penetrar hasta la India.Elviejo Craso intentó convertir este pensamiento en reali-dad. Al frente de 50.000 hombres, cruzó el Eúfrates, peropronto se vió cercado cerca de Carrae por el ejército parto

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(53). La mayor parte del ejército romano fué aniquilada, yel mismo Craso fué muerto en la lucha. Las noticias, muydeficientes que de esta expedición han llegado hasta no-sotros, no permiten comprender bien la causa verdaderade la catástrofe. Los legionarios de esta época, hombresexperimentados, no tenían, en circunstancias normales,nada que temer de la caballería, arma principal de los ira-nios. Parece ser que el fracaso debe achacarse al deficientemando de Craso y de su Estado mayor. El hecho es que yano se trató de repetir la expedición de Alejandro, y queRoma se dio por satisfecha con defender la provincia deSiria contra los ataques de los Partos. En cambio, la domi-nación romana se extendió por entonces, si no for-malmente, por lo menos de hecho, al último imperio hele-no de Oriente: al Egipto de los Ptolomeos. En el año 55, unpretendiente de la casa de los Ptolomeos, fué elevado altrono egipcio por el general romano Gabinio. Era el mismoGabinio que doce años antes había presentado, como tri-buno de la plebe, el proyecto de ley en fayor de Pompeyo.Desde entonces guarnecieron Egipto tropas romanas.

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XFINAL DE LA REPÚBLICA ROMANA

EL consulado de César había dejado la capital en una si-tuación verdaderamente lamentable. El imperio de la ley ydel orden había desaparecido, y en su lugar gobernaba latiranía de los jefes del partido democrático, apoyados porbandidos a sueldo. Como ya se ha dicho, esta situaciónlogró imponerse gracias a la autoridad que le prestó Pom-peyo, enemistado con los conservadores. Por aquellosaños empieza a decrecer la importancia de Craso. La di-rección efectiva de la democracia en la ciudad pasó a ma-nos de P. Clodio, joven político audaz y sin escrúpulos. Enel año 58 Clodio era tribuno de la plebe, y, como tal, con-siguió una ley que garantizaba al proletariado de la ciu-dad una libertad ilimitada de asociación. Así fué posibleorganizar en clubs políticos a miles de aventureros,hallándose al frente de todos estos círculos el propio Clo-dio. Comparando las condiciones romanas de entoncescon las del moderno Nueva York, podríase llamar a Clo-dio el “Boss del Tammani Hall ro- mano”. Apoyado en lafuerza de su organización, consiguió Clodio una nueva leypor la cual la población de la ciudad recibiría gratuita-mente del Estado el trigo para su pan. Al parecer, Clodioactuaba en el sentido de Catilina. Pero en apariencia nadamás. En realidad, la dominación de Clodio no significa lahegemonía de la población pobre en el Estado, sino sólo lasupremacía de un corrompido tinglado político. La demo-

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cracia campesina estaba destrozada, y la dictadura militarno había sido instaurada todavía. Clodio llena el entreactoque separa los dos períodos. Guardóse muy mucho deperjudicar realmente a los capitalistas, pero en aparienciase las daba de sucesor de Catilina. Una de sus leyes con-denaba a destierro a todo aquel que hubiese ejecutado sinlas debidas formas legales a cualquier ciudadano romano.Esta ley obtuvo efecto retroactivo, y alcanzó a Cicerón,responsable de la ejecución de los catilinarios, durante suconsulado del año 63. Como era natural, la democraciaquería borrar de la constitución aquella facultad de justiciasumaría que el Senado, en casos de excepción, confería alcónsul, y que desde el año 121 constituía el arma principaldel partido del orden contra la revolución. Cicerón, dequien además era enemigo personal Clodio, hubo, pues,de marchar al destierro, y Clodio, apoyado en sus bando-leros, se sintió poco a poco tan fuerte que no tuvo ya con-sideración ni siquiera con Pompeyo, el protector de supartido. Hizo derogar varias de las disposiciones de Pom-peyo en Asia, surgiendo así un conflicto entre Pompeyo yla democracia de la ciudad. Con esto recobró terreno elpartido conservador. En las elecciones para el año 57, ven-cieron los optimates, y consiguieron que Cicerón regresasea Roma. Esto significó por lo menos un gran triunfo moral,y quedó más patente la indignación que a los elementossanos de la ciudad y del campo producían los manejos deClodio y sus secuaces. Una inteligencia entre los conser-vadores y Pompeyo parecía cosa muy natural, y, además,era necesaria para la salvación del Estado. Pero la incom-prensión de los jefes conservadores lo echó de nuevo todoa perder. Estos declararon que había que anular la leyagraria de César del año 59. Con arreglo al derecho públi-

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co, era comprensible, pero políticamente constituía unerror enorme. Precisamente era esa ley la que había permi-tido distribuir tierras en Italia a los veteranos de Pompeyo.Pompeyo comprendió que de los optimates no tenía queesperar sino ofensas, y se aproximó de nuevo a los demó-cratas. En la primavera del año 56 tuvo lugar en Luca unaconferencia entre Pompeyo, César y Craso. En esta entre-vista fue sellada la inteligencia entre Pompeyo y el partidopopular. Los conservadores no tenían fuerza suficientepara resistir a un tiempo a las masas organizadas de laciudad, al dinero de Craso y César, y la poderosa influen-cia de Pompeyo. Quedaron, pues, nuevamente reducidosa una oposición impotente. Pompeyo y Craso fueron ele-gidos conjuntamente cónsules para el año 55. Pompeyoconsiguió que se le otrogase de nuevo un mando militarextraordinario sobre las dos provincias de la España ro-mana y sobre el ejército que en ellas se encontraba. Mascomo tenía también la misión de vigilar el aprovisiona-miento de trigo para Roma, permaneció en Italia e hizoadministrar España por generales que le representaban.Para él lo principal era conseguir de nuevo una gran posi-ción militar. Al mismo tiempo, el viejo Craso recibió elmando de la provincia de Siria con un ejército. En el últi-mo decenio su influencia había menguado mucho, y de-seaba robustecer su autoridad con una guerra de conquis-ta en Oriente. Pero ya hemos visto cuál fue su trágico fin elaño 53. A César se le prorrogó también el año 55 su mandoen Galia por determinado número de años.

Clodio siguió siendo en aquellas circunstancias el hom-bre más poderoso de la capital, lo cual significaba unaanarquía permanente. Sus cuadrillas de bandoleros domi-naban las calles y la asamblea popular. Los conservadores

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viéronse, por último, obligados a emplear los mismos pro-cedimientos. Reclutaron a su vez robustos bandidos paraque, bajo la dirección de Milón, un político enérgico, com-batieran por el partido del orden.A tanto había descen-dido entonces la República romana. Pero lo más asom-broso fue que a pesar de estos síntomas de podredumbrequedase incólume la esencia del Estado y del pueblo.

Durante estos mismos años en que la política de la ca-pital transcurría en luchas callejeras, los ejércitos romanoscombatían victoriosamente en Francia, en Inglaterra y enel Rin, y la dominación de Roma sobre el mundo medi-terráneo era más potente que nunca. Por último, en el año52 pareció iniciarse una mejoría en la capital. En lasproximidades de Roma encontráronse casualmente en lacarretera Clodio y Milón, cada uno con su guardia ar-mada. Se entabló una lucha, en la cual pereció Clodio. Lanoticia de su muerte produjo gran indignación entre lossuyos, que sublevaron a la multitud y prendieron fuego avarios edificios, entre ellos el del Senado. Todas las perso-nas sensatas comprendieron entonces que era preciso res-tablecer de algún modo el orden interior. Por fin Pompeyose unió a los conservadores. El Senado proclamó el estadode excepción, y encargó a Pompeyo de restablecer el or-den. El general ocupó militarmente la ciudad, y así des-apareció la maldición que parecía haber caído sobre Romadesde el consulado de César. La presencia de los legiona-rios puso fin a la actuación pública de las banderías políti-cas. Se organizó un tribunal de excepción para juzgar a lospolíticos más peligrosos de los siete últimos años.

Pero aún quedaban por saldar las cuentas del másenérgico y decidido representante de la anarquía: César.En los ciudadanos pacíficos, los éxitos de César en la Galia

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habían producido impresiones muy diversas. Sus triunfosno significaban en realidad sino un aumento de poder pa-ra el hombre del 59. ¿Qué sería del Estado y de la cons-titución si César regresara al frente de sus legiones? Elpartido conservador deseaba, pues, con mucha razón, queCésar tornase cuanto antes a la vida privada. Con arregloa las disposiciones del 55, César tenía todavía derecho acontinuar ejerciendo su mando en Galia hasta el año 50.Este derecho no se le debía arrebatar; pero luego era pre-ciso que volviese a ser un simple ciudadano. Tal era elpunto de vista de los conservadores y de Pompeyo. Almismo César le dolía ver que precisamente los elementosmás honorables de la nación le odiaban y desconfiaban deél.

Había esperado que sus triunfos borraran su pasado.Pero tuvo que reconocer que sus esperanzas no se realiza-ban. Por eso le preocupaba mucho su vuelta a la vida pri-vada. Temía, y no sin motivo, que se entablase entoncesun proceso criminal por violación de la constitución. Encambio, como funcionario del Estado romano, era intangi-ble. Quería, pues, que su mando en Galia se extendiese entodo, o en parte, al año 49, y además pidió el consuladopara el año 48. Naturalmente, el partido que gobernaba enRoma no quiso acceder a ello. La experiencia del primerconsulado de César había sido harto desgraciada. ¿Quépodía esperarse del segundo? ¿Quién podía garantizarque César no se haría proclamar único dueño y señor deRoma? Los optimates no quisieron en modo alguno tran-sigir con César y el derecho estaba públicamente de suparte.

César deseaba sinceramente --y de ello no cabía la me-nor duda-- la paz con su pueblo; no quería sino ocupar un

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puesto elevado en la República. Pero no era hombre parasentarse en el banquillo de los acusados después de todossus triunfos y conquistas. Si el Gobierno de la Repúblicaquería lucha, lucha tendría. Lo verdaderamente trágico enel conflicto de los años 50-49, es que las dos partes teníanrazón política y moralmente, aunque no jurídicamente, yque no era posible dar con una solución equitativa. En elaño 59, César se había lanzado por el camino de la revolu-ción; tenía que seguirlo hasta el final, aun a pesar suyo.Hallábase ahora, con respecto al Estado romano, en lamisma situación en que se hallaron antaño los Gracos, Sa-turnino y Catilina. Pero César tenía más fuerza. El sistemadel mando extraordinario, inaugurado en el año 67, enfavor de Pompeyo, descubría ahora su lado peligroso. Lospoderes extraordinarios que César había recibido para elNorte del imperio romano, no eran, en efecto, más que unremedo del poder de Pompeyo en Oriente. Igual aquí queallí el nuevo sistema había dado los mejores resultadoscontra el enemigo exterior. Pero mientras Pompeyo sehabía desenvuelto siempre dentro de los límites constitu-cionales, César, en cambio, cuya personalidad era muydistinta, se dejó arrastrar a un conflicto con el Estado. Y lopeor era que César en la lucha inminente podía contar enabsoluto con su ejército. Bajo su mando, sus soldados hab-ían logrado botín y honores en abundancia, y además, engeneral, era el único que les podía garantizar medios sufi-cientes de vida al dejar el ejército. Anulado César, nadieen Roma se hubiera interesado por sus soldados. Así, laslegiones mercenarias de César marchaban ciegamenteadonde las enviara su general, exactamente igual que losgranaderos de Napoleón. Y si era preciso, no tendrían elmenor reparo en atentar en nombre de César contra el Se-

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nado, los cónsules y la Asamblea popular.El año 50 se pasó en negociaciones entre el Gobierno y

César. En Enero del 49, el rompimiento era ya un hecho.Declaróse el estado de excepción y Pompeyo se puso adisposición del Gobierno para reducir a los rebeldes de laGalia. La situación de César, dentro de las posibilidadeshumanas, era desesperada, no obstante la fidelidad de sussoldados. César tenía entonces nueve legiones. Poco anteshabía tenido que ceder otras dos para robustecer el ejércitoromano de Oriente, amenazado por los Partos. Estas doslegiones estaban todavía en la Italia meridional. El ejércitogalo de César contaba, a principios del 49, unos 70.000hombres. Pero había de luchar, en primer lugar, con elejército español del Gobierno, compuesto de 50.000 vete-ranos, mandados por los representantes de Pompeyo.Además, Pompeyo reclutaba en Italia otro ejército tambiénmuy poderoso. En primavera estarían ya terminados lospreparativos del Gobierno, y Pompeyo podía emprender,con aplastante superioridad, la ofensiva contra Galia, des-de Italia y desde España al mismo tiempo.

Pero César aniquiló todos los proyectos de sus enemi-gos con un golpe de loca audacia. En Enero del año 49hallábase todavía en Galia el grueso de sus legiones; encambio, en la Italia septentrional no había más que unasola legión. El Gobierno no tenía todavía en toda Italiamás tropas organizadas que las dos legiones que anteshabían sido de César; pero no quería recurrir a ellas contraCésar sino en último extremo. Cierto es que en todo el paísse iban haciendo las levas. Pero de pronto, en pleno in-vierno, irrumpe César inesperadamente con su única le-gión en el centro de Italia, destruye en todas partes losdepósitos de reclutas, o coge a éstos prisioneros, y marcha

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seguidamente contra la misma Roma. Entre tanto, el restode sus antiguas tropas atraviesa los Alpes a marcha for-zada. Pompeyo comprendió que de nomento era imposi-ble conservar a Italia, y que no quedaba otro recurso sinosalvar de la tormenta el mayor número posible de solda-dos para reorganizar en otro punto el nuevo ejército gu-bernamental. Reunió, pues, unos 20.000 reclutas, con loscuales, y con las dos legiones que antes habían sido deCésar, embarcó en Brundisiurn (Brindisi), para dirigirse ala península balcánica. Mejor hubiera sido, desde luego,enviar a España las tropas de Italia para reunirlas con elejército de esta provincia. Pero era preciso obrar rápida-mente, y no había tiempo de organizar tan importante ydifícil transporte de tropas. En el transcurso del año 49reunió Pompeyo en la península balkánica un nuevo ejér-cito, integrado por unos 50.000 hombres, entre los solda-dos que había llevado consigo y las guarniciones deOriente. Este ejército se hallaba preparado para entrar enlucha. En su campamento encontrábanse los miembros delGobierno, la mayor parte de los senadores y los princi-pales políticos del partido conservador. Se esperaba repe-tir, en momento oportuno, la empresa de Sila, y restable-cer el orden constitucional en Italia partiendo de Oriente.César llevaba por el momento la ventaja de disponer detodos los recursos de Italia, y había además reclutado in-mediatamente otras varias legiones. Pero la situación de laRepública no era desesperada, mientras pudiese seguircontando con los dos fuertes ejércitos de Grecia y España.En Africa manteníanse también los partidarios del Go-bierno legítimo, que rechazaron victoriosamente un ata-que de las tropas de César.

Mas César logró cambiar muy pronto radicalmente la

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situación militar. Con Italia ocupaba la línea interior, enrelación a sus enemigos de Oriente, de Africa y de España.Supo aprovechar maravillosamente esta coyuntura. Con elgrueso de sus fuerzas se dirigió contra España, cuyo ejér-cito republicano mandaban, sin energía ni habilidad, losgenerales Afranío y Petreio. César consiguió envolver alenemigo al Norte del Ebro, y obligarle a capitular cerca deIlerda. (Lérida). Fué éste uno de los hechos de armas másbrillantes de la antigüedad. En el invierno del año 49-48,trasladóse César a Albania para vencer a Pompeyo y obte-ner así un resultado definitivo. César había realizadoabundantes levas. Pero para ocupar los países occidentalesnecesitaba tropas muy numerosas. Por esta razón no pudooponer al ejército republicano de Oriente fuerzas superio-res. Pompeyo operó con gran acierto, e incluso infligió aCésar, junto a Dyrrhachium, un descalabro importante.Los ejércitos abandonaron Albania y marcharon a Tesalia,en donde el encuentro decisivo tuvo lugar cerca de Farsalia(48). Pompeyo tenía sus esperanzas puestas en la superio-ridad de su caballería; pero todos sus esfuerzos se estrella-ron contra los veteranos de César. Cuando se supo la de-rrota de los republicanos, el grueso de su ejército negóse aun sacrificio inútil, y se entregó. El mismo Pompeyo, des-pués de la batalla, huyó a Egipto con la esperanza de po-der reorganizar allí la resistencia con la guarnición romanay los abundantes recursos del país. Pero los gobernantesegipcios no tenían ninguna gana de hacer sacrificios enfavor de Pompeyo y de la república, cuya causa, al pare-cer, era desesperada. Pompeyo, al desembarcar, fué ale-vosamente asesinado por un oficial de las tropas romanasde ocupación.

César había vencido militarmente, y todo el Imperio, a

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excepción del Africa, estaba ahora en su poder. Mas losciudadanos romanos veían con mal disimulado rencor laruina de las ínstituciones republicanas. Los jefes conser-vadores, y sobre todo Catón, estaban decididos a conti-nuar luchando desesperadamente hasta el fin. Se reunie-ron en África, en donde la causa republicana tenía un po-deroso aliado en el rey de Numidia, Juba, enemigo perso-nal de César. El numeroso y experimentado ejército nu-mida ofreció un apoyo importante a la guarnición romanade la provincia de África y a los fugitivos republicanos.Hasta el año 46, tras una penosa expedición, que terminócon una batalla cerca de Tapso, no pudo César vencer laresistencia africana. Catón abandonó la lucha, pero noquiso pedir merced al vencedor, y se suicidó en Utica,causando con ello una impresión imborrable a sus con-temporáneos y a la posteridad. El suicidio de Catón signi-ficaba que, entre la República romana y la dictadura mili-tar de César, la paz era imposible, y que no había lugarsino para la lucha más encarnizada. Después de la batallade Tapso, César anexionó todo el reino de Numidia. Apartir de entonces, los actuales países de Túnez y Argeliafueron territorios romanos, y los príncipes indígenas deMarruecos se convirtieron en vasallos de Roma. Pero losrepublicanos romanos cumplieron fielmente el testamentopolítico de Catón. En el año 45 indujeron las tropas de Es-paña a la rebelión, obligando nuevamente a César a pele-ar. César ganó cerca de Munda otra batalla, y la su-blevación de España quedó sofocada. Los republicanostrasladaron entonces la lucha a la misma ciudad de Roma;y, en Marzo del año 44, César cayó víctima de una conjurade senadores republicanos.

Convertido, a pesar suyo, en dueño absoluto de Roma,

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César utilizó su poder para asentar sólidamente su domi-nación. Adoptó el título de dictador, pero con la intenciónde llegar a ser verdaderamente «rey» de los romanos. Sólola muerte le impidió realizar este plan. Bajo su gobierno,los derechos constitucionales no existieron. Cierto es queen apariencia seguían funcionando el Senado y la Asam-blea popular. Pero no ejercían influencia alguna en la polí-tica, y los funcionarios del Estado eran nombrados directa-mente por el dictador. El principal sostén del nuevo siste-ma era el ejército, que había sido considerablemente au-mentado. César quería tener contentos a los soldados, ylos recompensaba espléndidamente; todo hombre quehubiera hecho con él la guerra civil, recibió en efectivo4.000 marcos oro, y no debe olvidarse que entonces el di-nero valía cinco veces más que entre nosotros antes de laguerra mundial. Además duplicó el sueldo de las tropas, yotorgó, a cada soldado que tornaba a la vida civil, una tie-rra considerable. Era preciso asimismo contentar a la granmasa de la ciudad y del campo. También en esto actuó eldictador César como demócrata. Los proletarios de la ca-pital tuvieron pan gratuito, eran obsequiados con brillan-tes fiestas y a veces también con dinero en efectivo. Césarprotegió a los campesinos amortizando los intereses usu-rarios que les exigían sus acreedores, y anulando la pri-sión por deudas. Por último, y esto es lo principal, hubomuchos miles de ciudadanos pobres que se convirtieronen terratenientes por las colonizaciones de César. El go-bierno de César representó una etapa muy importante enla romanización de los países mediterráneos occidentales.Por aquel entonces, y al mismo tiempo que otras muchasfundaciones en el Sur de África y en España, resucitó Car-tago como ciudad romana. Hasta en Grecia reconstruyó

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César, con el carácter de ciudad latina, la de Corinto, an-taño destruida por la República. Añádase a esta actividaden las provincias, el fomento de la población romana enItalia mismo. A los países situados al Norte del Po les con-cedió César el derecho de ciudadanía. Ya siendo cónsul, suley agraria había iniciado la colonización de la Campaniapor pequeños labradores. Y por fin restauró también laciudad de Capua. Las tres grandes ciudades, antaño des-truídas por Roma, debían, pues, a César su resurrección.

El dictador satisfizo las exigencias democráticas en lamedida en que le pareció posible. Quiso evitar, en reali-dad, una verdadera revolución social. Pero las masas no sedaban por satisfechas. Pensaban que habiendo vencido elamigo de Catilina, debía realizarse por completo el pro-grama de éste. En el año 48, el pretor Caelio pidió que seamortizasen todas las deudas de los agricultores y quetodos los pobres de la ciudad quedasen durante un añolibres de pagar el alquiler de su casa. La agitación de Cae-lio produjo serios desórdenes en Italia, desórdenes quehubieron de ser sofocados por las armas. Al año siguienterepitiéronse estos sucesos, y César consideró oportunoconceder, por lo menos, la condonación de los pequeñosalquileres durante un año. Por otra parte, suprimió la li-bertad de asociación, antaño implantada por Clodio. Co-mo puede verse, César tuvo temporalmente que luchar almismo tiempo contra los dos antiguos partidos: en Áfricacontra los conservadores y en Italia contra la rama radicalde los demócratas. Además, por aquellos años se verificóel proceso de disolución del antiguo partido democrático.Parte de sus miembros se hizo partidaria de una monarqu-ía inclinada a favorecer los intereses del pueblo, y apoyó aCésar y a sus sucesores políticos. Otra parte, en cambio,

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interesada principalmente en mantener la constituciónrepublicana, se unió a los conservadores.

A partir de ese momento, encuéntranse, pues, en Romados partido frente a frente: los monárquicos, en el sentidode César, y los republicanos, que continúan las antiguastradiciones de los optimates conservadores. Pero las difi-cultades que se le presentaban a César no consistían sola-mente en poner coto a las pretensiones de la poblacióncivil pobre; también el espíritu del ejército hubo de cau-sarle hondas preocupaciones. Los 200.000 hombres conque ahora contaba el ejército procedían en su totalidad delas clases pobres. El proletario soldado tenía conciencia desu poder; sabía que su espada era el único sostén de lamonarquía, y aspiraba a ser pagado y tratado en conse-cuencia. César favoreció a los soldados cuanto le fué posi-ble, y por victorioso en todas las batallas gozaba de unaincomparable autoridad en el ejército. Pero en el año 47 seregistró una grave insurrección de las antiguas legiones,que querían su licenciamiento y dinero. Fueron asesinadosvarios oficiales y las legiones aparecieron amenazadoras alas puertas de Roma. César pudo sofocar personalmente lasublevación. Mas ¿qué habría de suceder el día en que lasriendas del Estado estuviesen en manos más débiles y elGobierno se viera frente a las tropas desencadenadas?Desde entonces fué uno de los principales problemas polí-ticos del imperio contener a los legionarios proletarios enlos límites de la organización ciudadana.

César se esforzó, no sólo en satisfacer a las masas, sinoen reconciliar a los ciudadanos propietarios con el nuevoorden de cosas. Ofreció a estos últimos los beneficios deun Gobierno enérgico y justo y la seguridad del comercioy de las comunicaciones. Pudo mostrarles la brillante si-

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tuación del imperio romano en el exterior. César preparótambién una gran expedición a Oriente para vengar el de-sastre de Carrae y someter a los partos. Puso término a laexplotación de las provincias por los gobernadores y loscapitalistas, y de haberse mantenido en el poder, no fueraaventurado augurar una época de expansión y prosperi-dad, como la que advino más tarde bajo Augusto. César,además, recibió con los brazos abiertos a cuantos republi-canos importantes quisieron reconciliarse con él. Pero lahostilidad de los círculos burgueses contra el sistema cesa-riano seguía incólume en Roma y en toda Italia. Conti-nuaba en pie el hecho de que un general afortunado habíaderribado con su espada toda la organización del Estado.Para millares de ciudadanos, la constitución de los mayo-res no era cosa muerta, sino algo sagrado. Con arreglo alas tradiciones romanas, todo el que la vulneraba y as-piraba a proclamarse rey colocábase fuera de las leyes. Porlo tanto, quien lo matara estaba moral y legalmente en suderecho. Inspirándose en estas ideas, un grupo de senado-res se conjuró, en Marzo del año 44, para matar al dicta-dor, que, en efecto, cayó apuñalado.

Entre los jefes de los conjurados hallábase C. Cassio,fanático defensor de la República, a la vez que buen oficialy hombre rígido. Su compañero M. Bruto era, en cambio,una personalidad sospechosa: hombre sin ninguna capa-cidad especial, pero que, por su porte altivo, su meditadamesura, sabía aparentar gran importancia. Era un hombresin conciencia, que, entre otras cosas, saqueó de modo in-audito los pequeños Municipios griegos. Había servidoprimero a César y se unió a los republicanos, no por amora la causa, sino por motivos personales. No es imposibleque esperase suceder al dictador en la confusión general

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que habría de seguir a la muerte de éste. Mas ante la opi-nión representaba el papel de decidido republicano. Elasesinato de César no dió, por de pronto, a los republica-nos el triunfo que deseaban. Sin duda, una vez desapare-cido el tirano, entró de nuevo automáticamente en vigor laantigua constitución, y el Gobierno pasó a los dos cónsulesen ejercicio. Pero de estos dos cónsules, que habían sidonombrados por el mismo César, uno, P. Dolabella, era unanulidad, y el otro, Marco Antonio, había sido íntimo amigodel asesinado, y compartía completamente sus ideas. A lospropietarios, la desaparición de César les había, natural-mente, agradado; pero el pueblo de las ciudades, y sobretodo el ejército, no querían saber nada de la República.Estos elementos monárquicos se agruparon en torno aMarco Antonio, que parecía ser el sucesor indicado deCésar. Al principio, Antonio procedió con cautela, con-tentándose con el cargo de presidente legal de la Re-pública, y permitiendo incluso se concediese una amnistíaa los asesinos de César. Pero la situación en Roma llegópoco a poco a tales extremos, que Bruto y Cassio prefi-rieron abandonar la ciudad. Y Marco Antonio habría, conel tiempo, seguramente ocupado el puesto de César, siinesperadamente una escisión en el partido monárquicono hubiese venido a alentar las esperanzas de los republi-canos.

César no había dejado hijos. Pero, en cambio, habíaadoptado a un nieto de su hermana, llamado C. Octavio,al que había declarado heredero de su fortuna. El joven,que a la sazón contaba diez y nueve años, llevaba el nom-bre de C. César. Éste es el que con el tiempo había de ser elemperador Augusto, una de las más extrañas figuras de lahistoria universal. El joven César demostró una madurez

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de juicio y una seguridad de acción extraordinarias e im-propias de sus pocos años. Quería ser también el herederopolítico de su padre, pero encontró ya ocupado el puestopor Marco Antonio. Este Antonio, hombre experimentado,que tenía una historia ya larga de militar y político, nomostró deseo alguno de acoger al joven César. Este, en-tonces, se pasó sin vacilar a los republicanos. Su recono-cimiento de la república no era, naturalmente, hijo de susconvicciones, pero quería utilizar el partido republicanocomo plataforma para alcanzar el poder. César hizo unllamamiento a algunas legiones del Sur de la península. Lamagia de su nombre indujo a las tropas a ponerse bajo sumando, y así tuvo la república un ejército en Italia. MarcoAntonio abandonó la ciudad de Roma: los republicanosconsiguieron imponerse en el Senado, y declararon abier-tamente la guerra a Marco Antonio, enemigo de la re-pública. Cicerón, fiel a su deber, lanzóse bravamente a lapelea, y tomó la dirección política del partido republicano.En el año 43 estalló, pues, de nuevo en Italia la guerra ci-vil. El gobierno republicano de Roma puso en pie un ejér-cito, cuyo mando se encomendó a los dos cónsules Hirtioy Pansa; al joven César le fué otorgado un mando inde-pendiente. Marco Antonio, por su parte, reunió en el Nor-te las legiones monárquicas que le permanecían fieles. EnMutina (Módena) entablóse una gran batalla. Marco An-tonio había heredado las pretensiones, pero no el geniodel dictador César. Fué completamente derrotado, y notardó en efectuar la retirada y en cruzar los Alpes. El Se-nado y los ciudadanos, encendidos en entusiasmo, creye-ron que la república estaba definitivamente asegurada.Los republicanos habían obtenido al mismo tiempo ungran triunfo en Oriente. Al salir de Roma, Bruto se había

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dirigido a Macedonia, y Cassio a Siria, en donde lograronatraer las tropas a la república. Más tarde legalizóse enRoma la situación de los asesinos de César, concediéndo-les mando extraordinario en Oriente. El mando supremode la armada fué asumido por Sexto Pompeyo, hijo delgran Pompeyo, y ardiente republicano.

La antigua constitución parecía, pues, ahora más firmeque nunca. Pero en realidad, el poder del gobierno deRoma, de Cicerón y del Senado, era muy frágil. El jovenCésar no pensaba en manera alguna permanecer siempreal servicio de la república. Había buscado tan sólo el me-dio de adquirir una autoridad y poder personal que le co-locase al nivel de Marco Antonio, hasta entonces verda-dero jefe del partido monárquico. Y el azar vino a favore-cer los planes de César. En la batalla de Mutina perecieronlos dos cónsules Hírtio y Pansa. César, al frente de sus le-giones, que le seguían ciegamente, consiguió ser elevadoal consulado, después de lo cual este insuperable di-plomático, que contaba a la sazón veinte años, tendió lamano a Marco Antonio y se reconcilió con él. Marco An-tonio, entre tanto, había pasado los Alpes, entablando re-laciones con los gobernadores de las Galias y de España,todos antiguos cesarianos. No tardó en ser nuevamente unhecho la unión de los monárquicos.

Los ejércitos de Occidente, cuya fuerza, gracias a nue-vas levas, ascendía a 250.000 hombres, estaban en sus ma-nos. Los tres jefes del partido, Octavio, Marco Antonio yun experto general del viejo César, llamado Lépido, sehicieron dar por el pueblo poderes ilimitados en calidadde «triúnviros para la reorganización del Estado». Des-pués de lo cual, el partido militar procedió a vengar el ase-sinato del dictador César, desterrando o asesinando a to-

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dos los republicanos importantes que cayeron en sus ma-nos. Varios centenares murieron. Entre ellos, Cicerón diósu vida por la constitución de los mayores. Sólo un hom-bre, Bruto, hubiera tal vez podido detener el derrum-bamiento de la república en Occidente, si hubiera venido atiempo con sus tropas de los Balkanes a Italia. Mas no hizoabsolutamente nada en favor de Cicerón y del Senado.Cabe sospechar que, jugador sin conciencia, no quiso re-almente ayudar a los republicanos occidentales. Tal vezesperaba llegar a algún acuerdo con los monárquicos des-pués de haber consolidado su poder personal en Oriente.Pero el triunvirato no pensaba en entenderse con los ase-sinos de César, y llevó a Oriente el ejército de Occidente.Los republicanos fueron aniquilados en una gran batallalibrada cerca de Filipos (42), en Macedonia. Bruto y Casiose suicidaron, con lo cual las provincias orientales pasarontambién a poder de los monárquicos. El único jefe r queprosiguió la lucha fué Sexto Pompeyo, quien, con ayudade sus naves de guerra, se había apoderado de Sicilia.

Los tres generales gobernantes se repartieron los pues-tos. Marco Antonio se encargó del gobierno de Oriente,César fué a Roma y Lépido a Africa. César había echadosobre sus hombros la carga más penosa; pues los centena-res de millares de soldados proletarios se considerabancomo los verdaderos vencedores de los aristócratas y ciu-dadanos republicanos. Eran los verdaderos dueños de lasituación y exigían ser licenciados y recibir tierras en Ita-lia. César hubo de complacerlos, de grado o por fuerza.Mas para procurarse las tierras necesarias a los nuevoslabradores fué preciso arrojar de ellas despiadadamente asus antiguos propietarios. Nunca, en toda la antigüedad,hallóse Italia en más desconsoladora situación que du-

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rante el año 40. Insolentes muchedumbres de soldados yde veteranos se adueñaban del suelo. Ante la dominaciónde la espada, las ejecuciones y expropiaciones, sentíanselos ciudadanos presa de terrible desesperación. Por últi-mo, el comercio y los transportes hallábanse totalmenteparalizados. Y a todo esto, el jefe supremo era un déspotade veintitrés años. Pero pronto se verificó un cambio radi-cal; el joven César comprendió que aquel caos amenazabaacabar con él mismo y con el Estado. Con inteligencia yenergía crecientes procedió a restablecer el orden. Buscó yencontró consejeros y colaboradores excelentes en hom-bres como Agrippa y Mecenas. Poco a poco pacificáronselos veteranos y soldados y cesaron las ejecuciones y lasconfiscaciones arbitrarias de grandes y pequeñas propie-dades. César reconoció, además, la necesidad de llegar aun acuerdo con la burguesía republicana. Comprendióque, si bien se podía asesinar a los republicanos, no eraposible arrebatar a Italia su amor a la constitución de losmayores. Si no quería acabar como su padre, no tenía,pues, más remedio que apoyar su fortuna en una base le-gal, reconocida, en una posición semejante a la que Pom-peyo tuvo; es decir, no una dictadura militar como la ejer-cida antes por el viejo César y hoy por el triunvirato, sinoun mando superior incluido dentro de la organizaciónrepublicana. César convenció a la población de Italia deque tal era el objeto que perseguía, y así ganó su confian-za.

César deseaba hacerse dueño por estos medios de todoel imperio romano. Para ello, lo primero era eliminar a suscompetidores, en cuyas manos estaban el ejército y la ar-mada. En el año 36 cayó por fin Sexto Pompeyo, despuésde defenderse tenazmente contra el poder de los monár-

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quicos. En el mismo año, Octavio se desembarazó deLépido, que no había sabido conquistarse simpatía algunacomo regente. El «triunvirato» quedó reducido a dos jefes:César y Marco Antonio. Entre tanto, este último había se-guido una política totalmente distinta de la del jovenCésar. Presentóse como señor absoluto, en el sentido delviejo dictador César y de los reyes griegos de Oriente.Había llevado a Oriente un fuerte ejército romano, al fren-te del cual guerreó contra los partos, aunque sin éxito.Marco Antonio disponía asimismo de una importante ar-mada. Y con el fin de robustecer en cierto modo su propiopoder, se casó con la reina Cleopatra, que por aquel enton-ces ocupaba el trono de los Ptolomeos, en Egipto. De estemodo pudo disponer de los recursos extraordinariamenteabundantes que atesoraba este país. Pero el orgullo conque se presentaba como esposo de la reina griega alejó deMarco Antonio las pocas simpatías de que aún disfrutabaen Italia. El pueblo romano estaba decidido a todos lossacrificios con tal de anular la dominación de este déspotagreco-oriental. Así, cuando César rompió con Marco An-tonio, en el año 32, toda la nación se puso de parte delprimero. Completaron la obra excelentes generales y almi-rantes. En el año 31, la armada de Marco Antonio fué de-rrotada cerca de Actium, en la costa del Epiro. Poco des-pués capitulaba su ejército, y Marco Antonio huía a Egiptoperseguido por César, quien tomó Alejandría en el año 30.Marco Antonio y Cleopatra se suicidaron, y Roma seanexionó el Estado de los Ptolomeos. César, que entoncescontaba treinta y tres años, había logrado su objeto: todo elmundo civilizado se hallaba a sus pies. Mas este éxito sinigual no le apartó del camino que consideraba recto. En elaño 27 renunció su mando extraordinario y restableció la

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República. La patria, agradecida, le otorgó el nombre de«Santo» (Augusto) y le concedió, dentro de la legalidad,esos poderes que señalan generalmente los comienzos delimperio romano, en el año 30 ó 27.

Augusto vivió y gobernó aún cuarenta y un años. Lahistoria universal no conoce otro ejemplo de un hombreque a los veinte años se apodera violentamente de la do-minación universal y la conserva intacta durante cin-cuenta y siete años, o sea hasta su muerte, y consigue,además, despertar en su propio pueblo y en todos los queestaban sometidos un amor y una admiración tales, que yaen vida fué colocado —y en serio— entre los dioses. Porotra parte, a Augusto le faltaban los caracteres demoníacosde su padre. Nunca poseyó dotes de general; como gober-nante y como hombre fué siempre pacífico y moderado, eincluso, a veces, mezquino. Mas considerada en conjunto,en su actuación y su influencia sobre la posteridad, el em-perador Augusto es la figura más grande que la anti-güedad ha producido.

Pero por muy sobresaliente que fuese la personalidadde Augusto, no hubiera, sin embargo, conseguido éxitotan grandioso si no hubiese comprendido con extraordina-ria prudencia la situación de las distintas clases en elmundo romano de entonces. Los pequeños campesinos, acausa del desarrollo económico general, habían perdido supapel director. El proletariado de la ciudad no había te-nido nunca en Roma una política propia. La clase superiorde los propietarios, dirigida por las antiguas familias delos políticos profesionales, era, pues, la única clase cons-ciente y organizada, y ella fué la que hubo de recoger to-das las antiguas tradiciones romanas y republicanas. Elpartido de esta clase era el de los optimates, que en su lu-

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cha en favor de la antigua República se había granjeadolas simpatías de amplios sectores de la clase media y tabién de la población pobre. Sin duda, ya no era posireconstituir por completo la antigua República; lo impedíael gran ejército de mercenarios, producto inevitable de ladominación mundial romana. Mas tampoco era ya posiblela dictadura militar. No quedaba, pues, franco otro caminoque el de una inteligencia entre los optimatesEsta fué la obra de Augusto. ■

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I N D I C E

I. — Los comienzos de Roma

II.- La unificación de Italia

III.- EI origen de la democracia romana

IV.- La conquista del dominio universal.

V.- Dictadura militar o democracia.

VI.- La intentona revolucionaria de los Gracos

VII.- La guerra itálica de Secesión y el golpe de Estadode la plutocracia.

VIII.- Cneo Pompeyo, primer ciudadano de Roma

IX.- La revolución social de Catilinay la conquista de la Galia por César.

X.- Final de la República romana